Presentaciones programáticas del FOR

Presentaciones programáticas del F.O.R.

Empezando (1958)

Ideológicamente no empezamos, sino que reanudamos, porque nunca interrumpimos. Venimos de muy lejos, desde el primer tiempo en que hubo hombres sublevados; vamos de camino, mucho más lejos todavía. Entroncamos con los revolucionarios más cabales de antaño y suscitamos ya los de mañana. De idea en idea, de hombre en hombre, somos el instante imperecedero de la energía reivindicativa del individuo a través de la historia, el continuo afirmativo de las exigencias humanas frente a las contingencias del reaccionario acaecer político. Ser hombre, en nuestra época más perentoriamente que nunca, es comportarse revolucionariamente. Nosotros ejercemos nuestro oficio de hombres sin trapacerías, tembliques ni adulteraciones. Así pues, no empezamos, continuamos; lo que empieza es nuestra publicación, Alarma, y una jornada nueva en el persistente duelo contra la tétrica reacción española.

Somos hombres de la guerra civil y hombres de después, unidos por un ideario que sobrepasa las fronteras, que las suprime ya virtualmente, requisito indispensable a la acción socialista hoy. Buena parte de nosotros, los veteranos y los nuevos, hemos conocido las prisiones de la España sagrada; algunos también las de la policía rusa. Ninguno somos arrepentidos, ni del franquismo ni del stalinismo. La tiranía, la explotación, no nos engañaron nunca, aun embozadas de comunismo o de democracia.

Nuestro abolengo político viene desde Marx y Engels, la Primera Internacional, los años revolucionarios de la Segunda y la Tercera, Liebknecht, Luxemburgo, Lenin, Daniel de León, Trotsky, la oposición a la contrarrevolución stalinista en Rusia. Por los acontecimientos entroncamos con la Comuna de París, la revolución rusa del 17, la alemana del 18-23, los centenares de miles de hombres asesinados por el actual sistema ruso, en su destrucción de las tendencias revolucionarias; con la insurrección española del 19 de julio de 1936 frente a la reacción clérigo-militar y la insurrección de mayo de 1937 contra stalinismo y Frente Popular; con las centenas de millares de hombres asesinados por el franquismo. Reivindicamos igualmente la acción insurgente del proletariado alemán, polaco, húngaro, etc., contra los régulos de Moscú.

Por sí solo, lo dicho comporta un programa revolucionario sin mitigaciones, programa cuya amplitud, facetas y modalidades tácticas se deduce de este hecho, consecuencia de la historia reciente: Washington y Moscú, Moscú y Washington son factores simétricos y complementarios de la contrarrevolución mundial. Necesitamos decirlo de la manera más inequívoca posible, porque nosotros no jugamos al demócrata anti-franquista. Aspiramos a agrupar hombres revolucionarios, no figurantes de tablao. Nuestro anti-franquismo perfora hasta las raíces del sistema, y nuestra exigencia de libertad, inconforme con ficciones jurídicas, reclama la igualdad económica. No tenemos nada que ver, ni aceptaremos tenerlo jamás, con los anti-franquistas de inspiración rusa, que nos deparan otra tiranía, ni con los demócratas aroma Washington, que para competir con Rusia nos proponen unas libertades secreteadas en los confesionarios y apuntaladas en las bases americanas. Si hace 26 años la victoria de Franco se debió a la colusión de Stalin, Roosevelt y Hitler contra la revolución obrera, hoy que el siniestro bufón pierde pie, cuando el proletariado reanuda su actividad y el capitalismo español zozobra de nuevo, nosotros consideramos obligación primera alertar contra toda política que incline a Washington o a Moscú.

El triunfo de Franco no ha invalidado ninguno de los factores sociales que produjeron la gran conmoción revolucionaria del decenio 30, antes al contrario, los ha ensanchado y exacerbado. Las clases de la población cuyos sórdidos intereses azuzaron la acción del ejército (o sea el clero y la burguesía), creyeron que el terror , más la doctrina cristiana a la fuerza imbuida a la población, formarían una juventud bovina y exangüe, exorcizando por siempre la acción del Malo, de la Revolución. Implacable ha sido el terror, en efecto, y se han puesto en juego desde las brujerías prehistóricas hasta la técnica moderna para conseguir el embrutecimiento pefecto del país. No muy lejos han andado de ello, pues en verdad, lo que de hecho, aunque a contrasentido, cabría llamar hoy cultura española, es aun más oscurantista y desde luego mucho más venal que la de los tiempos de Godoy. La mayoría de los intelectuales siguen o han seguido el principio denunciado por el proverbio persa: besar la mano que se debería morder.

Pese a todo, jamás el régimen consiguió adoctrinar a la juventud obrera, y hoy se le insurgen ésta y la propia juventud estudiantil, avergonzada del sistema en que vive. La historia es terca y recurrente. Por vericuetos múltiples, insospechados a veces, insinuándose por celadas sendas cuando el garrote media, arroja reiteradamente a la escena política sus necesidades -las del hombre- hasta cumplimiento entero o desbarate de las condiciones que las engendran. Así, ventitantos años de totalitarismo entre avemarías está reventando a ojos vistas. Tras una larga dominación incontestada, a despecho de tantísimas sevicias, Franco y su jarca abocan a hacer todavía más indispensable que ayer la revolución vencida. Creían, obtusos, que la revolución es un partido, fusilado el cual el capitalismo viviría siglos yertos, sin que una idea o la virilidad de una protesta les perturbase a ellos la digestión. Cierto, el clero español, estulto, antropofágico en el sentido más vecino posible de los degustadores de corazón e hígado, no desdeñaría la vuelta a aquella edad de oro eclesiástica que fueron los siglos negros de Europa, cuando nadie ponía en duda la incapacidad del hombre para regir sus propios destinos, de donde la idea de Dios saca su fuerza. Pero en España más queen ningún otro sitio, él mismo es hoy un gran trust capitalista cuyas funciones engendran las condiciones de su aniquilamiento, y en los explotados la necesidad de la revolución.

Huelgas obreras, motines estudiantiles, división y rivalidad de los vencedores, asco profundo y general de la población frente al régimen, problemas económicos, e incluso el acertijo de la sucesión, son otras tantas cuarteaduras que irán ensanchándose hasta el derrumbe, y por donde ya traslumbra la misma gran contienda que originó las luchas del decenio 30. Es imposible predecir si la caída del régimen se precipitará o se alongará. Estamos convencidos de que habría dado de bruces hace años, de haberse hecho lo necesario en la clandestinidad y en la emigración. Mas el comportamiento de las grandes organizaciones del exilio es consecuencia del que tuvieron durante la guerra civil. No cabe criticarlo en este momento, sino constatarlo y señalar la necesidad, al margen de ellas, de un nexo ideológico y orgánico nuevo, que una a los hombres más conscientes y decididos, tanto entre la juventud obrera como en la estudiantil. Es la mejor manera de acortar los plazos, aprovechar al máximo las energías contra el régimen, y sobre todo de precaver que mañana se nos birle otra vez la victoria.

Lo que los acontecimientos nos traen de nuevo, es la contraposición irreductible entre la revolución socialista, necesidad inmediata, y la conservación del capitalismo en cualquiera de sus formas, en el fondo la misma gran contienda que el decenio 30, pero mucho más premiosa. Nos importa dejarlo sentado desde ahora y con tanta mayor netitud cuanto que la revolución encuentra otra vez atravesados en su camino los mismos partidos que durante la guerra civil la hicieron recular en beneficio de Franco. Pero ahora todo es más descarado: esos partidos quieren, buscan, tienen adquirida en parte la alianza directa de elementos franquistas, militares, clericales, falangistas. Frente a ellos, cuya conducta y objetivos están preñados de asechanzas, nos delimitamos aquí en forma sumaria, pero sin medias lenguas, a reserva de volver pausadamente sobre los diversos puntos en publicaciones posteriores.

