Folletos de las «Ediciones Comunismo»

Folletos de las Ediciones Comunismo

La Revolución española y sus peligros (1931)

Los dirigentes de la Internacional Comunista ante los acontecimientos de España

La revolución española avanza. En el proceso de lucha crecen también sus fuerzas internas. Pero al mismo tiempo crecen igualmente los peligros. Hablamos, no de los peligros que tienen su origen en las clases dominantes y en sus servidores políticos republicanos y socialistas. Estos son enemigos declarados; nuestra misión con respecto a ellos es perfectamente clara. Pero hay otros peligros interiores.

Los obreros españoles miran con confianza a la Unión Soviética, hija de la Revolución de octubre. Este estado de espíritu constituye un capital precioso del comunismo. La defensa de la Unión Soviética es el deber de todo obrero revolucionario. Pero no se puede permitir que se abuse de la confianza de los obreros en la revolución de octubre para imponer a los mismos una política que se halla en contradicción fundamental con todas las experiencias y las enseñanzas de octubre.

Hay que decirlo claramente; hay que decirlo de un modo tal que lo oiga la vanguardia del proletariado español e internacional: la revolución proletaria de España se halla amenazada de un peligro inmediato por parte de la dirección actual de la Internacional Comunista. Toda revolución, incluso la que nos inspire más esperanzas, puede ser aniquilada, como lo ha demostrado la experiencia de la revolución alemana de 1923, y, de un modo más elocuente, la experiencia de la revolución china de 1925-1927. Tanto en un caso como en otro, la causa inmediata del desastre fue la dirección errónea. Ahora le ha llegado el turno a España. Los dirigentes de la Internacional Comunista no han aprendido nada de sus propios errores o, lo que es peor, para cubrir los errores precedentes se ven precisados a justificarlos. En todo lo que depende de ellos, preparan a la revolución española la misma suerte de la revolución china.

En el transcurso de dos años se desorientó a los obreros avanzados con la desventurada teoría del tercer período, que ha debilitado y desmoralizado a la I.C. Finalmente los dirigentes se batieron en retirada. Pero, ¿cuándo? Precisamente en el momento en que la crisis mundial marcaba un cambio radical de la situación y daba a la luz las primeras posibilidades de una ofensiva revolucionaria. Los procesos interiores de España se desarrollaban, entre tanto, de un modo imperceptible para la I.C. Manuilski declaraba –¡y Manuilski desempeña hoy las funciones de jefe de la I.C.!– que los acontecimientos de España no merecían ninguna atención.

En nuestro estudio La revolución española y las tareas de los comunistas, escrito antes de los acontecimientos de abril, anticipábamos que la burguesía, adornándose con todos los matices del republicanismo, salvaguardaría con todas sus fuerzas, y hasta el último instante, su alianza con la monarquía. Es verdad que no está excluida la circunstancia –decíamos– de que las clases poseyentes se vean obligadas a sacrificar a la monarquía para salvarse ellas mismas (ejemplos: ¡Alemania!). Estas líneas sirvieron de pretexto a los estalinistas –naturalmente, después de los acontecimientos– para hablar de un pronóstico falso1. Un agente que no ha previsto nunca nada, pide a los otros no pronósticos marxistas, sino previsiones teosóficas, para saber qué día y en qué forma se producirán los acontecimientos; es así cómo los enfermos ignorantes y supersticiosos exigen milagros de la medicina. La previsión marxista consiste en ayudar a orientarse en el sentido general del desarrollo de los acontecimientos y a interpretar sus sorpresas. El hecho de que la burguesía española se haya decidido a separarse de la monarquía se explica por dos razones igualmente importantes. El desbordamiento impetuoso de la cólera popular impuso a la burguesía la tentativa de hacer servir de mingo a Alfonso, odiado por el pueblo. Pero esta maniobra, que traía aparejada consigo serios riesgos, le ha sido posible realizarla a la burguesía española únicamente gracias a la confianza de las masas en los republicanos y los socialistas y a que en el cambio de régimen no se tenía que contar con el peligro comunista. La variante histórica que se ha realizado en España es, por consiguiente, el resultado de la fuerza de la presión popular, de una parte, y de la debilidad de la I.C., de otra. Hay que empezar con la comprobación de estos hechos. El principio fundamental de la táctica debe ser el siguiente: si quieres ser más fuerte no empieces por exagerar tus propias fuerzas. Pero este principio no tiene ningún valor para los epígonos-burócratas. Si en víspera de los acontecimientos Manuilski predecía que no ocurriría nada serio al día siguiente del cambio de régimen, el irreemplazable Péri, encargado de suministrar informaciones falsas sobre los países latinos, empezó a mandar telegrama tras telegrama, diciendo que el proletariado español apoyaba casi exclusivamente al partido comunista y que los campesinos españoles creaban soviets. La Pravdapublicaba estas estupideces, completándolas con otras sobre los trotskystas, que van a remolque de Alcalá Zamora, cuando la verdad es que éste metía y mete en la cárcel a los comunistas de izquierda... En fin, el 14 de mayo, la Pravda publicaba un artículo de fondo titulado España en llamas, que pretendía tener un carácter programático y que representa la condensación de los errores de los epígonos traducidos al lenguaje de la revolución española.

¿Cómo actuar ante las Cortes?

La Pravda intenta partir de la verdad indiscutible de que la propaganda abstracta es insuficiente: El partido comunista debe decir a las masas lo que deben hacer hoy. ¿Qué propone la propia Pravda en este sentido? Agrupar a los obreros para el desarme de la reacción, para el armamento del proletariado, para la constitución de los comités de fábrica, para la introducción por iniciativa propia de la jornada de siete horas, etcétera etc. etc. etc., así se dice textualmente. Las consignas enumeradas son indiscutibles, aunque se dan sin ninguna conexión interior y sin la consecuencia que debe desprenderse de la lógica del desarrollo de las masas. Pero lo que es sorprendente es que el artículo de la Pravda no diga ni una sola palabra sobre las elecciones a las Constituyentes, como si este acontecimiento político en la vida de la nación española no existiera o como si no tuviera nada que ver con los obreros. ¿Qué significa este mutismo?

Aparentemente, la transformación republicana se produjo, como es sabido, por mediación de las elecciones municipales. Ni que decir tiene; son mucho más profundas las causas del cambio de régimen, de las cuales hemos hablado mucho antes de la caída del ministerio Berenguer. Pero la forma parlamentaria de la liquidación de la monarquía ha servido enteramente los intereses de los republicanos burgueses y de la democracia pequeño burguesa. Actualmente hay en España muchos obreros que se imaginan que pueden resolverse las cuestiones fundamentales de la vida social con ayuda de la papeleta electoral. Estas ilusiones no pueden ser destruidas más que por la experiencia. Pero hay que saber facilitar ésta. ¿Cómo? ¿Volviendo la espalda a las Cortes o, al contrario, participando en las elecciones? Hay que dar una respuesta.

Además del artículo de fondo citado, el mismo periódico publica un artículo teórico (números del 7 y del 10 de mayo) que pretende dar un análisis marxista de las fuerzas internas de la revolución española y una definición bolchevista de su estrategia. En dicho artículo tampoco se dice una sola palabra a propósito de si se deben boicotear las elecciones o participar en las mismas. En general, la Pravda guarda silencio sobre las consignas y los fines de la democracia política, a pesar de que califique de democrática la revolución. ¿Que significa este mutismo? Se puede participar en las elecciones, se puede boicotearlas. Pero, ¿se puede ignorarlas?

Con respecto a las Cortes de Berenguer, la táctica del boicot era enteramente justa. Se veía de antemano con claridad, que, o bien Alfonso conseguiría adoptar nuevamente por un cierto periodo el camino de la dictadura militar, o bien que el movimiento desbordaría a Berenguer con sus Cortes. En estas condiciones, los comunistas debían tomar sobre sí la iniciativa de la lucha por el boicot de las Cortes. Es precisamente lo que tratamos de hacer comprender con ayuda de los débiles recursos que teníamos a nuestra disposición2.

Si los comunistas españoles se hubieran pronunciado oportuna y decididamente por el boicot, difundiendo en el país incluso pequeñas hojas sobre el particular, su prestigio en el momento de la caída del ministerio Berenguer habría aumentado considerablemente. Los obreros avanzados se hubieran dicho: Esa gente es capaz de comprender las cosas. Por desgracia, los comunistas españoles, desorientados por la dirección de la I.C., no comprendieron la situación e iban a participar en las elecciones aunque sin convicción alguna. Los acontecimientos los desbordaron y la primera victoria de la revolución no aumentó la influencia de los comunistas.

Actualmente es el gobierno de Alcalá Zamora el que se encarga de la convocatoria de las Cortes Constituyentes. ¿Hay algún motivo para suponer que la convocatoria de estas Cortes será impedida por una segunda revolución? De ningún modo. Son perfectamente posibles poderosos movimientos de las masas, pero este movimiento, sin partido, sin dirección, no puede conducir a una segunda revolución. La consigna de ese boicot sería en la actualidad una consigna de auto-aislamiento. Hay que tomar una participación activísima en las elecciones.

El cretinismo parlamentario de los reformistas y el cretinismo antiparlamentario de los anarquistas

El cretinismo parlamentario es una enfermedad detestable, pero el cretinismo antiparlamentario no vale mucho más, como lo pone de manifiesto con claridad el destino de los anarcosindicalistas españoles. La revolución plantea en toda su magnitud los problemas políticos y, en su fase actual,les da la forma parlamentaria. La atención de la clase obrera no puede dejar de estar concentrada en las Cortes, y los anarcosindicalistas votarán sigilosamente por los republicanos e incluso por los socialistas. En España, menos que en ninguna otra parte, se puede luchar contra las ilusiones parlamentarias sin combatir al mismo tiempo la metafísica antiparlamentaria de los anarquistas.

En una serie de artículos y cartas hemos demostrado la enorme importancia de las consignas democráticas para el desarrollo ulterior de la revolución española. La ayuda a los parados, la jornada de siete horas, la revolución agraria, la autonomía nacional, todas estas cuestiones vitales y profundas están ligadas en la conciencia de la gran mayoría de los obreros españoles, sin excluir a los anarcosindicalistas, con las futuras Cortes. En el periodo de Berenguer era necesario boicotear las Cortes de Alfonso en nombre de las Cortes Constituyentes revolucionarias. En la agitación era necesario colocar desde el principio, en primer término, la cuestión de los derechos electorales. Sí; ¡la cuestión prosaica de los derechos electorales! Ni que decir tiene que la democracia soviética es incomparablemente superior a la burguesa. Pero los soviets no caen del cielo. Es preciso crecer para llegar a ellos.

Hay en el mundo gentes que se permiten llamarse marxistas y que manifiestan un espléndido desprecio por consignas tales como, por ejemplo, la del sufragio universal igual, directo y secreto para los hombres y las mujeres a partir de los dieciocho años. Sin embargo, si los comunistas españoles hubieran lanzado a su tiempo esa consigna, defendiéndola en discursos, artículos y manifiestos, habrían adquirido una popularidad enorme. Precisamente porque las masas populares de España están inclinadas a exagerar la fuerza creadora de las Cortes, es por lo que todo obrero consciente, todo campesino revolucionario quieren participar en las elecciones. No nos solidarizamos ni un instante con las ilusiones de las masas; pero lo que tienen de progresivo dichas ilusiones debemos utilizarlo hasta el fin; de lo contrario, no somos revolucionarios, sino unos despreciables pedantes. Aunque no sea más que por que la reducción de la edad electoral interesa vivamente a muchos millares de obreros, de obreras, de campesinos y campesinas. Y ¿a cuáles? A los jóvenes, a los activos, a los que están llamados a realizar la segunda revolución. Oponer estas jóvenes generaciones a los socialistas que se esfuerzan en apoyarse en los obreros de más edad, constituye la misión elemental e indiscutible de la vanguardia comunista.

Es más. El Gobierno de Alcalá Zamora quiere hacer aprobar una Constitución con dos cámaras. Las masas revolucionarias que acaban de derribar la monarquía y que están impregnadas de una aspiración apasionada, aunque muy confusa todavía, hacia la igualdad y la justicia, acogerán con ardor la agitación de los comunistas contra el plan de la burguesía, consistente en colocar sobre la espalda del pueblo una cámara de señores. Esta cuestión particular podrá desempeñar un papel enorme en la agitación, crear grandes dificultades a los socialistas, sembrar la discordia entre los socialistas y republicanos, es decir, dividir, aunque no sea más que temporalmente, a los enemigos del proletariado y, lo que es mil veces más importante, establecer una línea divisoria entre las masas obreras y los socialistas.

