La carrera espacial

La carrera espacial

Esa no es nuestra luna (1960)

El hombre no ha alcanzado todavía la luna. Quienes por desgracia para él la han tocado son sus enemigos, los mismos que diariamente le lavan el cerebro y le entontecen con prensa, radio, televisión, hechos y propaganda de guerra fría y frío cinismo de convivencia y paz; los mismos que le impiden moverse y hablar libremente, volar a sus anchas por el espacio del propio espíritu humano, mucho más vasto que el espacio cósmico, que le mantienen atado a la máquina como un mecanismo de servidumbre más, tiranizado, vendido al capital como una mercancía cualquiera. Esos que mancillan diariamente la Tierra, son quienes mancillan con sus artefactos también la luna. No se trata sólo, ni mucho menos, del gobierno ruso, sino también del americano, que en ese aspecto conseguirá pronto otro tanto o más, y de cuantos existen sin excepción. Los dictadores y tecnócratas rusos no deben ser considerados sino como delantero y símbolo de los opresores y déspotas de todos los países, dispongan de cohetes interplanetarios o sólo de trabucos. La técnica ha estado siempre al servicio de los explotadores, puesto que la sociedad, dividida en clases, propietarios de capital y trabajadores obligados a vender por el sustento su fuerza creadora de riqueza, entrega a aquéllos los beneficios de todo adelanto técnico, les subordina la ciencia y pone en sus manos formidables medios de subyugación de la sociedad, hoy de la sociedad en escala mundial. Por eso, desde la aparición de las primeras máquinas la reacción espontánea de los obreros fue destruirlas. Más que nunca es hoy necesario afirmar que los destructores de máquinas, bien conocidos en la historia de la lucha de clases, tenían una actitud mucho más humana y revolucionaria que los papanatas boquiabiertos ante la técnica rusa o americana. Aquellos defendían al hombre contra la opresión del instrumento, objetivación muerta de su propia alienación y representación material del capitalismo vivo. Los segundos, por el contrario, exaltan la técnica por encima del hombre, precisamente en el momento en que más amenazadora aparece para él. Los estragos de la propaganda en las conciencias no bastan para explicar esa beata admiración de la técnica. Una y otra provienen en sus tres cuartas partes de aquella categoría de la población que a través de los conocimientos científicos, de la política, de la burocracia del Estado y de los sindicatos, a través de la cultura en general, obtiene del capitalismo pingües beneficios que la sitúa de hecho entre los explotadores. Es una admiración tan interesada como la propaganda misma.

Urge salir al paso a esa tendencia, tan extendida hoy que amenaza corromper en su fuente misma el pensamiento y las posibilidades emancipadoras del hombre. Lo primero que debe decirse sin ambages es que se trata de una tendencia reaccionaria, idealista en el sentido más peyorativamente religioso de la palabra. El ateísmo se resuelve en el mismo comportamiento votivo que la creencia en dios en cuanto se hace reverencia a la técnica. Ante el altar o ante el cerebro electrónico, el sacrificado es el trabajador y a través de él el hombre en general. Si la religión ha sido enemiga tradicional de la ciencia es porque ella pretendía poseer toda la sabiduría concedida a los humanos. Insinuada en la primitiva borrina mental como práctica productiva o acto útil, transformado éste en rito conservador y el rito en monopolio (léase también especialidad), aparece el sacerdocio, con él la iglesia y de penacho la idea de dios. La utilidad del acto quedaba reservada a los detentadores de los secretos del cielo, la insudación productiva a los profanos. Los lanzadores de satélites terrestres y cohetes lunares están en igual caso, representan el monopolio de la ciencia por los explotadores y para la explotación, siendo también enemigos de toda ciencia al servicio del hombre. El ateísmo de una parte de ellos corrobora con toda la potencia de sus gigantescos recursos la identidad original y postrera entre explotación y religión. La idea de dios no es otra cosa que los intereses materiales de la iglesia idealmente elevados a la omnipotencia. Así la tecnocracia actual, se construye sus instrumentos y su leyenda de omnipotencia encarnando en sí la idea de dios.

