Pro Segundo Manifiesto Comunista

Pro Segundo Manifiesto Comunista

Prefacio

En pugna con la perversión reaccionaria de la Internacional Comunista, la Oposición de Izquierda que originó la IVª Internacional expresaba la continuidad ideológica y orgánica de la revolución, cual los grupos internacionalistas de 1914 frente a la corrosión patriótica de la socialdemocracia. En el movimiento trotzkista recaía, además, un cometido nuevo, erizado de obstáculos: asegurar la lucha internacionalista contra la paz de los bloques militares prosiguiendo la oposición revolucionaria a la guerra. El derrotismo revolucionario tan admirablemente reivindicado en 1914-1918, por Karl Liebknecht ante un tribunal militar germano, por Lenin en «Contra la corriente», exigía ser llevado hasta el triunfo del hombre sobre capitalismo y guerra, su postrer alcance. Precisábase pues dar forma de reclamaciones inmediatas a las medidas políticas y económicas susceptibles de desembarazar el mundo de armamentos y ejércitos, del laberinto de naciones, del sistema industrial y político basado en la mercancía-hombre. Pero los rábulas que se apoderaron de la IVª Internacional tras el asesinato de Trotzky no supieron siquiera aferrarse al antiguo derrotismo marxista, conminación de programa, y mancharon su bandera en las resistencias nacionales.

Por otra parte, se hacía indispensable reconsiderar la táctica tradicional, que data de la Comuna de París y de la Revolución rusa, así como determinados aspectos de la estrategia, a fin de adecuarlos a los importantes cambios sobrevenidos desde 1917. En efecto, el retroceso termidoriano de la Revolución rusa iniciado hacia 1921 (N.E.P. =Nueva Política Económica), se completó después en contrarrevolución capitalista de Estado. Y gracias principalmente a ese hecho, el capitalismo en general ha conseguido perdurar y acrecer su potencial explotador en forma cada vez más centralizada y perjudicial a los hombres.

Ese mismo proceso acarreó una modificación radical de los que fueran partidos comunistas haciendo de ellos, no organizaciones oportunistas o lacayos obreros de la burguesía, sino representantes directos de una forma particular de capitalismo, la intrínseca a la ley de concentración de capitales aneja al automatismo de la sociedad actual y en Rusia deliberadamente acelerada. A su vez los sindicatos, fueren dominados por el stalinismo o independientes de él, han ido amoldándose sin cesar al sistema de explotación, del cual parecen ya punto menos que inseparables.

El proletariado mundial padecía mientras tanto una serie de derrotas que nada ha venido a interrumpir hasta ahora. Cuanto falsos amigos le presentan como victorias suyas, China o Cuba, Argelia o Ghana, sólo sirve para desmoralizarlo y ponerlo, inerte, a discreción de sus enemigos. Esas victorias, que son en realidad las de determinados círculos capitalistas frente a otros, representan otras tantas derrotas del proletariado; las ha hecho posibles el peso material de la contrarrevolución rusa en el mundo, sí, pero no sin que le dejase vía libre una vanguardia revolucionaria prisionera de sus propias ideas avejentadas. Más que nunca, «la crisis de la humanidad es una crisis de dirección revolucionaria», cual decía León Trotzky, pero las organizaciones que se dicen trotzkistas se han quedado varadas, por trágico sarcasmo, en las aguas cenagosas del stalinismo.

De la lucha contra la degeneración de la IVª Internacional han nacido la mayoría de las ideas y proposiciones contenidas en el manifiesto presente. El origen de algunas de las modificaciones ideológicas enunciadas asciende al período más candente de la revolución española, 1936-37, cuando por primera vez fuera de Rusia, el stalinismo revela toda su naturaleza contrarrevolucionaria, por relación a la cual cualesquier Kerensky o Noske parecen apenas dañinos. Por tal razón entre otras, resulta indispensable conocer a fondo las peripecias de la revolución española, tan falsificadas o desnaturalizadas incluso en libros como el de P. Broué y E. Témine1. Ella cierra una etapa combativa e ideológica del proletariado mundial y abre otra. Sus enseñanzas servirán de luminaria a un futuro rebrote de agresividad de los oprimidos.

Aun no habían encontrado tiempo de considerar la rica experiencia de la revolución española, cuando los organismos dirigentes de la IVª Internacional dieron frente a la guerra mundial pruebas de una carencia de internacionalismo, cuyas consecuencias últimas serían la esterilidad ideológica y el acercamiento al stalinismo. No sólo la revolución española, sino también los importantísimos acontecimientos de la guerra y la post-guerra desfilaron ante ellos sin más consecuencia que acentuar su ineptitud.

Desde los primeros síntomas de degeneración ideológica, el Grupo español en México de la IVª Internacional se alzó vigorosamente contra ella, al mismo tiempo que acometía un amplio trabajo de interpretación de los acontecimientos mundiales y de la revolución española en particular2. Sordos y estultos, los organismos dirigentes impidieron que información, críticas y proposiciones llegasen a la base de todos los partidos, excluyendo deliberadamente la posibilidad misma de discusión. En el primer congreso de la post-guerra, 1948, la sección española rompió con la IVª Internacional acusándola de abandono del internacionalismo y de curso pro-stalinista. Poco tiempo después, y sobre las mismas bases, rompía también con ella Natalia Sedova Trotzky, que desde 1941 estuvo a nuestro lado3.

La situación del proletariado mundial ha ido empeorando sin cesar desde el aniquilamiento de la revolución española. Continuamente empujado a apoyar causas reaccionarias tildadas de libertadoras, ideológicamente estafado día a día y en todos los países, ese proletariado se encuentra amordazado y encuadrado por organizaciones esclavizantes. La humanidad entera, por el sólo hecho de hallarse pasivamente sometida al terror termonuclear de allende y aquende el telón de hierro, vive una situación degradante, sin desembarazarse de la cual todo devenir la envilecerá. Así la sociedad capitalista, consustancial a la guerra de clases y a la guerra internaciones, alcanza el grado de desarrollo en que su simple continuidad destruye al hombre, a menos que el hombre dé cuenta de ella. Cifra de la rebelión de la humanidad, la del proletariado frente a capital y trabajo asalariado es sólo susceptible de trastocar tan bajuna condición y encender la alborada del ensueño revolucionario, factor histórico y materialista entre todos primordial.

Están, sin embargo, lejos de bastar para tal embate las ideas concretas de la revolución rusa, que el Programa de Transición recoge. Escrito por León Trotzky en 1937-38, cuando todavía no se perfilaba bien la significación del período que abre la derrota de la revolución española, ese programa revélase hoy, más que insuficiente, susceptible de proporcionar oportunismos frente a la contrarrevolución y sus hijuelas. Ha caducado de igual manera que, en 1917, el programa anterior de Lenin. Sin superarlo con arreglo a la experiencia, a las condiciones objetivas surgentes del rotar capitalista y a las posibilidades subjetivas del proletariado en pleno ardor revolucionario, éste no conseguirá triunfar en parte alguna y cualquier movimiento insurreccional será aplastado por los falsarios.

A obviar tal carencia ideológica se emplea el presente Manifiesto, que inspira nuestra actividad en España e internacionalmente. Nos dirigimos a todos los grupos y organizaciones del mundo que ven la misma necesidad de revolución socialista en el bloque oriental y en el occidental. Les invitamos a meditar las ideas aquí expuestas. El renacimiento de una organización obrera en escala planetaria exige la ruptura con numerosos atavismos y un pensamiento en permanente inventiva. Estamos dispuestos a discutir públicamente cuanto exponemos, con cualquier grupo cuya actividad práctica y teórica muestre su apego a la revolución. Pero desdeñaremos aquellos en que el diletantismo domina, mal que pretendan acogerse totalmente o en parte a nuestras ideas. El intelecto revolucionario «no es una pasión cerebral, sino el cerebro de la pasión» (Karl Marx), y como tal reclama algo muy diferente de escarceos literantes o protestas sólo mentales. Todo diletantismo es una reverberación del mundo contra el cual nos batimos.

Nos queda por notificar que algunas partes de nuestro Manifiesto fueron publicadas en 1949 con el título El Proletariado frente a los dos bloques, bajo la responsabilidad de una agrupación de vida efímera llamada Unión Obrera Internacional. Pero tanto aquella versión sucinta como la actual son elaboración ideológica y redacción de Benjamín Péret y G. Munis como militantes de Fomento Obrero Revolucionario, cuyo origen es la sección española de la IVª Internacional. En plena revolución de 1936, en México aún bajo la amenaza de los asesinos de Stalin, en España otra vez desafiando la represión franquista, Benjamín Péret no cejó un sólo instante el combate a nuestro lado. Es éste lugar apropiado para recordar al amigo, revolucionario, poeta cuya pluma trasluce aquí y allí en este Manifiesto.

Decadencia del Capitalismo

¡Tiemblen las clases dirigentes ante la idea de una revolución comunista! Los proletarios no tienen nada qué perder salvo sus cadenas, tienen en cambio todo un mundo que ganar.

Transcurridos más de cien años, esas palabras del Manifiesto Comunista restallan todavía como un bofetón en la faz de los opresores. El fantasma del comunismo no ha sido exorcizado hasta ahora por la validez social del capitalismo, sino por la aparición de nuevas fuerzas reaccionarias actuantes en el propio seno del proletariado, encabezando las cuales está el capitalismo de Estado erigido en Rusia por la contrarrevolución stalinista. Por ello innumerables rebeliones en el mundo se han saldado por derrotas, la sobrevivencia de una sociedad decadente, la desmoralización del proletariado. Mas por ello mismo, el proletariado sigue siendo, con mayor evidencia que ayer, la única fuerza capaz de terminar con la esclavitud alimentada durante siglos por sociedades de explotación y tiranía; empero, una revalorización ideológica se hace indispensable a la reanudación del pensamiento y de la acción revolucionaria.

