Revolución y contrarrevolución en España (1937-77)
- Revolución y contrarrevolución en España (1937-77)
- Octubre Rojo en el proceso de la revolución española (1943)
- Significado histórico del 19 de julio (1938)
- Sobre el POUM (1937)
- ¡Vivan los combatientes de mayo! (1944)
- Carta a un obrero poumista (1938)
- El terror amarillo en España (1939)
- Lecciones de una derrota (1939)
- La situación en España y las tareas de los bolcheviques-leninistas (1940)
- Reafirmación (1977)
Revolución y contrarrevolución en España (1937-77)
Octubre Rojo en el proceso de la revolución española (1943)
En la frondosa selva de experiencias políticas que constituye la revolución española, la insurrección y huelga general de octubre de 1934, cuyo aniversario conmemoramos en este número de Contra la Corriente, tiene una importancia primerísima. Dar, en un sólo artículo, un análisis completo de la experiencia de Octubre, resulta imposible. Intentaré hacer ese análisis completo en una obra dedicada al estudio de la revolución española. Aquí me ceñiré a presentar un aspecto, el mas importante sin duda, de aquellas jornadas.
En el transcurso de la década 30, el proletariado y los campesinos españoles ofrecieron numerosas oportunidades de llevar a término la revolución, una de las principales, el año 1934. Su fracaso, bien que no decisivo, grabó las masas con sacrificios inmensos; sus enseñanzas, incomprendidas, permitieron a los dirigentes infligir a la revolución la gravísima y cruel derrota de la guerra civil.
El advenimiento de la república produjo una abundante floración de prejuicios democráticos, poderosamente fomentados por el pensamiento y la conducta pequeños-burgueses del Partido socialista. Pero bien pronto, las masas identificaron el carácter de clase de la República.
Desencadenó sobre ellas una represión de violencia, sin precedente en tiempos del reyezuelo, protegió a latifundistas, monárquicos y reaccionarios en general; suprimió o limitó cuanto pudo las libertades democráticas; persiguió a los revolucionarios, aumentó el número de guardias civiles y creó, con la guardia de asalto, una nueva institución represiva; lanzó a ambas contra obreros y campesinos, y dedicó lo más pérfido de la legislación de las cortes constituyentes a sabotear y desarticular el movimiento obrero. Todo ello con la anuencia y la colaboración directa del Partido socialista, tanto en el gobierno como en el parlamento constituyente. Y a veces, la iniciativa de las leyes represivas, cual la de asociaciones, procedía del seno mismo del Partido socialista.
La república misma se encargó de hacer comprender a las masas que na era, en esencia, un régimen diferente de la monarquía. Aprendizaje de gran valor positivo si las masas hubiesen encontrado un conducto orgánico por el que verterlo en acción revolucionaria para sus propios fines. Faltó esa condición. El anarquismo, en pleno paroxismo apolítico, rechazaba toda acción que no le perteneciera exclusivamente, renunciaba así a ganar las masas atadas al reformismo. De tiempo en tiempo se dedicaba a preparar. insurrecciones suyas también, es decir putschs desconectados de las masas y de la correlación general de fuerzas existentes en el país. El resultado práctico de la acción anarquista desorganizaba y debilitaba el movimiento obrero y campesino. Por su parte, el Partido comunista, ya totalmente infeudado a la burocracia de Stalin, aportaba un grano mas a la laxitud de las masas, mediante sus particulares mejunjes políticos. Teóricamente, habla roto ya con el principal objetivo político del marxismo: la toma del poder por el proletariado. Patrocinaba en su lugar una dictadura democrática del proletariado y los campesinos (distorsión esterilizada de la consigna abandonada por Lenin en 1917) que negaba hipócritamente el carácter socialista de la revolución. Prácticamente, el partido stalinista se cortaba toda posibilidad de aproximación a las masas mediante un sectarismo exacerbado obediente a la línea de Moscú. Cuantos han vivido aquellos días recuerdan el trato ultimatista y calumnioso que daba a las masas agrupadas en las organizaciones socialistas y anarquistas: socialfascistas, anarcofascistas con quienes era imposible establecer un frente único de lucha de organización a organización. Entre unos y otros, las masas, en lugar de evolucionar a izquierda como lo permitía su decepción de la república burguesa, quedaban estancadas y a merced de los mismos líderes socialistas que causaban su decepción. La radicalización que no pudo producirse por la acción deliberada del anarquismo o de otra organización, hubo de encontrar una válvula, de escape en la social-democracia misma. La situación internacional ayudaba a ello. Hitler acababa de subir al poder. En Austria se precipitaba una rápida evolución hacia el fascismo. En Francia y España, surgían aspirantes a führer. En Europa central y balcánica, cundía la reacción filofascista.
La socialdemocracia, que veía escapársele los puestos y canongías de que disfrutaba por su tradicional sumisión al capitalismo, sintió necesidad de defenderlos. Necesitó recurrir a las masas con un lenguaje radicalizante, si bien en el fondo totalmente exento de propósitos revolucionarios. Trataba solamente de impedir la desaparición de la democracia capitalista, de la cual sus dirigentes eran colaboradores y funcionarios cómodamente retribuidos. En toda Europa, la Segunda Internacional fue sacudida por esa necesidad de defenderse. A la situación internacional se añadía la particular de España, donde la reacción filofascista ganaba terreno y los socialistas corrían el peligro de ser definitivamente despedidos. Miel sobre hojuelas. El esfuerzo de lucha de la socialdemocracia tenía que ser mayor en España, por ser mas directo el peligro. Así sucedió, en efecto.
Convirtiéndose en exponente de la defensa, Largo Caballero llegó a hablar de la superación de la democracia burguesa, y de la necesidad de instaurar la dictadura del proletariado. El eco formidable que suscitaron las palabras de Caballero prueba hasta qué punto el proletariado y los campesinos, sufrida la experiencia de la República, estaban maduras para llevar adelante su ofensiva por la revolución socialista, la necesidad histórica existía; incapaces de aprovecharla anarquistas y comunistas, irrumpió, como una catarata represada, por la brecha de la relumbrosa radicalización socialista. Cierto que para ésta no se trataba de un movimiento real por la revolución proletaria, y que su máximo alcance era obligar nuevamente la burguesía a admitir la colaboración socialista. Sin embargo, para las masas lo que contaba era la promesa de revolución social. Apenas vieron ante sí una perspectiva de luchar por algo mejor que la democracia burguesa, su laxitud desapareció casi de la noche a la mañana. No se debía, en realidad, sino a la incapacidad de todas organizaciones obreras para orientarlas a la lucha.
El bloque electoral de la derecha filofascista, ayuntada a los republicanos históricos de Lerroux-Martínez Barrio, logró, gracias a la ley electoral votada por los socialistas, la mayoría de la nueva cámara en las elecciones de noviembre de 1933. Pero el movimiento de masas creció vertiginosamente, auxiliado por un cúmulo de ¿aclaraciones radicalizantes del Partido socialista y de su juventud. En el par lamento, la minoría socialista, por boca de Indalecio Prieto, se comprometía "a desencadenar la revolución". Algunos alijos de armas descubiertos por la. policía aumentaron los temores de la burguesía., asustada por el grandioso resurgir revolucionario, pero confiante, sinembargo, en que el miedo de Partido socialista a la revolución resolvería todo en humo de paja.
La reacción acertaba. Las masas eran un peligro, pero no había mucho que temer del reformismo. Apenas reavivada la clase obrera, el partido socialista comenzó a poner freno a sus movimientos, tratárase de reivindicaciones políticas o puramente económicas. Forzado a dar a su marcha cierta apariencia revolucionaria, el Partido socialista aceptó contactos con otras organizaciones obreras, a lo que se había negado sistemáticamente antes. Pero los contactos estuvieron muy lejos de representar un frente único de lucha. Las Alianzas Obreras, organismos resultantes de ellos, redujéronse a pequeños comités de enlace con una mayoría socialista inalterable, dada su composición burocrática, y por lo mismo separados totalmente de las masas. En una declaración pública, largo Caballero hizo referencia a las Alianzas diciendo que su misión histórica puede ser tan importante, cuando menos, como la de otros organismos en otro país. En la práctica, cotidiana, los representantes socialistas en las Alianzas dedicaban todo su empeño burocrático en impedir que se convirtiesen en soviets, o sea, en los organismos de poder obrero a que tan esotéricamente aludía Caballero.
Se recordará que a las Alianzas se habían negado a pertenecer al stalinismo y el anarquismo. Este último llegoo a formar parte de ellas únicamente en Asturias. La Alianza, de Madrid estaba constituida por representantes socialistas (Partido, Juventud y U.G.T., un representante de la Izquierda Comunista y otro del Partido sindicalista. Mas tarde, la Federación tabaquera (autónoma) envió su representación. Debido a la desproporción numérica entre las organizaciones socialistas y las otras, éstas permanecían necesariamente en minoría. Había dos representantes del Partido socialista, uno de la Juventud, dos de la. U.G.T. y uno sólo de cada una de las organizaciones no socialistas. El máximo de variación que una votación sobre cualquier problema podía arrojar era cinco contra tres. De hecho, los delegados de la Izquierda Comunista y del Partido Sindicalista fueron siempre prisioneros de los socialistas. Representados éstos por burócratas reformistas enteramente petrificados, de la categoría de Manuel Albar y Henche, todos los razonamientos sobre conveniencias revolucionarias se estrellaban contra su estrechez peculiar. Por medio de su representante madrileño [Munis, NdE], la Izquierda Comunista se esforzó en sacar las Alianzas del estado comatoso a que deliberadamente las redujeron los socialistas. Quiso convertirlas en organismos que tomasen la dirección de las huelgas de masas contra, la reacción y darles una estructura democrática susceptible de llevar a ellas representantes directamente elegidos por obreros y campesinos, no existía otra manera posible de transformarlas en órganos de poder, ni tampoco de desarrollar la ofensiva de masas, cual requería indispensablemente el éxito de la futura insurrección. Era por otra parte, indispensable poner entre la espada y la pared a anarquistas y stalinistas, que por diversas razones se obstinaban en rechazar las alianzas. Poniendo estas en el centro de la lucha de clases, se hubiesen visto obligadas ambas organizaciones aingresar en ellas o desintegrarse. La mayoría de la base anarcosindicalista simpatizaba con las Alianzas. Pero el muro burocrático socialista rechazaba invariablemente todas las iniciativas en tal sentido, la mayoría de ellas provinentes de la Izquierda Comunista.
En realidad, los socialistas no querían ni órganos de poder obrero, ni movimiento ofensivo de masas. Sus deseos parecían perfectamente satisfechos con la tensión política existente. Ponían a contribución toda su fuerza orgánica y su capacidad de argumentación para trabar las luchas obreras y campesinas. A tal efecto, inventaron una teoría de la insurrección digna del premio Nobel de la estupidez: Nada de movimientos parciales, nada de gasto de energía; las huelgas, las demostraciones, son inútiles, perjudiciales. Todo el mundo a callar, obedecer y aguardar a que los novísimos estrategas socialistas den la orden de insurrección. El conspiracionismo utópico y romántico del siglo XIX encontraba en los recién radicalizados dirigentes una grotesca caricatura. Armados con ese argumento: dándose aires de conspiradores de antaño, los socialistas impidieron crecer al movimiento de masas, sabotearon y llevaron a la pérdida huelgas de triunfo fácil e importante para el porvenir del movimiento produciendo en las masas desconfianza e incluso desaliento y rompiendo el equilibrio revolucionarlo entre el campo y la ciudad. Para ilustrar lo funesto de la táctica socialista (en realidad cálculo político perfectamente medido) me referiré rápidamente' a la principal de las huelgas saboteadas y llevadas a la derrota: la huelga campesina de julio.
Consciente o inconscientemente, la Federación de Trabajadores de la Tierra, había elegido para declararla el mejor momento, tanto considerado desde el punto de vista económico como político, los apremios de la siega permitían escasa resistencia a los patronos; la tensión y capacidad de lucha entre los jornaleros había llegado a su punto álgido; el campo no podía esperar sin batirse en retirada ante los patronos y sufrir la desorganización consecuente. Políticamente, la ocasión era también la mas propicia. La reacción gilroblista habíase visto obligada a dar un paso atrás, a resultas de la huelga política contra su manifestación en El Escorial (abril). El propio gabinete Lerroux fue dimitido y substituido por el de Samper, prototipo de gobierno débil destinado a desaparecer rápidamente por la izquierda, o por la derecha, según el movimiento obrero se mostrase mas fuerte o mas débil. Tras el gobierno Samper sólo cabía, el paso a otro gobierno fuerte con representantes directos de la mayoría filofascista de la cámara, o la disolución de ésta y convocatoria a nuevas elecciones, lo que hubiese supuesto una derrota formidable para la reacción, dejando el camino libre de obstáculos para, desenvolver el movimiento revolucionario hasta la dualidad de poderes.
Alrededor de cien mil trabajadores de la tierra holgaron desde el primer día de la declaración del movimiento. El gobierno mandó a combatirlos millares de guardias previamente concentrados en las zonas agrícolas. La huelga iba a ser un fracaso cierto sin la solidaridad del proletariado urbano. Dejando derrotar a los campesinos, las ciudades quedarían aisladas, privadas de su poderoso apoyo para los movimientos revolucionarios posteriores. Aunque la huelga campesina hubiese sido realmente inoportuna, lo que estaba muy lejos de ser, el proletariado tenía que apoyarla con huelgas de solidaridad para reducir las proporciones de la derrota y que los campesinos no se sintieran abandonados y traicionados. Era el ABC de la estrategia revolucionaria en aquel momento. Argumentando así, el delegado de la Izquierda Comunista en la Alianza obrera, madrileña presentó un plan de huelgas de solidaridad escalonadas en las principales ciudades del país y limitadas a un plazo de 48 horas, lo que aseguraba de antemano su éxito. La huelga campesina se hubiese extendido de las regiones mas avanzadas a las retrasadas, abarcando 300, 400, 500 mil hombres. El gobierno habría sido forzado a dispersar sus fuerzas represivas en el campo y a concentrar una parte muy importante en las ciudades. Su capacidad de contención hubiese sufrido una importante merma. Y los trabajadores de la tierra, respaldados por las ciudades, habrían elevado hasta el máximo la intensidad de su ofensiva. En las excelentes condiciones políticas de las masas, la solidaridad de la ciudad con el campo habría impedido, en el peor de los casos, que los huelguistas sufriesen una derrota grave. El agro debía sentirse acompañado por la fábrica.
Pero los burócratas socialistas, aterrorizados por la importancia y el carácter ofensivo del movimiento, se negaron rotundamente a hacer el menor gesto en favor de los huelguistas. Todos los razonamientos, todas las representaciones del peligro de aislamiento del proletariado y de reforzamiento de la reacción encontraron oídos sordos en los representantes socialistas. Y en contra de ellos era difícil declarar las huelgas de solidaridad. Se corría el riesgo de un fracaso también en las ciudades, lo que hubiese aumentado las proporciones de la derrota. Como de costumbre, al voto del delegado de la Izquierda Comunista, se sumó únicamente el voto sindicalista (la Federación Tabaquera aun no pertenecía a la Alianza). Los trabajadores de la tierra sufrieron una derrota terrible. Docenas de ellos, cayeron muertos y millares dieron con sus huesos en la cárcel. El campo en su totalidad se desgajó del movimiento revolucionario ascendente. Ninguna ayuda podía esperarse de él en el período inmediata, como se demostró palmariamente durante, el movimiento de Octubre. No solamente se sintieron traicionados los campesinos, los propios obreros de la ciudad vieron como un precedente fatal la forma en que fueron abandonados aquellos.
De manera, semejante, los socialistas propiciaron la derrota de otras huelgas obreras, principalmente la de Artes gráficas de Madrid. Las varias huelgas generales políticas que con éxito completo se declararon en la capital entre los meses de marzo y octubre, lo fueron casi a despecho de los socialistas, que resistieron hasta el último momento las proposiciones de la Izquierda Comunista. Cuando finalmente se velan obligados a aceptar la, declaración de huelga, lo hacían en su nombre, robando la iniciativa a la Alianza obrera, con el objeto de impedir que se convirtiese realmente en organismo dirigente y que las masas la consideraran como tal. Un robo semejante cometió la Comisión administrativa de la U.G.T. con ocasión del magnífico movimiento de solidaridad con los huelguistas de Zaragoza, que les dio rápidamente el triunfo. También esa iniciativa fue presentada a la Alianza por el delegado de la Izquierda Comunista. Tras muchos regates por parte de los socialistas, fue aceptada, pero al día siguiente apareció en El Socialista corno propuesta privativa de la U.G.T. En toda esa miserable y desleal actitud se veía la intención deliberada de reducir a ficción burocrática el frente único, de cortar el desarrollo de las Alianzas obreras en organismos de poder revolucionario, y de limitar el movimiento de masas a las conveniencias de los socialistas, es decir, a su vuelta a la colaboración gubernamental.
Octubre lo puso bien de manifiesto. El Partido socialista, y Largo Caballero personalmente, habían anunciado la insurrección si el presidente de la República daba acceso al gobierno a los representantes de Gil Robles. Esa condicionalidad prueba cuan lejos estaban sus patrocinadores de un verdadero criterio revolucionario y de pensar firmemente en la insurrección, que no admite más condición que las necesidades mismas de la revolución. Como lo había anunciado el delegado de la Izquierda Comunista en la Alianza de Madrid, la derrota de los campesinos envalentonó a la reacción, la convenció aun mas de la impotencia revolucionaria de los socialistas, y marcó una evolución del poder a la derecha. Retirada la marioneta Samper, Alcalá Zamora llamó nuevamente a Lerroux, introduciendo en el gobierno varios representantes, de Gil Robles.