La reivindicación de la jornada de siete horas, lanzada por la Pravda, es muy justa, extraordinariamente importante e inaplazable. Pero, ¿se puede plantear esta reivindicación de un modo abstracto, ignorando la situación política y los fines revolucionarios de la democracia? Al hablar únicamentede la jornada de siete horas, de los comités de fábrica y del armamento de los obreros, ignorando la política, sin mencionar ni una sola vez en sus artículos las elecciones a Cortes, Pravda hace el juego al anarcosindicalismo, lo alimenta, lo cubre. Sin embargo, el joven obrero, al cual los republicanos y los socialistas privan del derecho al voto, a pesar de que la legislación burguesa lo considera suficientemente maduro para la explotación capitalista, o al cual se quiere imponer la segunda cámara, en la lucha contra estas ignominias, querrá mañana volver la espalda al anarquismo y tender la mano hacia el fusil. Oponer la consigna del armamento de los obreros a los procesos políticos reales que arrastran vigorosamente a las masas, significa aislarse de estas últimas y aislar a éstas de las armas.

La consigna de la autodeterminación nacional reviste actualmente en España una importancia excepcional. Sin embargo, esta consigna se plantea también hoy en el terreno democrático. No se trata, evidentemente, para nosotros, de incitar a los catalanes ya los vascos a separarse de España, sino de luchar para que se les dé esa posibilidad si expresan ellos mismos esta voluntad. Pero, ¿cómo determinarla? Muy sencillamente: mediante el sufragio universal, igualitario, directo y secreto de las regiones interesadas. Hoy no existe otro medio. Más adelante, las cuestiones nacionales, lo mismo que todas las otras serán resueltas por los soviets, como órganos de la dictadura del proletariado. Pero no podemos imponer los soviets a los obreros en cualquier momento. Lo único que podemos hacer es conducirlos hacia ellos. Aún menos podemos imponer al pueblo los soviets que el proletariado creará únicamente en el porvenir. Pero hay que dar una respuesta a las cuestiones de hoy. En el mes de mayo los municipios de Cataluña fueron llamados a elegir sus diputados para la elaboración de la Constitución Catalana, es decir, para decidir su actitud hacia España. ¿Es que los obreros catalanes pueden mostrarse indiferentes ante el hecho de que la democracia pequeño burguesa, que, como siempre, se somete al gran capital, intente resolver la suerte del pueblo catalán por medio de unas elecciones antidemocráticas? La consigna de la autodeterminación nacional, sin las consignas de la democracia política que la completan y la concretan, es una fórmula vacía, o, lo que es mucho peor, un modo de engañar a la gente.

Durante un cierto periodo, todas las cuestiones de la revolución española aparecerán, en una u otra forma, a través del prisma del parlamentarismo. Los campesinos esperarán, con una tensión extrema, lo que digan las Cortes a propósito de la cuestión agraria. ¿No es fácil comprender la importancia que podría tener en las condiciones actuales un programa agrario comunista sostenido desde la tribuna de las Cortes? Para esto son necesarias dos condiciones: hay que tener un programa agrario y conquistar un acceso a la tribuna parlamentaria. Ya sabemos que no son las Cortes las que resolverán el problema de la tierra. Es necesaria la iniciativa audaz de las propias masas campesinas. Pero para una iniciativa semejante las masas tienen necesidad de un programa y de una dirección. La tribuna de las Cortes es necesaria a los comunistas para mantener el contacto con las masas. Y de este contacto nacerán los acontecimientos que desbordarán las Cortes. En esto consiste el sentido de la actitud revolucionaria-dialéctica hacia el parlamentarismo.

¿Cómo se explica, entonces, el hecho de que la dirección de la I.C. guarde silencio sobre esta cuestión? Únicamente porque es prisionera de su propio pasado.

Los stalinianos rechazaron demasiado ruidosamente la consigna de la Asamblea Constituyente para China. El VI Congreso estigmatizó oficialmente como oportunismo las consignas de la democracia política para los países coloniales. El ejemplo de España, país incomparablemente más avanzado que China e India, pone al descubierto toda la consistencia de las decisiones del VI Congreso. Pero los stalinianos están atados de pies y manos. Como no se atreven a incitar al boicot del parlamentarismo, sencillamente se callan. ¡Que perezca la revolución, pero que se salve la reputación de infalibilidad de los jefes!3

¿Cuál será el carácter de la revolución en España?

En el artículo teórico citado más arriba, que parece escrito expresamente para embrollar los cerebros, después de los intentos de definir el carácter de clase de la revolución española, se dice textualmente lo siguiente: A pesar de todo esto (!), sería falso, sin embargo (!), caracterizar ya la revolución española en la etapa actual como una revolución socialista. (Pravda, 10 de mayo.) Esta frase basta para apreciar todo el análisis. ¿Es que hay alguien en el mundo –debe preguntarse el lector– capaz de creer que la revolución española en la etapa actual puede ser considerada como socialista sin que corra el riesgo de ir a parar a un manicomio? ¿De dónde ha sacado en general la Pravda la idea de la necesidad de semejante delimitación, y en una forma tan suave y condicional? A pesar de todo esto sería falso, sin embargo... Se explica esto por el hecho de que los epígonos han hallado, por desgracia suya, una frase de Lenin sobre la transformación de la revolución burguesodemocrática en socialista. Como no han comprendido a Lenin y han olvidado o deformado la experiencia de la revolución rusa, han puesto en la base de los errores oportunistas más groseros la noción de la transformación. No se trata, ni mucho menos –digámoslo inmediatamente–, de sutilezas académicas, sino de una cuestión de vida o muerte para la revolución proletaria. No hace aún mucho tiempo, los epígonos esperaban que la dictadura de Kuomintang se transformaría en dictadura obrera y campesina, y esta última en dictadura socialista del proletariado. Se imaginaban, además –Stalin desarrollaba este tema con una profundidad particular–, que de una de las alas de la revolución se irían desprendiendo poco a poco los elementos de derecha, mientras que en la otra ala se irían reforzando los elementos de izquierda. Así se veía el progreso orgánico de la transformación. Por desgracia, la magnífica teoría de Stalin-Martínov está enteramente basada en el desprecio más absoluto hacia la teoría de clases de Marx. El carácter del régimen social, y, por consiguiente, de toda revolución, está determinado por el carácter de la clase que detenta el poder. El poder no puede pasar de manos de una clase a las de otra más que mediante un levantamiento revolucionario, y de ningún modo mediante una transformación orgánica. Los epígonos pisotearon esta verdad fundamental, primero en China y ahora en España. Y vemos en la Pravda a los sabios científicos ponerse los manguitos y colocar el termómetro bajo el sobaco de Alcalá Zamora, mientras reflexionan: ¿se puede o no se puede reconocer que el proceso de transformación ha conducido ya la revolución española a la fase socialista? Y los sabios –rindamos justicia a su sabiduría– llegan a la conclusión siguiente: No; por ahora aún no se puede reconocer.

Después de habernos dado una apreciación sociológica tan preciosa, la Pravda entra en el terreno de los pronósticos y de las directivas.

En España –dice– la revolución socialista no puede ser la finalidad inmediata. La finalidad inmediata (!) consiste en la revolución obrera y campesina contra los grandes terratenientes y la burguesía.

Pravda, 10 de mayo.

Es indudable que la revolución socialista no es en España la finalidad inmediata. Sin embargo, sería mejor y más preciso decir que la insurrección armada con el objetivo de la toma del poder por el proletariado no es en España la finalidad inmediata. ¿Por qué? Porque la vanguardia diseminada del proletariado no arrastra aún tras de sí a la clase, y ésta no arrastra tras de sí a las masas oprimidas del campo. En estas condiciones, la lucha por el poder sería aventurismo. Pero, ¿qué significa en este caso la frase complementaria: la finalidad inmediata es la revolución obrera y campesina contra los grandes terratenientes y la burguesía? ¿Es decir, que entre el régimen republicano burgués y la dictadura del proletariado actual habrá una revolución particularobrera y campesina? Además, ¿es que esta revolución intermedia, obrera y campesina, particular en oposición a la revolución socialista, es en España una finalidad inmediata? ¿Está, pues, a la orden del día un cambio de régimen? ¿Por la insurrección armada o por otro medio? ¿En qué se distinguirá precisamente la revolución obrera y campesina contra los terratenientes y la burguesía de la revolución proletaria? ¿Qué combinación de fuerzas de clase le servirá de base? ¿Qué partido dirigirá la primera revolución en oposición a la segunda? ¿En qué consiste la diferencia de programas y métodos de esas dos revoluciones? Buscaremos en vano una respuesta a estas preguntas. La confusión y el barullo mental están cubiertos por la palabra transformación. A pesar de todas las reservas contradictorias, esa gente sueña en un proceso de tránsito evolutivo de la revolución burguesa a la socialista, por una serie de etapas orgánicas que se presentan bajo distintos seudónimos: Kuomintang, dictadura democrática, revolución obrera y campesina, revolución popular, y en este proceso el momento decisivo en que una clase arrebata el poder a otra, se disuelve imperceptiblemente.

El problema de la revolución permanente

La revolución proletaria, claro está, es al mismo tiempo una revolución campesina; pero en las condiciones contemporáneas es una revolución campesina fuera de la revolución proletaria. Podemos decir a los campesinos con pleno derecho que nuestro fin es la creación de una república obrera y campesina, de la misma manera que después del levantamiento de octubre hemos dado el nombre de gobierno obrero y campesino al gobierno de la dictadura proletaria. Pero no oponemos la revolución obrera y campesina a la proletaria, sino que, por el contrario, las identificamos. Es ésta la única manera justa de plantear la cuestión.

Aquí chocamos de nuevo con el centro mismo de la cuestión de la llamada revolución permanente. En su lucha contra esta teoría los epígonos han llegado hasta la ruptura completa con el punto de vista de clase. Es verdad que después de la experiencia del bloque de las cuatro clases en China, se han vuelto más prudentes. Pero a consecuencia de esto se han embrollado aún más y procuran con todas sus fuerzas embrollar a los demás.

Por fortuna, gracias a los acontecimientos, la cuestión ha salido de la esfera de los sabios ejercicios de los profesores rojos sobre los viejos textos. No se trata de recuerdos históricos, ni de seleccionar extractos, sino de una nueva y grandiosa experiencia histórica que se desarrolla ante nuestros ojos. Aquí dos puntos de vista son confrontados en el campo de la lucha revolucionaria. No se puede escapar a su control. El comunista español que no se dé cuenta a tiempo de la esencia de las cuestiones relacionadas con la lucha contra el trotskismo, se verá teóricamente desarmado ante las cuestiones fundamentales de la revolución española.

¿Qué es la transformación de la revolución?

Sí, Lenin propugnó en 1905 la fórmula hipotética de la dictadura democrática del proletariado y de los campesinos. De existir en general un país en el cual pudiera esperarse una revolución agraria democrática independiente anterior a la toma del poder por el proletariado, ese país era precisamente Rusia, donde el problema agrario dominaba toda la vida nacional, donde los movimientos campesinos revolucionarios se prolongaban durante décadas, donde existía un partido agrariorrevolucionario con una gran tradición y una amplia influencia entre las masas. Sin embargo, aún en Rusia, no hubo sitio para una revolución intermedia entre la burguesa y la proletaria. En abril de 1917 Lenin repetía sin cesar, refiriéndose a Stalin, Kamérev y otros que se aferraban a la vieja fórmula bolchevique de 1905: No hay y no habrá otra dictadura democrática que la de Miliukov-Tseretelli-Chernov: la dictadura democrática es, por su esencia misma, una dictadura de la burguesía sobre el proletariado; sólo la dictadura del proletariado puede suceder a la dictadura democrática. Quien invente fórmulas intermedias es un pobre visionario o un charlatán*. He aquí la conclusión que sacaba Lenin de la experiencia viva de las revoluciones de febrero y de octubre. Nosotros seguimos colocados sobre la base de esa experiencia y de esas conclusiones.

¿Qué significa, pues, en este caso, para Lenin la transformación de la revolución democrática en socialista?. Desde luego nada de lo que ven en su imaginación los epígonos y razonadores hueros pertenecientes al grupo de profesores rojos. Hay que saber que la dictadura del proletariado no coincide, ni mucho menos de una manera mecánica, con la noción de revolución socialista. La conquista del poder por la clase obrera se produce en un medio nacional determinado, en un periodo determinado y para la solución de cuestiones determinadas. En las naciones atrasadas dichas cuestiones de solución inmediata tienen un carácter democrático: liberación nacional del yugo imperialista y revolución agraria, como en China; revolución agraria y de los pueblos oprimidos, como en Rusia. Lo mismo vemos actualmente en España, aunque en otra disposición. Lenin decía incluso que el proletariado ruso había llegado en octubre de 1917 al poder, ante todo, como agente de la revolución burguesodemocrática. El proletariado victorioso empezó por la resolución de los problemas democráticos, y, poco a poco, mediante la lógica de su dominación, enfocó las cuestiones socialistas. Sólo doce años después de su poder ha empezado a emprender seriamente la colectivización de la economía agraria. Es esto lo que Lenin calificaba de transformación de la revolución democrática en socialista. No es el poder burgués el que se transforma en obrero-campesino y luego en proletario, no; el poder de una clase no se transforma en poder de otra, sino que se arrebata con las armas en la mano. Pero después que la clase obrera ha conquistado el poder, los fines democráticos del régimen proletario se transforman inevitablemente en socialista. El tránsito orgánico y por evolución de la democracia al socialismo es concebible sólo bajo la dictadura del proletariado. He aquí la idea central de Lenin. Los epígonos han deformado todo esto, lo han embrollado, falsificado, y ahora envenenan con sus falsificaciones la conciencia del proletariado internacional.

