¿Adónde va la Argentina? ¿Frente Popular o lucha por el Socialismo?

¿Adónde va la Argentina? ¿Frente Popular o lucha por el Socialismo?

Lo que va a leerse es el resultado de la imperiosa necesidad de trazar una política que juzgamos la única respuesta acertada al interrogante formulado en el título. Nos dirigimos en primer término a los trabajadores urbanos y rurales y a los integrantes de los partidos socialista y comunista.

La palabra hablada o escrita no es para los revolucionarios sino un medio de su acción como tales. Nos proponemos conversar y discutir sobre los problemas más importantes del presente. Con arreglo al consejo de Marx nos esforzamos por mantener las mejores relaciones con el resto de la clase obrera. Debemos conservar toda nuestra beligerancia para los enemigos comunes. Esto presupone decir lo que es, llamar a las cosas por su nombre, lo cual implica a su vez, situarse en un terreno crítico. La crítica es la voz de la vida, incluso la negativa, que por contraste va señalando posiciones de afirmación. Pero nosotros -contrariamente a lo que afirman algunos de nuestros contradictores que no disponen de otro argumento- no nos limitamos a un criticismo meramente negativo. A las soluciones que consideramos contrarias a los intereses de nuestra clase oponemos las de Marx y Lenin.

No se irriten por mis críticas -decía este último a los «mencheviques»- que no hacen sino reflejar los actos de ustedes. Lo malo no está en mis palabras, sino en los hechos que ellas registran. Mientras no varíen de posiciones continuaré atacándoles, pues, es mi deber y mi derecho, del mismo modo que ustedes se reservan el derecho de continuar haciendo lo que les parezca

El rechazo de la crítica solo es esgrimido por parlamentarios fatigados o burócratas sin argumentos. Los obreros acostumbran a discutir de viva voz. Pedimos a nuestros interlocutores que nos presten la atención más sostenida posible. Los que estamos tratando concierne en el sentido literal de estos términos a nuestras propias cabezas: la reacción las ha puesto en juego. Ni un solo trabajador, e incluso ni un solo hombre de la clase media, tiene derecho a permanecer pasivo o negarse a atender argumentos sobre asuntos de cuya solución depende el destino de la clase.

El radicalismo, la democracia y el fascismo

En septiembre de 1933, el jefe del partido stalinista1polemizando con nosotros decía:

Pero los «trotskystas» están por la democracia latifundista burguesa de un secctor opresor, idealizan al radicalismo, le auguran un zonriente futuro, lo sitúan en el polo opuesto «de la reacción».

Y después:

Los radicales son presentados por ellos «Como expresión ‘democrática; ni ven el enérgico proceso de fascistización de esa fuerza que ya dispone de sus farmaciones de tipo fascista, con saludo casí a la romana.

Dejemos de lado lo que hubiera en ello de falsificación de nuestro pensamiento. No es la primera vez que palabras de ayer se contradicen las de hoy. Hay gentes que dicen lo que se les ordena. Lo importante es saber si las rectificaciones obedecen a la realidad. Ayer como hoy, el jefe de ese partido martilla en el dedo y no en el clavo. Ayer como hoy —con los ojos prestos sobre ese partido y no sobre la última resolución burocrática que nos manden adaptar— afirmamos lo mismo de los radicales porque su naturaleza y su situación, con ligeras variantes, son iguales.

Es el partido partido burgués nacional por excelencia. Lo integran desde los peones de la puna jujeña, pasando por los obreros de los ingenios tucumanos, los trabajadores del vino en Cuyo y los chacareros de las zonas agrarias hasta los trabajadores y la pequeña burguesía urbana. Un arco iris político. Su programa es la Constitución, la democracia, la ley Sáenz Peña. Sus cumbres dirigentes las componen aristócratas democratizados como Alvear, que de 1922 a 1928 fue presidente de la oligarquía contra Irigoyen, terratenientes como Pueyrredón y tantos otros, industriales (como Noel, abogados de las empresas imperialistas como Guida, jueces militares, funcionarios de alta jerarquía, en fin, gente de la misma condición económica que la vieja oligarquía igualmente sometida la influencia del capital internacional que nos domina,

Partido democrático burgués, la U.C.R. ha realizado en el gobierno y en el llano la política de las clases dominantes. Si el 6 de septiembre estas le arrojaron del poder fue por su incapacidad y no porque no fuera suficientemente capitalista. Representa el instrumento político de esas clases que mejor se adapta a las tradiciones y prejuicios de las clases medias e inclusive del proletariado. En fases de crecimiento económico, cuando la crisis no ceñía tan firmemente sus tentáculos como hoy, dio al pueblo algunas migajas de reformas que éste imponía o podía lograr por su acción independiente o sindical. Cuando el proletariado intentó impugnar esa situación, apeló al sable y al plomo. Por la historia del radicalismo pasan como un trazo rojo sus características represiones sangrientas contra e proletariado como clase. ¡Qué los oportunistas ordenen votar por Pueyrredón y Sabattini! ¡Ningún obrero consciente olvidará esto!

Este carácter específicamente reaccionario lo demuestra su historia toda, y no sólo esta, sino la más inmediata y culminante del país: desde el 6 de septiembre hasta el presente. Despojado del gobierno por la vieja oligarquía pasó varios años sin apelar a los dos únicos métodos políticos que podrían devolverle el poder: la participación en las elecciones o la revolución. Apeló a ese recurso estéril de la abstención, que carece de sentido como no sea para preparar un movimiento subversivo. Cuando la masa popular que lo compone, deduciendo consecuencias lógicas, se lanzó a la revolución, el círculo dirigente del partido la desautorizó. ¿Por qué? Alvear y demás jefes del radicalismo saben bien las consecuencias que una revolución podría tener: en primer término el disgusto con el radicalismo subversivo de parte de los capitalistas, y en segundo lugar quizá desbordara el caudaloso torrente del proletariado. Podría iniciarse un período como el de Cuba. En este sentido son más fieles a la clase burguesa que la propia Concordancia que, sin embargo de ser ínfima minoría, se mantiene en el poder aun a pesar de perjudicar históricamente a la oligarquía en su conjunto.

Desde el 6 de septiembre la actitud del radicalismo ha sido una perpetua traición al pueblo y a la democracia. Ahora vuelve al comicio. ¿Para qué? A soportar los garrotazos del fraude. A entregar una vez más el gobierno a los conservadores. Disputa el poder en el terreno en que infaliblemente lo perderá. Y no porque le falten votos sino porque, escarneciéndolo, se lo roban.

No es un partido fascista. Ayer los stalinistas nos llamaron traidores por sostener esta verdad indiscutible. Hoy nos llaman traidores por sostener la verdad menos discutible de que es un partido burgués reaccionario y nos oponemos a que los partidos obreros se alíen a él. Le apoyan grandes masas populares que ven en él al guardián de la ley Sáenz Peña. Los comerciantes esperan que rebajará los impuestos. Los terratenientes y ganaderos saben que se esforzará por satisfacerlos. Los industriales confían en que si llega al gobierno mejore la situación. La pequeña burguesía no olvida sus tradicionales burocráticas y quizá aguarda una ubicación en el presupuesto. Muchos obreros creen que no restringirá las libertades políticas y sindicales, suponiendo que podrían obtener mejores salarios. Hay un sentimiento popular contra la oligarquía que se expresa mediante el radicalismo: una mentalidad y una filosofía nacionales cuyo símbolo es Irigoyen. Precipitadamente por todo esto la U.C.R. es a un mismo tiempo reaccionaria y democrática. Polariza todas aquellas ilusiones y esperanzas que defraudará si llega al poder. Impide, de este modo, que las masas populares busquen otros cauces y partidos para lograr la satisfacción de sus necesidades. Las ata en estos momentos de crisis social en que las únicas soluciones reales son la teoría y la práctica revolucionarias, al carro de la oposición burguesa.

Pero atrae a esos sectores del pueblo como partido democrático. Si dejara de serlo se destruiría como una construcción en la arena. Algunos formalistas aseguran todavía que el fascismo solo podrá desarrollarse en mayor escala sobre el partido radical como tal. E radicalismo se apoya en las clases medias y parte del proletariado. La base del fascismo son los mismos sectores. El materialista vulgar, ateniéndose a la primera ley de la lógica formal deduce: radicalismo igual a fascismo. No obstante, tanto uno como otro sistema se desenvuelven en una serie de procesos en los cuales desempeñan una importante función las circunstancias concretas de los acontecimientos, las tradiciones, el idealismo etc. Si el partido radical defendió toda la vida la ley Sáenz Peña y un día propone abolirla, es evidente que cualquiera sea el prestigio de ese partido sus componentes se volverán contra el mismo. ¿Quién que no sea una pitonisa puede prever, por otra parte, sino en líneas muy generales lo que hará el radicalismo en el porvenir? La verdad es que la U.C.R. por su política populista o populachera, patriótica, antiobrera, y antioligárquica, según los casos, prepara en realidad a las clases medias para el fascismo. De ahí el gran peligro de ese sector. El fascismo está allí en potencia. Mas actualmente son enemigos. Todo principio teórico debe traducirse en la acción. Si afirmamos que el radicalismo es sinónimo de fascismo debemos desde ya inclinar todo el peso de nuestra acción contra él. Nadie lo propone porque todos perciben que es posible servirse de la aguda contradicción actual entre radicales y reaccionarios. No se olvide que el movimiento de septiembre fue en buena parte anti-radical, característica que mantienen tenazmente los fascistas. Por eso la U.C.R., en cuanto significa una esperanza del pueblo opuesta al fascismo es un elemento negativo contra este último. No es un factor positivo de antifascismo porque no lucha real y efectivamente contra éste.

Conlleva y resume toda la política, todas las clases, todas las ideologías, toda la contradicción del drama político del país. Es la gran barrera negativa, el muro de contención del momento frente a la derecha como a la izquierda. Se halla en la oposición: fascistas y concordancistas se le han lanzado encima como canes furiosos. He aquí una de las contradicciones que Marx señala como características entre los partidos burgueses de las cuales el proletariado puede y debe aprovechar. Siendo instrumentos de la misma clase los distintos métodos -dictadura y democracia- que ambos esgrimen al presente para gobernar les ponen en una irreductible contradicción. Conocemos y queremos distinguir esta diferencia. De esa lucha entre los dos grandes campos de las clases explotadoras nacionales surge un factor de importancia política -tanto más en las condiciones concretas del país- que el proletariado necesita utilizar de la mejor manera posible: el tiempo. Realizar ahora una política contra el radicalismo sería tan erróneo como aliarse a él.

Mutatis Mutandi (cambiando lo que sea necesario con arreglo a las características del capitalismo internacional que constituyen las peculiaridades de cada país) en el mundo moderno obran las mismas leyes históricas, vale decir, las de la decrepitud del mundo burgués. El capitalismo conoció tres etapas fundamentales: su nacimiento, desarrollo y la actual decadencia. Durante las dos primeras necesitaba y pudo conceder al pueblo, como un método de su dominación, ciertas reformas. Pero en su estado presente no hace sino retroceder; vivimos una época de contrarreformas sociales. La descomposición del sistema le obliga a reducir el nivel de vida material y cultural de las masas. En un sentido más general y absoluto puede afirmarse que el sistema del capitalismo -contrariamente que en el pasado- ha dejado de coincidir con el progreso histórico de la humanidad. La lleva hacia la miseria y la ruina. En esta situación se advierte una tendencia firme, un fenómeno internacional bien acusado de decadencia de los partidos democráticos y reformistas que se descomponen simultáneamente con la pérdida de las posibilidades de reanimar realizando su política.

Este fenómeno no se ha manifestado aun en la Argentina sino muy débil y parcialmente. Ello se debe al golpe de estado de septiembre que fracasó como intento fascista. Despojó al radicalismo democrático del poder, pero no pudo sustituirle por un régimen fascista. Le abrió de ese modo una nueva etapa histórica, la que actualmente vivimos. Pero el movimiento septembrino estimuló activamente -fue su resultado- las tendencias reaccionarias o fascistas que por el lado de la derecha irán minando al radicalismo de acuerdo con aquellas tendencias de decadencia de la democracia. Una vez más insistimos en la prieta vinculación del fascismo del país con el conservadurismo. Los que zaparán a la U.C.R. por la izquierda hace ya mucho que estamos en la arena social. El radicalismo implica, en cierta medida, una etapa a cumplir y, por eso mismo, sucumbirá inevitablemente a la dialéctica de ese proceso.

¿Se opondrá a su avance el fraude electoral o el golpe de estado? Ambas soluciones entran en los posibles. El fraude electoral sistemático significa inevitablemente la dictadura posterior por parte de las derechas o el estallido revolucionario del radicalismo. ¿La burguesía le confiará el cuidado de sus intereses? Todos los síntomas, por ahora, dejan entrever que no. De todas maneras, los hechos tienen la palabra. El marxismo no nos permite más que eso; seguir el probable desarrollo de los acontecimientos. Lo real es que el radicalismo crece, que las ilusiones democráticas del pueblo se centran en él.

Pero en su desenvolvimiento está el comienzo de su decadencia. El régimen de la propiedad privada no puede resolver ningún problema fundamental más que que por métodos reaccionarios, es decir por la miseria y la represión del pueblo en su conjunto . En el caso de que a la U.C.R. se le franquearan las puertas de la Casa Rosada, necesariamente tendría que manejarse dentro de esas posibilidades reales. No logrará abrir nuevos mercados a la producción agropecuaria nacional. No podrá obtener un aumento del consumo interno del azúcar, el vino, la yerba, el algodón, etc. Deberá adaptarse a los decretos-leyes, al Banco Central y al Instituto Movilizador que consagra el contralor absoluto de los bancos por el capital financiero internacional y son al mismo tiempo un gran instrumento político puesto que permite saldar las deudas de las clases dominantes. Favorecerá al imperialismo en todas sus formas. No disminuirá ni suprimirá, como no sea reemplazándolos por otros, ninguno de los abrumadores impuestos. Tendrá que satisfacer, aunque no fuera más que en mínima parte, la clientela electoral, mantener los altos sueldos y gastos militares como medio de satisfacer al ejército. Los rasgos fundamentales de su política se semejarán mucho a los del actual gobierno. En cuanto al movimiento obrero, apenas éste levante la cabeza apelará a los clásicos medios de persecución. Y la democracia jurada -¡ay!- no tardará también en ser la del fraude. Su democratismo se descompondrá en reacción.

He allí que entonces habrá llegado un momento decisivo. Las masas medias y obreras que le siguen buscarán otros horizontes políticos. Los sectores más acomodados de la pequeña burguesía en cierta medida propensos por su ideología y prejuicios al fascismo se inclinarán hacia éste. Las capas diremos inferiores de aquellas y el proletariado se inclinarán hacia el comunismo. Ni que decir tiene que sin el partido revolucionario que se haga presente la victoria del fascismo estará asegurada.

Si el radicalismo no consigue llegar al poder -cosa nada improbable- éste último proceso, aunque en sentido inverso aunque más lentamente no se diferenciará mucho. Solo aumentarán las probabilidades de los fascistas.

El antiimperialismo y los núcleos pequeños burgueses

La crisis que conmueve al mundo alcanza sin excepción a todos los sectores y principalmente a las clases medias. Estas son un verdadero sandwich social: por un lado el proletariado, por el otro la burguesía. El primero cuenta para defenderse, en una medida relativa, con sus organismos sindicales. La segunda, con la dominación de los medios de producción y de cambio. La pequeña burguesía solo contaba con las migajas que en su periodo de progreso de dejaba el capitalismos como un medio de equilibrio social. Terminada esa etapa de progreso los innumerables abogados, médicos, profesores, pequeños comerciantes, chacareros acomodados, funcionarios, etc. se encuentras con que la vida económica les es muy penosa. Sus capas superiores se confunden o quieren confundirse con la burguesía. Sus sectores más pobres o inferiores se codean o tienen que codearse con el proletariado. Como tan gráficamente lo ha explicado Trotsky, son los hombres que odian y temen al proletario de gorra y zapatilla y sienten envidia y rencor hacia el automóvil y la casa bien puesta del burgués. La comprensión de este complejo económico-psicológico es de importancia trascendental para el partido revolucionario. Una de las claves de la revolución es neutralizar o conquistar, cuando menos parcialmente, a estas clases intermedias de la sociedad. De las relaciones políticas del proletariado con las mismas han surgido los grandes errores históricos: desde la orientación de los mencheviques rusos, buena parte del revisionismo de Bernstein, hasta las posiciones de revisionismo extremo de Vandervelde y de Man.

Uno de los aciertos políticos del fascismo ha sido explotar el odio de las capas superiores de la pequeña burguesía hacia el proletariado, su desorientación político-psicológica, su afán semi-deportista por la violencia, sus prejuicios nacionales y raciales para organizarlas y armarlas contra la clase obrera.

En estas circunstancias es preciso poner la mano sobre el pulso de esos núcleos, auscultar atentamente sus latidos políticos. Su descontento, nerviosidad y fluctuaciones son extremadamente importantes, verdadero termómetro de la temperatura social. Todo depende del médico y su diagnóstico. Si cuando las clases medias hierven políticamente se les recomiendan paños calientes o cuando la fiebre ha descendido se les aconsejan bolsas de hielo se matará el enfermo o se lo perderá como cliente. En una palabra: pueden volverse a derecha o izquierda. Es falso que teman a la revolución. Verdad es que tampoco temen al fascismo. La pequeña burguesía desesperada no se asusta de ninguna posibilidad: se inclina a la que, ofrece mayores probabilidades de salvación o de triunfo. No tiene política propia, pues no es una de las clases básicas económicamente determinantes de la sociedad.

Un síntoma de esta situación de radicalización o afiebramiento político lo dan ciertos núcleos radicales surgidos recientemente al escenario político. Pierden sus esperanzas en las viejas direcciones en los viejos partidos. Lo hacen muy confusamente, cono mo podía ser de otro modo. La Fuerza de Orientación Radical de la Juventud Argentina2 según su Manifiesto, descubre con muchos años de retardo que la política es economía. Nos felicitamos de ese progreso: la teoría siempre joven del marxismo halla, aunque parcialmente, nuevos adeptos. Puesta a analizar la situación económico- política del país la F.O.R.J.A. afirma -coincidiendo en cierta medida con lo que los maristas venimos diciendo desde hace muchos años- que somos una Argentina colonial y que las nuevas generaciones argentinas, como las de Mayo, tienen un deber que cumplir. El manifiesto señala con certeza la política de enfeudamiento de la riqueza del país al capital financiero internacional. Agrega que las autoridades del radicalismo están colaborando con las oligarquías económicas entregadas al capitalismo extranjero y que el mercantilismo y la venalidad reinan en esas mismas direcciones. Se trata de radicales y no vamos a desmentir lo que nosotros sabemos desde hace mucho.

Quizá estas verdades no convengan a la teoría del frente popular ahora puesta relativamente de moda. La realidad es un personaje muy terco3.

F.O.R.J.A. afirma que ha agotado ya toda esperanza de que los autores de errores y desviaciones reiteradas escuchen nuestras reflexiones, nuestras instancias, nuestras súplicas, nuestras advertencias. ¡Bravo! dijimos al leer. He aquí gente que de una premisa justa deduce todas las conclusiones y arriba a las consecuencias lógicas. ¡Qué esperanza! A los pocos renglones se contradicen: Por lo cual a fin de mantener la vida y la unidad plenaria de U.C.R., en la cual la F.O.R.J.A. ha nacido y vivirá, debemos llamar, como llamamos, a todos los radicales a trabajar por la rehabilitación de sus cuerpos representativos.

¿Cómo regenerar la dirección de un partido que en las circunstancias históricas más decisivas de la vida del país ha cometido semejantes delitos de mercantilismo y venalidad? ¿No constituyen ustedes mismos, de hecho, una nueva organización, con su propio programa que se decide a actuar públicamente? ¿No es esta la constatación práctica de que esa política de unidad que preconizan carece de posibilidades reales? Continuar en la U.C.R. -que actúa como partido y sigue, por tanto, a la dirección que la representa- significa atarse a los crímenes políticos que ustedes mismos denuncian. No es posible luchar contra eso sino combatiendo a la U.C.R. como partido y como programa. He aquí la única afirmación positiva de la negación que lanzan tan categóricamentente. De no hacerlo se defraudan a ustedes mismos.