La noticia se conoció, en la tarde del día 4 de Octubre. Según la solemne promesa socialista, la entrada de los filofascistas en el gobierno significaba, automáticamente, la insurrección. Tanto la masa proletaria de Madrid como la de todas las ciudades importantes del país creyó firmemente que se trataba de la lucha armada. Las huelgas políticas anteriores habían mantenido un gran espíritu de lucha y de confianza en la victoria. Al conocerse la composición del nuevo gobierno, la huelga general se produjo espontáneamente. Cayendo el día, varias decenas de millares de trabajadores invadían las calles de Madrid esperando la señal del combate, 'decididos a batirse hasta la muerte, confiantes en que se les distribuiría un mínimo de armas indispensable para lanzarse al ataque de los cuarteles, de correos, telégrafos, ministerios y demás centros vitales. El gobierno mismo se sintió aterrorizado y paralizado por la inmensa masa que invadía las calles. Los guardias de asalto y civiles, armados incluso de ametralladoras, pasaban junto a los grupos obreros sin atreverse a disolverlos ni registrarlos siquiera. Los suponían armados y no osaban hostilizarlos. En realidad, los obreros no disponían sino de escasas pistolas viejas, punto menos que inutilizables. El Partido socialista, que meses antes había alborotado mas y mejor en torno a las armas, no distribuyó sino muy contadas pistolas y fusiles a pequeños grupos que nada serio podían intentar con ellas. Los grupos, o mejor dicho, los individuos así armados, se limitaron a hostilizar a la fuerza pública, a paquear diseminados por los tejados, lejos de toda intención ofensiva o insurreccional. Ya estaba bastante avanzada la noche, cuando se conoció la decisión del Partido socialista. Sus olímpicas baladronadas conspirativas y sus promesa de desencadenar la revolución se redujeron a esta orden: huelga general pacífica, hasta que el presidente de la República fuerce la dimisión del gobierno. Pero esta vez, el Partido socialista daba la orden en nombre de la Alianza obrera. Al fin se descubría lo que los socialistas entendían por Alianza obrera: un parapeto tras el cual descargar responsabilidades jurídicas si acaso se iba mas allá de la oposición política, permitida por las leyes burguesas. Pero la Alianza de Madrid no se reunió ni una sola vez durante las nueve jornadas de Octubre. A las reuniones convocadas se presentó, sólo, el representante de la Izquierda Comunista, la organización trotzkista.
Lanzadas a la calle en espera de acciones decisivas, las masas obreras no daban crédito a lo que veían y oían. Durante la noche nada ocurrió, salvo algún tiroteo sin importancia. Concentraciones de varios miles de obreros, totalmente desarmadas, habían intentado asaltar algunos cuarteles. Las ametralladoras los dispersaron rápidamente. Al día siguiente las masas volvieron a inundar las calles, buscando noticias, esperando aun armas y órdenes de lucha, pensando, para no considerarse todavía traicionadas, que la orden del día anterior y la falta de acción eran un ardid de guerra de los que tanto se habían vanagloriado los socialistas. La actitud de la fuerzas policiales las hizo caer pronto de su ilusión. Debilidades, y temores de la víspera habían desaparecido en las fuerzas gubernamentales, que ahora se mostraban insolentes, brutales, agresivas. El gobierno se sentía mas firme, evidentemente. Estaba ya seguro de dominar la situación en Madrid. Las amenazas y conspiraciones socialistas se terminaban, en fin de cuentas, con una deserción vergonzosa, en medio de condiciones excelentes para presentar al gobierno batalla en toda regla. No le faltaban al Partido socialista las armas mínimas indispensables; la asistencia de las masas no podía ser mayor. Con todo ello no supo, ni quiso, hacer mas que una prolongada huelga de nueve días, alborotada con un paqueo estéril que recomenzaba todas las tardes. El misterioso plan conspirativo que debía dar el triunfo, el que tanto utilizaron para contener el movimiento revolucionario en los meses anteriores e impedir su desarrollo dialéctico, no apareció por ninguna parte. Ni podía aparecer, porque no existía. Lo único conspirativo en la tramoya da la radicalización socialista era el pánico ante la eventualidad da tener que poner por obra las palabras. Esa conspiración si que apareció en Octubre claramente y por todas partes.
En Cataluña, el gobierno de la Generalidad, que se había aventurado a proclamar la soñada república catalana, capitulaba rápidamente ante las tropas gubernamentales, sin tratar de movilizar sus importantes recursos. Su resistencia simbólica se satisfizo con cuatro cañonazos y bandera blanca. Ni siquiera se dio a los soldados, una vez fuera de los cuarteles, la oportunidad de volver sus armas contra el gobierno, en lo que había no pocas posibilidades de éxito. La Alianza obrera local, fundamentalmente dirigida por un antepasado del P.O.U.M., el Bloque Obrero y Campesino, habla sido incapaz de practicar una política que indujese los anarquistas a aceptar el frente único. Utilizó la Alianza como instrumento contra la C.N.T., en lugar de utilizarla para atraérsela y vencer su apoliticismo. El resultado fue la desorganización y la división del proletariado catalán. Imitando desde otro plano a la Generalidad, la Alianza catalana se limitó a organizar una manifestación de petición simbólica de armas a la Generalidad, y viendo que ésta, no se las daba, disolvió la manifestación y dio por terminada su acción. Era criterio de los dirigentes aliancistas que nada podía intentarse sin la Generalidad. En esa idea estaba, de antemano, contenida la derrota.
Solo en Asturias tomó el movimiento de Octubre un verdadero carácter insurreccional. ¿Por iniciativa del Partido socialista, o porque las condiciones particulares de la región permitiesen a los mineros pasar a la acción antes de que los altos dirigentes pudieran contrarrestarla? Estoy firmemente convencido de lo segundo. En el libro a que me he referido creo demostrarlo detalladamente. En los límites de éste artículo no cabe sino citar los hechos mas salientes que en tal sentido me persuaden:
- Los mineros disponían de algunas armas y de abundante dinamita, tomada en las propias, minas. Sabían manipularla perfectamente como arma de guerra.
- Los dirigentes medios e inferiores del socialismo asturiano, directamente en contacto con los mineros y mineros ellos mismos a menudo, eran de los más revolucionarios del Partido socialista español. Esos hombres tomaban la radicalización y la marcha hacia la dictadura del proletariado en serio, y no como maniobra política.
- El movimiento insurreccional comenzó en Asturias precisamente en la periferia, donde la decisión pertenecía a los dirigentes bajos y medios. Mientras que en la capital de la provincia, Oviedo, sede del Comité regional se produjo, como en Madrid, sólo una huelga pacifica. Fueron los mineros quienes, concentrándose en torno a Oviedo, tomaron la ciudad por asalto.
- Finalmente, el carácter no insurreccional del movimiento en Madrid y el resto de España obliga a creer que lo de Asturias se produjo contra la voluntad de la alta dirección socialista, tanto nacional como regional. No es concebible que se diera una orden de insurrección para Asturias y otra de huelga pacífica para el resto del país. Y repitámoslo, quienes hayan vivido las jornadas de Octubre en Madrid no podrán negar de buena fe que existieron posibilidades de insurrección y de triunfo de la misma. No hubo allí insurrección porque la dirección del movimiento no lo quiso, porque desertó de las masas en el momento requerido. La insurrección de Asturias fue, con toda seguridad, una sorpresa para los altos dirigentes socialistas.
Los mineros se les desmandaron. Bien provistos de dinamita, al conocer la orden de huelga general y la composición del nuevo gobierno, se lanzaron sobre los cuarteles de la guardia civil y los tomaron casi todos. Los burócratas socialistas asturianos, los Belarmino Tomás, González Peña, etc. tenía que aceptar el hecho consumado; ¿no estaban los mineros allí, frente a ellos, cercando Oviedo?
La Alianza obrera asturiana, a pesar de ser la mejor constituida, debido a la participación de los anarquistas, mostró también su inadaptación como organismo dé poder obrero e incluso como centro director insurreccional. En el transcurso de la lucha, la primitiva Alianza, que junto con numerosos comités se dio a la fuga, hubo de ser substituida por otra. El modo de representación era mucho mas democrático y los representantes mucho mas cerca de las masas que los bonzos socialistas que constituían la anterior. Las necesidades de la lucha indicaban el sentido en que tenían que ser modificadas las Alianzas. Tal cual los socialistas se habían esforzado en conservarlas eran apretados nudos burocráticos que paralizaban la iniciativa, de las masas en lugar de darle curso organizado. Mas todo eso es materia que en otro lugar será tratada con la extensión debida.
Sólo a título de homenaje, es necesario recordar la tenaz y heroica resistencia, que ofreció el proletariado astur a las hordas gubernamentales, las bárbaras torturas y los asesinatos a que fueron sometidos millares de hombres por Lerroux-Gil Robles. Su gesta insuperable, aunque aislada y traicionada por los altos dirigentes socialistas, no fue inútil. Todas las masas oprimidas de España se sintieron dignamente representadas por el proletariado asturiano. En su lucha, vieron lo que a ellas se les impidió hacer. La. reacción triunfó, pero no gratuitamente, y su triunfo fue incompleto, incierto. El ejemplo y el recuerdo de la insurrección asturiana propició una pronta recuperación de las masas que condujo, en 1936, al triunfo electoral de febrero y a la derrota, de los militares en Julio. En 1934 sólo Asturias se les desmandó a los dirigentes pequeño-burgueses; en 1936 se les desmandaba, toda España. Los hombres de Asturias abrieron el camino al formidable alzamiento proletario que produjo la guerra civil. Y la guerra civil, a pesar de hez burguesa del stalinista frente popular, es una de las más honrosas proezas del proletariado mundial.
Lo mas característico del proceso de la revolución española, es la rapidez con que el proletariado y los campesinos se recuperaban de una derrota para lanzarse a otra ofensiva revolucionaria, aun mas vasta y profunda que la anterior. Con una tenacidad solo comparable a la tenacidad revolucionaria de las masas, los dirigentes llevaban invariablemente a la derrota, una tras otra, las ofensivas revolucionarias. La propulsada por la radicalización socialista pudo cubrir el objetivo de rechazar la reacción, disolver su parlamento y dar acceso a una situación de dualidad de poderes; y pudo cubrir ese objetivo en dos ocasiones: durante la huelga campesina y en Octubre mismo. De haberse propuesto los socialistas hacer la revolución de hecho, no en palabras, tampoco hubiese sido imposible. Su intención era muy diferente: se limitaba a obligar el presidente de la república a convocar elecciones y que la coalición republicano-socialista recogiese nuevamente el poder. Pero tampoco por eso supieron luchar con decisión. Creyeron que las amenazas bastarían. Unicamente ellos, en última instancia, resultaron asustados por sus propias amenazas.
Dados los objetivos colaboracionistas del socialismo, que controlaba aun la mayoría del movimiento obrero, y dada la falta de órganos de poder en los que sustentar la revolución, el triunfo de ésta era imposible en Octubre. Pero si los socialistas se hubiesen decidido a dar la batalla a la reacción, con toda probabilidad el gobierno habría sido derrocado. Aunque los campesinos, traicionados desde julio, estaban imposibilitados de dar al movimiento ningún apoyo, era la suficientemente fuerte en las ciudades para lograr el objetivo mínimo de rechazar la reacción. Y cubierta esa etapa, todo permite creer que el movimiento revolucionario habría encontrado un camino rápido y relativamente fácil hasta su triunfo decisivo.
En efecto, rechazada la reacción, la situación hubiese sido extraordinariamente ventajosa para la revolución. Aproximadamente la de julio de 1936, pero sin la dominación militar en una parte del territorio, y sin el stalinismo apuntando sus pistolas y sus calumnias a los revolucionarios. Probablemente se hubiese constituido un gabinete presidido por un socialista. La nueva cámara habría, arrojado infaliblemente una abrumadora, mayoría de los. partidos obreros. El conjunto de los explotados se hubiesen sentido vigorosamente lanzados adelante. El anarcosindicalismo habría tenido que salir de su aislamiento. Las Alianzas obreras, multiplicadas, habría podido evolucionar, democratizándose y adquiriendo las características de auténticos organismos de poder proletario. Del propio partido socialista, cuya base, principalmente la joven, había tomado en serio lo de la dictadura del proletariado, se habría separado con toda seguridad, una recia minoría hacia las posiciones bolcheviques, de la Izquierda Comunista, con la que simpatizaban los jóvenes públicamente. La dualidad de poderes habría hecho acto de presencia inmediatamente y con ella la posibilidad, para las minorías revolucionarias, de arrancar el proletariado a las organizaciones reformistas. Los jefes socialistas se hubiesen encontrado de golpe a la extrema derecha del movimiento obrero. Es imposible asegurar que de esa manera el triunfo de la revolución se hubiese producido invariablemente, pues en tal materia no existe seguridad ni garantía sobre nada. Mas la experiencia demuestra que todas las revoluciones dependen en general de la existencia o inexistencia de un partido revolucionario, generalmente pequeño al comenzar las primeras sacudidas. Por aquel entonces existían en España sólidos núcleos a los que cárcunstancias favorables hubiesen permitido afianzar su ideología y extender su influencia (me refiero a la Izquierda Comunista). La derrota de Octubre contribuyó a desorientarlos y hacerles caer en errores que les perdieron como factor revolucionario de importancia para el período siguiente. Ahí encontraría el stalinismo facilidades para su obra contrarrevolucionaria en nuestra zona, durante la guerra civil.
En todo caso, la mejor garantía de triunfo que una revolución puede tener es la lucha bien preparada, conscientemente calculada, pero la lucha sin reservas y hasta sus últimas consecuencias. Precisamente lo que más ausente estuvo de la dirección socialista. Temió ésta las consecuencias revolucionarias de una derrota de la reacción directamente provocada por las masas. Y sin las masas no se podía derrotar la reacción. Desertando en el momento culminante, la dirección socialista impuso al proletariado y a los campesinos españoles sacrificios enormes (la represión de 1934 a 1936, la sublevación de los generales), y rudos combates (la guerra civil) que manejados por la misma gente, ya engrosada con el stalinismo, dieron por resultado final el triunfo de Franco.
La definición mas sucinta, verídica y lapidaria que puede hacerse de la revolución española considerada globalmente es la siguiente: mientras las masas, en las ofensivas sucesivas de 1931 a mayo de 1937 se muestran cada vez más radicales, cada vez mas cerca de instaurar la dictadura del proletariado, los dirigentes se muestran mas burgueses, mas derechistas, mas servilmente sometidos al capitalismo como sistema. Esa oposición creciente entre las masas y los dirigentes sin exclusión de ninguna de las organizaciones importantes, ha dado por cociente la contrarrevolución franquista.
México, D.F., octubre 1943. G. Munis
Significado histórico del 19 de julio (1938)
El 19 de Julio de 1936, los acontecimientos ocurridos en España confirmaron luminosamente la teoría marxista del Estado. Una teoría sociológica prueba su validez si las fuerzas a que se refiere producen los desenlaces históricos previstos por ella. Al elaborar la suya, Engels y Marx no pudieron tener en cuenta más que experiencias pretéritas, con factores de clase diferentes. Basándose en ellas y en las categorías económico-clasistas contenidas en la sociedad moderna, previeron los efectos y el desenlace que producirían en el Estado.
Aunque reducida a la categoría de conato revolucionario, la Commune de París acusó efectos concordantes con la teoría marxista del estado. La revolución rusa de 1917 le dio una confirmación plena. Según el marxismo, el Estado es la violencia organizada de la clase poseyente contra la clase desposeída. El proletariado, la mayor de las clases desposeídas y productoras de la sociedad moderna, la única que tiende a crecer continuamente con el crecimiento de las fuerzas productoras, necesita, en la lucha por su emancipación, destruir el Estado capitalista y edificar el suyo propio para llegar, con la desaparición de las clases, a la del Estado. La revolución rusa dio su aval histórico a la noción marxista del Estado, hasta donde el tiempo y el entrelazamiento mundial de los factores comprendidos se lo permitieron. Pero en ella, el partido bolchevique actuó como motor consciente del proceso, proponiéndose previamente destruir el estado burgués y construir otro proletario. Fue el primer triunfo de la conciencia humana sobre el fluir de los acontecimientos, tumultuosamente ciegos hasta entonces.
La revolución española ha dado a la teoría marxista del Estado una confirmación de valor incomparablemente mayor. Las clases o categorías sociales se comportaron conforme a la teoría, sin que ninguna organización o partido influyera en su comportamiento espontáneo. Por el contrario, lo que podía considerarse fuerzas conscientes, las organizaciones obreras, desplegaron su actividad en sentido inverso, oponiéndose al cumplimiento del proceso. Pese a ellas, se abrió paso en el sentido previsto por el marxismo y convirtió, por un momento al menos, en inconscientes agentes suyos a los anarquistas, sus adversarios inveterados. Cuando una ley existe, no vale ignorarla o negarla, se impone.
Lenta, pero inexorablemente preparada por un larguísimo período histórico, la más aguda crisis de la sociedad española en los últimos siglos quedó al descubierto al caer la monarquía. Con intermitencias y vaivenes diversos, fue agudizándose continuamente hasta el gran estallido de la guerra civil. Poco antes habíase constituido el Frente Popular, la más formidable coalición conocida hasta el presente para mantener el equilibrio, dentro del Estado burgués, a las fuerzas de clase que se repelen. El FP comprendía a los partidos republicanos, el socialista, el stalinista (comunista), y el POUM. Sin firmar el Pacto que le sirvió de base, CNT-FAI le apoyaron también. En vísperas de la guerra civil, todas las organizaciones obreras españolas conocidas por las masas, estaban plantadas con ambos pies dentro de la colaboración de clases, o al borde de ella. Ninguna fuerza -si no se considera como tal a unos cuantos hombres sin medios para hacerse oír- trabajaba conscientemente por la destrucción del Estado capitalista ni inducía al proletariado a organizarse para crear el propio. Los anarquistas pudieron haber actuado en el primer sentido, pero tampoco lo hicieron. El POUM pese a su atuendo marxista, no logró salir de una política de vacilaciones y complacencias, primero para con el Frente Popular mismo, después para con el ala izquierda. Y sobre esta limitación de las organizaciones obreras más radicales, planeaba el Frente Popular, como un milano guardián de la propiedad y el Estado capitalistas, decidido a abatirse sobre las fuerzas centrífugas que pretendieran destruirlos. El proletariado se encontraba encadenado por sus propias organizaciones. El proceso previsto por la teoría marxista del Estado, no disponía en favor de su cumplimiento más que las tendencias elementalmente manifestadas en las sacudidas revolucionarias del proletariado.