  • Reconciliación de los españoles o unidad nacional. Ninguna, ni hoy ni mañana, porque ésa es una fórmula jesuítica para perpetuar las relaciones de producción y de distribución existentes, lo actual con ligeros cambios de superestructura. No puede haber reconciliación entre la necesidad humana de revolución social, sin cuya satisfacción lo que llamamos civilización siéndolo apenas terminará por desaparecer, y las necesidades antisociales, reaccionarias de los estamentos capitalistas. Entréguense a los trabajadores que los ponen en función todos los instrumentos productivos: industria, tierra, centros científicos y de enseñanza, prensa, radio, televisión cinema, etc., entréguenseles las armas que detentan el ejército y demás cuerpos coercitos, disuélvanse éstos, organícese la producción suprimiendo la venta del hombre (fuerza de trabajo asalariado) y una distribución para el consumo y la expansión cultural de todos, sin beneficios de burgueses ni tecnócratas, créese un poder político democráticamente designado por cuantos trabajan en tales condiciones; a partir de ahí, únicamente a partir de ahí podría hablarse lealmente de reconciliación. Lo demás son cálculos, combinaciones de torpe, cuando no aviesa intención. Quienes ahora emplean esa fórmula, sean stalinistas, curas, militares o «socialistas’’, nos la impondrán mañana, tricornios por delante. Lo que en realidad nos piden es no hostilizar a los explotadores, en particular a Iglesia y Ejército, cuando precisamente ellos son los manantiales de la brutalidad actual, el obstáculo principal a la liberación de la sociedad entera. En el fondo, los reconciliadores hostilizan a toda la población enemiga de Franco. La colusión entre algunos falsos antifranquistas de dentro y otros decrépitos de fuera la inspira un miedo común a la acción insurgente de los oprimidos. Nos reservan malas cosas. Tratan de impedir la revolución y en cambio retrasan la caída de Franco.

  • Restablecimiento de la monarquía... constitucional. Al irrumpir las masas en la escena política española, en 1931, la monarquía se vino abajo, incapaz de resistir la aversión popular concitada por tres siglos de decadencia, corrupción, despotismo e innúmeros delitos de envergadura histórica. Si las maniobras proborbónicas que desde tiempo ha se vienen urdiendo entre personas influyentes del interior y del exterior tuviesen éxito, la monarquía nueva sería tan clerical y militarista como siempre, pero mucho más policíaca y falsamente constitucional. Los monárquicos españoles son la misma gente que desde la guerra civil gobierna. No existen ni pueden existir otros, por más que cualquier cambio sería acogido con aplausos al principio. Los personajes y partidos del exterior que a las claras o bajo mano propician la monarquía serán, en cualquier caso, incapaces de darle un sustento popular. En cambio, no escaparán a la borchonosa culpa de haber restaurado una institución pútrida que ellos mismos contribuyeron a expulsar. No es que la monarquía haya mejorado, son ellos quienes han empeorado.

  • Democracia popular. Nadie habla de esa perspectiva de sucesión, y menos que nadie quienes la cavilan, hecho importantísimo y grave entre todos los de la actual sintomática antifranquista’. Por el momento, los hombres de Moscú se guarecen tras cualquier rótulo: dícense republicanos, demócratas, monárquicos constitucionales, cristiano-demócratas o falangistas bienintencionados’, según la clientela a que se dirijan. Incluso tachan de provocación la defensa llana de lo que persiguen, tan impenetrables son los designios de su metrópoli. Por su parte los demócratas aroma Washington prefieren, como Franco mismo, no aludir al asunto sino bajo la fórmula mendaz de «peligro comunista». Creen forzar así en dirección suya la mano gofa y avara de las finanzas yanquis. La verdad es muy otra y la diremos nosotros.

    Entre todas las solucionesanti-revolucionarias ideadas, la que lleva en reserva el partido de Moscú es la que mayores posibilidades de éxito tiene. En primer lugar porque daría curso al capitalismo de Estado, término obligado del capitalismo mundial en ausencia de revolución. En segundo lugar, porque el partido de Moscú será, con gran ventaja sobre los demás, muy eficaz para contrarrestar a los explotados, que consciente o inconscientemente pugnarán por la revolución. Ese y no otro fue su éxito ya durante la guerra civil. En tercer lugar, porque de la base orgánica del franquismo, sectores de importancia varia, según las incidencias, acorrerán al stalinismo (ya están bien pobladas de estipendiados rusos las dependencias de Franco) atraídos por sus grandes cualidades antiproletarias. Y finalmente, porque los propios partidos que hoy trinan contra Moscú terminarán considerándolo, llegado el caso, como el último e inevitable refugio ante una riada de masas. ¿No ha sido así en todos los países llamados hoy de democracia popular? ¿No fue ese el caso en España antes que ningún otro país?

    En Rusia como doquiera triunfe, el stalinismo representa un tipo de contrarrevolución tanto más peligrosa cuanto que toda la propagada mundial, estúpida por interesada, lo presenta cual si fuera comunismo. Si expropia a los capitalistas individuales es para intensificar al máximo la función explotadora y opresora del capital, quitando a los obreros incluso la libertad de vender o no vender su fuerza de trabajo al precio que les dé la gana, la más efectiva de las libertades que les deja el capitalismo individual. Por eso, en momentos de grave crisis, resulta imposible vencer al stalinismo sino mediante la revolución proletaria. Se vio en mayo de 1937 en España y en la Hungría de 1956 otra vez. Sépase de antemano: el partido de Moscú será un enemigo de la revolución aún más temible, por más pérfido, que la Iglesia, la burguesía y el Ejército. Además, cuando llegue el momento aparecerán unidos. Hagámosles frente desde ahora.

  • República burguesa y asamblea constituyente. Frente a la tiranía franquista, la palabra república tiene resonancias de libertad, y la palabra constitución evoca la limitación jurídica del poder, demencialmente arbitrario hoy. Por ese solo hecho, ambas disponen de un margen de simpatía, y de abuso, en la consciencia de la población en general. Tanto más obligado es situar el problema y definir una actitud, cuquerías tácticas a la mar.

    España es una república de trabajadores de todas clases- rezaba inflatoriamente la constitución de 1931. Y todas las instituciones estatales, más la legislación, seguían siendo las de la monarquía con todas su lacras inveteradas. De ahí que los dueños capitalistas de España pudiesen utilizar a satisfacción dichas instituciones para establecer su imperio absoluto cuando lo consideraron conveniente. Una República de trabajadores no puede existir sobre la base de la economía capitalista, sea privada o estatal.

    Así pues, quienes hablan de República a secas proponen la continuidad del capitalismo tal como existe hoy, sustituyendo sólo las formas políticas franquistas por otras republicanas. Legislar éstas sería la obra de la asamblea constituyente.

    Por nuestra parte, no queremos eso, sino realmente una República obrera, sin explotadores ni opresores autorizados por las leyes. De antemano declaramos que lo que está en juego no es sólo Franco, sino el capitalismo cuyo imperativo reaccionario saca caudillos de cualquier rabo.

    Por relación a las posibilidades de transformación social, la mejor democracia burguesa es también una prisión. De polo a polo del planeta, multitud de experiencias -España entre ellas- lo atestiguan, pues la gran pugna mundial se libra en torno a la sustitución del capitalismo por un tipo de civilización superior, donde la libertad no sea ficción legal ni imposibilidad material para la mayoría. Suponiendo que la República burguesa se instaurase y perdurase en España, su cometido sería enteramente antihistórico. Sin embargo, caso de aparecer, lo probable es que sea episódica, concesión inevitable de las derechas y palestra donde se afronten las tendencias revolucionarias con las regresivas. En todo caso, constituirá un producto bastardo de las latencias más profundas y veraces de la sociedad. Para nada necesitan éstas, en efecto, una reedición de 1931, pero si necesitan trastocar de arriba abajo todo el sistema económico y político, sin lo cual el atraso, más mental aún que técnico, seguirá siendo la tónica media del país. Tal es la primera verdad política en la España de hoy, y la verdad no debe silenciarse.

Por nuestra parte no contribuiremos a ninguna mistificación, por mucho que buena copia de antifranquistas de viejo y nuevo cuño pretendan que la mistificación recela gran eficacia táctica. No queremos crecer esterilizando ideas ni emasculando acciones políticas. Lo que nos importa es dar lucidez a los explotados y a los hombres de médula revolucionaria en general, lo necesario es incitar su actividad, única forma de resolver los problemas planteados. Demasiado dudosas, mancilladas aparecen ya palabras como socialismo, libertad, comunismo, manoseadas por quienes representan prácticamente sus antípodas, para que añadamos nosotros nuestro grano, siquiera sea por pasividad, callando. No; uno de los cometidos esenciales del revolucionario consiste hoy en desvelar esas mistificaciones que tantas derrotas han causado, que han deteriorado hasta lo despreciable la conciencia mundial y que amenazan acabar con la posibilidad misma de revolución.