La sociedad capitalista ha recorrido ya su camino. Es la más acabada de todas las sociedades basadas en la explotación del hombre por el hombre que haya conocido el mundo. Ha desarrollado más que cualquier otra los instrumentos de producción, la ciencia, la cultura, el consumo general, e incluso la libertad dentro de los límites convenientes a la minoría explotadora. Ha escudriñado el mundo en pos de materias primas y mercados y lo ha unificado introduciendo en todas partes sus relaciones económicas. Ha acrecido numéricamente el proletariado y centralizado la propiedad en una cantidad de personas cada vez más reducida, o bien toda ella en el Estado, ensanchando así, más que las sociedades precedentes, la separación entre la capacidad de trabajo natural al hombre y los instrumentos de trabajo indispensables al ejercicio de la misma. Con todo, su propio mecanismo la ha impelido a crear las condiciones materiales y humanas requeridas para aniquilar en ella toda sociedad de explotación. Antiguamente, los esclavos de Espartaco, los siervos de la gleba o los «Sans-culottes» del siglo XVIII no tenían latitud de sublevarse sin ser aplastados o bien sin dar la victoria a una nueva clase de opresores. Hoy, el proletariado tiene a mano la posibilidad de triunfar en cada nación y en la Tierra entera y dar cima a la emancipación de la humanidad. Para ello ha de tomar posesión de los instrumentos de trabajo de que ha estado despojado siempre, restaurar la unidad entre el hombre y la naturaleza, arra de toda libertad, y aniquilar el Estado. Más que nunca, la sublevación del proletariado será la sublevación de la humanidad. Si fallare el cometido, el porvenir del hombre será muy probablemente el exterminio por las armas atómicas, y en todo caso una nueva servidumbre durante tiempo indefinido.

El capitalismo disimula su caducidad propalando en las clases medias y en el proletariado mismo la ilusión de un nuevo auge mediante su propia planificación. Artería que no consigue ocultar la verdad: la degeneración que ya la ha adentrado camino a la barbarie lleva la sociedad capitalista al totalitarismo, expresión de la concentración creciente del capital en grandes trusts y en el Estado. Tal proceso está completándose, cuando no cumplido, en los principales países de Occidente y Oriente, así como en los atrasados del pretenso Tercer Mundo. Va acompañado de una disminución relativa del nivel de vida de las masas trabajadoras, de un descenso vertical de su consumo comparado al producto de su propia labor, de una aceleración agotadora del ritmo de trabajo, y de la imposición del salario a destajo que fuerza los obreros a solicitar horas extraordinarias; en lo político se aparea a la dictadura, militar, clérigo-policíaca, fascista, o de un partido único neo-reaccionario que se pretende encarnación del espíritu santo de las masas. En todos los casos es la supresión más o menos completa de libertades y la degradación de la cultura.

Semejante totalitarismo se basa en una acumulación del capital o industrialización tanto más reaccionaria cuanto que planifica lano-satisfacción de las necesidades, la represión, más los «lavativos cerebrales» sistemáticos. Puede originarse en los viejos partidos burgueses, en cuyo caso el pseudo-liberalismo cede el puesto a un autoritarismo sin disfraz que priva a la clase obrera de sus más elementales derechos. Puede también resultar del acoplamiento de los antiguos partidos con nuevas fuerzas reaccionarias, en un partido único fundido con el Estado y que coloca los intereses del capitalismo como sistema por encima del de los burgueses considerados individualmente. En esa categoría están el fascismo y numerosos regímenes de los países nuevos. Pero la forma totalitaria más completa es incontestablemente el stalinismo. En él, el Estado, propietario único de los instrumentos de producción, está directamente constituido por la burocracia ex-obrera convertida en capitalista colectivo, que ejerce arbitrariamente todos los poderes y dicta lo que cada quién ha de pensar.

Bajo cualquier forma que fuere, la sociedad capitalista no puede ya ofrecer a la humanidad más que un porvenir de miseria, de coerción económica y policíaca, de regresión social y cultural, y la guerra atómica por añadidura. Aunque las fuerzas productivas hayan alcanzado una altura sin igual, su desarrollo lo frena en permanencia la forma de capital (privado, de trusts internacionales o de Estado) que en todas partes tienen. El sistema está irremediablemente corroído por la contradicción existente entre la capacidad real y potencial de las fuerzas de producción, y las posibilidades de absorción del mercado, cada vez más menguadas por el salariato. Mal que pese a quienes hablan de nueva revolución industrial, economía de abundancia (affluent society), integración a ella de la clase obrera y otros opios del tecnicismo, el crecimiento capitalista de los últimos decenios es escuálido y debido principalmente a la economía de guerra. Ha aumentado éste en proporciones aterradoras el número de hombres dedicados a ocupaciones parasitarias y derrocha en gastos armamentales cantidades astronómicas, de forma que la parte del producto social que los trabajadores reciben disminuye sin cesar. Es imperativo del sistema extremado por la producción de guerra. El resultado es un malthusianismo económico generalizado y una paulatina desagregación social, técnica incluso. Así, con la automación al servicio del capitalismo cunde el paro, lo mismo en Estados Unidos que en Rusia, mientras la extenuación física hace estragos entre los trabajadores en ella ocupados4. La propia astronáutica, prez y charanga publicitaria de los dos grandes imperialismos, es auspiciada por designios homicidas, y por cada Gagarín y cada Glenn millones de hombres insudan durante interminables horas de trabajo, la mayoría sin satisfacer sus necesidades elementales siquiera a medias.

Apodérense los trabajadores del aparato de producción, pónganlo en marcha en provecho del conjunto de la humanidad aboliendo arreo capital y trabajo asalariado, y entonces se hará posible, hasta en las zonas más atrasadas, una floración cultural y técnica hoy insospechada. En el aspecto económico como en el cultural, las necesidades de cada persona y del conjunto de la sociedad son ilimitadas. Dejarles libre curso es el cometido que desde el instante mismo de su victoria debe asignarse la revolución socialista, inseparable, además, de la desaparición de las clases y del Estado. Hacia él deberá enderezarse desde el primer día la sociedad de transición que nacerá de su triunfo, sin perder de vista ni un momento la estrecha dependencia existente entre producción y consumo. En la sociedad actual, el lucro intercalado entre ambas desde el primer acto de la producción hasta el último del consumo, reduce ya la una, ya el otro. Cuando el consumo mengua, beneficios capitalistas y producción bajan, causando las crisis mal llamadas de superproducción; al contrario, aquellos aumentan cuando la demanda de mercancías supera la oferta. Pero el consumo de las masas se ve continuamente mermado por el despilfarro de los armamentos, los ejércitos y las policías, las burocracias y toda suerte de ocupaciones parasitarias, a más de estrictamente limitado por la ley del valor que pone un precio al trabajo y a los productos de éste, comprendiendo los conocimientos científicos y la cultura en general. Y la tasa del precio del trabajo por el Estado empeora la situación del trabajador, dejándole indefenso ante el capital.

En la sociedad de transición, el lucro tiene que estar proscrito, incluso bajo la forma de grandes sueldos que es susceptible de adoptar. Siendo la mira de una economía de verdad planificada acordar a las necesidades de consumo la producción, sólo la plena satisfacción de aquellas, no el lucro o el privilegio, ni la «defensa nacional» o las exigencias de una industrialización ajena a los menesteres cotidianos de las masas, ha de ser tenida como pauta de la producción. El primer requisito de tal empeño no puede ser pues otro que la desaparición del trabajo asalariado, cimiento el más profundo de la ley del valor universal en toda sociedad capitalista, por más que muchas de ellas se reputen hoy de socialistas o comunistas.

Cualquier economía sedicente planificada que no tenga en cuenta las necesidades vitales de las masas está por ese sólo hecho orientada a la satisfacción de las necesidades de una minoría explotadora y dominante, que impone a la sociedad las normas capitalistas más draconianas y encarna una forma policíaca de Estado. Se trata en tal caso de un capitalismo dirigido y cualesquiera sean sus éxitos industriales sólo contribuirá a hundir la humanidad en la reacción y la decadencia. Los papanatas admiradores de chimeneas fabriles y de índices de producción están imbuidos del principio básico de la acumulación ampliada del capital. El socialismo científico cual lo concebían Marx y Engels y la humanidad lo requiere, no conoce otro índice que el individuo a partir del trabajador, su satisfacción concreta, su libertad, la plena elación de sus facultades. Hay que abominar como de la peste de quienes «colocan la sociedad por encima del individuo» (Marx).

Stalinismo contra Socialismo

La función histórica del proletariado no consiste en la transformación de la propiedad individual en propiedad del Estado. La simple desaparición de la burguesía como clase propietaria de los instrumentos de producción tampoco convalida la orientación de la economía hacia el socialismo y la desalienación del hombre, pues «abolición de la propiedad privada y comunismo no son idénticos en modo alguno», cual afirmaba Marx. En efecto, la socialización de la economía y la abolición del salariato a que ha de dar cumplimiento la revolución proletaria, no son dos tareas diferentes o sucesivas, sino dos aspectos de una sola transformación, que por consecuencia han de ir apareados. Lo que tiene que desaparecer antes de poder hablar de socialismo es la propiedad como medio de someter el hombre al trabajo asalariado. Eso ha de empezar mediante la organización de la producción por y para los productores. O bien los instrumentos de trabajo recaen en el conjunto de la sociedad, o bien el Estado propietario, lejos de languidecer y extinguirse, ensanchará, por el contrario, el abismo existente entre la forma capitalista de la economía y la necesidad de comunismo, desarrollando monstruosamente, al mismo paso, sus características dictatoriales.

