El manifiesto de los exegetas

El manifiesto de los exegetas

De l’audace, encore de l’audace, toujours de l’audace. Danton

Quisiera tratar desapasionadamente sobre el «manifiesto» de la preconferencia de la IVª Internacional del pasado abril. Pero sólo se puede constatar que no aporta ninguna solución real a los problemas actuales del movimiento obrero y de la revolución socialista a la que apunta este último porque a estos problemas, ese texto opone un análisis basado en postulados que una crítica rigurosa reduciría a la nada, provocando el desplome de todo el edificio teórico, agrietado a medida que se construía. Primero debe subrayarse que este «manifiesto» sólo tiene de manifiesto el nombre. Es el documento de la beata vanidad, un interminable diploma de autosatisfacción que se otorgan sus redactores en nombre de nuestra Internacional: todo es lo mejor en el mejor de los mundos trotzkistas puesto que todo lo que dijimos se ha verificado, y si, por ventura, la realidad se bate en duelo con algunas de nuestras previsiones, se echa un púdico velo sobre esta fastidiosa realidad que se obstina en contradecirnos con la esperanza de que modifique pronto su aspecto.

¿Es este un método revolucionario? ¿Podremos educar así a las masas? ¿Nos estamos preparando realmente para ser el partido mundial de la revolución socialista? Digamos enseguida que no y que, por este camino no llegaremos nunca. Por el contrario, es así como pasaremos, impotentes, al lado de situaciones revolucionarias sin poder hacernos oír de los trabajadores, indefinidamente condenados a nuestro raquitismo actual. Haber tenido razón desde la a hasta la z (y no es el caso) sin que la clase obrera se haya dado cuenta durante siete años, es evidentemente haberse equivocado, a menos que la clase obrera no haya permanecido tan lejos de nosotros que aparezcamos como energúmenos ultraizquierdistas a los que no comprende, y esto también significaría que nos hemos equivocado.

Pero si la clase obrera no ha venido a nosotros, en Europa por ejemplo (dadas las dificultades materiales para un pequeño partido de hacerse oír en condiciones de ilegalidad que han prevalecido durante toda la guerra) es sencillamente porque la falsedad de los puntos de vista que sostuvimos al inicio de la guerra ha sido sensible para la mayoría de los trabajadores, que no veían ninguna razón para defender a la URSS, simple aliado de Hitler o del imperialismo anglosajón. Por otra parte, el mantenimiento por parte de nuestra organización de posiciones periclitadas, ha tenido por consecuencia una pusilanimidad de los dirigentes que no han sabido aprovechar las distintas circunstancias que se les han ofrecido desde el comienzo de la guerra pues en todos los casos, encadenados por consignas caducas, les ha faltado audacia, tanto para analizar la situación como para sacarle partido. Así pues nos hemos equivocado y nuestro deber inmediato e imprescriptible, en tanto que revolucionarios, es buscar las fuentes de nuestro error sin intentar engañarnos suponiendo que se trata de errores secundarios.

En realidad, en lugar de entregarse a un trabajo crítico, los redactores del «manifiesto» han recogido piadosamente los textos sagrados que han sometido a una exégesis detallada puesto que declaran fríamente, aunque de forma implícita, que nuestras tesis de antes o del inicio de la guerra, en su conjunto, han resistido la prueba de los hechos, lo que es una falsedad irritante.

Es ahí donde el «manifiesto» ha fallado más. Un manifiesto ante todo debe tener capacidad de agitación, ser breve y resumir en frases brillantes la situación del momento para expresar consignas de movilización. Salta a los ojos que este «manifiesto» en lugar de agitar, se limita a sumir al lector en un profundo sueño.

El pacto Stalin-Hitler

En primer lugar, este «manifiesto» parte de la idea preconcebida, aunque no expresada, de que no ha sucedido nada desde 1939, que la guerra sólo ha sido una pesadilla al despertar de la cual uno se encuentra en el mismo punto de partida que antes; un «Estado obrero degenerado» enfrentado a unos imperialismos empeñados en perderlo. De esta posición se desprende forzosamente una táctica errónea que reposa, por otra parte, en la idea de la necesidad de una educación incesante de los trabajadores.

De este modo la cuestión no es ya mostrar a los trabajadores la necesidad de derribar al capitalismo para instaurar un poder obrero que conduciría la sociedad hacia el socialismo. Todo trabajador europeo, cuando se rasca el barniz pequeñoburgués que el capitalismo a veces ha sabido aplicarle con la complicidad, ya sea de los reformistas, o bien hoy de los stalinistas, demuestra saber que no es posible otra salida para la crisis.

En consecuencia nuestra táctica de frente único por ejemplo, sólo por esto, ha perdido todo significado, pues los millones de trabajadores que siguen a los reformistas y a los stalinistas no obedecen más que a la ley del menor esfuerzo inherente a todo hombre, y los partidos «obreros» saben aprovecharse cultivando esta pereza. Así pues, por una parte los trabajadores siguen en tan gran número a los traidores a causa de una pasividad que no hemos sabido sacudirnos, por otra parte, a causa de nuestra insignificancia numérica, consecuencia de lo inadecuado de nuestra propaganda, y por último, ambas causas unidas impiden que los obreros vengan a nosotros, pues estiman con razón que nosotros en la actualidad no somos más que los representantes de una izquierda del stalinismo, del que estamos insuficientemente diferenciados y con el que no hemos roto claramente.

Además, estas posiciones sostenidas pese a toda evidencia, sin análisis previo que las justifique, -que no puede existir- encadenan a los redactores del «manifiesto» a una tolerancia frente al stalinismo, que roza a veces la capitulación, pues les impulsa a enmascarar los hechos más llamativos, aquellos contra los que el deber más urgente sería el de enfrentarse enérgicamente y extraer las necesarias conclusiones. Es así como, en el pasaje relativo al «auge y caída del imperialismo nazi», se oculta púdicamente el pacto Hitler-Stalin, que es mencionado sólo episódicamente. ¿Por qué? Sencillamente, porque si fuera cierto que «la labor del Estado nazi fue la de aplastar a la clase obrera en Alemania y dominar la Europa capitalista», sería falso que su tarea haya sido «aplastar a la URSS», en tanto que heredera de la revolución de Octubre. Aliándose a Hitler, Stalin le ha ayudado poderosamente a aplastar a la clase obrera alemana y a preparar su masacre. ¿En efecto, que podían pensar los trabajadores alemanes, para quienes Rusia encarnaba la tradición revolucionaria de 1917, situados de repente frente al pacto de su opresor nazi con el «padre de los pueblos», sino que interesaba a la clase obrera alemana batirse contra las «plutocracias» occidentales, puesto que Stalin se enfrentaba a ellas? No podía tratarse más que de una «genial» maniobra táctica en espera de la hora de la revolución socialista. ¿En fin, era mejor silenciar ese pacto y no comentarlo ni denunciar el carácter imperialista que la posterior actitud de Moscú a puesto en evidencia? En efecto, si en 1939, este pacto podía aún aparecer como una de esas repugnantes maniobras tan propias del stalinismo, hoy no tienen más sentido que el de un nuevo giro a la derecha, que sitúa definitivamente al stalinismo en el plano imperialista. El reparto de Polonia con Hitler, seguido por la absorción de los Estados bálticos, y luego de Besarabia, no era para Stalin, como bien hemos visto, más que una manera echarles mano, puesto que hoy domina, directamente o por mediación de sus títeres generalmente aliados de la canalla reaccionaria, toda la Europa oriental.

No existía entre la Alemania hitleriana y la Rusia stalinista ninguna contradicción inherente al régimen de propiedad imperante en uno y otro país. De otro modo ese pacto hubiera sido imposible. Intentad imaginar -lo que es evidentemente insensato- un pacto Lenin-Hitler. El solo acoplamiento de estos dos nombres hace rechazar sin más esta hipótesis. Pero si tal hipótesis es insensata y si el pacto Stalin-Hitler ha sido realidad, es porque entre la época de Lenin y la de Stalin se han producido tales modificaciones que no pueden ser consideradas cuantitativas, sino cualitativas. ¿El deber de los redactores del «manifiesto» era el de escamotear esas modificaciones, o bien el de iluminarlas para que la Internacional pudiera discutir y tomar las resoluciones adecuadas? Evidentemente debían haberlas expuesto con el máximo detalle, no en un manifiesto que tiene un objetivo bien distinto, sino en un estudio preciso y riguroso, del que debían pedir a la Internacional que discutiera las conclusiones, en lugar de situar a ésta frente a posiciones intangibles, pues declarar como hacen que «la URSS, este vasto sector del mercado mundial sustraído a la explotación capitalista en 1917, está siempre en pie», supone resucitar una contradicción hoy abolida, y afirmar que la guerra no tuvo ninguna influencia sobre la URRS y que sigue siendo un «Estado obrero degenerado» como antes, como si esta degeneración, obediente al deseo de los redactores del «manifiesto», pudiera mantenerse igual que antes de la guerra, permanecer inmutable, en lugar de evolucionar como lo hubiera hecho de todas formas, incluso sin guerra. Y si a esto se añade que la URSS «amenaza engullir a otros muchos países situados en sus fronteras», no se hace en realidad, más que denunciar la tendencia expansionista del Kremlin sin osar confesarlo francamente ni recordar que todo país imperialista actúa igual si le es posible. La opresión rusa simplemente ha sucedido, en esos territorios, a la opresión nazi, el partido stalinista al hitleriano, la Gepeú a la Gestapo, sin que las masas se hayan beneficiado en nada. Siguen siendo las víctimas del stalinismo como lo fueron del nazismo.