Dos variantes: el oportunismo y el aventurismo

Se trata –repitámoslo nuevamente– no de sutilezas académicas, sino de cuestiones vitales de la estrategia revolucionaria del proletariado. No es cierto que en España esté a la orden del día la revolución obrera y campesina. No es cierto que, en general, esté hoy a la orden del día en España una nueva revolución, es decir, una lucha inmediata por el poder. No; lo que está a la orden del día es la lucha por las masas, para libertarlas de las ilusiones republicanas y de su confianza en los socialistas, por su agrupamiento revolucionario. La segunda revolución vendrá; pero será la revolución del proletariado conduciendo tras de sí a los campesinos pobres. No habrá sitio para una revolución obrera y campesina especial entre el régimen burgués y la dictadura del proletariado. Contar con una revolución semejante y adaptar la política a la misma significa kuomintanguizar al proletariado, es decir, matar la revolución.

Las fórmulas confusionistas de Pravda abren dos caminos que fueron experimentados en China hasta sus últimas consecuencias: el camino oportunista y el camino de la aventura. Si hoy Pravda no se decide aún a caracterizar la revolución española como revolución obrera y campesina, quién sabe si no lo hará mañana, cuando Zamora Chang Kai-Check sea reemplazado por el fiel Van-Tan-Vei: en este caso el izquierdista Lerroux. ¿No dirán entonces los sabios profesores –los Martínov, Kuusinen y Cía.– que nos hallamos en presencia de una república obrera y campesina que hay que sostener en tanto que... (fórmula de Stalin en marzo de 1917) o sostenerla enteramente? (Fórmula del mismo Stalin con respecto al Kuomintang en 1925-1927.)

Pero hay también una posibilidad aventurista, que acaso responda aún mejor al estado de espíritu centrista de hoy. El editorial de la Pravda dice que las masas españolas empiezan asimismo a dirigir sus golpes, contra el gobierno. Sin embargo, ¿es que el partido comunista español puede lanzar la consigna del derrumbamiento del gobierno actual como una finalidad inmediata? En la sabia incursión de la Pravda se dice, como hemos visto, que la finalidad inmediata es la revolución obrera y campesina. Si se entiende esta fase no en el sentido de la transformación, sino en el derrocamiento del poder, aparece completamente ante nosotros la variante del aventurerismo. El débil partido comunista puede decir en Madrid, como dijo (o como se le mandó que dijera) en diciembre de 1927 en Cantón: Para una dictadura proletaria, naturalmente, no estamos todavía en sazón; pero como hoy se trata de un grado intermedio, de la dictadura obrera y campesina, intentemos la insurrección aunque no sea más que con nuestras débiles fuerzas, y acaso salga alguna cosa de ello. En efecto no es difícil prever que cuando se ponga de manifiesto el retraso criminal con que se ha obrado en el primer año de la revolución española, los culpables de esta pérdida de tiempo empezarán a azotar a los ejecutores y les empujarán, acaso, a una aventura trágica por el estilo de la de Cantón.

La perspectiva de las Jornadas de julio

¿Hasta qué punto es real este peligro? Es completamente real. Tiene sus raíces en las condiciones interiores de la revolución misma, que revisten un carácter particularmente amenazador a causa de los equívocos y de la confusión de los jefes. En la situación española de hoy se oculta una nueva explosión de las masas que corresponde más o menos a aquellos combates de 1917 en Petrogrado, que han entrado en la historia con el nombre de Jornadas de julio y que no condujeron al desastre de la revolución gracias a la justa política de los bolcheviques. Es necesario detenerse en esta cuestión candente para España.

Hallamos el prototipo de las Jornadas de julio en todas las antiguas revoluciones, empezando por la gran revolución francesa, con distintos resultados, pero, como regla general, desdichadas y a menudo catastróficas. La etapa de este orden es inherente al mecanismo de la revolución burguesa, en la medida en que la clase que se sacrifica más por el éxito de la revolución y que deposita más esperanza en la misma, es la que obtiene menos de ella. La lógica de este proceso es completamente clara. La clase poseyente, después de haber obtenido el poder por el golpe de Estado, se inclina a considerar que por ello mismo la revolución ha realizado ya íntegramente su misión, y de lo que más se preocupa es de demostrar su buena conducta a las fuerzas reaccionarias. La burguesía revolucionaria provoca la indignación de las masas populares por las mismas medidas con las cuales se esfuerza en conquistar la buena disposición de las clases derribadas. La desilusión de las masas se produce muy pronto, antes de que su vanguardia se haya enfriado de los combates revolucionarios. El sector avanzado se imagina que con un nuevo golpe puede dar cima a lo realizado antes de una manera insuficientemente decisiva o corregirlo. De aquí el afán de una nueva revolución sin preparación, sin programa, sin tener en cuenta las reservas, sin pensar en las consecuencias. De otra parte, la burguesía llegada al poder no hace más que vigilar el momento del empuje impetuoso de abajo para intentar arreglar definitivamente las cuentas al pueblo. Tal es la base social y psicológica de esa semi-revolución complementaria que, más de una vez en la historia, se ha convertido en el punto de partida de la contrarrevolución victoriosa.

En 1848 las Jornadas de julio se desarrollaron en Francia en junio y tomaron un carácter incomparablemente más grandioso y más trágico que en Petrogrado en 1917. Las llamadas Jornadas de junio del proletariado de París habían nacido con una fuerza irresistible de la revolución de febrero. Los obreros de París, con los fusiles de febrero en la mano, no podían dejar de reaccionar ante las contradicciones existentes entre el programa pomposo y la realidad miserable, ante ese intolerable contraste que repercutía cada día en sus estómagos y en sus conciencias. Sin plan, sin programa, sin dirección, las Jornadas de junio de 1848 no eran más que un reflejo potente e inevitable del proletariado. Los obreros insurreccionados fueron aplastados despiadadamente. Fue así como los demócratas desbrozaron el camino al bonapartismo.

La explosión gigantesca de la Commune fue asimismo, con respecto al golpe de Estado de septiembre de 1870, lo que habían sido las Jornadas de junio con respecto a la revolución de febrero de 1848. La insurrección de marzo del proletariado parisién no tenía nada que ver con el cálculo estratégico, sino que nació de una trágica combinación de circunstancias, completada por una de esas provocaciones de que es tan capaz la burguesía francesa cuando el miedo excita su mala fe. En la Commune de París el proceso reflexivo del proletariado contra el engaño de la revolución burguesa se elevó por primera vez al nivel de revolución proletaria, pero para ser echada abajo inmediatamente.

Hoy la revolución incruenta, pacífica, gloriosa (la lista de estos adjetivos es siempre la misma), en España prepara ante nuestros ojos sus Jornadas de junio, si se toma el calendario de Francia, o sus Jornadas de julio, si se toma el calendario de Rusia. El Gobierno de Madrid, bañándose en frases que parecen a menudo una traducción del ruso, promete medidas amplias contra el paro forzoso y los latifundios, pero no se atreve a tocar ninguna de las viejas llagas sociales. Los socialistas de la coalición ayudan a los republicanos a sabotear los fines de la revolución. El jefe de Cataluña, de la parte más industrial y más revolucionaria de España, predica un reinado milenario sin naciones ni clases oprimidas, pero al mismo tiempo no hace absolutamente nada para ayudar al pueblo a librarse, por lo menos, de una parte de sus cadenas más odiadas. Maciá se esconde tras el Gobierno de Madrid, el cual, a su vez, se esconde tras las Cortes Constituyentes. ¡Como si la vida se detuviera esperando esas Cortes! ¡Y como si no fuera evidente que las Cortes futuras no serán más que una reproducción ampliada del bloque republicanosocialista, que no tiene otra preocupación más que la de que todo quede como antes! ¿Es difícil prever el incremento febril de la indignación de los obreros y de los campesinos? La desproporción entre la marcha de las masas en la revolución y en la política de las nuevas clases dirigentes es el origen de ese conflicto irreconciliable que, en su desarrollo ulterior, o dará lugar a la primera revolución, la de abril, o conducirá a la segunda revolución.

Si el partido bolchevique se hubiera obstinado en considerar el movimiento de junio como inoportuno y hubiese vuelto la espalda a las masas, la semiinsurrección hubiera caído inevitablemente bajo la dirección esporádica e incoherente de los anarquistas, de los aventureros, de los elementos que hubieran expresado de un modo ocasional la indignación de las masas, y se habría visto ahogada en sangre por convulsiones estériles. Pero, por el contrario, si el partido, poniéndose al frente del movimiento, hubiera renunciado a su apreciación de la situación en su conjunto para deslizarse hacia las sendas de los combates decisivos, la insurrección habría tomado un impulso audaz; los obreros y los soldados, bajo la dirección de los bolcheviques, se habrían adueñado temporalmente del poder en Petrogrado en el mes de junio, pero únicamente para preparar luego el fracaso de la revolución. Sólo la dirección acertada del partido de los bolcheviques evitó las dos variantes de ese peligro fatal en el sentido de las jornadas de junio de 1848 y de la Commune de París de 1871. El golpe asestado en julio de 1917 a las masas y al partido fue muy considerable. Pero no fue un golpe decisivo. Las víctimas se contaron por docenas, pero no por decenas de miles. La clase obrera salió de esa prueba no decapitada ni exangüe; conservó completamente sus cuadros combativos, los cuales aprendieron mucho, y en octubre condujeron al proletariado a la victoria.

Precisamente desde el punto de vista de las Jornadas de junio constituye un terrible peligro la ficción de la revolución intermedia que, según se pretende, está a la orden del día en España.

La lucha por las masas y las Juntas obreras

El deber de la oposición de izquierda consiste en poner de manifiesto, desenmascarar y condenar a la vergüenza eterna en la conciencia de la vanguardia proletaria, de un modo implacable, la fórmula de una revolución obrera y campesina particular, distinta de las revoluciones burguesa y proletaria. ¡No creáis esto, comunistas de España! No es más que una ilusión y un engaño. Es una trampa diabólica que puede convertirse mañana en una soga para vuestro cuello. Reflexionad bien en las lecciones de la revolución rusa y en las de los desastres de los epígonos. Ante vosotros se abre una perspectiva de lucha por la dictadura del proletariado. En nombre de esta misión debéis agrupar a vuestro alrededor a la clase obrera y levantar a los millones de campesinos pobres para que ayuden a los obreros. Es ésta una labor gigantesca. Sobre vosotros, comunistas de España, recae una responsabilidad revolucionaria enorme. No cerréis los ojos ante vuestra debilidad, no os dejéis engañar por las ilusiones. La revolución no cree en las palabras; sino somete todo a prueba, a la prueba sangrienta. Sólo la dictadura del proletariado puede derrocar la dominación de la burguesía. No hay, no habrá, ni puede haber, ninguna revolución intermedia, más simple, más económica, más accesible a vuestras fuerzas. La historia no inventará para vosotros ninguna dictadura intermedia, dictadura de segunda clase, dictadura con descuento. El que os hable de ella os engaña. Preparaos seriamente, con tenacidad, de un modo incansable, para la dictadura del proletariado.

Sin embargo, el objetivo inmediato que se plantea a los comunistas españoles no es la lucha por el poder, sino la lucha por las masas, y esta lucha se desarrollará en el periodo próximo sobre la base de la república burguesa y, en proporciones enormes, bajo las consignas de la democracia. El objetivo inmediato es, indudablemente, la creación de Juntas obreras (soviets). Pero sería absurdo oponer las Juntas a las consignas de la democracia. La lucha contra los privilegios de la Iglesia y contra la dominación de las Ordenes religiosas y de los Conventos –lucha puramente democrática– condujo en mayo a una explosión de las masas que creó condiciones favorables, desgraciadamente no utilizadas, para la elección de diputados obreros. En la fase actual, las Juntas son la forma organizada del frente único proletario, para las huelgas, para la expulsión de los jesuitas, para la participación en las elecciones a las Constituyentes, para el contacto con los soldados, para el apoyo al movimiento campesino. Es sólo a través de las Juntas, que engloban al núcleo fundamental del proletariado, como los comunistas podrán asegurar su hegemonía entre el proletariado y, por consiguiente, en la revolución. Sólo a medida que vaya aumentando la influencia de los comunistas sobre la clase obrera, las Juntas se convertirán en órganos de lucha por el poder. En una de las etapas ulteriores –no sabemos aún cuando– las Juntas, como órganos del poder del proletariado, se verán opuestas a las instituciones democráticas de la burguesía. Sólo entonces llegará la última hora de la democracia burguesa.