A tal respecto, la Revolución rusa constituye una advertencia, y la contrarrevolución stalinista que la ha suplantado un escarmiento decisivo para el proletariado mundial. La degeneración de aquella se vio facilitada por la estatización, en 1917, de los medios de producción que una revolución obrera ha de socializar. Únicamente la extinción del Estado, como el marxismo la concebía, habría permitido transformar en socialización, la expropiación de la burguesía. La estatización vino a ser estribo de la contrarrevolución.

Ese yerro de los bolcheviques se explica sobre todo por las características de la propia revolución de Octubre. No fue ésta, contrariamente a lo que pretenden opiniones deformadas, una revolución socialista, sino permanente, según las concepciones expuestas por Trotzky en los libros 1905 y La Revolución permanente, y por Lenin en las Tesis de Abril. O sea, toma del poder político, por el proletariado, desbarate de la sociedad zarista semifeudal, tribal incluso, puesta en práctica por ese proletariado de las medidas de la revolución burguesa inefectuada, y ensamble sin solución de continuidad con las medidas socialistas. Además, era indispensable el triunfo de la revolución socialista en países europeos de mayor desarrollo económico y cultural para consentir a la revolución permanente rusa abordar con éxito la etapa de transición al comunismo. Los bolcheviques intentaron, en realidad, sobrepasar su propio proyecto inicial introduciendo en la distribución de los productos, y por obligada consecuencia en la producción, relaciones no capitalistas. Eso fue el «comunismo de guerra», así llamado por alusión a la exigüidad de los productos a distribuir más bien que a la guerra civil. Trotzky mismo dice en «De Octubre rojo a mi destierro» que el comunismo de guerra obedecía a designios económicos más vastos que los de las exigencias militares frente a los reaccionarios. El fracaso de esa tentativa, debido a la caída vertical de la producción (bajó al 3% de la de 1913), provocó el retorno al sistema mercantil que recibió el nombre de N.E.P.: Nueva Política Económica.

El estado de espíritu de los campesinos convertidos en propietarios por la revolución fue, en parte, causa del hundimiento de la producción, a la que contribuyó también la guerra civil. Pero la responsabilidad principal hay que buscarla en la mentalidad burguesa de las capas sociales medias, cuyas funciones eran indispensables a la actividad económica: pequeña burguesía, técnicos, burócratas instalados en los sindicatos, organismos administrativos de todo género, en los soviets y en el partido bolchevique mismo. Dando suelta legal al comercio capitalista, la N.E.P. soldó definitivamente la alianza de los estratos sociales burgueses que habían saboteado la revolución, con los burócratas y los ex-revolucionarios que se la representaban como una cucaña. De su fusión en el Estado saldría la casta dominadora que se llama lindamente a sí misma «la intelligentzia».

Lenin, que no podía tener más que noción fragmentaria de la amenaza burocrática, definía sin embargo el Estado, todavía soviético, como «un Estado burgués sin burguesía». En su concepción, la N.E.P. y el capitalismo de Estado que ella establecería no eran sino un pergeño momentáneo, un paso atrás precautorio, en espera de la reanudación del proceso de revolución mundial. La única garantía que quedaba de una futura socialización de la economía era la permanencia del poder efectivo de los soviets5. Ese proyecto de capitalismo de Estado políticamente dominado por el proletariado era, en realidad, impracticable, aun sin tener en cuenta más que la correlación de fuerzas en la sociedad post-revolucionaria. «La tendencia de la pequeña burguesía a transformar los delegados a los soviets en parlamentarios o en burócratas» denunciada por Lenin desde 19186, estaba más que cumplida en el momento de la N.E.P. En todos los organismos administrativos y políticos, las antiguas capas sociales intermediarias y la nueva burocracia desbordaban a los revolucionarios y al proletariado. El Estado definido por Lenin iba a encontrar pronto «su burguesía». Estaba gestándose una potente casta burocrática que organizaría en provecho suyo el capitalismo de Estado y la contrarrevolución.

Así pues, la N.E.P. significó el tope de la revolución permanente, que no obstante la tentativa del comunismo de guerra nunca sobrepasó el estadio del ejercicio del poder político por el proletariado y el control obrero de la producción, medida ésta democrático-burguesa, que según la concepción bolchevique debía preludiar a la gestión obrera de producción y consumo, característica de la revolución social. En lugar de la progresión revolucionaria sin solución de continuidad, se inició una marcha atrás termidoriana que suprimió una a una las conquistas obreras, la apariencia misma de soviets y culminó en la contrarrevolución.

Conducto de compadreo y alianza entre las capas burguesas de la población y la nueva burocracia arrellanada en los otrora organismos revolucionarios, fue la libertad de comercio capitalista. Ensamble de individuos tanto como de intereses. Ese amasijo, dueño del poder y de las riquezas, se proponía usar y abusar de uno y otras a capricho. Tal fue el origen del stalinismo, calle abierta en la grave penuria de víveres que dificultaba la actividad política del proletariado y los revolucionarios. Asió también como pretexto de su marcha atrás la derrota de varios intentos insurreccionales en Europa, derrota que en realidad le convenía. Pero lo que dio pábulo y estructura a su tremenda obra contrarrevolucionaria en Rusia y en el mundo -inacabada todavía- fue conjuntamente la propiedad estatizada y el partido único, sin fracciones internas, monolítico según la nueva terminología reaccionaria. De la libertad mercantil pasó el stalinismo a la centralización del comercio y de las inversiones del capital, que siguen constituyendo la base de sus planes económicos.

La concepción revolucionaria de la planificación económica tiene por punto de partida la desaparición del trabajo asalariado, a la vez condición y prueba de la supresión del capital. Los proyectos de producción y de industrialización no deben tener otra mira que satisfacer las necesidades sociales de consumo, elevando el nivel de vida de las clases explotadas bajo el capitalismo, los estratos más pobres en primer lugar. En tal caso únicamente, el sobretrabajo obrero impagado que constituye la plusvalía, revertirá a la sociedad entera, desaparecerá la explotación, se alcanzará el comunismo y la desalienación del hombre.

La clase trabajadora misma ha de determinar, mediante comités democráticamente designados a tal fin, la cantidad de trabajo social que haya de afectarse a nuevos instrumentos de producción (lo que hoy es capital constante), y cual otra a la ampliación inmediata del consumo (hoy capital variable, racionamiento salarial). La planificación socialista es un trastrueque completo del funcionamiento económico. Los hombres, que en el bloque ruso, tanto como en el americano están sujetos a la producción de capital constante o maquinaria, han de someter ésta a su completo servicio y no producir nada ajeno a él. Tanto, que si por acaso comités obreros legítimamente elegidos pusiesen la industrialización por encima de las exigencias cotidianas de consumo de su propia clase, no harían más que administrar el capitalismo y perpetuar la explotación.

Los planes rusos de producción y los de todos sus imitadores, son antitéticos de la concepción revolucionaria. Los inspira una acumulación del capital muy estudiada, cuyo modelo son los análisis de la sociedad capitalista hechos por Karl Marx, y los determina en detalle el índice de rendimiento más alto posible por cada categoría obrera, con el mínimo de jornal susceptible de hacerla trabajar. La superexplotación que esos planes comportan resultaría impracticable sin la centralización total de los capitales en el Estado, patrono exclusivo, legislador del precio de la fuerza de trabajo, la mercancía-hombre que no dispone siquiera de la libertad de regatear su venta al capital. He ahí cómo y por qué la expropiación de la burguesía en 1917, en lugar de abrir camino al socialismo dio paso a la forma más brutal de la explotación del hombre por el hombre: el capitalismo de Estado.

Para organizar su capitalismo en torno al Estado, la contrarrevolución stalinista explotó la miseria material y mental de la vieja Rusia, agravada por ocho años de operaciones militares. Políticamente, a pesar de todo, hubo de exterminar, de la manera más vil imaginable, a toda una generación de revolucionarios antes de afirmar sólidamente su dominación. Los grandes procesos de Moscú en 1936-38, el degüello o la deportación a Siberia de cuantos permanecían fieles al Octubre rojo, no tienen equivalente en los anales de las contrarrevoluciones, ni siquiera en la hitleriana o la franquista. Revelan una conciencia reaccionaria y una ferocidad que constituyen uno de los peligros más temibles para el proletariado internacional. Desde entonces si no antes, la política exterior del poder ruso, aparte su competencia imperialista con los países occidentales y complementaria con ella, ha tenido por objetivo evitar cualquier revolución social en el mundo, o bien aplastarla por intermedio de sus partidos nacionales imponiendo el capitalismo de Estado con nombre de socialismo. Las pruebas de ello sobreabundan, desde la revolución española hasta el triunfo de Mao Tsé-tung y la entrada de los tanques rusos en Budapest sublevado, sin olvidar la rápida cristalización reaccionaria del poder castrista.

En suma, la contrarrevolución stalinista constituye el acontecimiento negativo más importante de nuestro siglo. Gracias a ella y a la acción de sus partidos vasallos, el proletariado ha sufrido derrota tras derrota y vive hoy en el marasmo, a merced de cualquier fuerza que se le eche encima. Quienes la apoyan, cualquier razón que invoquen, representan al enemigo de clase, quienes la consideren sólo como distorsión política de los objetivos revolucionarios desempeñan, respecto de ella, el papel del antiguo reformismo frente al capitalismo en expansión. Por consecuencia, y con vistas a la creación de la organización obrera de la revolución mundial, hay que exigir de todos los grupos y hombres una ruptura previa con el stalinismo sobre las siguientes bases:

  1. Hechura de la contrarrevolución stalinista, la economía rusa es un capitalismo de Estado imperialista igual que su rival americano;
  2. No puede ser orientado en sentido proletario por ninguna medida, ni siquiera por una revolución exclusivamente política, sino abolido por la revolución social, previa destrucción de todas las instituciones actuales, comprendiendo el partido dictador y el sistema de propiedad estatal;
  3. En ninguna parte puede ser considerado el stalinismo como movimiento obrero oportunista o reformista, sino contrarrevolucionario, portador del capitalismo de Estado y destructor de las libertades obreras indispensables a la organización del socialismo;
  4. Su política de «unión nacional» desvela su verdadera naturaleza. Socialmente idéntica a la practicada de antiguo por la burguesía, más pérfida en lo político, postula para sí la suprema dirección económica y política del capital en cada país. La declaración de Moscú dicha «de los 81 partidos», apenas lo oculta.