Tal era la situación al sobrevenir la guerra civil. La burguesía estaba convencida, por la experiencia cotidiana, de la tendencia profundamente revolucionaria de las masas. Su existencia como clase estaba continuamente en peligro. Las seguridades que el Frente Popular le daba, ni le merecían confianza ni le ofrecían condiciones satisfactorias de dominio. Comprendía la reacción de las masas que habían seguido al Frente Popular porque les fue hipócritamente presentado por sus dirigentes como si se tratara del frente único revolucionario, y porque no hubo otras organizaciones que les ofrecieran la oportunidad de votar por la revolución. A pesar de sus esfuerzos y su represión, el FP no lograba contener a las masas, que se le escapaban continuamente apuntando al socialismo. Cuando los desbordamientos revolucionarios amenazaban arrasar a la burguesía, ésta, echando a un lado las alharacas de ocasión contra el FP, se guarecía descaradamente tras él, utilizándole como punta de lanza contra las masas1. Una vez quebrantada la ofensiva revolucionaria, la reacción volvía a atacarle. Los reformistas -stalinianos y socialistas- se empeñaban en convencerla de que su colaboración ofrecía mayores garantías de estabilidad a la sociedad capitalista. La reacción por el contrario, no podía aceptar su concurso permanentemente, porque los acontecimientos le probaban diariamente que las masas no se sometían a las ideas procapitalistas de sus dirigentes, sino en la medida en que estos lograban engañarlas presentándose bajo el nombre de socialistas y comunistas. Para obrar conscientemente en comunista, a las masas sólo les faltaba comprender que sus dirigentes traicionaban las ideas que decían representar. Juego peligroso al que la burguesía no podía exponerse. Además, el régimen liberal parlamentario que prometía el FP, pertenecía ya al pasado. Nadie lo comprende tan bien como la burguesía de los países que, como la de España, ha sido impotente para establecer lo a su tiempo. La promesa del FP era utópica en sí; considerada en relación con las masas y con las posibilidades de transformación revolucionaria en España y en el mundo, era demagógicamente reaccionaria. Contando con todas las condiciones objetivas para hacer la revolución socialista, el FP quería retrotraer la burguesía a la época del liberalismo. Acción tan imposible y tan antihistórica como la de alguien que, durante la revolución francesa, hubiese propuesto sustituir, al programa de la burguesía contra la nobleza, otro que tratara de hacer volver la feudalidad decadente y corrompida a sus primeros tiempos, en que ejercía un señorío protector. Pero el FP no trataba de engañar a la burguesía, sino al proletariado. Aquella sabía perfectamente de que se trataba. Veía en el FP un criado a quien cedía el lugar preeminente en los momentos en que era peligroso que lo ocupara el amo. Eran los momentos de mayor efervescencia revolucionaria. Pero el amo no podía sentirse tranquilo ni estar satisfecho hasta ocupar por sí mismo y sin ningún freno, la gobernación. Si las masas eran el obstáculo había que aplastar a las masas.
De ese conflicto nació la sublevación militar y la guerra civil. Las fuerzas armadas del Estado burgués se insurgieron contra el Estado burgués, con la protección que éste mismo, regido por el FP, les acordó. Aparente contrasentido absoluta mente inexplicable para todos los enemigos de la revolución socialista. No así para sus partidarios. Aquellos no han podido suministrar aún más razones de la sublevación que las necedades sobre la traición y la deslealtad de los militares, más la intervención italo-germana. ¡Como si la sublevación militar no hubiese sido un acto de lealtad para con la sociedad burguesa, precisamente porque iba dirigido contra el proletariado y la revolución social! ¡Como si todo gobierno que ha llegado al poder aplastando una revolución, no tuviese necesidad de ayudar a aplastar la revolución en los países donde se presente! La burguesía defendía sus intereses, pero en cambio, los señores del FP traicionaron los intereses del proletariado, con su propósito de defender los de la burguesía mejor que la burguesía misma. Y como remedio a los resultados de su traición, añadieron: una sociedad burguesa... de nuevo tipo, que tal era el significado real de su consigna, por una democracia de nuevo tipo.
En España estaban enfrentadas dos grandes tendencias. La burguesa, para quien el conflicto social tenía por solución la instalación de su dictadura capitalista, y la proletaria, cuya condición de triunfo pasaba por la revolución social. Lo intermedio era absolutamente impracticable. Sólo para tratar de establecerlo se precisaba aherrojar políticamente a las masas y mantenerlas zambullidas dentro de la explotación de la propiedad privada. Fue lo que pretendió el FP. Pero dejando a la burguesía su sistema de propiedad, inevitablemente termina imponiéndose políticamente. Por eso el Frente Popular será considerado por la historia el responsable principal de la sublevación militar y de su triunfo final. Para dar una salida revolucionaria a la crisis social, el proletariado, continuando la ofensiva de febrero de 1936, debió pasar a destruir de arriba abajo la sociedad burguesa con todas sus instituciones. Debió destruir el Estado disolviendo todas sus fuerzas armadas, sus tribunales, sus parlamentos, declarando inexistente su legislación, expropiando a la gran burguesía, a los terratenientes y al capital financiero. Pero no se puede realizar todo esto de golpe. Para estar en condiciones de llegar a ponerlo por obra, el proletariado, más los campesinos pobres, deben armarse antes ellos mismos tanto como les sea posible, construir órganos de democracia propios, sobre los que basar su gobierno. Sólo cuando estos órganos están suficiente mente desarrollados y poseídos de su cometido revolucionario, puede el proletariado tomar el poder político para sí y destruir la sociedad capitalista en la forma dicha. El desarrollo progresivo de la lucha revolucionaria, habría llevado al proletariado a destruir el gobierno y el parlamento del FP, último reducto del capitalismo. Pero las masas estaban paralizadas por los partidos socialista y stalinista, decididos a sostener el capitalismo con el FP. En forma diferente, los anarquistas eran igualmente incapaces de orientarlas a la toma del poder. Cerrada la salida para el polo revolucionario, el polo burgués pudo tomar la ofensiva en busca de la suya.
Las masas, aunque rechazadas continuamente por el FP, estaban decididas a disputar el terreno a la reacción. Armándose a despecho del Gobierno, vencieron a los militares en la mayoría del territorio. Desde luego, dondequiera pudieron conquistar, en el momento preciso, un mínimo de armas. El resultado de las jornadas del 19 de Julio y siguientes, fue la destrucción casi completa del Estado burgués. El Gobierno, llamado legal -o los Gobiernos, teniendo en cuenta el de Cataluña y más tarde el de Euzkadi- no representaban nada ni poseían apenas poder real. La derrota de los cuerpos armados burgueses a manos del proletariado y los campesinos, llevaba automáticamente aparejada la desaparición del Estado burgués. Formidable revelación de lo que es el Estado burgués en épocas revolucionarias. Desarmando a sus cuerpos coercitivos, la burguesía desaparece.
Paralelamente, toda España quedó tachonada de Comités formados por obreros, campesinos y milicianos, que ejercían el poder político, ejecutaban justicia contra los reaccionarios, expropiaban a la burguesía, patrullaban calles y carreteras. Cualquiera de estos Comités tenía más poder real que el famoso Gobierno legal del Frente Popular. Porque no hay más legalidad que la sancionada por los acontecimientos históricos. La falacia de la teoría democrático-burguesa sustentada por el FP, aparecía con toda claridad. El proceso histórico -sin que ningún factor consciente le ayudara, insistamos- destruía el estado burgués, creando simultáneamente las células de un nuevo Estado proletario. El Frente Popular fue sorprendido en infragante delito de acción anti-histórica. Y todo lo anti- histórico, en mayor o menor grado, es contrarrevolucionario.
En diversas ocasiones, el autor de este artículo ha calificado la situación resultante de las jornadas de Julio de atomización del poder. Me parece más adecuada, para la situación de España, que la conocida de dualidad de poderes, heredada de la revolución rusa. Esta supone la existencia de dos poderes que se disputan respectivamente el poder total. Muy otra cosa ocurría en España. El poder burgués, pese a su supervivencia formal, carecía de poder efectivo, a pesar de que los partidos stalinista y socialista proclamaban a los cuatro vientos: El Gobierno manda, el Frente Popular obedece. Así era en efecto, con la salvedad de que al FP no le obedecían las masas, ni siquiera la mayoría de los militantes de sus propios partidos. En cambio, a los comités constituidos por las masas les faltó coordinación y capacidad colectiva para reclamar todo el poder para sí y apoderarse de él. Cada Comité era un pequeño Gobierno, un minúsculo Estado obrero dentro de su radio de acción. El poder que perdió el gobierno burgués del FP, lo tenían, distribuido desigualmente entre sí, los Comités. De ahí deduzco, que para caracterizar más exactamente la situación en las semanas siguientes al 19 de Julio, es preciso definirla como atomización del poder en manos del proletariado y los campesinos. Estos tenían plena conciencia de su poder local, aunque les faltara conciencia de la necesidad de coordinar su poder nacionalmente. Por su parte, durante las primeras semanas, al gobierno burgués le faltó capacidad y voluntad de lucha contra el naciente poder obrero. De dualidad no puede hablarse sino hasta después, cuando el Gobierno del FP vuelve en sí, se da cuenta de que vive, reagrupa en su torno a las fuerzas armadas de que puede disponer y empieza a disputarle el poder a los Comités del proletariado y los campesinos.
Sin que hubiese intervenido ningún factor pensante, la teoría marxista del Estado quedó entonces plenamente confirmada. La derrota de la burguesía lleva aneja la destrucción de su Estado: el triunfo del proletariado la creación de un estado propio. Incluso en las peores condiciones imaginables, la historia ha demostrado así que la teoría marxista no es una invención utópica, sino la conciencia de una realidad material determinada por el mecanismo de transformación de la sociedad capitalista en sociedad socialista. La superioridad enorme del marxismo sobre el anarquismo, es su conocimiento de ese mecanismo, lo que le permite ayudar al desenvolvimiento histórico dado por la evolución material. Un marxista, encontraba en las condiciones creadas por el 19 de Julio el medio más adecuado para obrar de acuerdo con sus ideas. (Recordemos que stalinistas y socialistas han renegado del marxismo. El POUM, por su parte, sólo era marxista los domingos y algunas otras fiestas de guardar). En cambio los anarquistas, cuyas ideas sobre la revolución, y sobre el Estado más concretamente, no pasan de la categoría de especulaciones, entraron desde el primer instante en contradicción con sus ideas. Se revelaron completamente falsas, inaplicables hasta el punto de que sus propios partidarios consideraron superfluo hacer el menor esfuerzo por sostenerlas y aplicarlas. La misma acción de los anarquistas fue anti-anarquista. Pero revistió dos aspectos que es preciso tener bien presentes, tanto para discriminación de las responsabilidades por la derrota de la revolución española como para que las masas españolas, y especialmente las anarquistas, saquen enseñanzas útiles a sus luchas futuras.
Los militantes anarquistas no fueron los más remisos, sino los primeros en tomar la iniciativa de la formación de Comités, que automáticamente se transformaron en Gobiernos locales. Cataluña fue la región donde más completamente dominaron. Su peso social y la falta de organizaciones obreras fuertes que trabaja ran premeditadamente por su destrucción, cual hacían en el resto de España stalinistas y socialistas, condujo a la formación del Comité Central de Milicias. Todo el poder político estaba concentrado en manos de él. Las armas estaban en manos de los obreros que patrullaban asiduamente la retaguardia. En el CC de Milicias se condensaba, aunque en forma imperfecta, el poder obrero y campesino distribuido en los Comités de Cataluña y de las comarcas recuperadas de Aragón. Durante las primeras semanas, el CC de Milicias sólo puede ser considerado como un brote rudimentario de dictadura del proletariado. Los comités de base de la CNT y sus dirigentes medios eran los agentes más numerosos y activos de la dictadura del proletariado, aunque pretendan negarlo o ignorarlo. La alta dirección anarquista reflejaba la actividad revolucionaria de las masas disminuyéndola y entrando en tratos desde el primer día con el esqueleto del Estado burgués, ante el cual se preparaba a capitular. El proceso previsto por la teoría marxista del Estado se impuso a los propios anarquistas. Mientras no capitularon ante la Generalidad, se comportaron -reservas hechas de su actuación ciega- como marxistas y no como anarquistas, no actuaron conforme a los nociones ácratas anti-estatales, sino dando los primeros pasos de la dictadura del proletariado preconizada por el marxismo, se comportaron como políticos y no apolíticamente, digámoselo tratando de curarles el espanto mojigato que les inspiran las expresiones política y dictadura del proletariado.
Pero la conciencia en la actuación es decisiva en el período crítico de la revolución. Los anarquistas carecían de ella. Teniendo en la mano todo un Estado obrero al que sólo era preciso estructurar mejor, estableciendo una relación democrática entre las masas y los Comités, entre éstos y el Comité Central de Milicias, los anarquistas, humildemente seguidos por el POUM, decidieron dar cuerpo al esqueleto del Estado burgués. El Comité Central de Milicias se convirtió en Gobierno de la Generalidad. Por ese acto, metieron a la revolución en una trampa inmensa de la que resultó la derrota de las masas a manos del Estado burgués así rehecho; de la derrota de las masas resultó la victoria de Franco.
Lo mismo ocurrió en el resto de España, si bien los Comités-gobierno no llegaron a adquirir la importancia que en Cataluña, debido a la oposición premeditada de stalinistas y socialistas, cuando el Gobierno de Caballero estaba en vías de liquidar completamente los Comités, los anarquistas se incorporaron a él. Por el portillo del apoliticismo y la teoría anti-estatal, los dirigentes anarquistas resbalaron hasta la colaboración con el Estado burgués, el peor enemigo de la revolución social. Indudablemente, si los anarquistas hubiesen tratado de aplicar conscientemente la teoría marxista del Estado, habrían podido conseguirlo fácilmente. Las masas la habían aplicado ya rudimentariamente. Para vencer la resistencia de socialistas y stalinistas, hubiese bastado que las masas comprendieran que torpedeaban su poder naciente. En lugar de hacérselo comprender los anarquistas se sumaron a los torpeadores. Las circunstancias excepcionales con que han tratado de justificarse, son un ridículo tartamudeo. Precisamente en circunstancias excepcionales es cuando se aplican las ideas revolucionarias. Los anarquistas, puestos ante la alternativa de luchar por un Estado obrero o incorporarse al Estado burgués, eligieron el segundo camino. La única razón seria que puede darse de su comportamiento, son sus ideas, que les impedían distinguir la diferencia entre el estado de una y otra clase y comprender la necesidad de la toma del poder político por el proletariado. Añadiendo una experiencia más a las anteriores, España muestra que el apoliticismo se convierte fácilmente, en las circunstancias excepcionales de la revolución, en política burguesa.
Cuando la burguesía, por medio del Frente Popular, hubo logrado someter a su disciplina a la CNT, la FAI y el POUM, las organizaciones más susceptibles de ayudar a la toma del poder político por los Comités-gobierno, se inició descaradamente la marcha contra la revolución, empezando por la destrucción de los Comités. El stalinismo desempeñó el papel de director de la orquesta contrarrevolucionaria. Mientras el proletariado estuvo armado y deshechos los restos de los cuerpos coercitivos burgueses, ni él ni la socialdemocracia se atrevieron a abrir la boca para decir que era preciso destruir los Comités, reforzar el moribundo Estado, cesar las expropiaciones y combatir en general todas las medidas revolucionarias que desmentían la teoría de la democracia de nuevo tipo. La primera preocupación del Gobierno de la victoria, tenía que consistir en procurarse la fuerza armada necesaria para desarmar a los obreros. Azuzado por el stalinismo, Largo Caballero inició nuevos reclutamientos para las guardias Civil, de Asalto y Carabineros, maquilladas con el nombre de Guardia Nacional de Seguridad. Cuando el Gobierno se creyó bastante fuerte, empezó la ofensiva para desarmar a los proletarios y los campesinos y liquidar las conquistas socialistas. En realidad, los contrarrevolucionarios stalinistas y socialistas no eran fuertes sino teniendo la seguridad de que el anarquismo y el POUM no tomarían medidas para impedir su intento. Si una de ellas, o las dos, tras denunciar públicamente lo que se preparaba, llamaba a las masas a destruir los restos del Estado y las instituciones burguesas y a tomar todo el poder político, la maniobra envolvente del Gobierno de la victoria habría fracasado y la revolución hubiera seguido el curso que la historia le determinaba. Pero la maniobra stalino-socialista se logró gracias a la colaboración de anarquismo y poumismo. El Estado burgués tuvo armas con que vencer a los obreros y desarmarlos. Entonces, a fines de 1936, descubrió públicamente su juego. Nuestra guerra no era una guerra civil, sino una guerra de independencia nacional; en nuestra zona no se aspiraba a la revolución social, sino a una democracia de nuevo tipo, es decir a la sociedad burguesa. Las Juventudes Socialistas Unificadas, se reunían bajo la égida stalinista para asegurar a los millonarios de París, Londres y Washington que no eran un partido de clase ni de revolución social. El inmundo Carrillo ratificaba: Conste que no hacemos una maniobra, mientras Comorera, calificaba de tribus a los obreros vencedores de la insurrección fascista y de ladrones a los Comités expropiadores de la burguesía. Poco después las cárceles se llenaban de revolucionarios y centenares de ellos morían asesinados por el stalinismo o por la GPU.
Si las teorías de la democracia de nuevo tipo y de independencia nacional hubiesen realmente correspondido a la situación y al desarrollo histórico requerido por las condiciones materiales de España y el mundo, el resultado de la derrota de los militares debió haber sido un reforzamiento del Gobierno burgués que pretendía representar esa democracia, y del parlamentarismo, su expresión. La guerra no podía ser un obstáculo, Durante la revolución francesa, la democracia - entonces sí correspondía al desarrollo histórico - adquirió su máxima amplitud en plena Vendée y cuando la coalición militar amenazaba más gravemente a Francia. Pero no vale la pena detenerse en una refutación. Las consignas mencionadas no estaban deducidas de un análisis cualquiera de la situación, eran invenciones deliberada mente buscadas para combatir la revolución social. Sus padres, stalinianos y socialistas, tenían contra el triunfo del proletariado poderosos intereses que defender. Los primeros por estar ligados a la burocracia que dirige la contrarrevolución en la URSS; los segundos porque desde 1914 son el apéndice izquierdista de la sociedad burguesa. Ambos partidos lo hubiesen perdido todo con el triunfo de la revolución social. La independencia nacional y la democracia de nuevo tipo, palas con que enterraron la revolución expresaban su necesidad y su decisión de mantener el capitalismo. Dentro de él stalinistas y socialistas pueden aún jugar a la izquierda y al liberalismo; dentro de la revolución triunfante sólo son concebibles como cadáveres políticos.