En el fondo de la crisis política española no hay nada más que la necesidad de revolución socialista, reafirmémoslo. Soterrada por largos decenios de teocracia y soldadesca, renegada, descarriada o carnavalescamente disfrazada por hombres y organizaciones que deberían auspiciarla si sus designaciones no fuesen falsas, esa necesidad sigue presente y el dilema es inconcuso: ella o cualquier tiranía en la gama que va de Moscú a Washington. Estamos convencidos de lo dicho por el análisis teórico, por la experiencia práctica de medio siglo, y por el sentir mismo de los hombres con quienes hemos convivido en la cárcel y en la libertad vigilada que es la democracia cristiana.

Por consecuencia, nosotros, hombres del decenio 30, del 50 o del 60, unidos por ideas, no por circunstancias de convenenciero cálculo, fomentaremos la lucha por la libertad, función máxima de la revolución socialista, pero nos negaremos siempre a subordinarla a los intereses sucios de la Iglesia, el Ejército, la burguesía, o de esos suspirantes de la contrarrevolución tipo capitalismo de Estado que son los jerarcas del partido de Moscú. No aceptaremos ningún compromiso de sistema contrario a la necesidad histórica aquí definida, por muy democrático que se diga, pero sí concertaremos acuerdos de lucha práctica, de huelgas en primer lugar, con tendencias que quieran sublevar al proletariado, no apaciguarlo, y excluyendo siempre, por reaccionarias y nocivas, a las que han apoyado a Franco, a las que miran a Moscú o a Washington. Proclamamos, sobre todo, que el factor decisivo y más dinámico de la lucha contra el régimen está en las clases explotadas, y que por consecuencia el norte de la revolución social moviliza el máximo de energías y da toda la gama de reivindicaciones susceptibles de producir, sin solución de continuidad, el derrumbe de Franco y la apertura de una civilización nueva, realmente digna del hombre.

Vamos en pos de la idea, sabiendo de antemano que sin la victoria nos espera la persecución, pues la contienda será aún más tremenda que en el pasado. Lejos de nosotros las manos de mendigo, las mentes de hombre dirigido.

Alarma nº1, diciembre de 1958

Llamamiento y exhorto a la nueva generación (1959)

La dictadura ha entrado en su fase agónica. Nada impedirá ya su caída, ni el quite sucesoral de la ley orgánica ni la delación y la represión recrudecidas. No la derrumba la actividad de los viejos partidos del Frente Popular, que hoy hacen vergonzosamente cara de amigos a la Iglesia, sino la hostilidad irremitente de la población laboriosa, cada vez más manifiesta y activa. La derrumba también su propia vileza conventual y cuartelaria.

Desde el primer día de su triunfo, la tiranía encontró en torno suyo el vacío y el desprecio absoluto de la mayoría. Habría deseado que sus adversarios no fuesen más que el 20 o el 30 por 100 de la población; los habría matado a todos. Pero le era imposible enviar al cementerio las tres cuartas partes de los habitantes, si no es más. Asesinó y encarceló a los hombres por centenares de miles, aterrorizó permanentemente a la población, escarneció y humilló a las personas, pero no las sometió. La mirada vultuosa y dura de los supervivientes vencidos caía sobre los vencedores con la rudeza primitiva de una maldición y el valor puro de una afirmación del Hombre: «Henos aquí, de nuevo hablaremos». Llegará, sí, la hora del gran diálogo. Las primeras voces están sonando ya.

La antigualla española supo siempre, aun en sus días más exultantes, que no merecía la victoria, que la obtuvo contra el querer general, y no por su méritos, ni siquiera por su fuerza bruta, sino porque desde la zona roja se la facilitaron partidos amigos de Moscú y de Washington. Quiso, pues, aprovechar la inesperada ocasión y vengarse del pavor que le infundiera la generación del 36, haciendo de la nueva generación bajo su férula educada eunucos intelectuales, hombres dimitidos incapaces de rebeldía, blandengue masa manejable desde los púlpitos y las comisarías; en una palabra, y empleando la expresión que mejor cuadra al régimen, quiso hacer de cada hombre nuevo un Hijo de María.

Grande ha sido la solución de continuidad, en efecto, entre la generación del 36 y la nueva. El régimen ha fomentado el embrutecimiento de la juventud por todos los medios: frenesí deportivo, literatura policíaca (desconocida antes), enseñanza oscurantista, falsificación de la ciencia, depravación puteril del amor, incluyendo el matrimonio, comercio hoy más que nunca, etc., etc. Y como representación ética superior ha pretendido imponer, forzando en escuelas, fábricas, oficinas a escuchar la palabra mercenaria de sus predicadores, el decálogo mosaico, zafia cuando no despreciable moral de salvajes. El cordón policíaco anticultural ha sido tan estricto, que es hoy dificilísimo encontrar en España alguna persona menor de cuarenta años que sepa algo sobre el pensamiento revolucionario de la humanidad en cualquiera de sus aspectos. La juventud ha sido intencional y aviesamente apartada del aspecto más rico y noble de la historia humana.

Empresa baldía. La estructura del régimen chirría preludiando derrumbe, y una de las causas principales de ese hecho es la aversión radical, larvadamente revolucionaria con que lo considera la nueva generación. Los estadios de fútbol hoy atiborrados, se vaciarán un día sobre las plazas públicas en torrentes subversivos. Entonces, la propia discontinuidad entre la generación del 36 y la nueva puede favorecer a esta última, en la medida que, alejándola de las grandes organizaciones que el 36 dieron lugar a Franco, le consiente más fácilmente crear un organismo nuevo, apto para vencer.

De la necesidad de ese organismo queremos hablar precisamente. Es hacedero constituirlo desde ahora en cierta escala, e indispensable conseguirlo si no queremos rebotar de Franco a otro despotismo cualquiera. Con tal objeto y antes que nada, hay que conocer lo más esencial del pasado, fijar nuestra meta, y esbozar los lineamientos primordiales de la nueva organización. En realidad, pasado y meta se entrelazan y se presuponen de mil maneras, por lo cual los ensamblaremos aquí.

Hace más de cuarenta años que el capitalismo, cubierta su etapa progresiva, contraría las necesidades de libertad económica y política de la humanidad. Grandes hecatombes imperialistas, guerras menores, dictaduras militares, stalinistas, fascistas, mengua y corrupción de la libertad en los antiguos países de democracia burguesa, explotación acentuada del proletariado, alargamiento de la jornada de trabajo, reintroducción del destajo, crecimiento monstruoso de la burocracia estatal y privada, de contramaestres, controladores y cronometradores en la industria, de la policía, los ejércitos permanentes y la producción de guerra, conversión de los sindicatos en reguladores de la explotación, manifestaciones todas de la corrupción reaccionaria del capitalismo, lo mismo si se considera cualquier país aislado que todos juntos, los atrasados igual que los adelantos, bloque oriental y occidental a una. El capitalismo está destruyendo la civilización y degradando al hombre. La más ostentosa señal de esa degradación es que Moscú y Washington puedan aniquilar con un solo gesto a la humanidad entera, mientras intentan hacer creer al mundo que los ejércitos rusos son preferibles a los americanos o los americanos a los rusos. La sola amenaza atómica justificaría de sobra una sublevación que acabase al mismo tiempo que con las bombas nucleares, con todo el aparato bélico y el sistema económico que los necesita.

La humanidad no ha sido traída sin lucha hasta su humillante y peligrosa situación actual. Innumerables insurrecciones proletarias han intentado iniciar la transformación del capitalismo en socialismo y la rivalidad de naciones en una sola fraternidad mundial. Desde la revolución rusa de 1917 hasta la revolución española de 1936, el maretazo insurreccional recorrió cuatro continentes, rechazado siempre gracias a la política de las organizaciones llamadas comunistas y socialistas.

