Los revolucionarios ante Rusia y el stalinismo mundial

Los revolucionarios ante Rusia y el stalinismo mundial

Necesidad de este trabajo

Contrariamente a nuestra previsión, los partidos y grupos de la IVª Internacional, salvo excepciones, se han mostrado excesivamente renuentes a modificar su política respecto a la URSS. En Europa por unas razones y en Estados Unidos por otras, allí por las tremendas ilusiones surgidas de los triunfos de un ejército que las masas creían revolucionario, aquí por oportunismo, no se ha sabido cambiar el esquema de la defensa incondicional en lucha contra el Kremlin y en derrotismo revolucionario, a medida que con la modificación de la situación militar y la exteriorización de la política stalinista, la magnitud del peligro principal para el proletariado soviético y de Europa oriental, se desplazaba de Berlín a Moscú. Aun en algunos casos, la defensa incondicional ha sido modelada en forma derechista ajena a la oposición cuartista. Nuestra esperanza de que la IVª Internacional sabría cambiar prestamente su política, se fundaba en la seguridad de que el Ejército rojo mostraría brutalmente el carácter opresor y reaccionario de la política exterior del Kremlin, reflejo de la interior. Así acaeció, en efecto, sobrepasando nuestras previsiones. Sin embargo, por regla general, o bien se minimiza la importancia actual y el alcance futuro del vandalismo stalinista en Europa oriental y en Asia, o bien, temiendo mirarlo de cara, se pasa de largo para ir a refugiarse, como en un hemisferio tranquilo, en el carácter de la economía soviética y en la definición Estado obrero degenerado, de donde antaño dedujimos la defensa incondicional. La urgencia de un cambio en nuestra política hacia la URSS está presente, en mayor o menor grado, en la intimidad de la mayoría; el problema se nos mete por los ojos y amenaza quebrarnos las costillas, pero casi todo el mundo se detiene supersticiosamente ante él, como los israelitas del desierto se detenían ante el tabernáculo de la alianza, temerosos de caer fulminados a su proximidad.

Lo único que en verdad amenaza fulminarnos, o cuando menos dejarnos para largo periodo en un impotente raquitismo orgánico, es la ya falsa oposición respecto a la URSS y el stalinismo mundial, mera reafirmación de condiciones periclitadas, sin pizca de justificación en todo lo ocurrido durante los últimos seis años. Trastornos enormes han sobrevenido en todo el mundo, incluyendo la URSS; nosotros continuamos parafraseando lo dicho cuando ningún gran acontecimiento se había producido aún. Hay en eso una pereza mental o una pusilanimidad ideológica extraña al espíritu revolucionario, y desde luego peligrosa, independientemente del problema de la URSS. Tenemos, no sólo el deber apremiante de reconsiderar el problema de la URSS a la luz de los últimos seis años, sino también el de echar una ojeada atrás, y señalar lo erróneo y lo acertado que descubramos en el análisis que sustentaba la defensa incondicional. Esto será muy instructivo, dada la importancia del fenómeno ruso para desbastar la interpretación materialista de la historia. No puedo tratar aquí lo último sino por incidencia, insinuando sin penetrar en el análisis. Lo más urgente, lo que obsesiona a este trabajo, es cambiar nuestra posición frente a la URSS y el stalinismo mundial.

Lo que paraliza a la IVª Internacional, y la retiene en posiciones sobrepasadas por los acontecimientos, es la idea del sistema de propiedad reinante en la URSS. Más que estática, esta idea se ha convertido en un mito con el cual se cree responder a todas las objeciones y tapar la boca a todas las protestas. La burocracia es una casta tiránica sólo comparable a la pandilla de Hitler, su sistema policíaco extiende el terror -contra los revolucionarios especialmente- en la URSS y dondequiera penetra ella, sus millones de sanguijuelas chupan enorme parte de la renta nacional, ninguna libertad es concebible bajo su dominio, entre ella y el proletariado existe, económica y espiritualmente, tanta diferencia, o más, que entre el proletariado y la burguesía de cualquier condenado país capitalista, la revolución mundial es para ella el supremo mal y trata al proletariado internacional como vil mercancía, como moneda de transacción en sus asquerosos enjuagues con los grandes países imperialistas. Todo esto y los interminables etcéteras que pudieran añadirse, es del dominio común en nuestras filas; nadie lo negaría. Pero después de haberlo oído con aire de indulgencia, la voz de la costumbre tercia desde su dosel: Si, pero en la URSS existe la propiedad nacionalizada y planificada, por si sola una gran factor progresivo en la historia, la burocracia no es más que una excrecencia, el sistema es bueno, los métodos malos, hay que defender el primero, combatir el segundo, el principal enemigo es el imperialismo, la burocracia caerá después, il ne faut pas jeter l´enfant avec l´eau de la baignoire... y todo mundo conoce de memoria el resto. Antes de la guerra esos argumentos tenían una base, aunque no inconmovible, y un sentido político serio, aunque incomprobado. Hoy no son más que resonancia hueca, porque falta la base real, y el sentido político es disparatado.

Tomando el problema de sesgo, ¿qué prueba tenemos de que en la URSS exista hoy la planificación de los medios de producción? Ninguna, si no es la falta de un decreto del Kremlin aboliéndola formalmente. Sin duda, hay en nuestra Internacional quienes necesitarían ese decreto, o el restablecimiento del capitalismo por la violencia, para dejar de recitar fórmulas añejas. Si nosotros no podemos presentar semejante decreto, nadie, en cambio, puede presentar hechos y cifras garantes de la planificación, porque si nunca se ha sabido con exactitud lo que económicamente ocurría en la URSS, desde principios del tercer plan quinquenal se sabe menos aún. Lo poco filtrado en los datos oficiales y las deducciones que permite, no hablan en favor de la planificación. Cuanto podrían ofrecer los de la voz de la costumbre es la palabra plan entre los dientes de Stalin. También Napoleón III solía decir: Mi nombre es inseparable de la revolución. Y bien, en boca de Stalin, la invocación de la planificación como resto de la revolución de Octubre tiene mucha menos realidad, ¡óigase bien, mucha menos realidad!, que la invocación de la revolución francesa en boca de Napoleón III. Ya veremos por qué.

Planificación y contrarrevolución burocrática

¿De dónde se debe partir para analizar el fenómeno ruso, de lo objetivo de la planificación, o de los objetivo-subjetivo de la contrarrevolución stalinista? Si la primera ha existido, y aun si admitimos que exista todavía en X proporción, la segunda (¿quién se atreve a negarlo?) existe desde hace bastantes años y ha afirmado su dominio. No se trata de un dominio puramente político, que se deje catalogar fácilmente dentro de la denominación excrecencia, sino de un dominio con sólidas bases materiales en el sistema económico soviético. Mal que le pese a la voz de la costumbre, es ese un hecho de una objetividad tan aplastante que no podrá ahogarlo en la objetividad unilateral de la planificación, aun si para obligarla a responder le concedemos hipotéticamente que ésta siga intacta. En el pasado hemos otorgado a la planificación la preeminencia sobre la contrarrevolución stalinista. Se justificaba por la esperanza de un renuevo revolucionario del proletariado soviético, y por la seguridad de que el triunfo de la revolución en algún país, modificaría la correlación mundial de fuerzas y provocaría la caída de la burocracia. De todas maneras hemos subestimado la importancia del factor contrarrevolucionario. La experiencia ha demostrado que la planificación no ha logrado modificar la burocracia, mientras que la burocracia sí ha modificado la planificación, hasta objetivarse ella misma en bien hincadas posesiones económicas. Si ayer, sólo con el poder político y privilegios económicos relativamente limitados, la burocracia logró guiar la planificación en su provecho, hoy puede asegurarse que contempla su gestión económica como una función de sus intereses particulares, con lo que obra fundamentalmente como una burguesía cualquiera, es decir, impulsada por el beneficio. Por consecuencia, es un monstruo disparate continuar hablando de lo objetivo revolucionario de la planificación, que se impone a la burocracia y se manifiesta a pesar de ella en la política interior y exterior. Cualquier manifestación de ese género no exige hoy nada menos que la destrucción revolucionaria de la burocracia y de sus principales instituciones.

Zigzagueando entre la izquierda y la derecha, los diversos regímenes de la historia, basados y todo sobre la propiedad privada, han tenido, en sus mejores momentos, manifestaciones políticas que, sin superar las bases del sistema económico en que reposaban, traducían su progresividad. El capitalismo pudo conceder, por presión de las masas si no voluntariamente, el sufragio universal y las llamadas garantías individuales. Pero en la URSS, de admitir la existencia de una auténtica planificación, tendríamos, sobre la base del sistema económico más progresivo de la historia -sólo superable por la sociedad comunista, sin clases y sin Estado- el más reaccionario de los sistemas políticos, comparable en la época moderna con el fascismo, y en la antigüedad con la fase más podrida del Imperio romano. Incluso sin ningún análisis económico se ve uno constreñido a reconocer que el sistema económico ruso debe estar ya muy lejos de la progresividad, o bien se desmoronan las relaciones entre lo económico y lo político, piedra angular de nuestras nociones y de la interpretación materialista de la historia. Desarrollo económico y desarrollo político tomarían entonces direcciones opuestas; la historia humana sería el caos inexplicable de Schopenhauer.

El argumento de la excrecencia que sin duda alguien nos interpondrá aquí, renquea a primera vista. No queda refutada la afirmación anterior reconociendo que la burocracia no representa un nuevo sistema económico, sino un momento de la indecisión entre dos polos, y que por lo tanto cuanto vemos en la URSS es transitorio. En primer lugar, lo transitorio no concede a ningún régimen permiso para guardarse la leyes históricas en el bolsillo, y desarrollarse progresivamente en el aspecto económico y reaccionariamente en el aspecto político, porque entre el sistema económico dado y la organización política hay una interrelación constante. En segundo lugar, no existe ninguna razón para esperar, en cinco años o en veinte más, un aflojamiento de la bestial dictadura burocrática. En ese sentido se puede contemplar únicamente una nueva revolución que devuelva al proletariado el poder y la economía. Si la gestión económica de la burocracia siguiese siendo objetivamente progresiva, se habría manifestado en la política interior y exterior, especialmente después del aniquilamiento del imperialismo alemán. Por el contrario, hemos visto reforzarse el absolutismo stalinista en la URSS, y practicar en el exterior una política de expoliación económica y de persecución del movimiento revolucionario, que deja a retaguardia la de los imperialismos. El que se considere la burocracia como algo provisional, lejos de justificar la separación del desenvolvimiento económico y del sistema político, arroja la duda sobre la existencia real de esa separación. ¿Quién no sentirá la necesidad de detenerse y reflexionar seriamente sobre ello?

Por otra parte, calificando de excrecencia la burocracia, señalando su carácter provisional, creemos hacer todo un análisis muy serio y científico, pero no hay tal. Es ahí, por el contrario, donde aparece la vulnerabilidad o insuficiencia de nuestro análisis anterior, que siendo actual para gran parte de la Internacional, y se manifiesta gravemente falsa la continuidad del defensismo. En cualquier forma social transitoria, lo más importante no es su transitoriedad sino la dirección en que marcha, a menos de caer, reconózcase o no, en la hilarante noción de una transitoriedad fija, en la cual la excrecencia burocrática no pasaría nunca de las proporciones de una verruga en el cuerpo humano. La Cuarta ha señalado frecuentemente el carácter contrarrevolucionario de la burocracia y su regresión hacia el capitalismo. No obstante, la defensa incondicional reposaba íntegramente en la confianza que la planificación, al llegar a un determinado grado de ensanchamiento, se desembarazaría de la excrecencia burocrática, recuperando su fisonomía socialista y revolucionaria. Esa perspectiva interior, se combinaba exteriormente con la esperanza que la revolución en Europa daría la mano al proletariado soviético, antes que la burocracia descuartizase el único resto de la revolución de Octubre. Aunque el triunfo de la revolución se haya retrasado más de lo que previó la Cuarta, nos parece hoy a nosotros que la confianza en ella justificaba más la defensa de la URSS que el simple factor objetivo de la planificación, aún dejando en suspenso por el momento su grado efectivo de existencia. ¿Por qué? Justamente porque aguardando un desarrollo ininterrumpido de la planificación atribuíamos a la burocracia, no las características de algo provisional, de una excrecencia, sino las de una clase consustancial con la planificación. En efecto, lo intrínseco de una clase es su unidad con el sistema económico que la sustenta, el que por intereses se ve obligada a desarrollar, creando así las condiciones de su común destrucción. Por el contrario, lo intrínseco de una excrecencia social o régimen provisional es su oposición de intereses con el sistema económico que la sustenta, el que no puede desarrollar sin acoplarlo paralelamente consigo misma, sin suprimir la contradicción. Recogiendo parcialmente esta idea, la organización internacional ha dicho siempre que la burocracia introducía cambios cuantitativos que a falta de nueva revolución se transformarían en cualitativos. Y bien, ¿existe alguien en la Internacional que necesite más explotación de la plusvalía por parte de la casta dominante rusa, más latrocinios legales o subrepticios, más millones de hombres condenados a la esclavitud pura y simple, más asesinatos y deportaciones en masa, más terror policíaco, más miseria de las masas, más distancia económica y social entre los de arriba y los de abajo, más anulación metódica de libertades, más prostitución de la conciencia social, más asfixia de toda manifestación cultural, más saqueo económico y opresión política de los territorios ocupados, más inundación de opio religioso y opio civil, más despotismo totalitario en general, para reconocer una transformación de la cantidad en calidad? ¡Conteste la voz de la costumbre, que frecuentemente se tranquiliza a sí misma asustando a los demás con la palabra dialéctica!

Para retornear nuestra idea, recurramos a la noción del bonapartismo, más o menos familiar a toda la Internacional. Debemos fijar principalmente la atención en las diferencias entre el bonapartismo napoleónico y el stalinista. Hasta ahora nos hemos fijado demasiado unilateralmente en las semejanzas.

Considerada como subversión social, como acción del hombre en su historia, la revolución francesa no fue obra de la burguesía sino de la masa pobre de las ciudades y de los siervos feudales. La destrucción completa y rápida del sistema económico y del aparato político del feudalismo hubiese sido imposible sin la conquista, por artesanos y obreros, del derecho de insurrección, algo que el proletariado moderno deberá tener en cuenta contra futuros termidores. Mediante él, los barrios pobres de París arrancaron medida tras medida a la mayoría moderada de la Convención, frecuentemente a los mismo jacobinos, e hicieron una irrupción en el poder político estableciendo el dominio de la Commune y proclamando el Gobierno revolucionario. Unicamente así pudo alcanzar la revolución burguesa su propio completamiento. Pero el dominio político de la masa pobre tenía que ser efímero, pues aún no desempeñaba en el sistema económico el cometido necesario para imprimir a la sociedad un rumbo socialista, aún no estaban suficientemente desarrollados los medios de producción. Sin embargo, no faltaron medidas económicas dirigidas contra la propia burguesía. Es un hecho puesto de relieve por Mathiez, que el golpe de estado de Termidor sobrevino cuando el Comité de Salud Pública intentó poner en práctica una ley de expropiación en beneficio de los indigentes, que afectaba a gran parte de burgueses y especuladores. La Commune y la masa pobre en general fueron reducidos a la impotencia, pero ya habían aniquilado para siempre el feudalismo.

El proceso de reacomodación social y política, que tiene lugar entre Termidor y la época bonapartista propiamente dicha, no puede ser considerado más que como la ordenación estable de la revolución burguesa. El bonapartismo no negaba la revolución, no destruía su obra; le daba legitimidad jurídica y la tranquilidad política indispensable al desarrollo de la economía capitalista. Bajo sus laureles militares y sus destellos de emperador advenedizo, Napoleón ocultaba la sordidez de un sistema cuyo progreso exigía rechazar la incursión política de las masas urbanas, y encerrarlas dentro del orden confinado por la esclavitud del salario y la dictadura de los capitalistas. En suma, dado que la capacidad de los medios de producción obstruía la perspectiva de una revolución socialista, obreros y artesanos, los sans-culottes en general tenían que ser alejados de los asuntos de la burguesía, una vez que hubieron destruido el sistema feudal. Termidor empezó esa obra y el bonapartismo la redondeó. Sin tomar la afirmación en un sentido demasiado literal, se puede asegurar que la revolución burguesa necesitaba un termidor y un bonapartismo, pues su cometido fundamental consistía en desarrollar una clase propietaria de los medios de producción y del poder político, y otra clase asalariada privada de ambos.