La revolución española manifestó su carácter socialista de manera mucho más poderosa e inequívoca que la revolución rusa. Kerensky tenía mayor fuerza que la Generalidad, que Giral y que Caballero al principio. Los soviets eran mucho menos generales en Rusia que en España los comités. Allí fueron impulsados por la obra consciente de los bolcheviques, mientras que en España el poder se les vino a las manos automáticamente, porque condiciones materiales y acontecimientos empujaban en sentido socialista. En Rusia, la propiedad fue arrebatada a la burguesía más por iniciativa del poder bolchevique que por las masas; en España las masas mismas se apoderaron de la propiedad y la disputaron obstinadamente al Gobierno cuando este empezó a devolver propiedades a la burguesía o a tomarlas a su cargo en espera de de volverlas. Sólo gente de mala fe o cretinos incurables pueden negar que estos rasgos de nuestra revolución acusaran su carácter socialista de la manera más incontrovertible que hasta ahora se haya visto. Pero tenemos, además, el resultado de la guerra. Es frecuente, sobre todo en stalinistas y socialistas, distribuir la responsabilidad de nuestra derrota entre la ayuda de Italia y Alemania a Franco, y la no intervención de las democracias. Si la burguesía mundial, fascista y democrática, hizo cuanto pudo para dar el triunfo a Franco, no menos hicieron los gobiernos del Frente Popular, particularmente el de Negrín. A medida que los señores de la independencia nacional y la democracia de nuevo tipo iban adquiriendo mayor dominio, había menos democracia, progresaban las tropas de Franco, disminuía la capacidad de lucha de nuestra zona, aumentaba la homogeneidad de la zona dominada por el enemigo, se reducía la solidaridad del proletariado internacional y cundían en los puestos oficiales de nuestra retaguardia el arribismo, la especulación y la inmoralidad, benévolamente tolerados a cambio de una adhesión a la conducta stalinista de la guerra. Y el día que Negrín pudo declarar que mantenía en España un orden más severo que ningún otro Gobierno en los últimos cincuenta años, el triunfo de Franco estaba asegurado. Orden burgués es siempre, inevitablemente, sinónimo de contrarrevolución.
En suma, al vencer a las fuerzas armadas burguesas, las masas españolas irrumpieron en la revolución social. Ordenándola, desenvolviéndola conscientemente, habrían adquirido su máxima capacidad en todos los órdenes: militar, económico, disciplinario, de solidaridad internacional; sobre todo, habrían hundido la retaguardia de Franco. Pero los staliniano-socialistas impusieron a las masas una contramarcha, una reacomodación al capitalismo que desarticuló y rompió finalmente el magnífico impulso del pueblo. El efecto en la conducción de la guerra tenía que ser catastrófico, porque no se hace de un movimiento revolucionario lo que se quiere, sino que se favorece el desarrollo de lo que contiene o se le mata tratando de darle lo que no contiene. Supóngase un embrión humano cuyas condiciones de desarrollo es posible y preciso auxiliar. Cuando el éxito está a la vista, alguien declara, esto no es un embrión humano sino de camello, y le aplica las medidas necesarias al desarrollo del embrión de camello. Indudablemente ese alguien era líder stalinista o socialista, ferviente partidario del Frente Popular y la democracia de nuevo tipo. Así fue el efecto ruinoso que su terapéutica política causó en las masas españolas. Junto a ellos, los dirigentes anarquistas y poumistas murmuraban: estamos viendo que no lo es, pero a causa de la guerra y de la situación internacional tenemos que permitir que sea camello.
En el séptimo aniversario del 19 de Julio.
Publicado originalmente en Contra la Corriente, revista del Grupo Español en México de la IVª Internacional, número 6, agosto 1943.
Sobre el POUM (1937)
Cuando hace un año el POUM firmó el manifiesto electoral que dio nacimiento al Frente Popular, nuestra organización internacional formuló duras críticas, que los dirigentes del POUM han calificado de calumnias. Aquella firma, que excedía los límites del compromiso de frente único, auguraba toda una sucesión de capitulaciones y concesiones de principios, siempre invocando particularidades que los sectarios son incapaces de ver, que impediría al POUM convertirse en el polo de atracción de las masas y educar los cuadros de la vanguardia proletaria.
Durante el año transcurrido la grandeza y abundancia de acontecimientos, en medio de los cuales el POUM permanece como un partido casi exclusivamente catalán, corroboran fuertemente nuestra apreciación. La particularidad sobre la que se apoyó para incluirse en el frente popular era, en el fondo, ignorar que un partido que aspira firmemente a la revolución, debe saber sacrificar una ventaja momentánea, adquirida al precio de una concesión, en beneficio de un desarrollo ulterior. Para que las masas comprendan y sigan a un partido, es preciso que este tenga una fisonomía perfectamente definida. Toda aproximación, aunque sea parcial, con los enemigos del proletariado, le confunde con estos, desdibujando las fronteras entre la política reformista y la revolucionaria.
A pesar de ello las condiciones de España eran tan propicias que también el POUM hubiera recuperado rápidamente todo lo perdido rectificando honda y rápidamente su política. Pero desgraciadamente la dirección del POUM no parece ver en nuestra revolución sino particularidades; siempre particularidades que le permitan aceptar diariamente la posición, cierra los ojos al porvenir.
Esto último es, en tanto no exista un partido verdaderamente revolucionario, el rasgo más peligroso del POUM, ya que, aunque él se obstina en ignorarlo, como partido de extrema izquierda puede influir poderosamente en la conciencia de las masas y hasta determinar el camino de la revolución. Hoy mismo, que atravesamos días de enorme gravedad, la imprevisión política del POUM, sus consignas confusas, erróneas o contradictorias, su ausencia de voluntad para la lucha política, que alcanza proporciones de inercia, su continuo retraimiento ante el bloque staliniano- reformista y ante las capitulaciones del anarquismo, y de la manera más concreta, su total despreocupación por la salida inmediata revolucionaria de los acontecimientos, que amenazan peligrosamente con una salida reaccionaria, todo esto puede propiciar el ambiente para que stalinianos y socialistas de mala gana seguidos los anarquistas nos brinden la paz que tanto anhelan en el secreto de sus jaulas burocráticas, el triunfo de los fascistas que no anhelan pero facilitan, o la guerra imperialista que preparan aunque temen.
¿Qué hace el POUM a todo esto? ¿Qué perspectiva ve? ¿Qué consigna opone a estos principios? Descargar toda la responsabilidad de la situación sobre los traidores no es de sectarios sino de impotentes. Los traidores, necesariamente deben traicionar. Los revolucionarios están para impedir el triunfo de los traidores. El POUM existe y ahueca la voz para llamarse el partido de la revolución, pero ¿lucha efectivamente contra la traición que zumba diariamente sobre nuestras cabezas esperando el momento propicio para caer? No; no lucha. Se deja llevar por los acontecimientos, duerme en espera de que las masas vengan a buscarle, y para cubrir el deber de decir algo lanza cualquier consigna de su diccionario especial.
Para eliminar toda oposición a sus siniestras intenciones, el stalinismo se ha lanzado a una campaña de calumnias y persecuciones contra el POUM. La sección de Madrid, más débil, viviendo en una pieza militar y representando además el ala izquierda del partido, ha sufrido los primeros y más violentos ataques. A la confiscación de su prensa y radio sigue el ataque físico, tal vez un proceso de corte moscovita. Contra estos ataques toda organización revolucionaria tiene el deber de defender enérgicamente el POUM. Pero ante todo es preciso que él sepa defenderse respondiendo a la persecución con el ataque político, empleando a fondo una campaña de agitación contra los procedimientos stalianianos que obligue a las organizaciones anarquistas a situarse a uno u otro lado. Al POUM le sobra fuerza para triunfar en esta empresa; sin embargo le estamos viendo batirse en retirada, ceder el terreno al stalinismo, formular unas cuantas protestas intrascendentes en La Batalla para recluirse inmediatamente en su habitual inercia, en espera de que llegue la hora del martirio a Cataluña.
Exactamente lo mismo acontece en la arena más vasta de la lucha de clases. Todo el margen, nada pequeño, que mediante la guerra civil le fue dado a la clase obrera para agruparse formando un partido de la revolución se está agotando. Nadie, ni el propio POUM, pretenderá que la clase obrera cuente hoy con las condiciones necesarias para apoderarse del poder político y crear su propio Estado de Clase. Al contrario, el peligro está en que el estado burgués se consolide totalmente a expensas del proletariado. La única salida positiva, reside en el [texto ilegible] del espíritu de clase del proletariado, que reanime el espíritu general, impida toda salida reaccionaria y conceda un nuevo plazo indispensable para preparar la toma del poder político. Nosotros hemos formulado esta salida en la consigna de frente revolucionario del proletariado. En las masas existe gran desconfianza hacia el Frente Popular. Incluso entre los anarquistas hay una animadversión general a la política de sus ministros, empiezan a darse cuenta de la necesidad de una política de clase. Nadie quiere tampoco la guerra imperialista y mucho menos un armisticio. Existen condiciones muy favorables a la instauración del frente revolucionario, que daría al traste con el FP y sus proyectos, iniciaría el rompimiento de la unión sagrada en toda Europa, permitiría organizar el partido de la revolución y encontrar el camino del Poder.
En la intimidad del hogar probablemente algunos líderes del POUM lo comprenderán, lo hace sospechar la adhesión de la JCI al frente de juventudes revolucionarias, que aunque incompleto y confuso en algunos puntos, puede representar un principio de reacción proletaria positiva; pero el POUM teme emprender toda campaña por un frente revolucionario, no quiere que los stalinianos puedan decir que pretende romper el FP y se entrega a conciliábulos burocráticos con los anarquistas esperando tal vez que estos le sugieran un frente semejante al de la juventud. Mientras tanto el stalinismo triunfa, la burguesía se rehace y la confusión de las masas abona todos los proyectos reaccionarios. Pero al POUM no le falta, ni mucho menos, una consigna de buenas apariencias: Gobierno obrero y campesino. En los momentos de desaliento, cuando se cree definitivamente alejado de la Generalidad, la dirección del POUM lanza una consigna en grandes titulares, como un reto a los stalinianos y elixir milagroso que de un solo golpe pueda cambiar la faz de los acontecimientos.
Nadie podría decir exactamente que entiende el POUM por gobierno obrero y campesino. ¿La colaboración que practicó en un gobierno basado en comités? En el primer caso los trabajadores tienen ya la prueba que sólo sirven a la burguesía; en el segundo la consigna es totalmente extemporánea, porque apenas existen comités, los que quedan no tienen la estructura adecuada y por lo tanto no pueden hacer sino preparar el terreno para que los http://bataillesocialiste.wordpress.com comités puedan hacer se cargo del poder. Sólo el frente revolucionario del proletariado, rompiendo la coalición de clases, iniciaría aquella preparación.
A los camaradas que en el seno del POUM confían en la eliminación por la propia dirección de los errores anteriores, les aseguramos que esta no tiene ni ha tenido nunca la intención seria de preparar la toma del poder por el proletariado. Acerca de la colaboración decíamos en nuestro número anterior que la falta de criterio del POUM es más aparente que real. Tan pronto como los roces entre los anarquistas y los stalinianos han ofrecido la posibilidad - bien remota - de que la CNT apoye la candidatura gubernamental del POUM L'Hora , que siempre ha estado unos centímetros a la izquierda de La Batalla , demanda el día 19 un gobierno de prestigio revolucionario en la Generalidad, el que vuelva el POUM con mayor representación que antes y se disminuya la de la Esquerra. Seriamente debiéramos preguntar a los dirigentes del POUM que particularidad han encontrado para entregar de este modo el movimiento obrero al stalinismo. Es absolutamente imprescindible declarar que la dirección del POUM es el principal obstáculo para la formación del Partido revolucionario. Sus militantes tienen el deber de luchar contra el oportunismo de la dirección, que se deja atropellar por el stalinismo, capitula siempre en los momentos de más gravedad e impide al proletariado encontrar un polo revolucionario junto al que agruparse y escombrar de enemigos el camino del Poder.
La lucha por el frente revolucionario del proletariado dará a los militantes del POUM una excelente oportunidad de controlar alguna vez a su dirección y prestar un servicio a la revolución social. De no lograrse, el propio POUM marchará hacia la ruina y la revolución entrará en una fase reaccionaria.
Publicado en el Boletín de la Sección Bolchevique-leninista de España (IVª Internacional), número 2, Barcelona, febrero 1937
¡Vivan los combatientes de mayo! (1944)
El primero de mayo, día de lucha de los oprimidos contra los opresores, transcurre por cuarta vez, desde que comenzó la matanza imperialista, en un ambiente de solidaridad con los opresores, por parte de los dirigentes stalinistas y social-demócratas. En lugar del grito revolucionario: ¡Proletarios de todos los países, uníos!, lanzan y practican esta otra divisa: ¡Proletarios de todos los países, mataos en beneficio de vuestros explotadores!
Si falsificado y traicionado es el significado de la jornada proletaria del primero de mayo, muy pocos además de nosotros reivindican plenamente el levantamiento obrero de Barcelona, el 3 de mayo de 1937. Para el proletariado español esta es una fecha tan memorable y gloriosa como la del 19 de julio de 1936. En ella demostró que no estaba dispuesto a dejarse arrebatar mansamente por el frente popular lo que conquistó a los fascistas con las armas en la mano. Dirigida esta insurrección contra los enemigos de la revolución que se cuelgan un marchamo comunista, socialista o anarquista, la actitud que se guarde ante ella es el mejor metro de que dispone el proletariado español para delimitar a los revolucionarios de los oportunistas y de los traidores.
El resultado más importante del 19 de julio, fue el siguiente: Sublevadas contra el proletariado amenazante todas las fuerzas coercitivas del estado capitalista, quedaron destruidas por el triunfo obrero. En una época revolucionaria, el único sostén real de la sociedad capitalista es la violencia ejercida por sus cuerpos coercitivos. Destruyéndolos por su contrainsurrección, el proletariado destruía del mismo golpe la sociedad capitalista. Si, contrariamente a como ocurrió, el frente popular hubiese podido emplear una parte importante de las fuerzas armadas capitalistas contra la otra sublevada, acto seguido abría abierto el fuego contra las masas; la propiedad privada y su estado no hubiesen sufrido gran cosa. Pero, salvo excepciones, la mayoría obligadas por el universal levantamiento de las masas, los cuerpos armados burgueses hicieron causa común con altos jefes militares y fascistas. Derrotados por el empuje del proletariado, éste quedó como elemento predominantemente armado. La expropiación económica de la burguesía siguió como consecuencia natural de su desarme. No hay capitalismo sin desarme del proletariado, como no puede haber verdadero armamento del proletariado sin socialismo. Destruyendo los cuerpos coercitivos burgueses, las masas inauguraban la revolución.
Debido a la ceguedad apolítica del anarquismo, y en parte al oportunismo político del POUM, el triunfo obrero no fue completado por la destrucción total del estado capitalista y su apéndice indispensable, el frente popular, ello imposibilitó la organización de un estado proletario con sus correspondientes cuerpos armados. El estado burgués se dio cuenta con asombro de que aún podía pensar en rehacerse de su derrota, a condición de cubrir convenientemente su naturaleza de clase con los dirigentes obreros dispuestos a prestarle ese servicio. No había sino demasiados listos para esa tarea. Por su intermedio comenzó sin tardanza la obra de destrucción de lo conquistado en Julio, insensiblemente al principio, cada vez más general y cínicamente, sin pérdida de tiempo los enemigos de la revolución emprendieron la reconstrucción del estado capitalista. Inexistentes los organismo coercitivos de éste, una de las primeras preocupaciones del frente popular había de ser la de organizar otros. Se recurrió para ello a los raros islotes que quedaban de las antiguas instituciones, reforzándolas con millares de nuevos ingresos. El partido stalinista, indiscutiblemente el más decidido enemigo de la revolución, procuró desde el primer día situar a incondicionales suyos en los puestos de mando. Más tarde, con el control del SIM, llegó a disponer de casi todas las fuerzas represivas.
En la misma proporción en que progresaba la reconstitución de los institutos armados capitalistas, aumentaban los ataques públicos y la insolencia de la contrarrevolución frentepopulista. Su más importante objetivo había de ser el desarme del proletariado. Iniciado bajo el gobierno Caballero con la disolución de las milicias de retaguardia, había ya hecho muchos progresos antes de Mayo, excepto en Cataluña, mediante otras medidas suplementarias. Obreros y campesinos habían sido atacados en diversos lugares por guardias de asalto y carabineros. La campaña contra los comités, contra las colectividades y contra las Patrullas de Control en Cataluña, recurría a todas las calumnias burguesas sobre los rojos traganiños, preparando una atmósfera de carnicería contra el proletariado. Mes a mes, la contrarrevolución hacía progresos ante los ojos de todo el mundo. De la mayoría de puestos directivos y de control eran arrojados los hombres que los ocuparon al día siguiente de Julio, para ser substituidos por burgueses o burócratas stalinistas y socialistas, decididos enemigos de la revolución. Coronando la meticulosa campaña contrarrevolucionaria, el estalinismo preparó en Cataluña una provocación, con el intento de hacer una buena sangría entre los elementos más revolucionarios, desarmar totalmente al proletariado y adueñarse de la situación. Un destacamento de guardias de asalto a las órdenes del estalinista Salas, con la complicidad del stalinizante Aguadé, comisario de orden público de Cataluña, allanaron el edificio de la compañía telefónica, queriendo quitar por la fuerza el control del ramo a los trabajadores. Estos resistieron, se inició el tiroteo en el interior del edificio y pocas horas después todo el proletariado barcelonés estaba en las barricadas, defendiendo sus conquistas amenazadas.
Ninguna lucha, ni la del 19 de julio, ha sido tan vertiginosa ni entusiástica. En pocas horas toda la ciudad quedó en manos de los obreros. Las fuerzas de la reacción habían sido embotelladas en el pequeño cuadro que rodeaba al edificio de la Generalidad. Esta misma no fue tomada por los trabajadores porque la dirección anarquista paralizó su marcha. En lugar de ponerse a la cabeza de los insurrectos para evitar su derrota o el triunfo completo de los contrarrevolucionarios, si la victoria proletaria era imposible, paralizó la acción armada y se colocó en la posición de mediador. Enseguida llegaron en avión desde Valencia líderes nacionales de la CNT y la UGT a ordenar ¡alto el fuego!, condenar la lucha y aconsejar el abandono de las barricadas. Desoyendo los insistentes gritos lanzados a través de la radio por los dirigentes, el proletariado catalán continuó sobre las armas durante varios días, negándose a la retirada. Presentía que a éste seguiría una derrota terrible. Por primera vez en la historia se dio el caso de una insurrección comenzada y continuada contra la voluntad de los dirigentes de la organización a que perteneció la inmensa mayoría de los insurrectos. El proletariado catalán y español en general, debe blasonar justamente de ello.
Se puede improvisar una insurrección, pero no un triunfo revolucionario, menos aún cuando la totalidad de las organizaciones obreras, en una forma u otra, está contra el proletariado. La intervención de los dirigentes cenetistas y ugetistas logró convertir una brillante victoria militar del proletariado en una espantosa derrota política, como los combatientes presentían al escuchar la radio desde las barricadas. Retirados al fin de ellas, tras varios días de inútil espera a que los comités superiores se pusieran a su lado, a la retirada obrera siguió una orgía triunfal de la contrarrevolución estaliniano-republicano-socialista. Inmediatamente, el asesinato de revolucionarios fue la principal actividad de las fuerzas staliniano-burguesas. En las cárceles hubo enseguida muchísimos más presos obreros que fascistas. Los pocos vestigios que quedaban del poder obrero, el armamento y las conquistas de Julio, no tardaron en desaparecer. Se arrebató así al proletariado su principal causa de lucha contra Franco, lo que constituía su fuerza y su más poderosos instrumento de triunfo. Con la derrota obrera de Mayo, Franco ganó, sin meter la mano, su principal batalla. La columna dorsal de la revolución socialista había sido rota. Ya no podía hacerle frente con su vigor inagotable.