¿Cual es el programa que propone la F.O.R.J.A.? Queremos una Argentina libre. Hay que empezar de nuevo. Y para ello levanta la vieja bandera de Hipólito Irigoyen. Efectivamente, también nosotros estamos de acuerdo en que esa es una bandera muy vieja. En realidad la F.O.R.J.A. se propone luchar contra el imperialismo. Apela a las tradiciones de Mayo. Mas convengamos previamente en que la Asociación de Mayo, Alberdi y Echeverría, fueron hombres que se situaron exactamente en su época y en su papel. Lucharon por la independencia de las nacientes clases directoras argentinas contra la dominación político-económica extranjera hasta sus últimas consecuencias y con todas las armas necesarias. La burguesía naciente no vaciló en la consecución de sus propósitos, en armar ejércitos y hacerlos marchar en guerra por todo el continente. Cuando se trató de organizar la nación Alberdi delineó políticamente todos los principios de la burguesía internacional con arreglo a las características nacionales, bregando por la introducción del capital extranjero, instalación de ferrocarriles, libre navegación de los ríos, etc. Se pronunció por el implacable aplastamiento de las montoneras reaccionarias que se resistían a la civilización capitalista del país -por entonces progresista- y supo en ese sentido ir hasta el fin, midiéndose inclusive contra la enorme personalidad de Sarmiento. Echeverría fue un socialista utópico y tanto él como Alberdi -para no referirnos sino a la Asociación de Mayo- podría decirse con cierta licencia que fueron los jacobinos argentinos.

Los jacobinos de nuestro tiempo son los marxistas. Los que se pronuncian sin vacilaciones ni ligaduras de ninguna índole contra las montoneras reaccionarias -esta vez minoritarias- que contradiciendo todas las leyes del actual progreso histórico se niegan al avance de la civilización socialista que representa el proletariado.

El antiimperialismo dentro del marco de la propiedad privada es una ilusión pequeño burguesa, como en el caso de ustedes, una mentira consciente en el caso de Pueyrredón y un paso al enemigo de clase como en el caso de los stalinistas.

El jacobinismo que ustedes pregonan es un jacobinismo tarado que se queda a mitad del camino.

El capital financiero no es el nacional: no puede serlo. Es un fenómeno de concentración y monopolización de capitales, la fusión del capital bancario con el industrial que tienen características forzosamente internacionales. Aun más: esta característica internacional del capitalismo es su rasgo fundamental en la época actual. Controla los bancos, ferrocarriles, teléfonos, electricidad, transportes en genera, la comercialización de la producción agropecuaria, etc. Es imposible reemplazar esas cuantiosas inversiones por capitales nacionales inexistentes. Tanto el general Justo como el doctor Alvear, que representan por igual aunque a nombre de partidos distintos a las clases explotadoras del país, se ven necesariamente obligados a inclinarse ante esa situación, porque no pueden ni deben hacer otra cosa. Con su apoyo y aporte pueden realizar campañas electorales o golpes de estado. Si se negaran a acordar a los imperialistas las concesiones y privilegios que éstos reclaman serían derribados del poder, se cerrarían para el país parcialmente los mercados extranjeros, la situación de la burguesía nacional sería en ese caso catastrófica. Supongamos, no obstante, que por una rara combinación social que lograra efectuar el frente popular antiimperialista el dominio de la economía del país pasara a la burguesía nacional: ¿en qué habría variado con ello la situación del proletariado y del pueblo?

La venalidad y el mercantilismo son sistemas corrientes en las democracias y en las dictaduras capitalistas, porque las contradicciones del sistema son inevitables. El imperialismo tiene que atenderse a los movimientos de las masas y de los partidos. En un país semicolonial, de economía transitoria entre el país capitalista avanzado y el colonial atrasado, no es posible realizar insurrecciones de cuartel todos los días. Esto lo demuestra concluyentemente la historia americana. El imperialismo no puede hacer vivir a este país en una revolución constate como lo ha hecho en la mayoría de las Repúblicas centroamericanas y sudamericanas. La ley del monopolio del transporte no pudo obtenerse organizando una insurrección o desembarcando algunos miles de marinos. Los partidos de las clases dominantes nacionales tienen intereses electorales y compromisos con el pueblo que no pueden ver destruidos por la indignación popular que se opone a la entrega de los medios de riqueza a los imperialistas como no sea a cambio de ventajas suplementarias, la dádiva y la coima. Por todo esto la lucha contra el imperialismo es, en primer término una lucha contra la burguesía nacional. La prédica contra el imperialismo extranjero además de una inexactitud tiene todas las características de las protestas fascistas. El capital no es extranjero, es internacional; y si las riquezas nacionales se hallaran en manos de capitalistas argentinos no por eso dejarían de estar atadas a las finanzas internacionales.

¿En qué consiste el antiimperialismo efectivo, no verbal? No por cierto en las ingenuas utopías de un imperialismo adecentado, sin sobornos. Es uan lucha a fondo por la nacionalización de los bancos, de los medios de transporte, por la propiedad nacional de la tierra, de las industrias básicas, de los teléfonos, de la electricidad, del monopolio del comercio exterior, etc.

¿Quiénes pueden realizar estas trascendentales medidas? Ni Alvear ni Justo. Están relacionados al imperialismo o son propietarios de esos medios de producción que habría que nacionalizar contra los imperialistas. Los jóvenes de F.O.R.J.A. que se pronuncian contra el imperialismo no dan la forma positiva de esa acción. Aquí hay un nuevo problema -el que les falta a ustedes conocer y quizá el cardinal del marxismo- el de la lucha entre las clases sociales.

Los intereses de la nación en su sentido colectivo y general, solo están históricamente representados siempre por una clase, esta se expresa por un partido y el partido por un programa. La clases social que por su situación económica o intereses históricos no tiene nada que perder y por el contrario necesita nacionalizar -para ser más precisos, socializar- los medios de producción y de cambio es el proletariado. El destino de la sociedad pertenece a esta clase. Si ustedes quieren ensamblar con el destino progresivo de la soedad deben sumarse a su acción. Hay que realizar una lucha efectiva por la segunda revolución, por la nueva reconquista. Esta vez contra el capital imperialista en su conjunto y sus servidores locales, en la conquista de la plusvalía robada diariamente a los trabajadores por los capitalistas como tales. Esta reconquista solo podrá realizarse mediante el implacable bisturí de la revolución socialista. Esta entronca históricamente, precisamente porque es su negación y su antítesis, con el Dogma Socialista de Echeverría, con la Asociación de Mayo.

¡Jóvenes de la F.O.R.J.A., romped las viejas banderas de Irigoyen y Alvear y empuñad la bandera joven del proletariado! Este no oprimirá a ninguna clase social, sino que las liberará a todas, aboliéndolas, mediante la igualdad de una economía socialista y diferenciando a los hombres solo por sus condiciones mentales y espirituales.

Y lo que acaba de decirse rige también para el Partido Radical Gorro Frigio así como para el antiimperialismo, bien inspirado sin duda de muchos radicales, entre los abalistas, demócratas progresistas y tendencias como la representada por la revista Señales.

Los demócratas progresistas y la intervención a Santa Fe

El antiimperialismo del doctor de la Torre obedece a causas económico-políticas de carácter personal en cierta medida mensurables. Defiende, con visión muy clara por cierto, los intereses preteridos de los ganaderos del Litoral, más pobres en relación a los de Buenos Aires y Córdoba. Posee todo el brillo y toda la inconsistencia del liberalismo. Su vigorosa personalidad sabe buscar en una oratoria sobria y concisa que el país solo tiene parecido con la que empleaba el doctor Justo, las razones y los hechos de la dominación del capital monopolista. En cuanto a solucionar la cuestión no da sino las recetas miopes del liberalismo. Deducir de su valentía civil, de sus terribles acusaciones contra la oligarquía hasta ayer plebeya que se pueda convertirle en una bandera o en un jefe de la lucha contra aquélla y el imperialismo es una torpe y peligrosa ilusión. La Internacional -órgano stalinista- ha dicho que la Torre aun tiene ilusiones. No. Discutir esto es absurdo. Quienes conservan ilusiones son los redactores de La Internacional.

La posición política del doctor de la Torre es perfectamente explicable. Es jefe de su partido auténticamente burgués que se ha distinguido en la vida política del país -minada por todos los vicios de una oligarquía agropecuaria que ha llenado todos sus cauces de cretinismo rural, aquello que el doctor Justo denominaba política criolla- por defender la pureza formal del sufragio, la honestidad de los procedimientos administrativos y el respeto condicional a los derechos democráticos. Es el jefe del partido decente del país. No debe olvidarse que el partido demócrata progresista, fundado en 1915, tuvo su origen en la Liga del Sur, creada en 1907, épocas en general de florecimiento económico del país, como una reacción contra la mala administración y la indecencia política de los núcleos gobernantes de aquellos tiempos. Lo integraron -entonces como ahora- terratenientes y comerciantes. Uno de sus primeros actos públicos en Rosario fue una manifestación de personajes decentes que para subraya su condición de tales iban en la columna callejera vistiendo galera y jacquet. Algunos de esos hombres decentes, como Ibarguren y Martínez Zuviría han ingresado posteriormente al fascismo. Estas características anecdóticas reflejan la estructura de su auténtica condición.

No debe olvidarse la actitud del partido en su conjunto frente a la dictuadura de Uriburo. En sus últimos discursos del Senado, en cambio de reconocer este pecado, gravísimo en un liberal, de la Torre pretendió justificarlo. Hay que recordar que este último fue candidato presidencial de los núcleos derechistas contra Irigoyen. Pero el máximo yerro -decimos error desde su propio pensamiento liberal- fue el haber participado en las elecciones nacionales del 8 de noviembre, bajo la dictadura. Si la oposición no hubiera legalizado de hecho y de derecho el fraude electoral de ese día con su presencia, no habría habido gobierno derechista posible. Estas son las debilidades e inconsistencias propias de los liberales. En las actuales circunstancias de defensiva en que se halla la clase obrera, hacer de ellos un enemigo inmediato sería un error. Pero cultivar ilusiones en ellos es igualmente erróneo,. Hay que mantener una alianza tácita, apoyarles en cuanto sea indispensable y bajo determinadas condiciones contra la reacción declarada, impulsándoles hacia adelante por nuestra acción. Esto presupone necesariamente no abandonar nunca la independencia imprescindible para criticar sus yerros y debilidades, procurando convencer a las masas populares que les siguen -en el calor de los acontecimientos- franca y decididamente por nuestra propia actividad. En esta última instancia -lo que exige acomodar la lucha a esta perspectiva- la liberación del pueblo no se hará mediante los métodos señalados por de la Torre, sino contra ellos.

Lisandro de la Torre es la personalidad política contemporánea más valiosa de la burguesía nacional. Si las clases dominantes argentinas no padecieran ese mezquino cretinismo que es su característica, hace rato que de la Torre habría sido presidente. Sus hombres no serían Irigoyen y Alvear, Uriburu y Justo, sino él. De la constatación de su valía personal y del menosprecio permanente a que le ha sometido la oligarquía -sobre todo en los últimos años- nace el auténtico democratismo de de la Torre, sus concepciones liberales.

Pero el liberalismo es la inconsistencia misma. La defección del gobierno y el partido demócrata progresista ante la intervención federal demuestra la veracidad de esta afirmación, e invalida por una primera experiencia práctica la teoría del frente popular, que significa confiar en el liberalismo, o sea, la impotencia quintaesenciada.

Si la democracia -la democracia burguesa- fuera en boca de los liberales algo más que un medio de conquistar o mantener el gobierno, las autoridades santafesisnas y el partido que las apoyaba habrían ofrecido seria resistencia. Alegan en defensa de su conducta: ¡Qué íbamos a hacer frente al ejército! En este sentido, los demócratas son bastante explícitos. Pero los stalinistas y algunos camaradas de la izquierda socialista -muy pocos, es verdad- se apàsionan en la justificación de lo sucedido. Si Molinas fuera un auténtico demócrata -¡no le pedimos más que esto!- habría afirmado: El gobierno y la autonomía de Santa Fe no e pertenecen. Son del pueblo, que me los han confiado en representación de su soberanía. No puedo ceder lo que me ha sido entregado, precisamente, en custodo. No puedo traicionar a la mayoría del pueblo. Y habría obrado de la única manera consecuente y de alguna efectividad para resistirse: mediante la fuerza. La fuerza civil, popular, en primer término; o ir más allá, de ser necesario.

Solo la cobardía social de los demócratas y oportunistas de toda índole permite afirmar que hasta la aparición de unos cuantos generales en la calle para que no quede más nada por hacer. Esto significa sembrar la derrota y desaliento. Si así fuera habría que renunciar a toda resistencia real a la reacción. Los generales por sí solos no son el ejército. Este lo componen los conscriptos. Hijos del pueblo, hermanos de clase, ciudadanos armados por obligación. Si el 6 de septiembre salieron a la calle lo hicieron tras las consignas democráticas que la revuelta pregonaba en sus comienzos y contra un gobierno que la unanimidad repudiaba. Si a su llegada a Santa Fe éstos se hubieran encontrado -como era seguro si el gobierno hubiese demostrado su voluntad real de oponerse por todos los medios a la intervención- con el pueblo que les aclama en las calles y les estimula a ponerse de su lado, quén sabe si hubieran disparado. Si los señores demócratas hubieran puesto en ello toda la energía que gastaron en calmar lo que llamaban los excesos quizá las cosas ocurrieran de modo distinto. Y si a pesar de todo... no habría sido la primera vez que el país -organizado bajo el fuego de una guerra civil casi permanente- se viera en esa encrucijada histórica.

Los reaccionarios no temieron ni vacilan en provocarla. Si los demócratas tuvieran una mínima parte de la osadía que en la consecución de sus propósitos pone la reacción, ésta hace tiempo que estaría derrotada. Carassa, ex presidente del Senado, juró frente a la Jefatura Política que armarían al pueblo y que antes que la autonomía provincial entregarían sus vidas. ¡Borrachera de frases! ¡Juramento de demócratas!

¿Y si nos hubieran derrotado?, interrumpirá aquí el asno de la fábula. ¿Pero no nos han derrotado sin lucha? ¿O es que lo de Santa Fe es otra victoria como aquella que nos decían era el ascenso de Hitler al poder? ¿Es que esto acelera -como nos decían también antes- la lucha contra la reacción?

Toda lucha implica riesgos. Para ganar hay que arriesgar algo. Para hacer tortilla hay que romper los huevos. Los que afirman que no hay que luchar por temor a perder no hacen más que repetir el argumento de no comer huevos para no tirar las cáscaras. Y son estos mismos asnos sabios de la fábula -justificadores de izquierda del frente popular- los que dicen: Pero ustedes los «trotskistas» son unos intelectuales! ¡No quieren luchar, no hacen nada! Hay que sacrificar los principios en homenaje a la lucha contra la reacción, unirse con los demócratas y radicales, hacer un gran movimiento que arrastre a millares de hombres a la acción. Y al renglón seguido traicionan sus principios, se suman a la burguesía y arrastran a centenares de obreros a la derrota.

La única posibilidad de salvación reside en la apelación a las masas del pueblo, en la lucha organizada de las misas, dirigidas por su partido. Fuera de este medio los revolucionarios no tenemos ningún otro. Sin este recurso no somos revolucionarios. Es mentira -una mentira envenenada- que las masas populares no quieren luchar. Siempre responden generosamente. Su heroísmo no reconoce límites. Defeccionan cuando no tienen confianza en las posibilidades de la acción a emprender o en quienes les dirigen. ¡Esto último es tan frecuente! Toda la historia de la humanidad evidencia que el pueblo responde a las causas generosas hasta el fin. Cuando la burguesía nacional se independizó de la dominación española las masas populares campesinas formaron los ejércitos que fueron a Chile y al Perú. Fue el pueblo -poco menos que espontáneamente- quien rechazó las invasiones inglesas. Las masas populares, los artesanos y campesinos, los sans culotte hicieron la revolución francesa. ¿Quiénes lograron la victoria de la revolución rusa?

¿Quién votó el 5 de abril no por el radicalismo sino, con más instinto que todos sus caudillos, contra la dictadura, asestándole un golpe mortal? ¿Quién salió espontáneamente a la calle a las 2 de la madrugada en Rosario a manifestarse contra la intervención, cuando los dirigentes demócratas progresistas dormían? ¡Quién hizo la huelga general?

La resistencia del pueblo de Santa Fe contra la intervención habría levantado a la República entera. El pueblo no habría tolerado tranquilamente que se bombardeara a Rosario y Santa Fe. Si se necesita valor para hacer frente a las balas también se lo necesita para ordenar los disparos, sobre todo cuando no se cuenta con una mínima parte de la opinión pública. ¡Qué momento más excepcional para poner a prueba al gobierno nacional que en última instancia no podría contar con más base de apoyo real que la hipotética seguridad de que el ejército llegara a disparar contra el pueblo? ¿Qué circunstancias más favorables para verificar esa hipótesis que es la que permite a la reacción obrar impunemente? En caso de fracaso: ¿esa acción popular no habría dejado un balance favorable en cuanto a la resistencia real que puede ofrecer y a que la derecha no obrará siempre sin resistencia? Los demócratas -todos los demócratas- siempre que llegan las circunstancias definitivas temen más al pueblo que a la reacción. Los demócratas están muertos de miedo y mienten cuando afirman que confían en la mayoría del pueblo. Porque ellos toman de la democracia no su único aspecto positivo: basarse en el pueblo, sino su aspecto más fundamental y negativo, esto es, la amable fachada de la dictadura económica de las clases dominantes que lo mismo se asegura con la autonomía de Santa Fe como sin ella. Molinas empeó todos sus esfuerzos en impedir que se cometieran desmanes, es decir, que se extendiera la resistencia.

¿Pero se podía hacer algo más?, dirá un interlocutor. ¿Es que la reacción acaso vacila en emplear los métodos más extremos? La violencia es, según Marx, la partera de la historia. A nadie le agrada porque el hombre tiene muy aguzado el instinto de conservación y menos que a nadie al revolucionario: éste ama al pueblo, sabe lo que es la lucha por la vida y bajo los golpes de la persecución ha aprendido a no jugar con fuego. La fuerza ha sido y será, mientras la civilización no se libre del capitalismo, una inevitable necesidad.

Las grandes cuestiones de la libertad y de la lucha de clases no son en definitiva resueltas sino por la fuerza -asegura Lenin- y nosotros debemos aprender a emplearla activamente, no solo en la defensiva, sino también en la ofensiva.

La filosofía de la pasividad es la de Gandhi, en este caso la de Molinas, pero no la de Marx y Lenin, ni tampoco de la burguesía como clase y aparato estatal, que apela a la violencia cuando la necesita.

¿No nos enseñó Marx -¡en 1848!- que fiar en los demócratas para luchar contra la reacción es perder la batalla de antemano? Reléase su famosa circular La revolución permanente. ¡Y eso que en 1848 la burguesía era revolucionaria!