De la naturaleza profundamente diferente de la revolución proletaria, se deducen los efectos destructores que el bonapartismo debe producir en ella. Es imposible considerar el bonapartismo stalinista como una ordenación estable de la revolución social, ni como su legitimación jurídica, ni como necesario al ulterior destino histórico de la obra de Octubre. El sistema de producción y distribución a que abocaba la revolución francesa era consustancial con la burguesía, y la necesidad de poner a raya las clases inferiores produjo el bonapartismo. Por el contrario, el sistema de producción y distribución a que aboca la revolución proletaria es consustancial con el proletariado. El triunfo del bonapartismo toma, por consecuencia, un carácter completamente diferente, puesto que ataca a la clase identificada con el sistema de producción socialista, la desposee del poder político y de la gestión económica, y éstos pasan a estratos sociales -la burocracia política, técnica y administrativa- sin nada de consustancial con el destino socialista de la revolución. El único rasgo común entre el bonapartismo napoleónico y el stalinista, es la defensa de sus posiciones respectivas contra las clases poseyentes anteriores a la revolución y contra las masas. Pero mientras el bonapartismo napoleónico, asestando golpes a la extrema derecha y a la extrema izquierda, defendía el nuevo sistema de propiedad, el bonapartismo stalinista, particularmente encarnizado contra la extrema izquierda, lejos de defender la propiedad socialista, se constituye él mismo en su principal atacante. Su oposición a las antiguas clases poseyentes no procede de su identificación con la propiedad socialista, sino del imperio que ejerce sobre ella y contra ella, lo que le abre perspectivas económicas propias. El bonapartismo de la revolución francesa era una expresión política de la propiedad capitalista; afirmándose, afirmaba el nuevo sistema económico. El bonapartismo stalinista, por el contrario, siendo una expresión política de los intereses de los estratos sociales no proletarios -excepto la vieja burguesía-, destruye el sistema económico nacido de la revolución, a medida que se establece. Por eso hemos dicho antes de manera puramente afirmativa, que en boca de Stalin la invocación de la planificación como continuación de la revolución de Octubre, tiene mucha menos realidad que la invocación de la revolución francesa en boca de Napoleón III. Este era indiscutiblemente una emanación de las necesidades del sistema de propiedad surgido de la revolución francesa, cuando todavía el capitalismo no había agotado su fase de progresividad. Pero, ¿quién se atreverá a sostener que Stalin y su casta de parásitos estén tan firmemente enraizados en la propiedad socialista? ¿Y de no ser así, en qué para la identificación de los intereses de la burocracia con los de la planificación? A menos de negar con nosotros esa identificación, para en la idea esencial sostenida por la teoría del colectivismo burocrático. En efecto, según los abogados de éste, la burocracia técnica y política está interesada en desarrollar la estatización y planificación de la economía, se funde con ellas y saca de ellas las características de una clase. Condenándola y todo, una buena parte de la Internacional se halla hoy prisionera de la idea esencial del colectivismo burocrático.

El error proviene de un concepto puramente estático de la burocracia y de una idea demasiado tosca de la planificación. Hemos comparado frecuentemente la burocracia del estado obrero degenerado con la de un sindicato amarillo. Hasta cierto punto y por un determinado lapso de tiempo, la comparación era justa y expresiva. Pero entre ambas burocracias existe una diferencia esencial, cuya importancia, mayor con cada año transcurrido, debe constituir hoy una de las piedras angulares de nuestro análisis del fenómeno ruso y de nuestra conducta política frente a él. Tanto la burocracia sindical como la de los partidos reformistas, es retenida dentro de sus propios límites1 por la existencia del capitalismo, propietario de los medios de producción y del poder político. Su función social está precisamente determinada por el choque entre los polos antagónicos de la sociedad; ella amortigua la lucha de clases compatibilizándola hasta donde le es posible con la sociedad actual. Es útil a la burguesía como rompiente de actividades revolucionarias, y al mismo tiempo no puede desligarse por completo de los intereses del proletariado, sin destruir la fuente de sus privilegios y perder entre las masas la influencia que la hace útil a la burguesía. De ahí su considerable estabilidad como burocracia obrera.

Muy otra es la situación de la burocracia stalinista en la URSS. También ella se encontraba, al principio, situada entre el proletariado y las tendencias restauradoras de la burguesía, la pequeña-burguesía urbana y los kulaks. Era el período en que podía considerarsela sin ninguna reserva como burocracia obrera. Para no perder su posición, tenía que desarrollar la economía estatal planificada. Pero a medida que lo hacía, eliminando por completo la posibilidad de restauración capitalista por conducto de las viejas clases, la burocracia se diferenciaba más y más del proletariado económica y políticamente, constituyendo un centro propio de intereses conservadores. En vísperas de la guerra su imperio sobre el poder, sobre la producción y la distribución, era redondamente totalitario; había dejado de ocupar una posición intermedia. En efecto, aparece innegable que la sociedad soviética o rusa -nosotros preferimos llamarla rusa-, los polos extremos son, desde hace años, la burocracia en la extrema derecha y el proletario en la extrema izquierda. Pero es ese un hecho esencial que modifica decisivamente la función social de la burocracia, y del cual la Internacional debe sacar cuantas consecuencias se derivan, so pena de abandonarse a una modorra teórica de graves consecuencias.

¿Por arte de qué mecanismo o ley histórica, la extrema derecha de la sociedad rusa habría de erigirse en guardiana -siempre a su pesar- de la economía planificada? Si así lo hiciese, la burocracia no obraría a su pesar, sino con plena libertad en defensa de sus intereses. Lo que antaño la obligaba a desarrollar la planificación, era el miedo a ser desalojada de sus posiciones de mando y privilegio por una restauración de las antiguas clases. Ese peligro es hoy absolutamente inexistente. Si bien es cierto que tanto en el campo como en la ciudad quedan viejos remanentes de propiedad privada o se ha creado nueva, en ambos casos la mayoría de ella está estrechamente ligada a la burocracia, y en cuanto tiene de independiente representa una pluma comparada con el abrumador, conservador monto de intereses económicos de la casta dominante. Económica y políticamente, la burocracia es la extrema derecha reaccionaria. Nada existe que pueda obligarla a apoyarse en el proletariado y desarrollar la planificación. Si a pesar de todo la voz de la costumbre insiste en que la burocracia guarda los intereses fundamentales de la planificación, entonces debe despojarse de hojarasca terminológica y reconocer llanamente que la teoría del colectivismo burocrático está en lo justo: burocracia y planificación son consustanciales para toda una etapa histórica, se combinan en un sistema en el cual la primera tiene la potestad de asociar la producción socialista con el sistema capitalista de reparto, explotación y jerarquía.

Conviene salir al paso a una objeción probable. No sería más que un juego de prestidigitación el tratar de colocar la burocracia rusa entre el proletariado y la burguesía mundial, representarla zarandeada y temerosa entre la amenaza revolucionaria del uno y la amenaza reaccionaria de la otra, en consecuencia obligada a seguir cargando con la cruz de la planificación, con el objeto de defenderse de ataques exteriores. Cuando las estadísticas rusas susceptibles de mostrar el proceso molecular de la evolución social puedan ser examinadas libremente, veremos que ha sido precisamente durante el ataque de la burguesía exterior, cuando la burocracia ha concentrado en sus manos mayor cantidad de recursos económicos identificables con los del capital privado, y cuando ha dentelleado definitivamente la planificación. El ataque que de la burguesía exterior, representémonos el pasado del imperialismo alemán o un futuro del imperialismo yanki-británico, no encuentra en el interior de Rusia ninguna clase situada a la derecha de la burocracia, a la que salvar de la barbarie bolchevique. En caso de futura derrota militar de Rusia, cualquier transformación que impongan los vencedores tendrá que efectuarse con la complicidad de la burocracia y sobre la base de la burocracia. Aún suponiendo -cosa improbable- que indemnizaran con nuevas propiedades a los descendientes de los viejos capitalistas y terratenientes expropiados por la revolución, siendo de creación posterior la abrumadora mayoría de la riqueza, sólo en la burocracia podría encontrar sus más legítimos propietarios, aparte el botín que se acuerden los vencedores. La situación se parecería a la del imperialismo alemán vencido. Excluida pues toda posibilidad de transformación social derechista que la destruya por completo, la burocracia contempla la amenaza exterior de la misma manera que la clase capitalista de cualquier país, va a la guerra para defender su presa, la aprovecha para reforzar los grilletes impuestos al proletariado, su principal enemigo, puesto que es el único que amenaza destruirla por completo, y descarga sobre él la totalidad de los sacrificios. No tiene ninguna necesidad de hacer concesiones al proletariado desarrollando la planificación, lo que no quiere decir que se vede el aprovechamiento demagógico de algunas tradiciones revolucionarias. Ha sido en el momento que los ejércitos alemanes parecían más cerca de la victoria, cuando Moscú colocó todo el proletariado -ya atado a la fábrica como el siervo feudal a la tierra- bajo la ley marcial aplicada por la G.P.U., y cuando anunció ostentosamente la aparición de los millonarios soviéticos. No son más que pobres revolucionarios desecados en estadísticos quienes, incapaces de inferir lo que esos hechos ocultan, se emperran en reclamar: ¡cifras, cifras!

Mirando la cosa de cerca, la intervención de los ejércitos imperialistas, aún concediéndole de antemano la victoria, amenaza hoy a la burguesía como capa social, menos de lo que amenazaba a la burguesía francesa de 1814 la intervención de las potencias feudales. No se trata de una exageración. Ante todo, bajo su organización actual, Rusia es, junto con Estados Unidos e Inglaterra, una potencia contrarrevolucionaria de primera magnitud. Los imperialismos deben sentirse aterrados ante la sola idea que pudieran abrirse los campos de concentración y de trabajo, las cárceles y los aisladores políticos, vomitando por todo el país sus millones de hombres ávidos de venganza contra la burocracia, alimentados por la esperanza de un retorno a Octubre, y entre los cuales quizás sobrevivan centenares o millares de bolcheviques. Un debilitamiento de la burocracia, fácilmente acarrearía insospechadas probabilidades de restauración del poder revolucionario. Washington y Londres, que lo saben, rinden al poder stalinista el respeto debido a un guarda del orden que ellos mismo no superarían ocupando militarmente Rusia. En segundo lugar; la burocracia semeja muchísimo más a la gran burguesía imperialista, que la burguesía francesa de 1814 a la nobleza feudal de sus atacantes. Los jerarcas stalinistas, riquísimos frecuentemente, carecen, cierto, de títulos de propiedad sobre los medios de producción. Pero la propiedad colectiva de éstos ha venido a ser una ficción jurídica cada vez más alejada de la realidad social. La intervención de los imperialistas, todo lo más, aceleraría el proceso de apropiación por la burocracia, único canal posible de vuelta completa a la propiedad privada.

No existe pues nada, ni interior ni exteriormente, que ate la burocracia al proletariado, obligándola a continuar desarrollando la planificación. La IVª Internacional debe desembarazarse del concepto estático de la burocracia rusa. Su evolución ha ido ya muy lejos. No se tiene derecho a atribuirle los caracteres peculiares de una burocracia obrera, sino más bien los de una clase cuya estructura definitiva se halla todavía en proceso de cristalización, y que para cristalizar enteramente tiene que impedir la revolución proletaria dondequiera surja, e integrarse en las formas decadentes que adopte el capitalismo mundial. Veremos más lejos que la organización stalinista de Rusia podría tal vez representar una avanzada de esas formas.

Pero antes de abordar ese problema más ampliamente, penetremos en la fortaleza de la planificación stalinista, donde se encastillan los partidarios de la defensa de la URSS, definamos la planificación con arreglo al criterio marxista, midamos por ese rasero lo que hay en Rusia. Descubriremos que la fortaleza, carente de cimientos, no sólo no puede ser defendida, sino que amenaza desplomarse sobre las cabezas de quienes siguen refugiándose en ella.

Para situar mejor el sujeto y evitar que el bosque nos impida ver los árboles, hay que recurrir a una noción marxista muy simple, que creemos ha sido bastante descuidada en relación con la economía y la burocracia soviética. Nos referimos al carácter de la sociedad de transición. La diferencia entre ésta y la sociedad capitalista consiste, económicamente, en que la propiedad de los medios de producción ha pasado de la burguesía a las clases productoras, quienes organizan la producción con arreglo a un plan que satisfaga las necesidades sociales. Si tomáramos a la letra esta idea básica de nuestra concepción del desenvolvimiento socialista, habría que concluir rigurosamente que la sociedad deja de estar en transición al socialismo y sufre una nueva expropiación, en el momento en que las clases productoras son desalojadas del poder político y de la dirección económica, lo que desde hace muchos años es un hecho ferozmente impuesto en Rusia. Pero admitamos que entre la pureza de la concepción ideológica y la realidad viva se produzca a veces un desencaje, cuyos intersticios pueden ser llenados diferentemente, según la situación concreta, sin que la sociedad pierda su rumbo fundamental de transición al socialismo. En el caso de Rusia, la burocracia stalinista llenaría los intersticios puestos al descubierto por el desencaje práctico de la sociedad de transición respecto de la concepción pura de la misma, y en ellos encontraría, a la vez la base de su diferenciación del proletariado como burocracia, y el nexo de su función particular, en tanto que burocracia obrera, con la función histórica del proletariado. De todas maneras, por más amplitud que concedamos al desencaje, no puede rebasar ciertos límites sin alterar la naturaleza misma de la sociedad. Ya es a primera vista monstruoso y repugnante suponer un nexo cualquiera entre la burocracia stalinista -que ha rebasado largamente todos los límites imaginables- y la función histórica del proletariado. De hecho, tanto la Internacional como Trotsky personalmente han negado reiteradamente la existencia de ese nexo. Pero impongamos mordaza a la sensibilidad, aunque en cuestiones de difícil elucidación ella sea frecuentemente el mejor guía, y llevemos la objetividad hasta el límite máximo, rayando en el disparate. Sabemos por las más aplastantes evidencias que el proletariado no tiene en Rusia más participación en el poder político, que la que le hace sentir el constante terror de la G.P.U.; sabemos que está rigurosamente excluido de la dirección económica y sometido a un sistema de explotación mucho más inicuo que en cualquier país capitalista; sabemos que su lote en el reparto de los productos es exactamente el del esclavo, mientras la burocracia se rodea de un lujo asiático; a pesar de todo, nos resignaríamos a creer que la sociedad rusa sigue estando en transición al socialismo, si la burocracia, siendo y todo criminal y ladrona, ordenase la marcha de la economía con arreglo a las necesidades históricas del consumo general. Esa es la razón y el objetivo de la planificación, que no se debe confundir con un plan de producción cualquiera; sin eso la sociedad puede estar en transición hacia donde se quiera, salvo hacia el socialismo.

Menester es decir aquí que el escamoteo estadístico, practicado con especial prurito por la burocracia al establecer los proyectos y balances de los planes quinquenales, ha logrado tan bien su objeto de ocultar las realidades económicas más importantes para el proletariado soviético y mundial, que aún hoy sigue alucinando incluso a numerosos trotskistas. Más si escrutamos un poco en el fárrago de las cifras propagandísticas, nos daremos cuenta que ni nosotros ni nadie, fuera de las altas esferas burocráticas, ha conocido en los últimos diez años las cifras básicas de toda economía que marche hacia el socialismo siquiera sea a paso de tortuga, a saber, la distribución concreta del producto del trabajo social, base de la reproducción y ampliación de la riqueza total. Y era eso lo único que nos hubiera permitido considerar panorámicamente la marcha de la economía, y asegurar sin riesgo si la burocracia continuaba desenvolviendo progresivamente la planificación o si sus incisiones capitalistas, por nadie negadas en la Internacional, la desviaban y falseaban.