No es verdad que ciencia y técnica puedan emancipar al hombre, contrariamente a lo que pretenden algunos sabios y economistas bienintencionados o remordidos. Esa es sólo la última de las justificaciones morales que a sí misma se da la tecnocracia. Son los hombres profanos y explotados, por el contrario, quienes han de emancipar la ciencia, y con ella sus sabidísimos cuanto acomodaticios detentadores. La ciencia y la técnica por sí solas son incapaces de asaltar el parapeto de intereses reaccionarios de la sociedad actual. Muy al contrario, son sus siervas. Y cada adelanto en el conocimiento científico y en la organización técnica es un grillete nuevo impuesto a la actividad y al pensamiento libres de la inmensa mayoría. Para conferirles una naturaleza diferente es preciso despedazar los interese a que sirven. Sólo entonces la ciencia alcanzará su ilimitado desarrollo posible y su dignidad hoy pisoteada. Otro tanto vale para cualquier actividad creadora del espíritu humano, desde la filosofía hasta el arte, porque siendo intrínsecamente funciones naturales del individuo, la sociedad actual se las arrebata por la fuerza, y se las contrapone junto con las funciones elementales de la producción y el consumo.

Los intereses e ideas motrices que han llevado al lanzamiento de cohetes lunares y satélites artificiales son, íntegros, los de la guerra atómica. Hitler dio la iniciativa buscando formas de matar para concentrar en Berlín la riqueza mundial. La democracia americana y el comunismo ruso, victoriosos, prosiguen la obra de Hitler. Y sus intenciones también, pues por encima de la fraseología política y a despecho de las fronteras, Rusia y Estados Unidos tienen pareja estructura social que la Alemania de ayer o las dos Alemanias de hoy. Buscando respectivamente Rusia y Estados Unidos medios de aniquilación que les consientan despotizar sobre el mundo entero, han llegado a los cohetes lunares más lo que venga. Era el año geofísico internacional, hipocresía tan evidentemente concertada que todos los datos nuevos necesariamente suministrados por satélites y cohetes son guardados por unos y otros en riguroso secreto. Al público y a los propios círculos especialistas sólo son vertidos los informes sensacionales como propaganda, reservándose cada uno lo que le interesa para la guerra, pues la guerra es el origen y objeto único de todos esos experimentos. Cada uno de ellos mata virtualmente centenares de miles de personas.

El aspecto económico de esas especularidades de una ciencia venal, es no menos delator. Fabulosas cifras de presupuesto son gastadas con tal objeto. Atentado doble a la humanidad: contra la vida futura de centenares de millones de seres y contra la nutrición actual de todos los habitantes del planeta, sin más excepción que las minorías gobernantes y sus clientelas. Rusia y Estados Unidos concentran la mayor parte del producto del trabajo mundial. Esa colosal succión de riqueza, de la cual es víctima, en todo país sin excepción, quienquiera no participe en poco o en mucho de la calidad de explotador, ha reintroducido la ignominia del trabajo a destajo, las primas, la jornada de diez o doce horas, y es lo que subvenciona con opíparas ganancias a los hacedores de cohetes y demás instrumental mortífero. Como compensación, dan al público mundial una fotografía del hemisferio desconocido de la luna, mientras la mayoría de los hombres no han podido ver todavía una fotografía de su propia cara. Evidentemente, para verse en efigie como para descubrir su propio espíritu el hombre común debe, primero, dar cuenta de la organización social que produce los Khrutchef, los Eisenhower y sus respectivos sabios y burócratas alquilones. Hace tiempo que los conocimientos existentes son sobrados para abolir la explotación asalariada y dar a cada uno, en escala mundial, la más completa, la más caprichosa libertad de desenvolvimiento individual. A partir de la energía atómica y de la cibernética, cuyos mecanismos consienten realizar, con trabajo sólo supervisor y punto menos que nulo, casi todas las operaciones necesarias al consumo de la humanidad, esa posibilidad material a nadie puede ofrecer la menor duda. Pero los viejos intereses reaccionarios organizan con esos medios la explotación, el sistema policíaco mundial, y la guerra. En sus manos, los más prometedores adelantos científicos se resuelven contra el hombre de hoy y son una agresión al porvenir de la cultura. No tocan la luna sino para esclavizar mejor a los pueblos.