Por ende, los revolucionarios deben ver en el stalinismo un enemigo de clase y considerar cualquier colusión o alianza con él como un abandono de la causa proletaria, cuando no una traición.

La «destalinización» de Khrutchef, compinche de Stalin en el asesinato de los bolcheviques de 1917 aspira, en el mejor de los casos, a consolidar el stalinismo perfeccionándolo como sistema. La legalidad «soviética» de que el continuador de Stalin habla es la de su burocracia capitalista. El proletariado no tiene qué hacer con ella, sino desbaratarla y acometer la creación de su propia legalidad. Incluso las libertades de palabra, organización, imprenta, etc. y la rehabilitación de Trotzky y demás revolucionarios calumniados y ejecutados, que la burocracia podría verse en la necesidad de conceder, no alterarían el capitalismo de Estado, obra esencial de la contrarrevolución stalinista.

En fin, entre el capitalismo occidental y la contrarrevolución stalinista, un entendimiento político ora tácito, ora expreso, existe desde los primeros barruntos de ésta. Los servicios mutuos que se han prestado son innumerables. El capitalismo occidental debe vida y prosperidad a la contrarrevolución stalinista y ésta a aquel su consolidación y extensión7.

Imperialismo e Independencia Nacional

La relación imperialismo-colonias constituye la trama cada vez más cerrada del mercantilismo mundial y es para éste tan insuperable como la relación fundamental capital-explotación del trabajo asalariado-capital acrecentado. Desde hace tiempo, una y otra no se modifican sino por su propia exacerbación, haciendo cada vez más desgarradora la disociación entre el conjunto del sistema mundial y las necesidades humanas.

Desde el final de la última guerra, numerosas colonias se han visto conceder la independencia; para obtenerla en otras han sido organizadas guerras locales; por todas partes se habla de «descolonización», «industrialización de los países subdesarrollados», «revolución nacional» y demás cantinelas. Al mismo tiempo, Rusia ha echado mano a nueve países en Europa8, a la mitad de Corea y de Indochina en Asia, y la dilatada China ve su soberanía nacional más restringida que en tiempos de las Concesiones extranjeras; en la mayoría restante del mundo la tutela de Estados Unidos apesga incluso sobre las naciones más antiguas y fuertes. En todos los casos se trata de un sólo e idéntico proceso de reajuste del Planeta a las fuerzas imperialistas, tal cual las ha remodelado la guerra de 1939-45.

Consentida por la potencia colonizadora o adquirida mediante las armas, la independencia nacional no lleva en manera alguna implícita la ruptura con el imperialismo, sino que, por el contrario, lo pone de relieve sacándolo a luz bajo su complexión más pura, de detentación económica. Se ha llegado, en efecto, a un punto en que el trabajo y los conocimientos de numerosas generaciones después de múltiples expoliaciones militares y mercantiles, se halla centralizado en gigantescos instrumentos de producción principalmente dominados por Estados Unidos y Rusia. Teniendo esos instrumentos un carácter capitalista en ambos países, la rotación de la economía en el mundo entero se efectúa por fuerza en torno a sus centros respectivos. Invirtiéndolo, el argumento tiene el valor de una demostración: basta que la rotación económica de un país tenga por eje otro país para probar la naturaleza capitalista del eje y del satélite. Es que las naciones, tanto como los individuos, no pueden sustraerse a los imperativos de la acumulación del capital sin suprimir el capital.

Mientras más importantes y rentables son los descubrimientos técnicos (automación, cibernética, química industrial y agrícola, energía nuclear, etc.), más abrumador se hace el peso de Estados Unidos y Rusia sobre el resto del mundo, amigos o adversarios, pero ante todo sobre los países «amigos». El antagonismo militar de los dos bloques, se yuxtapone a los factores económicos y técnicos, consolidando el señorío imperialista y exténdiendolo hasta territorios que parecerían olvidados sin esa intensiva preparación bélica. En suma, por su enorme volumen tanto como por la extremada especialización científica de sus instalaciones industriales, el capital americano o el ruso no pueden ayudar seriamente una economía nacional sin avasallarla. La ocupación militar y administrativa propia del régimen colonial se revela signo de flaqueza económica por parte de una metrópoli. De igual modo que en escala nacional el capitalismo basa su dominación en el monopolio de los instrumentos de trabajo, que pone a merced suya las clases laboriosas y transforma los pequeño-burgueses en comisionistas, en escala internacional su plena función imperialista la alcanza sólo mediante el drenaje de la plusvalía hacia los capitales más fuertes. Pero precísase comprender capitales en el amplio sentido de capacidad industrial y técnica más bien que en la acepción puramente financiera. La sujeción de las economías débiles a las fuertes prodúcese así por vía «natural», siendo la coerción principal la inseparable del sistema, el acrecentamiento del capital invertido en cada ciclo de producción.

El vasallaje de los países subdesarrollados será siempre proporcional a la ayuda que les aporten las grandes potencias, lo que ensancha aun la distancia económica entre unos y otras. Y la independencia nacional acelera el movimiento mediante la asociación voluntaria de los explotadores locales, que sacando partido de las sucias engañifas patrióticas tradicionales se convierten en furrieles del gran capital imperialista. La prepotencia de éste en la hora actual no tiene gran cosa que temer siquiera de la nacionalización de sus propiedades por los países «soberanos». La socorrida «expropiación de los imperialistas» sigue tributando lo debido a los imperialistas, mediante el juego del comercio y de las inversiones en todas las ramas de producción mundial, sin que deje de apretarse el encadenamiento de los débiles a los fuertes. No es imposible que un país pase de una férula imperialista a otra, pero la ley de hierro de la economía capitalista no puede ser anulada sino por la supresión de la mercancía, empezando por su origen, el trabajo asalariado, que hace del hombre mundial un ser encogido, un botín continuo de demagogos nacionales e internacionales.

Los acontecimientos han validado la tesis de Rosa Luxemburg, que al contrario de Lenin negaba la posibilidad, bajo el capitalismo, de un «derecho de los pueblos a disponer de sí mismos». Y los argumentos que Lukacs opone a la primera9 están impregnados de dirigismo reformista. Los de Lenin eran sobre todo de carácter táctico, muy superado hoy. Por cuanto ese derecho ha adquirido fuerza de ley, ha significado, exclusivamente, el derecho de los explotadores autóctonos a elegir su propio imperialismo para mejor triturar los trabajadores a su guisa.

La «revolución nacional», la «industrialización de los países subdesarrollados», el papel «progresivo del Tercer mundo», etc. son otros tantos señuelos o fullerías reaccionarias. Sólo pueden ser útiles a cada campo imperialista contra su adversario. Sin la revolución social no es posible ir más que de la órbita de Washington a la de Moscú, y a la inversa, como lo demuestran de manera inconcusa los casos de Cuba bajo Castro y de Yugoslavia. Incluso una guerra como la de Argelia, con cuya ocasión toda la izquierda francesa, incapaz de tomar el partido de la revolución social en Argelia y Francia ha pirueteado a la voz de Moscú, cuando no a la del Cairo, es obra de la guerra fría. Sin ella, los matasietes del F.L.N. no habrían abandonado su condición de pupilos del imperialismo francés para endosar el papel de héroes nacionalistas. Instalados en el poder, no podrán comportarse en ningún caso de otra manera que como societarios en comandita del capital occidental u oriental. Substituirán a los «pieds-noirs»10.

Todos los plazos han llegado a su término, todos los desarrollos económicos y políticos del mundo actual a su punto de reflujo. Así, industrialización y descubrimientos técnicos no conseguirán hallar, bajo la forma capitalista, en colonias y metrópolis por igual, mas que una aplicación muy restringida y reaccionaria; así la cultura y la libertad reculan ante propagandas embrutecedoras y exigencias policíacas de un sistema podrido; así, organizaciones que siguen diciéndose comunistas por odiosa impostura son en realidad ultra-capitalistas y están animadas de la más aviesa conciencia contarrevolucionaria; así, las masas de los países atrasados se ven embaucadas para la preparación de la guerra, cuando podrían constituir factor de capital importancia en el derrocamiento del imperialismo americano-ruso.

Proclamémoslo: toda lucha nacional es reaccionaria; colonias o metrópolis, Rusia o Estados Unidos, los explotados deben tener por objetivo inmediato universal el combate por la toma del poder, la expropiación del capital privado o estatal, la socialización internacional de producción y consumo.

Revolución o Guerra Imperialista

Desde 1914 las fuerzas de producción, el potencial humano y la cultura habían alcanzado el nivel indispensable a la realización de la revolución socialista. Una alternativa se presentaba a la humanidad, y en particular al proletariado: revolución o guerras continuas, supresión del capitalismo, o decadencia y recaída en la barbarie. Dos guerras han exterminado decenas de millones de hombres, sin otro objeto que imponer al mundo la dominación de uno de los bloques esclavistas. Dos veces en menos de 30 años, los gobiernos de los países beligerantes han llamado sus respectivas poblaciones a la matanza de las de los países «enemigos», en nombre de la libertad, de la civilización, del derecho y del bienestar futuro, prometiendo para mañana, al modo de las religiones, lo que se niegan a dar hoy. Para establecer un nuevo equilibrio mundial, los aliados de ayer están nuevamente dispuestos a desencadenar la carnicería, que esta vez podría terminar en el aniquilamiento de la especie humana.