La actitud de cada organización durante aquellas jornadas de lucha callejera mide con gran precisión su grado de proximidad o de separación de los intereses revolucionarios. Stalinistas y socialistas estuvieron decididamente en las barricadas de la contrarrevolución; el anarquismo y el POUM, como organizaciones, entre dos aguas, recomendando la primera el cese de la lucha, y plegándose la segunda a las decisiones de la otra. Únicamente dos pequeñas organizaciones, la Sección bolchevique-leninista de España (IV Internacional) y los Amigos de Durruti, apoyaron sin reservas el movimiento, tratando de darle objetivos conscientemente revolucionarios y de evitarle la derrota. Pero toda la masa proletaria catalana, casi sin excepción, empuñó las armas frente a los progresos de la contrarrevolución. Es un orgullo para la clase trabajadora española no haberse dejado arrebatar la revolución sin lucha. Por la actitud de oposición o reserva, respecto a las jornadas revolucionarias de Mayo, puede juzgarse sin equivocación hasta donde llega el oportunismo de cada organización. Lección importante que se revelará de gran utilidad en el porvenir.
G. Munis.
Publicado en Contra la Corriente, publicación del Grupo Español en México de la IVª Internacional, números 15 y 16, mayo-junio 1944, México.
Carta a un obrero poumista (1938)
La Bandera de la IVª Internacional es la única bandera de la revolución proletaria
Hace cinco meses, con ocasión de la represión, como hace diez, al ser expulsado el POUM de la Generalidad, repetiste el mismo argumento de hoy. A tu entender el POUM se vería obligado, por presión de los acontecimientos, a ponerse al frente de la revolución proletaria. Sincero revolucionario y creyente en la fuerza potencial revolucionaria del partido, no dejabas de considerar sus errores aún con cierta precisión, pero vacilabas en cuanto a los remedios llevado de la doble falsa perspectiva de arrastrar al terreno revolucionario al partido en su conjunto – los recalcitrantes oportunistas incluso -, y establecer una divisoria entre este terreno y el de la IVª Internacional.
Reconocer los errores de más bulto del POUM (colaboración, complicidad con el Frente Popular, lucha contra los órganos de poder, obreros, Gobierno Obrero y Campesino, etc.) lleva necesariamente a investigar sus fuentes ideológicas, afinidades con otras corrientes en la historia del movimiento obrero internacional y el entronque que tienen en los cuadros y los hombres del partido. Menguar la significación y proporciones resultantes, no señalar con el dedo a los responsables, es un paso en falso que se traduce en vacilaciones, pasividad encubridora e impotencia para marcar el camino de la salvación.
Me parece absolutamente indispensable llamar la atención sobre este último extremo, porque en el seno del POUM se ha designado siempre como ala izquierda a la sección de Madrid, y en la primavera pasada surgió asimismo en Barcelona otra corriente de izquierda. Hoy ambas languidecen al unísono del partido. La causa no es otra que su fragilidad política, manifiesta repetidísimas veces en la incapacidad de darse un programa, su temor a enfrentarse con la dirección y llevar a la base de la organización la lucha contra ella.
Tanto la sección de Madrid como el ala izquierda de Barcelona, eran el exponente de esa fuerza potencial revolucionaria en que depositas tu confianza. Transformarla en energía activa no era posible sin una ruptura radical con la política catastrófica de Nin-Andrade-Gorkin. Precisamente en este punto, uno y otro grupos de izquierda quedaron paralizados sin osar abordar de frente el problema. En toda ocasión se esforzaron en menguar los errores del partido – que no pocas veces ayudaron – y jamás levantaron la mano para señalar a los líderes responsables. La propia ala derecha de Portela, declaradamente stalinizante, ha podido vivir hasta el presente sin que el ala izquierda exigiera su expulsión.
En todos los momentos trascendentales, a contar desde el nacimiento del POUM, este aparece perfectamente unido. Aun durante y después de las jornadas de mayo, cuando mayor cuerpo y delimitación llegaron a adquirir los elementos de izquierda, las resoluciones del CC, en el que hay representantes de Madrid y de la célula 72 de Barcelona, son tomadas por unanimidad. Y no es preciso hablar de la vergonzosa pasividad observada al desencadenarse la represión. De esta unidad del POUM pueden enorgullecerse los cretinos y los oportunistas, a quienes beneficia. En realidad es lo que ha permitido a la dirección centrista ahogar la fuerza potencial revolucionaria de los trabajadores poumistas y nos da una desoladora muestra de la incapacidad de los elementos de izquierda. Para algunos de éstos, el izquierdismo no pasó de ser una mísera justificación íntima.
No; no es un problema de personalidades lo que ha impedido cristalizar y desarrollarse a los elementos de izquierda. Es un problema de programa. Sólo la lucha sistemática por un programa revolucionario puede educar buenos líderes. No se trata tanto del documento material como de la tendencia histórica en la que se tome apoyo. Ni la célula 72 de Barcelona, ni la sección de Madrid se decidieron nunca a tomar este apoyo. Sus críticas a la dirección fueron inseguras, unilaterales y nada profundas porque no consideraron al POUM como una corriente centrista juntamente con sus ramificaciones internacionales, sino como una corriente revolucionaria con errores ocasionales. Esta apreciación no se basaba en ningún análisis objetivo sino en el temor de ser confundidos con los trotskistas. Huyendo de los puntos de vista de la IVª Internacional se acercaban al centrismo.
Las prevenciones antitrotskistas impidieron la evolución y desarrollo de una verdadera ala izquierda que salvara de la descomposición a la mayoría de los militantes revolucionarios del POUM. Situadas la sección de Madrid y la célula 72 en un terreno positivo por relación a la dirección centrista, las necesidades de su propia formación como vanguardia revolucionaria les llevaba a la adopción del programa de la IVª Internacional. Pero en lugar de guiarse objetivamente por la dialéctica de los acontecimientos su norte consistió en evitar el trotskismo. De aquí su incapacidad para trazar enérgicamente una línea divisoria entre los centristas y los revolucionarios, y guiar a éstos hacia la creación de un partido bolchevique y la conquista de las masas.
No puedo asombrarme de la asfixia de la famosa izquierda que tantas ilusiones despertó. La sección de Madrid dejó pasar el tiempo proyectando grandes hechos, mientras los hechos reales, cotidianos, la llevaban a remolque del CE y algunos de sus hombres se convertían en delatores de los trotskistas al servicio del centrismo. Antes de las jornadas de mayo, la célula 72 presentó un conato de movimiento fraccional con ramificaciones inseguras política y orgánicamente, como sus propias posiciones, pero de gran porvenir. Desde entonces ha tenido ocasión de acelerar su formación y conquistar posiciones tomando a su cargo la lucha contra la reacción staliniana que la dirección observaba con una pasividad criminal. Sin embargo, los hechos no dejan lugar a ilusiones. Después de haber rechazado con desdeñoso silencio las proposiciones bolchevique-leninistas, tendentes a establecer un compromiso de lucha contra la reacción y el stalinismo, encontramos que la propia izquierda de Barcelona ha desaparecido y sólo queda un hombre como exponente. Esta reducción, proporcional a la de todo el partido, no tiene por única causa la represión. A pesar de la vileza y sádica violencia de los métodos puestos en práctica, la represión, sobre todo en sus primeros meses, sólo podía aniquilar a organismos carentes de la vida laboriosa y el contacto efectivo con las masas anejo a los principios de un partido revolucionario. El espíritu y la organización de las masas, la correlación general de fuerzas, la tensión aguda entre éstas, la importancia de las posiciones ocupadas por el proletariado y la abundancia de recursos para la propaganda ilegal, hubieran permitido armadas de un programa y de consignas inmediatas combativas, transformar la ilegalidad en un breve período y reforzarse en medio de él. En realidad, el elemento que más ha contribuido a reducir a la insignificancia a un partido de 40.000 afiliados, más que los encarcelamientos, la supresión de la prensa legal y los asesinatos, es que esos 40.000 afiliados estaban ya semirreducidos a la impotencia por la política de su propia dirección.
El exponente –llamémosle así para evitar nombres– de la célula 72, lo confiesa algo desesperadamente en un documento dirigido al reciente CC celebrado en Barcelona. Como en el proyecto que el mismo camarada elaboró para el Congreso que no llegó a efectuarse, se encuentran en él críticas acertadísimas de la dirección en las que, evidentemente, puede y debe tomarse apoyo, como tú opinas. Pero mucho más importante es tener cuenta de los errores que sus páginas encierran.
La parte crítica puede ser suscrita casi en su totalidad por los bolchevique leninistas. Por primera vez alguien desde el seno del POUM califica de centrismo la política de la dirección y trata de dar a esta noción su verdadero carácter. Digo trata porque el autor del documento, tras señalar como centrista a su propia dirección afirma que el POUM era un partido revolucionario antes del 19 de julio. Esto está tan lejos de la verdad que casi no necesita refutación. ¿Cuándo y cómo se efectuó la conversión a la derecha? El centrismo puede estar integrado por elementos revolucionarios de paso hacia el reformismo o viceversa; en cualquier caso la evolución requiere tiempo y se escalona a lo largo de los acontecimientos. Nadie se acuesta revolucionario y se levanta centrista. Sin embargo para que el POUM se despertase una mañana en el malhadado Gobierno obrero, no fue necesaria ninguna solución de continuidad. Sin el menor roce, por unanimidad, el mismo Comité Central que la regía antes del 19 de julio aprobó la colaboración y se adentró alegremente en el programa socialista que resultó ser la entrega de la revolución socialista a los Comorera, Prieto, etc. Esta política brotaba sin obstáculos del corazón del POUM porque estaba en la médula de su constitución y existía antes de ésta, desarrollada en el antiguo Bloque Obrero y Campesino, y en principio, pero retenida por la disciplina internacional, en la que fue Izquierda Comunista. Si el autor del mencionado documento se tomase el trabajo de confrontar la política que califica centrista con la practicada por el POUM antes del 19 de julio, a buen seguro que no podría mostrarnos ninguna diferencia fundamental, evitaría poner el pie en falso al empezar a andar y no se vería obligado, para llenar las lagunas de su análisis y velar sus errores, a idealizar el pasado y los muertos.
El Frente Obrero Revolucionario es presentado en el documento como máxima panacea y principio de toda regeneración en el interior del POUM y en el movimiento obrero. Tras hacer una dura y justa crítica de la dirección recae en la concepción oficiosa, sino oficial, de aquella.
Las ilusiones que esta fórmula despierta exigen poner en claro que no se trata de la noción bolchevique del frente único de clase: Golpear juntos; marchar separados. Sin confusión de programas, con completa libertad crítica, pero estableciendo compromisos de lucha práctica e inmediata contra el enemigo de clase. En el número de La Batalla correspondiente al 5 de agosto pasado se dice que es necesario marchar hacia el Frente Obrero Revolucionario, que agrupe a todos los sectores que estén de acuerdo en dar a la guerra el carácter revolucionario que no debía haber perdido nunca y en conquistar el poder para la clase trabajadora…
¡Conquistar el Poder para la clase trabajadora! Bella perspectiva sobre la cual los dirigentes del POUM esperan ponerse de acuerdo con la CNT y la FAI (Largo Caballero fue candidato hasta hace unos días), mientras los líderes de éstas esperan también llegar al Poder entregando el proletariado confederal a merced del Gobierno. La tesis del Frente único es transformada en una añagaza altisonante que oculta la idea fija de volver a un ministerio semejante al de septiembre del 36. La conquista del Poder por el proletariado no puede ser objeto de alianza, a no ser a través de sus órganos de Poder (Comités, Juntas, Soviets). Aun en este aspecto, teóricamente admisible, presentaría en la práctica dificultades innumerables. El frente único, indispensable para la defensa de las libertades e intereses obreros más inmediatos, es la vía que conduce a la creación de los órganos de clase, y por tanto la única forma de poner al proletariado en condiciones de luchar por el poder. Aliarse con todas las organizaciones dispuestas a defender esas libertades e intereses, fustigando enérgicamente a los que prefieren la alianza con los carceleros y verdugos del proletariado, es la verdadera táctica revolucionaria del frente único que la Sección bolchevique leninista persigue desde su fundación. Pero pedir una alianza de todos los sectores que estén dispuestos a conquistar el Poder para la clase trabajadora, no es más que demagogia oportunista de gentes que no han renunciado a bloques políticos de mala memoria, pero en cambio utilizan las sugerencias de frente único de una fórmula mendaz, para calmar el descontento de sus propios militantes.
El Frente Obrero Revolucionario (FOR) no ha servido, en efecto, más que para conciliar entre sí a las diferentes tendencias. Gorkin, Andrade, lo que queda de la célula 72 y la sección de Madrid resuelven todas sus divergencias en el FOR. A semejanza de su cofrade centrista el SAP antes de la llegada del fascismo, el POUM mata las tendencias centrífugas, que desarrolladas jugarían un papel muy positivo en la formación del partido revolucionario, clavándolas en el corcho flotante del FOR. La diferencia estriba en que el SAP cumplía esta función mediante el frente único por todo programa, mientras que el POUM se reduce al FOR, que no va más allá de la ruptura con el stalinismo. ¡Y la cuestión ha quedado indecisa en el Comité Central! No está excluido, sin embargo, sobre todo ante la desviación evidente de los anarquistas hacia el stalinismo, que el POUM pase por idéntico estado que el SAP convirtiendo el frente único en un lema general. Ello será ventajoso en la medida en que contribuya a arrastrar a otras fracciones del movimiento obrero, pero el problema del programa, es decir, del partido de la vanguardia obrera, sólo quedará planteado con mayor acritud y perentoriedad.
En el aspecto del programa tú mismo no albergas ilusiones sobre lo que la dirección oficial pueda dar. Mas, ¿qué puede esperarse de los elementos llamados de izquierda? La mayor consideración hacia su real o presunta evolución ideológica no puede redimirles de la responsabilidad de cuanto no se ha hecho en más de un año de vacilaciones y vanos amagos de actuación.
El documento del exponente de la célula 72 a que me he referido, es completamente nulo en este aspecto, a pesar de su apelación a la dictadura del proletariado. No se encuentra en él la menor referencia a las cuestiones fundamentales del movimiento obrero: ¿nuevo partido?; ¿nueva Internacional? Sin embargo, quien admite que el POUM es centrista está aún más obligado a responder, a no ser que espere, con su elocuencia, convertir a los centristas en bolcheviques. La triste realidad es que la ausencia de estas cuestiones, así como de toda crítica a los vergonzantes aliados internacionales del POUM, proviene del contrabalanceo interno cuyo fiel es el Frente obrero revolucionario. Sólo evitando pronunciarse sobre aquellas cuestiones es como el equilibrio se sostiene y nuestros buenos izquierdistas no se ven comprometidos a la acción.
La fuerza potencial revolucionaria de los obreros del POUM, repito, ha hallado así su esterilización. Pero a pesar del tiempo perdido no puede haber otro camino que el de la lucha irreductible y organizada contra la dirección centrista. Argüir sobre la legitimidad o ilegitimidad de las fracciones es filisteismo despreciable. El primer deber de un revolucionario rodeado de centristas es constituir una fracción. Cruzarse de brazos o limitarse a gritar es una demostración de contagio del medio.
Los trabajadores revolucionarios poumistas necesitan un programa, un arma ideológica para conquistar la confianza de las masas. Este programa sólo puede ser el de la IVª Internacional, en marcha ya por todo el mundo. Los elementos más conscientes tienen el deber político de izar esta bandera. Sólo así contribuirán a la creación del partido revolucionario y a resolver por ende los grandes problemas de la conquista del poder.
G. M.
Publicado en en La Voz Leninista nº 3, Barcelona, 5 febrero 1938.
El terror amarillo en España (1939)
Tras la caída de Cataluña, la prensa reaccionaria se ha dedicado a publicar fotografías y narraciones abracadabrantes sobre la persecución y las torturas hechas por los rojos. Todo el sabor del folletón sensacionalista, alimentado por la venalidad del periodismo burgués, se expresó mediante gruesos titulares y clichés para consagrar la victoria de Franco con una tempestad de calumnias. En esa misma prensa se habla de la generosidad francesa y del trato acogedor reservado a los refugiados españoles ¡que morían a diario de hambre y de frío, por decenas!
Por su parte, la prensa estalinista y reformista comentando las persecuciones desencadenadas por los fascistas, se calla cuidadosamente sobre el carácter de la represión antiproletaria del Frente Popular, que precedió e hizo posible la actual labor de Franco. Numerosísimos son los militantes condenados o fusilados después de la caída de Barcelona, que fueron sorprendidos por los ejércitos fascistas en las prisiones del Frente Popular. Ni la prensa pro franquista, ni la del Frente Popular, son capaces de decir la verdad sobre el carácter y los métodos de la represión gubernamental. La leyenda roja, gracias a la cual la primera esconde su propia ferocidad de clase, obliga a los diarios a servir con profusión fábulas terroríficas, inauditas. En cuanto a la segunda, sólo quiere impedir el conocimiento de sus propios crímenes contra el movimiento revolucionario. Pero nosotros no tenemos más intereses que los del proletariado: lo que nos permite y nos obliga a denunciar el aspecto reaccionario de la represión gubernamental. A partir de las jornadas de mayo de 1937, la represión política se dirigió principalmente contra la vanguardia revolucionaria y el movimiento obrero en general. Por las palabras de Irujo, católico y ex ministro de Justicia, que declaró en el proceso contra el POUM, que siguió a las jornadas de mayo, puede juzgarse el tipo de represión y los métodos practicados: la represión contra los revolucionarios en la zona republicana era más violenta que en la zona franquista; se asesinaba a los revolucionarios en las esquinas. Se ha publicado a menudo el nombre de las víctimas más conocidas internacionalmente: Nin, Berneri, Wolf, Landau, Moulin; pero es imposible enumerar, ni siquiera conocer, todos los militantes muertos por la mano del terrorismo estalinistagubernamental, por la disciplina de cuartel y apolítica del ejército, o en los campos de trabajo.