En el caso de la lucha contra la intervención a Santa Fe se perdió una batalla contra la reacción que en su 80%, por decir así, estaba ganada anticipadamente. Se partió del error inicial de confiar en los demócratas progresistas y en el gobierno de Santa Fe. Es verdad que no podía caerse en el infantilismo ultrarradical de comenzar a pregonar el día que se anunció la intervención que los dirigentes demócratas progresistas nos entregarían. Eso debió demostrarse en el hierro al rojo de los acontecimientos. El gobierno toleraba que cepedistas e impersonalistas se armaran. SE negó a prestar fuerzas para tomar la estación radiotelefónica L.T.L., cosa que propusimos los marxistas en el Comité Pro Defensa de la Autonomía de Santa Fe. Detenía a las comisiones del mismo que hacían propaganda. Había asegurado a los delegados del Comité que podían desenvolver sus actividades libremente. Interrogados los comisarios por la insistencia en las detenciones, aseguraron que respondían a órdenes superiores, lo que el Ministro Casella ratificó, pretextando los desmanes que, dicho sea al pasar, al contrario de lo que siempre sucede en estos movimientos, no ocurrieron. Se negó a entregar un minúsculo matagatos al pueblo y a los afiliados demócratas que pedían armas a gritos. La provincia toda era un mítin y una manifestación callejera constante contra la intervención. La huelga general, una maravillosa realidad. Se había logrado unir en la acción a todas las fuerzas proletarias, anarquistas, socialistas, a trotskystas y stalinistas, a los sindicatos. Los afiliados demócratas se hallaban en la calle; eran éstos que protestaban e ironizaban a sus dirigentes con el estribillo durante esos días famoso de: calma, mucha calma. El gobierno anunció que la intervención no llegaría, gastando así su poca astucia en desanimar al pueblo y dando tiempo a que el ejército copara lentamente la ciudad. En fin, cuando los dirigentes demócratas y el gobierno mostraban su impotencia y capitulación, cuando el pueblo las veía y las palpaba, era el momento de decir:

Bien. He aquí que cuando nosotros unánime y decididamente nos empeñamos en la lucha contra la reacción esta gente pone prácticamente toda clase de obstáculos. Pasemos sobre ellos. ¡A la lucha!

Esta fue la proposición de los trotskistas, los anarquistas, de acuerdo: los socialistas vacilaban. Los stalinistas dijeron que... no podían romper el frente popular. ¡Y eso cuando los demócratas ya se habían marchado y afirmaban que no había nada que hacer! ¿Entonces cuándo separarse? ¿A qué mantener el frente? Para mentir luego burocráticamente sobre la gran victoria de Santa Fe. ¿Para qué sirve el frente popular? Para que los obreros actúen con disciplina a las órdenes de los demócratas burgueses, para ordenar cuidadosa y ordenadamente el levantamiento de la huelga, para disolverse y... continuar la lucha, como decía el manifiesto último del Comité.

Admitamos que solo fuera un error y no una traición como la perpetrada una vez más por los stalinistas, defensores de izquierda de los demócratas. ¿Por qué no deducir ahora la experiencia necesaria y condenarlo categóricamente? Porque ello está en contradicción con la política burocrática que no admite dudas sobre su infalibilidad. Sería desautorizar la política de unidad nacional con la burguesía, ordenada por la democracia centrista que gobierna el Estado Soviético, a la actividad de cuya diplomacia ajusta su práctica el partido que en flagrante contradicción se sigue llamando comunista. Aquí la explicación es clara.

Donde no se explica sino como un error fatal o como una adaptación pasiva al pensamiento del stalinismo es en la izquierda socialista, cuyo órgano Izquierda (nº8, Octubre de 1935) afirma en su editorial Decisión que los hechos de Santa Fe en oportunidad del invío de la intervención federal han dado un magnífico ejemplo en este sentido. Sí, un magnifico ejemplo del heroísmo y del sacrificio del pueblo, pero no de ratificación exitosa, sino de lápida mortal respecto de la alianza con los núcleos burguess, o sea, de la política del frente popular y de la funesta incapacidad de dirección del partido stalinista.

Esta política de unión, alianza o pacto con los núcleos burgueses -por lo menos en la forma en que hasta ahora se propone- se extiende a los radicales, aunque estos aquí no han dado muestras de preocuparse de ella. El Comité de la U.C.R. de Santa Fe que preside Mosca publicó una resolución ante la intervención, aconsejando calma a sus afiliados, vale decir, facilitando el avasallamiento. Diario Nuevo órgano de los radicales, gastó todos sus esfuerzos en una campaña enconada y tenaz contra la resistencia popular y los demócratas progresistas. ¡Magníficos aliados los que se nos proponen para luchar contra la reacción! Esta siniestra pose debe ser implacablemente condenada.

Hay empeño en justificar -porque se quiere continuarla- esa falsa posición. Un diputado demócrata habló en un mitin a favor del frente. Este legislador -cuyo partido fue incapaz de resistirse por las armas afirmó -con este jacobinismo verbal de los demócratas- que había que recurrir a las armas si se cerraba el comicio para salir de la actual situación. Es una vida política de doble y fraudulenta contabilidad. Cuando hay que recurrir a las armas aconsejan calma, cuando hay que recurrir a otros métodos inmediatos de lucha recomiendan apelar a las armas. Quienes prestan a estos demócratas su tribuna -no para hacerles decir lo conveniente bajo nuestra dirección, sino lo que ellos quieran bajo nuestra aceptación- no hacen sino ayudarles a salvarse políticamente, engañando al pueblo con frases radicales que son incapaces de llevar a la práctica.

Por otra parte, en Santa Fe se trataba de una situación excepcional. Los demócratas necesitaban luchar, en primera instancia, en defensa de su propio gobierno. No lo hicieron. ¿Puede haber ingenuos que crean que se empeñarían en una lucha de mayores posibilidades contra la reacción y el imperialismo? La ingenuidad tiene sus límites, más allá de los cuales se convierte en tontería o peligro. No hay duda que en aquel legislador -como en otros hombres y núcleos de distintos campos- existe la inquietud de vencer al adversario. Pero en lugar de justificar y alimentar sus errores hay que criticarlos e impulsarlos hacia la superación, para que se sumen a nuestra acción. ¡He aquí la política revolucionaria!

Llamar a las armas si no se cuenta con un partido organizado y capaz que controle su reparto y empleo, sin una organización que oriente políticamente el movimiento, que no sepa concretamente qué fines se propone y cómo conseguirlos es sencillamente una irresponsabilidad. Significa advertir al enemigo y sembrar infundadas esperanzas en el amigo,.

Pero el frente popular, se nos responderá otra vez, ejercerá un contralor. ¿Qué es este frente popular? ¿Lo han concretado acaso sus propios propagandistas? ¿Cuál es su programa? ¿Cuáles son sus métodos? ¿Qué compromisos contraen sus integrantes? Todo esto es una irresponsable ingenuidad, que puede convertirse, principalmente por parte de algunos sectores burgueses como el radicalismo que quizá vieran alguna vez conveniente acercarse a él en calculada confusión, para servirse del movimiento obrero y llevarle a la masacre y la destrucción temporal.

Las armas se compran y se usan en el momento oportuno. Hablar de ellas es juego muy peligroso. ¿Puede hacerse una revolución (¿de qué carácter?) caótica y espontánea? Si no hay quién la organice, dirija con fines claros eso equivale inevitablemente a desembocar en el golpe de estado fascista o reaccionario; pues sin organización, un movimiento popular será seguramente derrotado y después de esto ¿cómo hacer frente a la reacción?

El frente popular ha sido bautizado con una derrota. Su infancia presenta todas las características de la confusión.

La dirección del socialismo

El carácter y el propósito de este trabajo excluyen una apreciación teórico-histórica del Partido Socialista. Lo hemos hecho, por otra parte, innumerables veces. Aquí debemos referirnos a su actual posición ante la acción contra el fascismo y la reacción en general. La pedagogía de la práctica histórica sobre las grandes masas del pueblo no puede reemplazarse por el relato, Estas aprenden en la vida misma.

Tomemoslos hechos concretos de los últimos años. La dirección del Partido alega siempre sus cuarenta años de labor. Si se quisiera medir cronológicamente, se vería que excepto uno o dos de sus actuales dirigentes, ninguno tiene tantos años de antiguedad. Pero esto solo tiene su importancia para ellos. La fuerza de ese partido no es obra de su dirección, Es la labor de afiliados anónimos sobre los cuales aquella levanta su personalidad política. De todos modos, esos cuarenta años de trabajo están allí y, con respecto al pasado, no puede negarse su valor progresivo. Suponemos, no obstante, que deben traducirse en algo, deben tener alguna trascendencia práctica más allá de la finalidad -como partido obrero democrático de la burguesía- de someterse ciego y maniatado a los golpes del enemigo. Esa organización, su potencia material y numérica, han de servir para emplearse en los grandes acontecimientos en que se decide el rumbo político por un periodo de años.

El 6 de septiembre de 1930 se produjo el máximo suceso político de los últimos años, del cual se deriva el desenvolvimiento político presente y futuro del país. Las clases dominantes apelaron al golpe de estado para reemplazar a una de sus camarillas gobernantes por otra. La que asumió el poder -la uriburista- tenía por finalidad implantar el fascismo. Apeló a la más espantosa persecución contra los opositores en general y el movimiento obrero.

La Casa del Pueblo y La Vanguardia fueron clausuradas, sus dirigentes detenidos. ¿Para qué sirvieron entonces los cuarenta años de acción, la obra constructiva y fecunda, la potencia material y numérica? Para soportar pasivamente los golpes de la reacción., Se nos responderá: no teníamos fuerzas para hacer frente. ¡Exactamente! Esa es la fuerza del reformismo. La fuerza de la impotencia ante los grandes hechos políticos.

Durante los 365 días del año la dirección del partido educa a los obreros en la pasividad, ella misma esconde la cabeza bajo la almohada ante el avance del fascismo, implora al gobierno, niega la conquista de los sindicatos -modo real de tener fuerzas para luchar contra la reacción- a pretexto de prescindenela sindical, predica la defensa de la democracia pero no levanta un solo dedo por su defensa efectiva. Cuando llegan los momentos culminantes exclama: ¡No tenemos fuerzas! ¡Y durante todo el año no supo tenerlas! No quiso emplearlas en cada batalla parcial. Cedió poco a poco, insensiblemente.

Su política respecto del gobierno consiste en una oposición colaboracionista, benévola, -exclusivamente dentro del terreno parlamentario que es, para esa dirección centro de la vida del país y del mundo- con el propósito fundamental de conservar el aparato político y burocrático de parlamentarios, funcionarios, etc. A esta defensa tenaz, a esta adhesión constante a los puestos parlamentarios -resultado de una concepción eminentemente electoral- se lo sacrifica todo. Si la vida social bulle torrentosamente fuera del Congreso, no la toma en cuenta.

El cálculo político psicológico de las cumbres partidarias es este: si nos empeñamos en una acción decidida contra el fascismo, el partido comprenderá que toda nuestra política es falsa, querrá ir más lejos. Si combatimos al gobierno, como que somos incapaces de empeñarnos en una acción decisiva por la democracia, vendrán los fascistas. Mejor no irritar a los dioses. Ante cada nuevo atentado de los fascistas, ante el fraude, no obstante que el gobierno ampara o realiza él mismo todo eso, le pregunta cuándo obrará, cuándo retirará la personería jurídica a la Legión. Y cuando se indigna mucho da unos cuantos consejos al gobierno desde un editorial en negrita de La Vanguardia. Como si en realidad el gobierno necesitara de sus consejos, como si pudiera esperarse el decreto y como si de publicarse se hubiera alejado el peligro del fascismo. Es un círculo fuera del cual no se sale jamás.

En cuanto a buscar fuerzas ya dispuestas y en la acción, a mancomunarse con los sindicatos y otros partidos obreros para una acción de conjunto, en eso está atenta y activa. Apenas los centros o las federaciones acuerdan luchar en conjunto con esos núcleos proletarios el coité ejecutivo apela a las admoniciones, al estatuto, a los telegramas, no descansa en oponerse a esta tarea, la más útil y fecunda de la actualidad. El aparato burocrático parlamentario es un verdadero ariete demoledor, metido en el comando mismo del partido contra la voluntad de acción y la actividad misma de los afiliados socialistas. ¡Y cuando éstos reclaman esa acción vuelve a repetir que no tiene fuerzas! Pero en cambio las tiene, y muchas, para criticar, atacar y expulsar a los que quieren realizarla, El pueblo no quiere luchar, afirman los sabios parlamentarios; cuando éste quiere hacerlo oponen todos los obstáculos y toda la energía que no quieren emplear en la lucha contra el enemigo; y cuando llegan los momentos decisivos arguyen que no tienen fuerzas. Es el mismo camino de la socialdemocracia alemana: por allí se va a morir sin defensa y sin combate a manos del fascismo.

El partido stalinista

Es el animador del movimiento en torno al frente popular ¿Cuáles son las causas de su nueva política?

La ex-Internacional Comunista nació al impulso de acontecimientos históricos entre los cuales se cuenta en primer término la revolución socialista de octubre. Sus tres características principales -en términos generales- fueron el internacionalismo, la lucha contra la guerra y la implantación de la dictadura del proletariado como medio de transición hacia el socialismo. Decía en su plataforma4:

La Internacional que se muestre capaz de subordinar los intereses llamados nacionales a los intereses de la revolución mundial realizará de esa manera la acción conjunta de los proletarios de los diferentes países; sin esta mutua ayuda económica y política el proletariado no está en condiciones de edificar una nueva sociedad.

Y en su Manifiesto inaugural:

Nuestra tarea es generalizar la experiencia revolucionaria de la clase obrera, desembarazar al movimiento obrero de las impuras amalgamas del oportunismo y del social-patriotismo, unir las fuerzas de todos los partidos verdaderamente revolucionarios del proletariado mundial, facilitar y apresurar, por la acción de las mismas, la victoria de la revolución comunista en el mundo entero, Conscientes del carácter universal de su causa los obreros más avanzados se han esforzado, desde los primeros pasos del movimiento socialista organizado hacia una unión internacional de este movimiento. Las bases fueron echadas por la Primera Internacional en Londres, en 1864.

Eran los años 1919 a 1923, en que el movimiento de avance de la revolución socialista se extendía como un torrente a todos los países del planeta.

La República socialista naciente fue la ubre abundosa del movimiento revolucionario internacional. Su dinámica revolucionaria le imponía la necesidad de extenderse. Con el decrecimiento de la ola revolucionaria el Estado Soviético se replegó sobre sí mismo,. En su seno se libró una lucha terrible entre los revolucionarios bolcheviques leninistas y el ala centrista burocrática. Venció esta última, como resultado de un proceso económico político que hemos explicado innumerables veces. La revolución fue derrotada en China, Bulgaria, Estonia, Alemania. Esta cadena de fracasos se debió principalmente al conservatismo nacional de la burocracia y el partido dirigentes de la República Soviética y al mismo tiempo de la ex Internacional Comunista. Estos partía de la falsa premisa teóricamente negada por Marx, Engels y Lenin de que el socialismo puede construirse en un solo país no considerando, por lo tanto como problema de vida o muerte para la suerte de la misma revolución rusa su extensión internacional En contradicción absoluta con al realidad internacional del capitalismo y de la economía mundial, inclusive de la Unión Soviética, se aisló del movimiento revolucionario en sus características de tal, utilizándolo solamente como una agencia de propaganda. Sobre la teoría de la dictadura democrática de obreros y campesinos, o sea, la alianza con las burguesías nacionales, llevó trágicamente a la derrota a la revolución china. Después -el centrismo oscila de izquierda a derecha permanentemente- se entregó al ultrarradicalismo absurdo del tercer periodo que decretó una etapa revolucionaria para todos los países del mundo independientemente de la situación y la realidad del mismo. El frente único por abajo, destrozó la unidad del movimiento proletario e impidió la unidad de acción contra los enemigos comunes del proletariado, Stalin sentenció que el fascismo y la democracia son hermanos gemelos, esto es, la iidentidad del fascismo y de la democracia. Estos dos principios condujeron directamente a la derrota al proletariado alemán. La falta de capacidad de la dirección internacional se reflejó en los partidos nacionales -particularmente en España y Alemania- el desentendimiento de esta necesidad vital y urgente de la misma revolución soviética de extenderse a otros países, todo esto, llevo a la I.C. de la capitulación al desastre, de aquía a la degeneración y a la traición que han culminado con la firma del pacto entre Laval y Stalin y el VIIº Congreso.

Ahora, un nuevo viraje. La política de abandono de la teoría y la práctica revolucionarias -resuelta con anterioridad al VIIº congreso- se sanciona oficialmente., La concepción marxista de las clases sociales, del Estado, de la revolución, del partido, del frente único, de la democracia y de la dictadura, de la teoría a la táctica, pasando por la estrategia, todo es subvertido y reemplazado por un neorreformismo que como especulación continúa utilizando nombres y palabras del pasado. La tradición revolucionaria desempeña aquí un papel sencillamente reaccionario que solo sirve para encubrir la actividad de contubernio declarado con los enemigos del pueblo, un instrumento transitorio que necesita ser utilizado para no cortar la rama donde la burocracia se sienta, vale decir, la rama del prestigio del comunismo.

A la lucha de las clases sociales la actual dirección de Stalin, Dimitrov opone una alianza antifascista y antirreaccionaria de todas las clases. A la revolución, la lucha por la consolidación y reforma del estado liberal en los países donde el fascismo no haya triunfado, o sea la vieja política de la socialdemocracia, diciendo a las clases dominantes: Si ustedes renuncian al fascisno, nosotros renunciamos a la revolución.

En cuanto al partido, le ha anulado completamente como tal, despojándole de sus funciones propias del modo más confuso: otorga completa libertad de acción a las secciones nacionales, borrando por una parte toda traza de internacionalismo. Pero les impide prácticamente toda libertad de orientación política propia, sometiendo a los partidos al comando incondicional de la burocracia soviética. Abandona la independencia organizativa y crítica del partido -sus instrumentos vitales- para obtener a cualquier precio las alianzas con los partidos democráticos nacionales. La unidad de acción de las fuerzas del proletariado como clase ha sido desechada y reemplazada por el frente popular de todas las clases. Este no se preconiza tampoco como un acuerdo determinado para tal o cual circunstancia histórica frente a determinado enemigo, sino como finalidad inmediata en sí misma.

A la dictadura social del capitalismo que se ejerce igualmente bajo lso métodos distintos de dictadura y democracia no se opone la lucha revolucionaria en defensa de la democracia contra el fascismo, su negación y superación por la dictadura del proletariado, sino simplemente la lucha de la demcoracia contra el fascismo. Es decir, se renuncia a las finalidades socialistas del movimiento, única razón por la cual defendemos transitoriamente la democracia. Si esta no implicara para los marxistas un terreno donde nos movemos con una comodidad relativa en la lucha por el socialismo, su defensa carece de sentido revolucionario y de clase.

Las circunstancias históricas determinan una situación de crisis y desconfianza en todos los viejos partidos. En estos momentos, precisamente, es cuando el partido del proletariado se halla en inmejorables condiciones para asumir la dirección de las masas populares en la acción contra el fascismo y por la democracia, educando a éstas con sus métodos revolucionarios, los únicos con los cuales se puede combatir eficientemente al fascismo y a la reacción. Y en estas mismas circunstancias, el partido stalinista en lugar de tender a la polarización de los campos extremos en una forma consciente -porque objetivamente se realiza de más en más- renuncia a sus deberes históricos, sumándose a las corrientes democráticas y bonapartistas de la sociedad, como tales, reforzando sus tendencias vacilantes que son las bases quizá más firmes -subjetivamente hablando- del avance de los reaccionarios. Llega hasta aceptar lo que Lenin y Rosa Luxemburgo consideraron siempre el prototipo de la traición y que censuraron de la manera más áspera: la colaboración ministerial:

Si nosotros tomamos en cuenta esta eventualidad en que la creación de un frente único proletario o de un frente popular antifascista llegará a ser no solamente posible sino indispensable en interés del proletariado, y en este caso, intervendremos sin ninguna vacilación para la formación de un tal gobierno.

Informe de Dimitrov. «Informaciones Intenacionales» nº6

También Dimitrov está dispuesto a adorar lo que quemó y a quemar lo que adoró.