Pero volvamos al pacto Hitler-Stalin. Para justificar su actitud de derviches, los redactores del «manifiesto» nos citan las tesis de la IVª Internacional al inicio de la guerra donde se decía que la contradicción entre la URSS y los Estados imperialistas era «infinitamente más profunda» que entre estos últimos, por lo que concluyen que «sólo a partir de esta estimación puede explicarse el estallido de la guerra de Hitler contra la URSS después del pacto Hitler-Stalin». ¡Sólo así! Pero Hitler y Mussolini en su correspondencia no aluden ni una vez a esta famosa contradicción, a decir verdad exactamente parecida a la que opone al imperialismo alemán con su cómplice y rival anglosajón. ¿Existía alguna contradicción entre dos sistemas de propiedad cuando Mussolini atacó al imperialismo francés en junio de 1940? Evidentemente no más que el que existía cuando Stalin atacó al Mikado en 1945. En efecto, los dos cómplices no habían previsto, para justificar su agresión, más que metas estratégicas: los recursos agrícolas de Ucrania necesarios para la continuación de la guerra, al igual que Stalin, hoy se prepara para la próxima masacre sometiendo la mitad de Europa a su yugo, absorbiendo el petróleo del norte de Irán, intentando dominar China, los Dardanelos, Grecia, etc. Por otra parte, los redactores del «manifiesto» no imaginan ni por un instante que la IVª Internacional haya podido equivocarse cuando la burocracia stalinista intentaba aún disimular el sentido de su evolución cubriendo sus empresas con una máscara táctica que la situación internacional le facilitaba usar. Pero esta máscara se ha usado tanto que el tiempo la ha convertido en una tela de araña que ya no esconde nada. ¡Qué les importa a los redactores del «manifiesto» que, con los ojos de la fe, reconstruyen la máscara a partir de la tela de araña! Mantener hoy esta posición es atarse las manos frente al stalinismo, que ya no puede combatirse eficazmente si se sigue defendiendo a Rusia, pues uno a modelado a la otra, y ambos no forman ya más que un todo contrarrevolucionario coherente a los ojos de las masas de Europa oriental y de parte de Asia.

El pacto Hitler-Stalin marca un giro definitivo en la historia de la contrarrevolución rusa, consecuencia de sus victorias sobre el proletariado ruso y mundial, y su paso al plano de la rivalidad interimperialista. Significa que ya no queda nada de la revolución de Octubre, que la burocracia ha adquirido posiciones políticas y económicas únicamente destructibles por la vía de una nueva revolución proletaria en Rusia. Sostener en la actualidad una política en defensa de la URSS, cuando los acontecimientos de los últimos años muestran su falsedad, es en realidad inclinarse ante la contrarrevolución staliniana y dejarle el campo libre para burlar, oprimir y encadenar a las masas, es orientarse hacia la capitulación.

La defensa de la URSS, la ocupación de Europa oriental y el papel del stalinismo

La defensa de la URSS coincide en principio con la preparación de la revolución proletaria... Sólo la revolución mundial puede salvar la URSS para el socialismo. Pero la revolución mundial encadena inevitablemente la evicción de la oligarquía del Kremlin.

Estas palabras, que tuvieron alguna vez sentido, hoy no lo tienen, y repetirlas hasta la saciedad bajo una u otra fórmula equivale exactamente a declamar una piadosa letanía. Los redactores del «manifiesto» están ahí puesto que «la burocracia busca asegurarse una posición privilegiada a costa de las masas». Busca, es decir que aún no la tiene, pero entonces esos millonarios «soviéticos», que la prensa stalinista de dos mundos ha ensalzado a bombo y platillo, son pues un mito y un mito también los millones de trabajadores-esclavos que la burocracia stalinista desplaza, como rebaños de bueyes, desde un punto a otro de Rusia; pero si no son mitos, hay que admitir que la burocracia stalinista no sólo «busca asegurarse una posición privilegiada a costa de las masas» sino que lo ha conseguido ya apropiándose de toda la plusvalía, sin la cual ¿de dónde esos millonarios soviéticos habrían extraído sus millones? Subrayemos además que esas posiciones de los burócratas stalinistas han superado desde hace tiempo el estado de privilegiados, pues se han servido precisamente de los privilegios que habían usurpado al principio de su evolución contrarrevolucionaria para izarse por encima de las masas como una verdadera clase cuya estructura definitiva está aún en vías de formación. Sin embargo quizás se prefiere sostener que la contrarrevolución rusa ha constituido una casta y no está creando una clase. Es igualmente posible, pero no cambia en nada el problema. En efecto, la diferencia esencial entre una clase y una casta reside en que la clase tiene por misión histórica desarrollar el sistema de propiedad que la ha engendrado. Tiene pues, al comienzo de su reinado una trayectoria a recorrer progresivamente. Fue el caso de la clase burguesa hoy en decadencia, y visto bajo este ángulo, a la capa dominante de la sociedad rusa no puede dársele el nombre de clase sin adoptar la teoría del colectivismo burocrático. Esta decadencia de la clase dominante encadena, en ausencia de una revolución social que trastorne de cabo a rabo las relaciones de propiedad, la decadencia de todo el cuerpo social. Es en este terreno donde surgen las castas, auténticos productos de la podredumbre general. El tipo clásico es el de los brahmanes hindúes, que provienen de la prolongada decadencia de la civilización de la India. Esta casta de brahmanes tiene un carácter religioso que, a primera vista, parece diferenciarla suficientemente de las estratificaciones sociales que se están formando en la Rusia stalinista; sin embargo si miramos con mayor atención vemos que este carácter religioso está en vías de elaboración en Rusia. Los fantásticos honores con los que se rodea a la persona de Stalin tienden evidentemente a convertirlo en el jefe de un nuevo rito, una especie de profeta. La existencia de los creadores de religiones ha sido rodeada de fábulas de la misma naturaleza que las que envuelven a Stalin. El inca era «hijo del Sol», el emperador de China, «hijo del cielo», Stalin es el «sol de los pueblos», el «padre de los pueblos».

Puede señalarse otra diferencia entre casta y clase: esta última, producto de una revolución social, ha adquirido poco a poco «derechos» que a sus ojos, constituyen la justificación de su dominio. En cambio, la casta, nacida de la decadencia de la sociedad, cuando todo, desde las ideas hasta las clases y la propiedad, ha sufrido un lento proceso de disolución, no hay nada en el pasado que justifique, inclusos a sus propios ojos, su dominio. No encontrando ninguna respuesta en la tierra, debe necesariamente encontrarla en el cielo de donde extrae su mito.

A nuestro parecer la situación interior rusa desconfía tanto de la posibilidad de creación de una clase sobre la base del capitalismo de Estado existente hoy en Rusia (en consecuencia, no muy diferente de la clase burguesa que conocemos en el resto del mundo) como de una casta de carácter religioso. En realidad, la burocracia stalinista combina hoy estas dos formas sociales. Todavía no se identifica con ninguna de ellas y sólo el ulterior desarrollo de la situación, tanto en Rusia como en el resto del mundo, le permitirá afirmar una u otra tendencia. Pero si la burocracia stalinista llega a formar una clase, ya no podrá jugar en todo caso el papel progresivo de toda clase en su período ascendente puesto que ésta -subespecie de la clase burguesa, repitámoslo- se insertará fuertemente en la burguesía mundialmente considerada y no podrá servir más que a precipitar su decadencia. A menos que se admita la teoría del colectivismo burocrático que, por nuestra parte, rechazamos.

Por supuesto, todo esto sólo tiene validez, en ausencia de una revolución proletaria triunfante.

De todo lo anterior se desprende que la revolución socialista, a la que tienden espontáneamente todos los pueblos de Europa, es para la burocracia rusa una auténtica pesadilla que debe disipar cueste lo que cueste para poder sobrevivir y prosperar, y de ahí la necesidad que tiene de abatir la revolución socialista en todos los sitios donde brote, bajo pena de sucumbir ella misma. El ejemplo de la revolución española es, desde este punto de vista, particularmente clarificador.

En julio de 1936, los trabajadores españoles se apoderaron de todo el aparato económico del país, disolvieron todas las instituciones burguesas, incluida la justicia, la policía y el ejército. El Estado burgués desapareció entonces como un fantasma a las primeras luces del alba. Lo que subsistía en Madrid, no gobernaba sino es con el permiso de los comités obreros. Pero el stalinismo está vigilante y acaba de aplastar en el cascarón el movimiento revolucionario de las masas francesas (junio de 1936). Se levanta contra las milicias obreras en favor del ejército burgués, contra los comités en favor del Estado burgués, trabaja infatigablemente para crear, bajo su control, un gobierno de unión nacional (gobierno Negrín) bajo cuya protección asesina y encarcela a los revolucionarios antes de entregar la revolución a Franco, que acabará su obra, permitiéndole guardar vagamente las apariencias y dejando paso libre a la guerra imperialista, que ayuda a desatar con el pacto Hitler-Stalin, y que una revolución triunfante en España hubiera impedido.