En la sociedad burguesa, la reproducción ampliada del capital se efectúa partiendo de los intereses de la clase propietaria. En la sociedad de transición, lo mismo, ya que en la futura sociedad comunista, la reproducción ampliada ha de efectuarse partiendo de las necesidades sociales. Marx ha dado en su obra fundamental, El Capital, la fórmula de la reproducción capitalista, c + v + pl, en la cual c representa el capital constante o medios de producción, v el capital variable o medios de subsistencia para los trabajadores, y pl la plusvalía de los capitalistas, la cual se divide en una parte consumida por ellos en forma de medios de subsistencia y otra capitalizada para el aumento de la producción o reproducción ampliada. En la sociedad capitalista, c no puede aumentar sino en la medida en que los capitalistas encuentran mercado para realizar la plusvalía contenida en el excedente de mercancías resultante. Y solamente en una proporción al aumento de c aumenta también v. En una sociedad planificada, por el contrario, el aumento de c depende únicamente de las necesidades de v, en donde queda incluida la totalidad de la población, y de la magnitud de pl. Pero pl ya no es propiamente plusvalía, es decir, beneficio de los capitalistas, sino plustrabajo a la disposición de la sociedad para el aumento del capital constante y la reproducción ampliada conforme a sus necesidades. Dicho de otra manera, en la sociedad planificada los medios de producción necesarios están determinados por los medios de subsistencia necesarios, el consumo preside a la capitalización, al paso que en la sociedad capitalista ambos están presididos por la plusvalía realizada, no existen sino en la medida en que satisfacen los intereses particulares de la clase propietaria.

Tanto Carlos Marx como Rosa Luxemburgo han observado que el esquema de la reproducción ampliada del capital conserva su validez objetiva para la economía planificada, sólo que en esta última relación de los términos c + v + pl queda decisivamente alterada. Procuremos fijar la diferencia para enjuiciar lo que ocurre en Rusia. Bajo el capitalismo, v, salarios o medios de consumo para la clase trabajadora, se halla reducido al mínimo indispensable en relación con las condiciones reinantes en el mercado del trabajo. Lejos de intervenir como factor determinante en el proceso de la reproducción ampliada, no es más que uno de sus resultados. Por su parte, pl, la plusvalía concentrada en manos de la clase propietaria, es gastada en buena parte por el consumo exorbitante de sus detentadores, y va en otra parte a aumentar la cuantía de c, o sea de los medios de producción, pero únicamente si tiene la posibilidad de transformarse de nuevo en plusvalía. Todo el proceso de la reproducción ampliada depende pues, bajo el capitalismo, de pl, más concretamente, de la apropiación del plustrabajo, que se convierte así en plusvalía, por la clase propietaria de los medios de producción. Ahí se originan el desarrollo caótico y todas las contradicciones inherentes al capitalismo. Mediante una unificación o control de los capitales privados -ya en vía de aplicación en los principales países- el desarrollo caótico puede ser atenuado considerablemente, pero sólo para hacer resaltar con mayor violencia la contradicción fundamental, aquella que opone el carácter de la producción y el reparto capitalistas, a los intereses del consumo y del progreso técnico y cultural de la humanidad. Para superar esa contradicción no basta eliminar la propiedad privada de los medios de producción, hay que eliminar también la apropiación de la plusvalía por una categoría social. En efecto, al llegar la economía a un determinado volumen desde hace tiempo alcanzado mundialmente, el proceso de reproducción ampliada se ve obstaculizado por la dependencia completa de la relación c + v + pl, de los intereses de la categoría social a quién beneficia pl. Ello entraña importantes consecuencias, sobre todo en relación con una organización social como la rusa.

La intervención de la revolución proletaria resuelve aquella contradicción poniendo los medios de producción en manos de la sociedad, haciendo desaparecer pl, en tanto que plusvalía manejada por una categoría de la población y, tratándola como plustrabajo, haciendo depender su capitalización de las necesidades del consumo. El punto de reposo de la fórmula c + v + pl, pasa así íntegramente de pl a v. Este último se convierte, de un resultado accesorio de la reproducción ampliada, en su factor determinante. Y por su parte pl, devuelto a su legítima naturaleza de plustrabajo social, puede convertirse directamente en nuevos medios de producción, sin pasar por la metamorfosis que para realizarse e invertirse de nuevo se ve obligada a sufrir la plusvalía capitalista, o bien puede dividirse en una parte destinada al aumento subsecuente de la producción y otra al aumento del consumo inmediato. El problema dependerá en gran parte, naturalmente, de la forma en que los productos vengan al mundo, de la relación entre las cifras de elementos de producción y elementos de consumo fabricados en cada ciclo. Nos encontramos ya en el tan ansiado dominio de la economía planificada, y eso no puede ser indiferente a la suerte de ella.

Con el objeto de aligerar este estudio lo más posible, hemos prescindido hasta ahora de la división que establece Marx en la reproducción ampliada del capital. Distingue un sector dedicado a la producción de elementos de producción, y otro a la producción de elementos de consumo. Es preciso tenerlo en cuenta en lo sucesivo, pues no es arbitrariamente que Marx hace partir la reproducción ampliada, bajo el capitalismo, de las necesidades de la sección elementos de producción, mientras en una economía planificada debe originarse en las necesidades de la sección elementos de consumo. La diferencia es esencial e implica todo el concepto planificación para el consumo. Sobre base capitalista, el aumento del capital constante se opone al capital variable o consumo de los trabajadores en un doble sentido: constituye un fin en sí mismo para los explotadores de la plusvalía, y la desproporción entre el aumento del uno y del otro es más desventajosa para el capital variable a medida que crece la productividad del trabajo. Sobre la base de la economía planificada desaparece esa doble oposición. Todo cálculo de ampliación de la producción deberá tener por motivo y objeto la ampliación del consumo, de lo contrario no puede haber sociedad en transición al socialismo.

Tratemos, finalmente, de fijar el carácter de los términos de la fórmula c + v + pl, y sus relaciones recíprocas, en la reproducción ampliada de una economía planificada.

El capital constante c ha pasado de los capitalistas a la comunidad. Dividiéndose en instrumentos de producción de instrumentos de producción, e instrumentos de producción de artículos de consumo, sólo puede ser contemplado como la cantera de donde la población saca la riqueza necesaria a la organización de la sociedad comunista. Ya no está regido por los capitalistas de pl, sino por los trabajadores de v.

El capital constante c ha pasado de los capitalistas a la comunidad. Dividiéndose en instrumentos de producción de instrumentos de producción, e instrumentos de producción de artículos de consumo, sólo puede ser contemplado como la cantera de donde la población saca la riqueza necesaria a la organización de la sociedad comunista. Ya no está regido por los capitalistas de pl, sino por los trabajadores de v.

El término v ha dejado de representar trabajadores asalariados o capital variable propiamente dicho. Comprende el consumo de la totalidad de la población, puesto que las categorías no incluidas estrictamente en él, burócratas, soldados, policías, maestros, escritores, enfermos, incapacitados para el trabajo, etc., recibirían su poder adquisitivo del producto total de v, directamente o por medio de la organización social. El hecho que v haya dejado de representar trabajo asalariado, significa que sí bajo el capitalismo las necesidades de la población desaparecen entre c y pl, es decir, entre los medios de producción propiedad de una categoría social y los beneficios de ésta misma, en la planificación v aparece dominando y combinando c y pl, teniéndose a sí mismo por medida de ambos. En cuanto v pierda esa cualidad determinante, se convierte otra vez en trabajo asalariado, la planificación se embrolla, da marcha atrás, se hace imposible todo desarrollo económico progresivo.

A su vez, pl deja también de ser plusvalía de una categoría de la población, quién la reinvierte o gasta según sus intereses o veleidades. No es más que el plustrabajo con que cuenta la sociedad para encarar la reproducción ampliada; está íntegramente a la disposición de v, para el incremento de c y para su propio consumo. La impersonalización de pl es la condición más indispensable para la conservación y desarrollo de la planificación socialista. La concentración de la plusvalía en manos de una categoría social, sin necesidad de que sea propietaria de los medios de producción en un sentido estricto, modifica forzosamente la distribución en forma capitalista, y no puede dejar de imprimir a la reproducción ampliada el rumbo necesario para agrandar las diferencias de reparto. El carácter de los medios de producción resulta así afectado. Sin duda, en la primera etapa de la sociedad de transición, cuando todavía el reparto de los productos y las costumbres conservan la huella capitalista, algunas categorías de la población se beneficiarán aún de la plusvalía. Ese era el caso, durante los primeros tiempos de la revolución rusa, de los técnicos no afiliados al partido bolchevique, cuyo trabajo pagaba a precio de oro. No obstante, v, la población trabajadora en posesión de los instrumentos de trabajo, disponía la distribución de pl. En cambio, resulta imposible atribuir la misma excepcionalidad inofensiva a la sistemática explotación de la plusvalía practicada por la burocracia stalinista.

Si tomamos un ciclo de producción inmediato a la sociedad capitalista, la reproducción planificada debería proceder a deducir del producto total:

  • Una cantidad de elementos de consumo para la población, aproximadamente igual a la empleada con los mismos fines bajo el capitalismo.
  • Otra cantidad de medios de producción para reponer los que han sido gastados, parte que se halla incorporada en los productos obtenidos.
  • El monto restante de la producción, lo que constituye el plustrabajo, que desde el primer instante sería muy superior al monto restante bajo el capitalismo, debido a la desaparición del derroche de las clases capitalistas y a la disminución de los gastos de administración y gobierno, quedaría en manos de la sociedad para ampliar la producción en el ciclo siguiente.

Esta imagen de la sociedad de transición es la dejada por Carlos Marx en la Crítica del programa de Gotha. No es superfluo recordar que Marx, después de haber deducido lo necesario para aumentar la producción, supone que aún quedaría para aumentar el consumo inmediato de los trabajadores. Indicaba así, por una parte, que en la sociedad de transición los productos pierden la categoría de mercancías que tienen bajo el capitalismo, por otra parte, que por relación a los fines históricos el reparto es objeto, la propiedad colectiva y la planificación, medios. Nosotros podemos en esto hacer una concesión a la objetividad mecanicista en que se atrinchera la voz de la costumbre, y reconocer que el empleo íntegro del plustrabajo social en aumentar el capital constante no altera el carácter de la sociedad de transición durante sus primeros ciclos. Ello no hace más que plantear con mayor magnitud el problema del reparto en los ciclos siguientes, que arrojarían una masa acrecentada de productos. Incluso si vamos hasta suponer que al principio todo el plustrabajo social aparece en la sección elementos de producción, excepto un mínimo de elementos de consumo indispensables para los trabajadores adicionales que pondrán en movimiento las nuevas máquinas, es imposible contemplar una serie de ciclos de producción de diez o veinte años, por ejemplo, sin que del aumento ininterrumpido de c resulte un aumento del consumo de v. Va en ello la suerte de la sociedad de transición, es decir, de la economía planificada. No se trata solamente de la satisfacción inmediata de una clase obrera que una objetividad coja desestima demasiado desenvueltamente, sino de las condiciones materiales que han de permitir una elevación constante del nivel técnico y cultural, en cuyo defecto la planificación se hace impracticable, se convierte en simple plan y el plan en expresión de los intereses de una categoría social.

En suma, para que la producción ampliada de la sociedad de transición conserve su tendencia socialista, es preciso:

  1. Que el plustrabajo, pl, deje de concentrarse en una categoría social, sin lo cual su distribución entre c y v no puede ser hecha con arreglo a los intereses de v, sino con arreglo a los intereses de la categoría social que maneja pl. Esa es la piedra angular de la planificación.
  2. Que los productos pierdan la naturaleza de mercancías que tienen bajo el capitalismo. De lo contrario el consumo de las masas, y la capitalización, se encuentran trabados por la realización de la plusvalía en forma monetaria o en forma de posesiones, como en la sociedad burguesa, fomentando el desarrollo de capas sociales especialmente interesadas en ella.
  3. Que la educación técnica y la cultura general de la población trabajadora comprendida en v se eleve. Esta condición es una consecuencia del reparto. Sin ella, el aumento mismo de c y la planificación se hallan limitadas por la capacidad -que representa también intereses económicos- de la minoría técnicamente capaz. Por otra parte, es también condición del debilitamiento y desaparición del Estado.

Sin estas tres condiciones, la propiedad colectiva de los medios de producción se hace ficticia, y el hombre continúa estando separado de los instrumentos de trabajo, origen de toda sociedad dividida en clases.

Incluso los más calurosos defensistas de Rusia no se atreverán a afirmar que la distribución del producto total del trabajo haya sido hecha por la población trabajadora comprendida en v, o siquiera respetando sus intereses elementales. Desde que la planificación empezó a ser un hecho mundialmente conocido, ya triunfante el termidor stalinista, el plustrabajo social ha sido manejado por la burocracia. Tras del pl hubo desde ese instante, como en el capitalismo, un grupo de hombres. Forzosamente recuperaba así el carácter de plusvalía en la misma medida en que la burocracia afirmaba su dominio. No se dice nada nuevo asegurando que en la planificación rusa han estado siempre presentes los intereses de la burocracia. Pero tenemos el más imperioso deber de reconocer todas las consecuencias a que ha conducido el hecho que la relación c + v + pl no haya estado regida por v, cosa indispensable en un sistema de producción para el consumo , sino por una categoría social emboscada tras de pl.

Lo primero que puede observarse es que incluso en su mejor época, la del primer plan quinquenal, la planificación ha producido únicamente para satisfacer las necesidades militares y las nuevas necesidades de consumo de la burocracia, no menos exorbitantes que las de la burguesía. Sin duda, las necesidades militares, en un país revolucionario cercado por el capitalismo, forman parte de las necesidades generales del país. Pero, interpretadas por la burocracia, llevaban el sello de su carácter político y social reaccionario. Renunciando al gran objetivo estratégico del proletariado, la revolución mundial, el stalinismo no realizaba una maniobra defensiva o un simple error oportunista; traducía a escala internacional sus necesidades contrarrevolucionarias en el interior. La naturaleza y la misión del ejército debía sufrir pues una alteración radical. Le era menester un gran ejército de cuartel, un ejército prusiano en el sentido más prusiano de la palabra, dirigido tanto contra las potencias exteriores como contra la revolución internacional, principalmente en los países colindantes, y sobre todo contra las masas soviéticas. En efecto, el ejército stalinista es ante todo una fuerza de policía contrarrevolucionaria, a través de cuyas necesidades florecen las bases económicas de la burocracia. El ejército brinda a ésta el más basto campo de diferenciación, al mismo tiempo que el aparato armamental indispensable para mantener la población apabullada. Cuando, mediado el decenio veinte, Stalin, ya afianzado en el poder, espetaba a la Oposición de Izquierda: Los cuadros actuales no podrán ser cambiados más que por la guerra civil, no hacía una frase polémica; se refería al ejército y a la policía y daba la señal para un monstruoso desarrollo de ambos. Tanto que hoy Rusia es el país más militarista del mundo. La España franquista misma le es inferior en ese dominio. Franco destina a gastos militares un poco más del 35% del presupuesto total del Estado para 1946. Stalin, en 1945, dedicaba al mismo propósito más del 45%. Y es sabido que ha prometido aumentar, no disminuir los gastos de guerra del primer presupuesto después de la paz. Por añadidura, en el porcentaje de Franco hemos incluido los gastos de policía, que en el presupuesto figuran como renglón diferente. Es imposible hacer lo mismo con el presupuesto de Stalin, porque oculta los gastos de policía bajo otras denominaciones, quizás bajo el sector social y cultural.

Desde el año 1929, el nivel de vida de las masas trabajadoras ha estado en descenso continuo. Había llegado a su punto más alto en 1928, un 25% más que antes de la primera guerra mundial, en 1913. A medida que van aplicándose los planes quinquenales, la inflación, el alza de los precios y la masa de impuestos descargados cada vez más abrumadoramente sobre los artículos de consumo popular, restringen progresivamente los salarios reales, de tal manera que si por relación a 1913 eran en 1928 de 125, en vísperas de la entrada de Rusia a la guerra, el año 1940, ya habían caído a 622. Este desplome del nivel de vida de las masas está indirectamente confirmado por la burocracia, que no publica índices de precios desde 1930. Tres planes quinquenales redujeron el consumo de las masas a la mitad de lo que era antes de que se consolidara el termidor stalinista.