Se nos objetará que esta hipotética participación ministerial tendría por garantías la firmeza de los principios del partido y la independencia del mismo, al igual que en su integración en el frente popular. Ni lo uno ni lo otro. Además de toda su actividad que lo demuestra, Dimitrov se adelante a sacarnos de dudas: Sí, nosotros estamos por un partido de masas único de la clase obrera (pag 110). Nosotros no seríamos marxistas revolucionarios, leninistas (evidentemente no se puede pasar este voluminoso contrabando sin apelar a los manes del pasado y al prestigio de nombres con los cuales se pretende justificarlo todo) dignos discípulos de Marx, Lenin y Stalin si no retocásemos (subrayado en el original, pag 110) de una manera apropiada nuestra política y nuestra táctica. Efectivamente, no serían dignos discípulos de Stalin si no fueran buenos retocadores, es decir, revisionistas de Marx y de Lenin. Y después: Los llamamientos gastados a la lucha por la dictadura proletaria (pag 111). Como estas son cuestiones de principio -ya veremos las de coyuntura o de táctica- recordaremos a los discípulos de Stalin las enseñanzas de Lenin. Este dice en un famoso artículo, La Internacional y su lugar en la historia5:

La significación histórica y mundial de la IIIª Internacional comunista consiste en haberle dado vida a la consigna más importante de Marx, al principio que resume el balance del desarrollo secular del socialismo y del movimiento obrero a la consigna que define la noción de la dictadura del proletariado.

Evidentemente los burócratas han retocado de un modo conveniente a los intereses de Stalin y siguiendo las enseñanzas de éste, los principios de Marx y de Lenin: en esto no hay discusión. Las 21 condiciones de la ex-I.C. dicen lo siguiente:

No conviene hablar de la dictadura proletaria como una fórmula aprendida y corriente; la propaganda debe ser realizada de modo que la necesidad de la misma surja para todo obrero, soldado o campesino, de los hechos mismos de la vida cotidiana, sistemáticamente registrados por nuestra prensa

Y los estatutos -¡los estatutos, miembros del partido!:

La I.C. se da por finalidad la lucha armada por el derribamiento de la burguesía internacional y la creación de la República internacional de los Consejos, primera etapa en el camino de la supresión de todo régimen gubernamental. La I.C. considera la dictadura del proletariado como el único medio disponible para arrancar a la humanidad de los horrores del capitalismo.

Habiendo desmonetizado unas veces por el oportunismo y otras por el ultrarradicalismo la propaganda y la lucha por la dictadura del proletariado, Stalin-Dimitrov, en lugar de deducir que lo que ha fracasado en su actividad, llegan a la conclusión de que la dictadura del proletariado se ha gastado. Estas son las garantías con las que el partido stalinista participará en el frente popular. Garantías para los gobiernos de izquierdas, sin duda; para el proletariado, carencia de las más elementales. ¡Palabras de ayer, hechos de hoy!, replicará algún burócrata fatigado. ¡Si los hechos de hoy, más rotundamente que nunca en la historia contemporánea vienen a confirmar nuestras palabras de siempre! Conviene relatar de nuevo la fábula del mono y las gafas. Un mono se compró unas gafas. Se las colocó sobre la cola. Como su visibilidad no mejoraba las rompió enfurecido. Los stalinistas hacen lo mismo con la dictadura del proletariado.

No es la primera vez que los centristas y oportunistas ponen sobre el tapete su irresistible tendencia a eludir la consideración de los problemas más candentes por la línea de la menor resistencia. Analicemos más a fondo el asunto.

No citaremos el Manifiesto Comunista. Basta recordar el folleto del jefe de ese partido, Marx y la Alianza Demócrata Socialista. Hay allí, mal esgrimidos pero en fin de cuentas están, todos los argumentos del Manifiesto.

Es una imperiosa, urgente y vital necesidad del movimiento revolucionario reivindicar el realismo y el contenido esencial de la teoría de Marx, desarrollarla como hilo conductor, según su propia expresión, en la lucha del presente. Reformistas y centristas se sirven de Marx como una tradición para encubrir su actividad antirrevolucionaria del presente, apelando a citas truncas, parciales, haciendo de ellas esquemas numerados aplicables a todas las situaciones. Nuestra tarea debe consistir en tomar la integridad y el sentido del marxismo para aplicarlo a la acción permanente, con arreglo a las circunstancias concretas y analizando atentamente los distintos periodos históricos. No se trata de cuestiones transitorias ni tácticas, ni siquiera de estrategia, sino del aBC del marxismo, al cual no se puede renunciar en circunstancia alguna sino aplicarlo a todas ellas,

Hay un documento escrito muy poco después de la tormenta revolucionaria de la burguesía democrática europea de 1848, cuando esta demostró su papel social. Se trata de la circular dirigida por la Liga de los Comunistas en marzo de 1850. Marx -su redactor- delimita en ella los principios y la acción del proletariado en la crisis revolucionaria democrática la sociedad. Puede decirse sin exagerar lo más mínimo que es una síntesis genial que trata desde el problema de las clases, del estado y la democracia, hasta llegar al partido, su táctica y su conducta revolucionaria e inclusive la formación de los consejos o soviets, como se los llamó posteriormente. Este texto -de ayer, de hoy y de siempre- de una riqueza de contenido difícil de reiterar tan popular y sintéticamente, es el primer paso de la teoría de Marx llamada revolución permanente que en nuestra época ha desarrollado frente a distintos acontecimientos nuestro camarada Trotsky.

Mientras el partido democrático de la pequeña burguesía -dice Marx- amplia y robustece su organización, el partido de la clase obrera pierde su cohesión, forma organizaciones locales para fines locales y así se ve envuelto en el movimiento democrático y cae bajo la influencia de la pequeña burguesía. Este estado de cosas debe terminar; la independencia de la clase trabajadora debe ser restablecida. [...] Todos los partidos, después de la derrota que han sufrido, se llaman republicanos o rojos, exactamente igual que en Francia la pequeña burguesía republicana se llama a sí misma socialista. Donde, no obstante, tiene la oportunidad de lograr sus fines por métodos constitucionales, usan su vieja fraseología y muestran por los actos que no han cambiado en absoluto. [...]

La clase trabajadora revolucionaria actúa de acuerdo con ese partido mientras se trata de luchar y abolir la coalición aristocrático-liberal; en todas las demás cuestiones, la clase trabajadora revolucionaria necesita actuar independientemente. La pequeña burguesía democrática está muy lejos de desear la transformación de toda la sociedad; su finalidad tiende únicamente a producir los cambios en las condiciones sociales que puedan hacer su vida en la sociedad actual más confortable y provechosa. [...] En concreto: aspiran a corromper a la clase trabajadora con la tranquilidad, y así adormecer su espíritu revolucionario con concesiones y comodidades pasajeras.

Las peticiones democráticas no pueden satisfacer nunca al partido del proletariado. Mientras la democrática pequeña burguesía desearía que la revolución terminase tan pronto ha visto sus aspiraciones más o menos satisfechas, nuestro interés y nuestro deber es hacer la revolución permanente, mantenerla en marcha hasta que todas las clases poseedoras y dominantes sean desprovistas de su poder, hasta que la maquinaria gubernamental sea ocupada por el proletariado y la organización de la clase trabajadora de todos los países esté tan adelantada que toda rivalidad y competencia entre ella misma haya cesado y hasta que las más importantes fuerzas de producción estén en las manos del proletariado.

Para nosotros no es cuestión reformar la propiedad privada, sino abolirla; paliar los antagonismos de clase, sino abolir las clases; mejorar la sociedad existente, sino establecer una nueva. No hay duda de que con el mayor desarrollo de la revolución la pequeña burguesía democrática puede advenir por algún tiempo el partido más influyente.

La cuestión es, pues, saber cuál ha de ser la actitud del proletariado, y particularmente la de la Liga:

  1. Durante la continuación de las condiciones actuales, en las cuales la pequeña burguesía democrática es también oprimida;
  2. En el transcurso de las luchas revolucionarias, las cuales les darán un momentáneo ascendiente, y
  3. Después de aquellas luchas, durante el tiempo de su ascendiente sobre las clases derrotadas y el proletariado.

En el momento presente, cuando la pequeña burguesía democrática es en todas partes oprimida, instruye al proletariado, exhortándole a la unificación y conciliación; ellos desearían poder unir las manos y formar un gran partido de oposición, abarcando dentro de sus límites todos los matices de la democracia. Esto es, ellos tratarán de convertir al proletariado en una organización de partido en el cual predominen las frases generales social-demócratas, tras del cual sus intereses particulares estén escondidos y en el que las particulares demandas proletarias no deban, en interés de la concordia y de la paz, pasar a un primer plano.

Una tal unificación sería hecha en exclusivo beneficio de la pequeña burguesía democrática y en perjuicio del proletariado. La clase trabajadora organizada perdería su a tanta costa ganada independencia y advendría de nuevo un mero apéndice de la democracia burguesa oficial. Semejante unificación debe ser resueltamente rechazada.

En vez de permitir que formen el coro de la burguesía democrática, los trabajadores, y particularmente la Liga, deben tratar de establecer junto a la democracia oficial una independiente, legal y secreta organización del partido de la clase obrera, y hacer de cada Comunidad el centro y el núcleo de Sociedades de la clase obrera en las que la actitud y el interés del proletariado deberán ser discutidos independientemente de las influencias burguesas. [...]

El nervio de la cuestión es este: en caso de un ataque a un común adversario no es necesaria una unión especial; en lucha contra semejante enemigo, el interés de las dos partes, la demócrata clase media y el partido de la clase trabajadora, coinciden por el momento y ambas llevarán el combate mediante una temporal inteligencia.

Así fue en el pasado y así debe ser en el futuro. Es cosa fuera de duda que en los futuros sangrientos conflictos, como en todos los anteriores, los trabajadores, por su valor, resolución y espíritu de sacrificio, formarán la fuerza principal en la conquista de la victoria. Como hasta aquí ha ocurrido, en la lucha que viene la pequeña burguesía mantendrá una actitud de espera, de irresolución e inactividad tanto tiempo como le sea posible, en orden a que, tan pronto como la victoria esté asegurada, pueda arrogársela como propia y decir a los trabajadores que permanezcan tranquilos, vuelvan al trabajo y eviten los llamados excesos, apartando así a los obreros del fruto de su victoria. No está en la facultad de los trabajadores evitar previamente que la burguesía haga esto; pero sí está dentro de su poder hacer difícil su ascendiente sobre el proletariado y dictar sobre ellos tales órdenes que hagan arrastrar al dominio de la democracia burguesa dentro de él mismo y desde el principio el germen de disolución, y así su sustitución por el Poder del proletariado será considerablemente facilitada.

Los trabajadores, sobre todo durante el conflicto e inmediatamente después, deben tratar, en cuanto sea posible, de contrarrestar todas las contemporizaciones y sedantes burgueses, obligando a los demócratas a llevar a la práctica sus terroríficas frases actuales. Deben actuar de tal manera que la excitación revolucionaria no desaparezca inmediatamente después de la victoria. Por el contrario, han de intentar mantenerla tanto como sea posible.

Lejos de oponerse a los llamados excesos, deben emprenderse actos de odio ejemplar contra edificios individuales o públicos a los cuales acompaña odiosa memoria, sacrificándolos a la venganza popular; tales actos, no sólo deben ser tolerados, sino que ha de tomarse su dirección. [...]

Fuera del Gobierno oficial constituirán un Gobierno revolucionario de los trabajadores en forma de Consejos ejecutivos locales o comunales, Clubs obreros o Comités de trabajadores; de tal manera, que el Gobierno democrático burgués, no solamente pierda todo apoyo entre los proletarios, sino que desde el principio se encuentre bajo la vigilancia y la amenaza de autoridades tras de las cuales se halla la masa entera de la clase trabajadora.[...]

En orden al partido democrático pequeñoburgués, cuya traición a los trabajadores comenzará desde la primera hora de la victoria, debe verse frustrado en su nefasto trabajo, y para ello es necesario organizar y armar al proletariado.[...] Bajo ningún pretexto darán sus armas y equipos, y todo intento de desarme debe ser vigorosamente resistido.

Destrucción de la influencia de la democracia burguesa sobre los trabajadores; inmediata, independiente y armada organización de los obreros, y la exigencia de las más molestas y comprometedoras concesiones de la burguesía democrática, cuyo triunfo es por ahora inevitable, son los principales puntos que el proletariado, y por tanto la Liga, tienen que mantener en primer término [...]

El proletariado vigilará en primer término para que ningún obrero sea privado de su sufragio por los trucos de las autoridades locales o de los comisionados del Gobierno; en segundo lugar, hará que contra los candidatos burgueses democráticos se presenten en todas partes candidatos de la clase trabajadora, quienes, en la medida que ello sea posible, deberán ser miembros de la Liga y por cuyo triunfo todos deben trabajar por todos los medios a su alcance. Incluso en los distritos donde no hay posibilidad de que nuestro candidato salga triunfante, los obreros deben, no obstante, presentar nombres a los fines de mantener su independencia, templar sus fuerzas y presentar su actitud revolucionaria y los puntos de vista del partido ante el público.

No deben desorientarse y abandonar su trabajo por la consideración de que dividiendo los votos demócratas ayudan a los partidos reaccionarios. Tal argumento se aduce para engañar al proletariado. El avance que el partido proletario puede hacer con su actitud independiente es infinitamente más importante que la desventaja que resulta de tener unos reaccionarios más en la representación [...]

Hemos visto que los demócratas vendrán al Poder en la primera fase del movimiento, y que serán obligados a proponer medidas de mayor o menor naturaleza socialista.

Se preguntarán qué medidas contrarias deberán ser propuestas por los trabajadores. Naturalmente, en el comienzo no podrán proponer las actuales medidas comunistas; pero se puede compeler a los demócratas a atacar el viejo orden social por tantos puntos como sea posible, perturbar sus procedimientos regulares, comprometerlos a ellos mismos y concentrar en las manos del Estado, en la proporción que se pueda, las fuerzas productivas, los medios de transporte, fábricas, ferrocarriles, etc. etc. Las determinaciones de los demócratas, los cuales en ningún caso son revolucionarios, sino simplemente reformistas, deben ser estimuladas hasta el punto de que se conviertan en ataques directos a la propiedad privada; así, por ejemplo, si la pequeña burguesía propone la incautación de los ferrocarriles y las fábricas, los trabajadores deben decir que, siendo estos ferrocarriles y estas fábricas propiedad de los reaccionarios, tienen que ser confiscados simplemente por el Estado y sin indemnización. [...]

Pero los trabajadores mismos han de realizar la mayor parte del trabajo; necesitarán ser conscientes de sus intereses de clase y adoptar la posición de un partido independiente. No deben ser apartados de su línea de independencia proletaria por la hipocresía de la pequeña burguesía democrática. Su grito de guerra debe ser: La Revolución permanente.

Después de ésto, hay que convenir en que Marx es un trotskysta contrarrevolucionario que nos enseñó a realizar una política completamente opuesta al frente popular.

Volvemos a insistir en que no es posible apelar a la argumentación, baldía para el caso, de que la situación ha cambiado, pretendiendo invalidar los argumentos marxistas. Los cambios ocurridos no hacen más que ratificarlos. En 1848 se trataba de la lucha de la burguesía democrática contra el régimen absolutista, que trababa el libre desarrollo de la sociedad burguesa. En 1935 se trata del fascismo, que procura salvar y no trabar la sociedad burguesa metida en un callejón sin salida y frente al cual , en un país tras otro, desde 1920 hasta hoy, hemos visto a los partidos democráticos entregarse sin lucha y ser absolutamente impotentes de barirse contra el mismo. La mudanza operada en al economía, las clases y los partidos, no hacen sino ratificar a Marx. Este mismo sabía acompasar la táctica del proletariado en su lucha contra el absolutismo, del mismo modo que en nuestra época trazamos nuestra acción de acuerdo a la lucha aguda y real que por la dominación y la salvación de la sociedad burguesa han entablado la democracia y el fascismo. Quien no vea esto -hemos dicho mucho antes de ahora- no ve nada. También nuestra corriente política tiene en su haber el saber distinguir antes que nadie esta contradicción y procurar el modo de aprovecharla. Si el radicalismo no estuviera en nuestro país en aguda disputa del poder con la reacción oligárquica y el fascismo hace rato que estaríamos bajo el talón de hierro de este último.

Y no obstante, el pensamiento de Marx presupone las rectificaciones tácticas, claro está, dentro de él y no fuera de él. Hay varios tipos de rectificaciones. Son las de Lenin. En 1903 en la consideración de la revolución democrático-burguesa frente al absolutismo zarista, no vacila en llegar a un compromiso con los núcleos liberales, socialistas revolucionarios, etc. esto es, com los partidos democráticos de la burguesía y las clases medias. También allí se trata de la lucha por la democracia contra el absolutismo. También en Rusia el zarismo impedía el libre desenvolvimiento de la sociedad capitalista. En su folleto Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución rusa6 el jefe bolchevique afirma:

La salud de la revolución depende de esto: ¿la clase obrera jugará el papel de auxiliar de la burguesía, poderosa por la presión que ejerce sobre la autocracia pero políticamente impotente, o desempeñará la función de guía y jefe de la revolución popular?

Y en las condiciones establecidas para la participación del partido en el gobierno, redactadas por Lenin, se establece:

el riguroso contralor partidario sobre sus mandatarios y la salvaguardia inflexible de la independencia de la socialdemocracia que, aspirando a una revolución socialista completa [Lenin no decía como Dimitrov, que el objetivo se había gastado sino que lo esgrimía y ratificaba] es por eso, mismo irreductiblemente hostil a todo partido burgués.

He aquí la primera rectificación. A diferencia de Marx, Lenin admite una colaboración con núcleos burgueses. Pero lo hace -al igual que Marx y a diferencia de loss talinistas- bajo estas garantías:

La justicia [acierto] de las consignas tácticas de la socialdemocracia tienen ahora para la dirección de las masas una importancia particular. No hay nada más peligroso que desdibujar en tiempos revolucionarios la significación de consignas tácticas firmes basadas sobre principios.[...] La elaboración de resoluciones tácticas acertadas tiene una importancia gigantesca para el partido, que quiere dirigir al proletariado en un espíritu rigurosamente marxista.[...]

Combatiente avanzado, siempre en primera fila, el proletarariado no debe olvidar ni por un instante las nuevas contradicciones sociales y las nuevas luchas que aporta la democracia burguesa. Nos veremos en todo caso en la necesidad de actuar por abajo sobre el gobierno revolucionario. Para ejercer esta presión el proletariado debe estar armado, -pues en horas revolucionarias se llega rápidamente a la guerra civil declarada- y dirigido por la socialdemocracia

¿Acaso se trata en nuestro país de considerar al radicalismo en una contradicción de clase -no de dominio de la misma clase por partidos de métodos distintos- con la oligarquía? ¿Acaso el partido stalinista ofrece las garantías en orden a los principios, a la organización, al programa, a la independencia, pregona acaso el armamento posterior del proletariado? ¡Es que estas analogías históricas son caricaturas si no se tienen en consideración sus características fundamentales para aplicarlas a las particulares de tiempo y lugar! ¿Hay alguien que pueda sostener en serio que la U.C.R, llegue a empeñarse en una lucha a fondo por la democracia y que de esa lucha pueda surgir un gobierno integrado por los comunistas? Afirmar esto es ridículo. Y en política, el ridículo mata.

Continuemos con las rectificaciones. En febrero de 1917 -contrariamente a la forma en que Lenin la había previsto- se produce la revolución que derribó al absolutismo sin que el partido bolchevique llegue al poder en un gobierno de coalición. Tuvo que hacer la revolución contra ese mismo gobierno y fue entonces cuando Lenin aseguró que el que vuelva a hablar de la dictadura democrática es un idiota. Pero aquí tampoco se trata de una revolución democrática, sino de una lucha contra la reacción el el fascismo. El partido stalinista ha abandonado la consigna de la dictadura democrática reemplazándola de manera absoluta por la del frente popular, de manera que ni siquiera puede establecerse la analogía formal.