La guerra abastecía al estalinismo de un medio adecuado para esconder sus crímenes, como el escarabajo se esconde en la basura. Un cadáver de más en la líneas de combate, o abandonado algunos kilómetros más lejos, no podía provocar las investigaciones de las auto manifiesto clandestino (siempre revolucionario, pues la prensa fascista ilegal jamás ha existido); todos encontraban su sitio en las checas estalinistas. Tras largos interrogatorios y torturas, y algunas semanas, a veces incluso varios meses, de permanencia en los calabozos, llegaba la acusación: trotskismo, espionaje, depósito de armas, venta de planos al enemigo. El detenido era enviado a la Prisión Modelo, la del Estado o a Montjuic, y se fabricaba un proceso fantástico que en el 98 por ciento de los casos no prosperaba, por falta total de base. Había una infinidad de procesos de este tipo.
El estalinismo acusaba sin cesar de espionaje a los trabajadores fieles a su clase o a los técnicos rebeldes a su dictadura, mientras que sus jefes militares, la burocracia estatal, o sus propias filas políticas, producían hormigueros de auténticos espías. Estos casos eran en realidad los más graves. Salir de la checa era una garantía, aunque incompleta, de vida. Pero hay centenares, incluso millares de trabajadores y de militantes, que han entrado para no salir jamás. Ellos no pueden informarnos, porque los muertos no hablan. La burguesía pretende hacer creer que la actividad del SIM estaba dirigida contra los elementos reaccionarios, lo que no es verdad más que para un reducidísimo número de casos, comparado con el de militantes obreros o personas neutras que habían estado accidentalmente en contacto con el aparato estalinista. Todas las garantías legales eran aseguradas a los fascistas; para los revolucionarios era todo lo contrario. La justicia fue ejercida sobre los fascistas, en los primeros meses de la revolución, por los trabajadores armados, sus Comités o sus organizaciones de clase. A partir de las jornadas de mayo, el gobierno consideraba como criminal toda actividad en tal sentido. Los miembros de los Comités fueron sometidos al Tribunal de Alta Traición y Espionaje por haber arrestado a individuos notoriamente fascistas. La simple posesión de una pistola, que había servido para derrotar la insurrección militar, ocasionaba a los trabajadores numerosos meses de prisión. Durante los últimos meses, aún existían checas de las que el gobierno ignoraba emplazamiento y labor. Entre los trabajadores arrestados en Barcelona, se hablaba de campos de concentración secretos, que parecían confirmados por la existencia de una comisión anarcosindicalista semisecreta para la localización de personas desaparecidas. Sólo consiguió descubrir el lugar de detención de algunos burócratas de la CNT, cuya desaparición no interesaba ya a los estalinistas.
Será necesario escribir aún mucho antes de llegar a conocer una parte de los nombres de militantes revolucionarios que fueron asesinados por el veneno estalinista en el ejército. En numerosos casos, los camaradas que habían estado largos meses en prisión, y puestos en libertad a causa de ausencia de fundamentos para la acusación, habían sido enviados directamente al frente bajo mandos estalinistas con un informe secreto. Poco tiempo después eran asesinados.
Me limito al caso de Jaime Fernández y de José Rodríguez militantes del POUM, el primero bolchevique-leninista y el segundo que había asimilado las duras lecciones de la experiencia española. Ambos trocaron el campo de trabajo por el frente. Cuando faltaban pretextos legales, los pistoleros a sueldo de la GPU encontraban la manera de satisfacer sus sangrientos deseos. Pero hay muchos otros que sufrieron tal suerte, cuyo nombre no ha sido conservado por la memoria, sin contar los simples obreros rasos de los que no se conocerá nunca el nombre, víctimas de una disciplina que defendía los privilegios, daba carrera a los arribistas, y eliminaba toda libertad y todo derecho político para los soldados, sin conseguir dar al ejército una verdadera organización. En este dominio, es indispensable denunciar el criminal trabajo de Líster y de El Campesino, proclamados cada día como héroes por el estalinismo, y los antiguos oficiales del ejército recuperados por este último, como Burillo y Pozas, enemigos cualificados del proletariado, pero de una utilidad militar dudosa, incluso para el propio gobierno. Los cuerpos del ejército de Líster y de El Campesino fueron los jenízaros de la contrarrevolución. Su heroísmo era el de Cavaignac o Martínez Campos. Los campesinos de Aragón y de Castilla conservaban el recuerdo de su paso con el odio que se profesa al enemigo.
Por su parte, el gobierno sostenía activamente, ley en mano, la obra extralegal del estalinismo, y le abandonaba las riendas. Tras la constitución del gobierno Negrín, después de la derrota de mayo de 1937, el Presidente respondía así a una pregunta sobre los rumores de armisticio: Antes de hablar de armisticio, hay que desarmar y pacificar la retaguardia. Empezó entonces la sangrienta ola de represión que llenó todas las cárceles de España de revolucionarios. El POUM, los bolchevique-leninistas, y Los Amigos de Durruti pasaron automáticamente a la ilegalidad, sin decreto previo de disolución. Los locales obreros, arrancados con las armas en la mano a los fascistas, fueron invadidos por los Guardias de Asalto provistos de ametralladoras, de tanques y de artillería que faltaban a los combatientes. El asalto más importante fue el que se hizo contra el Comité de Defensa instalado en el antiguo convento de Los Escolapios. Una veintena de tanques rodearon por la noche el edificio. Los ocupantes resistieron. La artillería comenzó a disparar.
Por la mañana varias fábricas abandonaron el trabajo en señal de protesta. La irritación del proletariado era tan grande que podía preverse unas nuevas jornadas de mayo… pero la intervención del Comité regional de la CNT rompió el movimiento y obligó a los asediados a rendirse. A partir de ese momento, todos los que habían pertenecido a los primitivos Comités, a las Patrullas de Control, o a las Milicias de Retaguardia, tenían asegurado su envío ante un tribunal de Alta Traición y Espionaje.
Este tribunal semimilitar, de carácter secreto y sumarial, había recibido legalmente el poder de vida o muerte sobre los acusados. Un simple desacuerdo con la política del gobierno daba carácter legal a la acusación de alta traición, que suponía un veredicto fatal del Tribunal. Condenas de diez o veinte años de prisión han sido pronunciadas contra trabajadores que habían leído un manifiesto clandestino. Los procesos de los bolchevique-leninistas y del POUM han establecido el evidente carácter reaccionario que se escondía bajo las palabras espionaje y traición.
El terror ilegal de los estalinistas y el terror aprobado por el gobierno se complementaban. La primera servía de fuerza de choque y de guía para la segunda. El objetivo era el mismo: aplastar a los revolucionarios, liquidar todo núcleo proletario o fiel a la concepción de la revolución social. Incluso estando sometidos al procedimiento terrorista prescrito por la ley, ya no se estaba al abrigo de un asesinato repentino. En la Prisión Modelo o en Montjuic, se llamaba frecuentemente para nuevos interrogatorios a camaradas que habían permanecido durante meses en los subterráneos de las checas. Algunos no regresaron. La inseguridad para los revolucionarios era tal en prisión que, cuando se ingresaba en la prisión llamada de Estado, el director se creía obligado a aseguraros que en su casa se podía estar tranquilo. Los campos de trabajo constituían el capítulo más horrible del terror legal. Millares de trabajadores de todas las tendencias han padecido sufrimientos que sólo ellos podrían narrar con exactitud. Sometidos a un régimen de trabajo muy duro durante doce o catorce horas por día, con cien gramos de pan y cien de lentejas por todo alimento, los camaradas que salían después de dos o tres meses para asistir a su proceso estaban anémicos en un grado que parecería insoportable para cualquier hombre. El régimen de esos campos no tenía nada que envidiar a los de Hitler. Los golpes de culata o de garrote eran corrientes. Los fusilamientos eran tan frecuentes que después de dos semanas ya no impresionaban a los camaradas internados. En el campo número 1, bajo el mando del comandante Astorga, estalinista que había estado en prisión viviendo familiarmente con los fascistas en la quinta galería, veinte hombres fueron fusilados a su llegada, porque habían sido calificados como falsos enfermos e ineptos en el trabajo. Teodoro Sanz, un bolchevique-leninista que se encontraba entre ellos, sólo escapó con dificultades cuando pudo demostrar que sus heridas provenían de la guerra. Los equipos de trabajo estaban formados por cuadrillas de quince hombres. Si escapaba uno, los otros catorce eran fusilados inmediatamente. Así encontraron la muerte un gran número de los mejores militantes del proletariado español, legalmente asesinados por el gobierno del Frente Popular.
La división del trabajo en el interior de las prisiones o en los campos de trabajo es también un índice excelente para ver hacia dónde se inclinaba la represión gubernamental. Así, todos los cargos que suponían algunas comodidades o privilegios (oficinistas, cocineros, responsables de cuadrillas, etcétera) eran ocupados por fascistas. Por otra parte, muchos de esos fascistas conseguían liberarse por dinero.
La prensa burguesa mundial alimenta a su público con relatos terroríficos, pero la verdad es que la represión gubernamental contra los fascistas fue muy moderada. La necesidad de conquistar la confianza de la burguesía nacional e internacional en la que Negrín basaba su política, le imponía la tolerancia; quería atraerles. Y en la época en que existía el segundo poder de los Comités, la represión fue insuficiente por falta de una organización centralizada. Esta misma política estratégica condujo al gobierno hacia los crímenes de la represión legal, dejando el campo libre a las bandas de la Guepeú. Si la Revolución ha sido vencida, si la guerra es una derrota y si Franco somete hoy los trabajadores a la esclavitud y a la represión, el único responsable y precursor de Franco es el gobierno del Frente Popular y su principal representante, el estalinismo.
Febrero 1939.
G. Munis.
Pubicado en Quatrième Internationale número 16, abril 1939
Lecciones de una derrota (1939)
¿Crees que las causas de la caída de Barcelona han sido estrictamente militares, y debidas únicamente, como lo escribe en Francia la prensa del Frente Popular, a la formidable superioridad de los franquistas en cuanto a armamento?
Esta superioridad es innegable. Era incluso mayor de lo que comúnmente se cree, a pesar de la ayuda soviética y debido a las responsabilidades que recaen en este punto sobre las organizaciones obreras españolas e internacionales. Pero las razones profundas del desastre catalán, como de las demás derrotas gubernamentales durante la guerra civil, sólo pueden hallarse en la política del bloque gubernamental del Frente Popular. Hay que darse cuenta que esta política apuntaba desde el 20 de julio de 1936 a debilitar las conquistas del proletariado. Militarmente, a pesar de la propaganda del Frente Popular, esta política sólo podía crear una disciplina en el sentido burgués de la palabra, mecánica y represiva, sin dar a los soldados organización y capacidad técnica. Los resultados concretos fueron el monopolio de todos los mandos en manos de arribistas sin capacidad militar, lo cual conllevaba una disciplina que sólo se ejercía contra los soldados para mantener los privilegios de los advenedizos. Mientras que los verdaderos proletarios que habían hecho la experiencia de la guerra y habían adquirido capacidades militares seguían siendo simples soldados, o eran relegados a puestos inferiores. Los soldados tenían el sentimiento que la organización del famoso ejército popular sólo se hacía para garantizar los privilegios de los advenedizos y de la casta militar para impedir cualquier actividad política a la base. En los momentos decisivos y peligrosos, esta organización conducía inevitablemente a la huida del mando o a su paso al enemigo, a la derrota de las tropas que se sentían traicionadas, a una retirada caótica, a innumerables pérdidas de material, debidas mucho más a la incapacidad o al derrotismo del mando militar popular que al avance o capacidad del enemigo. En cuanto a la actitud característica de los militares profesionales se puede citar al general Rojo, oficial profesional, comandante al principio de la guerra y responsable directo de la derrota de Borox, Illiesca y Getafe, con el general Puydengolas. Los comités de milicianos los acusaron a ambos de traición concertada. Arrestaron a Puydengolas y lo fusilaron. Pronunciaron la misma sentencia contra Rojo que pudo escapar y esconderse en el Ministerio de Guerra bajo la protección de Largo Caballero. De ahí salió para convertirse en… Jefe del Estado Mayor. Se podrían citar muchos más ejemplos de este tipo para caracterizar la actitud de los militares profesionales que siguieron fieles a la República. Al principio traicionaban de forma deliberada. Cuando se percataron de la política resueltamente anti-obrera y contra-revolucionaria de Negrín, pudieron manifestar mayor fidelidad a la burguesía. El proletariado seguía desconfiando igualmente de ellos. La fidelidad al Frente Popular ya sólo significaba para ellos fidelidad a la burguesía que reprimía a los obreros. La traición había sido canalizada por una vía más estrictamente política.
Lo que nos cuentas es sorprendente. La prensa staliniana nos daba sin embargo la impresión de una consolidación del mando militar, pasados los primeros meses de lucha.
En España, a pesar de la propaganda staliniana y de la censura que ahogaba toda libertad de expresión, cualquiera podía darse cuenta, no sólo de la incapacidad militar del alto mando, sino también de su dudosa lealtad al gobierno. Por no citar sino el caso más conocido, te recuerdo el caso de Antonio Guerra, comisario general del ejército del sur, miembro del PC español, y de Borribar, diputado comunista, principales responsables de la caída de Málaga. Naturalmente el proceso de Borribar aún no ha terminado. El gobierno de Negrín tuvo que hacer un juicio contra éste, mientras el primero se quedó en Málaga donde se convirtió en el brazo derecho de la inquisición franquista en su represión contra los obreros.
Otro ejemplo. Antes de la toma de Bilbao, los dos jefes del famoso cinturón de hierro, fortificaciones que rodeaban la ciudad, se pasaron al lado de Franco que pudo conocer así el plan de fortificaciones mejor que el propio comandante del ejército gubernamental.
Y en fin, durante la ofensiva contra Zaragoza gran parte del Estado Mayor gubernamental, que pertenecía en su totalidad al Partido Comunista, desertó y se unió a Franco, cuando el gobierno había gastado millones para comprar oficiales franquistas. Pero Franco descubrió el hecho, fusiló a los oficiales comprometidos y compró a los oficiales gubernamentales. Así fue como fracasó la ofensiva contra Belchite con enormes pérdidas de hombres y material. Los cuadros subalternos eran aún peor que el alto mando. Semejantes cuadros no podían permitir forjar un ejército capaz de vencer.
Lo que sucedió en el ejército sólo refleja la situación general del país, las relaciones de fuerza que existían entre las clases. Sin base de clase, no hay ejército. Y, a pesar de sus esfuerzos, el gobierno del Frente Popular no había podido ganar la confianza de la burguesía nacional e internacional. Su ejército reflejaba necesariamente la inconsistencia resultante de la ausencia de apoyo social; no se basaba ni en la burguesía, ni en el proletariado. El ejército español, como expresión de la clase dominante, era el ejército de Franco. Nuestro ejército sólo podía ser el ejército rojo del proletariado. Para poder luchar contra el proletariado y la Revolución Socialista, el gobierno suprimió todas las condiciones que hubieran permitido la victoria militar sobre el ejército de Franco.
¿Qué estado de ánimo había creado en la población la política gubernamental?
La inspiración anti-obrera de la política del gobierno de la victoria acarreaba en todas las capas de la población el descontento, la indiferencia e incluso el odio, contra el gobierno y los burócratas de las organizaciones obreras. Tras las jornadas de mayo de 1937, el proletariado estaba cada vez más convencido que combatía por nada. Y aunque la victoria sobre el fascismo era deseada por la mayoría de la población, ésta pasó de la indiferencia a la resistencia contra las medidas de movilización de Negrín. Los obreros más conscientes del proletariado hacían todo lo posible para escapar a la movilización durante los últimos meses. ¡Batirse a favor de Negrín y de Comorera, jamás! Cuando llegue un nuevo 3 de mayo estaré en las barricadas: estas eran sus expresiones características.
Estos pequeños hechos reflejan la realidad mil veces mejor que la demagogia oficial sobre la capacidad de resistencia y de sacrificios del pueblo español. Los obreros hubieran resistido hasta el final si hubiesen visto que los sacrificios de la guerra no recaían exclusivamente sobre sus hombros. El racionamiento de guerra estaba repartido de forma muy desigual según las clases. No les faltaba de nada a las diversas capas de privilegiados, gobierno, burocracia militar, política y sindical, guardias de asalto; mientras los obreros se morían de hambre en el sentido más estricto de la palabra. La organización internacional para el abastecimiento de las mujeres y niños estaba de hecho entre las manos de burócratas y especuladores. A las mujeres y niños hambrientos nada les llegaba.
La escala de salarios expresaba el mismo espíritu de privilegios, muy particularmente en Cataluña, donde Comorera, pequeño-burgués reaccionario que se pasó al stalinismo, era ministro de trabajo. Los obreros mejor pagados de las industrias de guerra sólo ganaban de 600 a 700 pesetas al mes. En el mercado libre ya no se encontraba nada que comprar. En los mercados clandestinos, los precios eran astronómicos, totalmente inasequibles para los obreros.
Un litro de aceite costaba entre 200 y 300 pesetas. Una lata de carne en conserva de 80 a 100 pesetas, un kilo de arroz de 100 a 120 pesetas. La distribución regular de las raciones llegaba a los obreros una vez que los burócratas y los privilegiados habían sido bien abastecidos. Las familias obreras estaban obligadas a comer en los restaurantes populares, y eso si habían tenido la suerte de obtener el pase de acceso, lo cual ya era un privilegio. Una porción de lentejas y un trozo de pan costaban 10 pesetas. En los últimos meses incluso esta comida empezaba a faltar.
Si a ello se añade la represión gubernamental, la falta absoluta de libertad, no sólo en la reuniones públicas y en la prensa, sino también en los sindicatos que se habían convertido en una especie de comisaría de policía, el terrorismo staliniano, responsable del asesinato de centenares de militantes revolucionarios, los campos de concentración donde se fusiló a los militantes que habían peleado en las barricadas obreras de mayo del 37, se puede entender perfectamente que los obreros ya no estaban en condiciones de batirse, como en julio de 1936, o como durante la defensa de Madrid, o como en mayo de 1937.
Este es el mecanismo concreto con el cual la política del Frente Popular ha llevado a la caída sin lucha de Cataluña. No se puede imponer al proletariado durante tres años una política contraria a sus intereses y esperar luego que salve una situación desesperada.
La crisis anarquista
¿Qué papel desempeñaron las organizaciones obreras en esta política de traición y de derrota?