Podemos obtener una idea aproximada de la explotación intensiva a que vive sometido el proletario ruso, por el siguiente dato exhibido con optimismo en las estadísticas oficiales: en 1939, la jornada de trabajo de un koljosiano producía 98 kilos de grano; la paga de la misma jornada equivalía a 4 kilos. Eso arroja un saldo de trabajo no pagado o plusvalía, superior al 96%3. Los obreros de fábrica, con toda certidumbre, no salen mejor librados. Así se explica que al presidente de la Cámara de Comercio americana, Johnson, se le hiciera la boca agua observando los métodos de explotación practicados en las fábricas rusas. ¿Qué determina esa horrenda explotación, las necesidades de una economía en transición al socialismo, o siquiera progresiva? ¡Disparate! Unicamente los intereses económicos reaccionarios de la casta dominante.

En la misma medida en que se reducía la parte de las masas en la distribución del producto total del trabajo, crecía necesariamente el plustrabajo social restante. ¿Qué se ha hecho de él? ¿Cómo ha sido empleado? Una enorme parte que nadie está en condiciones de calcular, pues es la que más interés tiene el Kremlin en ocultar, es despilfarrada por lo que los propios gobernantes rusos llaman la inteligentzia, o sea, la casta privilegiada, desde los capataces o stajanovistas hasta el padre de los pueblos, pasando por los ingenieros y directores de fábrica, los presidentes de koljos, la oficialidad militar, los agentes de la G.P.U. y los escritores mercenarios. Otra parte todavía menos calculable ha sido atesorada por esa misma ralea, de entre la cual han salido los tan ensalzados millonarios soviéticos. El resto ha sido capitalizado con el más completo desprecio de las necesidades del consumo social, más exactamente hablando, del consumo de las masas, puesto que la producción de artículos de lujo es la única que registra un gran porcentaje de elevación entre todos los elementos de consumo.

La reproducción ampliada se ha polarizado en la sección elementos de producción, y dentro de ella, no en el sector que permitiría incrementar los elementos de producción de la sección artículos de consumo, sino casi exclusivamente en el sector producción de guerra. En 1929, los artículo de consumo representaban el 55,6% de la producción total, en 1940 sólo el 39%; una reducción de más del 16%, lo que representa mucho más relativamente el aumento de la población. Consecuentemente, los gastos de guerra pasaron del 8.9% del presupuesto, en 1933, a algo más del 45% en 1945, y continua el desarrollo en el mismo sentido. Pero no obstante el fantástico tragadero de las inversiones militares, la inversión total en la industria baja del 60.8% del presupuesto en 1933, al 33% en 1940. Evidentemente, la reproducción ampliada se estrellaba en el tope de los intereses económicos de la inteligentzia. ¿Y qué objetividad revolucionaria contiene una economía cuyo desarrollo está limitado y determinado por los intereses de una minoría social? Ninguna. Esa misma característica constituye el origen de la índole reaccionaria de la economía capitalista, índole a la que no escapa la economía rusa de hoy. Afirmando lo contrario, los partidarios de la defensa de la URSS caen una vez más en el terreno del colectivismo burocrático, a menos que identifiquen el cometido del stalinismo con el de la burguesía en su época progresiva.

Podemos aún insistir con datos impresionantes sobre el carácter reaccionario de la economía rusa. Por ejemplo, los impuestos. El stalinismo ha recurrido a un sistema de gravaciones sobre los artículos de primera necesidad, desaparecido en Europa occidental con la Edad Media. El pan paga un tributo de 75%, otros productos agrícolas al 80%. Y mientras los artículos de seda tributan del 21 al 37%, el percal tributa el 48%, y el petróleo para la calefacción popular y para el alumbrado en muchos sitios, el 88%. De ahí resulta que el 20% de los ingresos del Estado, en 1940, procedía de los impuestos indirectos, y en 1945 el 40%4. En cambio, los productos de la industria pesada no están gravados más que de 0,05 al 1%, lo que no representa una facilidad para la industrialización, sino para la concentración de la plusvalía en manos de la inteligentzia. Los directores de fábricas y truts tienen participación en las utilidades de sus empresas, 4% hasta el límite previsto y 50% del exceso. Pero no insistiremos demasiado en estos datos, considerados bagatelas por quienes se consuelan representándose lo progresivo de la nacionalización y la planificación, a pesar de todo, en el Estado obrero degenerado. Ataquémosles en su reducto.

Para ello tenemos que volver por un momento a la fórmula de la reproducción ampliada, si bien árida, implacable para poner al descubierto la naturaleza de una economía. Como hemos visto, desde principios del primer plan quinquenal hasta finales del tercero los salarios reales sufren una reducción del 50%. En la misma medida tiene que haber aumentado el saldo global de pl, o más si el stajanovismo, el universal trabajo a destajo y la mecanización han acrecido la productividad media. Si las relaciones de la fórmula c + v + pl estuviesen regidas por los intereses ulteriores, si no inmediatos, de v, supuesto básico indispensable de la planificación en el sentido marxista, cada ciclo de rotación económica comprendido entre 1929 y 1940 debería registrar un alza geométrica de la capitalización y de la producción. La realidad que se desprende de las cifras dadas en las páginas anteriores no dejan lugar a engaño. El alza registrada es relativamente insignificante, y frecuentemente se convierte en baja. ¿Dónde ha ido a parar el 50% de plusvalía excedente arrancado al proletario entre 1929 y 1940? Necesariamente a los bolsillos de la inteligentzia, pues la plusvalía no se evapora, y por otra parte, en una sociedad que acaba de expropiar a los expropiadores, tampoco se pueden constituir los múltiples y monstruosos privilegios materiales hoy detentados en Rusia por varios millones de individuos, sin redoblar la explotación de las masas en grado mayor que bajo las antiguas clases poseyentes. La burocracia, hace veinte años, partía de nada, mientras la burguesía contaba por respaldo con siglos de acumulación progresiva y de consagración de sus derechos. De ahí que, para la contrarrevolución stalinista, sea un imperativo de vida o muerte, un imperativo histórico en el sentido reaccionario, gravar continuamente a v con mayor trabajo y menor paga. ¡Espléndida transición al socialismo!

Desde el momento en que la reproducción ampliada, c + v + pl, encuentra en el término pl, no meramente un saldo de plustrabajo indispensable para el progreso social, sino una categoría de la población que se lo apropia y administra, resulta imposible hablar de planificación. Para un revolucionario, planificar significa, no proyectar un plan cualquiera de producción, lo que hoy están en condiciones de hacer muchos despreciables países capitalistas, sino un plan que combine las inversiones en c con las necesidades de v. De los términos de la fórmula, c es continuamente pasivo, contémplese el capitalismo o la sociedad de transición. La reproducción puede únicamente reposar sobre v, o sobre pl. Si reposa sobre v, los productos dejan de ser mercancías y se reparten entre v, consumo inmediato, y c, capitalización para aumento subsecuente del consumo, con arreglo a los intereses de la mayoría de la población. Si reposa sobre pl, ni c ni v pueden crecer sino afirmando y aumentando las posesiones económicas de la minoría que convierte el plustrabajo social en propiedad suya, los productos devienen otra vez mercancías, imposibilitando el acrecentamiento normal de c, y el sistema de producción entra en contradicción con los intereses del proletariado y de la humanidad5. Sin que pueda precisarse una fecha exacta, es eso lo que ha ocurrido en Rusia. Para afirmar lo contrario tendría que demostrarse que la inteligentzia no se ha constituido en propietaria de la plusvalía. Hablar de planificación en Rusia es hoy una burla sangrienta para las masas, y una concesión a las tendencias decadentes del capitalismo mundial. Lo más que existe bajo el stalinismo es un plan determinado por los intereses de una minoría acaparadora de pl, plan tan en contradicción con los intereses del progreso histórico como la economía inglesa o la americana.

Sería un entuerto incongruente procurar desnaturalizar el argumento anterior echando mano de las fanfarrias de la defensa nacional. Las necesidades industriales de la defensa militar no dejan de llevar el sello ominoso de la esclavitud stalinista. Supongamos, haciendo otra concesión al mecanismo defensista, que un poco por necesidad y otro poco o un mucho debido a las características políticas de la burocracia, la casi totalidad del plustrabajo haya debido orientarse hacia la industria pesada. Con tanta mayor razón la reproducción ampliada en ese dominio debió haberse elevado verticalmente. Los resultados se compaginan poco con la idea de planificación y con el monto exorbitante de plusvalía succionado a las masas. En 1929 la industria pesada suministraba en Rusia el 44,4% de la producción total, en 1940 el 61%. Esa misma proporción en la industria japonesa era de 33,7% en 1929, y de 61,8% en 1939. Partiendo de una base relativamente inferior, un país capitalista de técnica atrasada y de bárbara organización feudal, logra un aumento bastante mayor que la sedicente planificación stalinista. Incluso si a la fuerza hacemos pasar las necesidades de las masas por las horcas caudinas de la defensa nacional stalinista, vemos desvanecerse la planificación ante los intereses particulares de la inteligentzia, primeros y anteriores a todo. Sin que quepa la menor duda, la defensa nacional es una función de la minoría social acaparadora de la plusvalía. Como tantas burguesías han hecho recientemente, la burocracia stalinista devendría agente e instrumento del enemigo exterior, en cuanto el proletariado amenazase gravemente a su señorío. Apenas es necesario añadir que la concentración de la plusvalía como propiedad colectiva o semicolectiva de la burocracia -en muchos casos es individual- es lo que imprime al Estado su feroz idiosincrasia contrarrevolucionaria, tanto en el dominio nacional e internacional, como en el dominio económico, el del reparto de los productos.

En suma, la sociedad rusa nos ofrece una imagen totalmente opuesta a la imagen de la sociedad de transición dada por Marx en la Crítica del programa de Gotha. Se parece sorprendentemente, por el contrario, a la descripción del Estado capitalista unipropietario hecha por Engels:

Pero ni la transformación en sociedades anónimas, ni la transformación en propiedad del Estado quita a las fuerzas productivas la calidad de capital. Es cosa evidente para las sociedades anónimas. Y, a su vez, el Estado moderno no es más que la organización que se da la sociedad burguesa para mantener las condiciones exteriores del modo de producción capitalista, tanto frente a los desmanes de los trabajadores como de los capitales individuales. El Estado moderno, cualquiera que sea su forma, es una máquina esencialmente capitalista, el Estado de los capitalistas, el capitalista colectivo ideal6.

En el primer documento del Grupo español en México sobre Rusia, se decía: La burocracia debe ser hoy conscientemente restauradora. Fue una inexactitud originada por un estudio incompleto del problema. La burocracia es ya un capitalista colectivo, cada burócrata es el embolsador de beneficios de que hablaba Engels en relación con la transformación de la propiedad particular en propiedad de Estado. En la economía rusa tenemos un tipo notablemente feroz de capitalismo de Estado, que redobla las lacras fundamentales del capitalismo clásico estudiado por Marx: oposición entre la producción y las necesidades sociales; lujo y despilfarro en las alturas, depauperación abajo; aumento de la esclavitud del salario y establecimiento de una esclavitud semilegal que fija el obrero a la fábrica como una clavija más de la máquina; producción de mercancías y explotación de la plusvalía; interdicción a las masas de toda intervención en la administración económica y en la dirección política; furiosa y degenerada centralización estatal. Y no es menester hablar de los millones de hombres condenados a trabajos forzados, ilotas de la contrarrevolución, ni de las vesanías permanentes de la dictadura policíaca. En ese amplio sentido, la restauración capitalista ha tenido ya lugar; no hacemos más que reconocerlo con retraso. Lo que, rastreando sus intereses, tiene ante sí la inteligentzia, no es una ruptura de la planificación que la convertiría bruscamente en una burguesía del viejo tipo. La ruptura es un hecho más que consumado, y lo que sigue llamándose planificación está vacío de significación revolucionaria. La burocracia tiene ante sí la lucha entre sus diferentes clanes, por el reparto de la plusvalía y el control del Estado. No es superfluo señalar aquí que, según estadísticas publicadas por Moscú, la inteligentzia o embolsadores de beneficios representa entre el 13 y el 14% de la población, proporción semejante a la de Rusia zarista, donde la burguesía, los latifundistas, los comerciantes y los kulaks juntos constituían el 15,9%.

Definiendo lo que debe entenderse por planificación, hemos señalado como una de sus condiciones el progreso continuo de la capacidad técnica y cultural de las masas trabajadoras. En efecto, el aprovechamiento de todos los recursos económicos y los conocimientos científicos en beneficio de la sociedad, exige la incorporación de las masas a la técnica y a la cultura. Sin eso toda revolución, por profunda que en sí misma sea, se resolverá nuevamente en la explotación del hombre por el hombre. La obra de la burocracia en este aspecto, la denuncia inequívocamente como un capitalista colectivo. Desde 1933 los obreros tienen cada vez más difícil acceso a las universidades, escuelas técnicas y secundarias. Entre los que todavía logran llegar a ellas hay que contar una gran parte de aristocracia obrera en proceso de incorporación a los embolsadores de beneficios. Con todo, de 1933 a 1938 la proporción de obreros en las escuelas secundarias baja de 41.5% a 27,1%, lo que significa prácticamente que ya no quedaba en ellas más que aristocracia obrera. En las escuelas industriales los obreros tienen aún más parte, el 43,5% el año 1938, pero ya la minoría burocrática o sus hijos acaparan el 45.4% de los puestos, sin contar la aristocracia stajanovista, una de las peores clases de capataces o cómitres que jamás haya existido, camuflada en el porcentaje de obreros. Por otra parte, con el restablecimiento de las matrículas escolares, en 1940, el acceso a las escuelas técnicas o secundarias y a las universidades quedó práctica y definitivamente cerrado para los de abajo. Centenares de miles de estudiantes pobres hubieron de abandonar las escuelas. La burocracia se dibuja así como una institución tan cerrada como la burguesía, obstáculo reaccionario al progreso social. Igual que en el terreno económico, en el terreno técnico el más pequeño paso adelante está confinado por los intereses de la burocracia capitalista colectivo. El monopolio de la cultura es inseparable del monopolio de la plusvalía, incluso si la cultura ha sido tan degradada como bajo el stalinismo.

En vano se harán cabriolas metafísicas tocadas con el marchamo asustón de la dialéctica, tratando de compatibilizar esos hechos con una supuesto continuidad de la planificación. Si la dialéctica no ha de convertirse en una camisa de fuerza más que paralice el pensamiento en lugar de auxiliarlo, si nuestras ideas no han de parar en un credo enjuto y estólido, la dialéctica ha de estar a nuestro servicio y no nosotros al servicio de ella. Ente lo uno y lo otro hay tanta diferencia como entre la ciencia y la religión, como entre lo auténtico y el sucedáneo. Demasiado frecuentemente oímos en nuestras propias filas chasquear expresiones como desde un punto de vista dialéctico, el planteamiento dialéctico, la dialéctica de la situación, etc., coronando o iniciando razonamientos que maldito lo que tienen que ver con la dialéctica. Ahí, la dialéctica empieza a ser ya empleada como prejuicio o dogma, substituto del razonamiento y la investigación, con el que convencer amedrentando. Mientras más pierde una idea su vivacidad esencial, más recurre a la sonoridad del santo principio, más lo trae, lo lleva y lo manosea, procurando impresionar a los espíritus simples con un vade retro, satanás. En el caso de la dialéctica, ese empleo es la negación misma de su esencia. Pero veremos a la tendencia defensista recurrir a él tanto más frecuentemente cuanto más desesperada sea su situación. En realidad ya se ha insinuado en ese sentido, procurando poner en movimiento los posos conservadores que existen en cada trotskista, como en todo hombre en general. ¡No importa! A los vade retro prejuiciosos, nosotros oponemos, no conjuros, sino el análisis material del devenir histórico, la esencia de la dialéctica, irreconciliablemente reñida con el dogmatismo; removeremos con ello el espíritu profundamente revolucionario del trotskismo, en peligro de ser anestesiado.