Para las masas trabajadoras la guerra representa la más tremenda de las calamidades. Distraídas de sus objetivos de clase, son llevadas al combate por la defensa de los privilegiados de cada país beligerante. Porque contrariamente a lo que trata de hacer creer la propaganda burguesa y social-demócrata, así como la reacción fascista o stalinista, nunca existe un interés nacional colectivo, sino intereses de clases sólo, y los del proletariado son los únicos que se confunden con los de la humanidad.

La guerra, o su simple amago a veces, acentuando la miseria de los obreros y la supremacía militar, provoca una regresión social generalizada propicia a cualquier empresa reaccionaria. Pero la guerra no puede ser evitada por los gobiernos de oriente y occidente que la llevan en sí como mecánica de su sistema, ni tampoco por movimientos puramente pacifistas, siempre impotentes. Hay que desarraigar sus causas de la sociedad mundial, o sea el capitalismo. Recordemos que si el proletariado de los dos campos beligerantes de 1914 hubiese atacado sus respectivos gobiernos, en lugar de matarse entre sí, la humanidad se habría ahorrado 50 años de padecimientos y conflictos arreo. Pero los dirigentes obreros, sumándose a los explotadores, indujeron a la guerra en ambos bandos, imponiendo así a la clase trabajadora el dilema reaccionario de destrucción de un grupo de países en provecho de otro. El proletariado sufrió por tal modo un grave descalabro y un inmenso retroceso ideológico. La acción internacionalista de Lenin, Trotzky y una parte de los bolcheviques, consintiendo la victoria de la Revolución rusa, replanteaba en sus verdaderos términos el dilema de la humanidad, llamando los pueblos a apoderarse de economía y poder político.

Ciertamente, la traición de los líderes de la Internacional socialista no habría tenido más que un alcance limitado si la Revolución rusa misma no hubiese sido traicionada pocos años después de su triunfo. En realidad, mucho antes de 1939 el gobierno del Kremlin y su III Internacional habían rechazado también el dilema a que aboca la evolución histórica, apropiándose el de la reacción. Aun no había aparecido oficialmente el Frente Popular, cuando ya la política de aquellos, intencionalmente dirigida a la guerra, no tenía objetivo más estudiado que paralizar la acción revolucionaria del proletariado. Y gracias a los partidos «comunistas» ligados a Moscú, una orientación chovinista y reaccionaria fue de nuevo impuesta a las masas. Junto a las potencias del Eje contra «la plutocracia americana» (Pacto germano-ruso y suspensión de la prensa stalinista de lengua alemana) o junto a ésta «contra el fascismo» (participación en la guerra junto a «las democracias» y resistencias nacionales), el Kremlin y sus partidos no cambiaban sino de campo imperialista. La catástrofe infligida así a las masas de todo el mundo no admite parangón con ninguna otra. Ella es la causa principal de la desmoralización actual del proletariado, que lo convierte en presa fácil de los aparatos orgánicos stalinistas, clericales o militares.

Esa política ha consentido a la contrarrevolución rusa transformarse en la segunda potencia imperialista del Globo, aunque no sin ayuda material y moral de la primera. A la humanidad le ha valido la división del Planeta en dos zonas de influencia, la falaz propaganda de «coexistencia pacífica» que se traduce prácticamente en la «guerra fría» y el equilibrio del terror permanentes. Las dos primeras son, en realidad, el anverso y el reverso de una sola estrategia dúctil, susceptible de aventurarse en hostilidades locales, de contentarse por cierto tiempo con una delimitación de zonas de dominio indisputado, o de lanzarse a la decisión militar suprema, según los imperativos de expansión, las urgencias políticas internas, más la confidencias de los servicios de espionaje. De cualquier manera que fuere, y pese la contención que a los dos colosos imponen las armas termo-nucleares, al equilibrio del terror sucederá la desintegración de la mitad de la humanidad o más, si las masas no actúan a tiempo.

Ápice de la explotación del hombre por el hombre, guerra de clases permanente y legal, el capitalismo revela militarmente, de la manera más inconcusa y terrorífica, su total caducidad como sistema, su incompatibilidad con las necesidades inmediatas y las aspiraciones humanas. En los instrumentos bélicos, cuya capacidad mortífera alcanza, allende la totalidad de hombres y primates, hasta la vida orgánica rudimentaria, se hipostasía la forma capitalista de los instrumentos de producción, que impregnando las relaciones sociales en general ahoga paulatinamente la humanidad, aun suponiendo que la paz dure indefinidamente. El dilema es mundial y premioso: acabar con el sistema actual o degenerar.

En tal situación, los congresos y movimientos «pro-paz» agenciados por los representantes o amigos de cualquiera de los bloques, son en realidad mercancía de guerra y regimentación paramilitar de la clase obrera. El internacionalismo revolucionario reclama atacar indistintamente al bloque americano y al ruso, no en pro de una paz entre ellos, statu quo reaccionario, sino contra sus estructuras capitalistas respectivas, inseparables de la rivalidad por la explotación hegemónica del mundo. Y ese cometido internacionalista resulta impracticable sin poner en la picota, en las asambleas y la prensa revolucionaria de todos los países, en las fábricas mismas, a los valedores de Moscú y de Washington, cabos de vara de los respectivos ejércitos imperialistas. El derrotismo revolucionario no ha caducado cual pretenden, convencidos de progresar, algunos cangrejos innovadores; muy al contrario, su necesidad está presente en plena paz y rebasa hasta el dominio económico. El principal enemigo sigue estando en el propio país, pero se ha de herir también, en cada uno, a los oficiantes del bloque adverso.

Frente al equilibrio del terror es imprescindible postular el derecho de los trabajadores de todos los paises - derecho elemental de conservación del hombre a falta del cual todo otro se convierte en mofa- a reclamar y poner por obra el desmantelamiento de todas las armas e industrias de guerra, atómicas y clásicas, a disolver ejércitos y borrar fronteras.

A crear un movimiento mundial en tal sentido, abriendo brecha en el totalitarismo que aherroja la acción posible de los trabajadores rusos, chinos, etc., podría contribuir decisivamente el proletario americano. Pero es preciso que su parte más consciente empiece por condenar sin equívoco a su propio imperialismo y que acometa con vigor el empeño. Así estarían los revolucionarios de cualquier parte en mejores condiciones para organizar la fraternización con el proletariado del otro bloque, forzando si necesario - y lo será- el cordón policíaco.

Las Perspectivas Marxistas

En los países capitalistas antiguos, el Estado, la policía, las leyes, los tribunales, condensan y representan los intereses de los capitalistas individuales y de los diversos trusts. En la Rusia actual el Estado es el único explotador. En él se hallan centralizada la propiedad y la plusvalía capitalistas, así como la policía, el ejército y los tribunales complementarios. La aparición de un régimen totalitario tan completo no entraba en las perspectivas de Marx y Engels, cuyo punto de partida era el desarrollo del capitalismo, su aniquilamiento y superación por necesidades revolucionarias internas. Sus análisis y perspectivas, correspondiendo a la época en que el capitalismo iba a alcanzar su apogeo, no les consentían discernir los rasgos específicos del declinamiento. Además, el desarrollo considerable del movimiento obrero durante los últimos años de su existencia, les permitía esperar que el partido revolucionario del proletariado destruiría la sociedad capitalista en el momento en que ésta dejase de tener un valor positivo para el conjunto de la humanidad.

Si bien Marx y Engels han considerado a menudo la revolución socialista como inevitable, nunca se la representaron como un proceso automático. Sin embargo, las afirmaciones tocantes a la ineluctabilidad del socialismo han dado a muchos « marxistas» ocasión a concepciones mecanicistas ajenas al espíritu revolucionario. El nudo de ellas consiste en afirmar que la centralización económica continúa siendo signo positivo de evolución del capitalismo, cuando no el socialismo incipiente. Ahora bien, la experiencia enseña que la concentración del capital, otrora factor progresivo en el desenvolvimiento social, adquiere características reaccionarias allende cierto límite. Pero no hay manera de fijar éste mediante cifras, pues él mismo está codeterminado por otros factores, tales el nivel cultural y político, el grado de libertad ideológica y económica consentido a las masas, y la madurez general de la sociedad, lo que podría llamarse la edad del sistema. Una vez alcanzado ese tope de progresividad, ya dejado atrás indudablemente, la sociedad no puede continuar progresando más que adentrándose en la revolución, y ello independientemente del grado de desarrollo o de concentración de cada economía nacional. La intervención consciente del hombre ha de romper el automatismo de la centralización ya regresivo.

Continuar viendo en la dicha centralización un algo positivo conduce a la concepción ya criticada, según la cual la desaparición de la burguesía en cuanto clase poseyente y la estatización de la economía, constituyen la base material de la sociedad de transición, de donde surgirá por si sólo el comunismo, con tal de que no reaparezcan los burgueses. Los «marxistas» que defienden tal teoría terminan pronto o tarde, ya se ha visto, admitiendo que el stalinismo realiza, mediante la nacionalización, la tarea esencial de la revolución proletaria. Y eso es desertar a la barricada de enfrente.

Las perspectivas de Marx tocantes al desenvolvimiento del capitalismo se han visto confirmadas en sus principales líneas, pero han aparecido ciertos aspectos nuevos característicos de la época de decadencia de la sociedad capitalista. Hoy se puede, sí, atribuir una significación histórica al capitalismo de Estado, última de las transformaciones provocadas por la centralización de capitales que ha ido operando sobre la propiedad individual, como ley inherente al sistema. Proceda del stalinismo, del nazismo, de las democracias occidentales o del panarabismo, en el cual se perciben aun resonancias de los Filisteos bíblicos, la estatización concretiza, prolongándola, la tendencia general de la economía capitalista entrevista por Marx.