Recordemos que los procesos de Moscú comienzan con la revolución española y dan todo su sentido a la acción que el stalinismo va a emprender en la península.

Constituyen una auténtica oferta de servicios dirigida a la burguesía mundial. A esta burguesía, la burocracia staliniana le dice:

Mirad, la revolución ha terminado; hemos asesinado a quienes la llevaron a la victoria. Estamos bien organizados en todo el mundo y somos capaces de hacer lo mismo donde sea necesario. Confiad en nosotros, estamos tan interesados como vosotros en mantener el orden capitalista. Y sólo nosotros podemos salvarlo.

Y lo probaron de nuevo en España como más tarde lo probaron en Europa, en el momento de la «liberación», en los territorios que ocupan y en los que dominan los partidos stalinistas.

El papel de la burocracia stalinista no ha sido pues el de «arruinar una serie de posibilidades revolucionarias», sino el de ayudar a aplastar, o aplastar a conciencia todo movimiento revolucionario desde el momento que representara algún peligro para la burguesía, y por lo tanto para la propia burocracia. Esto es tan cierto que «el Ejército Rojo, bajo las órdenes de Stalin, tiene la misión de asolar, saquear la industria y los hogares en Alemania, Austria y todas las partes de la Europa del Este conquistada», que trae a los camaradas de la nueva C. E. señalar en su primer pleno (dos meses después de la Preconferencia y el «manifiesto») que «el libre desarrollo del movimiento de masas se ve obstaculizado tanto por el reaccionario aparato militar de los imperialistas como por la burocracia stalinista». La «obstrucción» es subestimada y «también» es falsa, porque, con la excepción de Grecia, que sirve como campo de batalla para los imperialistas occidentales contra la burocracia stalinista, la represión contra el movimiento obrero no ha alcanzado en ningún lugar la perfidia y persistencia que ha alcanzado en la Europa Oriental dominada por Rusia. Esta es otra forma indulgente de ver la acción de la burocracia stalinista en los territorios que ocupa, con la intención de enmascarar el flagrante divorcio que existe entre la apreciación oficial de nuestra Internacional y la realidad contrarrevolucionaria impuesta por la burocracia stalinista. Sin embargo, esta situación conduce al C. E. a combatir con rodeos el «manifiesto» desde su primer pleno y exigir lo que el Grupo Español de la IVª Internacional exigió en México hace dos años, desde el inicio de la ocupación: la retirada inmediata de las tropas de ocupación, incluidas las de la contrarrevolución stalinista. De hecho, el «manifiesto» se limitaba a pedir la retirada de las tropas de ocupación de Alemania, Japón e Italia. Austria, toda Europa del Este, Manchuria y Corea no estaban ocupadas a los ojos de los redactores del «manifiesto», pero no cabe duda de que las poblaciones de estos últimos países tienen una opinión diametralmente opuesta y no deben haber visto sin ira el olvido al que estaban sometidas. Lo mismo ocurrió obviamente con las poblaciones de la zona de ocupación rusa en Alemania y en otros lugares, porque el manifiesto también las olvida al alentar «a los trabajadores estadounidenses, ingleses y europeos a mostrar su solidaridad de clase hacia los trabajadores de los países derrotados». Ni una palabra sobre los rusos, que, por supuesto, dependen de la sagrada burocracia stalinista para mostrar esta solidaridad solo saqueando a las poblaciones de los países ocupados.

No es sin reservas que la C. E. adopta esta actitud hacia Rusia, ¡ni porque haya decidido cambiar su posición hacia la contrarrevolución stalinista! De hecho, en la misma resolución, la C. E. declara que la IVª Internacional se posiciona «en defensa de las medidas económicas progresistas que se han tomado en los territorios ocupados por el Ejército Rojo». Entendámonos, camaradas de la C.E.: ¿está rabioso su perro o no? ¿Envió la burocracia stalinista a su ejército a «saquear la industria y los hogares en Alemania, Austria y todas las partes de la Europa del Este conquistada» o a introducir «medidas económicas progresistas»? De lo contrario, ¿cuáles son estas «medidas económicas progresistas» que el saqueo precede, acompaña y sigue? ¿Podemos dudar por un momento de que las masas de los países ocupados sientan los saqueos más duramente de lo que aprecian las medidas de progreso a las que estos mismos saqueos les dan pleno sentido; de que cualquier medida progresiva, es decir, oprimir a las masas, y elevar su nivel revolucionario y su nivel de conciencia para aumentar una combatividad de la que su saqueo las convertiría en la primera víctima? En otras palabras, el negro es blanco al mismo tiempo.

Cabe recordar, por cierto, que tanto en la Alemania Oriental como en la Occidental, los ejércitos rusos y aliados, cada uno por su lado, encontraron la mayoría de las fábricas confiscadas por los trabajadores. Mientras los aliados devolvían estas fábricas a los capitalistas alemanes, los rusos las nacionalizaban, es decir, creaban las bases económicas para un capitalismo de estado similar al que existe en Rusia. En cualquier caso, se trata de una expoliación del proletariado, ya que se le quita la propiedad de los instrumentos de producción. A esto y a nada más se reducen las «medidas progresistas» introducidas por el ejército ruso en Europa del Este. Y es en esta situación que la C. E. afirma en esencia: «La burocracia stalinista ha traído medidas tan progresistas a Europa del Este que es mejor que se vaya. ¡Ya es suficiente!» Y así la IVª Internacional se prepara para convertirse en la dirección revolucionaria de la que carece la humanidad, a través de bufonadas verbales que, como mínimo, revelan el temor de mirar los hechos a la cara para tomar las decisiones que durante mucho tiempo han impuesto. Que propongan a las masas de los países ocupados por el ejército stalinista que se unan a él para defender a Rusia y verán cuál será la reacción de estas masas. Es obvio que dondequiera que pasen las tropas de la contrarrevolución rusa, ya no hay lugar para la posición defensiva, y lo que es aún más grave, las ideas socialistas han perdido terreno allí, ya que dondequiera que se puedan celebrar elecciones con un mínimo de garantías, los partidos reaccionarios han triunfado, canalizando la oposición a la ocupación stalinista. Esta situación expresa obviamente el odio de los pueblos ocupados hacia la burocracia stalinista y sus servidores nacionales. Al mismo tiempo, muestra que nuestros camaradas en estos países, rechazados ilegalmente, cazados, asesinados, no han sido capaces de dirigir el descontento de las masas. Es cierto que si mantuvieran una posición defensiva y obedecieran las consignas de la actual dirección de nuestra Internacional, los trabajadores sólo podrían considerarlos como auxiliares de sus opresores y alejarse de ellos con horror.

Pero donde surjan movimientos reaccionarios que, con el apoyo de los imperialistas, intenten derrocar la economía más o menos controlada por el Estado y restaurar la propiedad de la tierra para crear una base para el ataque contra la Unión Soviética, nos opondríamos a estas maniobras y lucharíamos junto con el Ejército Rojo por la derrota de los imperialistas y sus agentes hasta que los trabajadores de estos países sean capaces de enfrentar la contrarrevolución solos.