No puedo explicar detalladamente en pocas palabras el papel jugado por cada organización en particular. Veamos la cuestión globalmente. Empecemos por la UGT. En un momento dado hubo una cierta resistencia que intentaba dibujarse en el seno de la UGT, la juventud unificada y el Partido socialista. Esta resistencia, es cierto, era favorable a Largo Caballero y la antigua Izquierda Socialista. Incluso hubo una escisión. La masa propugnaba una política revolucionaria. La dirección socialista y ugetista tomó medidas para excluir secciones enteras. Largo Caballero en persona estaba incluido. Pero el impulso revolucionario de las masas fue de nuevo desviado por la dirección caballerista, y todos los elementos que evolucionaban hacia la izquierda fueron entregados a la burocracia reformista. Caballero y sus burócratas de izquierda se echaron para atrás, aterrados ante la importancia de una lucha seria contra el Frente Popular y el stalinismo, en el seno de una guerra civil. Desde entonces imperó la unidad más monolítica en las filas socialistas y ugetistas. El mismo Largo Caballero, pese a sus críticas más personales que políticas, se calló.
En la CNT hubieron de vencerse resistencias más profundas. Como la mayor parte del proletariado estaba organizada en la CNT, la adaptación completa a la política burguesa del Frente Popular no podía hacerse sin una resistencia más o menos espontánea y ciega de los obreros. Todas las maniobras y los disfraces verbales (como Frente Popular revolucionario) de los líderes anarquistas no impedían que el proletariado anarquista continuara mostrando su repugnancia por el bloque burgués del Frente Popular. Por ello los dirigentes anarquistas tuvieron que pasar varias etapas intermedias antes de lograr la adaptación completa de la CNT al bloque burgués. La voz de las masas tenía que ser sofocada. Los viejos militantes, que habían forjado la organización y que seguían fieles a la lucha de clase, tenían que ser expulsados de los puestos de dirección en los sindicatos y en la prensa. La exteriorización de esta resistencia tuvo como primer resultado la formación del grupo de los Amigos de Durruti, que se había formado antes de las jornadas de mayo. Este núcleo de obreros revolucionarios representaba un comienzo de evolución del anarquismo hacia el marxismo. Habían tenido que reemplazar la teoría del comunismo libertario por la de la junta revolucionaria (soviet) como encarnación del poder proletario, democráticamente elegido por los obreros. Al principio, sobre todo después de las jornadas de mayo, durante las cuales Los Amigos de Durruti estuvieron con los bolcheviques-leninistas en primera línea de las barricadas, la influencia de este grupo penetraba profundamente la central sindical y el núcleo político que la dirigía, la FAI. Alarmados, los burócratas intentaron tomar medidas contra los dirigentes de Los Amigos de Durruti, acusándolos de ser marxistas y políticos. La dirección de la CNT y de la FAI aprobó su expulsión. Pero los sindicatos rechazaron rotundamente ejecutar esta resolución.
Desgraciadamente, los dirigentes de Los Amigos de Durruti no supieron aprovechar la fuerza potencial de que disponían. Ante la acusación de ser políticos marxistas, retrocedieron sin combate.
¿El abandono del punto de vista anarquista y la evolución hacia la concepción de una política proletaria consciente, se manifestaban claramente entre los obreros?
La colaboración de los jefes anarquistas con la burguesía y la experiencia general de la revolución y de la guerra habían evidenciado para la mayoría de los obreros anarquistas el hecho que un poder proletario era indispensable para la defensa de la revolución y de las conquistas proletarias. El acuerdo entre la vanguardia bolchevique y los obreros tomados individualmente se hacía sin dificultad. No obstante la expresión orgánica de este acuerdo no pudo cristalizarse. En parte por falta de un núcleo bolchevique fuerte. En parte por falta de lucidez política de Los Amigos de Durruti.
Pero tuve la ocasión de entrevistarme con viejos militantes anarquistas, algunos de ellos bastante influyentes. Todos expresaron abiertamente la misma idea: Ya no puedo defender las ideas que había defendido antes de la guerra civil. Proclamo mi acuerdo con la dictadura del proletariado, que no puede ser la dictadura de un solo partido, como en la URSS, sino la de la clase. En los órganos del poder proletario, todas las organizaciones de la clase obrera pueden unirse y cooperar.
¿Además de Los Amigos de Durruti, existían otras manifestaciones de descontento en la CNT y la FAI?
Cuando se produjo la legalización y reorganización de la FAI, que la convirtieron en un partido político más, el conflicto se manifestó en todas partes, sobre todo entre la Juventud Libertaria armada y la FAI, entre la mayoría de grupos de la FAI y la dirección. Una profunda crisis atravesó las filas anarquistas y anarcosindicalistas. Los obreros rechazaban la política de colaboración de los dirigentes anarquistas. Sólo el agotamiento y la desorganización que ocasionaba la guerra en las filas obreras, apoyado por la burocratización de los cuadros de la FAI, pudieron acabar con la resistencia de los militantes, consolidar el poder de las burocracias e impedir que los elementos progresistas se reagrupasen y revisasen sus ideas hasta la adopción de un verdadero programa revolucionario.
¿La teoría anarquista no se manifestó, no hubiera podido reforzarse como reacción contra la política de colaboración de los jefes de la CNT?
Algunos obreros reaccionaban, en efecto, recayendo en el anarquismo en su forma más sectaria, consideraban la traición de sus jefes como el efecto de su politización. De ello deducían la necesidad de volver a la doctrina anarquista integral. Pero generalmente, estos elementos no habían podido adquirir una influencia importante sobre la mayoría de los obreros anarquistas, que evolucionaban por el contrario hacia la revisión de la ideología tradicional de la CNT.
Lo que no impide el peligro de un renacimiento del anarquismo en España. Recordemos a Lenin en este punto como en tantos otros. El anarquismo no constituye en el fondo sino un castigo contra los pecados oportunistas del proletariado. Mientras no se forme un partido marxista en España, la desgraciada experiencia del anarquismo español podrá repetirse.
La acción del POUM
¿No pudo jugar el POUM un papel de unificación revolucionaria en esta desagregación de las organizaciones obreras?
Hay que tener en cuenta la posición del POUM en la relación de fuerzas en España, como partido situado en la extrema izquierda del movimiento obrero, como organización obrera revolucionaria, así como de la formidable coyuntura revolucionaria en la que se hallaba. El POUM estaba situado en una situación muy favorable para atraer a los obreros revolucionarios anarquistas y de otras tendencias por la vía de la revolución proletaria.
No le faltaban ni fuerza militante, ni libertad de agitación y de organización. La situación revolucionaria favorecía al máximo este trabajo. Pero un sinfín de errores oportunistas y a veces ultraizquierdistas se manifestaron en el POUM. Empezando por su orientación general desde los acontecimientos de julio, que no iba hacia la toma del poder, sino hacia la colaboración. La prensa bolchevique-leninista española e internacional ha criticado muchas veces ya la colaboración del POUM con el Gobierno de la Generalidad, y su política durante los primeros meses, que desembocó en la disolución de los Comités de obreros y milicianos, y por consiguiente en la consolidación del Estado burgués y de su aparato militar. Estos enormes errores expresaban naturalmente la composición orgánica del POUM y las concepciones generales, paticojas y centristas, de su dirección. Tras el período de colaboración, estos dos factores continuaron expresándose en una política de titubeo, de fraseología enfática, que escondía de hecho la falta de programa y objetivos claros.
Mientras era necesario romper enérgicamente con el pasado, y mostrar a los obreros que la única salida era, no la colaboración con el Frente Popular, sino la conquista del poder, la dirección del POUM buscaba la vía de la vuelta al poder a través de la colaboración con el Frente Popular. Me acuerdo todavía que, algunos días antes del asesinato de Nin, con motivo de una crisis política en el gobierno de la Generalidad, el periódico de la Juventud Comunista Ibérica, que constituía la parte más radicalizada del POUM, reclamaba en un gran titular: gobierno obrero y campesino en la Generalidad. ¿Cómo podían entender los obreros lo que es un gobierno revolucionario si el partido obrero que se situaba a la extrema izquierda del movimiento y se reclamaba del marxismo, les enseña a reclamar un gobierno obrero-campesino en la Generalidad, es decir en el seno del Estado burgués?
De esta experiencia sólo se puede concluir que el POUM se hallaba fuera del Frente Popular únicamente porque lo había echado el stalinismo. Pero la dirección del POUM se esforzó en retomar su plaza en el Frente Popular y en el poder burgués, incluso después de la represión y el asesinato de sus militantes. Citaré también una octavilla editada por el Comité Central del POUM durante la última crisis, en la primavera de 1938, para reclamar la reintegración del partido en el Frente Popular, para constituir en su seno, como fracción de este Frente Popular, un frente proletario con los anarquistas y la izquierda socialista de Caballero. Hasta el desastre final, la política del POUM no se había enderezado. Nadie lo había intentado seriamente. Ningún grupo interno se había formado en su seno con este objetivo, aunque los militantes más conscientes condenasen categóricamente toda la política de la dirección, comprendiesen la necesidad de un nuevo partido revolucionario y defendiesen la necesidad de emprender esta tarea mediante una discusión política en el POUM.
Frente a las masas anarquistas, la política del POUM, antes de julio, se había limitado a un sectarismo que le privaba de la simpatía de los obreros anarquistas. Este sectarismo acarreó incluso graves errores políticos. Pues la dirección había conducido los sindicatos obreros influenciados por el POUM hacia la UGT, y no hacia la CNT, donde podía hacerse un trabajo mucho más amplio y eficaz, puesto que eran donde estaban las masas obreras catalanas, mientras que la UGT (que no tenía efectivos considerables en Cataluña) sólo se componía de un pequeño núcleo muy caracterizado como esquiroles.
Después de julio, al sectarismo sucedió inevitablemente el oportunismo en relación a los anarquistas. No puede encontrarse durante todo el período de guerra civil, en la prensa del POUM, ni una sola crítica seria del anarquismo. La dirección del POUM no buscaba una vía hacia las masas anarquistas, sino que sólo quería contactar con sus cabecillas para entablar negociaciones en la cumbre. En lugar de sublevar a las masas obreras contra la política traidora del Frente Popular, el POUM prefería los pasillos ministeriales de la CNT para buscar un apoyo contra el stalinismo. El resultado de esta táctica sólo podía ser el que conocemos. El POUM no logró el apoyo de los jefes anarquistas y se obstruyó él mismo la vía hacia la conquista de las masas. Esto nos permite comprender cómo la represión pudo ejercerse contra él sin que nadie hiciera nada. Esta política oportunista debía necesariamente impedir la evolución de los obreros anarquistas, diferir la construcción del partido revolucionario a un lejano futuro, y llevarnos a la derrota.
¿Existían en el POUM elementos susceptibles de formar el núcleo orgánico de una posición revolucionaria consciente?
La experiencia no nos autoriza a responder afirmativamente a esta pregunta. Desde hacía tiempo, algunos militantes en Madrid, en Barcelona, y en otros centros catalanes, se manifestaban en contra de la política de la dirección. Hubieron tentativas de constituir una plataforma coherente, pero los militantes que lo intentaron carecían de la energía suficiente para empujar a la clarificación política en el POUM, y tener la claridad política necesaria para la elaboración de un programa. El esfuerzo más notable en este sentido fue el de R en Barcelona. Sólo contenía la parte positiva de la crítica. Sin embargo idealizaba al antiguo Bloque Obrero y Campesino (partido de Maurín), y explicaba el centrismo poumista como algo que hubiera aparecido repentinamente después del 19 de julio. Por otra parte los textos de este camarada no planteaban el problema a partir de la necesidad del enderezamiento del movimiento proletario nacional e internacional; sólo veía en el POUM algunos errores ocasionales, sin examinar claramente el conjunto de la corriente centrista, ni tampoco las raíces orgánicas que las sustentaba en el Partido. En resumen, al no comprender cómo debía realizarse el trabajo de clarificación política en el POUM, la debilidad política y el miedo al trotskismo caracterizaban incluso a los elementos más conscientes entre los militantes descontentos con la dirección. De ahí el mantenimiento del statu-quo y el estancamiento político del partido.
¿Puedes decirnos cómo se organizó el movimiento bolchevique en España? ¿Cuál fue su influencia?
El movimiento no se reconstituyó, después de la formación del POUM, hasta varios meses después de iniciada la guerra civil. En el cuadro de las libertades obreras y de la situación revolucionaria general, los bolcheviques-leninistas se esforzaron en hacer prevalecer la política de la IV Internacional. Se habían constituido grupos en Barcelona, Valencia, Madrid, en varias poblaciones catalanas, y en el frente. Gracias a nuestro periódico, La Voz Leninista, y a frecuentes octavillas, habíamos logrado ganar la simpatía de capas importantes de la juventud libertaria, así como entre los obreros cenetistas y poumistas. Hemos de señalar como algo característico el hecho que mientras los obreros anarquistas nos ayudaban y nos protegían a veces en nuestro trabajo de agitación, encontrábamos muy raramente el mismo trato por parte de los camaradas del POUM. Después de un mitin durante el cual fraternizamos con las Juventudes Libertarias, incluso pudimos utilizar sus locales para nuestras reuniones y para organizar conferencias. No solamente trabajábamos fraternalmente con obreros de Los Amigos de Durruti, sino que incluso nos ayudaban a vender y difundir nuestro periódico. Durante las jornadas de mayo, la primera octavilla que se distribuyó en las barricadas fue de los bolcheviques-leninistas. Los bolcheviques-leninistas y Los Amigos de Durruti fueron las únicas organizaciones que se mantuvieron en contacto con los obreros sublevados y que les impulsaron a continuar el movimiento hacia la lucha armada.
Desgraciadamente, la sucesión de errores que se habían acumulado había llevado la revolución a su declive. La movilización de todos los hombres válidos acarreó la desorganización en las filas obreras, y la dispersión de los militantes bolcheviques-leninistas y de los elementos simpatizantes susceptibles de evolucionar hacia una etapa superior de acercamiento político a nosotros. La represión y la provocación staliniana acabaron esta labor. Nuestros militantes fueron encarcelados, otros fueron asesinados como Freund (Moulin), Wolf, Cid, Jaime Fernández. Al final se organizó el famoso proceso que ya conocéis por La Lutte. Nuestra tarea consistió en unir a los militantes más conscientes, en darles un programa, en formar cuadros susceptibles de ayudar a construir el partido revolucionario. Este trabajo, a pesar de todas las dificultades, pese a la reducción a casi nada de nuestros cuadros dispersados aquí y allá por la movilización, continuaba. Después de nuestro encarcelamiento en la Cárcel Modelo, prisión de la Generalidad, hemos tenido, durante 10 meses, ocasión de plantear el problema de la revolución, de sacar las lecciones de la guerra civil, y de intentar encontrar un acuerdo con los obreros anarquistas y poumistas, nuestros compañeros de detención.
El porvenir del partido revolucionario
¿Cuáles son los resultados concretos obtenidos por esta vía? ¿Cómo planteas el problema del porvenir?
Por lo menos hemos llegado a un acuerdo que representa ya un cierto progreso: la necesidad de reorganizar el partido revolucionario en España. A partir de ahí los militantes anarquistas critican y abandonan sus concepciones tradicionales sobre el problema del Estado y la dictadura del proletariado. Con los camaradas del POUM el acuerdo ha sido aún más completo. Es evidente que el desastre, que la catástrofe española, modifican todo nuestro plan de trabajo, e implicará seguramente transformaciones en las relaciones de fuerza entre las organizaciones. Pero existe un cierto número de militantes, tanto en el POUM como en la CNT, que siempre se encontrarán, en la ilegalidad en España o en la emigración. El acuerdo realizado en principio con los camaradas sobre la necesidad de una lucha política de clarificación en el seno del POUM, con la intervención de los bolcheviques-leninistas, tendrá que continuar hasta llegar al resultado final: la formación de una dirección revolucionaria basada en el programa de la IVª Internacional.
Entrevista a G. Munis en La Lutte Ouvrière publicada el 24 febrero y 3 de marzo 1939
La situación en España y las tareas de los bolcheviques-leninistas (1940)
Desde la declaración de guerra, el trabajo político de los bolcheviques españoles se ha visto prácticamente suspendido. Todos nuestros camaradas están desparramados entre los campos de concentración y las brigadas de trabajo. Muy pocos pueden trabajar libremente. Las posibilidades de contacto político entre ellos son muy raras. Cada grupo debe trabajar de forma independiente y discutir sólo los problemas que se plantean. Según informes recientes, nuestros camaradas, en diferentes campos, han redactado informes en boletines manuscritos con materiales de discusión sobre la guerra y sobre el POUM. En todos los lugares en los que las condiciones lo han permitido, también se ha discutido el problema de la naturaleza del estado soviético y la defensa de la URSS. Los informes mencionan resoluciones favorables a las posiciones de la IVª Internacional. A pesar de esta forzosa situación de dispersión política, nuestros camaradas mantienen estrechos lazos personales, y cada vez que se llegan a reunir algunos bolcheviques-leninistas, su inmediata constitución en grupo les da superioridad sobre cualquier otra formación política (POUM., anarquista, socialistas). Esto nos ha permitido al menos ganar algunos militantes sobre el POUM. El contacto entre nuestros camaradas españoles y los franceses está asegurado por uno de nuestros militantes, que actúa como centro de dirección y coordinación.
Realmente, éste no es un balance importante, pero demuestra por lo menos la homogeneización y el espíritu militante de nuestros camaradas. El POUM., con medios económicos, y un número mucho mayor de militantes, no ha sido capaz de hacerlo mejor. Sus militantes han sido completamente abandonados, y algunos no mantienen relaciones amistosas. En cuanto a este partido poco después de la declaración de guerra, se adhirió al JARE, organización de Indalecio Prieto, con el pretexto de ayudar a los refugiados, lo que, evidentemente, no es más que una tapadera. En realidad, sostiene al imperialismo anglo-francés. No se conoce ninguna declaración oficial del POUM. sobre la guerra. Todas las informaciones que nos llegan de nuestros camaradas están de acuerdo en la existencia en este partido de una tendencia que tiende a considerar que el restablecimiento de la monarquía en España será un hecho positivo. Igual que entre los socialistas y los republicanos, este tipo de tendencias significa un apoyo a los imperialismos aliados que ganarían con la restauración. De esta forma, si no por sus declaraciones, sí por su silencio, el POUM. está lejos de haber adoptado una postura internacionalista. La presencia de Gorkin en el congreso del Partido Socialista Americano, acentúa más su tendencia hacia el imperialismo democrático.