Pero después de esta experiencia definitiva de la revolución de febrero -que no puso en ejecución ninguna de las medidas que caracterizan a la revolución democrático-burguesa- y luego de haber admitido la participación en un gobierno revolucionario, rechazándola sin embargo en cualquiera de las características de la participación en un gabinete democrático burgués como ahora proponen con frágil y aberrante caricaturización para la Argentina los stalinistas. Lenin vuelve a analizar el tema de los compromisos en La enfermedad infantil del comunismo. Rechazar los compromisos en general, es absurdo. El partido bolchevique ha desenvuelto su vida en un permanente compromiso. ¿A qué condiciones debe atenerse? En Marx, como en Lenin las condiciones son claras en todos los casos sin excepción: independencia de partido, libertad de acción y de expresión, lucha revolucionaria del proletariado por la democracia, alianza táctica o condicional con los partidos burgueses, lucha implacable contra los mismos, acción infatigable por las finalidades socialistas posteriores del proletariado. Marx no admitía en ningún caso la alianza con la burguesía. Lenin la contemplaba como posibilidad en la lucha contra el absolutismo. La experiencia demostró que ni en ese caso puede pactarse con la burguesía. El mismo lo dijo claramente. Reléase ese magnífico y rico trabajo, La enfermedad infantil. Acepta los compromisos y las alianzas con los partidos y sindicatos reformistas pero no con la burguesía. Lenin aprendía de los acontecimientos.

Esta ligera reseña histórica de los compromisos permite llegar a una conclusión: los marxistas no nos oponemos en principio a los compromisos. Según sea la situación, los aceptamos o rechazamos; pero siempre, invariablemente, hacemos de ellos un medio transitorio hacia nuestras finalidades inmediatas y mediatas, y solo los contraemos en el caso de contar con probabilidades , fuerzas y garantías suficientes como para no comprometer nuestra obra. Lenin ha resumido esto magistralmente:

En táctica está permitido cederlo todo: en doctrina no se puede ceder un paso; es permisible convenir y revocar toda clase de alianzas, pero es indispensable permanecer fieles al objetivo final: la revolución; al medio: el proletariado; y el método: el de Marx.

Nuestro país presenta en todos los órdenes, por tanto también en el político, la contradicción propia de los países retardatarios en el concierto capitalista: la confusión o combinación de las etapas históricas. Junto a las formas más incipientes a falseadas del democratismo burgués las normas últimas de la política de la burguesía y del proletariado: comunismo y fascismo, respectivamente. Y por virtud, precisamente, de ese retraso, estos movimientos se dan de manera primaria, cuando no caricaturesca. En ambos casos la razón más poderosa es la inexistencia de la gran industria moderna con todas sus derivaciones. Ahora ha llegado el frente popular.

¿Es realizable en la Argentina? ¿Cómo, con quién y para qué fines?

La primera experiencia concreta de Santa Fe permite adelantar que de realizarse no hará sino sucumbir a los golpes de la reacción perjudicando al proletariado en su lucha como partido de clase, la única que puede asegurar una batalla victoriosa contra los enemigos del pueblo. Se realizó allí de hecho y de derecho, vale decir, en una acción común contraída exprofeso, con el partido más democrático del país, en este sentido más orgánico y consecuente que el radicalismo. El partido demócrata progresista se encontró frente a una situación en la que, en primer término desde su punto de vista único y exclusivo, debía defender su propio gobierno. Contaba -puesto que para el pueblo en general más que la defensa del gobierno era una batalla contra la reacción- con la unanimidad casi de los habitantes de Santa Fe, inclusive los núcleos obreros y la opinión pública del país. Contaba con los elementos necesarios para resistirse. No se trataba de un movimiento con finalidades de mayores alcances -como podría serlo abatir al fascismo o al imperialismo, sino de detener un ataque parcial de la reacción. Y no obstante todo esto, llegado el momento decisivo, el partido demócrata prefirió sucumbir sin lucha.

El radicalismo ha demostrado en los largos años de su existencia una absoluta impotencia para llegar al gobierno por otro medio que no fuera el del sufragio. Y sin embargo no se podrá aducir que no se hayan visto ejemplos de revoluciones y golpes de estado en el país. Toda la época anterior a la organización nacional fue una guerra civil casi permanente. Y después de esta última hubo varios golpes de estado, el más importante de los cuales, por haber triunfado y sus consecuencias posteriores, es el de septiembre de 1930. Últimamente en San Juan, conservadores y socialistas dieron por tierra con Cantoni. Los niños precoces de los socialistas independientes llegaron al poder prendidos a los faldones de los conservadores, pero hay que reconocer que tuvieron buena parte de influencia en la gestión del movimiento setembrino.

Solo los radicales han dado siempre impotentes estallidos de fracaso: recuérdense sus jornadas revolucionarias de 1893, 1901 y de 1930 para acá. Ya lo hemos dicho: el radicalismo se halla económicamente entrabado a las clases dominantes. Sabe que las consecuencias de una revolución serían incalculables. Prefiere disputar la lucha en el terreno eminentemente electoral: su única finalidad es el restablecimiento de la Ley Sáenz Peña, la obtención de comicios limpios. Verdad que después de lo de la provincia de Buenos Aires los comicios no pueden abrirse -desde un punto de vista radical- sino por medios efectivos. Pero la U.C.R. no quiere -en verdad y en el fondo no puede- plantear la lucha sino en el terreno electoral. ¡Y la lucha por la democracia, que para él es la lucha por la conquista del gobierno, también reclama hemos!

¿Y en el caso de que el radicalismo se lanzara a la conquista del gobierno y lo lograra, alguien puede suponer que esa sea una solución aunque temporaria, eficaz, contra el fascismo y el imperialismo? La lucha entre fascismo y antifascismo no haría sino empezar, sino plantearse en sus formas agudas y decisivas, recién entonces.

El democratismo del partido radical se revela en un hecho simple pero de cierta trascendencia: se negó a participar en el mitin condenatorio del asesinato de Bordabehere. Se negó a convenir esa alianza incidental y sin consecuencias con los partidos socialistas y demócrata -no con partidos revolucionarios- para censurar un crimen del adversario.

Las analogías tienen siempre sus límites, su ubicación. si se las fuerza y extrapola, son absurdas, carentes de sentido, o sirven para la confusión. Pretender establecer una identidad entre el partido radical-socialista francés y la U.C.R. es no conocer o desconocer exprofeso al uno y al otro. La situación social de Francia -¿hay que repetirlo?- es absolutamente distinta de la Argentina. Allí se trata de un partido que responde a los intereses y a la política de las clases medias urbanas y rurales. Aquí se trata de un partido burgués que explota políticamente a las clases medias y al proletariado. Verdad que en uno y en el otro caso en fin de cuentas ambos partidos hacen la política de la gran burguesía. Pero en forma y con un contenido distinto. Los radical-socialistas franceses sostienen realmente el laicismo, el radicalismo argentino es un conglomerado de ultramontanos y librepensadores que en última instancia son más clericales que nadie. Los radicales franceses -por tomar un ejemplo que podría multiplicarse- se han unido a los socialistas y comunistas para luchar contra el fascismo. Su política solo sirve para derrotar al proletariado ante el fascismo, pero no obstante se deciden, por sus métodos, a luchar contra el fascismo. Los radicales argentinos se niegan a realizar un mitin para condenar el asesinato de Bardabehere y que nosotros sepamos nada han hecho para protestar, siquiera, contra el fraude de Buenos Aires. Los radicales gobiernan en Tucumán: no han disuelto la Legión Cívica y por el contrario, toleran sus actividades. Los rasgos más generales de ambos partidos tienen alguna semejanza, solo que la U.C.R. es una forma grosera y caricaturesca de radical-socialismo, más reaccionaria y caótica.

Alguien argumentará que no se trata de los jefes. Estas disociaciones metafísicas o... excesivamente concretas en cuanto a confundir el juicio, no tienen más valor que el de un pretexto. Se trata de repetir para los radicales la política del frente único por abajo que se ha revelado impotente en todos los casos y que bajo el fuego de nuestra crítica terminó por abandonarse. Las masas radicales siguen a ese partido como tal. Confían en sus jefes como tales. En esta actuación aliarse a los radicales -¡ay si los radicales quisieran aliarse!- significa alimentar las ilusiones de esas masas en una dirección, unirse a ellas como radicales y no ofrecerles una nueva solución como proletarios, por caminos distintos a los de la U.C.R., tarea histórica fundamental, vle decir, arrancar al pueblo del predominio de ese partido. Y no hay otro modo de hacerlo como no sea, contra el radicalismo. Los reformistas y neo-reformistas no saben ver la alianza con las clases medias y el proletariado, que parcialmente sigue a ese partido, sino es a través de la alianza con el mismo. ¿Es que la conquista de la pequeña burguesía, los campesinos y el proletariado no puede hacerse por otros medios? No se trata de un partido proletario con el cual hay una base común de clase y finalidades futuras tóricamente un tanto coincidentes frente a enemigos de clase comunes, con el cual en determinadas circunstancias, no obstante su dirección reformista, puede realizarse un acuerdo de partido a partido. La unidad con el radicalismo como tal equivale a estimular las funestas ilusiones del pueblo en ese partido, que se niega a luchar por la democracia contra la oligarquía. En un sentido más trascendental equivaldría a empujar a las masas que le siguen hacia el fascismo, siempre dispuesto a la lucha contra el pueblo y la democracia y a conquistar el poder. Pues si hasta los comunistas -reflexionará el hombre de la calle- se unen a los radicales, significa que estos resumen todas las fuerzas antirreaccionarias, Y como son incapaces de luchar realmente, no hay nada que hacer. Esto ya lo anuncian los stalinistas y algunos de sus agentes, que afirman que el proletariado por sí solo no puede luchar contra la reacción, que debe uncirse a los radicales. Algunos llegan en su ceguera a afirmar que todos los que se opongan al frente popular son unos contrarrevolucionarios. De manera que si Alvear y Repetto, comprendiendo lo que estos nuevos profetas les ofrecen, esto es, el proletariado domesticados al sometimiento de su batuta, accedieran a formar el frente popular se habrían convertido en revolucionarios. Y los marxistas adversarios del frente popular transformaríanse en unos vulgares trotskystas contrarrevolucionarios. El partido proletario que ate su destino al partido radical será inevitablemente arrastrado por éste en su caída. Una alianza con la U.C.R. -de ser posible- sería una traición al proletariado y una alianza contra las clases medias.

Que esta unidad, tal como aquí se la propone, es una monstruosa y ridícula caricatura, una utopía reaccionaria, lo revela además la desproporción de las fuerzas. Para celebrar una alianza o pacto, un partido -cualquiera que sea- debe tener ciertas posibilidades y efectivos materiales que le permitan ejercer una influencia real. Si se trata de un partido proletario debe ineludiblemente contar si no con la mayoría del proletariado, con un peso especifico en su seno, que se traduzca por el tiraje de su prensa, sus afiliados y sus miembros en los sindicatos. El partido stalinista solo dispone de un caudal electoral, en fin de cuentas después de la dictadura estuvo siempre en la legalidad. Después de la intervención reciente, cuando se trataba de continuar la lucha contra la misma por los sectores proletarios más decididos, nada pudo hacer: demostró que su influencia real es nula. En la provincia de Buenos Aires contó hasta hace poco con una legalidad relativa, lo mismo que en Entre Ríos y Córdoba. En la primera de esas provincias obtuvo un irrisorio porcentaje de votos, donde hasta Penelón obtuvo mayoría sobre él; en Entre Ríos sus votos fueron 266 y en Córdoba 460. En estas condiciones una alianza con los radicales es cosa que cubre de ridículo a quienes la propongan, El radicalismo no necesita de ese ínfimo aporte para triunfar electoralmente, ni tampoco como antecedente de un apoyo para una lucha de otro carácter que no se propone ni desea. Para lo único que en estas circunstancias podría servir un bloque con los radicales es para acentuar y facilitar la influencia de éste en el proletariado, para ayudarle a defraudar a las masas.

¿Pero qué es una alianza? Un pacto concertado sobre tales o cuáles bases, para tales o cuáles propósitos. El radicalismo no aceptará jamás esos compromisos concretos. Y si esa unión no se estipula de aquel modo -como todo hace presumir pues los stalinistas se suman sencillamente- el frente popular no será más que la ampliación del partido radical con la incorporación tácita y pasiva del partido stalinista al mismo.

Queremos recordar un hecho muy importante: es sabido que en los últimos años la U.C.R, -en todas las provincias- ha estado en una reorganización constante, sumamente laboriosa. Esta tenía por propósito llevar a los cuerpos directivos de la misma a los elementos decentes que a los ojos del actual gobierno no fueran los caudillos irigoyenistas, esto es, purgar el partido. Esto se logró parcialmente, pero los dificultades fueron inmensas. Los caudillos no tienen interés sino en mantener sus posiciones, en conquistar el gobierno para satisfacer sus intereses. ¿Cómo se arriesgaría la dirección nacional de ese partido a pasar por trances mucho más difíciles para poder llegar a un acuerdo -contrariando por tanto, en parte, los intereses de los caudillos- con los socialistas y comunistas que no podrían aportarle sino un mínimo porcentaje de votantes que no necesita? Es preciso llegar a desmenuzar -por ingrata que esta tarea sea- todos los posibles argumentos de los partidarios del frente popular: la pobreza, la falta de seriedad y sobre todo de perspectiva reales es lo único positivo en esta posición. La alianza con el radicalismo es una gran caricatura reaccionaria.

Quizá pueda realizarse como tal. Si los burócratas stalinistas y algunos de sus agentes continúan en sus posturas actuales no es difícil que lleguen a fumarse el frente popular. Se convertirán decididamente en radicales de izquierda, harán coto a la U.C.R., serán sus apéndices. Y nos atronarán los oídos argumentando que esa es una política de masas. Todo error tiene una parta de verdad. Aquí lo real es que se liquidarán en el seno de las masas... radicales. ¿Acusaciones infundadas? Acaban de votar en Córdoba or Sabatini y en la provincia de Buenos Aires por Pueyrredón. Quizá hayan querido ocultar así la verdad de sus efectivos electorales, en enorme desproporción con la política de inflación numérica que pregonan a grandes voces. Es posible. Pero de todos modos se han sumado al radicalismo en el peor de los terrenos: ni siquiera el de la acción, sino en el meramente electoral. Algunos camaradas alegan que no tiene nada que ver con el frente popular tal como ellos lo conciben. También lo admitimos. ¿Pero el partido stalinista no es según esos mismos camaradas uno de los futuros integrantes del frente y aun de su vértebras proletarias?

Este último revela en su prensa los fines que persigue al votar por los radicales: es un modo de llegar a la formación del frente popular, es decir, para formarlo empieza por desfigurarse no ya como partido revolucionario, sino simplemente como partido. Se insistirá, como dicen los manifiestos stalinistas que es el único modo de derrotar a la reacción. Es profundamente entristecedor ver coo el problema político del país se reduce a esto: saber si la oligarquía adueñada del poder dejará votar. Antes del 5 de noviembre nadie dudaba que el fraude alcanzaría las bochornosas proporciones necesarias para que triunfaran los conservadores. También los stalinistas tenían la obligación de preverlo. Si la oligarquía -entonces y en el futuro- deja votar, el aporte de los comunistas está demás. Si no deja votar, igualmente. Porque la solución real no está en las urnas, sino fuera de ellas. ¡Y esto hay que decírselo a gentes que se llaman marxistas! Con razón dijo Marx una vez: No. Yo no soy marxista.

No negamos la necesidad, en un momento dado, de votar por un partido democrático para derrotar a otro reaccionario, siempre y cuando ello signifique una solución inmediata real, aporte alguna ventaja para nuestra política revolucionaria, se haga con garantías. Pero votar por el radicalismo sabiendo por anticipado que ello no tendrá más consecuencia práctica que sumarse como electores es reemplazar a Marx por una miserable e inconducente aritmética electoral o sencillamente, sustituirle por Pueyrredón.

Una vez más, lo repetimos, hay que hacer blanco en las causas reales de esta política de frente popular. Enzarzarse con los burócratas stalinistas, en una discusión al respecto es lo mismo que discutir de ruidos con un sordo y de colores con un ciego. El frente popular no ha sido concebido como una lucha revolucionaria por la democracia contra el fascismo, en la cual esa reivindicación democrática es algo transitorio hacia la revolución socialista, sino que es ala adaptación formalista y grosera de la política oficial impuesta por Moscú a todas sus secciones nacionales a efectos de sellar y garantizar la política de alianzas militares y diplomáticas con la burguesía internacional, tal como lo propone Stalin en su declaración conjunta con Laval, aconsejando renunciar a la lucha revolucionaria. Esto supera al reformismo, que colabora con la burguesía como partido obteniendo ciertas ventajas en la forma de bancas parlamentarias, puestos oficiales, etc.

Se trata de reeditar en el país el Frete popular francés. Y no obstante que este último en sus líneas generales incurre en las mismas fallas amén de otras más graves, presenta características de seriedad, pues los partidos socialista y stalinista tienen -sobre todo el primero- fuerzas considerables, lo cual, si por una parte acentúa la necesidad de su ruptura con el partido radical-socialista, por la otra, permite que estos partidos no desempeñen el papel que los stalinistas aquí.

El frente popular francés conduce, por un camino distinto, pero igualmente nefasto, a la derrota a manos de los fascistas, como en Alemania. Se basa en una perspectiva exclusivamente electoral y parlamentaria. No se propone como objetivo primordial la conquista del poder, rechaza el armamento del proletariado como una provocación trotskysta. Los fascistas, sin embargo, como lo ha detallado la misma L'Humanité, disponen de aviones, automóviles blindados, motocicletas, armas y organización militarizada. El frente popular se limita a hacer manifestaciones y a implorar al gobierno de Laval que disuelva las ligas fascistas. Este, como buen jefe de un gobierno bonapartista, se sitúa como elemento de equilibrio entre los dos campos. Prometió a las izquierdas desarmara los fascistas si se comprometían a apoyar parlamentariamente los decretos leyes. Estos aceptaron. Después Laval dictó tres decretos por los cuales prohíbe el armamento de todos los grupos y partidos y establece que cualquier manifestación debe ser autorizada con mucha antelación por la policía. ¡Y el frente popular, complicado con los decretos leyes, tiene que pedirle ahora que derogue estos decretos! Estos van dirigidos casi exclusivamente contra las izquierdas. Los fascistas realizan reuniones en grandes locales privados, y con la complicidad del mismo Laval no entregarán ni un solo cuchillo. Se produce, esta vez por el camino de la unidad, el período de los gobiernos pre-bonapartistas y bonapartistas de Bruening, Scheleicher y Von Papen en Alemania. Los obreros, deseosos de vencer y luchar, se baten sin armas contra los fascistas; éstos armados y disciplinados, disparan fríamente, van conquistando posiciones parciales. En el momento decisivo Laval llamará a de la Rocque y le entregará el poder. ¡¡Y los socialistas de izquierda y stalinistas se felicitan porque Dadalier levante el paño en las manifestaciones!Un argumento, como se ve, en favor del frente popular. Dadalier como Herriot, son el nexo de unión entre el gobierrno bonapartista de Laval y el frente popular7. Esta es la tragedia del proletariado francés.

Aquí se trata de una tragicomedia. Es el pacto de Fausto con el diablo. Solo que en este caso el Fausto stalinista entregará su alma sin conquistar la Margarita radical.

Insistimos en que no oponemos una negación absoluta a la necesidad de ciertas alianzas con los partidos burgueses. La política del partido bolchevique ha sido de compromisos casi permanentes. ¿Pero cuáles son las garantías mínimas necesarias de estas alianzas? Por lo general, la época actual excluye la posibilidad de pactos con la burguesía: los casos de Méjico y China demuestran que la fusión con esta clase y la pequeña burguesía es abrazarse a la derrota. El IVº Congreso de la ex-Internacional comunista, que por lo menos existe todavía y a la cual pertenecen los que han votado por Pueyrredón y Sabattini, dice lo siguiente.

El Comité Ejecutivo estipula como condición rigurosamente obligatoria para todos los partidos comunistas que contrajeran un acuerdo cualquiera con los partidos de la IIª Internacional y de la Jnternacional II y media (¡Y no con los partidos burgueses!) la libertad de continuar la propaganda de nuestras ideas y la crítica de los adversarios del comunismo. Sometiéndose a la disciplina de la acción los comunistas deben reservarse absolutamente el derecho y la posibilidad de expresar, no solamente antes y después, sino aun durante la lucha, su opinión sobre la política de todas las organizaciones obreras sin excepción. En ningún caso y bajo ningún pretexto podría omitirse esta cláusula . Al preconizar la unidad de todas las organizaciones obreras, en cada acción práctica contra el frente capitalista, los comunistas no pueden renunciar a la propaganda de sus puntos de vista, los únicos que constituyen la expresión lógica de los intereses de la clase obrera en su conjunto.