Existe una estrecha relación de causa a efecto, entre el aniquilamiento de la Revolución española y el estallido de la segunda guerra imperialista. Los aspirantes al imperio económico mundial no podían desencadenar la guerra sin estar antes seguros de que, vencida la ola revolucionaria que el Octubre ruso suscitara, los hombres no utilizarían las armas para oponerse a la guerra y dar fin al sistema que la engendra. La relación entre el aplastamiento de la revolución en España y el desate de la segunda hecatombe se hace aún más luminosa recordando que su derrota fue deliberada y fríamente perseguida por el partido de Moscú, y finalmente alcanzada por el gobierno Negrín-Stalin, pero no sin que antes se sublevase contra ellos el proletariado, en mayo de 1937. Vencida la última y la más profunda de las conmociones revolucionarias iniciadas en 1917, el triunfo de Franco apenas encontraba ya obstáculo, y tras él, la guerra por la explotación del globo no se haría esperar ni seis meses. Amagaba desde varios años antes, contenida únicamente por el peligro de contagio de la Revolución española, pues evidentemente, de haber triunfado ésta, los obreros alemanes, italianos, rusos, americanos, franceses, ingleses, etc., lejos de dejarse regimentar pasivamente para una guerra repulsiva, se habrían esforzado en imitar a sus camaradas de España. La derrota no fue española sólo, ni mucho menos. Desde el 19 de julio de 1936 convergían hacia la península las miradas anhelantes de todos los oprimidos del planeta. Y se sintieron, y fueron, derrotados con nosotros. Al mismo tiempo, en Rusia era asesinada toda la generación bolchevique propulsora de la revolución, imcompatible con Stalin y su nuevo capitalismo de Estado. La contrarrevolución se redondeaba.

Había sido dado el golpe de gracia a la esperanza de una generación integérrima, y por Moscú mismo, que convirtió a buena parte de sus fieles en despreciables polizontes, asesinos y chivatos de revolucionarios. Ya no le interesaba más que tirarse a rebato con Hítler sobre Polonia, después con Estados Unidos sobre el mundo. Con el renacimiento de la ofensiva obrera mundial, Moscú será una de las primeras capitales reaccionarias que caerán a plomo.

Terminada la horrenda matanza, inasimilada todavía la experiencia española, el proletariado de muchos paises (Italia, Francia, Polonia, Checoslovaquia. Alemania, China, etc.) fue desarmado, vencido y vendido, ora a Moscú, ora a Washington, por los respectivos partidos stalinistas, siempre «democráticamente» secundados por los partidos tan mal llamados socialistas como aquellos otros comunistas. El mundo es dividido a la fuerza en dos partes, verdaderas preseas de Rusia y Estados Unidos. El retroceso político e ideológico ha ido en aumento desde la derrota de la revolución española. El pensamiento, la voluntad y la organización revolucionarios, sin medios materiales para hacerse oír, están reducidos a escasos grupos en cada país, cuando no son radicalmente exterminados. Pero la necesidad de revolución va mucho más allá de la existencia de estructuras orgánicas idóneas, pues no es algo artificialmente suscitado, sino vital para la humanidad. Sin ideología revolucionaria y organizaciones que la encarnen, no hay revolución triunfante posible, pero las sacudidas rebeldes del proletariado son independientes de esa circunstancia. Llega forzosamente un momento en que los oprimidos ya no aguantan y se echan a andar, gobierne quien gobernare. Son múltiples los ejemplos, pero nos referimos tan sólo a dos: en 1944, una insurrección del proletariado griego, casi victoriosa, fue sofocada por Churchill en conciliábulo con el partido de Moscú y con el arzobispo Damaskinos. De vuelta a Londres, el dogo británico declaraba ante la Cámara de los Comunes: «Felicitémonos de haber vencido, con ayuda del partido comunista griego, la verdadera revolución comunista, aquella misma que espanta a Moscú». Segundo caso: la fulminante insurrección del proletariado húngaro en 1956, aplastada por los tanques rusos con la venia de Washington y de sus hombres en Hungría, incluyendo el tan celebrado en España cardenal Mindzenty.

El tributo gigantesco que la humanidad ha tenido que pagar en vidas, sufrimientos, bastardía de ideas y de sensibilidad, como consecuencia del rechazo de la revolución internacional entre 1917 y 1937, reafirma desgarradoramente la necesidad de dar muerte al capitalismo. El objetivo de ayer vuelve a ser el objetivo de hoy, con urgencias definitivas. Y si durante el período anterior la conmoción de España fue una de las más intensas y la última, de donde se desprenden las enseñanzas ideológicas esenciales para el futuro próximo, eso mismo hace del proletariado español, en el instante actual, uno de los iniciadores posibles de la revolución internacional. No nos preguntemos más; démonos a la obra. Las ideas existen. Vamos a la acción práctica y creemos la estructuración orgánica indispensable. Ataquemos desde ahora los cimientos mismos del capitalismo, estercolero de Francos. El sistema está podrido en todo el mundo. Sus propios representantes lo saben, lo mismo en la zona de gravitación rusa que en la americana. La fuerza moral, la razón histórica y hasta los intereses inmediatos de la humanidad pertenecen a la revolución socialista internacional.

Está fuera de toda duda que Franco habría caído hace más de diez años si una sola de las grandes organizaciones del exilio fuese revolucionaria, en particular el stalinismo, que por sí solo podría poner en juego recursos tan o más poderosos que los del Estado franquista. Nada más lejos de su naturaleza, enteramente reaccionaria hoy. Para el stalinismo el proletariado es lo que para un estado mayor militar sus soldados: simple masa de maniobra, peones de brega a utilizar bien encuadrados por sargentos, capitanes, etc., y disciplinados al propósito del mando, totalmente contrario a las necesidades del hombre raso. Su actual consigna de «reconciliación nacional» no es un ardid, sino un medio de impedir la lucha revolucionaria de los explotados, hoy, y mañana aún más que hoy. Por su parte, el movimiento obrero ha estigmatizado siempre esa consigna como la más característica e hipócrita de la reacción. En boca del stalinismo refuerza al máximo sus aspectos tradicionales, reflejo de necesidades gobernantes de explotación y represión.

A su vez, el partido reformista (socialista), como sus demás hermanos europeos, es un partido burgués cuya sola aspiración es colaborar establemente con el capitalismo, representarlo directamente si es necesario y constreñir las reivindicaciones obreras a límites sindicales útiles al capitalismo. Sus intereses e ideas corresponden con los de la burguesía pequeña y media, mendiga de la grande.

El propio anarco-sindicalismo (C.N.T.), que ya en plena revolución se dejó sujetar por el Frente Popular, va por la emigración dando tumbos, dividido en una tendencia que sigue las huellas del reformismo y otra de porvenir azaroso, pese sus aseveraciones ácratas. Esta misma tendencia, formalmente a la izquierda de la primera, no ha sacado más que conclusiones superficiales de la Revolución española, tan superficiales que no le impedirán volver a tropezar en las mismas piedras. A ello se debe su incapacidad para crear en España una organización ilegal permanente susceptible de educar revolucionarios de la nueva generación. No son medios, ni siquiera valor físico, lo que le ha faltado.

Nos encontramos, pues, a corto plazo ya de la caída del régimen, con que el partido filial de Moscú es calculadamente contrarrevolucionario y pro-capitalismo de Estado, el partido reformista pro-capitalismo y parlamentarismo burgueses, mientras el anarco-sindicalismo flota a la deriva, susceptible, no los dudamos, de sana acción rebelde, muy deficitario en cuanto a las necesidades generales de la revolución y a las propias urgencias ideológicas del momento.

La organización revolucionaria hay que creerla de punta a cabo, pronto, urgentemente, y esa tarea es incumbencia principal de la nueva generación. Los pusilánimes, los miedosos que a nada se atreven sin preguntarse antes cómo lo tomará la policía, los calculadores que se atreverían a algo contando con medios (Moscú, laborista ingleses, sindicatos americanos, etc.), que se queden en casa rezando el rosario familiar. Su intervención será perniciosa hoy, y mañana contraproducente. Nos dirigimos a los hombres más sanos y rebeldes, que ven la caída de régimen no en función de las estratagemas interimperialistas de la guerra fría, sino en función de las necesidades socialistas del proletariado español, mundial, de la humanidad entera. Buscamos a quienes sienten tan intensa y verazmente la vida, que prefieren perderla antes de pactar con la despensa. La revolución social, la emancipación del proletariado, es precisamente la superación de los sórdidos imperativos estomacales, perversión de la conciencia humana.