En todos los casos en que las masas se ven arrastradas a la lucha, sienten invariablemente –no pueden menos de sentirla– la necesidad aguda de una organización prestigiosa que se eleve por encima de los partidos, de las fracciones y de las sectas, y que sea capaz de unir a todos los obreros en una acción común. Son precisamente las Juntas obreras elegibles las que deben presentar esta forma de organización. Hay que saber sugerir a las masas esta consigna en el instante oportuno, y momentos semejantes aparecen actualmente a cada instante. Oponer la consigna de los soviets, como órganos de la dictadura del Proletariado, a la lucha real de hoy, significa convertir dicha consigna en un santuario ultrahistórico, en un icono ultrarrevolucionario, que pueden adorar algunos devotos, pero que no puede nunca arrastrar a las masas revolucionarias.

La cuestión de los ritmos de la revolución española

Pero ¿queda aún tiempo para la aplicación de una táctica acertada? ¿No es ya tarde? ¿No se han dejado pasar ya todos los plazos?

El determinar acertadamente los ritmos de desarrollo de la revolución tiene una enorme importancia, si no para definir la línea estratégica fundamental, al menos para la definición de la táctica. Ahora bien, sin una táctica justa, la mejor línea estratégica puede conducir a la ruina. Naturalmente, es imposible prever los ritmos por un largo periodo. El ritmo debe ser comprobado en el curso de la lucha, sirviéndose de los síntomas más variados. Además, en el curso de los acontecimientos, el ritmo puede cambiar bruscamente. Pero, a pesar de todo, hay que tener ante los ojos una perspectiva determinada, a fin de efectuar en la misma, en el proceso de la experiencia, las correcciones necesarias.

La gran revolución francesa empleó más de tres años para llegar al punto culminante: la dictadura de los jacobinos. La revolución rusa condujo en ocho meses a la dictadura de los bolcheviques. Vemos aquí una diferencia enorme de los ritmos. Si en Francia los acontecimientos se hubieran desarrollado más rápidamente, los jacobinos no hubieran tenido tiempo para formarse, pues en vísperas de la revolución no existían como partido. De otra parte, si los jacobinos hubieran representado una fuerza ya en vísperas de la revolución, los acontecimientos indudablemente se habrían desarrollado con más rapidez. Tal es uno de los factores que determina el ritmo. Pero hay otros que son acaso más decisivos.

La revolución rusa de 1917 fue precedida de la revolución de 1905, calificada de ensayo general por Lenin. Todos los elementos de la segunda y de la tercera revolución fueron preparados de antemano, de manera que las fuerzas que participaron en la lucha avanzaban por un camino conocido. Esto aceleró extraordinariamente el período de ascensión de la revolución hacia su punto culminante.

Pero así y todo, hay que suponer que el factor decisivo en la cuestión del ritmo en 1917 fue la guerra. La cuestión de la tierra podía ser aún aplazada por algunos meses, incluso acaso por algunos años. Pero la cuestión de la muerte en las trincheras no permitía ningún aplazamiento. Los soldados decían: ¿Qué necesidad tengo de la tierra si yo no estaré allí? La presión de una masa de doce millones de soldados fue un factor que contribuyó extraordinariamente a acelerar la revolución. Sin la guerra, a pesar del ensayo general de 1905 y de la existencia del partido bolchevique, el periodo preparatorio, pre-bolchevista de la revolución, hubiera podido durar no ocho meses, sino acaso un año, dos y más.

El partido comunista español ha entrado en los acontecimientos en un estado de debilidad extrema. España no está en guerra; los campesinos españoles no están concentrados por millones en los cuarteles y en las trincheras, ni se hallan bajo el peligro inmediato de exterminio. Todas estas circunstancias obligan a esperar un desarrollo más lento de los acontecimientos y permiten, por consiguiente, confiar en que se dispondrá de un plazo más largo para la preparación del partido y la conquista del poder.

Pero hay factores que obran en el sentido opuesto y que pueden provocar tentativas prematuras de un combate decisivo que equivaldría al desastre de la revolución: la ausencia de un partido fuerte aumenta la importancia de lo espontáneo en el movimiento; las tradiciones anarcosindicalistas obran en el mismo sentido; finalmente, la falsa orientación de la I.C. abre las puertas a las explosiones de aventurismo.

La conclusión de estas analogías históricas es clara: si la situación en España (ausencia de tradiciones revolucionarias recientes; ausencia de un partido fuerte; ausencia de la guerra) conduce a que el alumbramiento normal de la dictadura del proletariado se vea, según todas las apariencias, prolongado por un plazo considerablemente más largo que en Rusia, existen, por el contrario, circunstancias que refuerzan extraordinariamente el peligro de un aborto revolucionario.

La debilidad del comunismo español, que es el resultado de la falsa política oficial, hace, a su vez, a este último extremadamente susceptible de asimilarse las conclusiones más peligrosas de las directivas falsas. Al débil no le gusta ver su propia debilidad, teme hallarse retrasado, se enerva y corre demasiado. En particular, los comunistas españoles pueden temer las Cortes. En Rusia, la Asamblea Constituyente, aplazada por la burguesía, se reunió después ya del desenlace decisivo y fue liquidada sin esfuerzo. Las Cortes Constituyentes españolas se reúnen en una fase más próxima de la revolución. En las Cortes, los comunistas, si en general logran ir allí, serán una minoría insignificante. De esto puede nacer el pensamiento de intentar el derrocamiento de las Cortes lo más pronto posible aprovechándose de cualquier ofensiva espontánea de las masas. Semejante aventura no sólo no resolvería el problema del poder, sino que, por el contrario, retrasaría considerablemente la revolución, la cual quedaría seguramente con la columna vertebral rota. El proletariado podrá arrancar el poder de manos de la burguesía sólo a condición de que la mayoría de los obreros tiendan a ello apasionadamente y de que la mayoría explotada del pueblo tenga confianza en el proletariado. Es precisamente en la cuestión de las instituciones parlamentarias de la revolución en la que los camaradas españoles deben fijarse, no tanto en la experiencia rusa cuanto en la de la gran revolución francesa. La dictadura de los jacobinos fue precedida de tres parlamentos. Por estos tres peldaños las masas se elevaron hasta la dictadura jacobina. Sería estúpido creer –como los republicanos y socialistas madrileños– que las Cortes pondrán efectivamente un punto a la revolución. No; las Cortes no pueden hacer otra cosa que dar un nuevo empuje al desarrollo de la revolución, asegurando al mismo tiempo una mayor regularidad del mismo. Semejante perspectiva es muy importante para la orientación en el curso de los acontecimientos, para contrarrestar el enervamiento y el aventurismo.

Esto no significa, ni que decir tiene, que los comunistas deban desempeñar el papel de freno de la revolución, y, aún menos, que deban desolidarizarse de los movimientos y de las acciones de las masas de la ciudad y del campo. Semejante política sería funesta para el partido, el cual debe conquistar aún la confianza de las masas revolucionarias. Únicamente porque los bolcheviques dirigieron todos los combates de los obreros y de los soldados tuvieron en julio la posibilidad de evitar la catástrofe de las masas.

Si las condiciones objetivas y la mala fe de la burguesía hubieran impuesto al proletariado el combate decisivo en las condiciones desfavorables, los comunistas habrían, naturalmente, encontrado su puesto en las primeras filas de los combatientes. Un partido revolucionario preferirá siempre exponerse a la destrucción, junto con su clase, que permanecer al margen predicando la moral y dejando a los obreros sin dirección bajo las bayonetas de la burguesía. Un partido aplastado en la lucha penetrará profundamente en el corazón de las masas, y tarde o temprano tomará su desquite. Un partido que se retire en el momento de peligro no renacerá más. Pero los comunistas españoles no se hallan en general situados en esta alternativa trágica. Al contrario, hay todos los motivos para creer que la ignominiosa política del socialismo en el poder y la desorientación lamentable del anarcosindicalismo impulsarán cada vez más a los obreros hacia el comunismo, y que el partido –a condición de que tenga una política justa– dispondrá de tiempo suficiente para prepararse y conducir al proletariado a la victoria.

¡Por la unidad de las filas comunistas!

Uno de los crímenes más vergonzosos de la burocracia staliniana es la escisión sistemática de las filas comunistas, poco numerosas en España, escisión que no se deriva de los acontecimientos de la revolución española, sino que les ha sido impuesta bajo la forma de directivas que se desprenden de la lucha de la burocracia staliniana por su propia conservación. La revolución crea siempre en el proletariado una fuerte corriente hacia el ala izquierda. En 1917 se fundieron con los bolcheviques todos los grupos y todas las corrientes que le eran espiritualmente afines, aunque en el pasado hubieran luchado contra el bolchevismo. El partido no sólo creció rápidamente, sino que vivió una vida interior de una extraordinaria turbulencia. Desde abril hasta octubre, y más tarde, durante los años de guerra civil, la lucha de tendencias y de grupos en el partido bolchevique alcanza en algunos momentos una gravedad extraordinaria. Pero no se producen escisiones, ni tan siquiera exclusiones individuales. La presión poderosa de las masas cohesiona al partido. La lucha interna le educan, le aclara su propio camino. En esta lucha todos los miembros del partido adquieren una convicción profunda en el acierto de la política del partido y en la seguridad revolucionaria de la dirección. Es sólo esta convicción de los bolcheviques de fila, conquistada en la experiencia y en la lucha ideológica, lo que da la posibilidad a la dirección de lanzar a todo el partido al combate en el momento necesario. Y sólo la convicción profunda del partido en el acierto de su política inspira a las masas obreras la confianza en el mismo. Grupos artificiales impuestos desde fuera; ausencia de lucha ideológica libre y honrada; aplicación del calificativo de enemigos a los amigos; creación de leyendas que sirven para la escisión de las filas comunistas. He aquí lo que paraliza actualmente al partido comunista español. Este debe librarse de las tenazas burocráticas que lo condenan a la impotencia. Hay que agrupar las filas comunistas sobre la base de una discusión abierta y honrada. Hay que preparar el congreso de unificación del partido comunista español.

La situación se complica por el hecho de que no sólo la burocracia staliniana oficial en España, poco numerosa y débil, sino también las organizaciones oposicionistas, que formalmente se hallan fuera de la Internacional Comunista –la Federación catalana y el grupo autónomo de Madrid–, carecen de un programa de acción claro y, lo que es todavía peor, están contaminados en una gran parte de los prejuicios que los epígonos del bolchevismo han sembrado con tanta abundancia durante estos últimos ocho años. Los oposicionistas catalanes no tienen la claridad necesaria en la cuestión de la revolución obrera y campesina, de la dictadura democrática y aun del partido obrero y campesino. Esto redobla el peligro. La lucha por la reconstitución de la unidad de las filas comunistas debe ser combinada con la lucha contra la podredumbre ideológica y la falsificación staliniana.

Es esta la misión de la oposición de izquierda. Pero hay que decir la verdad: ésta apenas ha iniciado aún su tarea. Sabemos las condiciones difíciles en que se hallan nuestros compañeros de ideas; persecuciones policiacas ininterrumpidas bajo Primo de Rivera, bajo Berenguer y bajo Alcalá Zamora. El compañero Lacroix, por ejemplo, sale de la cárcel para volver a entrar en ella. El aparato de la I.C., impotente en el terreno de la dirección revolucionaria, desarrolla una gran actividad en el de las persecuciones y de las calumnias. Todo esto dificulta extremadamente el trabajo. Sin embargo, éste debe ser llevado a cabo. Hay que agrupar las fuerzas de la oposición de izquierda en todo el país, fundar una revista y un boletín, agrupar a la juventud obrera, formar círculos y luchar por la unidad de las filas comunistas sobre la base de una política marxista justa.

León Trotski

Kadikei, 28 de mayo de 1931.

La unificación comunista (1932)

Prólogo de Ediciones Comunismo

Secundando las instrucciones dadas al partido español por la Internacional Comunista en su carta abierta, se ha comenzado con gran intensidad, es decir, ferocidad, la campaña contra todos los trotskistas. Se ponen a contribución todos los medios que el apoyo exterior puede facilitar. No se repara en procedimientos; incluso se recurre a las injurias más ofensivas contra los oposicionistas, acusándoles de delatores y agentes de policía. Toda la Prensa, los discursos y los folletos que se anuncian están inspirados en este odio salvaje a los principios que defiende la Oposición Comunista de Izquierda Internacional y su Sección española.

No disponemos ni de la fuerza numérica ni de los medios materiales de que dispone el Partido. Sin embargo, tenemos la firme convicción de defender los ideales del proletariado revolucionario, y ni la violencia periodística y verbal ni la violencia física pueden hacernos cesar en nuestra acción. Estamos dispuestos a defender hasta sus últimas consecuencias nuestros principios y puntos de vista. Frente a las infamias que en torno nuestro difunden los elementos oficiales, aportaremos nuestros puntos de vista, que a la luz de la experiencia nacional e internacional se han acreditado como justos.

En este folleto nuestro camarada Esteban Bilbao expone, en forma de carta, a un camarada, los problemas en relación con la unificación comunista, y explica y desarrolla los orígenes y principios de la Oposición Comunista. Muy en breve publicaremos otro trabajo del camarada Fersen, bajo el título de El trotskismo y el partido oficial. A éste seguirán otros, en los cuales, y de forma popular, iremos exponiendo el fundamento de las críticas comunistas que se califican con el nombre de trotskistas.