En realidad, todas las tendencias políticas son inexistentes entre los refugiados políticos que viven en Francia. A cambio del derecho de asilo, los dirigentes socialistas y anarquistas pagan a Francia por medio de su apoyo, en cuya consideración se convierten en asunto del gobierno francés. Por lo que respecta a la base, los mejores combatientes, que en su mayoría aún están en Francia, han sido totalmente abandonados, lo que les obliga a vender sus servicios a las democracias en las brigadas de trabajos forzados. Una parte de los dirigentes anarquistas entre los que se encuentran los antiguos jefes militares García Oliver y Santillán, intentan construir un partido político con todos los rasgos de los viejos partidos reformistas. La oposición que han encontrado en sus propias filas ha retrasado esta empresa. Pero los anarquistas españoles van inevitablemente hacia una importante escisión, ocasión por la cual, considero como posible ganar a nuestra tendencia a excelentes militantes revolucionarios. Por una parte estará la base obrera y revolucionaria de la CNT. Los prejuicios apolíticos que suelen tener, están impregnados de un espíritu profundamente revolucionario, y el balance que hacen instintivamente de los acontecimientos españoles, no es, en principio, favorable a los principios anarquistas. En México, en Santo Domingo y en Francia, tenemos contactos con obreros anarquistas, que tienen gran simpatía por nuestras actividades, toman interés por nuestras discusiones y comienzan a sacar conclusiones revolucionarias políticas de sus reflexiones sobre la experiencia española. Creo que es importante citar mi experiencia personal en México, con un dirigente de la juventud anarquista, con el que había discutido a veces en Barcelona después de las jornadas de mayo. Al reconocerme, en uno de los locales de refugiados en México, sus primeras palabras fueron para evocar nuestras discusiones en España: Pienso a menudo en lo que me decías y creo que tenías razón, éstas fueron sus palabras. Los principios anarquistas han perdido interés para estos camaradas. Su entrada en el campo bolchevique no depende más que del tiempo y del buen trabajo de nuestro partido. Creo que tenemos serias posibilidades de ganar un número considerable de obreros anarquistas en la emigración.
Incluso en España, se han comenzado a restablecer los contactos. Tenemos contactos en Madrid y en Barcelona, por ejemplo, con camaradas que han sido detenidos o apresados en los campos de concentración de Franco. Todos los camaradas que no han sido arrestados, han recomenzado su actividad. Tienen contactos con los anarquistas y discuten con ellos, pero su situación es muy precaria. Al ser conocidos en su mayoría, se ven obligados a vivir con documentación falsa, no pudiendo encontrar trabajo. En Barcelona, un joven camarada corre el riesgo de ser condenado a muerte. Es de origen campesino, de excelente nivel político. Según las informaciones del camarada Carlini, que ha vivido ocho meses en Barcelona bajo el régimen de Franco, la desmoralización del proletariado es grande, acentuada además por sus terribles condiciones de vida, peores que durante la guerra. Pero el estado de espíritu dominante es el de una hostilidad pasiva al régimen, y en ciertas regiones, como en Andalucía y en Asturias, de hostilidad activa. Esta hostilidad pasiva se extiende incluso a ciertos elementos de la pequeña burguesía urbana y rural. La prueba de esto es que el camarada Carlini pudo hacer el viaje desde Barcelona a la frontera a pie, sin dinero pidiendo a los campesinos hospitalidad e indicaciones que le permitieran escapar a la vigilancia de la Guardia Civil.
En las montañas de las provincias de Andalucía y Asturias, existen aún numerosos grupos armados, hostiles a la Guardia Civil, que llevan a cabo audaces operaciones contra los destacamentos franquistas. He visto con mis propios ojos una proclama de las autoridades franquistas dirigida a los fugitivos de las montañas llamándoles a rendirse y a tener confianza en la clemencia del Caudillo. Parece cierto que en algunos pueblos pequeños, todos los hombres en condiciones están en los montes y las autoridades se ven impotentes para acabar con la solidaridad de los pueblos. A pesar de que el régimen de Franco tiene otras dificultades suplementarias, que no es necesario enunciar aquí, esto no significa que deba esperarse su próxima caída. Es posible que la evolución de la guerra europea conduzca al restablecimiento de la monarquía, pero esta eventualidad, así como la de la consolidación del sistema de la Falange española, nos permite esperar que el proletariado español será capaz de mantener un potente movimiento clandestino contra el fascismo. Por nuestra parte, debemos dedicar todas nuestras fuerzas hacia la creación de grupos activos clandestinos de la IVª Internacional.
Disponemos de factores fundamentales para conseguirlo. Han quedado en España algunos militantes capaces. En la emigración hay excelentes camaradas. Por otra parte, no son lo suficientemente asequibles a un trabajo crítico los sectores anarquistas, socialista e incluso estalinista, constructivo. La primera etapa, que consiste en reunir en México a los principales camaradas, está a punto de ser realizada. La realización de las siguientes etapas depende de nosotros y de la solidaridad de la organización internacional. Hay que crear un fuerte movimiento bolchevique-leninista entre los emigrados, y encontrar el camino para entrar en España. Necesitamos como mínimo inmediato una ayuda material que nos permita asegurar la publicación de nuestro semanario. Lo demás recae sobre nosotros mismos, incluida la subsistencia económica.
Sería erróneo subestimar el trabajo en España por el hecho de la liquidación de la revolución. El espíritu revolucionario vive en España, y éste será el país en el que la lucha clandestina adquirirá la mayor intensidad. Por otra parte, una organización no se construye rápidamente la víspera de la revolución, sino únicamente como resultado de un largo período de luchas, de experiencias victoriosas. Queremos restablecer y restableceremos en España la tradición de la lucha revolucionaria clandestina del bolchevismo. El pueblo español tomará la primera ocasión que se le presente para acabar con el poder de Franco. Debemos estar preparados. Para eso necesitamos la ayuda de la organización internacional.
Informe a la Conferencia de urgencia de la IVª Internacional, 27 de abril de 1940
Reafirmación (1977)
Texto a modo de prólogo de la edición de 1977 de «Jalones de Derrota, Promesa de Victoria» por Zero Zyx, primera realizada en España
Mientras más años contemplamos retrospectivamente hasta 1917, mayor importancia cobra la revolución española. Fue más profunda que la revolución rusa y más extensa por la participación humana; esclarece comportamientos políticos hasta entonces indefinidos y proyecta hacia el futuro importantes modificaciones tácticas y estratégicas. Tanto, que en el dominio del pensamiento no pueden elaborarse hoy sino remedos de teoría, coja o despreciable, si se prescinde del aporte de la revolución española, en general, y con mayor precisión de cuanto contrasta, superándolo o negándolo, con el aporte de la revolución rusa.
La revolución desbarató en España las estructuras de la sociedad capitalista en lo económico, en lo político y en lo judicial, creando o insinuando estructuras propias. Lo que estaba dado por la espontaneidad del devenir histórico se convirtió de potencial en actuante, en cuanto fueron quitados de en medio los cuerpos coercitivos, obstáculo a su manifestación. Así se perfila sin equívoco la revolución, desde el primer instante, como proletaria y socialista. La revolución rusa no destruyó la estructura económica del capital, que no reside en el burgués ni en los monopolios, sino en lo que Marx llamaba la relación social capital-salariato; tras un momento de vacilación, la modificó de privada en estatal, y en torno a ella y para ella fueron reacomodándose luego lo judicial, lo político... y los cuerpos represivos, ejército nacional comprendido, hasta que la relación social capital-salariado adquirió la virulencia que continúa distiguiéndola. Fue pues una revolución democrática o permanente, hecha por un poder proletario, y muerta como tal antes de alcanzar el estadio socialista que la motivó y constituía su mira. Por ende, no pasó de ser una revolución política. Y si bien en ese aspecto fue más cabal que la revolución española, la persistencia de la mencionada relación social capitalista dio a la contrarrevolución la facilidad de ser sólo política también, si bien cruelísima, en proporción al apremio de revolución mundial. Ambas características han consentido falsificaciones y embaucos sin cuento, que todavía hoy ejercen un influjo deletéreo.
Precisamente cuando la revolución alcanzaba su pináculo en España, en 1936, la contrarrevolución stalinista consolidaba en Rusia su poder para muchos años, mediante el exterminio de millones de hombres. En consecuencia, su ramal español tuvo deliberadamente, desde el 19 de Julio, un comportamiento de abanderado de la contrarrevolución, solapado al principio, descarado a partir de Mayo de 1937. Con toda premeditación y por órdenes estrictas de Moscú, se abalanzó sobre un proletariado que acababa de aniquilar el capitalismo. Ese hecho, atestiguado por miles de documentos stalinistas de la época, representa una mutación reaccionaria definitiva del stalinismo exterior, en consonancia con la mutación previa de su matriz, el stalinismo ruso.
Un reflejo condicionado de los diferentes trozos de IV Internacional y de otros que la miran con desdén, asigna al stalinismo un papel oportunista y reformista, de colaboración de clases, parangonable con el de Kerensky o Noske. Yerro grave, pues lo que el stalinismo hizo fue dirigir políticamente la contrarrevolución, y ponerla en ejecución con sus propias armas, sus propios esbirros y su propia policía uniformada y secreta. Se destacó enseguida como el partido de extrema derecha reaccionaria en la zona roja, imprescindible para aniquilar la revolución. Igual que en Rusia, y mucho antes que en Europa del Este, China, Vietnam, etc., el pretendido Partido Comunista actuó como propietario del capital, monopolizado por un Estado suyo. Es imposible imaginar política más redondamente anti-comunista. Lejos de colaborar con los partidos republicanos burgueses o con el socialista, que todavía conservaba sesgo reformador, fueron éstos los que colaboraron con él y pronto aparecieron a su izquierda, como demócratas tradicionales. Unos y otros estaban atónitos y medrosos a la vez, contemplando la alevosa pericia anti-revolucionaria de un partido que ellos reputaban todavía comunista. Pero otorgaban, pues con sus propias mañas flaqueaban ante la ingente riada obrera.
Como se ha visto en el último capítulo de este libro, el gobierno Negrín-Stalin está lejos de tener las características de uno de esos gobiernos de izquierda democrático-burguesa, que zarandeados entre una revolución a la que se oponen y una contrarrevolución que temen, sucumben al empuje de la una o de la otra. Fue un gobierno fortísimo, dictatorial, y extrafronteras rusas el primero del nuevo tipo de contrarrevolución capitalista estatal distintivo del stalinismo. Esa peculidaridad, latente desde antes del Frente Popular, quedó puesta en evidencia por primera vez en España, y desde entonces adquirió carácter definitivo. Lo confirman todos los casos posteriores, desde Alemania del Este y Yugoslavia hasta Vietnam y Corea. Dondequiera ese pseudo-comunismo acapara el poder, es acogotado el proletariado, aplastado si se resiste, el capital y todos los poderes se funden en el Estado, y la posibilidad misma de revolución social desaparece por tiempo indefinido. Y no será la faz hominídea —que no humana—, maquillaje reciente de los Carrillo, Berlingüer, Marchais y demás, la que cambie sus intereses profundos, emanantes de, y coindicentes con la ley de concentración de capitales.
Cambio secundario, pero también importante y no menos definitivo, se opera en los partidos socialistas con la revolución Española. Dejaron de comportarse como partidos obreros reformistas, para sumarse sin recato a la política burguesa... o a la del capitalismo de Estado a la rusa, según la presión dominante. Siguen hablando de reformas, sí, pero se trata de las que mejor convienen a la pervivencia del sistema capitalista, no de las que el auténtico reformismo creía poder imponerle, legislación mediante, para alcanzar por evolución, la sociedad sin clases ahorrándose la revolución. El reformismo ha sido pues reformado por el capitalismo. Lo certificó León Blum al reconocer que él y los suyos no podrían ser en lo sucesivo sino «buenos administradores de los negocios de la burguesía». El tremendo repente de la revolución en 1936, atrayendo la convergencia reaccionaria de Oriente y Occidente, precipitó también dicho resultado, que amagaba desde 1914.
Respecto a táctica, la revolución española invalida o supera con creces la de la revolución rusa. Así, la reclamación de gobierno sin burgueses, constituido por representantes obreros en el marco del Estado existente, tan útil en Rusia para desplazar del poder a los soviets, carecía de sentido en España, y habría surtido efecto negativo. Lo mismo cabe afirmar del frente unido de los revolucionarios con las organizaciones situadas a su inmediata derecha. Los bolcheviques lo practicaron, incluso con Kerensky en determinados momentos, positivamente siempre. Mimetizar esa táctica en España era meterse en la boca del lobo, y contribuir a la derrota de la revolución. Quienes, lo hicieron nos han dejado la más irrefutable y trágica de las pruebas. Es que, desde el principio, la amenaza más mortal para la causa revolucionaria y para la vida misma de sus defensores, provenía del partido stalinista; los demás eran colaboradores segundones.
Muy sobrepasada por los hechos revolucionarios mismos, fuente principal de consciencia, resultó la consigna: «control obrero de la producción», todavía en cartel para izquierdistas retardados. Los trabaja dores pasaron, sin transición, a ejercer la gestión de la economía mediante las colectividades, aunque su coordinación general fuese obstaculizada y al cabo impedida, por un Estado capitalista que iba reconstituyéndose en la sombra, no sin participación de la CNT y de la UGT. Al término de tal reconstitución, la clase trabajadora quedó expropiada y el Pacto CNT—UGT resultante convertía las dos centrales en pilares de un capitalismo de Estado. Pero antes de llegar a éste, el control obrero de la producción (de hecho estatalo-sindical) fue maniobra indispensable para arrancar por lo suave la gestión a los trabajadores. Idéntico servicio retrógrado habría prestado lo que se llama hoy autogestión, variante de aquél. Quedó demostrado entonces, con mayor contundencia que en ningún otro país, la imposibilidad de que el proletariado controle la economía capitalista sin quedarse atascado en ella como pájaro en liga. Si la gestión es el dintel del socialismo, el control (o la autogestión) es el postrer recurso del capital en peligro, o su primera reconquista en circunstancias como las de España en 1936.
Tampoco sirvió sino como expediente retrógrado el reparto de los latifundios en pequeños lotes, medida tan extemporánea en nuestros días como lo sería destazar las grandes industrias en múltiples pequeños talleres. En cambio, organizar koljoses, o su equivalente chino, «comunas» agrarias, es imponer una proletarización del agro correspondiente al capitalismo estatal. Ambas fueron desdeñadas, también en favor de colectividades agrarias, que a semejanza de las industriales reclamaban la supresión del trabajo asalariado y de la producción de mercancías, que de hecho encentaron.
En resumen, cuantos puntos de referencia o coordenadas habían determinado la táctica del movimiento revolucionario desde 1917, y aun desde la «Commune» de París, fueron sobrepasados y arrumbados por el grandioso empellón del proletariado en 1936. Y el sobrepase no excluye, claro está, la propia táctica seguida o propuesta enEspaña misma durante los años anteriores. Por lo tanto, es de advertir que lo preconiza do en la primera parte de este libro con arreglo a la táctica vieja, quedó también anulado por la fase candente iniciada el 36. Nada pierde por ello su valor histórico y crítico, pero sería inepcia conservadora volver a utilizarlo.
Allende lo táctico, siempre contingente, la revolución de España puso en evidencia factores estratégicos nuevos, transcendentalísimos, llamados a producir acciones de gran envergadura y alcance. En dos años, en efecto, los sindicatos se reconocieron como copropietarios del capital, pasando por tal modo a ser compradores de la fuerza de trabajo obrera. La concatenación de tal compra con la venta de esa misma fuerza a un capital todavía no estatizado, quedó definitivamente establecida. Proyección estratégica: para ponerse en condiciones de suprimir el capital, los explotados deberán desbaratar los sindicatos.
No menos importante es lo concerniente a la toma del poder político por los trabajadores. Estaba supeditada por la teoría, y por la experiencia rusa de 1917, a la creación previa de nuevos organismos, allí soviets. La revolución española la libera de esa servidumbre. Los organismos obreros de poder, los Comités-gobierno, surgieron, no como condición del aniquilamiento del Estado capitalista, sino como su consecuencia inmediata. El resultado de la batalla del 19 de Julio, incontrovertible cual ninguna definición teórica, plantó en plena historia esa nueva posibilidad estratégica.
Cómo y por qué los Comités-gobierno innumerables no consiguieron aunarse en una entidad suprema, está dicho en el lugar correspondiente de este libro. Nada mengua por ello el alcance mundial de semejante hazaña.
El aporte estratégico del proletariado español a la revolución en general, sin limitación de fronteras ni de continentes, es decisivo en lo económico. Helo aquí en sus términos más escuetos: el Estado, por muy obreras que sus estructuras fueren de la base a la cúspide, las destruye si se le convierte en propietario de los instrumentos de producción. Lo que organiza en tal caso es su monopolio totalitario del capital, en manera alguna el socialismo. Ello corrobora y explica lo acontecido en Rusia después de la toma del poder por los soviets.
A dicho monopolio se reduce pues la nacionalización de la economía, que tanto engaña porque expropia a burguesía y trusts. Prodúcese por tal medida, no una expropiación del capital, sino una reacomodación del mismo, cumplimiento cabal de la ley de concentración de capitales inherente al sistema. Que sea alcanzada evolutiva o convulsivamente, incluso por lucha armada, el resultado es el mismo. Cabe afirmar sin error posible, que dondequiera se apodere el proletariado de la economía, o esté en trance de hacerlo, todos los falsarios postularán la nacionalización, cual ocurrió en España. Y las tendencias que cierran los ojos ante tan claro testimonio histórico se condenan a ir a rastras de odiosos regímenes capitalistas (Rusia, China, etc.), o bien a transformarse ellas mismas en explotadoras, si por acaso el poder se les viniese a las manos.
Una generalización teórica importante se deduce de esas experiencias sociales, tan hondas como indeliberadas: la revolución democrática en los países atrasados es tan irrealizable por la burguesía como por el proletariado en calidad de revolución permanente. Las condiciones económicas del mundo, las exigencias vitales de las masas explotadas, a más de la podredumbre del capitalismo como tipo de civilización, lo que basta con colmo, convierten en reaccionario cuanto no sea medidas socialistas.
Lo que necesita la clase obrera en cualquier país es:
Erigir una barrera infranqueable, un obstáculo social que le vede tener que venderse al capital por contrato libre, ella y su progenitura, hasta la esclavitud y la muerte»
Marx
Le hace falta disponer a su albedrío de toda la riqueza, instrumental de trabajo y plusvalía, hoy propiedad del capital, y establecer como primer derecho del hombre, el derecho de vivir, trabajar y realizar su personalidad, sin vender sus facultades de trabajo manual o intelectual. Así entrará la sociedad en posesión de sí misma, sin contradicción con sus componentes individuales, desaparecerán las clases, y la alienación que en grados diversos comprime o falsea a las personas.
Junio de 1977 G.Munis
Gil Robles dejó a sus diputados la libertad de votar la confianza al primer Gobierno del FP. La reacción clerical y filofascista veía en él una garantía de su orden, frente a las masas. ↩