Nosotros mismos, un puñado de hombres nuevos junto a algunos revolucionarios maduros, somos de esa índole, probada en hechos, represiones, muertes.

Existen en España millares de hombres susceptibles de unirse a nosotros y constituir un partido revolucionario bastante fuerte para asegurar la victoria. Se encuentran, sobre todo, por fuerza de su emplazamiento social, entre el proletariado. Mas lo característico del ser revolucionario no es la pertenencia a la clase situada rumbo al desenvolvimiento histórico, hecho objetivo dado por la evolución mecánica, sino la compenetración cabal, procédase o no de ella, con el supremo interés revolucionario, o sea con la ideología que ha de transformar la despreciable sociedad capitalista en una civilización del hombre para el hombre.

Con ese criterio, nos dirigimos al proletariado español, pero también a todos los jóvenes que han tomado iniciativas rebeldes. Proletarios, estudiantes que no pensáis en puestos, a todos os decimos:

Las ideas tienen mucha mayor potencia que los medios económicos. Teniéndolas, puede crearse una organización revolucionaria, y por su conducto propiciar medios. La capacidad económica sin las ideas (caso magno el stalinismo) sólo puede crear porquería, y aun eso engañando a pobres hombres. Lo que os decimos y os invitamos a hacer hoy, no es una ocurrencia del momento, sino una idea, un hecho por nosotros practicado desde hace años, que el terror policíaco impidió generalizar como ahora. Proletario, estudiante, lo que sea, quien quiera se sienta identificado con nuestra manera de ver, tiene la obligación de convertirse en centro creador de un grupo de Fomento Obrero Revolucionario. Sabemos perfectamente que los jóvenes rebeldes se encuentran desamparados, queriendo hacer, luchar, y no sabiendo cómo empezar, ni práctica ni ideológicamente. La verdad es que crear un grupo contra el régimen es mucho más sencillo de lo que parece. Lo más difícil e importante es que actúe revolucionariamente, sin dejarse envolver por los intereses de Washington ni de Moscú, ambos presentados con esa carátula antifranquista, que ya sólo Franco falta por ponerse. He aquí nuestros consejos, traslación de nuestra práctica:

Dondequiera viva un hombre identificado con nosotros debe constituir en torno suyo un grupo de Fomento Obrero Revolucionario. De él, únicamente de él depende que se realice o no, pues miles de hombres buscan la posibilidad de instruirse y actuar revolucionariamente.

La preocupación primordial de cualquier núcleo de Fomento Obrero Revolucionario ha de ser la preparación sistemática de una huelga general contra el régimen, simultánea en todos los centros industriales y urbanos del país. Son acciones de ese género lo que dará al traste con Franco, muy antes y mejor que las combinaciones reconciliadoras que por todas partes se están urdiendo.

La llamada Unión Española, integrada en buena parte por responsables directos del franquismo, se constituye públicamente en Madrid, contando de antemano con que la policía no se atreverá a «meterse» con sus personajes. Y bien, nosotros debemos reclamar, dirigiéndonos a fábricas y barrios obreros, paso y derecho de libre expresión a los oprimidos. Por todo lo cual, he aquí los lineamientos generales e ideas concretas que servirán a la creación y a la acción de los centros que proponemos:

Características generales de los núcleos de Fomento Obrero Revolucionario

  1. Su lucha contra Franco es al mismo tiempo, y fundamentalmente, una lucha contra el capitalismo, tanto en su forma antigua, occidental, como en su forma reciente más engañosa, el capitalismo de Estado tipo ruso y «democracia popular».
  2. En la guerra fría como en la guerra fogueada, se oponen con igual desprecio y odio a Washington y Moscú, cómitres de la humanidad.
  3. Ante el problema español, denuncian como una indecente capitulación toda propaganda de reconciliación nacional, que significa renunciar a la revolución y en concreto reconciliación con los curas, la policía, la guardia civil, los militares, los falangistas, los burgueses.
  4. Ponen en guardia a todo auditorio posible contra la política del partido de Moscú, únicamente definible como contrarrevolucionaria, y también contra la del partido socialista, únicamente definible como burguesa.
  5. Proponen para toda huelga o para todo trato con el capital, la libre elección de comités obreros responsables ante la asamblea general de los interesados y por ésta revocables en cualquier instante. La asamblea de todos los trabajadores sin necesidad de filiación alguna, es soberana.
  6. Propalan la necesidad de una nueva organización revolucionaria, de la cual son ya los primeros sillares los propios núcleos de Fomento Obrero Revolucionario.

Consignas económicas inmediatas

  1. Fuera el destajo, fuera las horas extraordinarias y las primas sin disminución de jornal, calculado éste según la media del último año.
  2. Jornal mínimo de 10.000 pesetas mensuales, sin deducciones de impuestos ni de días festivos.

Consignas políticas inmediatas

  1. Amnistía política general, libertad de reunión, de palabra, asociación, prensa, manifestación, radio y televisión, etc., sin ningún límite.
  2. Abajo Franco, abajo el clero, abajo el militarismo, abajo el sistema policíaco.
  3. Fuera todo partido -legal o ilegal hoy- culpable de ametrallamiento de una insurrección proletaria, o de asesinato de revolucionarios: no solamente Falange, y los conventículos eclesiásticos y militares, sino también los ejecutores stalinistas del proletariado español en 1937, de la generación revolucionaria rusa en 36-38, del proletariado alemán en 1953 y del proletariado húngaro en 1956, algunos casos entre muchos otros.
  4. Expropiación de la Iglesia, y cese de toda clase de subvenciones a la misma; separación de la Iglesia y del Estado.

Consignas económicas y políticas generales

  1. Expropiación del capital industrial, bancario, agrícola.
  2. Aumento ininterrumpido de los salarios inferiores, hasta nivelación con los salarios superiores, y progresión general a partir de ahí.
  3. Supresión de la venta del trabajo humano o asalariado, con otras palabras, de la explotación del hombre por el hombre.
  4. A la producción la enorme parte de burocracia superflua y parasitaria hoy incrustada en fábricas, oficinas privada y estatales.
  5. Sobre esas nuevas bases, escala móvil de horas de trabajo, lo que permitirá, empleando al máximo la técnica moderna y el trabajo humano al mínimo, reducir la jornada diaria a cuatro horas o menos, aumentando el consumo general.
  6. Gestión obrera de la producción, por comités democráticamente elegidos en escala local, regional, nacional, y en escala internacional tan pronto como se pueda. (A distinguir netamente del Control obrero, que, aun siendo efectivo, sólo consiente al trabajador opinar sobre la manera de explotarlo).
  7. Conversión de las industrias de guerra, sin excepción, en productoras de artículos de consumo.h) Disolución del Ejército, la Guardia civil y demás cuerpos policíacos, cuyo único objeto es mantener la explotación, la iniquidad, la dictadura, incluso bajo una república democrático-burguesa.
  8. Armamento permanente del proletariado y los trabajadores en general.
  9. Todo el poder al proletariado (que incluye cualquier actividad no explotadora útil a la sociedad, sea manual, intelectual, técnica o administrativa).
  10. El poder será local y nacionalmente ejercido por representantes directamente elegidos por los trabajadores.
  11. Supresión de las fronteras para todo efecto, y constitución de economía y gobierno unidos, con cualquier futuro país donde se haga la revolución.
  12. Con tal objetivo, el primer gobierno revolucionario ha de tener un marcado carácter anacional, donde se sientan ideológicamente representados los oprimidos del mundo entero, poniendo directamente por obra el lema y la garantía supremas de la revolución social: ¡Proletarios de todos los países, uníos!

No es indispensable una relación directa actual entre cada núcleo de Fomento Obrero Revolucionario y nosotros, si bien sería más conveniente establecerla. Con todo lo aquí expuesto se hace posible la acción autónoma con suficiente homogeneidad ideológica. Llegará el momento en que nos conozcamos todos y nos articulemos en una sola organización.