Cada vez nuestras publicaciones alcanzan una mayor difusión en toda España y en la mayoría de las Repúblicas americanas. Es preciso que el núcleo de camaradas que con máximo interés siguen desde hace tiempo nuestra actividad, y que ha progresado extraordinariamente en los últimos, nos ayude resueltamente a llevar a cabo las tareas que nos hemos impuesto. Pedimos a todos nuestros amigos que nos ayuden principalmente a divulgar las publicaciones de la Oposición Comunista. Tenemos la seguridad de que muchos trabajadores comunistas no aceptan todavía nuestros puntos de vista porque no los conocen suficientemente.

Editorial Comunismo.

Palabras preliminares

Camarada: Comprendo perfectamente tu indignación y tu sorpresa ante lo que tú consideras torpeza y ceguedad del Partido. Esas aparatosas y hábiles invitaciones a la unificación comunista y a la constitución de un frente revolucionario, que has leído en Mundo Obrero, La Palabra y demás prensa comunista, y en las cuales no se menciona para nada a la Oposición Comunista de Izquierda, han soliviantado tu candor de militante comunista de buena fe.

Para ti la Oposición Comunista de Izquierda, a pesar de todo, es, sin ningún género de duda, infinitamente superior al llamado Bloque Obrero y Campesino y a la Oposición de dicho Bloque (?), tanto por la calidad de sus hombres como por el valor revolucionario de sus concepciones, como por la justeza y previsión de sus puntos de vista. Y no te explicas cómo el Partido, en sus primeros pasos para lograr la unificación, ha podido olvidar o desdeñar una fracción de tanta importancia como la Oposición de Izquierda.

Seguramente entre los militantes oficiales del Partido son muchos los que participan de tus mismas preocupaciones. Y hasta es muy posible que algunos, cándidamente, lleguen a llamar la atención del Comité Ejecutivo, haciéndole ver el olvido. Pero no hay tal olvido, camarada. Ni olvido ni desdén, créeme. La tolerancia de la Oposición Comunista de Izquierda dentro delas filas oficiales del Partido está más allá de las pobres posibilidades de la dirección nacional. Precisamente la dirección nacional es un simple mandado que no tiene otra misión que impedir por todos los medios que la Oposición hable a los militantes del Partido.

Es indudable que el Partido, el verdadero Partido, los militantes de base que no tienen ciertos intereses particulares, que no están sujetos a ciertos compromisos, desean fervorosamente la unificación comunista. La unificación comunista es la primera garantía del triunfo del proletariado, en efecto. Pero una cosa es la unificación comunista y otra cosa es la sumisión de todos los comunistas al interés de un puñadito de funcionarios con el desacreditado cuento de la línea política, la disciplina, etc., etc. Si solamente se tratara de aceptar la imposición de una de las fracciones no existiría problema de unificación, sino una simple cuestión de adhesión. Para ese viaje no se necesitan alforjas, ni tendría sentido la diversidad de tendencias en el campo del comunismo. Precisamente lo que está en tela de juicio y necesita una profunda revisión es lo que la fracción oficial quiere dejar a salvo. Todo ese zurdo tinglado técnico que se quiere hacer pasar por estrategia y táctica revolucionarias, esa jerigonza o caló staliniano –social-fascismo, anarco-fascismo, politización, fascización, dictadura democrática, partidos obreros y campesinos bipartitos, bloque de las cuatro clases, integración del kulak en el socialismo, socialismo a paso de tortuga, kulak, ¡enriquécete!, socialismo en un solo país– que se ha puesto en circulación con el pabellón del leninismo; toda esa basura seudorrevolucionaria bajo la cual ha quedado enterrado el marxismo y la dialéctica revolucionaria; toda esa sarta de torpes consignas, combinaciones y maniobras burocráticas, que han acarreado a la revolución desastres en serie y han llevado los partidos a la más completa desmoralización e impotencia y al proletariado a un callejón sin salida, es lo que los funcionarios que constituyen la fracción oficial quieren que se acate sin discusión, como condición previa a la unificación. Para ello acuden al fetiche de la línea política de la Internacional. Por lo visto, una determinada política se acredita no por sus aciertos, sino por llevar el marchamo oficial. Ocurre con la línea política de la burocracia lo que con la autoridad: es un principio absoluto. Y se justifica no por esto o por lo otro, sino, per se, porque sí.

La línea política

Esta concepción supersticiosa y fetichista de la línea política es perfectamente extraña al marxismo. El marxismo es un método científico, revolucionario, incompatible con todo fantasmón o palabra tabú. El marxismo no se casa con nadie ni se presta a alcahueterías. Para el marxismo, una cosa se justifica históricamente por su eficacia en el desarrollo de las contradicciones sociales, en sentido del triunfo de las fuerzas progresivas, y no por razones de orgullo, de amor propio o de conservación de prestigios. La crítica es el elemento constante del marxismo. Y la crítica marxista no se detiene ante ninguna clase de prestigios, máxime si los tales prestigios obstaculizan la ruta del triunfo del proletariado.

Tapar las faltas, evitar la crítica, acumular error tras error y defender a porrazos lo que ha sido mal hecho, con ese procedimiento de la santidad de la cosa juzgada –juzgada ante un corro de servidores de manga ancha–, tal ha sido la política marxista que trata de ampararse con el timito de la línea política de la Internacional. Se ignora o se finge ignorar que una dirección revolucionaria con el estómago repleto de pecados y de crímenes de lesa revolución no va a ninguna parte si previamente no vomita la podredumbre que lleva en el buche. Los instrumentos de la revolución se afinan y se perfeccionan en la experiencia, en la crítica, y el examen sereno de los acontecimientos históricos, en el estudio y aclaración de las causas y motivos que concurren tanto a los triunfos como a las derrotas. Eliminar autoritariamente la crítica, prohibir el examen para dejar a salvo la responsabilidad de la dirección, para que no padezca el prestigio de las cimas directoras, sólo conduce a cegar las fuentes del conocimiento para hacer inevitables los desastres. Es dar una puñalada por la espalda al marxismo y a la revolución. Esta y no otra es la verdadera línea política de la burocracia directora.

La Internacional desde 1923

Camarada, tú sabes bien que desde 1923 han ocurrido en el mundo acontecimientos de importancia decisiva a los cuales ha ido íntimamente unida la suerte del proletariado internacional. Parto de 1923 porque es el año en que se inicia en la Internacional Comunista un cambio radical que coloca el porvenir de espaldas a las lecciones del Octubre ruso de 1917. En 1923, ante una situación francamente revolucionaria, capitula sin lucha la dirección del Partido Comunista Alemán. En 1924 tiene lugar la desdichada aventura putchista de Bulgaria. En 1925, el golpe de Estado de Estonia. En 1926, la huelga general inglesa, ahogada en la salsa reaccionaria del Comité anglorruso. En 1927, la hecatombe de la revolución china, sacrificada al amasijo menchevique con el kuomintang. En 1928, los acontecimientos revolucionarios de Viena. En 1930, la caída de la primera dictadura en España. En 1931, la caída de la monarquía española.

De todos estos grandes acontecimientos, el proletariado salió vencido, ya actuara, ya se inhibiera; los partidos comunistas, deshechos; la Internacional desacreditada, y la contrarrevolución, triunfante. ¿Es posible tomar en serio después de esto la infalibilidad de la línea política de la Internacional? ¿Conoces tú acaso, camarada, militante oficial de la Internacional, la forma en que actuó la dirección oficial en todos estos descalabros? ¿Sabes qué estrategia y qué táctica empleó? ¿Te has enterado en qué sentido se orientaba la dirección oficial entre desastre y desastre? Seguramente que no.

Nadie te habrá explicado todo esto ni lo habrás leído en ninguna parte. Y, sin embargo, el conocimiento de todos estos pormenores es esencial a la formación de todo verdadero comunista. Tú sólo sabes que existe una tal línea política oficial imperturbable, siempre inatacable, siempre indiscutible y siempre sagrada, ocurra lo que ocurra en este bajo mundo. Que la simple duda atrae el anatema, la maldición y la excomunión sobre la cabeza del infeliz mortal que tenga la osadía de reclamar pruebas acerca de la autenticidad y validez del fetiche. La eficacia de la línea política, por lo visto, es como la hermosura de Dulcinea: hay que afirmarla aunque con los ojos se vea lo contrario. Todo es cuestión de la clásica fe del carbonero.

Lo que significa la Oposición

Pues bien, camarada; si para la Oposición Comunista de Izquierda se hallan cerradas a cal y canto las puertas oficiales de la Internacional es por la sencilla razón de que los oposicionistas no participamos de la fe del carbonero, ni de la manga ancha de los apologistas retribuidos. La O. C. de I. también posee su línea política, y por cierto bien contrastada y bien probada en la piedra de toque de los acontecimientos mundiales. Como que es la línea política que hizo posible el primer triunfo decisivo del proletariado en el antiguo imperio de los zares. Línea política enriquecida por toda la experiencia posterior. Marxismo de pura ley, sin trampa ni cartón. La honrada comparación, a la luz de la crítica de los hechos, de las dos líneas políticas, la oficial y la de la Oposición, sería el mejor curso de política comunista y ahuyentaría la confusión sembrada por los que están interesados en que la charca no se aclare...

Y ahora escucha esta triste verdad de gran tamaño, camarada: la suerte de la revolución proletaria internacional va íntimamente unida a la suerte de la Oposición Comunista de Izquierda. Cuando se atropella a la O. C. de I., la revolución se viste de luto. Los 8.000 bolcheviques que en los presidios y el destierro siberiano agonizan bajo la brutal y reaccionaria imposición de Stalin constituyen el testimonio viviente de la hecatombe de la revolución proletaria en el mundo. Se trata de la destrucción de los compañeros de armas de Lenin que purgan como un horrible delito su fervorosa adhesión al marxismo y a la revolución proletaria. El destierro y el alejamiento forzado de Trotsky de la dirección de la política revolucionaria equivale al mayor paso que haya dado la contrarrevolución en el mundo desde el triunfo de Octubre, es la consecuencia de un verdadero golpe de Estado contrarrevolucionario.

No os regocijéis, compañeros sinceros pero mal aconsejados, cuando la burocracia impide el acceso de la Oposición al Partido, pues inconscientemente participáis de la alegría de los enemigos del proletariado. Quizá también la conducta de vuestros jefes tiene mucho de inconsciente, aunque haya por medio un sueldo, una personalidad y un prestigio. En la Internacional hay muchos que defienden lo que no creen para no perder el destino.

En todos los acontecimientos importantes acaecidos en el mundo, y de los cuales ha estado pendiente el porvenir y la suerte de la revolución proletaria, la Oposición de Izquierda jamás dejó de decir su palabra. Con una insuperable intuición supo siempre anticiparse a los hechos, comprender el desarrollo interno de las fuerzas sociales, el proceso dialéctico de los antagonismos, tanto en los períodos de relativo equilibrio como en las derivaciones de los cambios bruscos. Prever y señalar la política adecuada a cada momento histórico, tal ha sido siempre la virtud específica de la Oposición de Izquierda. Ni una sola vez la realidad ha podido desmentir la justeza de los pronósticos y de los juicios de la Oposición. Pero, por desgracia para el proletariado, los movimientos revolucionarios se encauzaron sistemáticamente en el sentido de la catástrofe inevitable. ¿Por qué?

La revisión del marxismo

A partir de la desaparición de Lenin, y debido a una serie de circunstancias desfavorables al curso ascensivo de la revolución, se inicia en el Partido Comunista ruso un verdadero proceso de revisión de la teoría, de la táctica, del método y de la organización del partido revolucionario del proletariado. Una fracción del partido –integrada precisamente por los elementos contra los cuales Lenin tuvo que imponer sus tesis de Abril de 1917 y cuya actitud oportunista y cobarde en el momento de la insurrección no había sido casual– logró trepar a la dirección.

Esta fracción imprimió a la política del partido ruso una orientación bastarda y en contradicción con las concepciones fundamentales de la dialéctica marxista y de los puntos de vista que condujeron al triunfo de octubre. De la necesidad de criticar la falsa política de la nueva dirección surgió la fracción de izquierda, en torno a la cual se agruparon los mejores combatientes de la revolución, los que por su clarividencia, su desinterés, su abnegación y su profundo conocimiento de la dinámica revolucionaria y del carácter internacional de los antagonismos sociales, eran los legítimos caudillos del proletariado triunfante. El programa, la táctica y las concepciones de la fracción de izquierda eran las del bolchevismo auténtico, desplazado de la dirección por el grupo centrista. La nueva dirección, oportunista, burocrática y sin principios no hubiera podido mantenerse mucho tiempo de no ser por los procedimientos extralegales introducidos en el Partido.