El partido stalinista ha violado todas estas garantías mínimas indispensables para la concertación de la unidad en la acción, cualquiera que ella sea. He aquí la crítica que La Internacional formulaba a la izquierda Socialista: ¿Limitarnos a propagar la dictadura del proletariado, que por otra parte no corresponde a la próxima etapa de la revolución en la Argentina? Evidentemente que hay aquí una seria laguna (nº 3451, 18-6-35). De modo que el stalinismo no solo no pregona como propaganda sus finalidades, ni utiliza las posibilidades pedagógicas del frente único para tratar de convencer a sus probables aliados de los propósitos que como partido debieran serle fundamentales, sino que renuncia a éstos y critica a quienes los defienden.

Tampoco ofrece seguridades como organización. Juventud Obrera decía: Firmemeos un pacto la juventud socialista, juventud comunista y radical, juventud estudiosa, el momento ha llegado. Nosotros estamos prontos. Que un nuevo primero de mayo nos sorprenda reunidos en una sola organización (13-6-35), posición que todavía se mantiene. También aquí se hace el ridículo. Por allí circula un periódico, Frente, en el cual los stalinistas se adaptan completamente a los radicales, desfigurando totalmente inclusive su programa stalinista, sin que los radicales hayan pensado siquiera en disolverse para constituir la nueva organización.

¿Pero el partido tampoco ofrece garantías? La Internacional (nº 3457, 5-8-35) propone la unidad orgánica con los socialistas en un partido y una Internacional únicas. Pero la proposición por sí misma está en contradicción con la prédica y la acción de Lenin, que fue el iniciador de la ruptura con el reformismo y la lucha contra él.

¿Cuál es el programa del Partido en la actualidad? Léase su folleto programático:

El Camino de la Salvación. El bloque de las fuerzas de Izquierda.

Después de dar por existente un bloque inexistente se pregunta y responde:

¿Puede y debe el proletariado participar en un tal block? Sí, puede y debe. Quedar ausente es dejar las soluciones en manos reaccionarias y de las llamadas fuerzas liberales que dicen apoyarse en el pueblo. Sería privar al block de las izquierdas de la parte más combativa y consecuentemente democrática del pueblo. Sería debilitar extraordinariamente la fuerza del block.

(Pag. 12)

Analicemos, en la medida en que sea posible hacerlo, esta jerigonza. El bloque no existe. El programa lo da por formado y parte, entonces, de una primera premisa falsa. Porque si no le diera por formado debiera decir: ¿debemos empeñar nuestros esfuerzos en lograr su formación? En cambio, ya formado, se presenta una justificación secundaria y no podemos quedar ausentes. ¡Falsedad y mentira burocráticas! Si el proletariado queda ausente como se dice, es dejar las soluciones en manos reaccionarias y de las llamadas fuerzas liberales que dicen apoyarse en el pueblo. Si éstas no son fuerzas liberales, según su propia afirmación, ¿a qué unirse a ellas? Si dicen apoyarse en el pueblo, esto significa que no lo hacen; entonces son direcciones en el aire a las cuales no hay por qué unirse. La parte más combativa y consecuentemente democrática del pueblo bien puede prescindir de direcciones que no se apoyan en el pueblo, y realizar una acción propia independiente. Estas esponjas petrificadas del burocratismo no pueden dejar de reflejar, aunque sea inconscientemente la verdad de la situación. Si la parte más combativa es el pueblo y aquellas fuerzas no son liberales ni se apoyan en él, es evidente que se les aporta algo de lo que carecen, sacrificando la acción del pueblo en su beneficio. ¿Qué necesidad tiene esta parte más combativa de apoyar las soluciones reaccionarias de las fuerzas menos combativas? Como siempre que hablan u obran, el primer pensamiento o acto de los stalinistas está en contradicción con el segundo.

El folleto continúa:

¿La conjunción de las fuerzas de izquierda será una simple conjunción electoral? De ninguna manera. Así piensan los politiqueros que juegan al liberalismo

Muy bien. Pero los que han escrito esas líneas han ordenado votar -sin tener siquiera un pacto significara políticamente algo- por Pueyrredón y Sabattini. ¿No son pues unos politiqueros que juegan al liberalismo?

¿Y el programa del block? Entre otros puntos -establece el folleto- disolución y desarme de la Legión Cívica, encarcelamiennto de los dirigentes del uriburismo. ¿Pero quién los desarma? ¿Quién los encarcela? ¿Y cómo lo hace? De los juegos de Repetto, pidiendo un decreto en ese sentido, a estas proposiciones, no hay más diferencia que los horrores gramaticales de estos últimos. En el fondo, la misma impotencia. Lo ismo se nos dice respecto del antiimperialismo. No hay una sola indicación concreta en cuanto a la manera de hacerlo efectivo. Pero hay, en cambio, un estribillo: el frente popular es la salvación.

Desenvolvámonos, como una concesión polémica, dentro del pensamiento de sus partidarios, admitamos que se formara. ¿Quién y cómo desarma a la Legión? ¿Acaso por el hecho de la constitución del bloque de izquierdas? dejaría de obrar la dinámica del proceso de polarización de los campos extremos? ¿El fascismo se batiría en retirada ante el mágico conjuro del frente? ¡La reacción gobernante ordenaría su disolución dictando un decreto fundamentado en las exigencias del bloque? Un stalinista sincero responderá lo hará el gobierno popular surgido del frente popular. ¿Pero el frente popular llegará al gobierno sin medirse con los fascistas y con el gobierno? Estos no se aliarían en ese caso? ¿O es que creen ustedes que el frente popular llegará al gobierno mediante los sufragios obtenidos en elecciones libres? ¡Mil y una utopías reaccionarias y criminales con las cuales se está engañando a los trabajadores! ¿Los fascistas dejarían de acudir a disolver mítines y reuniones? ¿No se impone en ese caso, como en todos, la lucha organizada, colectiva, en la calle, contra el fascismo? Y si es así: ¿por qué pregonar la disolución y encarcelamiento y no esa lucha primordial? Porque la disolución es la política reformista y ahora stalinista de la retirada sin combate, para no asustar a los probables aliados... liberales. Porque la política de la acción eficaz colectiva es la de los revolucionarios, difícil, heroica, quizá necesariamente cruenta, pero la única con posibilidades reales de salvación.

Se nos ofrece un hipotético bloque con consignas reaccionarias, con fuerzas que todos sabemos son absolutamente incapaces de luchar contra la reacción, y que de realizarse solo significaría entregar el movimiento obrero a manos de sus enemigos presentes y futuros, maniatado, impotente. Y la clase obrera es la única capaz de luchar realmente, hasta el sacrificio. Desde 1930 sin interrupción está bajo el fuego implacable de una persecución sin límites. Todos los liberales, demócratas y radicales han desertado, claudicado y traicionado: solo los gremios obreros se mantienen en pie, en la acción, se fortalecen, emprenden huelgas. En su seno se albergan las únicas fuerzas potenciales capaces de derrotar al enemigo. Con estos héroes anónimos y colectivos hay que buscar una unión indestructible. Podemos estar seguros que no nos traicionarán. Podemos tener grandes esperanzas de victoria. ¡Los que propongan someterse a manos del enemigo y nieguen su acción independiente deben ser marcados a fuego y expulsados de nuestras filas por traidores! El fondo de esta política del frente popular -llevada a extremos de grotesca parodia- es el siguiente: basándose en la política del socialismo en un solo país, la burocracia centrista se ha divorciado de la revolución proletaria internacional, tratando de no alterar el status quo de las potencias imperialistas, en consecuencia la lucha del proletariado no tiene para ella como caracterísitica la dictadura del proletariado, pasando por la defensa revolucionaria de la democracia burguesa en oposición al fascismo, sino que se reduce a la contradicción que ayer negaba -entre la democracia y el fascismo. He aquí las razones y las órdenes del stalinismo en el orden internacional, que se traducen en el orden nacional. La defensa de los derechos democráticos es, en todas las circunstancias una consigna correcta y la acción en ese sentido un deber elemental del partido revolucionario. ¿Pero cómo defender esos derechos cuando el fascismo amenaza? No hay otro medio que la ofensiva de los trabajadores en la lucha por la conquista de las masas a nombre de la conquista del poder, por la alianza o la unidad de acción de las organizaciones y partidos proletarios; la organización, basada sobre ese movimiento, de las milicias del pueblo, la constitución de los comités o alianzas obreras y populares en determinado momento de esa acción.

El frente popular es de carácter meramente negativo y defensivo, se manifiesta contra las consecuencias sin ver ni combatir las causas, y por tanto infaliblemente condenado a la derrota; contra el fascismo, en defensa de la democracia burguesa, por la alianza con los núcleos burgueses o pequeño burgueses, de cuya impotencia, cobardía y debilidad nace en parte el fascismo. El frente popular no es una organización ni un propósito de lucha para la abolición de las causas del fascismo, sino una mellada tijera para podar las ramas de sus consecuencias, una capitulación ante el reformismo burgués.

El primer camino es el de los marxistas. El segundo el de los centristas.

La Izquierda Socialista y la liberación nacional

Al referirnos en líneas anteriores a la revista Izquierda y la corriente que representa, hacíamos notar que no juzgamos como una traición su actitud favorable al frente popular. Es preciso emplear las calificaciones con suma cautela para no caer en las aberraciones del stalinismo que adjudica a todo el mundo los epítetos más injustificados. Pero tampoco halagamos a nadie. Este recurso no forma parte de nuestras políticas.

Este núcleo político ha roto con el socialismo de Vandervelde y Repetto, encaminándose hacia el socialismo de Lenin. Pero entre ambos, a mitad de camino, existe el de Kautsky de la preguerra. La izquierda socialista marcha de derecha a izquierda, es decir -para emplear fórmulas más o menos gráficas y expresivas- puede caracterizarse como un movimiento centristas progresivo. El partido comunista hace rato que ha abandonado el socialismo de Lenin para abrazarse al de Stalin-Kautsky y se halla ahora en el dintel del de Vandervelde y Repetto, habiéndolo en algunos aspectos superado en un sentido reaccionario. Ambos centrismos -con diferencias por cierto muy importantes- se encuentran en su marcha -el uno hacia derecha y el otro hacia izquierda, los dos respectos de sus anteriores posiciones- en un punto de cruce: el frente popular.

Dejemos de lado las diferencias que en la apreciación del frente popular se manifiestan entre Izquierda y el folleto de Marianetti titulado Hacia una lucha de liberación nacional. En sustancia, el folleto aboga por la liberación nacional del imperialismo por métodos socialistas y establece que las fuerzas motrices de esa revolución son el proletariado y sus partidos. De manera que, en cierta media, apunta un criterio distinto al del stalinismo en cuanto a las fuerzas que habrían de integrar el bloque de las izquierdas, o sea se inclina por la no inclusión de los núcleos burgueses en el mismo8.

Verdad que el folleto no es al respecto absolutamente claro. No condena por otra parte, como es urgente y necesario, la política zaguera del radicalismo que es lo que en fin de cuentas implicaría el frente popular.

El camarada Marianetti encomia, sin embargo, la necesidad de hablar claro. Obedeciendo a su consejo formularemos unas cuantas objeciones a su folleto. Critica la tendencia a confundir el anti-imperialismo de la clase obrera con el de ciertos radicales de izquierda o el aprismo. Es la primera diferenciación -aparte de las nuestras, hechas con mucha prioridad- en torno a ello. Critica las posiciones filosóficas de los apristas. No sabíamos que éstos las tuvieran: de todas maneras, no está de más. Pero lo más urgente reside con particularidad en la forma yu en las clases con que los apristas pretenden desarrollar la lucha antiimperialista. Aquí es cuando hay que centrar el blando de los impactos marxistas.

¿Cuál es la posición del aprismo? Alega que dadas las peculiaridades continentales, la lucha debe ser emprendida por todas las clases del país contra el imperialismo -reemplazando la lucha de clases en el terreno interior y exterior contra las clases dominantes, -servidoras y cómplices de la dominación del capital monopolista- por una acción nacional frente al capital extranjero. Pero es evidente que en todos los países americanos existen también los capitales nacionales quue explotan a los obreros, que estos capitalistas son por lo general los gobernantes y que sacrifican casi siempre los intereses generales de la nación burguesa por las ventajas que de distintas formas reciben del capital monopolista. Es una utopía reaccionaria creer que esa gente pueda luchar contra quienes solo tienen interés en servir. El ejemplo de Leguía en el Perú y de todos sus sucesores posteriores, el de la clase agropecuaria argentina que lo sacrifica todo a la venta de su producción, como se ha revelado deslumbrantemente en los últimos tiempos, el ejemplo de Beccar Varela, uno de los pocos capitanes de industria, abogado, administrador o gerente de cuanta empresa imperialista existe, la política anterior y actual del radicalismo, que no se pronunció contra el monopolio de los transportes, sino que protestó porque lo había sancionado una cámara en la cual no estaba representado, la presencia de algunos diputados de ese partido para ayudar a su sanción, todo esto, demuestra irrefutablemente que no es posible obtener aliados en las burguesías nacionales para luchar contra el imperialismo. Pero, por otra parte, la tarea del proletariado es, en primer término, luchar contra éstas. Los stalinistas se han pasado ahora sin recato a la posición aprista: también pregonan la alianza nacional antirreaccionaria y antiimperialista9.

Con un proletariado industrial relativamente escaso en la mayoría de los países, con burguesías nacionales retardatarias e inestables en grado máximo, con relaciones políticas igualmente variables y complejas -todo lo cual es resultado de la economía en su porcentaje más alto -productora de materias primas en casi todos los órdenes naturales, con un buen número de productores rurales y proletarios del campo, junto con clases medias numéricamente considerables y sobre todo ello el capital monopolista internacional dominando por manera poderosísima la economía, la política y las clases sociales de América Latina, siendo en lo general y fundamental las típicas de la sociedad capitalista, presentan en su interdependencia recíproca un carácter particularmente movible e intrincado que necesita de una interpretación particular que las considere tal cual son. Si en las llamadas características nacionales se agazapa casi siempre el oportunismo, también reside en ellas, revolucionariamente consideradas, una buena parte del secreto del acceso a la conquista de las masas. Stalinistas y apristas han embrollado esto hasta el colmo. Han hecho respecto del imperialismo un esquema sin ninguna finalidad práctica conveniente, según el cual la lucha económica de os imperialismos británico y estadounidense se traduce automáticamente en la política de las burguesías nacionales mediante la afiliación de cada uno de sus núcleos a determinado sector. La verdad es que entre las capas dirigentes de las burguesías nacionales de todos los partidos políticos se constata un entrelace que es el que ha impuesto -junto con el sometimiento común al capitalismo internacional- las huellas más profundas a la política del país. Los grandes propietarios latifundistas, abogados de empresas extranjeras, jefes de ejército, aunque en iniguales proporciones, se hallan en toas las corrientes políticas burguesas. El imperialismo, parcialmente o en su conjunto, vale decir, cualquiera de sus sectores, utilizando indistintamente siempre a la una o a la otra tendencia política, en servicio de sus propios intereses económicos y políticos, interviene efectivamente en el rumbo político nacional.

Jose Carlos Mariátegui, polemizando con los apristas y los actuales stalinistas, por entonces comunistas10dice en su Tesis antiimperialista:

El antiimperialismo, para nosotros, no constituye ni puede constituir por sí solo un programa político, un movimiento de masa apto para la conquista del poder. El antiimperialismo, admitido que pudiese movilizar al lado de las masas obreras y campesinas, a la burguesía y pequeña burguesía liberales nacionalistas (ya hemos negado terminantemente esta posibilidad), no anula el antagonismo entre las clases, no suprime sus diferencias de intereses.

Ni la burguesía, ni la pequeña burguesía en el poder pueden hacer una política anti-imperialista. Tenemos la experiencia de México, donde la pequeña burguesía ha acabado por pactar con el imperialismo yanqui. Un gobierno "nacionalista" puede usar, en sus relaciones con los Estados Unidos, un lenguaje distinto que el gobierno de Leguía en el Perú. Este gobierno es francamente, desenfadadamente pan-americanista, monroísta; pero cualquier otro gobierno burgués haría, prácticamente, lo mismo que él, en materia de empréstitos y concesiones. Las Inversiones del capital extranjero en el Perú crecen en estrecha y directa relación con el desarrollo económico del país, con la explotación de sus riquezas naturales, con la población de su territorio, con el aumento de las vías de comunicación. ¿Qué cosa puede oponer a la penetración capitalista la más demagógica pequeña-burguesía? Nada, sino palabras. Nada, sino una temporal borrachera nacionalista. El asalto del poder por el anti-imperialismo, como movimiento demagógico populista, si fuese posible, no representaría nunca la conquista del poder, por las masas proletarias, por el socialismo. La revolución socialista encontraría su más encarnizado y peligroso enemigo, -peligroso por su confusionismo, por la demagogia-, en la pequeña burguesía afirmada en el poder, ganado mediante sus voces de orden.

Sin prescindir del empleo de ningún elemento de agitación anti-imperialista, ni de ningún medio de movilización de los sectores sociales que eventualmente pueden concurrir a esta lucha, nuestra misión es explicar y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista opondrá al avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera.

Mariátegui advierte el peligro de recaer en una posición antiimperialista. Pero se contradice y no formula con la claridad necesaria el carácter de la revolución en nuestro país en particular y en el continente en general. Asegura que sus características son agrarias antiimperialistas y que la lucha reviste una carácter de liberación nacional. Si la condición agrario antiimperialista la deduce de la economía agropecuaria de nuestros países, admitido. Pero si ello significa como pregonan los stalinistas que hay que unirse, dado el tipo intermedio de esa revolución, con las fuerzas burguesas para lograr sus propósitos, entoces esa posición es, por las mismas objeciones que hacemos a los apristas, absolutamente equivocada y sumamente peligrosa, la terra incógnita del conocido camino de China, México, España y ahora del Brasil. Mariátegui asegura por una parte que esa alianza sería ineficaz a los fines del proletariado. Exacto. Pero por otra, (Pág 5) que el poder popular revolucionario anti-feudal y agrario no tendrá las características (aun no socialista) de un gobierno revolucionario. Si la revolución agraria antiimperialista no significa alianza con una inexistente burguesía revolucionaria y antiimperialista, no hay porqué formularla así. Y si se trata de la resolución de los problemas democráticos de la revolución socialista, vale decir, la expropiación de las propiedades imperialistas, la abolición de las deudas nacionales, provinciales y municipales, la propiedad nacional de la tierra, para entregarla a los chacareros en posesión para su cultivo, la abolición de las propiedades de la Iglesia, o sea, todos los problemas aun no solucionados por la revolución democrático-burguesa, esto no es una revolución agraria antiimperialista. Porque el proletariado erigido en poder no se detendrá en una etapa o gobierno intermedio sino que, después de resolver esos problemas, continuará hacia adelante, hacia la socialización de los medios de producción y de cambio, la colectivización de la tierra, etc. Esta revolución, solo puede hacerla el proletariado, conquistando o neutralizando, para sus propios fines, a las clases medias urbanas y rurales, no en alianza con la burguesía, sino contra ésta. A esto es lo que los marxistas llamamos revolución socialista y a esa solución de la contradicción entre la etapa aun no definitivamente desenvuelta de la revolución democrático-burguesa y de la revolución socialista le damos un carácter de continuidad que formulamos, más concreta y claramente, como revolución permanente, con acuerdo a la definición de Marx. Ese es el proceso de la Revolución de Octubre. Esta es la solución de Marx y de Lenin. La otra es la de Stalin y los apristas, o lo que es lo mismo, la reedición del Kuomintang, la alianza de todas las clases, la liberación nacional.