En su amor por Rusia, los camaradas de la C.E. no ven la manera de dirigir el movimiento revolucionario de las masas oprimidas por la contrarrevolución rusa en Europa Oriental y sólo pueden prever una situación en la que: (a) surjan movimientos reaccionarios apoyados por el imperialismo extranjero; (b) estos movimientos se opongan al «estado obrero degenerado». No consideran ni por un momento que en estos países puedan estallar movimientos revolucionarios. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Porque la clase obrera está oprimida de una manera tan feroz que es incapaz de reaccionar? ¿Porque las masas apoyan al ejército y a la burocracia stalinista? Si las masas apoyan al ejército de ocupación y a la burocracia del Kremlin, ¿por qué exigir la evacuación de estos territorios por el ejército ruso y qué significan estos saqueos? Por el contrario, creemos que el ejército ruso ha despertado tal odio entre las masas que corren el riesgo de ser arrastradas a cualquier movimiento de «liberación» apoyado o no por el imperialismo extranjero. Además, si estallara un movimiento revolucionario en un país ocupado por el ejército ruso, ¿contra quién se dirigiría directamente? ¿Contra un imperialismo occidental con el que estas masas no tienen contacto directo o contra el «estado obrero degenerado» que las oprime ferozmente «saquea los hogares» y «destroza la economía» del país al tiempo que adopta «medidas progresistas» que no impiden a los camaradas de la C.E. exigir la retirada inmediata de las tropas de ocupación rusas? Vamos, camaradas de la C.E., salgan de estas grotescas contradicciones y proclamen claramente que la ocupación rusa trajo a Europa Oriental los mismos males que la ocupación nazi en Europa Occidental, que las «nacionalizaciones» y la reforma agraria no son más que humo y espejos lanzados ante los revolucionarios para ocultarles la realidad de los saqueos y abusos de todo tipo cometidos por los esbirros de Stalin. Sólo así nuestros camaradas en estos países podrán hacerse oír por las masas, que de otra manera seguirán al primer aventurero pequeñoburgués que venga y les prometa la «liberación» del yugo ruso. Y aún así, no es seguro que este aventurero no traiga medidas más progresistas que la ocupación rusa, incluso si fuera el agente del imperialismo occidental. En efecto, para hacerse oír por las masas, debe llevar consigo las libertades democráticas esenciales, es decir, dar a las masas, al menos temporalmente, un mínimo de posibilidades de acción autónoma, que el stalinismo no puede tolerar por un momento. ¿Significa esto que nuestros camaradas en estas regiones deben hacer causa común con cualquier movimiento de «liberación»? Obviamente no, pero deben luchar contra la ocupación rusa como lo hicieron contra la ocupación nazi, mostrando a las masas el atractivo de la «liberación» que se les ofrece, ya sea que el imperialismo extranjero esté detrás del escenario o no. Deben explicar pacientemente a las masas que la salvación no puede venir de las clases poseedoras, aunque sus intereses se opongan a la burocracia rusa. La salvación, para las masas, sólo puede venir de ellas mismas y de su arma principal en esta lucha liberadora que la C. E. recomienda con razón: la confraternización con las tropas de la burocracia stalinista. Pero para practicar la confraternización entre los ocupados y los ocupantes, primero es necesario abandonar cualquier vestigio defensivo. En efecto, ¿qué confraternización es posible una vez que el ocupado, asumiendo que es lo suficientemente tonto como para hacerlo, se dirige al ocupante en estos términos: «Yo estoy con vosotros para defender a la URSS contra Stalin»? La URSS, para el soldado ruso, es Stalin con sus burócratas, sus oficiales y su Guepeú. Es claro que él no lo quiere, que sólo quiere sacudir su yugo. No, el trabajador de los países ocupados por el ejército stalinista debe dirigirse al soldado ruso de la siguiente manera: «Somos hermanos, unámonos contra nuestros enemigos comunes -Stalin y nuestra burguesía- como ellos se han unido contra nosotros.»

En la misma resolución, C. E. también nos habla de una economía «más o menos estatal» que se trata de defender contra la burguesía nacional y sus aliados imperialistas. «Más o menos estatal» ya es una obra maestra, pero hay que hacer una primera observación: ¿qué Estado tiene de forma «más o menos estatal» (nacionalizada) esta economía? ¿Nos dirán los camaradas de la C.E. que este estado, por ser esclavo y cómplice de la burocracia rusa, es un «estado obrero degenerado»? Este absurdo nos llevaría entonces a la conclusión de que este Estado es más «degenerado» que el Estado ruso. Vemos las locuras con las que acabamos siguiendo el razonamiento de los camaradas de la C.E. En realidad, este estado es tan «degenerado» que no es un estado obrero, a pesar del «control obrero» y otras medidas similares, porque es un estado burgués totalmente degenerado y encadenado a los intereses imperialistas rusos, un estado resultante del declive del capitalismo generado a su vez por una situación en la que se dan todas las condiciones objetivas de la revolución socialista, al menos en los principales países de Europa, mientras que el factor subjetivo (la dirección revolucionaria) no ha desempeñado su papel, en gran medida debido a su actitud tímida y complaciente hacia la contrarrevolución stalinista.

Además, la nacionalización de toda o parte de la economía de un país no cambia la naturaleza del Estado, ya que es la misma clase, pero infestada de parásitos stalinistas, la que la controla. Primero, ¿por qué una parte de la economía fue nacionalizada y la otra no? Por dos razones:

  1. porque parte de las herramientas económicas fueron robadas por la burocracia stalinista;
  2. porque, de lo que queda, las fábricas pertenecientes a los enemigos de la burocracia rusa, los capitalistas que no reconocen la soberanía de Moscú, han sido nacionalizadas.

A cambio, aquellos que pertenecen a individuos o grupos que ven al Kremlin como el Mesías del día pasan bajo su protección. La nacionalización stalinista, en los territorios que ocupa, por lo tanto, parece exactamente similar a la extorsión de los gángsteres estadounidenses que protegen a las víctimas que pagan tributo y atacan a los que se resisten a ellos. No tiene carácter social. Es simplemente una medida de represalia militar además de la ocupación y las reparaciones exigidas por Moscú. Esto es aún más claro cuando se observa más de cerca la «reforma agraria» implementada por la contrarrevolución rusa en Europa del Este, de la que, por ejemplo, la Iglesia y los terratenientes que reconocen la autoridad de los agentes nacionales en el Kremlin están excluidos. No se trata de confiscar las tierras distribuidas entre los campesinos sin tierra, sino de vender las tierras confiscadas a los enemigos capitalistas de la burocracia rusa. Incluso si estas tierras no dan lugar al pago de ninguna indemnización a los propietarios confiscados, ¿quién recauda el producto de su venta? Obviamente, el estado burgués en el que participan los propietarios desposeídos, directa o indirectamente, y detrás del cual se encuentra la mayor parte del tiempo el Shylock de Moscú, exigiendo reparaciones. ¿Qué tienen en común esta reforma agraria y la reforma bolchevique de 1917? Nada, absolutamente nada. En cuanto al alcance de esta «reforma agraria», hagamos las reservas más explícitas. La Nueva Internacional de septiembre de 1946 (A. Rudzienski: El imperialismo ruso en Polonia), citando a la prensa burguesa, nos dice que en Polonia, el amado bastión de la burocracia stalinista, se han puesto a la venta 1.300.000 hectáreas de tierra a los campesinos que carecen de ella. Al menos teóricamente, porque es poco probable que estos campesinos puedan aprovecharlo después de haber sido saqueados por los nazis y los rusos. Pero el mismo artículo nos dice que 1.500.000 hectáreas de tierra han sido asignadas al ejército «rojo»: ¡la mayor parte! Recordemos entre paréntesis que los nazis hicieron lo mismo y dieron a sus seguidores tierras confiscadas en los países conquistados; una vez más, fue en forma de granjas altamente industrializadas, mientras que la burocracia rusa, al favorecer la explotación fragmentada, perpetuó un tipo de explotación retardatoria. Su objetivo, al multiplicar el número de parcelas, es simplemente crear grupos de campesinos satisfechos dispuestos a apoyarla en su acción contra los trabajadores de las ciudades que siguen siendo sus principales enemigos. Pero, para terminar con Polonia, recordemos que Pilsudski, después de la Primera Guerra Mundial, había logrado, obviamente bajo presión masiva, una «reforma agraria» mucho más amplia, ya que cubría 3.000.000 de hectáreas de tierra. Por lo tanto, la burocracia rusa no pudo igualar a Pilsudski. Es cierto que después de haber aplastado a las masas con la ayuda de sus criados, ya no necesita darles una apariencia de satisfacción para calmar su ira.

Contra el gobierno PS-PC-CGT

Volvamos al «manifiesto». Sus redactores nos dicen que la burguesía no podrá seguir la táctica que adoptó después de la Primera Guerra Mundial, que consistió en ceder temporalmente el poder a los partidos «obreros» que habían mejorado las condiciones de vida de los trabajadores, porque ahora se encuentra en una situación catastrófica. En otras palabras, nuestros camaradas prevén un empeoramiento del destino de la clase obrera -lo cual es obvio- pero no se preguntan por un momento qué partidos pueden hacer que los trabajadores acepten este empeoramiento de su destino. ¿Serán los partidos clásicos de la reacción burguesa, el fascismo o los partidos «obreros»? Respondamos sin vacilar que sólo los reformistas y stalinistas son capaces de hacer que la clase obrera acepte las terribles condiciones de vida que está experimentando hoy en casi toda Europa e incluso los primeros serían impotentes sin los segundos.

De hecho, las masas europeas han sufrido tanto del fascismo que su retorno al poder es inconcebible por el momento, los partidos burgueses reaccionarios, algunos de cuyos miembros colaboraron con el invasor nazi, ahora gozan de un prestigio limitado incluso en el campesinado. A cambio, los partidos stalinista y reformista gozan de la confianza actual de las masas porque, por un lado, han usurpado la tradición revolucionaria de octubre y, por otro, una vez han traído a las masas los beneficios económicos que sólo ellas pudieron darles en el marco de la sociedad capitalista. En ausencia de un partido revolucionario capaz de hacerse oír por las masas con un programa de lucha claro y preciso. Pero si los reformistas fueron capaces de mejorar el destino de las masas, ya no es lo mismo hoy, aunque su papel como parachoques en beneficio de la burguesía no ha cambiado. Lo vimos en Francia en junio de 1936, cuando Blum afirmaba que «no todo era posible», mientras que Thorez afirmaba que era necesario «saber cómo poner fin a una huelga». En este sentido, su papel contrarrevolucionario sigue siendo idéntico.