Pasando de lo general a lo concreto, no se emplea la dialéctica repitiendo hasta el bostezo que la planificación económica es muy progresiva, que su existencia objetiva define la URSS como Estado obrero degenerado, pese la superestructura burocrática, y que la contradicción entre lo objetivo de la planificación y la superestructura burocrática ha de producir una nueva síntesis, sea el restablecimiento del poder proletario o la vuelta al capitalismo. Sólo espíritus píos en busca de consuelo para las terribles tribulaciones surgidas de la existencia del stalinismo, pueden descarnar la dialéctica hasta reducirla al simple, esquemático y tonto juego de una síntesis establecida en 1917, una antítesis burocrática más o menos creciente, y una futura síntesis brusca, instantáneamente visible, que necesariamente ha de ser burguesa en el sentido clásico de la noción, o socialista. Ni la tesis fue nunca, incluso durante los cinco años siguientes al 17, algo puro y sólidamente establecido, ni la antítesis burocrática se limitó jamás al dominio de la superestructura, ni la síntesis debía ser forzosamente, en caso negativo, una irrupción brusca del pasado burgués. Por el hecho de su creciente diferenciación económica -hoy ya monstruosa-, la burocracia se hincaba progresiva, evolutivamente, como un factor estructural, a expensas de la estructura vacilante implantada por la revolución, a expensas de la tesis, y perdónesenos el recurrir tanto a una terminología empachosa, en gracia a las duchas de dialéctica que ya empiezan a darse los partidarios de la defensa de Rusia. Por otra parte, después de una revolución que haya aniquilado por completo las viejas clases poseyentes, jamás podrá producirse una síntesis reaccionaria bruscamente. A eso se refería León Trosky las diversas veces que ha hablado de asimilación de las costumbres de los vencidos por los vencedores, como uno de los caminos introductores de la contrarrevolución.

Es en ese entrelazamiento y modificación continua de los diversos factores donde la dialéctica debe tomar base para determinar si aún queda algo que defender en Rusia, o el triunfo de la contrarrevolución es ya un hecho consumado. Nosotros ya hemos respondido: el triunfo de la contrarrevolución es un hecho; ni el proletariado ruso ni el mundial tienen nada que defender en Rusia. Pero queremos remachar una idea insinuada al principio. Si el peso objetivo económico de la burocracia era relativamente insignificante allá por 1922-1923, la posesión del poder político la capacitó para extenderlo, extensión que a su vez provoca una orientación general de la economía en beneficio de la burocracia, la transformación de la planificación en plan o economía dirigida. El factor político se ha revelado pues decisivo, lo objetivo-subjetivo de la burocracia, capaz de modificar lo objetivo de las conquistas económicas de Octubre. Una vez triunfante termidor, éste es el factor principal en la determinación de la dirección ulterior, no la propiedad nacionalizada que desde ese momento escapa enteramente al control de las masas. El triunfo de la contrarrevolución debe ser el punto de partida del análisis marxista del fenómeno ruso. Es esa una consecuencia forzada de la naturaleza de la revolución socialista. El proletariado, que contrariamente a la burguesía no puede ser una clase propietaria antes de hacer su revolución, al ceder el poder político a estratos sociales situados a su derecha, cede también posiciones económicas. La revolución burguesa podía sufrir un termidor y un bonapartismo sin que el control económico de la sociedad escapase a la clase capitalista; a la revolución proletaria le escapa, con el control político, el control económico. No olvidemos que es la revolución de las revoluciones, la emancipación de la humanidad a través del proletariado, la revolución permanente. Su dilema es completarse o perecer.

Algunos camaradas suponen que Rusia se encuentra hoy en la etapa de la acumulación primitiva del capital, es decir, la etapa del saqueo de la mayoría de la población por la minoría, con el que ésta constituye su primer fondo de capitalización. La expresión se presta poco a ser aplicada al fenómeno ruso, pues se refiere a una etapa de la historia que en manera alguna se repetirá en Rusia. Sí, con las salvedades necesarias, la aceptáramos, nosotros no situaríamos ese saqueo primario en 1946, sino a partir de los planes quinquenales, particularmente el segundo y el tercero, a partir del momento en que la burocracia, habiéndose creado en la aristocracia obrera la base indispensable para vencer a los kulaks e impedir el restablecimiento de las viejas clases, se endereza a todo vapor a la consolidación y ampliación de sus propias posiciones económicas, entreviendo, siquiera inconscientemente, una perspectiva propia. Las grandes obras de los planes quinquenales, hechas casi exclusivamente con trabajo de prisioneros-esclavos, literalmente amasadas con la sangre de centenares de miles de hombres, si no de millones, constituyen parte del saqueo inicial de la población por la minoría burocrática. La otra parte procedía de la masa trabajadora en general, plusvalía despilfarrada, atesorada, o convertida por los burócratas individuales, ya en propiedades en el sentido estricto de la palabra, ya en bonos del Estado. La caída del nivel de vida de las masas era una condición de la prosperidad económica de la burocracia. Con todo, nos parece inadecuado la calificación acumulación primitiva del capital, porque evoca la etapa burguesa a la que sirvió de respaldo el proceso de saqueo primitivo descrito por Marx en El Capital. Esta etapa no conocerá en manera alguna una segunda representación en Rusia; se va ante los ojos de todo el mundo, incluso en los países capitalistas que no han sufrido la ruptura de continuidad de la revolución de Octubre, se va de cualquier manera que evolucione la historia, con revolución proletaria o sin ella. Las posiciones económicas y políticas robadas por la burocracia, no constituyen el punto de partida de un nuevo desarrollo del viejo capitalismo, en lo que sin duda concuerdan los camaradas que han hablado de acumulación primitiva; lo que primitivamente contienen es un tipo de sociedad decadente hacia el cual, salvo revolución social, se encamina todo el Mundo.

Esta idea nada tiene en común con el colectivismo burocrático, que considera la estructura rusa actual como una forma ya estable al menos en sus rasgos esenciales, y lo que es peor, como una etapa necesaria en el desenvolvimiento histórico. Recordemos de pasada que Trotsky admitía el colectivismo burocrático como posible tipo de sociedad futura, caso de general fracaso revolucionario. Nosotros, por el contrario, lo consideramos inconcebible, porque la bestial arbitrariedad que supone una dictadura como la stalinista, no puede durar siquiera medio siglo sin corroer todas las relaciones sociales, incluyendo la burocracia misma. Pero se condenan a un estéril materialismo mecanicista quienes se encierran en el razonamiento: si el Estado ruso no es todavía un Estado burgués, entonces sigue siendo necesariamente un Estado obrero degenerado. La física atómica ha probado que el movimiento de una partícula sólo es previsible dentro de una ley de probabilidades. ¿Qué razonamiento científico puede negar a la sociedad, donde el hombre es factor supremo, la libertad de que disfruta una partícula de materia inorgánica? El problema ruso debe ser asido en su dinámica propia, teniendo en cuenta las diversas proyecciones de las clases y las tendencias políticas, su respectivo encuadramiento internacional, las modificaciones recíprocas que sufren en las condiciones dadas por la permanente crisis mundial, y, factor de los más importantes, las experiencias políticas que van desde la revolución bolchevique hasta el triunfo del termidor stalinista, y de éste al triunfo de los Tres Grandes.

Sobre esa base, lo único que se puede asegurar es que el Estado nada tiene que ver con un Estado obrero, por más degeneración que se le achaque. Pero caeríamos en la utopía tratando de predecir que clase de sociedad parirá. Sólo en caso de que el proletariado mundial se muestre incapaz de dar cima a su misión histórica, la contrarrevolución abocará a una forma más estable. En manera alguna se tratará del capitalismo de los siglos pasados, aunque sí se le parecerá, como se le parecen todos los tipos sociales que han desfilado ante la humanidad desde el comunismo primitivo, en la persistencia de la explotación del hombre por el hombre. Cuando una forma social que ha cubierto sus posibilidades no se resuelve en otra superior, sus elementos constitutivos, las clases, la propiedad, las ideas, se descomponen y refunden durante un largo período de decadencia, del que no está excluidos ciertos auges económicos provisionales. Las viejas clases dominantes, degeneradas y carentes de energía, están irremisiblemente condenadas, y antes de alcanzar una nueva organización estable, la humanidad vuelve a épocas geológicas.

En nuestros días los César salen del stalinismo y de la socialdemocracia; preferentemente del primero. La vieja burguesía, sobre todo en Europa, ha perdido confianza en sí misma y tiende a resignar el gobierno en los advenedizos que muestran la energía que a ella le falta. A través de la nacionalización de la gran propiedad, se entreve ya un periodo durante el cual los líderes plebeyos conducirían la sociedad, más esclavizada y explotada que nunca, hacia el laberinto abismal de la decadencia. A primera vista este proceso parece monstruoso e increíble. Pero considerándolo más de cerca, se llega a la convicción de que ya apunta distintamente. Para cortarle el camino se necesita una poderosa acción revolucionaria de las masas. Sin duda, las masas ofrecerán repetidas oportunidades revolucionarias, pero el triunfo exige una reorientación de la vanguardia en el sentido aquí indicado. Cada vez más, los líderes obreros oficiales son indispensables para impedir la revolución proletaria. La explotación de las masas y la dictadura de los privilegiados no pueden sostenerse a la larga sino a través de los líderes obreros. La victoria de éstos, que, repitámoslo, necesita cuando menos ciertas medidas de nacionalización de los medios de producción, representará el punto crucial en el curso a la decadencia. La fuerza de vanguardia en ese proceso es el stalinismo. Después de su actuación en Europa oriental, es preciso estar ciego para no verlo. En realidad, la batalla que el proletariado y la sociedad tienen planteada ante sí en la lucha por una solución positiva al conflicto de nuestro tiempo, se define así: o destruir el stalinismo y el reformismo, o estos llegarán, pronto o tarde, a través de muchas luchas en las que se presentarán como a la izquierda, a una fusión o compromiso con la vieja sociedad, que entronizará la decadencia social en medio de un proletariado abatido, sin confianza en nada ni nadie, ni en sí mismo, corrompido ideológicamente y en descomposición material. ¡Y mientras esta perspectiva se insinúa amenazante, hay trotskistas que continúan considerando progresivo el stalinismo, atrincherados en el mísero argumento: dadnos cifras demostrativas de que la propiedad nacionalizada ya no existe en Rusia! Es imposible no sentir la aprehensión de que la degeneración del movimiento obrero haya hecho también presa en nuestras filas.

A riesgo de parecer prolijos, insistamos, sintetizando, en que un Estado capitalista se define por los siguientes rasgos:

  1. La propiedad, privada o estatal, sirve para concentrar la plusvalía en manos de una minoría social.
  2. La producción y reproducción ampliada de la economía no se efectúa en razón de los intereses de la mayoría social, sino de la minoría apropiadora de la plusvalía.
  3. Con democracia formal (la parlamentaria) o con dictadura declarada, las clases laboriosas son sistemáticamente apartadas de la gestión política, sufriendo la dictadura de la minoría.
  4. La distribución de los productos está determinada por la ley del trabajo asalariado (separación del hombre de los instrumentos de trabajo).
  5. Los conocimientos técnicos y la cultura en general son guardados como monopolios por la minoría dominante; a la mayoría se le cierra el acceso a ambos.
  6. El Estado refuerza cada vez más los rasgos centralistas y dictatoriales que empezó a tomar con la formación de la sociedad capitalista en el seno de la sociedad feudal.

Y bien, cada uno de esos rasgos característicos del Estado capitalista los vemos llevados hasta el paroxismo en el Estado ruso, a comenzar por la explotación de las masas. Añadamos que la propiedad Estatal no priva a la alta burocracia de los derechos de un accionista en cualquier sociedad anónima. Cada vez en cantidades mayores, la burocracia ha emitido bonos y obligaciones con jugosos porcentajes de rédito. Durante y después de la guerra, emisiones de muchos miles de millones de rublos han sido instantáneamente cubiertos con creces. Las reservas atesoradas permitían a los embolsadores de beneficios esas inversiones. Muchos altos directores de la industria poseen personalmente millones de rublos en bonos y obligaciones. Es, sin duda, el hecho principal que ha determinado la nueva ley sobre la herencia. Incluso un vergonzoso stalinizante como Strachey reconocía, desde antes de la guerra, que los bonos y obligaciones eran una manera de detentar indirectamente la propiedad de los grandes medios de producción. Para justificar sus servicios a la contrarrevolución stalinista, daba por seguro que el Kremlin recurría excepcionalmente al capital privado, y que con el éxito de los planes quinquenales desaparecerían las emisiones de bonos y obligaciones. Por el contrario, estas últimas se han multiplicado y han alcanzado enormes cifras, lo que no impedirá a los Strachey seguir prestando servicios de encubrimiento teórico a la contrarrevolución. En fin, son esos intereses, en los que los robos previos de la burocracia adquieren ya una cierta condensación, los que han impedido a la economía rusa planificarse enteramente uniendo los productores a los instrumentos de trabajo, y los que al cabo la han convertido en una economía simplemente dirigida, o sea limitada y regulada por los intereses de la casta dominante, en una economía reaccionaria.

La clase obrera rusa no tiene nada que defender en semejante sistema. Políticamente, la vuelta al poder del proletariado exige la destrucción total del actual Estado, de la misma manera que fue destruido el Estado zarista, o como el proletariado de cualquier otro país deberá destruir el Estado capitalista. Ni la policía, ni los tribunales ni el ejército tienen nada en común con el proletariado. Su organización, su ideología y sus cuadros respectivos están estrechamente ligados a los intereses de la contrarrevolución stalinista. Ya no se trata de emplear la máquina, sino de destruirla. Y en cuanto a los órganos del poder, los que todavía se llaman soviets en Rusia, es sabido que están más desligados de las masas que las cámaras parlamentarias de los países burgueses. El renacimiento de los soviets de 1917-1922 deberá extirpar esos estados mayores de la contrarrevolución.

También en el aspecto económico es toda una revolución social, no simplemente política, lo que el proletariado ruso tiene ante sí. No sólo toda la alta burocracia posee propiedades (casas, tierras, automóviles, joyas, bonos, obligaciones, etc.) y grandes cantidades de dinero; sobre todo, los medios de producción son realmente propiedad colectiva de la burocracia. Al tomar nuevamente posesión de ellos, el proletariado expropiará a los embolsadores de beneficio, hoy dueños absolutos de la plusvalía, y ésta adquirirá la naturaleza de plustrabajo inseparable de toda sociedad en transición al socialismo.

Veintinueve años después de la revolución bolchevique, todas sus conquistas han sido aniquiladas por la contrarrevolución stalinista. Si la Cuarta Internacional no sabe tenerlo en cuenta y cambiar rápidamente su política hacia la URSS y el stalinismo mundial, será incapaz de inspirar al proletariado la confianza que hoy le falta, se condenará a la impotencia, la crisis de la humanidad, crisis de dirección revolucionaria, adquirirá estado permanente.

La política exterior rusa y el stalinismo mundial

La manera tradicional en que Rusia persigue la realización de sus finalidades está lejos de justificar el tributo de admiración que le rinden los políticos europeos. El resultado de esa política hereditaria muestra bien las debilidades de las potencias occidentales, pero su uniformidad estereotipada acusa igualmente la barbarie interior de Rusia... Recorriendo los más famosos documentos de la diplomacia rusa, se constata que es muy astuta, muy sutil, maliciosa y matrera, cuando se trata de descubrir los lados débiles de los reyes de Europa, de sus ministros y sus cortes, pero que su cordura naufraga invariablemente cuando se precisa comprender los movimientos históricos de los pueblos de Europa occidental... La política rusa puede, mediante sus ardides, intrigas tradicionales y subterfugios, sobrecoger las cortes europeas, fundadas ellas mismas en la tradición; pero no sobrecogerá a los pueblos en revolución7.