En el primer estadio del capitalismo moderno, el de la economía liberal, la propiedad, estrictamente individual, correspondía sólo al capital invertido en cada empresa. La competencia ponía a los capitalistas individuales en lucha por un mercado restringido, que raramente excedía la escala nacional. La necesidad de invertir sumas cada vez más considerables, engendrada por el proceso mismo de acumulación del capital y por los imperativos del maquinismo, dio origen a la asociación de capitalistas individuales, y después a la aparición de las sociedades anónimas, en las cuales están invertidos capitales inmensos provenientes de una multitud de poseyentes individuales, sin que éstos participen de hecho en la gestión.

En el estadio siguiente, el del imperialismo, las sociedades anónimas se agrupan en trusts y carteles que reglamentan los precios en amplia escala, entregándose al mismo tiempo a una lucha encarnizada por la conquista de los mercados y las materias primas. Y el Estado, que en la etapa precedente aseguraba el equilibrio relativo entre capitalistas, se convierte con el imperialismo en instrumento ejecutor de trusts y carteles, los más poderosos de los cuales procuran acaparar su control. Ese es el primer signo de la decadencia de la sociedad capitalista, ya caracterizada por una extensión tremenda de la industria de guerra.

El tercer estadio o capitalismo de Estado, es consecuencia mecánica del proceso anterior, acelerado por las guerras y las contrarrevoluciones. Cualquier país atrasado puede acceder a él, pero sólo empujado por intereses retrógados, de la misma manera que las exigencias revolucionarias mundiales le consienten, tanto como a los países industrializados, acceder a la revolución proletaria. La Revolución rusa es inexplicable sin la madurez mundial de ideas y economía para acometer el socialismo. Así también, pero en sentido reaccionario, el stalinismo enlazó directamente con la etapa máxima posible de centralización capitalista mundial.

En el capitalismo estatal, los instrumentos de producción, no pudiendo conservar su estructura mediante la sola acción de los propietarios individuales, son puestos bajo la protección del Estado, el representante supremo de la explotación, el «capitalista colectivo ideal» (Engels), en el cual termina centralizándose por entero la propiedad. Se transforma ésta en propiedad indivisa de los componentes de la capa social o casta que detenta el poder político, a tal punto que pierde - por ejemplo en Rusia- toda relación con la inversión directa de capital por los poseyentes individuales. En el antiguo capitalismo, ya desaparecido casi en todas partes, el ejercicio del poder político era consecuencia de la riqueza; en el capitalismo de Estado la riqueza va apareada al disfrute de una parcela cualquiera del poder político. El círculo de los dominadores tiende a cerrarse y se hace más despótico que nunca. El Estado, propietario y colector de la plusvalía, distribuye ésta entre sus servidores, lo que da pábulo a la rastrería respecto del grupo dominante supremo, siempre restringido. Por su parte, los trabajadores viven más doblegados que nunca a la esclavitud de un salario impuesto a su albedrío por el Estado, patrono exclusivo. La distancia económica entre explotadores y explotados, la arbitrariedad de aquellos, el encadenamiento de éstos, se agravan en proporciones jamás vistas. «Cada vez más -decía Marx- el capital aparece como una potencia social cuyo funcionario es el capitalista». He ahí el capitalismo de Estado, nivel ya degenerativo de la sociedad actual, que los falsarios presentan al proletariado como socialismo.

La burguesía era la clase del desarrollo y el apogeo del capitalismo, que ha cumplido una función histórica importante. Se trataba y sigue tratándose de acabar con el capitalismo, su Estado, sus clases. A falta de ello, la decadencia del sistema, ya iniciada, no será obra de una clase bien distinta, sino de castas o burocracias que dominando el Estado y sus aterradores medios de represión descomponen la sociedad y la llevan a la barbarie. Se trata de una de las lecciones más sobrecogedoras de la historia reciente.

Desde el período intercalado entre guerra y guerra, la involución o movimiento retrógado de la sociedad capitalista se ha manifestado de diversas maneras. Una de las primeras manifestaciones en el tiempo fue la aparición de inmensos ejércitos de parados en toda Europa y en Estados Unidos. En Rusia, la multiplicación de los campos de trabajo forzado era equivalente del paro, doblado de envilecimiento de la mano de obra. Hoy mismo, a despecho de los millones de hombres movilizados en ambos bloques, el paro no ha desaparecido. Empero, el signo más brutal de degeneración es incuestionablemente la guerra de 1939-1945, cuyas reaccionarias consecuencias aparecen cada día más abrumadoras: reparto del mundo y rivalidad entre Estados Unidos y Rusia como jefes de fila, ocupación de varias naciones, desaparición o descuartizamiento de otras, economías de guerra endémica, amenaza termo-nuclear que no alejará ningún acuerdo entre los dos Imperios, una degradación de la conciencia de las masas trabajadoras y en general de la sociedad, cultivada por cada bloque a su manera. La paz, o más exactamente dicho, el armisticio que vivimos, ha visto implantarse métodos de explotación tan feroces, que el salario fijo y la jornada de ocho horas han desaparecido casi universalmente. La paga al destajo, que el movimiento obrero había conseguido suprimir, ha reasomado de múltiples maneras: primas, bonificaciones, pluses, trabajo a la pieza, que racionalización del trabajo, cadenas y cronometraciones, o bien las máquinas mismas, se encargan de perfeccionar. Los trabajadores se ven en la necesidad de rendir cada vez más y hacer horas extraordinarias voluntariamente, cuando no impuestas por los contratos sindicales. Resultados de tales procedimientos científicos de desarrollo del capital, cuya iniciativa viene en no pocos casos de la contrarrevolución rusa11 son la extenuación de los trabajadores y una modorra intelectual muy útil a sus enemigos, a más de la degradación profesional generalizada, inseparable de la técnica moderna al servicio de la explotación. La mayoría de los obreros son peones adjuntos a la máquina, y los especializados lo son tanto que carecen también de oficio.

El rendimiento ascendente de trabajadores y máquinas ha acarreado una centralización monstruosa de los instrumentos de producción o capital, que confiere a éste una tiranía económica y disciplinarias sobre la mano de obra, jamás alcanzada, y en alto grado perniciosa. Y mientras los poseyentes se conglomeran en mercado europeo con vistas al mercado intercontinental, en el otro bloque en COMECON12, los trabajadores permanecen separados no sólo por bloques y por naciones dentro de estos, sino también de rama a rama de la producción, de empresa a empresa, de categoría a categoría, y en cada establecimiento sufren fisgas y reglamentos cuartelarios que 30 años atrás habrían sido recusados por atentatorios a su dignidad. Tal contraste entre la holgura del capitalismo y el aprieto del proletario es derecha consecuencia de la derrota de la revolución mundial entre 1917 y 1937, extremada por las resultas negativas de la guerra. Toda hinchazón del capitalismo está rigurosamente condicionada, decenios ha, y lo mismo en tierra oriental que occidental, por la inacción revolucionaria del proletariado. De ahí la naturaleza doblemente reaccionaria de la actual superconcentración del capital. Era superflua para el trastrueque comunista de la sociedad y ha colocado a los explotados todos en la necesidad de reconstruir su organización revolucionaria piedra a piedra, asediados por un complejo de enemigos que va desde el gran capital privado o estatal hasta los partidos y sindicatos que completan la estructura legal de la acumulación ampliada.

En medio de tan poco placentera situación, el cometido histórico que el marxismo asigna al proletariado, la transformación de la sociedad de explotación en comunismo, adquiere la mayor premura social en escala planetaria. Sin ella la humanidad, en el mejor de los casos, se acartonará en un bizantinismo peor que el que prolongó la pérdida de la civilización greco-romana. Pero la recuperación combativa, el surgimiento de una situación revolucionaria no cabe esperarlo, cual piensan determinados marxistas que ladean al automatismo económico, de una futura crisis cíclica, es decir, una de las mal llamadas crisis de sobreproducción. Eran éstas sacudidas que reequilibraban el desarrollo caótico del sistema, no efecto de su agotamiento. El capitalismo dirigido sabe atenuarlas o soslayarlas de diversa manera, y por otra parte, aun produciéndose una de ellas en ningún caso engendrará por sí sola un movimiento revolucionario. Sin que intervenga algo diferente podría, al revés, servir los aviesos designios de los nuevos reaccionarios que aguardan su hora, planes quinquenales en cartera y normas de producción por látigo.

La crisis general del capitalismo es su agotamiento como sistema de asociación. Reside, sumariamente dicho, en que los instrumentos de producción como capital y la distribución de los productos limitada por el salario, son ya incompatibles con las necesidades humanas, e incluso con las posibilidades máximas ofrecidas por la técnica al desarrollo económico. Esa crisis es insuperable para el capitalismo. Lo mismo el occidental que el ruso la agravan día a día.