No hay más burguesías revolucionarias. El ejemplo de la República Española de 1931 es abrumador. La burguesía, una vez en el poder no puede ni quiere resolver los problemas democráticos de su revolución; solo la clase obrera erigida en poder puede llevarlas a término. Otro ejemplo típico es la revolución rusa de febrero. Sin formular este problema con claridad no se delimitará nunca una política revolucionaria, porque se deja sin solución o se lo soluciona en el sentido del bloque con la burguesía, el problema del poder. Los principios no son un lujo de trotskystas. Se traducen inmediatamente en la práctica.

Mariátegui admite no obstante estas contradicciones, que el único modo de liberar al país de la dominación del capital monopolista es mediante la lucha revolucionaria del proletariado. ¿Entonces que significa la lucha por la liberación nacional? ¿Acaso el proletariado como tal no representa los intereses históricos de la nación en el sentido en que tiende a liberar todas las clases sociales por su acción y a superarlas por su desaparición? Pero para ello necesita, precisamente, no confundirse con los intereses nacionales (que son de la burguesía, pues esta es la clase dominante) que en el terreno interior y exterior se contradicen agudamente. De manera que esa consigna es rotundamente falsa.

En otra parte se ha discutido con la amplitud indispensable el problema de la revolución en nuestro país. Aquí queremos insistir en algunos datos fundamentales, aseverando el criterio que sostenemos todos los marxistas. Mariátegui reproduce argumentos de Trotsky y del folleto Sobre el movimiento de septiembre sin citar a sus autores ni su procedencia. Una de las características del centrismo es su imprecisión en el pensamiento. Algunas veces emplea fórmulas de izquierda contra la derecha o para encubrir actos de derecha. De todas maneras el oro puro del marxismo revela su condición frente al plomo envilecido del reformismo y del centrismo stalinista. Cuando alguien quiere pisar en firme -aunque más no sea parcialmente- tiene que recurrir a él.

No obstante el peso preponderamentemente agropecuario -pero no exclusivo- de la economía argentina, la gravitación social de las ciudades principales como Buenos Aires, Rosario, Córdoba, Santa Fe, Tucumán, La Plata, etc. es evidente. Las ciudades son los centros nerviosos de la civilización. El proletariado argentino se compone de mucho más de tres millones de hombres, lo que equivale a cerca del 30 por ciento de la población total. La población urbana es del 71 por ciento, según las más recientes estadísticas. En la producción agropecuaria es preciso incluir a los frigoríficos y al comercio de exportación de granos, que ocupan millares de empleados y obreros urbanos y rurales. La naturaleza económica argentina puede definirse, pues, como de un tipo intermedio entre el país adelantado de gran industria y el país colonial sin ninguna índole de industrias y hasta carente de toda independencia política formal, verbigracia, entre Norteamérica y la India o las Filipinas. Predominan la gran propiedad rural latifundista y la producción agropecuaria capitalista moderna, junto a importantes industrias para el consumo interno y la exportación. Este tipo de estado transitorio ha sido definido por Lenin en una página de su libro El imperialismo:

Puesto que hablamos de la política colonial en la época del imperialismo capitalista -asegura- es necesario hacer notar que el capital financiero y la política internacional que le corresponde, la cual se reduce a la lucha de las grandes potencias por el reparto económico y político del mundo, crean una serie de formas transitorias de dependencia de los estados subrayado por nosotros]. Para esta época son típicos no solo los grupos fundamentales de países que poseen colonias, y las colonias, sino también las formas variadas de estados dependientes, políticamente independientes, desde un punto de vista formal, pero envueltos por la red de la dependencia diplomática y financiera. Una de estas formas, la semicolonial, la hemos indicado ya antes. Como modelo de la segunda citaremos la Argentina.

Y agrega luego de cifras hoy sin valor:

No es difícil imaginar que fuertes lazos se establecen entre el capital financiero (y su fiel amigo, la diplomacia) con la burguesía argentina y los sectores dirigentes de toda su vida económica y política.

El peso específico -económicamente hablando- de este entrabamiento que caracteriza -a diferencia de algunos de los demás países latinoaméricanos- la economía argentina está expresado en las siguientes cifras en las cuales la producción industrial equivale al 34% del total y es, tomadas aisladamente, más importante que la ganadera y agraria.

Estimación del valor de la producción nacional11
Productos agrarios1.534.766.552
Productos ganaderos1.369.067.649
Pequeñas industrias rurales291.239.415
Productos minerales113.263.791
Producción industrial1.590.549.182
TOTAL$ 4.898.886.592

De manera que aun afirmándose en nuestro criterio de que solo la revolución socialista puede ser la etapa que corresponde -para hablar en estos antipáticos términos de fichero que por lo general impiden a los obreros entender de qué se trata- a los países coloniales y semicoloniales atrasados, vemos que la importancia específica de la economía en este país está diciendo clamorosamente -en ratificación de la cita de Lenin y de nuestro criterio- que se traduce en el terreno político por una perspectiva revolucionaria con las características decisivas de socialista y permanente. Las particularidades nacionales sirven, en este caso, a favor de los argumentos revolucionaros y no oportunistas. Esta relación entre la economía y la política argentinas no se refleja como creen los stalinistas automáticamente, sino, como creía Marx, en última instancia, o lo que es lo mismo, por una serie de interrelaciones e influencias recíprocas entre política y economía.

Los aspectos particulares no son, sin embargo, mas que los rasgos internacionales del capitalismo. Las características de la Argentina no hacen sino ratificar la necesidad de la aplicación de las leyes generales de la revolución y de la dinámica histórica que en lo fundamental rigen para todos los países del planeta. Uno de los rasgos más característicos del capitalismo es que su economía ha dejado de coincidir con las fronteras nacionales. Si en el pasado -en relación al feudalismo- éstas fueron un progreso, a la hora presente son una de las mayores taras de la humanidad, junto con el nacionalismo, en parte su consecuencia. La economía, como la política son, aun con ello, internacionales. Al crear fuerzas productivas mundiales, dividir el trabajo en una escala universal y formar un mercado mundial, el capitalismo prepara las condiciones necesarias para que las formas políticas adquieran un aspecto internacional. Esto quiere decir que el país atrasado puede asimilar, por la presión exterior, las etapas históricas de los países adelantados en todos los órdenes. Esta concepción dinámica de la sociedad actual en su conjunto elimina toda posibilidad de valor real a la distinción de países en rango o no para el socialismo. Los países atrasados puede llegar en ciertos casos, por ejemplo, el de Rusia, antes que algunos otros avanzados la revolución proletaria, pero más tarde al socialismo como sociedad. Esta es la ley de la desigualdad del desarrollo histórico que cita el camarada Mariátegui y de la cual debió -colocándose en el terreno del marxismo- deducir la necesidad histórica de la dictadura del proletariado y no de la lucha de liberación nacional12.

Por otra parte la revolución, aun en su aspecto socialista, no puede ser nacional. ¿Qué haría Cuba por sí sola habiendo implantado la dictadura del proletariado? Sin ayuda de la clase obrera norteamericana, absolutamente nada. ¿Qué haría el Uruguay o inclusive la Argentina, no obstante sus enormes recursos naturales? ¿Cómo llenar las necesidades de la gran industria que inevitablemente implica la socialización? ¿Cómo impedir una intervención armada de las potencias imperialistas? El factor de permanencia de la revolución se extiende asimismo a la arena internacional. No hay posibilidad de consolidación definitiva del poder proletario en los países de nuestro continente, ni probabilidades de construcción del socialismo sin su extensión continental. Un reformista, un aprista y un centrista se detendrá aquí desorientado: ¡No se puede hacer la revolución! Un marxista deduce de ello la necesidad de los Estados Unidos Socialistas de América.

La unidad proletaria y la lucha por el socialismo

Exprofeso no habíamos citado ahora al camarada Trotsky. No rendimos a este hombre pleitesía personal. La independencia de criterio, el pensar con su cabeza es el primer deber de un revolucionario. Pero en momentos en que a favor de la fronda reaccionaria hinchan sus velos los oportunistas de todos los matices, es preciso reivindicar la personalidad de este revolucionario inquebrantable y genial. Hemos hecho público nuestro desacuerdo -con arreglo a las características democráticas que rigen la vida interior de nuestro movimiento internacional- respecto de una posición asumida por Trotsky en cuanto al ingreso de nuestra sección francesa en el partido socialista. Pero a León Trotsky -por su auténtica condición de tal y no porque se la atribuyeran los epígonos- en su condición de revolucionario más autorizado y capaz de nuestra época, de jefe y caudillo -en el sentido más noble que damos nosotros a esas palabras- corresponde el mérito de haber analizado a la luz del marxismo, con una valentía para desafiar prejuicios que solo puede parangonarse a la de Lenin, los problemas más difíciles e importantes de la época contemporánea. Tres, en particular, que son la clave de la situación. No analizaremos lo que llamaríamos sus aciertos parciales. Nos referiremos a los fundamentales, sus análisis de la democracia y el fascismo, la táctica y la estrategia frente a esos dos fenómenos políticos, a la crisis del capitalismo. La política preconizada por él es defendida por nosotros ardientemente. Pero en todos los núcleos proletarios se traduce de una manera innegable. Desde los socialistas hasta los stalinistas. Estos desgraciadamente han tomado siempre su política con tres o cuatros de posterioridad, para desfigurarla en un sentido derechista unas veces y ultraizquierdista otras, siempre cuando ya no correspondía a la situación. tomemos, por ejemplo, el caso del frente único. Hace varios años nuestro movimiento y Trotsky en particular, comenzaron a pregonarlo. Los stalinistas nos rotularon con terribles calificativos. Después de tres derrotas como las de Alemania, Austria y España, se decidieron a adoptarlo, desfigurándolo, convirtiéndolo en alianza y capitulación con la burguesía. En uno y otro caso no hicieron sino aplicar mal y a destiempo nuestra política.

Pero aun en el caso en que éstos se decidan a aplicar una política justa su corrupción principista, de organización y dirección, es tan acentuada, que aquella fracasa inevitablemente. Los núcleos pequeño burgueses están hoy encantados con su política. Ya no son sectarios, es una frase que pronuncia alborozado todo cuanto amigo de la Unión Soviética aparece por allí enseñándonos lo que es la revolución proletaria. Nosotros despreciamos a estas gentes que con muchos años de retraso nos hacen el favor de reconocer al Estado Soviético. Ayer, cuando éste necesitaba de su apoyo como potencia revolucionaria, lo traicionaron y abandonaron; hoy, cuando éste bajo el comando stalinista avanza hacia la contrarrevolución, le reconocen y defienden. En lugar de esta rosada simpatía que a nada compromete, nosotros decimos: la victoria de la revolución, inclusive en la U.R.S.S., aun no está decidida. Quien afirme lo contrario -sincera o insinceramente, lo mismo da, Lenin le dijo a Serrati que no hay un sincerómetro- engaña a los obreros. El estado Soviético necesita de la crítica marxista sobre todo hoy, en que le sobran aplausos de la prensa burguesa ante las continuas desviaciones del centrismo burocrático que zapan las bases de clase y su significación revolucionaria. Si estos aplausos de la burguesía y la pequeña burguesía reflejan en cierta medida la creciente simpatía universal hacia el comunismo, en no menor grado demuestran que el stalinismo se indentifica con la reacción. Si los amigos y defensores de la Unión Soviética, estos curiosos personajes que nos tratan de contrarrevolucionarios porque cumpliendo con un deber un derecho al que no renunciaremos jamás, señalamos los errores y las soluciones (de lo cual nunca hablan estos buenos señores) de la política de nuestra clase, aplauden a los stalinistas no es porque se hayan convertido en revolucionarios, sino porque el stalinismo se confunde con ellos y les halaga sus prejuicios reaccionarios en orden a los personal y político. Nunca los stalinistas han defendido con tanta seguridad una posición como su actual alianza con la burguesía. Esto revela su renuncia a la revolución en confusionismos, su derrota y su decadencia.

Han dejado de ser sectarios del comunismo, para serlo del bloque de izquierdas... burguesas. Cuando el tercer periodo de las barricadas, la conquista de la calle y la huelga general cada 24 horas pronunciaban grandes frases radicales que nunca llevaban a la práctica. En este cuarto periodo de liquidación en el contubernio con las clases enemigas se encuentran seguros como pez en el agua, se portan como gentes bien educadas, no critican siquiera tímidamente a sus aliados, apelan al patriotismo, a las tradiciones nacionales; por primera vez su naturaleza centrista y oportunista coincide bien plenamente con la política que realizan. Por primera vez pasan de las palabras a los hechos sin inconvenientes.

Y son esos amigos y simpatizantes, médicos y abogados, diputados septembrinos y hasta ayer cómplices de la política del gobierno, estos diputados demócratas que no han sabido luchar siquiera en defensa de su propio gobierno, los más aplaudidos y halagados en los mítines de frente popular, son estas gentes que vuelven a encontrarse después de su orfandad política con auditorios relativamente numerosos, quienes en última instancia y por su presión política -e incluso financiera- disimulada y como indirecta pero no menos real, los que en última instancia determinan la política del partido stalinista.

Son estas gentes las que la proveen de los pocos y malos argumentos que esgrime. Son estas gentes las que ridiculizan la dictadura del proletariado y la lucha por el poder.

¿La milicia proletaria? ¿El armamento de los trabajadores? ¿Un plan de nacionalización? ¡No embrome! ¡Imposible!. La situación no es revolucionaria

¿Cuando entonces puede convertirse en revolucionaria13 pregunta Trotsky. Lanzan pesadas súplicas como sacerdotes, compiten en buena elocuencia con los radical-socialistas, y esperan. ¿Esperar cuánto tiempo? Hasta que la situación llegue a ser revolucionara por su propia decisión. Estos doctores escolásticos tienen un termómetro que colocan bajo la lengua de la vieja Señora Historia y de este modo determinan infaliblemente la temperatura revolucionaria. Pero no han consultado ningún otro termómetro.

La primera y más importante premisa de una situación revolucionaria es la mayor intensidad de la agudización de las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones de propiedad. La nación se detiene en su marcha hacia adelante. La paralización del sistema económico y, más aun, en regresión, significa que el sistema capitalista de producción está definitivamente agotado y que debe dejar paso al sistema socialista.

La presente crisis que comprende todos los países y amenaza con retrogradar la economía a decenas de años, ha conducido definitivamente al régimen burgués al absurdo. Si en los comienzos del capitalismo, trabajadores hambrientos e ignorantes destrozaban las máquinas, hoy son los mismos capitalistas quienes destrozan las máquinas y fábricas. El mantenimiento posterior de la propiedad privada de los medios de producción amenaza a la humanidad con la degeneración y la barbarie.

Las bases de la sociedad son económicas. Estas bases [están] maduras para el socialismo en un doble sentido: la técnica moderna ha avanzado a tal puto que permite asegurar un alto nivel de vida a todo el género humano; pero el sistema capitalista de propiedad, que se ha sobrevivido a sí mismo, condena a las masas a una pobreza y sufrimientos en constante aumento.

Las premisas fundamentales del socialismo -esto es, las premisas económicas- se han hecho presentes desde hace ya tiempo. Pero el capitalismo no desaparecerá automáticamente del escenario. Solo la clase obrera puede libertar a las fuerzas productivas del estrangulamiento de los explotadores. La historia coloca esta tarea urgentemente ante nosotros. Si el proletariado, por una razón o por otra, es incapaz de derrotar a la burguesía y conquistar el poder, si es , por ejemplo, paralizado por sus propios partidos y sindicatos, la continuada decadencia de la humanidad seguirá acumulando calamidades sobre calamidades, la desesperación y la postración se apoderarán de las masas y el capitalismo -decrépito, decadente, corrompido- estrangulará al pueblo con fuerza creciente y le arrojará al abismo de una nueva guerra.

Fuera de la revolución socialista no hay ningún camino.

La verdad es siempre concreta. Los marxistas se guían por el pensamiento dialéctico. Pero la dialéctica no es una fórmula, una palabreja misteriosa de oculto sentido que la usa el burócrata en las reuniones para impresionar a los obreros y pasarles de contrabando todo lo que se le ocurra. En verdad significa considerar todos los fenómenos en movimiento, en su dinámica, en su transformación de un estado a otro. El pensamiento del centrista o del pequeño burgués o del burócrata -en una palabra, el pensamiento vulgar- es metafísico y sus términos irreductibles y estáticos. La contradiccion absoluta entre una situación revolucionaria y una situación no revolucionaria es un ejemplo acabado de formalismo metafísico: lo que es, es; lo que no es, no es.

Y esto, hoy menos que para ninguna época para la actualidad. Los cambios y las transiciones son bruscas. En el proceso de la historia se ven situaciones estables, contrarrevolucionarias. Y situaciones inestables, revolucionarias; entre unas y otras, no hay una inmutabilidad. Una y otra vez se truecan reciprocamente en su contraria. En el presente toda la situación es inestable y tradicional. Pero una situación revolucionaria no llega hoy por sí sola. Actúan los factores hombres y partidos. No obstante la innegable descomposición del capitalismo, su agotamiento histórico, este sigue rigiendo los destinos del mundo, porque el proletariado no lle ha dado el golpe de gracia. Mientras la clase obrera no se la cierre, la burguesía tiene siempre una puerta de salida.

Estos mismos teólogos discuten inacabablemente, por ejemplo, sobre si la crisis del capitalismo es la última y definitiva. En realidad no lo es ni deja de serlo. Las primeras crisis del capitalismo se desenvolverán sobre el desarrollo de este sistema. Después de cada crisis la línea del mejoramiento superaba las anteriores. Pero hoy, sobre una crisis permanente, las curvas de las crisis precedentes son superadas en su descenso por las posteriores. El proceso se desenvuelve a la inversa. Las crisis y variaciones cíclicas de ascenso y descenso -de ninguna manera agotadas, unas más pronunciadas que otras- se desenvuelven sobre el fondo de la decadencia de todo el sistema y podrán continuar así indefinidamente si el proletariado no pone término a este régimen social.

Hemos dicho que el socialismo de la izquierda es en cierta manera el de Kautsky de la preguerra. Esta afirmación tiene por base de sustentación que los socialistas de izquierda no niegan la emancipación revolucionaria del proletariado pero la postponen. Ahora hay que hacer el frente popular. El sol de la perspectiva inmediata no les deja ver la montaña del fracaso enfrente. [Frase ilegible] La meta final de nuestra clase no puede postponerse de nuevo. Para lograrla es inevitable combinar en esta acción inmediata finalidades últimas. He aquí la diferencia radical entre revolución y reformismo. Los centristas como el Kautsky anterior a la guerra, e inclusive a veces la socialdemocracia, no niegan la necesidad de la lucha final. Pero ponen de por medio las reformas, no como un medio inmediato de la lucha revolucionaria y porque la exigencia de éstas coloque en una inaguantable situación a las clases dominantes que no puede otorgarlas ampliamente, sino como etapa previa. Los socialistas de izquierda reemplazan las reformas por el frente popular. Esto, sin referirnos ya a que las reformas no son más que el subproducto de la lucha revolucionaria. La burguesía no entrega nada sino está amenazada de perder algo. Y no obstante, las reformas han dejado de ser hoy un sistema de concesiones de la burguesía que, en general, las niega y desconoce. Pretender hoy plantear la lucha puramente por las reformas es perder el tiempo, las energías, un movimiento, una huelga tras de otra. Las concesiones más grandes que realiza el capitalismo contemporáneo son mínimas e incomparables con la miseria a que somete al proletariado. Por esto es que la voz de orden y la reivindicación más inmediata es la conquista del poder por los trabajadores, la abolición de la propiedad privada, el socialismo. El escolástico y el centrista se apresurarán a lanzar una frase de efecto: eso es ultraizquierdismo que Lenin condenó en tal libro o frase, etc. Este respetable lugar común no tiene ningún valor. El pensamiento dialéctico no excluye, sino que incluye, en determinadas condiciones necesarias y óptimas, la lucha por la democracia, el aumento de los salarios, las huelgas parciales.