Estas palabras de Marx, escritas hace cerca de cien años, han vuelto a ser válidas por virtud de la contrarrevolución stalinista. Destruida la obra de Octubre rojo, el gobierno ruso reanuda la tradición, agravándola con la bestialidad propia de un época que se sobrevive y con la sevicia particular del stalinismo. Toda la conducta de la diplomacia moscovita está contenida en las palabras de Marx. Ni siquiera faltan los zonzos tributos de admiración, a los que se suman esta vez no sólo los mercenarios, sino también, entre pasmados y amedrentados, una parte de los líderes obreros reformistas, y aún algunos que creen tener conciencia de la significación del stalinismo...

Sin duda por falta de ocasión, la política de los zares nunca dio tan horripilantes pruebas de ignorar los movimientos históricos de los pueblos como ha dado la política del stalinismo. Ya en España, en medio de una guerra civil que debió liquidar cuatro siglos de decadencia, el stalinismo predicó la reconciliación de las masas con las clases pútridas, y la practicó anulando las conquistas socialistas y asesinando a los revolucionarios. Durante la guerra imperialista, la política exterior del Kremlin, seguida con fidelidad esclavuna por los partidos stalinistas de todo el mundo, debutó poniéndose al servicio de Hitler-Stalin, y continuó al servicio de Churchill-Roosevelt-Stalin a partir de julio de 1941. Debido a la capitulación general de la burguesía europea ante Hitler y a la madurez de las condiciones objetivas, la resistencia de los pueblos ocupados tendía a canalizarse espontáneamente en la transformación de la guerra imperialista en guerra civil, oponiendo a la opresión de Europa por un imperialismo, la unificación socialista de Europa bajo el proletariado. La misma ocupación militar, con todas las facilidades que ofrecía a la fraternización entre las poblaciones ocupadas y los soldados alemanes, era una prenda más a favor del éxito. La historia sonaba a rebato contra el capitalismo. Fue precisa la actividad del stalinismo para atajar el curso histórico de los pueblos hacia la guerra civil y encarcelarlos nuevamente en la guerra imperialista. El nacionalismo estrecho, bárbaro y reaccionario, naufragaba en una última orgía nacionalista del fascismo; sólo la política exterior de Moscú logró asir el caldero por el mismo sitio que Hitler, y continuar la orgía nacionalista al compás marcado en Moscú, Londres y Washington. Las fracciones aliadófilas de la burguesía nunca hubiesen conseguido tanto, aún teniendo en cuenta el apoyo anglo-americano y la inalterable obediencia de la Segunda Internacional. En todos los países, los movimientos de resistencia empezaron a ser proimperialistas y prorrusos en cuanto el stalinismo, saltando de un bando a otro, entró el primero por esa senda movilizando sus inmensos recursos. El movimiento histórico de los pueblos hacia la guerra civil fue así contrahecho hasta convertirlo en un adefesio nacionalista y burgués; en lugar de la victoria internacional de los pueblos en revolución, se llegó a la victoria reaccionaria de los Tres Grandes.

Hasta la guerra, la contrarrevolución stalinista no había tenido ocasión de formular planes de política exterior sino con carácter defensivo, lo que retenía sus aspiraciones y disimulaba sus métodos. Pero a medida que se perfilaba la derrota de Alemania, iba sacando de su coleto todas las antiguallas zaristas del paneslavismo, a comenzar por la iglesia ortodoxa como instrumento de penetración. Con la victoria, Moscú, exultante, seguro de sí y fuerte, rompe todas las retenciones y se muestra tal cual es: el realizador de los proyectos zaristas, por los métodos de una contrarrevolución triunfante. Se ha apoderado de Polonia oriental hasta la línea Curzón, considerada por Lenin como injusta para Polonia; se ha apoderado de Carelia, de Lituania, Estonia y Letonia; de Besarabia, Bucovina, Moldavia, más la península de Petsamo y una parte de Prusia oriental; domina enteramente Finlandia, Polonia, Checoslovaquia, Rumanía, Bulgaria, Hungría, una parte de Austria y la mitad de Alemania; ha saqueado la industria y la riqueza en general de todos esos países; ha exigido elevadas indemnizaciones de guerra, y se ha apropiado como esclavos, millones de soldados alemanes, austriacos, italianos, etc., sin contar los elementos obreros de oposición, condenados igualmente a la esclavitud, cuando no son asesinados. Idéntica conducta ha seguido Moscú en Manchuria, Corea, Mongolia Exterior, pero nos ocuparemos principalmente de Europa, porque ella determinará el éxito o el fracaso final de toda la política stalinista.

El Kremlin se ha impuesto en tan extensos territorios en primer lugar por medio de su ejército, acostumbrado en Rusia a atraillar la población, en segundo lugar por medio de estos tres elementos: el paneslavismo, la iglesia ortodoxa y los partidos stalinistas. Stalin, seguro de que sus partidos acapararán el odio de las masas, cuenta para aplacarlo con el opio religioso y el ahogadero racial. La exención de confiscaciones a la iglesia -ortodoxa o católica- en los países ocupados, la devolución al clero ortodoxo ruso de algunas tierras, la entrega al mismo de importantes medios de publicidad, la ceremonia de coronación del patriarca de Moscú y las fotografías del padre de los pueblos con los padres de la iglesia, son otras tantas pruebas de la naturaleza contrarrevolucionaria de la política exterior rusa. Sin dejar de utilizar los servicios de los partidos stalinistas, fundamentalmente servicios de policía, el Kremlin construye un segundo y más durable punto de apoyo en la iglesia, el más ancestral y sutil de todos los instrumentos de opresión. Pero a su vez, la iglesia ortodoxa misma no es más que uno de los canales del paneslavismo, el viejo refrán expansionista de los amos de la Gran Rusia. Recogiéndolas de aquí y allí, Moscú ha aderezado para la representación en un nuevo retablo, todas las basuras de la unidad eslava. La vasta hermandad racial bajo la protección del gran miembro de la familia, proclamada en el congreso paneslávico tenido bajo el patronato y con el dinero de Moscú, nada tiene que envidiar a la pseudoteoría hitleriana sobre la superioridad de la raza aria. En la práctica, y desde el primer día, toda la zona ocupa por Rusia ha sido infectada con prejuicios raciales. Los no eslavos encuentran dificultades para trabajar y desplazarse de un lugar a otro, incluso teniendo la documentación en regla, y en general son preteridos. Imitando una vez más a Hitler, Stalin ha dado la señal para el desarraigo de poblaciones no eslavas que llevan centenares de años trabajando y habitando en Polonia, Rusia, Checoslovaquia, etc. En Hungría y Austria, las autoridades rusas desalojan de numerosas granjas a los campesinos nacionales, e instalan en ellas, en calidad de colonos, soldados rusos que bien pudieran ser destacamentos de la G.P.U. Una flecha de colonos eslavos queda así establecida entre Checoslovaquia y Yugoslavia. Paneslavismo e iglesia ortodoxa constituyen la clave de toda política exterior rusa que no sea revolucionaria; de la de Stalin igual que de la de los Romanoff.

Sobre la significación histórica y los efectos del paneslavismo, nada más apropiado que recordar la apreciación de Marx:

El paneslavismo no es un movimiento de independencia nacional, es un movimiento que quiere borrar lo que ha hecho una historia de mil años, un movimiento que no puede acabarse sin barrer del mapa de Europa a Turquía, Hungría y la mitad de Alemania, un movimiento que, una vez alcanzada esa meta, no podría mantenerse más que por la subyugación de Europa8.

Estaba reservado a la contrarrevolución antibolchevique acercarse a esa meta más que ninguno de los Romanoff. La primera parte está ya holgadamente consumada. Si bien falta barrer del mapa a Turquía, ese fallo está ampliamente compensado por la ocupación de Bulgaria, Rumanía, Yugoslavia y Austria. Nos encontramos ya ante la segunda etapa: subyugación de Europa para mantener la supremacía eslava, o el derrumbe de ésta y de la contrarrevolución stalinista.

La subyugación de Europa por Rusia sólo puede ser evitada por la revolución proletaria, o bien cambiándola por la subyugación yanki, de la misma manera que la subyugación yanki de Europa y el mundo sólo puede ser impedida por la revolución proletaria, o cambiándola por la subyugación rusa. Damos por entendido que Inglaterra ha quedado relegada a la categoría de segundón, pese su Imperio, y que su capacidad para obrar se reduce aproximadamente a la de ariete del coloso imperialista americano. Por eso mismo, no hay que desdeñar la posibilidad de que los Estados Unidos apacigüen a Rusia a costa de Inglaterra, en cambio de concesiones rusas en Asia. Se alcanzaría así una tregua algo larga, preparatoria de una guerra decisiva entre Estados Unidos y Rusia. La solución inmediata que busca el Kremlin es esa precisamente. Los otros dos Grandes se han dado cuenta, pero aunque los Estados Unidos parezcan decididos a defender el Imperio británico y sus indispensables posiciones en Europa y Asia Menor, la solución de compromiso entre los dos principales jefes de banda no queda en manera alguna excluida. A falta de ella, la ocupación militar de Europa por los dos rivales, y los respectivos gobiernos Quisling continuará, salvo interferencia de las masas sublevadas, hasta la próxima guerra. La perspectiva se dibujaba ya bien claramente cuando todavía la derrota de Alemania aparecía incierta.

Sin duda, siendo los rivales inmediatos en Europa, Inglaterra y Rusia, ésta última no dejará de explotar contra la otra, por medio de sus agencias, los partidos stalinistas, la merecida hostilidad que como nación imperialista ha cosechado durante siglos en todo el continente. Por su parte, Inglaterra pondrá a contribución los saqueos económicos y el peculiar totalitarismo stalinista, revelados por las ocupaciones en escala fantástica, para conjurar el peligro de su derrumbe. En algunos sitios, donde el dominio de unos y otros es incierto, sobre todo en Alemania, cuya inclinación futura será determinante para el dominio ruso o el angloamericano, la competencia se transformará necesariamente -siempre salvo revolución- en una carrera desesperada a la conquista de las clases poseyentes alemanas. Alemania aliada de Rusia o de los angloamericanos, tal es el problema que para ambos contendientes irá destacándose cada día con mayor fuerza de la maraña de la ocupación. Pero Rusia, obsérvese de pasada, tiene la desventaja de verse más obligada que Inglaterra y Estados Unidos a mantener la ocupación militar, porque después de haber mostrado a los pueblos lo que su ocupación significa, su influencia se hundirá instantáneamente de dondequiera retire sus bayonetas, además de que en el terreno de la penetración económica está lejos de poderse medir con sus cómplices-rivales.

Ante los revolucionarios, ante la IVª Internacional en particular, se presenta un dilema de gravísimas proporciones, insoluble positivamente sin cambiar por completo de política respecto a Rusia y el stalinismo. Ese dilema no es elegir entre el bloque ruso y el bloque angloamericano, lo que de antemano llevaría consigo una vergonzosa prevaricación, cualquiera de los dos que se eligiera; se trata de unificar las masas europeas contra los Tres Grandes, o desaparecer como corriente proletaria independiente. La evolución de los acontecimientos, y de la casta gobernante rusa, más concretamente, condenan a mísero seguidismo cualquier política que no considere a los Tres como un todo contrarrevolucionario frente a los pueblos. Pretender que el Grande oriental porta en sus querellas con los dos Grandes occidentales, siquiera una infinitesimal parte de intereses comunes con el proletariado, constituye hoy una añagaza más, bourrage de crâne. El partido que se oriente en tal sentido, inevitablemente se revelará impotente y se dejará enredar en los embrollados hilos del stalinismo, cualesquiera que sean sus intenciones y las tradiciones que pretenda representar.

Hemos sostenido a lo largo de estas páginas que la propiedad en Rusia no conserva ya ninguno de los caracteres de la revolución de Octubre, que el Estado, lejos de dejarse definir como Estado obrero degenerado, reclama desesperadamente la consideración de capitalismo de Estado, y que a esta noción deben ligarse los atributos decadentes de una sociedad mundial que se pudre por falta de revolución, el principal de los cuales es el exacerbamiento de la función opresora y centralizadora del Estado. Las andanzas de la política exterior moscovita tienen por respaldo y guía esa realidad contrarrevolucionaria interior. Falta en ellas el más remoto vestigio de Octubre rojo, y chorrea por todas partes en borbotones de sangre, opresión, barbarie.

Es absolutamente imposible, en un trabajo de este género, enumerar todos los latrocinios y extorsiones cometidos por el Kremlin en los territorios donde ha penetrado. Hay que decir que no se conoce sino una pequeña parte, aunque en sí sea ésta excepcionalmente impresionante, pues a despecho de sus reyertas los Tres se encubren y protegen mutuamente. Es la calificación de la obra del Kremlin extrafronteras lo que primordialmente nos preocupa aquí; ella embota o afila la lucha contra el stalinismo.

Enumeremos sólo unos cuantos rasgos. Moscú ha tomado para sí o regalado a sus amigos, diversos territorios, sin más derecho que el de las armas y burlándose de la voluntad de las poblaciones; ha exigido de los vencidos altas indemnizaciones de guerra; ha cogido como botín o destruido enormes instalaciones industriales, además de ganado y productos industriales y agrícolas; se ha adjudicado como trabajadores- esclavos cuantos prisioneros le plugo, entre cinco y diez millones de hombres, ha ocupado militarmente doce naciones con 170.000.000 de habitantes aproximadamente y más de 2.000.000 de kilómetros cuadrados; mantiene en ellas gobiernos marioneta en colaboración con militaristas, reaccionarios, fascistas de ayer y clero, en los cuales el ministerio de la policía es casi siempre desempeñado por un stalinista, es decir por la G.P.U.; mira codiciosamente las antiguas colonias italianas; ha repuesto en circulación el reaccionario paneslavismo, y practica el desarraigo de poblaciones tan caro al racismo hitlerista.

¿Cómo puede ser considerada esta obra sino reaccionaria y antihistórica? Moscú no hace más que imitar la obra y los procedimientos tradicionales de los grandes países capitalistas. Y los lleva a un grado de bestial perfección sin otro antecedente que el de la expansión nazi. El camarada Logan está enteramente en lo justo al calificar de imperialista la política exterior rusa. Para cualquier revolucionario cuya sensibilidad no se marchite, el odio que a las masas de los países ocupados por Rusia inspira el ocupante, basta como elemento de convicción. El hecho que el imperialismo stalinista presente algunos rasgos diferentes de los del imperialismo clásico, ni le quita el carácter de tal, ni lo convierte en un mal menor para las masas. Solamente impone a los revolucionarios un deber más de contraenseñanza y lucha. Algunos de esos rasgos nuevos, por ejemplo, la conversión de millones de hombres en trabajadores-esclavos, la apropiación y la destrucción de industrias por el vencedor, son invención de Hitler, y comportan la descomposición del proletariado como clase y la destrucción de la civilización.

No obstante, hay en nuestra Internacional quienes, silenciando o asordando la amenazadora significación de esos hechos, ven en las realizaciones de la política exterior rusa un reflejo del sistema de propiedad instaurado por la revolución proletaria, y las defienden como algo positivo. Ved -nos dicen- Stalin se ha visto obligado a nacionalizar la industria de los países que ocupa y a distribuir la tierra a los campesinos. ¿No prueba eso su incompatibilidad con la propiedad capitalista, no es eso digno de ser defendido contra los imperialistas de occidente?. Si quienes así nos hablan trataran de esclarecer y de no enturbiar el problema, reconocerían entonces que lo que ellos llaman supervivencia del sistema de propiedad establecido por la revolución, se refleja en el exterior de la siguiente manera:

  1. Primer paso: Reducción a la esclavitud para trabajos forzados en Rusia, de millones de obreros, así movilizados como civiles.
  2. Segundo paso: Robo sistemático de industrias y destrucción de otras muchas, cuando no de la totalidad, como ha ocurrido en Manchuria, lo que representa un demoledor golpe a las condiciones de vida y a la existencia orgánica del proletariado como clase. Robo de aperos y ganado de trabajo agrícola.
  3. Tercer paso: Nacionalización de algunas industrias en algunos países, y reforma agraria.