Sin embargo, cabe señalar una diferencia importante. En el pasado -cuyo fin puede estar marcado por la explosión revolucionaria de España- la llegada al poder de los reformistas significó una mayor libertad para las masas, especialmente para la vanguardia, cuyos medios de acción se multiplicaron. Era, por lo tanto, la posibilidad de una expansión de la lucha de clases, con las masas pasando por encima de las cabezas de sus dirigentes después de haber apreciado su papel contrarrevolucionario. ¿Pero se puede decir que el primer gobierno stalinista reformista -durante la Guerra Civil Española- trajo a las masas un aumento de la libertad? Por el contrario, la llegada al poder del gobierno de Negrín, dominado por los stalinistas, marcó el comienzo de una feroz represión del movimiento revolucionario (represión del movimiento de mayo de 1937 en Barcelona, asesinato de Nin, Bernieri, Moulin, etc., supresión de la libertad de expresión democrático-burguesa, de prensa, etc.), y la restauración completa del poder burgués. En una palabra, fue el fin de la Revolución española. Igual que en Europa Oriental, la llegada al poder de las coaliciones de stalinistas y reformistas en combinación con todo tipo de escoria reaccionaria significó el cese completo del movimiento revolucionario de las masas trabajadoras de estos países, el encarcelamiento o asesinato de militantes revolucionarios opuestos al stalinismo; su ascenso al poder en en Europa Occidental, en compañía de partidos burgueses, significó un rápido declive del movimiento revolucionario de las masas.

Incluso en Francia, ¿qué tonto creería que la llegada al poder de un gobierno P.S.-P.C.-C.G.T. significaría más libertad para nuestra sección francesa? Por el contrario, es evidente que tal gobierno marcaría el inicio de una era de represión igual o peor que la que vivió el movimiento obrero durante la ocupación nazi y esta vez dirigida exclusivamente contra la vanguardia.

La llegada al poder de una coalición «obrera» compuesta por stalinistas y reformistas ya no puede dar ningún impulso al movimiento revolucionario de las masas de hoy, sino que, por el contrario, significa su aplastamiento por los partidos «obreros» en nombre de la burguesía, así como por el fascismo del pasado. La España de ayer y la Europa del Este de hoy lo demuestran de forma inequívoca. En estas condiciones, la consigna, en Francia por ejemplo, de un gobierno P.S.-P.C.-C.G.T. pierde todo significado revolucionario porque la presencia de ministros capitalistas en un gobierno con participación «obrera» simplemente sirve de coartada para los ministros «obreros». Les permite jugar a la política de la burguesía mientras culpan a los ministros capitalistas de sus políticas. Pero el desalojo del gobierno de los ministros capitalistas, si puede significar que las masas ya no pueden tolerarlos y que consecuentemente se abre una crisis revolucionaria, no beneficia, hoy, a las masas.

La apertura de esta crisis obliga al capitalismo a borrarse, a ceder el poder a los partidos «obreros», los únicos capaces de dominarla. El papel de los ministros «obreros» no ha cambiado en absoluto. Siguen siendo, como antes, los ejecutores de la burguesía, pero luego se ven obligados a adoptar otros métodos para cumplir su papel de salvadores del capitalismo. Hoy en día, estos métodos sólo pueden ser métodos fascistas. El fascismo, como lo hemos visto en Italia y Alemania, representa el último salto del capitalismo para salvarse a sí mismo con sus propios métodos. En esta forma, el fascismo ha fracasado. Su oposición al movimiento obrero en su conjunto -desde los reformistas hasta los revolucionarios- le hizo imposible lograr que las masas aceptaran las medidas reaccionarias que se le exigía tomar. Un gobierno «obrero», por otra parte, sólo llega al poder a través de la voluntad de las masas cuyo intérprete dice ser. Pero este gobierno «obrero» debe inevitablemente, para salvar el capitalismo, tomar las medidas, adoptadas por los fascistas de antaño, que su crédito inicial entre las masas le permite imponer, creando así una situación en la que las masas, privadas de cualquier medio de acción, se ven imposibilitadas de reaccionar después. Ciertamente, los ministros «obreros» se vieron obligados a desenmascararse, a revelar a las masas la misión contrarrevolucionaria que habían recibido de la burguesía, pero los métodos fascistas que utilizaron contra la vanguardia cerraron el camino de la revolución a las masas; su impulso se detuvo.

Que examinemos la situación que el stalinismo ha creado en Europa del Este y que tengamos la imagen de la reservada para Europa Occidental en el caso de un triunfo stalinista, en el caso de un gobierno P.S.-P.C.-C.G.T., en Francia. ¿Ha significado el stalinismo gobernante más libertad para las masas de los países ocupados, aunque ha revelado inequívocamente su naturaleza contrarrevolucionaria? Obviamente no, de lo contrario los compañeros de la C.E. no exigirían la evacuación de estos territorios por el ejército «rojo». Las condiciones de la lucha han cambiado obviamente y exigen con urgencia el abandono de esta consigna en favor de una lucha implacable contra estos ministros «obreros» y un trabajo paciente y difícil para demostrar a las masas que los stalinistas y reformistas son esenciales para el rescate de la burguesía decadente y la condición misma de su supervivencia en el estado senil.

Nuestras tácticas se basan enteramente en los partidos traicioneros cuya existencia obstruye el horizonte revolucionario de los camaradas de la dirección. ¿No sería más rentable dirigirse a todas las organizaciones obreras minoritarias con un programa claro y preciso de lucha contra el capitalismo y los partidos traidores, abandonando el defensismo, el gobierno del P.S.-P.C.-C.G.T., las nacionalizaciones, etc., y proponerles un frente único revolucionario dirigido a la subversión de la sociedad capitalista? Un bloque compuesto de esta manera que se oponga a las traiciones cotidianas de los stalinistas y reformistas, denunciando su colusión con la burguesía contra las masas trabajadoras, constituiría un centro de atracción que permitiría a la clase obrera ver más claramente el resultado revolucionario de la crisis actual y facilitaría su separación de los partidos stalinista y reformista. Constituiría una fuerza contra la traición de los partidos «obreros» mientras que, por sí solos, nuestros sectores y grupos, por su insignificancia numérica, no pueden aparecer ante las masas como un elemento suficiente de lucha contra estos partidos de los que, además, no difieren suficientemente.

Obviamente, se plantea la cuestión de lo que es preferible: educar a las masas a través de la trágica experiencia de una revolución mordida de raíz por los stalinistas y reformistas y dar paso a un régimen totalitario durante todo un período histórico, o denunciar de manera clara y precisa, con respecto a todos los incidentes de la lucha diaria, el papel político exacto del stalinismo y el reformismo en la época actual. En el primer caso, el destino de la revolución se resolvió por adelantado y la vanguardia fue asesinada o reducida a la impotencia. En el segundo caso y en la peor hipótesis, existe el riesgo de que no haya tiempo para sacar del error a las masas y perder una oportunidad revolucionaria; pero en cualquier caso la vanguardia será ideológica y orgánicamente más fuerte para resistir la represión que seguirá y preparar la futura ofensiva para la próxima ola revolucionaria.

El frente único

Hay un punto en el que el «manifiesto» no dice nada: el frente único. Nuestro partido francés, por ejemplo, lo ha propuesto en varias ocasiones a los partidos stalinista y reformista. Este es otro ejemplo de aplicación mecánica de una táctica que ya no es necesaria en las circunstancias actuales. El frente único, tal como lo definieron Lenin y Trotzky, tomó en cuenta la necesidad de que las masas pusieran a prueba a sus líderes, cuya vanguardia afirmaba que los estaba traicionando. Pero estos dirigentes traicioneros fueron llevados a aceptar el frente único propuesto por la vanguardia debido a su posición como burócratas reformistas en el movimiento obrero porque los partidos reformistas todavía no estaban integrados en el estado capitalista. Todavía representaban una tendencia, con la mano derecha, del movimiento obrero, aunque era y sigue siendo necesario distinguir el stalinismo, la vanguardia de la contrarrevolución mundial, de los partidos «socialistas», en los que es probable que el ala izquierda pase a adoptar posiciones revolucionarias, lo que es imposible en los partidos stalinistas con una estructura monolítica.

En el pasado, era necesario que los traicioneros dirigentes aceptaran el frente único y todos los riesgos que conllevaba o descubrieran su transformación en el ala izquierda de la burguesía opuesta a las demandas de las masas. Ya no es lo mismo hoy en día. En efecto, ¿se puede decir que el partido «socialista» en su conjunto, a pesar de las diversas corrientes que canaliza, representa en algún lugar del mundo una tendencia incluso derechista del movimiento obrero, cuando unidos al stalinismo, los reformistas fueron los únicos capaces de hacer que las masas aceptaran los sufrimientos sin precedentes de la guerra y las terribles condiciones de vida que el capitalismo les está imponiendo hoy? El partido «socialista» está obviamente integrado en el estado capitalista, que ya no puede prescindir de él. Por otro lado, la supervivencia del estado capitalista bajo su control es una cuestión de vida o muerte para ellos porque los burócratas reformistas saben admirablemente que la revolución proletaria los barrería bajo la alfombra, mientras que en el pasado podían esperar dejarse llevar por el flujo revolucionario y luego regresar a su lecho burgués.