De ahí que la recuperación del proletariado haya de venir, forzosamente, de un extenso sacudimiento contra las condiciones económicas y políticas que le ha ido imponiendo desde antes de la guerra la acumulación ampliada y dirigida de capital. Y eso es inalcanzable sin previa ruptura con los esquemas tradicionales de reivindicaciones inmediatas y «progresión revolucionaria». Lo inmediato a conseguir hoy es la desaparición de las primas, pluses, horas extra y demás destajos, y también, sin que disminuya en ningún caso la paga media, una importante reducción de las horas de trabajo. El lema general ha de ser: ¡Menos trabajo, más paga! En segundo lugar hay que atacar de frente la desenfrenada y reaccionaria acumulación del capital, reclamando: ¡Todo aumento de la producción, a la clase trabajadora que lo realiza! en perspectiva de lo cual no está el capitalismo de Estado, sino la organización del socialismo. Políticamente, la clase obrera debe empezar por afirmar su derecho a rechazar todo reglamento de fábrica y contrato de trabajo dictados por el capital o por éste y los sindicatos conjuntamente, su soberanía para decidir de todos su problemas y huelgas directamente, mediante delegados electivos y asambleas en las escalas necesarias. Tampoco hay que olvidar el derecho individual y colectivo del proletariado a la intervención política junto a los trabajadores de cualquier país. Es el camino de la unidad revolucionaria europea y mundial, contrapuesta a la unificación retrógada del capital en torno a Washington y a Moscú. Los asalariados de los países que conservan ciertas libertades democrático-burguesas, no sólo andarán así camino a la democracia proletaria, sino que contribuirán a romper el totalitarismo en países como España, Rusia, China, Egipto, etc., etc.

Basta lo anterior para comprender cuán dependiente de un renuevo ideológico está la vuelta del proletariado al combate por la revolución mundial. Un período de insurgencia de las masas no puede ser nunca resultado unilateral, no ya de una crisis cíclica, sino tampoco de la crisis general del capitalismo. Sin conjugarse con ésta última la presencia de partidos revolucionarios sanos y aptos para arrebatar el entusiasmo de los mejores y simbolizar las esperanzas de los oprimidos, toda revuelta local fracasará sin originar movimiento revolucionario internacional.

La Organización Revolucionaria

Junto a las causas materiales que han puesto el proletariado a merced de sus enemigos es menester señalar, como factor político adicional, la quiebra de aquellas organizaciones que, habiéndose opuesto desde el primer día a la corrosión reaccionaria stalinista, estaban en mejores condiciones para reagrupar nuevos partidos revolucionarios. La obra de Trotzky y del primitivo movimiento de la IVª Internacional ha constituido un aporte importantísimo a la comprensión del Termidor. Pero esta organización, que sigue pretendiéndose trotzkista, en lugar de completar los análisis de Trotzky y su propio programa teniendo en cuenta la evolución política y social, no hace más que rezar definiciones vacías sobre la naturaleza de la economía rusa. Negándose a admitir el carácter capitalista y contrarrevolucionario del stalinismo, acogió como libertadora la entrada de las tropas rusas en Europa oriental, cuando esas tropas quitaban a los trabajadores las armas y las fábricas de que se habían apoderado en no pocos casos. Su vergonzosa colusión posterior con diversos nacionalismos burgueses, el argelino en particular, la había preparado su defección del lema marxista. Contra la guerra imperialista, guerra civil, en aras de la defensa nacional, que el substantivo resistencia ni siquiera pretendía encubrir.

En fin, considerando que el capitalismo de Estado a la rusa es la base económica del socialismo, reniega ostensiblemente de la tarea revolucionaria propia que dio origen a su fundación. El verdadero reformismo moderno es en realidad la IVª Internacional y sus similares. Desempeñan, respecto del capitalismo centralizado en el Estado, papel parecido al de la antigua social-democracia respecto del capital privado y monopolista. Sin romper con ella es imposible pisar terreno revolucionario.

Los grupos que han abandonado la IVª Internacional después del congreso de 1948 o que pretenden continuarla por su cuenta, cual poco ha los de América Latina, están confinados a una ortodoxia trotzkista tan negativa como cualquier otra, y además mentirosa. Han incurrido en iguales oportunismos que aquella y ven en cualquier pendón nacionalista el comienzo de una revolución permanente, cuando en realidad se atraviesa en el camino del proletariado. Interpretan de manera derechista el Programa de Transición, cuando más la experiencia y las necesidades de las masas mandan superarlo.

A su vez, la tendencia Socialismo o Barbarie, procedente también de la IVª Internacional amansada, ha ido a remolque de la delicuescente izquierda francesa en todos los problemas y momentos importantes: guerra de Argelia y problema colonial, 13 de mayo de 1958 y poder gaullista, sindicatos y luchas obreras actuales, actitud ante el stalinismo y el dirigismo en general, etc. Por tal modo, y aunque tenga por capitalismo de Estado la economía rusa, sólo ha contribuido a enturbiar algo más las mentes. Renunciando a luchar contra la corriente, prefiriendo no decir a la clase obrera nada que ésta no esté en condiciones de comprender , se entregaba de grado al fracaso. Desprovista de nervio, ha caído en una versatilidad rayana en la mojiganga existencialista. Viene a propósito para esa tendencia y otras existentes en Estados Unidos, el dicho de Lenin:

Sólo algunos intelectuales murriosos imaginan que, a los obreros, basta hablarles de la vida en la fábrica machacándoles lo que saben desde hace mucho tiempo.

Tocante a los grupos y partidos que en la querella ruso-china toman bandería de Pekín siquiera con reservas, sitúanse muy a la derecha de lo que, con mucha tolerancia puede considerarse vanguardia revolucionaria13. Pekín no ha hecho sino imitar el capitalismo de Estado ruso, la contrarrevolución stalinista. Que su protector de ayer dé a China y no consienta darle otro trato que de semi-colonia, es gaje del oficio. Pero eso no le confiere el menor derecho a hablar del proletariado y la revolución. En 1926-27 Mao Tsé-tung y Chou En-lai destruyeron los soviets chinos a mayor gloria del termidor ruso. Ahora cosechan lo que sembraron. Convertida en gran potencia imperialista, Rusia exige dividendos sobre la plusvalía de 500 o 600 millones de chinos, a más de la subordinación debida en cuestiones de influencia asiática. De ahí que la querella ideológica no contenga más que eufemismos y vaciedades de burocracia capitalista en graves ahogos.

Siguiendo a Pekín se contribuye a pisotear la ideología del proletariado tanto como siguiendo a Moscú. La indigencia mental y psíquica, hez de 30 años de stalinismo, consiente todavía a los mandarines de Pekín hablar de una revolución que debe ser hecha también en China y contra ellos. Los secuaces que consigan recoger les servirán para establecer un compromiso con Moscú -primer intento- y si falla éste con Washington.

Los grupos más radicales de la periferia stalinista entienden por vuelta a la política revolucionaria el retorno al Frente Popular, que fue la táctica de guerra imperialista puesta en juego, so color de reformismo, cuando la contrarrevolución marchaba en Rusia a redoble de tambor, segando las cabezas de cuantos seguían siendo siquiera parcialmente revolucionarios. La realidad es que siendo todos esos grupos subproducto de la crisis que ha iniciado el desbarate de la contrarrevolución stalinista, nada positivo tienen que proponer. Los obreros y hombres jóvenes que por mil circunstancias fortuitas se encuentren en su seno, se perderán para todo trabajo revolucionario, a menos de recapitular con el máximo rigor crítico toda la obra del stalinismo como contrarrevolución capitalista en Rusia y en el mundo. Prolegómeno indispensable para estar en condiciones de contribuir teórica y prácticamente al renacimiento de un partido del proletariado mundial.

Jamás se ha hablado tanto como hoy de revoluciones victoriosas; jamás se había visto, tampoco, época tan reaccionaria, de Oriente a Occidente. Diríase que el capital está a punto de reafirmar por mil años su dominio embutiendo en el cerebro de su víctimas, tal una religión, que la explotación planificada es socialismo y la dictadura policíaca de un partido el gobierno del proletariado. Apariencias engañosas. De parte y otra de la línea divisoria entre los bloques, formidables energías revolucionarias han ido acumulándose. Pueden ponerse en movimiento en cualquier momento, en cualquier parte. Pero su cristalización en victoria proletaria se hará imposible sin una nueva organización revolucionaria. La creación de ésta, por el contrario, precipitará un alud irresistible de las masas, tensará todas sus energías hacia el objetivo supremo, una civilización verdadera podrá surgir por primera vez de entre los hombres.

La Primera Internacional agrupó a los trabajadores por encima de fronteras, y antes de su disolución había realizado un inmenso trabajo de educación ideológica, que todavía hoy es una de las principales fuentes de inspiración revolucionaria. La Segunda Internacional disputó al capitalismo derechos y nivel de vida obreros, pero negándose a derrocarlo, terminó incorporándose asu legalidad, que es tiniebla para los explotados. La Tercera Internacional encabezó durante varios años la lucha por la revolución mundial y prosiguió la obra educativa de la Primera, hasta el momento en que el Termidor empezó a utilizarla como instrumento exterior de su política conservadora. Totalmente envilecida por la contrarrevolución stalinista, secundó todos los crímenes de ésta en Rusia y contribuyó decisivamente a la derrota del proletariado mundial. Por su parte, la Cuarta Internacional, que tenía inmensas posibilidades dentro de su exigüidad orgánica, ha ido disipando de exégesis en exégesis su herencia teórica, hasta anular finalmente su independencia como movimiento.

Una nueva organización revolucionaria es indispensable al proletariado mundial. Pero su constitución resultará imposible o será muy defectuosa si no incorpora a su pensamiento las rudas experiencias ideológicas y organizativas padecidas desde 1914 hasta el presente. Las derrotas pasadas han de jalonar el camino de la victoria. Semejante organización deberá sobrepasar el tradicional conglomerado de partidos nacionales y al mismo tiempo rechazar todo centralismo orgánico que faculte a un puñado de dirigentes colocar la base ante decisiones disciplinarias consumadas. Ha de prefigurar el futuro mundo sin fronteras ni clases. Con tal finalidad adoptamos este Manifiesto y lo proponemos a todos los grupos y hombres revolucionarios del mundo. Es preciso romper tajantemente con tácticas e ideas muertas, decir a la clase obrera sin reticencias toda la verdad, rectificar sin duelo cuanto obstaculice el renacer de la revolución, proceda de Lenin, Trotzky o Marx mismo, adoptar un programa de reivindicaciones en consonancia con las máximas posibilidades de la técnica y la cultura moderna puestas al servicio de la humanidad.