Junto a estos últimos, los revolucionarios seguimos pidiendo la luna. De vida en muerte y de muerte en vida no cejaremos hasta obtenerla. Los reaccionarios rusos o americanos no la alcanzarán jamás, porque esa luna, la del hombre, presupone la supresión de los ejércitos y de las policías, de las naciones y de las clases, y ha de empezar por la sublevación de los pueblos contra sus respectivos gobiernos hacedores de cohetes y bombas. Nuestra luna es la revolución y el socialismo mundiales. Una vez puesta la ciencia y todas las actividades culturales al servicio de las necesidades y al alcance de todos los humanos, el hombre se descubrirá a sí mismo y fuera de sí podrá explorar las más lejanas galaxias. Entretanto, es preciso denunciar sin cansancio el tremendo peligro que representa la ciencia en manos de Moscú y Washington.

G. Munis. Mayo 1960

Conquista del espacio, sojuzgamiento de los pueblos (1962)

Alarma se ha referido ya desde sus columnas a los experimentos espaciales de rusos y americanos, y a la admiración boba que en ciertos sectores del público suscitan estas nuevas manifestaciones de la técnica capitalista deliberadamente aplicada al embrutecimiento progresivo del hombre. Queremos hoy insistir en ello, pues todo lo que se diga no será nunca bastante para denunciar como se debe la gigantesca estafa, la miserable engañifa que representan todos los vuelos interplanetarios, logrados o fracasados, con los que se pretende hacer creer al hombre de hoy que el mundo capitalista —oriental u occidental— en que vive, progresa.

Hay que hacer hincapié sobre todo en esta noción ambigua de progreso. Es hay el plato que se sirve a todas las salsas, la consigna sacrosanta con la que se quiere cerrar todas las bocas, paralizar todos los movimientos. El régimen stalinista, y su sucesor, Khrutchef, concebido y nacido en la misma repugnante orgía de la burocracia contrarrevolucionaria, han asesinado a los mejores revolucionarios de nuestra época, han sojuzgado y amordazado a veinte pueblos, han roto brutal y deliberadamente las mas caras esperanzas revolucionarias del hombre moderno, han hecho abortar la revolución socialista de Octubre en Rusia, destruido el movimiento proletario español en 1936, ahogado en sangre y aplastado bajo los tanques a los obreros insurrectos de Budapest. Este régimen, que en el país de la revolución socialista ha restaurado el capitalismo en su forma más insidiosa y más brutal (capitalismo de Estado), es el principal responsable de que en pleno siglo XX el hombre siga asfixiándose en el aire enrarecido del capitalismo.

¿Pero importa todo eso? ¿Qué importancia puede tener en el mundo utilitarista de la tecnocracia la liberación del hombre? Mitos del viejo Marx, ¿No veis cómo en el breve espacio de 40 años Rusia se ha convertido en uno de los países materialmente más poderosos y más avanzados. de la tierra? ¿No veis cómo su industria progresa, cómo el rublo compite con el dólar, cómo las máquinas son cada vez mas grandes y aplastan cada vez mejor al hombre, como las bombas son cada vez mas destructivas y los cohetes y las naves interplanetarias son cada vez mas perfeccionados y cómo se tragan, con voracidad creciente, la energía, el pan y la inteligencia de los hombres? ¿No veis cómo el país del socialismoprogresa...?

Sí, sin lugar a dudas la técnica rusa progresa, como progresa paralelamente la técnica americana. Igual que un cáncer en un organismo predispuesto. Es en este sentido en que nos hemos propuesto aclarar y denunciar aquí la ambigüedad y la mendacidad de este progreso. El progreso no puede concebirse, en efecto, sino como promoción del hombre integral en el seno de una sociedad en que la producción y los medios técnicos que favorecen su crecimiento se encuentren incondicionalmente al servicio del hombre, fomentando su liberación y su perfeccionamiento como ser individual y como ser social. Queremos decir, en una palabra, que toda forma de progreso es falsa y torcida si no va encaminada, ante todo, a hacer servir todas las fuerzas de producción al mejoramiento material y espiritual de los propios productores. Por eso, en la época de crisis y de decadencia total por la que atraviesa ya el sistema capitalista, el occidental lo mismo que el ruso, no cabe otra posibilidad de progreso verdadero sino la realización de la revolución social que hará pasar la gestión de la propiedad de los medios de producción a las manos de los propios trabajadores. Sólo a partir de esa etapa el progreso de la técnica podrá ser considerado como algo indesligable del progreso humano.