A pretexto de disciplina y de orden se suprimió el derecho de crítica y de libre emisión del pensamiento revolucionario en las filas del Partido, todo para impedir a la fracción íntegramente marxista la exposición de sus puntos de vista. Se seleccionó el personal de los puestos del aparato, tanto del Partido como del Estado, según un criterio artificial y arbitrario, teniendo en cuenta no los méritos, revolucionarios de los militantes, sino el grado de sumisión y obediencia al interés del nuevo grupo dirigente. Todos los organismos del Estado soviético y del Partido –la prensa, la radio, el cinema, el teatro, las escuelas, las universidades, las editoriales, la Policía, los tribunales, etc., etc.– se convirtieron en poderosos instrumentos de falsificación, de calumnia y de coacción contra el ala izquierda del Partido y al servicio exclusivo de la burocracia dirigente. Al mismo tiempo se suprimió la democracia interna en el Partido y se instauró la dictadura de la dirección sobre la base.

La fracción izquierdista, los militantes forjadores del triunfo de la revolución tuvieron que recurrir a procedimientos clandestinos, para hacer la propaganda de su plataforma política. La represión más inicua y canalla se desencadenó contra la falange de magníficos revolucionarios que ponían por encima de todo el interés supremo de la revolución. Expulsados del Partido, perseguidos, acosados, deportados, desterrados y asesinados, pasaron a ser oposición. Tal es el origen de la Oposición Internacional de Izquierda.

Cómo se ha combatido y combate a la oposición

Con las demás secciones de la Internacional se obró de la misma manera. El Partido Comunista ruso, debido a su superioridad y a sus condiciones especiales, siempre ha ejercido la hegemonía directora de la Internacional. Este fenómeno es, desde luego, natural y hasta necesario. Pero a partir del cambio de dirección, la fracción centrista y burocrática del Partido ruso empleó todos sus enormes recursos en corromper y mediatizar las secciones de la Internacional, sometiéndolas a los intereses particulares del grupo dirigente. Los militantes perdieron la facultad de nombrar los Comités superiores. La ayuda económica de la revolución rusa se convirtió, en manos de la burocracia, en un elemento de corrupción y de soborno para sujetar los Comités de las secciones e imponer a los partidos como única política la voluntad usurpadora de la burocracia soviética.

Desde hace años las direcciones oficiales de los partidos comunistas no son otra cosa que encubridores pagados de los desastres a que ha conducido la revolución el grupo burocrático y de las infamias realizadas contra la Oposición de Izquierda. Pero, con todo esto, la Oposición ni calló ni callará. En esta partida está en juego el porvenir de la revolución. Fiel a su misión de alumbrar la ruta de la revolución proletaria, la Oposición de Izquierda expresó su punto de vista con anticipación a los hechos, tanto en lo que respecta a los asuntos interiores del Estado soviético como en lo que afecta a las cuestiones internacionales. La revisión oficial, siempre torpe y con retraso, no tuvo otra preocupación que la de no coincidir con el criterio de la Oposición.

Había que poner de manifiesto la diferencia de las dos líneas políticas. Coincidir hubiera supuesto para la dirección oficial un desprestigio. Mas como la Oposición, mejor armada en cuanto a conocimiento y perspicacia, marcaba siempre la orientación justa, resultaba que la dirección oficial, al rehuir la línea política de la Oposición, daba de bruces en el fracaso y el desastre. Los acontecimientos daban siempre la razón a la Oposición. La impotente rabia de la dirección oficial se desahogaba desencadenando la represión contra los oposicionistas. Con ello la revolución y el proletariado pagaban el pato. El odio feroz de la burocracia dirigente hacia la Oposición de Izquierda no es otra cosa que pánico insuperable.

La Oposición de Izquierda es el juez implacable que ha de condenar los horrendos crímenes de la burocracia staliniana contra el proletariado. La Oposición de Izquierda demostrará a la faz del mundo el infame contenido contrarrevolucionario de toda la política antitrotskista de la burocracia que tiene por jefe a Stalin. Su política honradamente revolucionaria, su crítica valerosa y sin ejemplo le ha costado a la Oposición de Izquierda, a la verdadera dirección de la revolución proletaria mundial, torturas y sufrimientos sin nombre. Por mucha que sea la ferocidad de Stalin y el servilismo de sus criados para tratar de evitar lo inevitable, el veredicto de condenación lo pronunciará implacable el proletariado.

Crisis capitalista y postración comunista

No te extrañe, camarada, la postración, el desaliento y el caos que reinan en el seno del proletariado. Dices tú que no te explicas cómo estando el capitalismo en plena agonía en todo el mundo la contrarrevolución triunfa y los partidos comunistas decaen y languidecen. Verdad es que el fenómeno resulta desconcertante al sano sentido común. Pero es que el sentido común de un proletario consciente no es igual al sentido común de la generalidad de los mortales. La lógica formal, el simple razonamiento, aun kantiano, se estrella forzosamente al enfrentarse con los hechos históricos, preñados de contradicciones y antítesis. La lógica de un comunista ha de basarse, no en la razón humana, sino en la dialéctica revolucionaria. Y para manejar un poco la dialéctica hay que conocer los hechos y el sentido en que se mueven.

A la altura en que nos encontramos, todo comunista que tenga en la cabeza algo más que cuatro frases hechas y media docena de lugares comunes vacíos, debe recapacitar seriamente y hacer el siguiente soliloquio:

Desde hace una partida de años la revolución no ha sufrido más que derrotas en todo el mundo. En Alemania, en Estonia, en Finlandia, en Bulgaria, en Inglaterra, en China, en Austria, en España. De la mayor parte de estos países no tengo idea de que haya quedado algo que se parezca a un partido comunista. En Francia sé que el Partido se ve reducido a la última expresión. Jamás oí hablar del Partido Comunista de los Estados Unidos. En Inglaterra se ha hundido por completo el reformismo. Lo más natural es que el Partido Comunista inglés hubiera arrastrado a los trabajadores. Pero no; son los conservadores quienes han ganado la partida. En Alemania se desmoronan todos los partidos burgueses, pero está a dos dedos del Poder el fascismo, que aniquilará por completo las organizaciones proletarias.

Verdad es que el capitalismo está en franca descomposición. Este fenómeno debiera coincidir con un desarrollo y armamento invencible de los partidos de la revolución. Pero precisamente es lo contrario lo que ocurre. Sin embargo, de creer a nuestros jefes, en los partidos comunistas todo marcha como sobre ruedas. El capitalismo se hunde, los obreros se radicalizan, la revolución avanza, el Partido crece sin cesar y las masas siguen al Partido. Por otra parte, la dirección es infalible; nadie pone peros a la línea política. Los elementos dudosos fueron excluidos. Parece, pues, que no puede haber equivocaciones. Verdad es que existe la Oposición trotskista. Pero ésta está fuera del Partido por contrarrevolucionaria, y además parece que son pocos. Claro que la cantidad no es el todo; lo principal es estar en lo cierto. Reconozco que en muchas cosas la Oposición tiene razón. Ya no hay discusiones, ni polémicas de fracción, ni siquiera Congresos. ¿Será que todos pensamos ya igual o será que no pensamos ninguno? Se reciben órdenes y circulares de arriba y eso basta. Todo se aprueba por unanimidad, mejor dicho, todo lo hacen arriba.

Antes, en vida de Lenin, había libertad de crítica y se discutía al propio jefe de la revolución. Los comités y delegaciones se nombraban por voluntad de los militantes. Ahora los dirigentes reciben órdenes de Moscú y las imponen al Partido. Esta moda la ha debido de traer Stalin. Yo no sé de nadie que haya discutido a Stalin. ¿Será infalible como el Papa?

La verdad es que Stalin debe ser algo asombroso. El ha descubierto que Trotsky ha sido siempre un contrarrevolucionario disfrazado. Lo que parece mentira es que Lenin no hubiera caído en la cuenta, tan intransigente como era con toda desviación. Muy vivo tenía que ser Trotsky para engañar al propio Lenin y a todos los revolucionarios. Porque la verdad es que no había un solo comunista que no fuera un ferviente adorador de Trotsky.

La moda antitrotskista

Ahora todos somos antitrotskistas; es una obligación impuesta en el Partido. La dirección no se preocupa siquiera de si sabemos leer; lo único que le interesa es que los militantes sean antitrotskistas. Yo no sé lo que es el trotskismo y creo que como a mí les pasa a casi todos. Yo siempre he creído que Lenin y Trotsky eran los dos mejores revolucionarios... Francamente, no sé por qué con el partido no se juega limpio. Por lo menos, cuando uno es una cosa debiera saber por qué lo es.

Nos dicen que para estar en la línea hay que ser antitrostskista, que es la única manera de seguir una política justa. Sí; también el año pasado la línea política era la justa y en nombre de ella se combatieron las críticas de los trotskistas y se les trató de contrarrevolucionarios. Bullejos combatió un folleto de Trotsky con un artículo que titulaba: El decálogo de un menchevique. Bullejos había prometido una serie de artículos para refutar a Trotsky, pero no pasó del primero.

Luego vino la circular del Ejecutivo diciendo que había que cambiar por completo la línea política; que todo lo anterior era completamente falso. Y hubo que empezar a hablar en el sentido propugnado en el folleto de Trotsky y de las críticas de la Oposición. ¿Y por qué no se rehabilita a los que estaban en lo cierto? Y, sobre todo, ¿por qué no se cuenta con los militantes para hacer las cosas? ¿Tendrá razón la Oposición trotskista? Porque ya va picando en historia eso de ir tan bien las cosas y no contemplar más que calamidades sin que tenga uno derecho a que le descifren tan enrevesado enigma. Será cosa de enterarse bien de cuál es el pensamiento de la Oposición. Y, sobre todo, que es estúpido combatir una cosa que se desconoce, sólo porque se lo ordenen a uno.

Sí, camarada, conviene que todos los comunistas recapaciten seriamente y traten de conocer las cosas. Muchas veces, por ignorancia, hace uno lo contrario de lo que sería su deseo. Cuando se desconocen las cosas puede uno incluso perseguir y calumniar a su mejor amigo; depende de la intención y del interés de la mano que le guíe. Es necesario no confiar excesivamente en los dirigentes, sobre todo cuando sólo piden obediencia...

¡Ah!, y no tomes mucho a pecho el olvido en que a los oposicionistas nos tiene el Comité Ejecutivo del Partido. Ellos, los pobres, no pueden hacer otra cosa porque entonces dejarían de ser lo que son, perderían la colocación. Los miembros del C. E. no hacen más que obrar al dictado, no se pertenecen, no están en posesión de su libre albedrío. Son los militantes de base los que han de imponerse.

Saludos fraternales.

Esteban Bilbao,

Marzo, 1932

¿Qué son las Alianzas Obreras? (1934)

La gran tendencia intuitiva hacia la unidad de combate de la clase trabajadora, desarrollada a impulso del triunfo fascista en Alemania y Austria, nos induce a escribir este folleto con el propósito de esclarecer las ideas de frente único, rodeadas hoy, tanto en España como en otros países, de una atmósfera confusa que empaña los resultados efectivos de la forma más contundente de lucha revolucionaria.

Nada aparece tan claro en el momento presente como el espíritu de unidad, que invade los sectores todos del movimiento obrero; sin embargo, juiciosamente, debemos reconocer los escasos resultados prácticos de las acciones colectivas, lo que, sin duda, no es culpa de la política de combate unificado. Los errores, equívocos, deformaciones u omisiones en la idea que cada organización sustenta respecto al frente único, son la causa del estado embrionario en que ésta se encuentra. No tratamos de responsabilizar por ello a una sola organización, porque esto equivaldría a reconocer justas las posiciones de las restantes, cosa que dista bastante de la verdad; pero estamos persuadidos de que una labor eficiente y ordenada, puesta en práctica desde y por las Alianzas Obreras, recorrería pronto casi todo el camino de la unificación revolucionada, contra cuyo bloque la reacción saltaría despedazada.

Lo particular de nuestro movimiento de frente único es que, sin negarse abiertamente ninguna organización a realizarlo, las que componen las A.O., salvo escasas excepciones, son las socialistas y otras organizaciones de efectivos no muy numerosos, como la Izquierda Comunista, pero cuya constancia y trabajos en favor del frente único se nivelan con la claridad y consecuencia en su aplicación a la lucha cotidiana. La C.N.T. y el Partido Comunista, por diversos caminos, llegan al mismo punto: la negación de las A.O. como organismos de lucha unificada. Para la central sindical dirigida por la F.A.I., su posición tortuosa, adhiriéndose en unos sitios a las A.O., combatiéndolas en otros o guardando silencio en no pocos, revela la crisis ideológica que debe terminar con la muerte del principio apolítico, su inspirador tradicional. Las consecuencias funestas del aventurerismo anarquista, tan palpables en estos últimos años, coinciden con el sentimiento general de unirse frente al fascismo jesuita que nos amenaza de cerca, para crear el primer punto de discordancia entre los trabajadores de la C.N.T. y sus líderes anarquistas. La gran mayoría de los primeros simpatiza vivamente con las A.O.; en cuanto a los segundos, mentalidades de la más escasa densidad, sólo pueden conservar sus propiedades, como ciertos gases, cerrados a todo contacto con el mundo exterior. Por tradición, por temperamento y por conservantismo –en el sentido más circunscrito de la palabra–, la F.A.I. agotará todos sus recursos antes que consentir el ingreso de la C.N.T. en A.O. Será la independencia de la C.N.T. respecto a la F.A.I. la que determine su incorporación al frente único. La tendencia por la Alianza dentro del organismo confederal, se identifica con el fin del apoliticismo. En esta diferenciación ideológica, las A.O. pueden desempeñar un gran papel, dando a los obreros armas con que hostilizar a los líderes faístas encastillados. Que aquéllos comprendan las ventajas de la lucha en común y puedan preguntar a sus jefes por qué se niegan a combatir. La responsabilidad del porvenir político de las masas confederales recae sobre la A.O. Esta debe precipitar la nueva formación ideológica, dando expresión viva y cumplida al gran espíritu combativo de las primeras. Todos los medios, especialmente la agitación pública, deben ser utilizados a tal fin. Si esto no se hace y las A.O. permanecen en la misma actitud muda que hasta hoy, entonces sería posible que los obreros volvieran nuevamente la vista hacia el apoliticismo.