Tampoco se puede decir que el stalinismo represente una tendencia derechista del movimiento obrero. De hecho, es -y nadie lo negará- el agente ejecutor de la contrarrevolución rusa en todos los países. La política del Kremlin -nadie lo negará tampoco- se caracteriza por un absoluto desprecio por las aspiraciones de las masas. Sólo hay una cosa que le importa a los burócratas stalinistas de cualquier país: servir ciegamente al señor del Kremlin. Además, la continuación de la dictadura stalinista en Rusia depende del destino de la revolución socialista, tanto en Rusia como en Europa y en todo el mundo. Por lo tanto, el enemigo más feroz de la revolución proletaria es el stalinismo, y por lo tanto el stalinismo es también el mejor y más feroz defensor del estado capitalista. En otras palabras, si la clase obrera ha asimilado la experiencia revolucionaria de los últimos treinta años, la burguesía y especialmente sus defensores stalinistas y reformistas la han asimilado aún mejor.

En conclusión, si en el pasado, debido a la inestabilidad de su situación, los dirigentes reformistas tenían que componérselas con trabajadores que les habían otorgado su confianza, ahora ésta se ha fortalecido, sus lazos con la burguesía se han estrechado y están en condiciones de imponer su política reaccionaria a los trabajadores que les siguen. En cuanto al stalinismo, protegido por el halo que usurpó durante la Revolución de Octubre, traiciona a sabiendas a los trabajadores a favor de la contrarrevolución rusa. En estas circunstancias, cualquier propuesta de frente único de nuestra parte a los partidos reformistas y stalinistas está condenada al fracaso y sólo sirve para hacernos quedar en ridículo si consideramos con calma el equilibrio de poder, por ejemplo en Francia.

La práctica del frente único es esencial para el establecimiento de los consejos obreros: también es obvio que estos consejos obreros nunca fueron creados después de un acuerdo entre los líderes de las organizaciones obreras, aunque en el pasado y especialmente en la revolución rusa, los hayan apoyado. Esta es una situación que nunca volveremos a ver. Ya en la Guerra Civil española se puede ver que los partidos «obreros», tan pronto como formaron un gobierno de coalición con la burguesía, no tenían nada más apremiante que abolir los comités obreros o integrarlos en el Estado capitalista reconstituido para privarlos de toda eficacia revolucionaria. Se puede decir que hoy el stalinismo es incompatible con el poder obrero. En consecuencia, la defensa de este último implica la lucha a muerte contra el stalinismo.

En la revolución rusa, los mencheviques y los socialistas-revolucionarios mantuvieron la dualidad de poderes y, en consecuencia, apoyaron a los soviets para evitar decidir sobre el poder que debía barrer al otro, porque este poder burgués moribundo servía como contrapeso a las demandas de las masas. Pero en la revolución española vimos que los partidos «obreros» eligen resueltamente el poder burgués atacando a los comités obreros que tenían todo el poder, por así decirlo, sin saberlo, y doblegándolos ante el poder burgués restaurado. De ahora en adelante, se puede asegurar que los consejos obreros sólo podrán constituirse en contra de la voluntad de los partidos reformistas y stalinistas y que tendrán que entrar en una lucha con ellos inmediatamente. Sin embargo, estos comités son una expresión del deseo de los trabajadores de luchar al nivel de fábrica o al local. Por lo tanto, es el frente único en la fábrica, en la localidad, incluso en la región, lo que debe buscarse en el contexto de acciones claramente limitadas (huelga, protección de las reuniones obreras contra los fascistas, disolución de las reuniones fascistas, etc.). Así es como los trabajadores que siguen a los reformistas y stalinistas conocerán a nuestros activistas, apreciarán su dedicación a la causa de los trabajadores y se separarán de sus líderes, no porque hayan rechazado una, diez o cien veces el frente único que nuestra organización les había propuesto.

Rechazamos también categóricamente la consigna «gobierno P.S.-P.C.-C.G.T.» para Francia y cualquier consigna del mismo contenido para cualquier otro país. Esta consigna sólo puede hacernos aparecer como la cola del stalinismo, sembrar ilusiones en las masas y obstaculizar nuestra lucha contra los partidos traidores, empezando por el stalinismo. Surge de una concepción desfasada del papel de los partidos «socialistas» y stalinistas, que tienen hoy la atención de masas sólo porque la IVª Internacional aún no ha podido hacerse oír con un programa de lucha claro y preciso. Sin embargo, el eje de nuestra lucha debe ser el stalinismo, que debe ser desenmascarado y destruido a toda costa, de lo contrario seremos incapaces de evitar el estrangulamiento de la revolución socialista. El dilema es el siguiente: O aplastaremos el stalinismo o nos aplastará a nosotros. El problema es, por lo tanto, la táctica a seguir para aplastarlo para siempre.

¿Constituyente o consejos obreros?

En este sentido, el «manifiesto», con sus análisis desfasados y eslóganes contradictorios, conduce directamente a la derrota. Así dice en el mismo párrafo: «¡Formen sus propios comités obreros y campesinos para dirigir la lucha!» y cuatro líneas más adelante: «Exigir la convocatoria inmediata de una Asamblea Constituyente en la que se exprese libremente la voluntad del pueblo y su derecho a gobernarse a sí mismo como desee». Aclarémonos: si las masas crean comités de obreros y campesinos, es decir, si ponen los cimientos del poder proletario, ¿para qué se necesita un poder constituyente, es más, soberano, es decir, burgués? A menos que los redactores del «manifiesto» quieran a toda costa asumir la tarea de crear una situación de doble poder para tener el placer de resolverla más tarde con la disolución de este Constituyente por las milicias controladas por los comités obreros y campesinos. Simplemente revela que apenas somos capaces de tomar el esquema de la revolución rusa y ponerlo en una situación no relacionada con la de 1917 en Rusia y 39 años después, como si nada en el mundo hubiera cambiado desde esa fecha. ¿Es la «propaganda clara» que la «firme dirección de la vanguardia» debe ofrecer a las masas? No, es comida para gatos.

Pero tal vez queramos sugerir una posición similar a la prevista por el POUM que abogaba, en 1936, por una Asamblea Constituyente apoyada por los comités de obreros, campesinos y soldados, es decir, por la colaboración de las clases para resolver la crisis social, lo que no sería sorprendente porque nuestra sección francesa ya ha dado, hace algún tiempo, la consigna para la creación de comités de obreros que controlen la Asamblea Constituyente. Es entonces una actitud de conciliación o, en el mejor de los casos, de vacilación entre dos soluciones (la solución burguesa y la solución revolucionaria) que no tiene nada que ver con la IVª Internacional, porque es una actitud puramente centrista que debe ser repudiada categórica y urgentemente bajo el riesgo de comprometer seriamente el futuro de nuestro movimiento y, por ende, el de la revolución socialista.

¡«De vuelta a Lenin»! proclaman los redactores del «manifiesto», pero los prisioneros de las partes anticuadas del programa de transición de la Cuarta Internacional, simplemente regresan a los conciliadores que Lenin estaba combatiendo. En efecto, para ellos, se trata sobre todo de «defensa de la URSS», «nacionalizaciones sin compensación ni redención», «Constituyentes», «elecciones libres». Para nosotros, es una lucha despiadada contra el stalinismo y el imperialismo en Moscú, comités de obreros, campesinos y soldados elegidos democráticamente en el lugar de trabajo, la confiscación de las grandes empresas por la clase obrera organizada. El Grupo Español de la IVª Internacional en México, en un manifiesto fechado el 31 de octubre de 1944, concluyó:

  1. El armamento del proletariado debe extenderse a toda la clase proletaria y a los campesinos pobres. Al mismo tiempo, el desarme y la disolución de las fuerzas armadas de la burguesía (ejército, policía, etc.) deben ser exigidos y ejecutados tan pronto como sea posible. El proletariado y los campesinos pobres armados no obedecerán más órdenes que las que emanen de los comités obreros y campesinos democráticamente elegidos en los lugares de trabajo y no aceptarán otra disciplina que la que emanen de estos comités... Las armas del proletariado son defender la revolución social y, el triunfo logrado, los opondrá a cualquier enemigo externo que la ataque.
  2. El gran capital industrial y financiero (fábricas y bancos) debe ser confiscado por la clase obrera. Lo mismo ocurre con la propiedad agraria, feudal o capitalista, que debe ser distribuida entre los campesinos pobres o explotada por las comunidades, según ellos decidan. La nacionalización de las industrias, el capital financiero o la tierra por el estado capitalista no debe engañar a las masas. Será un juego de manos de coaliciones burguesas, stalinistas y reformistas para preservar la propiedad capitalista. Ninguna propiedad confiscada debe ser entregada al estado burgués. El proletariado debe administrar la economía por sí mismo y establecer un plan de producción único para todos los países en la medida en que lo permitan los contactos internacionales entre los explotados. Ya es posible elaborar un proyecto de producción unificada entre el proletariado francés, italiano y belga; mañana será con trabajadores alemanes, españoles, griegos, rusos, etc. Aunque las coaliciones entre burgueses, stalinistas y «socialistas» apoyadas por las bayonetas de Wall Street, la City y el Kremlin están impidiendo actualmente la aplicación de la planificación socialista europea, el proyecto debe ser establecido y defendido por los revolucionarios de todos los países. Tendrá frente a los designios reaccionarios de las coaliciones gobernantes una enorme fuerza de propaganda, convicción y agitación socialista.
  3. Los comités de obreros de las fábricas, los campesinos pobres y las fuerzas armadas -ya sea que estos últimos estén incluidos en las fuerzas armadas de la burguesía o en las unidades de defensa del proletariado- son la base del poder político de la revolución... Pero estos comités, si se limitan a ser la expresión burocrática de las organizaciones políticas o sindicales, serán desviados de su propósito por la naturaleza antirrevolucionaria de estas organizaciones. La mejor manera de evitar esta desviación es la elección democrática en el lugar de trabajo y la revocabilidad en cualquier momento. Esta elegibilidad y revocabilidad de los comités, si los lleva al armamento del proletariado, al desarme de la burguesía y a la toma del poder político por sí mismos, hará posible la democracia obrera, que sólo se mantendrá con los mismos métodos. Donde no existan estos comités, el objetivo inmediato de las masas debe ser formarlas. Donde existan, deben unirse a nivel nacional a través de congresos de comisiones que estudien y resuelvan los problemas de las masas y la revolución social. Los comités de obreros campesinos y de soldados de diversas nacionalidades deben ponerse en contacto en la primera oportunidad y crear un Consejo Supremo de Comités Europeos.... El propósito de los Comités de Trabajadores, Campesinos y de Soldados de todos los países debe ser el siguiente: a) expropiar el capitalismo y reiniciar la economía de acuerdo con un plan que pueda extenderse a Europa y al mundo; b) organizar y armar al proletariado y a los campesinos en cuerpos regulares sólo vinculados a los comités; c) desarmar y disolver todos los cuerpos de naturaleza burguesa sin excepción; d) destruir el Estado capitalista reaccionario y sus instituciones judiciales, políticas y administrativas, además de los cuerpos militares, y constituirse como el poder legislativo y ejecutivo de la futura organización social; e) fusionar la acción y organización de los trabajadores de cada país en un sistema único del proletariado europeo. Lo anterior se resume, por tanto, en esta afirmación: «Todo el poder político a los Comités de Obreros, Campesinos y Soldados y, para las masas en general: Estados Unidos Socialistas de Europa".

Estas conclusiones siguen siendo válidas a pesar del declive temporal de las masas. No es el Camarada Germain (La Primera Fase de la Revolución Europea, en IVª Internacional, junio-julio de 1946) quien podrá contradecirnos, cuando observa que hace dos años, cuando se redactó el manifiesto del Grupo Español,

las formas más maduras de la lucha de clases del pasado no constituyen el resultado sino el punto de partida de las acciones de masas en el presente período. Esto fue más evidente en Italia, donde comenzó la lucha (subrayado por el camarada Germain) con la formación de soviets y consejos de soldados y armamento.

Y es a una ofensiva de las masas que ha tomado formas tan maduras - y está a punto de reanudarlas - que se ofrecen consignas de transición, tendentes no fortalecerla y empujarla hacia adelante, ¡sino a traerla de vuelta! En efecto, hablar de nacionalizaciones a las masas que se han apoderado de las fábricas, desde la Constituyente, incluso a una clase obrera que ha formado consejos obreros, en realidad les está diciendo, como Blum en 1936 a los trabajadores franceses: «Van demasiado rápido, no todo es posible, esperen hasta que hayamos completado nuestro programa de transición». Esto no significa que la defensa de las libertades democráticas esenciales (libertad de expresión, de prensa, de reunión, de asociación, de huelga, etc.) deba ser abandonada ni por un momento, sino que la defensa de estas libertades debe estar vinculada, no a consignas progresistas dirigidas a fortalecerlas gradualmente en el marco de la sociedad capitalista, sino a consignas decisivas dirigidas a subvertir el Estado capitalista.

¿Ilusiones democrático-burguesas?

Ciertamente, nos opondremos a las famosas ilusiones democrático-burguesas de las masas, que se reflejan en el apoyo que dan a los partidos traidores. Primero, estas ilusiones democrático-burguesas de las masas están en contradicción con la imagen de la ofensiva obrera que el camarada Germain pintó en el artículo mencionado. De hecho, es difícil concebir masas impregnadas de ilusiones democrático-burguesas que formen comités de obreros y soldados y se armen contra la burguesía que ha logrado inculcarles estas ilusiones. La realidad es muy diferente: las masas tomaron la ofensiva espontáneamente, pero en orden disperso, por falta de una dirección revolucionaria. Por lo tanto, ningún partido pudo darles las consignas que les habrían iluminado y permitido continuar su acción hasta la victoria, nuestras secciones porque no pudieron hacerse oír por su debilidad numérica, su falta de medios de acción y, en parte, también por las deficiencias de nuestro programa; los otros partidos «obreros» porque sólo querían controlar esta ofensiva y devolver a las masas estas ilusiones democrático-burguesas que, precisamente, habían perdido.

Por lo tanto, las masas han retrocedido y, en Europa Occidental, en todas las elecciones en las que tienen la oportunidad de expresarse libremente, votan por los stalinistas y los «socialistas», no porque tengan confianza en sí mismos, sino porque no hay un partido con una «propaganda clara y precisa», y nosotros tenemos que aparecerles, en muchos casos (La Verdad ha revelado cierto caso que no debe ser único), como un apéndice izquierdista al stalinismo, cuya necesidad tienen dificultades para comprender. Estos votos masivos expresan precisamente la falta de ilusiones democrático-burguesas de las masas que nuestra organización aún no ha podido capitalizar debido al eclecticismo de su programa actual.

Esta falta de ilusiones democrático-burguesas de las masas obviamente también proviene de la decadencia general del capitalismo, que ya está conduciendo a una cierta degeneración de las masas contra la que nuestro deber es luchar, no hablando de las ilusiones democrático-burguesas de las masas, sino tomando conciencia de que las masas ya no pueden tener tales ilusiones después de haber visto pasar, en Francia por ejemplo, en 7 años, el aparato del estado capitalista de la semidictadura de Daladier-Reynaud, a la dictadura de Pétain-Hitler luego a Cristo de Gaulle flanqueado por sus dos ladrones Gouin y Thorez, mientras que la misma policía que los oprimía bajo la primera sigue oprimiéndolos hoy. ¿No está claro, bajo estas condiciones, que las masas están dispuestas a escuchar y entender los argumentos revolucionarios en lugar de los argumentos democrático-burgueses?

Un revolucionario ya no tiene derecho a hablar de las ilusiones democrático-burguesas de las masas en la Europa de hoy. Este argumento revela, en la persona que lo emplea, una vacilación y una pusilanimidad incompatible con una acción revolucionaria consecuente, así como una duda sobre la misión revolucionaria del proletariado. Por lo tanto, este argumento debe combatirse sin piedad.

Esto no significa que todo nuestro programa de transición deba ser desechado, sino que todos los eslóganes resultantes de una concepción evolutiva de la lucha en la fase actual deben ser abandonados. Fueron concebidos en una etapa de desorden del movimiento obrero mientras que, a pesar de una calma relativa, nadie se atreverá a decir que hoy las masas no están en una fase ofensiva.

Las consignas basadas en una concepción evolutiva de la lucha actual están en contradicción con las consideraciones del «manifiesto» sobre el carácter revolucionario de la época actual. Sería un error suponer que la IVª Internacional tiene muchos años para educar al proletariado para la revolución socialista. No, el proletariado al final de la Segunda Guerra Mundial y en la actualidad ha demostrado que está listo para el combate, pero no ha encontrado la dirección firme, iluminada y vigilante sin la cual no se puede lograr la victoria, en cualquier caso, no se puede mantener. El proletariado sabe intuitiva pero claramente lo que quiere, pero no puede lograr su objetivo sin dirección.

Es necesario ser penetrado por la idea de que las masas están maduras para dar el asalto final y que sólo están esperando una oportunidad para darla bajo la guía de una guía segura y clara. La IVª Internacional sólo podrá captar la confianza de las masas y se convertirá en esta guía si da consignas que rompan con la concepción progresista según la cual el partido revolucionario sólo puede llegar al poder a través del frente único con los partidos «obreros» y empujándolos al poder para desenmascararlos frente a las masas. Ya no se trata de una cuestión de progreso, sino de un salto adelante. Por eso el «no» del plebiscito francés, o al menos la abstención de distinguirse de la reacción, tenía razón, mientras que el «sí» se basa en la idea de que las masas no están maduras y deben tener una nueva experiencia democrático-burguesa, mientras que son más maduras que nuestro partido francés, aunque siguen a los «socialistas» y a los stalinistas. La exigencia de convocar una asamblea constituyente debe, por lo tanto, dejar paso a «¡Abajo la Constituyente!». En Francia en particular, y a un claro incentivo para formar consejos de trabajadores, campesinos y soldados elegidos democráticamente en el lugar de trabajo. En efecto, ¿qué prestigio puede tener una Asamblea Constituyente entre las masas francesas que ha demostrado, por primera vez, ser incapaz de redactar una constitución que satisfaga a las masas?