Pero nuestros controvertores defensistas no pueden imponer a su análisis este rigor, porque ello les obligaría a deducir que el Kremlin comienza por destruir las condiciones de trabajo del proletariado, para tomar después, en algunos sitios, la medida que ellos jalean y aúpan como muy progresiva: la nacionalización. ¿Y como pretender entonces que eso es reflejo de la tan cacareada subsistencia de la propiedad socialista en Rusia? Imposible, todo el esquema se derrumba al solo contacto de la obra del Kremlin en el exterior. Por eso vemos hoy a los defensistas de nuestras filas silenciar los dos primeros pasos o minimizar su importancia, mientras se revientan los pulmones inflando el tercero. Su manera de razonar reviste los caracteres del sostenimiento artificial de un mito.

Apartándonos de su método, veamos nosotros lo que hay detrás de la nacionalización y de la reforma agraria. En ningún país, ha sido la nacionalización y la expropiación de tierras una medida general, ni siquiera en los feudos más queridos del kremlin, Yugoslavia, Checoslovaquia y Polonia. Las fábricas y tierras de los industriales9, generales y junkers que a tiempo supieron convertirse en amigos de Stalin, han sido exceptuadas de expropiación. Igualmente todas las propiedades, agrarias o industriales, de las diversas casas reinante y de la iglesia ortodoxa. La medida descubre así inmediatamente, no un objeto social, sino de represalia militar. En segundo lugar, dada la debilidad económica de Rusia, la nacionalización por Estados que sus bayonetas cercan y sus monigotes gobiernan, no es más que una manera de doblegar a sus intereses imperialistas, poderosos grupos industriales que siendo independientes no se dejarían tan fácil, ni tan económicamente, convertir en subsidiarios de Moscú. Pero el día que puedan tenerse informaciones completas y verídicas, tendremos con seguridad noticias de algunos trusts capitalistas de los países ocupados, trabajando en perfecta armonía con ese capitalista colectivo ideal que es el Estado ruso. También en este aspecto, fue Hitler el maestro de Stalin. Escaso de capital financiero, el imperialismo alemán, sin tiempo ni oportunidad para crearlo, atajó por el camino más corto expropiando acciones de industrias y de bancos en los países por él conquistados. En tercer lugar, la nacionalización, cual queda dicho en el capítulo anterior, es una medida a la que todos los países industrializados se ven compelidos con el objeto triple de reforzar el carácter cada vez más militar de la economía, de mantenerla dentro del sistema de explotación del trabajo asalariado, ya desbordado por las posibilidades mismas de la economía, y de mantener las masas en respecto ante la propiedad del Estado representante de la colectividad10. La única nacionalización que hoy puede ser considerada progresiva en Europa y Estados Unidos, es la que parta del poder proletario y sea controlada con plena democracia por los trabajadores. En suma, el género de nacionalización practicado por Stalin o sus esbirros no es sino una manifestación más de penetración del nuevo imperialismo ruso; es su consagración como tal.

Añadamos que el imperialismo stalinista no carece tampoco del rasgo clásico del imperialismo financiero. La declaración de Postdam establece: El Gobierno soviético renuncia a toda reclamación en concepto de reparaciones, sobre las acciones de empresas alemanas situadas en las zonas de ocupación del occidente de Alemania, así como sobre los valores depositados por los alemanes en todos los países, excepto, en Bulgaria, Rumanía, Finlandia, parte oriental de Austria y zona rusa de Alemania. Idéntica renuncia hacían Inglaterra y Estados Unidos en las zonas y países dominados por Rusia. Evidentemente, en su feudo Rusia se ha apropiado como botín de guerra de cuantas acciones y valores le haya convenido, industrias y capital financiero ante los cuales se detiene respetuosamente la nacionalización de sus gobiernos Quisling11. Por si no bastara esto para aniquilar el mito de la progresividad de la ocupación rusa, acabamos de observar el espectáculo edificante de la disputa en torno a Irán. La sedicente contradicción de sistemas de propiedad entre Rusia y sus dos cómplices-rivales, se manifestó exactamente de la misma manera que si se tratara de dos bandos reconocidamente imperialista. El 51% de las acciones del petróleo del norte de Irán, era el envite de Rusia, además de las servidumbres políticas necesarias para garantizar su explotación sin huelgas ni reivindicaciones obreras. Si todo eso no es imperialismo financiero, entonces el concepto mismo de imperialismo se desvanece en las zonas de lo irreal. ¿Y el proletariado iranés, habría de abrazar la causa de Rusia contra Inglaterra y Estados Unidos? Sería una traición a sí mismo, al proletariado ruso, al mundial.

La obra de Rusia en el exterior es el reflejo de una economía interior de explotación, es la contrarrevolución desbordada. El proletario de los países ocupados, y en general el de todo el mundo, debe combatirla a sangre y fuego, exactamente lo mismo que la obra de Inglaterra y Estados Unidos, y que ayer la de Alemania, Italia y el Japón. Notemos de pasada, a propósito del Japón, que si las medidas tomadas por el imperialismo americano -desdivinización de la monarquía, destrucción de trusts, reforma agraria, elecciones parlamentarias, voto a la mujer y otras medidas pseudodemocráticas- pudiesen ser anotadas en el carnet de la policía exterior rusa, los partidarios de la fórmula defensista no dejarían de presentárnoslas como otros tantos destellos del sistema de propiedad soviético. Nadie pone en duda, sin embargo, que el general McArthur esté hincando en Japón los garfios del imperialismo yanki, y simultáneamente salvando a las clases superiores aborígenes de un severo ataque por parte de las masas. El mismo doble papel desempeña el Kremlin en los territorios que domina. Y su lucha contra la revolución, hay que decirlo, lleva un sello de perfidia y exterminio que sólo conocen bien, además de los trabajadores libertados por el ejército stalinista, los trabajadores rusos y españoles.

La existencia de graves contradicciones entre Rusia e Inglaterra-Estados Unidos, es considerada a ojos ciegos por la tendencia defensista cual irrefutable prueba de la contradicción entre dos sistemas de propiedad antagónicos. ¿Se ha parado, o no quiere pararse a considerar el objeto de las disputas? Invariablemente se trata de la opresión económica y política de pueblos enteros, de salidas al mar, de vías de comunicación hacia los territorios dominados, de posiciones estratégicas, de materias primas, de mercados. Asuman amablemente los defensistas por un momento que Rusia sigue siendo, triunfante, el imperio de los zares. ¿No se manifestaría su antagonismo con los imperialistas de occidente esencialmente en la misma forma? Es imposible imaginar una política imperialista rusa radicalmente distinta de la que está practicando el Kremlin. En cambio, la contradicción entre un sistema de propiedad socialista y otro capitalista se manifestaría de manera inequívoca, incluso si imaginamos el sistema de propiedad socialista bastardeado por cualquier excrecencia. Debería traducirse, no en la lucha por sustituir su dominio al dominio capitalista, sino en la liberación económica de todo dominio, incluso el ruso. La obra devastadora y esclavista del Kremlin, no deja el menor pretexto para creer esto último. Es preciso ser un verdadero creyente y un dogmático engolado para negarlo.

Desde mucho antes que terminara la guerra, los imperialistas de occidente están haciendo substanciales concesiones a Rusia. Empezando por Teherán, y terminando por Postdam y Aberbaiján, el Kremlin se las ha arreglado para extender su penetración con pleno consentimiento de sus aliados-rivales. Hace algunos meses se revelaba bruscamente que en Yalta, Roosevelt, el representante del más poderoso imperialismo de la historia, había regalado a Stalin el sur de Sajalín, algunas islas de las Kuriles, además de haberle concedido derecho para llevarse o apropiarse industrias chinas. Las tropas angloamericanas, habiendo podido avanzar sin resistencia y disminuir la zona de ocupación rusa en Europa, se detuvieron deliberadamente en el Danubio para dar al ejército stalinista la preeminencia, y el honor de entrar en Berlín. Hace unas semanas se revelaba también que el propio Roosevelt se opuso a que el segundo frente fuese abierto en los Balcanes, según deseaba Inglaterra. Los imperialistas de occidente, -ha declarado Byrnes-, sólo esperan para reconocer los Gobierno Quisling rusos, que se les conceda el derecho de comerciar con ellos, siquiera en condiciones de inferioridad respecto del país más favorecido, Rusia. Debería deducirse de todo eso que los imperialistas, ciegos o tontos, dejan blandamente que el sistema de propiedad socialista gane terreno. Pero no hay tal. Las masas de Francia o Italia pueden ser engañadas por el falso relumbrón obrerista del stalinismo, particularmente cuando honestos revolucionarios contribuyen a mantener el engaño; los imperialistas saben a que atenerse. Las verdaderas dificultades entre los Tres Grandes empiezan en el punto en que el imperialismo stalinista amenaza las vías de comunicación y lugares de seguridad del imperialismo inglés. Es la disputa del siglo XIX entre Inglaterra y Rusia, agrandada y con desventaja para Inglaterra. Ya Walter Lippmann, uno de los más sagaces defensores del imperialismo yanki, previniendo que los pueblos se alzarían cada día más contra los Tres, proponía un entendimiento con Rusia a base de mayores concesiones en el Mediterráneo, lo que no es del gusto de la Gran Bretaña. Pero los pueblos no encontrarán la salud más que destruyendo el dominio de los Tres. Estaba reservado a la contrarrevolución stalinista colocar Europa ante su disyuntiva cumbre: ser cosaca o jacobina.

En suma, la guerra entre el bloque ruso y el bloque anglosajón, estalle mañana o dentro de veinte años, -y sin la revolución europea es inevitable- sería una guerra imperialista más. Entre los dos bloques no existe contradicción de sistemas de propiedad12. Sobre el sistema se entienden perfectamente; contienden por cuanto toca a cada quien en el reparto del botín, y por posiciones estratégicas para la futura matanza. El proletariado debe combatir por igual a los dos bloques, trazar audazmente su política de revolución social, y en caso de guerra practicar el derrotismo revolucionario en los dos bandos.

En todo este embrollo -en el fondo simple como una línea recta- salido de la guerra democrática, el papel de los partidos stalinistas merece una consideración particular. Nos referimos a los partidos stalinistas de los países no ocupados por Rusia. En los ocupados por ella, por fortuna, tanto el proletariado como los revolucionarios en particular, quedarán definitivamente curados de cualquier espejismo que atribuya al stalinismo o a Rusia un cometido progresivo, debido a recónditos restos de la revolución de Octubre. La realidad es demasiado brutal, demasiado sangrienta, demasiado costosa y contrarrevolucionaria para dejar lugar a dudas. Aún sin ningún análisis teórico, la incompatibilidad de los intereses del proletariado con la defensa de Rusia, debe imponerse a los revolucionarios, tanto más abrumadoramente cuanto mayor sea el imperio de los ejércitos de Stalin y de sus mercenarios locales. Esa experiencia nos permitirá sacar algunas consecuencias sobre el stalinismo en general. Considerémosla brevemente. Desde Finlandia a Bulgaria, rodeando por Yugoslavia, Austria y Alemania, los partidos stalinistas se nos ofrecen bajo una nueva luz, ya antes distintamente transparentada en la guerra civil española. Su llegada al poder, solos o en compañía de los fascistones de ayer y de los moluscos socialdemócratas, no ha representado un paso adelante, ni mayores libertades y facilidades al proletariado, ni siquiera un momento de democracia burguesa. Los movimientos revolucionarios que con mayor o menor ímpetu existían en todos los países donde entró el ejército ruso, fueron bruscamente yugulados, y la instauración en el poder de gobiernos stalinistas sometidos al stalinismo, estabilizó la situación, convirtiéndose aquellos en dictaduras desnudas o encubiertas con formas plebiscitarias. El empleo en algunos países de una terminología grata a los oídos de las masas, tal como control obrero, comités de fábrica, etc., tiene el mismo valor que el empleo del término soviet en Rusia. Se trata invariablemente de organismos controlados y vigilados por el stalinismo, vale decir por la G.P.U. Comités y control constituyen un brazo ejecutor del Estado, y el Estado es el mismo organismo reaccionario de ayer, con el stalinismo montado encima y las ametralladoras del ejército rojo por protección. La misión revolucionaria del proletariado empieza con la destrucción completa del Estado actual, monstruoso armatoste reaccionario. En los países ocupados por el stalinismo, por el contrario, éste y el ejército ocupante cumplen una misión diametralmente opuesta a la del proletariado. Nadie podrá negarlo sin obligarse a defender el disparate que Polonia, Checoslovaquia, Yugoslavia, etc., han comenzado siendo, por arte de birlibirloque, Estados obreros degenerados. Recordemos la experiencia de España, que hoy se repite y completa en Europa oriental. El control obrero del stalinismo, su nacionalización, su democracia, su orden en una palabra, asestaron el golpe mortal a la revolución española, entronizando de nuevo el Estado capitalista, hasta el punto que Negrín se jactaba, con razón, de haber impuesto un orden más completo que cualquier otro gobierno en los últimos cincuenta años.

Pero si en España existía una guerra civil que dificultaba, ya que no impedía por completo la conservación del orden staliniano-burgués representado por Negrín, la situación es totalmente diferente en Europa oriental. Aquí no hay posibilidad de ningún otro orden reaccionario que el staliniano-burgués, o sea el orden burgués fundido con el stalinismo y supeditado a los intereses de los embolsadores de beneficio rusos. Para destruirlo es menester una revolución; y para eliminar de él sólo el factor stalinista, se requeriría en la mayoría de los sitios una guerra entre los Tres, la que, en caso de derrota rusa, produciría una nueva galopada de capitalistas y generales, quienes ya en los últimos ocho años han corrido de Londres-Washington a Berlín, de Berlín otra vez a Londres-Washington, y a Moscú los de Europa oriental. Nos encontramos ante gobiernos stalinistas que representan un tope reaccionario a la revolución y al movimiento obrero en general. No se les puede equiparar con aquellos gobiernos de líderes reformistas vistos entre las dos guerras, tipo Kerenski, Noske o Blum, por naturaleza inestables, forzosamente destinados a ser derribados por la derecha o por la revolución proletaria. Lejos de alentar el movimiento revolucionario, la llegada al poder de los partidos stalinistas en Europa oriental ha surtido efectos destructores y regresivos, comparables a los de la llegada al poder de un partidario contrarrevolucionario. El simple ejercicio del derecho de huelga o la reclamación de reivindicaciones obreras se convierten en delitos de alta traición, causan encarcelamiento, trabajos forzados, o el asesinato de los promotores13. Esto introduce nuevos elementos en nuestras ideas sobre el stalinismo, de donde se deducen importantes modificaciones valederas para todo el mundo.

Aparece con evidencia irrefutable que en Europa oriental cuando menos la consiga, ¡los stalinistas al poder!, es equivalente a la de ¡Hitler al poder!, empleada por el stalinismo alemán en 1932. También ésta llevaba consigo la idea de experiencia. Las masas comprenderían lo que significaba Hitler, y entonces, en unos cuantos meses -incluso se daba la cifra de seis-, tendríamos la revolución. Tal era la explicación táctica de la consigna stalinista. Pero la raíz de las consignas antaño empleadas para inducir al poder los partidos obreros sobre la base del Estado burgués, no era la experiencia de las masas, en cuyo caso el stalinismo habría tenido razón en 1932, sino otras dos condiciones que posibilitaban la condensación de la experiencia en formas más elevadas de organización y de lucha. Ante todo, que la llegada al poder de los partidos reformistas representase mayores libertades para las masas, requisito principal de todo progreso revolucionario; en segundo lugar, que la oposición entre los partidos obreros en el poder y los partidos reaccionarios imposibilitase la creación de un gobierno fuerte, punto muerto para la revolución. A todas luces, estas condiciones faltan en Europa oriental. El stalinismo en el poder, si bien muestra innegablemente a las masas su naturaleza reaccionaria, impide que la experiencia se condense en forma más elevadas de lucha, suprime todas las libertades, representa un punto muerto para la revolución. Un partido que adopte la consigna, ¡El stalinismo al poder!, da la orden de fuego a su propio piquete de ejecución.