La negativa del comunismo oficial a participar en el movimiento de las Alianzas, ofrece aspectos más complejos. El frente único por la base, consigna tan apegada al stalinismo como el corcho a su alcornoque, ha sufrido uno de los cambios repentinos que caracteriza el camino zigzagueante del centrismo burocrático. Ayer mismo, las A.O. eran para el stalinismo el escamoteo consciente del frente único; los que las integrábamos, traidores al proletariado, y los dirigentes del comunismo Oficial (palabras de Galán), incapaces de sentarse a la misma mesa con los socialistas sin ruborizarse, como una joven virgen obligada a convivir con una prostituta. Pero, como todo lo artificial, los escrúpulos stalinianos pueden desaparecer rápidamente. No nos extrañaría que la prostituta pasara, desde una fecha fija, a la categoría de célibe inmaculada.

Ya se hace sentir el principio de esta metamorfosis en los Partidos Comunistas del mundo entero. Los burócratas que bajo las enseñas más heterogéneas (socialismo en un solo país, gobierno obrero y campesino, bloques con los partidos pequeñoburgueses, tercer período, teoría del socialfascismo y frente único por la base, etc.) derrumbaron los cimientos de la organización comunista internacional, se disponen a liquidar sus existencias.

No fuera mala, en verdad, esta liquidación si en su postrer movimiento el stalinismo no pretendiera, una vez más, servirse del proletariado mundial para defender los intereses de una burocracia soviética que liquidaría también el primer Estado proletario si pudiera salir incólume de la transacción.

Francia y España nos dan los mejores y más próximos ejemplos de este viraje, que puede llegar a ser el último de la I.C. Aquí y allí, los gritos contra el socialfascismo han dado paso, sin transición, a negociaciones aisladas con los Partidos Socialistas, que buscan, bajo pretexto de frente único, acuerdos limitados a los dos partidos. Con ser esto bastante, no nos autorizaría a sospechar segundas intenciones si paralelamente al cambio de rumbo no hubiera nacido una tendencia a la unidad orgánica –expresada en España por Bela Kun en Mundo Obrero de los días 18 y 19 de agosto–, y si las negociaciones con los socialistas no tuvieran por base la ignorancia de A.O. y de todos los sectores proletarios no socialistas. En Francia, los acuerdos ya concertados con el P.S.F. lo han sido renunciando el comunismo oficial a todas sus posiciones, incluso la de libertad de crítica. En España, la misma promesa fue ofrecida a los socialistas, con una sola condición: renunciar a las A.O. El compadrazgo con sus congéneres de la II Internacional agrada a los burócratas stalinianos mucho más que la libertad de crítica reinante en las A.O. y el uso enérgico que de ella hacen organizaciones como la Izquierda Comunista.

Ingresar en las Alianzas es peligroso para el stalinismo. Nos inclinamos a creer que sólo lo hará en el caso de máxima presión de las masas; pero, en cambio, se entregarían casi sin condiciones a los socialistas solos. El ruego de los intereses de la burocracia soviética, que dirige la política de la I.C., les conduce de lleno a la fusión con el socialfascismo. Perdida la facultad de defender revolucionariamente a la U.R.S.S., la burocracia se defiende diplomáticamente. La capitulación ante Roosevelt, la venta del ferrocarril del Este chino, los acuerdos guerreros con Francia y la nueva tendencia: Una sola clase, un solo partido, nacen todos del agotamiento de una Internacional que, tras el socialismo en un solo país, asfixió la revolución mundial. La U.R.S.S. es lo único que queda en pie de la gigantesca tarea de la I.C.; pero quienes no tienen fuerza para defender la revolución soviética con la revolución mundial, no pueden ser los guardianes de lo que fue erigido con la sangre de los combates revolucionarios. La defensa de la U.R.S.S. está reservada para la nueva formación revolucionaria, que las exigencias de la lucha de clases hará surgir en todos los países.

Para cubrir las apariencias de su entrega, los stalinianos oponen los Soviets a las A.O. Esto no pasa de ser una contraoposición para eludir su ingreso en las Alianzas, ya que, descontando la pureza de unos organismos creados artificialmente, las A.O. españolas tienen todas las perspectivas ante sí; pueden llegar a desempeñar la misma función que los Soviets y a tener la misma o parecida estructura orgánica. En lugar de buscar el frente único y depurar los futuros órganos del Poder político, los comunistas les oponen otros organismos que no existen, sin acordarse de que el marxismo admite las formas diversas; no «inventa», sino que se limita a generalizar, hacer conscientes las formas de luchas de clases revolucionarias que aparezcan por sí mismas en el curso del movimiento4. He aquí la tarea del momento, camaradas del Partido oficial: hacer conscientes las Alianzas, o, lo que es lo mismo, combatir desde dentro y desde fuera, con las armas de la crítica, las impurezas que puedan oxidarlas.

Utilizadas con verdadero propósito de combatir el fascismo y la contrarrevolución en general, las A.O. pueden prestar al proletariado servicios insustituibles. Sobre la base de lo que ya hay hecho, en poco tiempo el movimiento obrero adquiriría un impulso irresistible para la reacción. La condición primera es salir del letargo en que viven hasta hoy. Tan pronto como las A.O. den los primeros pasos en la dirección de las luchas de frente único, el desarrollo natural ampliará su base y depurará los métodos hasta convertirse en los verdaderos organismos representativos del Poder proletario. Si, por el contrario, las A.O. no se orientan hacia la actividad, la parálisis convertirá en organismos inútiles lo que nació para cubrir una necesidad imperiosamente sentida.

Aquí nos encontramos con la tercera falsa posición de frente único, la que más poderosamente ha contribuido a perpetuar la inutilidad casi absoluta de las A.O. Nos referimos al Partido Socialista.

¿Qué piensa el P.S. de la Alianza? ¿Qué bases y margen de lucha les concede? ¿Por qué no se ha extendido a toda la nación? ¿Qué papel deben desempeñar en la revolución, simplemente episódico o durable? ¿Qué relaciones de disciplina deben guardarse entre las A.O. y las organizaciones integrantes? ¿Qué métodos de combate utilizar? ¿Qué armas opondrá a las de la contrarrevolución? El silencio casi absoluto hecho por la Prensa socialista alrededor de las A.O. nos obliga a tomar como base las declaraciones hechas por Santiago Carrillo en las conversaciones con los jóvenes comunistas oficiales.

Los puntos principalmente mantenidos por el representante oficial de las J. S., pueden resumirse así:

  1. Todo principio de frente único esta vinculado en las A.O.
  2. Estos organismos tienen como fin exclusivo la insurrección armada y conquista del Poder político.

La primera tesis de los jóvenes socialistas es justa, por ser las Alianzas órganos nacidos en el curso de los acontecimientos. No quiere decir esto que aquéllas sean imperfectibles. Al contrario, sus defectos son muchos. De la forma y los métodos que en la actualidad les sirven de base, a los que por derecho de sus fines les corresponden, media una distancia no pequeña. Pero aquella verdad queda desvirtuada por el segundo disparate y el no menos disparatado análisis de que los socialistas la rodean. [8] Veamos. Para negar a la conclusión del fin insurreccional, exclusivo, de las Alianzas, Carrillo nos ha dicho antes que el proceso ascendente de la revolución sigue su curso y que las consignas parciales están ya agotadas, lo mismo (¡!) que en julio de 1917, aquel momento en que Lenin, frente a los aventureros, contuvo el movimiento espontáneo de las masas. Hay en esta apreciación del momento revolucionario que atravesamos tan confusa trama de errores y falsas apreciaciones, que tememos no poder refutarlas convenientemente en el reducido espacio de este folleto.

En primer lugar, la revolución no sigue su curso ascendente. Es preciso acabar con las frases fáciles destinadas a alargar la esperanza de los trabajadores. Sólo los snob del movimiento obrero se desmoralizan al conocer las desventajas de su situación. ¿Cuáles son las pruebas materiales de ese curso ascendente de la revolución? Hemos visto al más inepto de los Ministerios dominar huelgas como la campesina, resistir conflictos como el de la ley de Cultivos de Cataluña, encarcelar a centenares de revolucionarios, deponer Ayuntamientos socialistas y clausurar miles de Centros obreros, perseguir insistentemente la Prensa y prohibir toda clase de actos de propaganda por tiempo indefinido, dictar medidas contra las organizaciones revolucionarias juveniles y prestar paralelamente una ayuda sin disfraz a los fascistas. Todo esto la ha hecho un Gabinete que nació sin vida, y hubiera sucumbido a la primera batalla seria que el proletariado le presentara. Es radicalismo eruptivo hablar en estas condiciones de curso ascendente de la revolución. No queremos decir tampoco que la revolución siga el camino inverso, porque la realidad es que nos encontramos en la encrucijada más importante y muy próximos al fin del statu quo relativo a que dio lugar el fracaso de la parada fascista de El Escorial. Para ser veraces por completo hay que decir que la reacción ha progresado desde entonces acá. A través del Poder, la reacción tiene siempre los hilos conductores del mando. Es libremente, al margen de la legalidad gubernativa, como el proletariado hace ostensible su peso social. Con todos los Gobiernos, las derechas progresan si la tensión y demostraciones revolucionarias de las masas no las mantiene en sus límites u obliga a retroceder. Es una abstracción muy peligrosa [9] hablar, como los jóvenes socialistas, de progreso ascendente de la revolución independientemente de las manifestaciones exteriores del Poder existente. En la actualidad, la fuerza del proletariado es enorme; pero su energía permanece almacenada, contenida a causa precisamente del criterio optimista que impera en el socialismo. El desenvolvimiento de la lucha de clases es el que ha de determinar el curso ascendente o descendente de la revolución. A uno u otro lado no se inclinará la balanza sin que los encuentros entre burguesía y proletariado (provocados por los patronos, por los obreros o por el Gobierno, sea en forma política, económica o cualquier otra) determinen el peso social de cada una. La estabilidad o, para ser más claro, el miedo de las derechas al movimiento revolucionario y el del movimiento obrero a las derechas no puede prolongarse mucho tiempo. El curso favorable puede decidirlo el movimiento obrero sólo con manifestar su poder utilizando los innumerables conflictos pendientes y los que diariamente surgirán.

Carrillo, en inexplicable confusión, ha tomado de la revolución rusa el ejemplo que mejor sirve para enterrar su tesis. En julio de 1917, las masas de Petrogrado, después de batir a la reacción en una serie de casos con que en España no contamos aún, se lanzó a la calle, sobreestimando su fuerza, no para una batalla más al capitalismo, sino a la lucha final. Fueron algunos de sus jefes tan optimistas como el socialismo de izquierda, quienes también veían llegado el momento. Sólo la gran comprensión y claridad de conceptos de Lenin pudo dominar la situación. Lo que comenzaba por un puch que hubiera quebrantado la fortaleza del proletariado se convirtió en una batalla parcial más. El momento de la insurrección no había llegado. De julio a octubre, el triunfo quedó asegurado por medio de nuevas conquistas parciales del proletariado.