Sobre el programa de transición

«Apertura de fábricas cerradas», exige el «manifiesto». ¡Está bien! ¿Pero quién los pondrá en marcha de nuevo? Los capitalistas dirán que les faltan materias primas, consumidores, etc. A esto, los trabajadores responderán: «No se pueden abrir, porque no se puede beneficiar de ellos, pero nosotros, que trabajaremos para satisfacer las necesidades de la población, sí podemos». Y reiniciarán, bajo su propia dirección, las fábricas cerradas por los capitalistas. Frente a la consigna de abrir fábricas cerradas, presentamos la consigna de reiniciar por parte de los trabajadores de las fábricas cerradas por los capitalistas, que se opone a la nacionalización bajo el régimen capitalista. La experiencia que la clase obrera ganará así le mostrará la total inutilidad de la consigna de la nacionalización, incluso sin compensación ni redención, porque no plantea la cuestión de quién está nacionalizando.

Recordemos aquí que Mussolini, en su república fascista, había expulsado a los capitalistas de las fábricas del norte de Italia e instituido el control obrero de las mismas, una medida general que los rusos no tomaron en Europa Oriental. ¡Bueno, entonces! ¿Esta expulsión de los capitalistas y este control obrero cambió algo en la naturaleza capitalista del estado fascista de Mussolini?

A cambio, el proletariado, al reiniciar las fábricas cerradas por los capitalistas, sentirá todo su alcance de la consigna de la confiscación de las fábricas por los propios trabajadores organizados en sus comités y ya no necesitará abrir los libros de cuentas de los capitalistas. Simplemente los tirará a la canasta y ahí es cuando el «¡imponer impuestos a los ricos!» inaplicable por la burguesía, que haría que los trabajadores pagaran el céntuplo de estos impuestos aumentando el costo de la vida (los lobos no se comen unos a otros), se convertirá en: «¡Confiscar todos los bienes de los capitalistas!»

Sin embargo, se objetará que todas estas consignas implican una lucha clara y vigorosa y que es necesario una consigna para conducir a esta situación. Esto es cierto y este lema de movilización sólo puede ser la demanda de la escala salarial móvil vinculada a la escala móvil de horas de trabajo sin reducir los salarios semanales. De hecho, es su aplicación, aunque se limite a una región o a una rama de la industria a nivel regional, lo que llevará a los trabajadores a reiniciar fábricas cerradas para aumentar el volumen de producción, a menos que obligue a los propios capitalistas a reabrir estas fábricas para reducir sus costos. Sin embargo, es probable que los capitalistas se nieguen a aceptar la escala móvil de horas de trabajo sin una reducción de los salarios sobre la base de que saldrían perdiendo. Los trabajadores se harán cargo de las fábricas y reanudarán la producción, no con fines de lucro, sino para satisfacer las necesidades de la población.

Cabe señalar que lo anterior está ligado a la existencia de comités, trabajadores elegidos democráticamente en los lugares de trabajo; de lo contrario, ¿quién reiniciaría las fábricas, quién las confiscaría, quién confiscaría las ganancias de los capitalistas? Por lo tanto, toda nuestra agitación debe centrarse, en este momento, y al menos para toda Europa, en la defensa de las libertades democráticas esenciales (de expresión, de prensa, de reunión, de asociación, etc.) vinculadas a los lemas decisivos de la formación de consejos de obreros, campesinos y militares elegidos democráticamente en el lugar de trabajo y en las unidades, así como en la escala salarial móvil acompañada de la escala móvil de horas de trabajo sin reducción de salario. Es importante difundirlos entre las masas, mostrar el vínculo que las une, revelar su contenido y alcance. En efecto, son estos consejos los que, además, armarán al pueblo formando las milicias obreras a las que están sometidos y desarmando a la burguesía, y luego crearán el nuevo poder después de haber disuelto todas las instituciones de la burguesía.

Conclusiones

En resumen, y para concluir, la IVª Internacional no será capaz de cumplir su misión revolucionaria si no abandona sin reservas la defensa de la URSS en favor de una política de lucha sin cuartel contra el capitalismo y su cómplice, el stalinismo. Para conducir victoriosamente esta lucha, hay que desvelar a cada paso y en la práctica el carácter contrarrevolucionario de la burocracia rusa que se erige en el interior como una clase en vías de formación, que oprime a Europa oriental y Asia. Hay que desenmascarar la mentira de sus «nacionalizaciones» y «reformas» agrarias, desarrollar la fraternización entre ocupantes y ocupados, declarando claramente que ni unos ni otros no tiene nada que defender en Rusia, sino que destruirlo todo igual que en cualquier Estado capitalista, así como a los agentes del Kremlin participen o no en el gobierno. La fraternización entre ocupantes y ocupados debe ser el tema central de nuestra agitación en los territorios ocupados, sea cual fuere la potencia ocupante. Es la única forma de combatir el chovinismo tanto entre los vencidos como entre los vencedores, y de preparar en frente internacional de los explotados contra los explotadores. Al mismo tiempo, la evacuación de todos los territorios ocupados, incluidos los ocupados por los rusos, debe exigirse con una creciente insistencia

En el resto del mundo, debemos mostrar en todo momento que el stalinismo sólo es el agente nacional de la política exterior del Kremlin, cuyos intereses son siempre opuestos a los de la revolución socialista, que sería su definitiva ruina; que la suerte de los trabajadores le es totalmente indiferente; que es el mejor defensor de la burguesía nacional porque no prevé más porvenir que el ligado a la suerte de la contrarrevolución rusa

Por lo tanto, la consigna del gobierno PS-PC-CGT para Francia, y toda consigna similar en cualquier otro país, debe ser abandonada pues no apunta más que a romper el empuje revolucionario de las masas entregando la vanguardia a la Gepeú

La política de frente único de organización a organización en la etapa presente, debe ser abandonada en lo que concierne a los partidos «obreros» tradicionales. Debe ser sustituida, desde ahora, por proposiciones de frente único a las organizaciones obreras minoritarias que sean susceptibles de dar resultados inmediatos, como por ejemplo los anarquistas. Sin embargo, el frente único, en tareas precisas e inmediatas debe ser preconizado sin desfallecer en la fábrica, en la localidad y si fuera posible en la región

Nuestro programa transitorio debe ser podado del mismo modo. Debe desaparecer por el momento, la reivindicación relativa a la Constituyente, y también todas las consignas que reposan en una concepción progresiva de nuestro programa para las masas en la actual etapa. El mundo atraviesa hoy una crisis revolucionaria aguda y nuestra organización debe prepararse para las luchas decisivas que se avecinan, ya que no puede esperarse ningún desarrollo del capitalismo, sea o no sosegado. Así pues debemos plantear, popularizar y explicar sin descanso la consigna de la formación de consejos obreros democráticamente elegidos en los lugares de trabajo, a fin de que pueda ser aplicada a la primera ocasión. A esta consigna deben añadirse todas las consecuencias que implica: formación de milicias obreras que obedecen únicamente a los comités elegidos por las masas, desarme de las fuerzas burguesas, congreso de los comités obreros, disolución del Estado burgués y creación del Estado obrero

Al mismo tiempo, en el plano económico, la agitación debe insistir fundamentalmente en la escala móvil de salarios, unida a la escala móvil de horas de trabajo sin disminución de salario, y en todas sus ramificaciones: puesta en marcha por los obreros de fábricas cerradas por los capitalistas, embargo del haber de los capitalistas por los obreros empezando por los beneficios de guerra y del mercado negro, y por último la confiscación de las fábricas y las tierras por los comités obreros democráticamente elegidos en los lugares de trabajo

Tal debe ser nuestro programa actual. Sólo así los trabajadores comprenderán que «no existe otra salida que la de unirse todos bajo la bandera de la IVª Internacional», porque deben entenderlo para unirse a nuestras filas y es inútil afirmarlo en el tono ultimatista del «manifiesto». Ha llegado el momento en que las consignas de propaganda que antes venían como conclusión de nuestros manifiestos, han de transformarse en consignas de agitación inmediata. Lo precedente constituye la política clara y precisa de una vanguardia que se orienta resueltamente a la realización de las tareas revolucionarias y se prepara a guiar el proletariado a la toma del poder en cada país, de donde saldrá la constitución de los Estados Unidos socialistas de Europa y del mundo, consigna final de la IVª Internacional. Sin embargo, esta consigna no debe ser imprecisa, como una tarea lejana cuya realización vendrá a su tiempo. Desde ahora mismo debe preparase un plan de producción para satisfacer las necesidades de las masas en la medida que los contactos internacionales lo permitan, por ejemplo entre el proletariado de los países de Europa occidental. Nuestros grupos y partidos deben tomar la iniciativa. Tal plan, opuesto a los proyectos de miseria y de opresión de la burguesía tendría un poder de atracción considerable para todos los trabajadores, pues mostraría concretamente las posibilidades que se desprenden de la destrucción del poder burgués y del establecimiento de los Estados Unidos socialistas de Europa y del mundo

Benjamin Péret México, septiembre 1946