Joven proletario, joven estudiante, hombres de espíritu revolucionario en general, emprended valientemente la acción. Cada uno de vosotros puede ser un factor determinante de la evolución histórica. La pasividad o la acción política torcida nos devolverán a la servidumbre, otra vez después de Franco; la acción revolucionaria únicamente abrirá horizontes ilimitados al país, a la humanidad entera, que ya barrunta esperanzada el resurgir de la revolución.

Veintitantos años de tiranía y oscurantismo han de recaer, anulándolo, sobre el sistema capitalista. Los enemigos de la revolución echarán en pasto al pueblo algunos individuos y tratarán de salvar el capitalismo. Contrarrestemos su obra, preparemos el porvenir.

Fomento Obrero Revolucionario.

Alarma nº2, marzo de 1959

Postfacio (1966)1

Al entrar en prensa el presente Llamamiento, el matarife en jefe del país, decrépito, pero todavía en el poder, acaba de presentar a sus Cortes su última ocurrencia «institucional». En el hemiciclo poblado por criaturas suyas, han vuelto a oírse los chillidos fascistas de tan macabro recuerdo: «¡Franco, Franco, Franco!». Pero ahora suenan como el estertor de un régimen agónico.

Lo que el tirano ha dispuesto y haga aprobar no tiene ninguna importancia. Lo importante han sido las huelgas de 1963, seguidas del reivindicar económico y político incesante en todo el país. El músculo y la mente de las masas vilipendiadas y pisoteadas se desperezan presagiando acciones que nulificarán cualquier disposición oficial. Tanto es el vigor con que se anuncian, que ya han forzado un retroceso del régimen, siquiera relativo. Por lo demás, la obra de la Cruzada con su hombre providencial ha sido tan deshonrosa, que no se encontrará Rey ni Roque para cargar con su continuidad. Por malo que sea lo que venga después, necesitará, antes que nada, proclamarse en ruptura con aquellos, haciendo, de viso al menos, lo que se llama popularmente borrón y cuenta nueva.

«La continuación del Movimiento por el Movimiento mismo» de que tanto nos hablaron durante decenios, se hace impracticable debido a la aversión casi universal y cada día más acusada con que son mirados todos y cada uno de los aspectos del régimen. Por añadidura, un Movimiento propiamente dicho nunca ha existido, sí un amasijo de intereses sucios cuya única expresión concreta ha sido el terror militaro-policíaco bajo el palio de la Iglesia.

El peligro a precaver en lo inmediato no es esa quimérica continuidad, sino otra que ya tienen meditada, si no concertada, tendencias en apariencia dispares, pero muy concordantes contra la revolución proletaria. Nos referimos a la continuidad, bajo signo antifranquista, del Ejército, la policía, el mangoneo del clero y en general la continuidad del capitalismo. La Iglesia, la burguesía, el Opus Dei mismo, pese a ser hoy el principal inspirador gubernamental, trabajan en dicha dirección. Nadie se extrañará de ello; pero la mayoría de los trabajadores ignoran que en el torvo designio se ven muy eficazmente secundados por el partido pseudo-comunista, lo que es mucho más grave y depara mal porvenir si no se evita.

A nosotros no nos coge por sorpresa, pues sabemos que desde hace mucho tiempo la designación de «comunista» es en el mencionado partido una estafa ideológica deliberada.

Gracias a ello hemos estado en condiciones de advertir que la Iglesia, el Ejército y otras bases del franquismo, más el partido pseudo-comunista, «cuando llegue el momento aparecerán unidos». (Veánse los dos documentos anteriores, publicados a ciclostil en los números 1 y 2 de Alarma, respectivamente, en diciembre de 1958 y marzo de 1959). Ahora es el mismísimo coadjutor de Pasionaria, Santiago Carrillo, quien lo escribe sin lacha en su «Después de Franco, ¿que?»:

España sólo puede ganar si marchamos por esa vía de colaboración entre católicos y marxistas

Si esta posibilidad no cuaja, no será porque falle nuestra actitud abierta y positiva hacia ella» (página 79).

Como estipula nuestro programa, formas de subvención al culto deben establecerse» (pág. 145).

Nosotros no tenemos ninguna intención de desmantelar el Ejército, y menos de reemplazarlo por el antiguo Ejército popular». «Los mandos deberán recibir sueldos que, con arreglo a su jerarquía, les permitan vivir decentemente y entregarse de manera plena a su profesión (págs. 140-41).

Sólo una minoría insignificante de capitalistas de monopolio se verían directamente afectados por el cambio (pág. 118).

El librejo no tiene desperdicio; todo revolucionario debiera leerlo como antídoto del stalinismo.

La gran maniobra de continuidad de las instituciones dictatoriales y del capitalismo bajo signo antifranquista (y no sin la venia de Washington y Moscú ) está ya en marcha mediante la creación de sindicatos nuevos. La función de éstos, quien quiera los domine, no podrá ser otra que de limitación de las reivindicaciones obreras a las conveniencias de la acumulación ampliada del capital, o sea, a aquello mismo que es urgente suprimir para poder acabar con la esclavitud del trabajo asalariado. El ejemplo de los sindicatos europeos, que impiden toda huelga reivindicativa seria, no digamos la lucha por la revolución, debe servirnos de advertencia.

La mejor manera de contrarrestar la maniobra en gestación es imponer la democracia obrera, en los lugares de trabajo, exigiendo que todas las decisiones y acuerdos salgan de la asamblea general de los obreros, sin distinción de edades o sexos, ni necesidad de filiación sindical, actual o futura. La soberanía absoluta del proletariado es lo que permitirá a éste organizarse en partido revolucionario suprimiendo de arriba abajo todas las instituciones y leyes actuales, y acometer así la organización del comunismo.

Un horizonte grandioso se abre ante el proletariado español, que se hallará pronto en condiciones de inaugurar un nuevo período revolucionario mundial... salvo si se deja embaucar por los falsarios que terminarán echándole encima la tiranía del capitalismo estatal, tan policíaca y terrorista como la de Franco.

¡Imponed en todo instante y a todo comité la soberanía de la asamblea general de los trabajadores! ¡Constituid núcleos de Fomento Obrero Revolucionario! ¡Muera la dictadura! ¡Abajo el capitalismo! ¡Viva la revolución comunista española y mundial !

Noviembre 1966. Fomento Obrero Revolucionario.

Numéro especial de «Alarma» (marzo de 1979)2

Presentación de F.O.R.

Fomento Obrero Revolucionario (F.O.R.) nació en 1959 con bases aproximadas a las de la escisión de los miembros de la sección española exiliados en Méjico, respecto a la IVª Internacional, en el Congreso de 1948.

Esta escisión se basó en el tema del internacionalismo proletario frente a la guerra imperialista; una reconsideración de la naturaleza del estado ruso, de la situación internacional (consecuentemente de la actuación de los revolucionarios) y del «programa de transición».

Estas posiciones fueron desarrolladas en el seno de la IVª Internacional por un grupo de revolucionarios entre los que se encontraban dos de los iniciadores de F.O.R. : Benjamín Péret (poeta surrealista francés) y G. Munis, antiguo miembro del grupo bolchevique-leninista español (pro-IVª Internacional) que participó al igual que Los Amigos de Durruti en las jornadas de Mayo del 37 en Barcelona, oponiéndose a los republicanos y stalinistas.

Tras una efímera tentativa de construcción de la organización y haberse abatido la represión franquista sobre los compañeros que lo iniciaron, FOR se constituyó como organización. Actualmente existe un grupo FOR en España, otro en Francia y un núcleo FOR en los EEUU.

He aquí sucintamente nuestra historia. Con esta exposición, que quede claro, sólo pretendemos orientar sobre el origen de nuestro grupo; nada más lejos de nuestra intención el querer reivindicar una herencia histórica o un derecho de antigüedad/fiabilidad.

Lo realmente importante son las posiciones que nuestro grupo defiende y el afirmar (y poner en práctica) que estamos dispuestos a revisarlas si se demuestran inadaptadas respecto a la evolución del sistema capitalista y las fuerzas que lo sostienen.