Entre conquistas parciales e insurrección se ha establecido en España una confusión que puede dar los peores resultados. No hay insurrección sin conquistas parciales, ni conquistas parciales seguras sin insurrección. De la declaración de los jóvenes socialistas parece deducirse que las conquistas parciales se circunscriben a mejoras dentro del capitalismo. Como en tantos otros puntos de las obscuras declaraciones socialistas, tampoco aquí los stalinianos hicieron la menor luz. Las conquistas parciales son necesarias porque no se puede saltar etapas en la revolución. Oponer a un Gobierno reaccionario la toma del Poder político es una insensatez indigna de un revolucionario. Hacer la revolución es, ante todo, expresar políticamente las necesidades de las masas. No hay que establecer divisiones entre lo político y lo económico. La consigna política del proletariado deriva inmediatamente de su situación económica y libertades de movimiento. Cuando se nos prohíbe saludar en la calle a un camarada, la consigna no puede ser el Poder para el proletariado. Ante todo necesitamos libertad para hablar y organizar. Como todo movimiento, el revolucionario no puede empezar a cien kilómetros de velocidad y veinte atmósferas de presión. Nuestra potencia de hoy la duplicaremos mañana si sabemos utilizarla con arreglo a su graduación. Carrillo estima que ésta es semejante a la de Rusia en 1917, y así juzga al proletariado maduro para la insurrección. Aquí hay una nueva confusión. Comparar el momento presente con 1917, relegando las consignas parciales para los 1905, es un análisis muy caprichoso de las épocas revolucionarias. Entre 1905 y 1917 median unos años en los cuales el proletariado ruso creció como clase y se educó políticamente. No obstante, entre el proletariado de 1905 y el de febrero de 1917 hay más rasgos comunes que entre este último y el de octubre de 1917. Para establecer comparaciones hay que tomar los rasgos generales de las situaciones comparadas. Durante el año de la revolución, la consigna política de las masas sufrió los cambios más radicales. Más de una consigna nacida en 1905 fue nuevamente lanzada por los bolcheviques durante la República de Kerensky. No falta, en efecto, algún parecido entre el momento político presente y otro de 1917. ¿Pero a cuál? Febrero, julio y octubre son tres momentos diferentes de la revolución. A su vez, los tres están unidos por una serie de situaciones que comprenden toda la evolución de la conciencia política y el poderío de las masas. En octubre, la potencia de la burguesía estaba reducida casi a cero. La pequeña burguesía que ocupaba el Poder carecía también de energía para contener a las masas, se desobedecían sus órdenes; el Poder, más en manos de los Soviets que del Consejo de ministros. ¿Es éste el momento español? No, nos hallarnos frente a la insurrección. Si teméis declararlo ante el proletariado, jóvenes socialistas, nosotros le diremos que existe más un Korniloff a quien rechazar que un Kerensky a quien derrotar. No pretendáis contestarnos que Korniloff no existe en España y la pequeña burguesía tampoco está en él Poder. Korniloff es un movimiento, no un hombre. Por la vía fría o por la del golpe de Estado es la misma contrarrevolución la que levanta la cabeza. Cierto que la pequeña burguesía no está en el Poder, pero esto es lo que permite a Gil Robles redondear un golpe de Estado con los generales a la retaguardia. Dejémosle subir y se verán cuantos Korniloff triunfantes se desee. Cortarles el paso es el primer triunfo de la revolución, la primera piedra del Estado proletario.

Así como las jornadas de julio, desbordadas por su curso natural, hubieran reforzado considerablemente las filas de la contrarrevolución, así en España la superestimación del momento puede jugar el papel de aliado indirecto a Gil Robles, más valioso que sus aliados directos. Por el camino que vamos, si no se rectifica, la burguesía nos puede obligar a aceptar la batalla definitiva. Entonces no habrá más remedio que defenderse. Teniendo en cuenta las medidas adoptadas por los Gobiernos radicales –batallas parciales constantes al proletariado– y la táctica silenciosa y envolvente del fascismo jesuita, hay que decir claramente que es la burguesía quien prepara el exterminio final del proletariado, no éste quien trabaja el de la burguesía. El socialismo invierte los términos de la manera más irreflexiva. Aceptar la batalla en el momento y terreno que mejor conviene a nuestros enemigos es dejarles temerariamente las mayores posibilidades de triunfo. Estas, si no nulas, serán insignificantes para nosotros.

¿En tales condiciones se puede hablar de insurrección, fin exclusivo de las Alianzas? Si a la expresión preparación de la insurrección se la da el sentido limitado que tiene para los socialistas, entonces las Alianzas no tienen más valor que el de sencillos Comités de enlace interpartidos, al margen de las masas y sin participación, ni mucho menos dirección, en la lucha de clases; y paralelamente, se pospone toda batalla hasta el momento en que la contrarrevolución suba al Poder. Si, por el contrario, por preparación de la insurrección se entiende todo el juego dialéctico de los acontecimientos, tomados desde hoy hasta el momento en que la correlación de fuerzas y moral general de la población no burguesa creen las condiciones favorables a la insurrección armada, entonces sí debe rezar en las bases de la Alianza Obrera Nacional el lema Preparación de la insurrección. De ésta, en efecto, es de la que tienen que hacerse cargo las Alianzas. Para los socialistas, preparación es sinónimo de armamento: para nosotros, ésta es una tarea subordinada al movimiento político. Aquéllos, a las demandas del proletariado, herido por los ataques de la reacción, contestan: Esperad. ¿Esperar qué?, preguntamos nosotros. La crisis del Gobierno Samper se aproxima. Al término de su Gobierno, Gil Robles espera tomar en sus manos la dirección del Gobierno. La fortaleza y facultades para exterminar el movimiento revolucionario serán entonces incomparablemente mayores que hoy. ¿Es éste el momento que debemos esperar? No; toda espera se traducirá en ventajas para los que tenemos que vencer. Hoy preparar la insurrección es tomar los acontecimientos en el lugar que se encuentran e impulsarlos, con la consigna parcial correspondiente en beneficio de nuestra clase. El objetivo de Gil Robles es llegar al Poder apoyado en las Cortes y dar paso a su dictadura, disolviéndolas después; en consecuencia, el objetivo primordial del proletariado debe ser la disolución de las Cortes antes que Gil Robles forme Gobierno. Alcanzado este primer objetivo, el trabajo revolucionario será mucho más grato. Las A.O. deben desprenderse de toda demagogia y tomar posición efectiva en la dirección revolucionaria del proletariado unificado. Con las consignas parciales del momento y una gran milicia unificada que bajo sus órdenes combata organizadamente los elementos fascistas de avanzada, el clamoroso entusiasmo que despertaría entre los explotados, la conciencia de su propio poder, serían elementos por sí mismos irresistibles para cualquier Gobierno. Pero sólo unas Alianzas vivas, dirigentes efectivas del proletariado, pueden desempeñar su papel, transformándose, por el peso y las necesidades de los acontecimientos, en órganos del Poder revolucionario. ¡Qué contraste entre estos y los organismos de hoy, paralíticos por la inspiración de la mayoría socialista!

Lo hacemos resaltar tanto más cuanto que las A.O. están admitidas por los jóvenes socialistas como órganos del Poder político y por Largo Caballero, quien en El Socialista del día 12 de agosto decía que la misión histórica de las A.O. puede ser tan importante, cuando menos, como la de otros organismos en otro país. Nosotros sólo quisiéramos que los hechos fueran consecuentes con las palabras; pero esta vez no lo son siquiera unas palabras con otras. Dando fe de su centrismo, Largo Caballero nos quiere dotar de unos Soviets –los otros organismos del otro país– visados por la censura y a la medida de las necesidades del P.S., cuando en las mismas declaraciones nos dice que las Alianzas no deben consistir en tirar manifiestos, organizar mítines. La falta de espacio nos impide estudiar las desventajosas diferencias que separan a las Alianzas de lo que fueron los Soviets. Sólo nos ocuparemos de la inconciliable contradicción entre la pasividad actual de las Alianzas y el carácter de futuros órganos del Poder político que estamos de acuerdo en concederles. Unos órganos del Poder político deben empezar por orientar y dirigir en política. Deben de ser dinámicos, porque la política es un movimiento continuo que no terminará ni con la instauración de la dictadura del proletariado. Deben ligarse y representar directamente a las masas; deben tener en sus manos todos los hilos de la dirección revolucionaria –luchas políticas y económicas, milicias del pueblo, propaganda militar, etc.–, organizar mítines, tirar manifiestos y dirigir las luchas sociales en general, porque sin esto las A.O. no representarán nada. Es una revolución social, no un golpe de Estado, lo que tenemos que hacer. La agitación desempeñará un papel más vasto a medida que nos acerquemos al triunfo total. Largo Caballero recomienda la parálisis; pero los conflictos espontáneos que inevitablemente surgirán obligará a las A.O. a participar en ellos y dirigirlos. Esta dirección debe ser consciente, organizada y corregida sobre la experiencia práctica. No habrá tales órganos del Poder si no se les confiere su papel.


Hemos dedicado una atención preferente a la cuestión consignas parciales o insurrección; mas los problemas de las A.O. son muy numerosos. Damos a continuación nuestra opinión sucinta sobre los principales de ellos. No obstante, estamos convencidos de que se impondrán por fuerza la necesidad una vez que las A.O. abandonen la pasividad para incorporarse como motor principal de las luchas revolucionarias. Son éstos las milicias de combate y la composición orgánica de las Alianzas. Son completamente absurdos unos órganos de frente único sin milicias, unificadas también y bajo sus órdenes exclusivas. Sin embargo, cuantas veces el problema fue planteado en las Alianzas, los socialistas se apresuraron a eludirlo. Como en tantos aspectos más, los socialistas se mueven entre dos aguas. Crean milicias, pero eluden su inspiración y dirección por las A.O. Crean Alianzas y las llaman órganos del Poder, pero se niegan a dotarlas del programa que desarrollaría todas sus facultades.

Por lo que se refiere a las milicias, creemos que a ellas puede pertenecer cualquier obrero amparado por una de las organizaciones de A.O. Pero el problema principal es el de su utilización. De nada servirán si las A.O. no se deciden a hacer ningún movimiento, ni los que se pongan en práctica están garantizados contra las agresiones fascistas o la fuerza pública si las A.O. no controlan la dirección de las milicias. Es una correspondencia mutua la que se establece entre el movimiento revolucionario unificado y la utilización de las milicias. Estas son el futuro Ejército Rojo; aquéllas, órganos del Poder. Quien sea sincero debe reconocer que las milicias sólo pueden estar dirigidas por las A.O. No es sólo cuestión de forma. La unidad del movimiento obrero va en ello y el éxito de cada una de sus acciones.

Otro problema de los que deben ser puestos inmediatamente a discusión es el de la formación orgánica de las A.O. No puede decirse en justicia que los trabajadores estén bien representados, ni mucho menos que las Alianzas comiencen preparando la futura democracia revolucionaria. En las conversaciones con los stalinianos, Carrillo negó la posibilidad de dar a los obreros representación directa por el peligro de que las A.O. cayeran en manos de organizaciones reaccionarias. Es un subterfugio que no resiste la menor crítica. Basta con que no puedan pertenecer a las A.O. sino los organismos que aceptan y practican la lucha de clases. Aparte los Comités ejecutivos, en los que opinamos que deben estar representadas todas las organizaciones, hay que dar a las Alianzas la forma de asambleas nombradas, directa y proporcionalmente, por los trabajadores de cada organización. Los cargos, además, deben ser revocables en cualquier momento por los representados. Por sí mismas, estas asambleas estarían llenas de vida y transmitirían a la práctica las aspiraciones diariamente sentidas de los obreros. La democracia proletaria no tendría entonces más que desarrollarse y sería más que difícil que las A.O. callaran frente a cualquier problema de interés. Gran parte de la pasividad de hoy se debe a lo restringido y seleccionado de las representaciones.

En resumen: Creemos que el movimiento obrero español ofrece a las A.O. las mejores condiciones de desarrollo. Tan pronto como planteen y dirijan acertadamente una campaña, el entusiasmo que entre las masas despertará pondría a su disposición millones de hombres. Las condiciones indispensables son salir de la nada en que vegetan, plasmarse en una A.O. nacional y emprender la más amplia agitación posible, a base de las consignas parciales del momento, en particular disolución de las Cortes e ilegalidad para las organizaciones fascistas y filofascistas. Elementos de lucha: mítines, manifestaciones, proclamas y hasta la huelga general si se precisa. Simultaneando la propaganda en el ejército, el ataque de las milicias y la campaña política, la reacción contendría su avance. Después, el ataque gradual nos aproximará al momento final.

Por este camino, las organizaciones que se encuentran al margen de las A.O. no tendrán más remedio que incorporarse y aquéllas se transformarán en órganos efectivos del poder proletario. Los objetivos falsos, por importantes que parezcan, sólo pueden dar los resultados ya comprobados: pasividad. De los obreros más conscientes esperamos que tomen la iniciativa en sus organizaciones sindicales o políticas por una Alianza Obrera Nacional al frente de las luchas revolucionarias.

G. Munis

Madrid, septiembre 1934.


  1. Los que más se distinguen en este sentido son los stalinianos norteamericanos. Es difícil imaginarse hasta dónde llega la vulgaridad y la estupidez de los funcionarios retribuidos y sin control alguno. 

  2. La oposición de izquierda no tiene prensa diaria. No hay más remedio que desarrollar en cartas privadas ideas que deberían constituir el contenido de los artículos cotidianos. 

  3. El grupo italiano Prometeo (bordiguianos) niega en general las consigna democráticas revolucionarias para todos los países y todos los pueblos. Este doctrinarismo sectario, que coincide prácticamente con la posición de los stalinianos, no tiene nada de común con la de los bolcheviques-leninistas. La oposición internacional de izquierda debe declinar todo asomo de responsabilidad por semejante infantilismo de extrema izquierda. Precisamente la experiencia actual de España atestigua que las consignas de la democracia política desempeñarán indudablemente un papel de una gran importancia en el proceso de derrumbamiento de la dictadura fascista. Entrar en la revolución española o italiana con el programa de Prometeo, es lo mismo que ponerse a nadar con las manos atadas a la espalda; el nadador que tal haga corre un riesgo muy considerable de ahogarse. 

  4. V. I. Lenin, Páginas escogidas, t. II. pág. 199. Ediciones Europa-América.