Las características mostradas por el stalinismo en Europa oriental, son aplicables también al stalinismo de Europa occidental, y en general al de todos aquellos territorios asiáticos en contacto directo con el territorio ruso o próximos a él. No significa eso que en las demás partes del mundo convenga empujar al poder los partidos stalinistas; simplemente que el problema se plantea en su máxima acuidad allí donde tienen fuerza y el Kremlin trata de substituir su dominio al dominio yanki-británico. Cierto, en los países no ocupados por Rusia el stalinismo puede aparecer como tendencia obrera semejante al reformismo, partidaria de la democracia burguesa, capaz de organizar huelgas y de obtener ciertas mejoras compatibles con el capitalismo. Se inclinará en ese sentido más o menos, según empeoren o mejoren las relaciones de Moscú con Washington y Londres. Pero el valor que para el movimiento obrero mundial tiene la experiencia de Europa oriental consiste precisamente en haber mostrado al stalinismo tal cual es, actuando y manifestándose en las condiciones más ideales imaginables. Ese es el stalinismo en el poder; por él puede juzgarse lo que sería en Grecia, Italia, España, Francia, etc. Lo que hace en Europa oriental es un ejemplo de lo que pretende hacer en todo el viejo continente. Resulta imposible asimilar el stalinismo a una tendencia obrera reformista. No tiene sus bases en la aristocracia obrera y en la idea de la evolución progresiva del capitalismo, sino en un Estado poderoso y vencedor, producto de una contrarrevolución, que hoy sólo puede ser considerado como el capitalista colectivo ideal. De ahí la repulsiva carencia de principios del stalinismo, su reptante elasticidad, su ausencia completa de escrúpulos, su naturaleza totalitaria, incluso cuando lucha por la democracia, y su desfachatez sin precedente para vender las masas de cualquier país, sea a Moscú o a cualquier caro aliado de Moscú. En toda Europa, el porvenir del stalinismo está completamente ligado del porvenir de la contrarrevolución rusa. Empujándolo al poder en Francia, Italia, etc., se ayuda a la consolidación de ésta, cuyo porvenir depende en gran parte de sus maniobras diplomáticas, y éstas, a su vez, de la participación en el poder de los diversos partidos stalinistas de Europa occidental. El ejemplo de España, nuevamente, nos muestra que aumentando la influencia del stalinismo en el poder, disminuye hasta ser anulada por completo la libertad de las masas, y son destruidos los progresos de la revolución. Y en la época de la guerra civil española la casta rusa no había sufrido aún toda la corrupción de la guerra, ni el partido stalinista español disfrutaba del respaldo del ejército ruso. Hoy este respaldo se hace sentir incluso en Francia. Añadamos, para que el cuadro no quede sin una pincelada indispensable, que los partidos socialdemócratas tienden a escindirse en un sector stalinista y otro que desempeñe respecto del imperialismo yanki-británico, el mismo cometido que el stalinismo respecto de la contrarrevolución rusa.

Las ocupaciones no pueden dejar de zapar el poderío del Kremlin. Son su apogeo, pero también el anuncio de su derrumbe, a menos que esté exhausto el aliento rebelde que durante doscientos años ha permitido a Europa derrocar tantas tiranías y sobreponerse a la degradación en que la hundían las clases dominantes. La línea de desenvolvimiento territorial y económico marcada por las ocupaciones indica a los embolsadores de beneficio rusos el camino de su consolidación; pero ese desenvolvimiento choca violentamente con las necesidades de progreso económico y la libertad política de los pueblos ocupados. Mientras más trate de afianzarse el ocupante, más violento odio despertará, desde Corea hasta Berlín y Viena. Los partidos burgueses y reaccionarios se dividen en una parte fundida económica y políticamente con el nuevo amo, otra pendiente de los intereses anglosajones, que terminará entendiéndose también con el ocupante, aunque no medie acuerdo entre los Tres; los partidos stalinistas, frecuentemente en unión con los fascistas, aparecen como una fuerza de policía del ejército ocupante; la socialdemocracia se somete. Todo movimiento revolucionario, todo paso adelante de las masas, tiene que ir directa e inmediatamente dirigido contra la coalición de stalinistas, fascistas de ayer, reaccionarios y socialdemócratas, apoyados en las bayonetas del ejército ruso. A pesar del terror de la G.P.U., la situación es excepcionalmente favorable a la creación de un vasto movimiento revolucionario antistalinista.

Solamente la IVª Internacional, por su tradición de principal enemigo del stalinismo y continuadora de la tradición revolucionaria de Octubre, está en condiciones de aprovechar la ocasión y organizar políticamente el odio de los pueblos oprimidos y esquilmados por el Kremlin. Pero no podrá hacerlo sin abandonar radicalmente el esquema de defensa incondicional de la URSS. De lo contrario, el derecho de los pueblos a disponer de sí mismos se reduce a palabras. El esquema de la defensa incondicional, tal como fue definido durante la guerra con Finlandia, hacía pasar los intereses del proletariado finlandés y polaco por los intereses de la defensa militar rusa. Ante todo apoyar el Ejército Rojo, pues aunque aportara consigo la opresión stalinista, los resultados revolucionarios que se esperaban de la victoria militar de la URSS destruirían el stalinismo. Contrariamente a lo que algunos camaradas pretenden hoy, el apoyo que Trotsky y la IVª Internacional dieron al ejército de Stalin en 1939-1940, no se basaba en tales o cuales medidas de nacionalización o de reforma agraria tomadas por aquél, sino en las más estrictas necesidades de defensa militar de Rusia. El interés particular de un proletario determinado se subordinaba a lo que se consideraba interés superior del proletariado internacional.

Rusia ha triunfado militarmente, sí, pero el stalinismo ha completado en el ínterin su curso reaccionario, se siente más firme que nunca, completa su despojo económico del proletariado soviético con el despojo de los países que ocupan. De las dos posibilidades de evolución que preveíamos como consecuencia de la guerra, la revolucionaria y la reaccionaria, se ha manifestado la reaccionaria. En estas condiciones, continuar haciendo pasar los intereses del proletariado de los países ocupados por las necesidades de la defensa militar rusa, es un error de envergadura histórica capaz de acarrear las más graves consecuencias; equivale a renunciar a una lucha seria contra el ocupante, primera condición de desarrollo revolucionario.

Aún para quien crea que la economía planificada, mal que bien, supervive en Rusia, se plantea angustiosamente este problema: ¿qué es mejor para la revolución mundial, posponer los intereses del proletariado de los países ocupados de Europa oriental, a las necesidades de la defensa militar rusa, o anteponerlos y aprovechar a fondo la ocasión tan favorable de asestar múltiples y graves golpes a la contrarrevolución stalinista? Teniendo en cuenta lo nebuloso y larvado del sistema de propiedad ruso, es concebible que alguien se pronuncie en el segundo sentido sin concordar con nuestro análisis económico. Pero es inconcebible que verdaderos revolucionarios sostengan aún la defensa militar rusa, porque equivale al suicidio ideológico y orgánico en toda la zona dominada por Stalin, y a no trabajar en el resto del mundo más que con vistas a la guerra futura entre el mundo capitalista y el mundo socialista. La historia no puede marchar adelante en Europa oriental sin pasar por encima del stalinismo. Los intereses de la defensa de la URSS se han mostrado incompatibles con la revolución. Durante todo el periodo en perspectiva, resultará imposible en cualquier parte defender incondicionalmente los intereses de la revolución europea, si se impone el proletariado el deber de sostener el Kremlin contra Washington y Londres. ¡Pídase en Berlín y Viena la evacuación de los ejércitos anglo-americanos, reclamando al mismo tiempo sostén para el ejército del Estado obrero degenerado, y se verá la reacción de las masas!

Sí, la IVª Internacional debe desembarazarse de la defensa de la URSS, fardo paralizador, y lanzarse a fondo a la lucha contra la ocupación rusa, yanki y británica; la IVª Internacional debe aplicarse inmediatamente a organizar la fraternización de los tres principales ejércitos ocupantes con las poblaciones ocupadas; la IVª Internacional debe unificar el proletariado de Europa contra los Tres Grandes. Por ese camino únicamente se mostrará capaz de intervenir en la historia de la humanidad. De lo contrario, las condiciones objetivas de la revolución proletaria entrarán en franco proceso de putrefacción, y con ellas la IVª Internacional también, aunque ésta, para consuelo de mentalidades religiosas, se pudra a la izquierda de las demás organizaciones obreras.

En 1933, la Oposición de Izquierda rompió definitivamente con la Internacional Comunista, orientándose a la creación de la IVª Internacional. La causa fue únicamente la política seguida por el stalinismo en Alemania. No faltaron entonces resistencias al cambio, pero la autoridad de Trotsky las redujo al silencio, y la Oposición en conjunto viró a tiempo y sin sufrir perjuicio. En 1946 nos enfrentamos a una política pérfidamente calculada por el Kremlin para aplastar la revolución europea y mundial, política ya materializada en Europa oriental, mero reflejo de su condensación interior en capitalismo de Estado. Paralelamente tenemos una situación objetivamente revolucionaria, que ha de desenvolverse y alcanzar su meta aplastando a los Tres Grandes, o pudrirse y dejar libre curso a una nueva matanza mundial. Son razones harto más poderosas que las de 1933, para efectuar un cambio radical. Si funesto habría sido, después de la experiencia de Alemania, continuar siendo Oposición de Izquierda, mil veces más funesto será hoy continuar parafraseando el esquema caduco de la defensa del Estado obrero degenerado. ¡Cambio o aniquilosis! He ahí el dilema.

México, D.F., abril-junio 1946.


  1. Decimos así para simplificar el análisis. Pero en realidad la retención está circunscrita en la evolución del capitalismo. A medida que éste se integra en sus formas decadentes, la burocracia obrera tiende a incorporársele por completo, cambiando su posición y su función social. De todas maneras, la burocracia obrera de los países capitalistas es mucho más estable dentro de sus propias características, que la burocracia soviética dentro de las suyas. 

  2. Cifras calculadas sobre estadísticas stalinistas, por F. Forest, An analysis of russian economy. New International, diciembre 1942, enero y febrero 1943. 

  3. Société d'Etudes et d'Informations Economiques. Extrait du Bulletin Quotidien, París, 21-22 septiembre 1939. 

  4. Esta última cifra y las dos siguientes proceden de la revista francesa l'Economie, 7 junio 1945. Las otras las tomo de los artículos de Forest antes citados. 

  5. Es sabido que desde mediados del decenio 30 toda industria no rentable es suprimida en Rusia. Por otra parte, los propios economistas oficiales del Kremlin reconocen que en la sexta parte del mundo los productos son mercancías como en cualquier salvaje país capitalista, hecho que, naturalmente, bendicen como una de las adquisiciones del socialismo debidas a la genialidad del padre de los pueblos. (Véase el artículo de L. A. Leontief: Political ecnomy in the Soviet Union. Tradución oficial hecha por la revista stalinista Science and Society. New-York, primavera 1944). 

  6. Federico Engels: Anti-Dühring, T. III, p. 43 Ed. Costes, París 1933. 

  7. Carlos Marx: OEuvres politiques, T. III, pgs. 101-102. Ed. Costes París 1929. 

  8. Carlos Marx: OEuvres politiques, T. VI, p. 196. Ed. Costes. París 1930. 

  9. En un telegrama publicado por el diario stalinista yanki, la cámara de industriales búlgaros felicitaba a Dimitrof, deseándole mucha salud para que continuara aconsejándola. 

  10. En los Estados Unidos la manera más expeditiva de liquidar una huelga es nacionalizar la industria afectada, y en la mayoría de los países las huelgas contra industrias estatizadas o constituyen un crimen de lesa patria, o son una hazaña punto menos que impracticable. En Inglaterra los propietarios de minas han instigado a los obreros para pedir la nacionalización. 10 bis: Estando a punto de tiraje este folleto, la prensa ha anunciado la nacionalización, por el gobierno austriaco, de 81 industrias, entre las que se encuentran más de una decena ambicionadas o ya incautadas por los ocupantes rusos. Estos han entrado inmediatamente en conflicto con el gobierno y parlamento, hasta el punto de arrestar a varios diputados. La nacionalización, tan locamente venteada en documentos oficiales de la IVª Internacional como resultado natural y progresivo de la supervivencia del sistema de propiedad instaurado por la revolución de Octubre, aparece esta vez claramente como resultado del sistema de propiedad reinante en Estados Unidos e Inglaterra, pues indudablemente estos dos países han inspirado la medida. Por el contrario, el gobierno ruso, tocado en sus designios imperialistas, se opone a ella. El esquema de la contradicción entre dos sistemas de propiedad, progresivo el uno y reaccionario el otro, se derrumba. ¿Serán capaces de quitarse de debajo sus partidarios? La sedicente reforma agraria ha sido también precedida por el saqueo de ganados, aperos, bestias de labranza y productos cosechados. Las condiciones de trabajo del campesinado han sido deliberadamente arruinadas, lo mismo que las del proletariado. Las tierras expropiadas no son en manera alguna entregadas a los campesinos, sino vendidas. El campesino pobre y el jornalero sin tierra, carentes de dinero para procurarse los aperos y bestias que los ocupantes han encarecido con su saqueo, quedan prácticamente excluidos de todo beneficio. ¿Y por qué habría de interesarse en los explotados del campo la casta de explotadores rusos, que se envanece de sus koljosianos millonarios? No puede repetirse en los países ocupados el período de la colectivización stalinista iniciado en 1928. Entonces la burocracia buscaba abajo apoyos contra el peligro de restauración de las viejas clases poseyentes; hoy ella misma es un capitalista colectivo en Rusia, y en el exterior no busca el apoyo de los de abajo, sino la amistad sumisa de los de arriba. Su reforma agraria tiene por objeto crear núcleos de campesinos satisfechos en los que apoyarse contra los campesinos pobres y contra la ciudad. Por otra parte, el problema del campo es hoy insoluble sin encuadrarlo dentro de la revolución socialista. Mientras esta no se consume, cualquier reforma agraria irá en beneficio de una minoría de la población rural. No debe olvidarse tampoco que, secundando a Washington y Londres, Moscú se ha propuesto desindustrializar los países enemigos, volviéndolos hacia el campo, empresa la más contrarrevolucionaria que jamás se haya acometido. En definitiva, el deseo se verá contrarrestado por las urgencias militares de los dos bloques en perspectiva, pero no por eso subsistirá menos, para los cabezas, la necesidad de mantener las industrias de sus respectivas zonas de influencia en situación de inferioridad, sobre todo en Alemania. 

  11. En Hungría, se ha descubierto últimamente, los rusos aceptan generosamente, como indemnización de guerra, el 50% de las acciones de compañías petroleras y de bauxita, cuyo capital es íntegramente desembolsado por el Estado o por burgueses particulares. Y puede tenerse por seguro que las altas autoridades rusas ocupantes sabrán aprovechar la ocasión para hacer sus propias inversiones privadas, o robarlas a imitación del Kremlin. 

  12. En la correspondencia entre Hitler y Mussolini inmediatamente antes y después de la ruptura del pacto Hitler-Stalin, no se habla ni una sola vez del peligro bolchevique ni del sistema de propiedad soviético. Eso se dejaba para la galería. La necesidad del ataque se funda únicamente en consideraciones militares, y en la esperanza de explotar Ucrania. Por otra parte, uno de los almirantes de Mussolini declaraba en la revista americana Life que su amo, opuesto a la guerra contra Rusia, consideraba la alianza con ella como una garantía de victoria, porque Stalin había liquidado el peligro bolchevique matando los perros de presa de la revolución. Añadamos que la ocupación hitlerista conservó los koljoses, imponiéndoles al eficacia alemana

  13. El primer acto del parlamento finlandés elegido después de la capitulación, en el que stalinismo se encontraba en minoría, fue, por iniciativa de éste, prohibir las huelgas, perjudiciales al pago de reparaciones. En ningún otro país ocupado por el padre de los pueblos son tratados los derechos de las masas con mayor miramiento.