Presentamos a continuación un breve resumen de nuestras posiciones señalando previamente que este resumen es, como tal, incompleto y que sólo podrá ser profundizado por medio de la lectura de nuestras publicaciones.

  1. El sistema capitalista está en decadencia. Con esta afirmación expresamos la disociación y oposición existentes entre progreso social y sistema capitalista. En este sentido Ja decadencia del sistema no se mide sólo por tablas económicas; está también exp esada en la larga lista de crímenes que el sistema comete contra lahumanidad y en los peligros cada vez mayores que la amenazan . Los genocidio y las destrucciones sucedidos tras la guerra mundial, el poder cada día mayor del estado y sus apéndices, la destrucción de las relaciones humanas tanto en los países de capitalismo occidental como en los de capitalismo de estado, los peligros de la polución y la utilización anti-humana de la técnica, la desfertilización de grandes áreas de la superficie de la tierra... todas estas evidencias que a veces son señaladas aisladamente por movimientos o por personas que o se equivocan en sus análisis o se sirven de ellos para demostrar la posible evolución del sistema que las engendra negando así la revolución que las elimine, todas estas evidencias demuestran la nocividad cada vez mayor del sistema para toda la sociedad.

    El capitalismo decadente tal, como ha demostrado la acción de la clase obrera, ha perdido su papel progresista y ahora más que antes es un freno a la evolución de la sociedad.

  2. La extensión del capitalismo de estado al mismo tiempo que marca una tendencia del capitalismo en su evolución mundial es otra muestra de la decadencia del sistema. El capitalismo de estado presenta formas de explotación sin precedentes en la historia; subyuga a la clase obrera bajo el señuelo de socialista y se sirve de ella para sus afanes imperialistas. El proletariado en estos países, como en todos, deberá realizar la revolución social destruyendo al mismo tiempo las relaciones existentes en el terreno económico, social y político.

  3. La constatación de la decadencia del capitalismo implica que ya no se puede hablar de desarroliar el sistema en ninguna parte sino de destruirlo en todas (Pro-Segundo Manifiesto).

  4. Por esto y por la división del mundo en dos bloques imperialistas, la ac- ción del proletar ado sólo puede realizarse a escala mundial y de la misma forma en todos los países es decir sobre el terreno de la revolución comunista y no en el de la propia nación. Las luchas de liberación nacional, la industrialización de los países subdesarrollados por el medio de la revolución nacional etc. no son más que mixtificaciones con las que se intenta desviar al proletariado de su terreno de clase y servirse de él como instrumento de un imperialismo contra otro. «Sin la revolución social se puede tan sólo pasar de la órbita de Washington a la de Moscú o viceversa» (Pro-Segundo Manifiesto).

  5. Nuestra postura de rechazo ante la mixtificadora idea de que hoy existe alguna posibilidad de progreso social en el sistema capitalista nos conduce a considerar la acción parlamentaria y la acción sindical como opuestas totalmente a la revolución social. La utilización del sindicalismo y/o del parlamentarismo (prácticas en absoluto revolucionarias) permitió, antes de que el capitalismo entrase en su fase decadente, lograr reformas progresistas que se transformaron para la clase obrera en mejores condiciones económicas, sociales y políticas, pero sólo porque el capitalismo en su propia dinámica era capaz de concederlas.

    Hoy, por el contrario, no solo el capitalismo ha recuperado la mayor parte de aquellas concesiones sino que las condiciones de vida social del proletariado y de la humanidad se degradan día a día. Por su función específica el sindicalismo de ha integrado en el aparato estatal capitalista. Actualmente los sindicatos tienen una única función: encuadrar a la clase obrera, aislar sus luchas, domesticarla. El sindicato consigue lo mínimo posible pero suficiente para calmar cualquier conato de rebeldía, así como reprimir a la clase si se subleva y atacar a sus elementos más combativos. Los sindicatos son tentáculos del capital situados en medio de la clase obrera asumiendo frente a ella el papel de guardianes y policías; por lo tanto la revolución no podrá realizarse más que fuera de ellos y contra ellos. De lo dicho se deduce que el terreno de lucha del proletariado no es ni el parlamentarismo ni el sindicalismo sino el organizarse independientemente para hacer la subversión social en cualquier momento y lugar en que existan posibilidades.

  6. La revolución social será realizada por el proletariado y por su abolición como clase al igual que cualquier otra, dominante o dominada, instaurando la comunidad humana mundial, sin fronteras ni clases. El proletariado, desde el inicio de la revolución, después de destruir el estado capitalista e instaurar sus propios órganos (los que se habrá dado a lo largo de la lucha: consejos obreros, comités, milicias obreras etc,) deberá —lo más rápidamente posible y de acuerdo con la situación del país en que se realice la revolución- imponer el principio de a cada uno según sus necesidades es decir, destruir la base económica sobre la que descansa la existencia de clases, al tiempo que actúa para que el proletariado de los otros países siga su ejemplo ya que la victoria de la revolución no podrá completarse más que a escala mundial. La abolición del trabajo asalariado y de la ley del valor servirán de acicate para que el proletariado mundial siga el ejemplo. Cuando la dictadura del proletariado se establezca a nivel mundial desaparecerá al ritmo y en la medida en que se forme la comunidad humana, perdiendo su carácter coercitivo. La instauración del comunismo se realizará cuando la mentalidad clasista haya desaparecido del espíritu humano, sustituida por la mentalidad comunista, propia de una humanidad unida. El trabajo dejará de ser una carga para todos los hombres y el principio de a cada uno según sus necesidades se conjugará con el de de cada uno según sus capacidades. Analizando el nivel alcanzado por las fuerzas productivas y la influencia que este desarrollo tiene en la transformación de las mentalidedes el proceso evolutivo de la revolución que desembocará en el comunismo puede afirmarse que es factible rápidamente.

  7. FOR se plantea participar en la acción del proletariado -del que forma parte-; impulsar las luchas a un grado cada vez superior; socializar la experiencia de las luchas obreras e impulsar la generalización de la conciencia de clase combatiendo en todo lugar y momento, tanto en periodo de reflujo de la lucha como en el seno de la dictadura del proletariado, a las fuerzas que se oponen al triunfo de la revolución social.

  8. El partido comunista es decir el conjunto (al cual FOR pertenece) de grupos o individuos comunistas logrará su unidad en la práctica es decir en el movimiento revolucionario de la clase obrera de la cual dicho partido comunista no es más que la fracción más avanzada. (K. Marx. Manifiesto del Partido Comunista).

Tareas de nuestra época

Las propuestas de lucha que bajo forma de consignas aparecen aquí haa sido concebidas con una doble finalidad:

  1. Remarcar el sentido pro-capitalista (y por consiguiente anti-obrero) de las consignas y reivindicaciones utilizadas por los sindicatos para manejar a la clase obrera, especialmente en las hueigas domesticadas y pacíficas.

  2. Señalar bajo la forma más rápidamente comprensible las principales líneas de ataque al sistema de explotación.

Basta comparar estas líneas de actuación con las reivindicaciones sindicales para comprender que éstas -las sindicales- no son más que momentos de la programación capitalista a fin de perpetuar día a día el sometimiento de la clase a la explotación. Por el contrario las aquí señaladas expresan las necesidades y las posibilidades de la clase; cada una se refiere a un problema particular y el conjunto ataca un sólo objetivo: la esencia misma del sistema capitalista que, puestas en práctica por el proletariado, ellas destruirán.

Desde hace tiempo el capitalismo es reaccionario. Ya no se trata de mejorar la existencia de los oprimidos sino de hacer volar en pedazos el sistema; cualquier mejora de las condiciones de vida es ya imposible.

La «defensa de la clase obrera por los sindicatos» no es más que un burdo engaño. Basta para demostrarlo su alianza con la patronal y con el poder; ahí están sus reivindicaciones para confirmarlo; todo ello no es en realidad más que una defensa cada vez más programada del capitalismo en la que los sindicatos juegan un papel importante. El Programa Común en Francia o los Pactos de la Moncloa en España y la actuación en todos los países -del Este y del Oeste- de los sindicatos en las luchas obreras son una demostración irrefutable de lo que afirmamos.