Tal no es ciertamente el caso de los vuelos espaciales en que concurren con claros objetivos de dominación imperialista los dos grandes Estados capitalistas modernos. La realización y el perfeccionamiento de satélites artificiales, de naves espaciales, representa sin lugar a duda un avance enorme de la ciencia y de la técnica. Y también sin lugar a dudas la construcción de poderosas bombas de hidrógeno, y de misiles que pueden en un momento llevar a los puntos mas extremos del globo la destrucción y la muerte, es, desde un punto de vista estrictamente técnico, y por consiguiente estrictamente inhumano, un progreso evidente. Solamente, semejantes progresos, lejos de ampliar los horizontes y las perspectivas del hombre, los limitan y los acortan. No se trata del progreso de la ciencia, sino del progreso de las tecnocracias nacionales al servicio de los grandes Estados modernos que desconocen y reniegan el ideal humanista del socialismo. La verdadera ciencia, por sor libre y desinteresada, desconoce y desprecia las fronteras y las competencias nacionalistas. La tecnocracia, en cambio, es una esclava al servicio de intereses capitalistas fundamentalmente nacionalistas y patrióticos, Pues de eso se trata: de patriotismo, y de obscuros intereses creados —intereses de las clases o castas dominantes en el mundo occidental o en Rusia— que constituyen la trama y el fundamento de los ideales nacionalistas modernos.

La competencia actual en el plano espacial entre Rusia y Estados Unidos persigue así un doble objetivo: hacerse mas fuerte que el adversario en el aspecto militar (cuando se habla de la luna hay que pensar cohetes y misiles cuyas misiones no tendrán, llegado el momento, nada de extra-terrestre), por una parte, y, por otra, embotar y embrutecer a los pueblos con un nuevo deporte, por si el fútbol y el automovilismo resultaran insuficientes... Y esta competencia nacionalista, bajo cualquier aspecto que se considere, es de mala ley y no constituye un progreso sino un obstáculo al progreso, pues el progreso ni tiende hoy a acentuar las diferencias nacionales sino a suprimirlas, y a hacer del mundo entero la verdadera patria del proletariado libre y consciente. Repetimos que no se trata en todo esto de hacer progresar a la ciencia: los Estados Unidos miran con ojos amarillos de envidia todo nuevo paso del enemigo ruso en la conquista del espacio, y, por su parte el gobierno socialista chino decide que el pueblo de su país no se enterara de que los americanos han mandado un hombre al espacio. ¡La ciencia de los enemigos de la patria no es ciencia!... Así, el periódico Konsomolskaya Pravda tiene el descaro de declarar que el hombre que piensa mas en comer y en vestirse que en la honra de su país no es un patriota (esto en respuesta a una pretendida carta de un obrero ruso que se queja de que se gaste tanto dinero en sputniks en vez de abaratar las telas para vestirse o las planchas). Nosotros creemos, dicho sea de paso, que esa carta ha sido fabricada por la dirección del periódico para salir al encuentro de una tendencia general en el pueblo contra las experiencias espaciales, que no es en buena cuenta sino la reacción de todo pueblo sometido a un régimen imperialista, y que consume poco produciendo mucho. Sea como fuere es ya bastante sintomático que el argumento invocado para justificar que se esquilme al pueblo en aras de la astronaútica sea la noción burguesa y reaccionaria de patria. Como la ciencia, el socialismo es antipatriótico e internacionalista.

¡Viva la revolución socialista y la ciencia! ¡Abajo la patria y el Estado capitalista! ¡Abajo la tecnocracia!

A. Troves, marzo 1962