La expropiación de imperialismo y de los capitalistas locales, el contralor de la producción, etcétera, son irrealizables bajo el dominio de la burguesía o aun bajo un hipotético gobierno surgido del frente popular, sobre las bases del sistema actual. ¡La auténtica lucha por la democracia (las reformas) tiene que platearse principalmente en el terreno revolucionario (el socialismo) por la conquista del poder! El escolástico argüirá nuevamente que olvidamos a los sindicatos, a los campesinos, etc. No señor: la conquista del poder es inseparable de la influencia del partido proletario en las masas y eso presupone la conquista de los sindicatos y de los campesinos, o, por lo menos la neutralización de éstos. Los campesinos no podrán ser libertados del yugo de los terratenientes sino por la lucha del proletariado urbano, ayudando a éste en esa tarea. Solo podrán vivir mejor cuando los trabajadores, dueños del poder, socializados los medios de producción, les vendan los productos industriales a precios iguales o más bajos que los de sus productos agrarios. Los obreros des darán la tierra en posesión para que la trabajen y les proporcionarán máquinas para ellos, suprimiendo las diferencias entre la ciudad y el campo. Los campesinos. aislados, sin dominar centros nerviosos de la producción cuya paralización sea decisiva no pueden desempeñar un papel independiente ni ser un factor dirigente de la revolución. Esto tiene que hacerlo la clase obrera.

La lucha por el poder significa en un momento dado, la huelga general. Esta no se obtiene como la llama de un encendedor. Necesita de una captación previa por el partido del proletariado de los trabajadores, e inclusive de las clases medias. La huelga general equivale, si no se quiere conducirla al fracaso, a la insurrección armada. Afloja los hilos del aparato estatal. Es como si a un pulpo se le cortara el centro del cuerpo: inmediatamente aflojará los tentáculos. Pero hay que ir más allá. No basta detener la producción. el telégrafo, los transportes, paralizar los puertos. Precisa la insurrección armada, la conquista de los soldados, la toma del poder. Los instrumentos de esta acción son los sindicatos, las milicias del pueblo, los comités de fábrica, las alianzas o comités obreros. Mentira que los obreros desconozcan los rudimentos de esta acción; los grupos o piquetes que se colocan en las inmediaciones de las fábricas para detener a los saboteadores de la huelga son los embriones potenciales: hay que extender y disciplinar esa experiencia. ¡Esta es la tarea de un partido revolucionario! ¡Sepamos hacer esto, la pequeña burguesía nos seguirá!

Las masas obreras entienden y comprenden. Hemos visto recientemente en la Capital Federal varias huelgas importantes. La de los madereros y la de los albañiles. El una asamblea de estos últimos, un compañero nuestro explicó todos estos conceptos en medio de los atronadores aplausos de los trabajadores: los dirigentes anarquistas y stalinistas le obligaron por la fuerza a callarse, ante las protestas generales. No nos engañemos: la primera fue una victoria parcial. En cuanto la resistencia sindical ceda un tanto será completamente desconocida. Y habrá que emplear ingentes esfuerzos en una huelga parcial que volverá a reproducir la situación en una etapa posterior en la que ya se habrá gastado en dos luchas la mejor parte de las energías. Las masas obreras entienden que las actuales circunstancias de desocupación y de bajos salarios requieren pesados sacrificios que en muy pocas ocasiones, si es que en algunas, compensan las ventajas obtenidas. Instintivamente comprenden que se necesitan métodos más eficaces, de mayor envergadura. No lo manifiestan teóricamente. Cuando se llama a la huelga acuden, se sacrifican y luchan. Cuando se experimenta la más mínima posibilidad de solución del conflicto aceptan la parcialización y finalmente el levantamiento de la huelga. No desertan, pero como sufren, desean luchar por resultados eficaces. Se guían por un seguro instinto de clase: esa es su segura estrategia.

La misión de una dirección revolucionaria es encauzar conscientemente esa especie de resistencia pasiva a las huelgas parciales, no en el sentido reformista de la imposibilidad de las luchas en tiempos de crisis, sino hacia la conquista del contralor de la producción, la nacionalización de la misma que solo puede obtenerse por la conquista del poder.

Hay, además de la reformista, otra posición al respecto. Es la que llamaríamos economista, en comparación a los primeros días del movimiento revolucionario en Rusia, que se oponía -y se opone- a relacionar las consignas de reivindicación económica con las cuestiones políticas y la toma del poder. Lenin les llamó capituladores y oportunistas en todos los tonos, afirmando que una situación revolucionaria debe ser activa y conscientemente preparada, enlazando todos los medios conducentes a ese fin.

Habrá quienes aseguren que todo esto es imposible. La objeción vendrá, seguramente, de quienes no tendrían inconvenientes en preparar una huelga general para entregarla a manos del frente popular o como base para la formación del mismo, todo lo cual implica, en fin de cuentas, sacrificar a la clase trabajadora para darle el poder al radicalismo.

¿Cómo reunir la mayoría de los trabajadores? La unidad de acción es un paso necesario. En primer término, en el terreno sindical. En la C.G.T. No para entregarse pasivamente a la burocracia que ejerce en su seno las funciones de policía del capital, sino para educar y preparar a los trabajadores en la lucha revolucionaria y eliminar, desde dentro, a la camarilla sindicalista.

En segundo término, mediante la unidad de acción del proletariado. Las barreras ya se han roto. Los sectores proletarios no ofrecen en realidad ninguna resistencia a esta acción conjunta contra el enemigo común. Los partidos socialista y comunista, el nuestro, los sindicatos obreros de todas las tendencias, los núcleos estudiantiles y las organizaciones agrarias, las entidades populares que luchan contra la reacción bajo distintos aspectos parciales pueden y deben reunirse en una gran acción general. Para evitar la indisciplina, y asegurar la acción común en un sentido determinado, deben buscarse los puntos de vista inmediatos en que todos esos núcleos estén de acuerdo. Para controlar esa actividad, para que cada partido conserve su libertad de propaganda, de crítica y de programa es preciso delimitar lo que hará y lo que no hará ese frente único proletario, alianza obrera o como quiera llamársele.

Para luchar efectivamente contra el fascismo, defender los locales y la propaganda del frente único es preciso formar las milicias del mismo. Estas tendrán por misión inmediata una lucha defensiva. Solo la marcha del movimiento podrá determinar en actitud posterior. No hay otro medio real de luchar contra los fascistas. Si quieres la paz prepara la guerra. No habrá paz mientras el proletariado no luche por los mismos métodos eficaces contra la escoria humana, hijos de papá, desclasée y pequeños burgueses armados al servicio del capital financiero. Ofrecer a cada nuevo ataque de estos una protesta verbal, una solicitud al gobierno, un editorial periodístico o un mitin de protesta es perder todas las batallas parciales y desembocar en una segura derrota general. Los espantapájaros solo ahuyentan a los gorriones. La langosta se combate con las barreras y el fuego. Hace falta disciplina y audacia. Al proletariado le sobran las energías: el valor social y moral de un obrero vale por el de cuatro hijos de papá. Si al primer mitin que los legionarios acudieran a interrumpir se encontraran con la única respuesta eficaz, quizá se cuidarían de volver otra vez. Si lo hicieran... no hay otro modo de vencer sino luchando; el que se entrega por anticipado está irremediablemente perdido. Las milicias deben obrar bajo la jerarquía de un comando.

Por otra parte, en las actuales circunstancias, toda lucha y agitación de grandes proporciones, si no ofrece una resistencia tenaz en todos los terrenos, termina por llevar agua al molino fascista. Un gran movimiento derrotado desmoraliza y permite al enemigo asaltar el poder sobre el desánimo y la desorganización de sus opositores, como ocurrió en Italia. Por esto mismo no puede limitarse a la ofensiva. Tal es la dialéctica histórica de todos los movimientos políticos o sociales triunfantes y derrotados. La consecuencia que de esto debe deducirse es que el movimiento debe adquirir en su desarrollo ulterior un vigoroso carácter ofensivo. La consigna central de este movimiento debe ser la conquista del poder. He aquí una cosa que los fascistas han aprendido: en todo momento ratifican su codicia del poder. El proletariado debe ser en este sentido mucho más exigente y tenaz.

La alianza obrera, los comités de la misma y los comités de fábrica, son el embrión de los futuros consejos. Estos no tendrán solamente una función de agitación previa a la conquista del poder. Antes y después de ello cumplirán una función de gobierno, resolviendo por mayoría de votos quiénes les representarán y qué opiniones sostendrán, estableciendo de hecho una dualidad de poderes que se resolverá con posterioridad. Las milicias obreras serán las semillas del futuro ejército del proletariado. Antes de hablar como cosa inmediata de organizar la conquista del poder es preciso trabajar por la conquista de las masas populares. Antes de ello es indispensable formar el bloque de la clase obrera.

¿Cuál será el programa de la conjunción de las fuerzas obreras? Naturalmente, se determinaría con el acuerdo de todos sus participantes. Por tanto, nosotros proponemos nuestro programa.

Por el respeto a la libertad de sufragio, por los derechos democráticos de prensa, reunión asociación y derecho de huelga, libertad de todos los presos sociales.

Contralor obrero de la producción. Contra la rebaja de salarios y [por] el aumento de los mismos. Semana de 36 horas. Nacionalización de la tierra y entrega de la misma en posesión a los que la trabajan. Anulación de las deudas e hipotecas rurales, rebajas de los fletes y arrendamientos.

Nacionalización de los bancos, frigoríficos, transportes, teléfonos, usinas eléctricas, petróleo, todos los medios de la riqueza nacional, abolición de las deudas exteriores, monopolio del comercio exterior.

¡El poder para las alianzas obreras!

Si como resultado de una lucha a fondo por este programa -porque el pueblo ha visto muchos programas en favor de los cuales nadie se entrega a la acción necesaria- la Argentina fuera regida por el proletariado, si se realizara la segunda revolución nacional, el camino hacia el socialismo no presentará las dificultades de Rusia. Se diferenciará tanto de las dificultades que presentó en este último país como la Argentina se diferencia de la Rusia zarista. La dictadura del proletariado no tendrá necesidad de asumir formas burocráticas: se ejercerá unicamente contra los enemigos de la revolución, dejando libertad a todos los partidos y organizaciones que se situaran dentro del régimen socialista. No podrán existir partidos enemigos de la clase obrera, ni periódicos capitalistas; el capital privado no podrá decidir qué publicaciones se imprimirán o no. Según la influencia y el número de votos con que un núcleo de ciudadanos contara en los consejos o comités, tendrán derecho a un periódico de tiraje proporcional. Idéntico principio se aplicarán a los locales políticos. Las ideas no dependerán de este modo del dinero, sino que se verán impulsadas a conquistarse el derecho a la vida mediante el auspicio de los demás ciudadanos.

En la Argentina no habrá necesidad de establecer un comunismo de guerra: la producción sobrepasa abrumadoramente al consumo. La exportación permitirá comprar máquinas en el extranjero. Probablemente el problema consistirá, por el contrario, en aumentar la población en 20 o 30 millones de habitantes. Su extensión internacional hacia Paraguay, Bolivia, Chile, Uruguay y Brasil será una de las preocupaciones fundamentales de la revolución socialista triunfante como lo fue la de mayo de 1810. La planificación de la economía se iniciará sobre las bases más o menos seguras del relativo progreso económico del país; la colectivización agraria contará con millares de máquinas, última palabra de la técnica, ya existentes en el país y que hoy explotan en provecho propio gentes que jamás han empuñado un arado.

Martín Fierro por primera vez en su vida figurará a un mismo tiempo en las listas electorales y en las de pago y no como siempre le ocurría en el pasado, que solo figuraba en las primeras y nunca en las segundas.

Todavía cabe un augurio final: el mate no será suprimido.

Todos recordamos la frase inicial del Manifiesto: Un fantasma recorre Europa... Los filisteos liberales alemanes sonrieron piadosamente cuando Marx y Engels iniciaron su lucha. Esto se repitió en el alba del movimiento obrero, socialista o revolucionario en todos los países. En los Congresos de la Internacional, antes de la guerra, se discutía siempre el problema del partido ruso. Las rencillas eran inacabables. Lenin era un loco, un soñador. Los filisteos son siempre sabios, serenos y realistas. Se afirman sobre la tierra mientras los revolucionarios vuelan en la fantasía. Pero se asientan sobre la tierra del capitalismo, se complican con sus iniquidades y miserias. Los revolucionarios no vacilamos en ponernos contra esta realidad. Vamos contra ella, contra la corriente. En la comprensión de lo existente afirmamos la negación de la seguridad de su caída y desaparición. El marxismo no es fatalismo. Si el modo de producción, la condición social determinan nuestra existencia, si los acontecimientos materiales determinan los hechos políticos y morales, éstos, a su vez, influyen sobre aquellos. Los hombres no son meros accidentes de la historia, sino sus constructores: hacen la historia. En condiciones dadas, no creadas al capricho del azar, sino en los accidentes determinados por el proceso de la historia. También es verdad que no la hacen siempre conscientemente, y a menudo [la hacen] sin comprenderla. Precisamente de eso se trata: de dar a los hombres la consciencia de su situación, la consciencia de la necesidad, es decir, la libertad.

La Humanidad ha llegado bajo el dominio del capitalismo a un callejón sin salida. O lo abate para siempre o éste la someterá al retroceso más brutal. El proletariado y el socialismo representan la continuidad del progreso humano. Que los filisteos sonrían. Hay un sector irreductible, que no desaparecerá nunca: el de los revolucionarios. Y su divisa será hoy y siempre: ¡Haz lo que debas, suceda lo que suceda!


  1. A algunos camaradas de ese partido les disgusta esta denominación política. No se trata de un calificativo despectivo, sino de la caracterización de un sistema. Por otra parte, el XIII Pleno de la I.C. estableció oficialmente la existencia de «una ideología stalinista: la de la construcción del socialismo en un solo país». El VIIº Congreso de esa misma organización votó un saludo -el primer acto del mismo- dirigido a Stalin en el que señala «la época actual como la de Stalin». Dimitrov aseguró en el mismo congreso la firmeza de la doctrina leninista-stalinista». Nosotros calificamos al centrismo burocrático por extensión como «stalinismo». 

  2. No es que atribuyamos a este núcleo importancia exagerada: la tomamos como síntoma para una apreciación general. 

  3. También en el campo del proletariado hay quienes por su política se pasan al campo del enemigo. Son los diregentes del partido llamado comunista que nos proponen -¡cuando ustedes nos revelan la verdad tan terminantemente!- que para luchar contra el imperialismo debemos aliarnos con Alvear y Puyrredón que cooperan con ese mismo imperialismo. En nuestro lenguaje ello equivale a abandonar la bandera de Lenin por la de Alvear, del modo que en el de ustedes, según dicen, Alvear abandona la bandera de Irigoyen por la de la oligarquía. 

  4. Todas estas citas han sido tomadas de Les quatre premiers congrés de l'Internationale Communiste. Manifestes, theses et resolutions. Textes complets, Libaraire du Travail 17, rue de Samber et Mause, Paris. Recomendamos su lectura particularmente a los compañeros socialistas y stalinistas. Queremos hacer constar que todos estos documentos fueron personal y casi íntegramente redactados por Lenin y Trotsky, que sobre ellos, así como en la experiencia de la oposición comunista de izquierda y el actual programa de la IVª Internacional en formación se apoya la organización a la cual pertenece el autor de estas líneas. 

  5. «Cahiers du bolchevisme», órgano oficial del P.C. francés, año IV, marzo de 1929. 

  6. Bureau d'Editions. Petite Bibliothéque Lenine. Paris 

  7. Léase al respecto el folleto de León Trotsky: La lucha contra el fascismo. Pero para ilustrar los últimos acontecimientos cabe agregar esto: con motivo de los sucesos de Brest y Tolón, en que los obreros de los astilleros y arsenales más importantes de Francia se declararon en huelga y posteriormente se batieron en las calles contra los decretos leyees. L'Humanité -lo mismo que Le Populaire- condenó la lucha de los obreros con las siguientes palabras: Son los hombres de 6 de febrero que juegan, en Tolón y Brest el papel de provocadores. Atacan a los soldados, a los guardias móviles, a los agentes de policía, y quieren hacer creer que los trabajadores actúan de este modo. Propagan falsas noticias y los quieren hacer caer bajo la trampa de sus provocaciones. Ultrajan la bandera tricolor que los trabajadores colocaron al frente de sus manifestaciones el 14 de abril. (Artículo editorial de Vaillant-Coururier en L'Humanité, órgano oficial del partido stalinista de Francia, 10-8-35). Esta miserable desautorización y falta de solidaridad para con millares de obreros que se batían a mano armada con las teropas senegalesas, esta canallesca disculpa ante el gobierno, solo tiene un calificativo: traición. Los stalinistas franceses no pueden rebelarse contra el gobierno de Laval; éste rompería su alianza con los Soviets. No pueden atacar al ministro del Interior, Paganon, que mandó las tropas senegalesas, pues éste es radical-socialista y miembro del frente popular. Por otra parte ¿puede provocarse a millares de obreros? Hay que reconocer entonces que los provocadores tienen más habilidad y fuerza que los sensatos stalinistas. Es muy raro, además, que los provocadores emprendan una lucha de esa envergadura contra los decretos leyes. Esta criminal política condena definitivamente al frente popular francés. Y cuando los obreros más concentrados en el trabajo, más importantes por su posición en la producción de la maquinaria de guerra gubernamental sublevan, quiere decir que ha llegado el momento de la revolución socialista. El partido que se desentienda de ellos no es el partido de la revolución, sino el de la traición. Aquí los provocadores de la derrota, los provocadores de la victoria reaccionaria son los stalinistas y el frente popular

  8. Marianetti se ha pronunciado después sin más trámites por el frente popular: La unión de estas fuerzas dispersas del liberalismo y de la izquierda social, etc. (Flecha de Córdoba nº1-2 11-35) y en una carta al C.F. del P.S. En este caso, nos vemos en la necesidad de repetir la crítica formulada a los stalinistas. 

  9. Eudocio Ravines, secretario del Partido Comunista del Perú, dice en su Carta Abierta a Haya de la Torre (Revista Universal, Barcelona nº27, 31-8-35): Es necesario reunir en un solo frente nacional unificado a todas las fuerzas antiimperialistas del país. En el periodo de antaño (los años 1924-26) cuando el Kuomintang de China jugaba todavía un papel revolucionario y encabezaba el frente nacional revolucionario unificado, usted se manifestaba como un ardiente defensor en la América Latina. ¿Podéis acaso, cuando la situación de nuestro continente y nuestra realidad peruana exigen imperiosamente la creación del frente único de liberación nacional, renunciar a intervenir como defensor decidido de este frente!. Es decir, despues que el Kuomintang demostró, con ayuda de la traición stalinista, someter al dominio del imperialismo internacional a 100 millones de seres humanos de tal modo que ni Haya de la Torre puede ya esgrimirlo como una bandera, los stalinistas proponen su reedición en nuestro continente. Los stalinistas quieren agregar cerca de 100 millones de seres humanos más a su larga y siniestra cadena de derrotas y traiciones. 

  10. Es preciso reinvindicar, frente a los innobles ataque de que esos dos sectores le han hecho objeto, la notalble personalidad de este marxista americano. Recomendamos asimismo la lectura de esta tesis presentada al Congreso Comunista latinoamericano celebrado en Buenos Aires en 1929, reproducido en El movimiento revolucionario latinoamericano y en Nueva Etapa, ex órgano de la Liga Comunista. En substacia, Mariátegui sostiene nuestros puntos de vista favorables al carácter socialista y permanente de la revolución, aun en los países semifeudales de América y, por supuesto, como él lo destaca, en los semicoloniales avanzados como la Argentina. 

  11. Department of Overseas Trade Economic Conditions in the Argentine Republic, Report by Stanley G. Irving. Commercial Counsellor, His Majesty Embassy, Buenos Aires, nº 607, January 1933. London 

  12. No podemos aquí [ilegible] esta concepción por cierto mucho mejor expuesta y defendida en El gran organizador de derrotas, La revolución traicionada y en la Historia de la revolución rusa de Trotsky  

  13. Where is France Going?, The New International, órgano de la IVª Internacional en los EE.UU., nº8. Mayo de 1935