Hacer volar en pedazos el capitalismo significa arrancarlo de raíz y su raíz principal no es otra que la venta cotidiana, de padres a hijos repetida, de la capacidad de trabajo de cada obrero al capital. La esclavitud del trabajo asalariado es la base del sistema actual, bajo todas sus formas, bajo todas las mercancías, incluida la mercancía-consciencia tan abundante hoy.

A pesar de que la posibilidad material de suprimir el trabajo asalariado está ya madura, los sindicatos guardan un silencio total sobre el tema. Ellos, a instancias de los partidos (sus inspiradores y rectores) hablan de socialismo, autogestión y otras lindezas por el estilo con las que intentan encubrir el capitalismo de estado en el que la totalidad de la clase, como vil mercancía, estará sometida a un único patrón: el estado.

Todas las luchas de los sindicatos son falsas; todas sus actuaciones van encaminadas a reforzar el capitalismo, dominando, engañando y dividiendo a la clase obrera. Por lo tanto, ésta debe rechazar a los sindicatos de sus luchas y atacarlos, a su vez, como elementos activos de la represión capitalista. Sólo así la clase obrera encontrara el camino revolucionario.

Las líneas de actuación que señalamos servirán para esclarecer el contenido real de las luchas; para denunciar a los sindicatos y como polo de cohesión de los elementos más combativos de la clase. Sin embargo, la realización de una, o incluso varias de las reivindicaciones expuestas no comportará necesariamente consecuencias revolucionarias sino culminan en la toma del poder, las armas y la economía por el proletariado. Es a partir de aquí cuando enmarcarán realmente la transformación del capitalismo en comunismo.

A. Menos trabajo; más salario real

  1. Supresión de los destajos y del salario base que conduce a ellos.

  2. Reducción de la jornada laboral sin que esto implique disminución del salario real al que deben ser incorporadas las primas, los pluses etc.

  3. Eliminación de cronometrajes y controles que intensifican la explotación, agotan al trabajador y rebajan su dignidad personal.

  4. Cualquier aumento de la producción y provenga de la causa que fuere, debe revertir íntegramente y colectivamente a sus autores, los trabajadores; el reparto de este aumento es competencia de la clase obrera ; sólo así atacaremos frontalmente la acumulación capitalista y lograremos elevar el nivel de vida económico pero sobre todo social de los explotados.

  5. Trabajo para todos, parados y jóvenes y disminución de las horas laborables proporcionalmente al número de trabajadores y las aplicaciones técnicas. Luchando por esta consigna, desarrollando la solidaridad de clase el proletariado actuará como una fuerza unida que, al reivindicar el derecho al trabajo, reivindicará también el supremo derecho a la pereza hoy en día inexistente.

  6. Distribución gratuita de los alimentos y productos de consumo guarda dos o destruidos como excedentes de producción; distribución que debe efectuarse en cualquier país, sin distinción de bloques.

B. Derecho de palabra y de organización del proletariado

  1. Libertad política, de palabra y de distribución de la prensa obrera en todos los lugares; libertad de reunión.

  2. Rechazo de cualquier reglamento de régimen interior en las empresas, sea determinado por el patrón, por el estado o por los sindicatos.

  3. Soberanía total de les trabajadores; eliminación de cualquier ley que castigue o limitee la participación en huelgas económicas o políticas.

  4. Derecho de palabra y de voto sin requisito alguno formal de afiliación política o sindical.

  5. Derecho en las condiciones anteriores- de elegir delegados de taller, empresa, barrio, pueblo etc para representar a los trabajadores frente a sus explotadores. Estos delegados serán elegidos en asambleas, para cuestiones concretas y podrán ser revocados en cualquier momento por el conjunto de trabajadores, es decir por la asamlea que les eligió.

  6. Derecho de contactar con los trabajadores de otras empresas, barrios, ciudades, etc. por medio de los delegados elegidos y esto no sólo a nivel nacional sino internacionalmente.

El imponer estos derechos permitirá al proletariado recuperar e incrementar su libertad de expresión y acción suprimida hoy en la mayor parte de lOs países o mixtificada en los democráticos por un monopolio de partidos y sindicatos.

Las consignas que ahora se enumeran permitirán la puesta en marcha de la . actividad proletaria en todo el mundo, sin distinción de países avanzados o atrasados. Pero como no se trata de mejorar o de desarrollar la economía basa- da en el Trabajo asalariado sino de destruirla es indispensable ligarlas a las medidas a adoptar en la revolución proletaria.

C. Eliminación del capital y del trabajo asalariado

  1. El poder político en manos de los trabajadores que lo ejercerán por medio de comités elegidos democráticamente y revocables en cualquier momento.

  2. Expropiación del capital industrial, financiero y agrícola no por el Estado, los sindicatos, el partido o cualquier otra institución (lo que daría lugar a un capitalismo más brutal, tipo la URSS) sino por el conjunto de la clase obrera.

  3. Gestión obrera de la producción y de la distribución de los productos, lo que implica una planificación dictada exclusivamente por la necesidad de la desaparición de clases.

  4. Destrucción de todos los instrumentos de guerra, disolución de los ejércitos, de la policía... reconversión de las industrias de guerra en productos _de Consumo.

  5. Entrega individual de armas a los explotados por el capitalismo, organizados territorialmente según el esquema de comités democráticos de gestión y de distribución. He aquí una de las mejores garantías de que la revolución social puede dotarse.

  6. Incorporación a la actividad útil de toda la población que hoy realiza trabajos parasitarios o claramente perjudiciales; ésto permitirá, utilizando al máximo la técnica y al mínimo el esfuerzo humano, aumentar continuamente la producción reduciendo el tiempo de trabajo. Es también el único medio para eliminar la división entre trabajo manual y trabajo intelectual.

  7. Supresión del trabajo asalariado empezando por elevar el nivel social de vida de las ciases más explotadas y llegando finalmente a la libre distribución de productos según las necesidades de cada uno. Esta es la única prueba (no hay otra) de la transformación del capitalismo en socialismo y de la desaparición de las clases.

  8. Supresión de las fronteras y constitución de una sola organización social y de la economía al ritmo y medida que la victoria proletaria se extienda en los diversos países.

Finalmente es obligatorio señalar que la transformación del capitalismo en comunismo, la dictadura del proletariado, es un concepto sociológico marxista inseparable de la total democracia en el seno de la clase trabajadora que, a su vez, estará inmersa en un proceso de desaparicióm en tanto que clase. La emancipación de los trabajadores será obra de los mismos trabajadores.

Los que identifican la dictadura del proletariado con la dictadura de un partido o (caso de la mal llamada democracia parlamentaria) con la de varios partidos obran contra este principio: son contra-revolucionarios.

Sólo la abolición de la ley mercantil del valor, basada totalmente en el trabajo asalariado, traerá consigo la abolición del Estado.

El no orientarse hacia esta desaparición desde el primer momento de la revolución hace que el estado se transforme rápidamente en organizador de la contrarrevolución.

Las condiciones históricamente necesarias para la realización del comunis- mo, a nivel objetivo, están ya presentes y maduras a escala mundial.

Sin embargo, sólo sobre las alas de la subjetividad revolucionaria podrá el hombre franquear la distancia que existe entre el reino de la necesidad y el de la libertad.

Proletarios de todos los países: ¡Uníos!Suprimid ejércitos, policías, producción de guerra, fronteras, trabajo asalariado

Fomento Obrero Revolucionario Marzo/ Abril. 1979.


  1. Los dos textos anteriores se re-editaron en 1966 como folleto bajo el título «Llamamiento y exhorto a la nueva generación», agregándoles este postfacio. 

  2. El 6 de diciembre de 1978 se realiza el referéndum de la Constitución todavía hoy vigente en España. Su entrada en vigor es seguida de unas elecciones generales el uno de marzo y unas municipales el tres abril. La «fiesta de la democracia» no convence al 40% de la población que se abstiene, pero eso no merma la propaganda sino que la multiplica desde los restos fósiles de Movimiento franquista y el exilio socialista hasta los mil colores de los stalinismos pro-rusos, albaneses, chinos y los trotskismos de la época, muchas veces coaligados promiscuamente entre sí. En ese contexto el FOR en España lanza un número especial con un programa de transición revolucionaria -las Tareas de nuestra época», en evidente contraste con los programas electorales de los amigos del capital nacional.