Tareas de nuestra época

Organización de la acción obrera directa e independiente de todo sindicato, bajo el lema general, a continuación pormenorizado.

A. Menos trabajo y más paga

  1. Supresión del trabajo a destajo y del salario base que lo estimula, sustituyéndolos por un trabajo y un salario al día, la semana, etc.
  2. Reducción de la semana de trabajo a 30 horas (primer paso), sin disminución alguna del salario, al cual han de incorporarse las primas, indemnizaciones, horas extra, etc., cuanto constituye, encubre o espolea el trabajo a destajo.
  3. Supresión de las cronometraciones y controles que intensifican la explotación, atosigan al obrero y rebajan su dignidad personal. Los interesados en cada empresa o rama de la producción son los únicos capacitados para determinar el ritmo de trabajo.
  4. Todo aumento de la producción (su valor actualmente), sea debido a mayor rendimiento del trabajador o perfeccionamientos técnicos, debe ser vertido colectivamente a los obreros que lo realizan, en espera de que la clase entera decida de su reparto. Es la manera de poner coto a la acumulación del capital cada día más aplastante, y de elevar de veras el nivel de vida de los explotados.
  5. Trabajo para todos, parados y obreros jóvenes, con disminución de las horas laborables proporcionalmente al número de obreros y a los perfeccionamientos instrumentales. Se trata de una solidaridad de clase que comporta excelentes consecuencias, y de un derecho al trabajo que lleva aparejado el supremo derecho a la pereza, hoy inexistente pese las vacaciones, mera distensión fisiológica semejante a la de las horas de sueño.
  6. Denuncia de los contratos colectivos no establecidos directamente con la empresa por los trabajadores, y por estos últimos aprobados.
  7. Distribución gratuita a los estratos sociales más pobres, de los víveres y artículos de consumo almacenados como excedente de producción , distribución a efectuar ya en el mismo país, ya en cualquier otro sin distinción de bloques.

La acción independiente en defensa de las libertades elementales ha de presidirla el lema:

B. Derecho de palabra, de organización y de huelga, al Proletariado

Esos derechos están confiscados por partidos y organizaciones sindicales a los mismos sometidas, ya inseparables del capitalismo decadente. En las fábricas, los acuerdos sindicalo-patronales han suprimido lo mismo la libertad individual que la colectiva de los trabajadores, los revolucionarios en particular, a tal punto, que en numerosos lugares pueden ser despedidos legalmente por hablar de política, distribuir propaganda o concertarse entre sí para cualquier objeto. Se hace pues indispensable reivindicar:

  1. Libertad política, de palabra y de distribución de prensa, volantes, etc., en los lugares de trabajo, así como de reunión en los mismos cuando lo requiera la autodefensa de los obreros.
  2. Recusación de todo reglamento interior de empresa dictado por el patrono (burgués o Estado), o por éste y los sindicatos conjuntamente. En cada empresa u oficio, los trabajadores mismos, por medio de los delegados al efecto elegidos, han de tener la potestad, exclusiva de toda otra, de establecer reglas interiores. La aprobación en asamblea general es requisito precautorio.
  3. Soberanía irrestricta de los trabajadores, al margen de avales gubernativos o sindicales, para emprender la huelga económica o política.
  4. Derecho de voz y voto a todos los interesados, sin necesidad de filiación sindical o política, para decidir de las reivindicaciones de cada huelga, el momento de su declaración y de su cese, así como de cuantos problemas les conciernen.
  5. Derecho a elegir directamente, sin ningún requisito sindical o judicial, delegados permanentes de taller, fábrica, oficio, etc., que representen a los trabajadores frente a la dirección.
  6. Derecho a concertar para todo evento y en cualquier instante, por medio de tales delegados directos, con los trabajadores de otras industrias o actividades, en el país entero einternacionalmente.

Por tal conducto recuperará y ampliará el proletariado su libertad de palabra y acción hoy suprimida en la mayoría de los países o transformada, en los menos dictatoriales, en un monopolio de partidos y sindicatos que constituyen en realidad la estructura legal de la explotación del trabajo por el capital. En países como Rusia, China e imitadores, hay que empezar batiéndose contra la ignominia de las multas, los castigos policíacos y judiciales por retrasos de entrada al trabajo o inasistencia a él, contra las infamantes cartillas de trabajo , por el derecho de palabra y organización de las masas contra el partido dictador.

Sin una lucha denodada por las reivindicaciones mencionadas, el proletariado continuará cediendo terreno al capital y acrecentando el potencial opresivo de éste, ya fantástico.

Las reivindicaciones inmediatas o mínimas enumeradas, pueden desempeñar papel muy importante en la reanudación de la actividad proletaria en todo el mundo, países avanzados y atrasados por igual. Mas como en ningún caso puede tratarse de mejorar o desarrollar la economía de capital y salario, sino de acabar con ella, es indispensable enlazarlas sin solución de continuidad con las medidas supremas de la revolución proletaria mundial, por las cuales podrá quizás empezarse en algunos casos:

C. Abajo el capital y el trabajo asalariado

  1. Poder político de los trabajadores, mediante comités democráticamente designados y en cada instante revocables.
  2. Expropiación del capital industrial, financiero y agrícola, no por el Estado, los sindicatos u otra corporación cualquiera, lo que daría origen, como en Rusia, a un capitalismo aun más brutal, sino por el conjunto de la clase trabajadora.
  3. Gestión obrera de la produccióny de la distribución de los productos, que es inseparable de una planificaciónexclusivamente dictada por la necesidad de desaparición de las clases.
  4. Destrucción de todos los instrumentos de guerra, atómicos y clásicos, disolución de ejércitos y policías, reconversión de las industrias de guerra a la producción de consumo.
  5. Armamento individual de los explotados bajo el capitalismo, organizados territorialmente, según los comités democráticos de gestión y distribución. Es una de las mejores garantías que pueda tener la transformación social.
  6. Incorporación a las actividades útiles de todas las capas de la población que hoy realizan trabajos parasitarios o nétamente perjudiciales. Ello permitirá, sirviéndose al máximo de la técnica y la ciencia y al mínimo del esfuerzo humano, incrementar ininterrumpidamente la producción y reducir el tiempo de trabajo dedicado a ella. Es también la manera de superar la división, hoy impuesta por la explotación, entre trabajo manual e intelectual.
  7. Supresión del trabajo asalariado, empezando por elevar el nivel de vida de las capas sociales más pobres, hasta alcanzar la libre distribución de los productos según las necesidades de cadaquién. No hay ni puede haber otra prueba de la transformación del capitalismo en socialismo y de la desaparición de las clases.
  8. Supresión de fronteras y constitución de gobierno y economía únicos a medida de la victoria del proletariado en los diversos países.

    Finalmente, se ha hecho imperativo establecer que la transición del capitalismo al comunismo, la dictadura del proletariado, es un concepto sociológico marxista, inseparable de la más completa democracia en el seno de las masas trabajadoras, ellas mismas en proceso de desaparición como clase. La emancipación de los trabajadores es obra de los trabajadores mismos. Le vuelven la espalda cuantos la identifican con la dictadura de un partido o siquiera de varios, cual la dictadura capitalista llamada democracia parlamentaria. Sólo la desaparición de la ley mercantil del valor, basada toda ella en el trabajo asalariado, acarreará la extinción del Estado. Sin adentrarse en ésta desde el principio mismo de la revolución, el Estado se transforma rápidamente en el organizador de la contrarrevolución.

Las condiciones objetivas de la realización del comunismo que la historia debía crear están presentes y sobrado maduras en escala mundial, pero únicamente en alas de la subjetividad revolucionaria conseguirá el hombre salvar la distancia del reino de la necesidad al de la libertad.

¡Proletarios de todos los países, uníos, suprimid ejércitos, policías, producción de guerra, fronteras, trabajo asalariado!

Milan, 1961

Fomento Obrero Revolucionario. Núcleo M.


  1. P. Broué y E. Témine, «La Révolution et la guerre d Espagne». 

  2. Citemos entre otros trabajos: «El Socialist Workers Party y la guerra imperialista», por el mencionado Grupo; «Los revolucionarios ante Rusia y el stalinismo mundial», por G. Munis; «El Manifiesto de los exégetas», por Benjamín Péret; «Jalones de derrota: promesa de victoria (España 1930-1939)», por G. Munis; «Carta abierta al Partido Comunista Internacionalista, la sección francesa de la IVª Internacional», por Natalia Sedova-Trotzky, Benjamín Péret y G. Munis; «Razones y acciones del Secretariado Internacional», por G. Munis; «Explicación y llamamiento a todos los militantes, grupos y secciones de la IVª Internacional», documento de ruptura ideológica y orgánica. 

  3. Tenemos a disposición de quienes lo soliciten la carta de ruptura y la respuesta injuriosa de la IVª Internacional, así como la última declaración escrita de Natalia Trotzky. 

  4. Los obreros americanos afectados a las máquinas automatizadas las llaman men killers, asesinas de hombres.  

  5. Veáse Lenin: «El capitalismo de Estado y el impuesto en especies». 

  6. En su discurso ante el Congreso pan-ruso de los Consejos de economía, reunido en Moscú en mayo de 1918. 

  7. Algunos ejemplos salientes entre mil: 1) En la primer conferencia internacional de Ginebra a que asistía una delegación de Moscú, ya trepando el Termidor stalinista, el representante inglés, Chamberlain, el futuro hombre de Munich, espetaba: La Gran Bretaña no tratará con la Unión Soviética mientras Trotzky no haya sido fusilado. La expulsión de Trotzky del Comité Central del Partido ruso y su posterior deportación a Alma-Ataa fueron aplaudidas por la prensa burguesa y las cancillerías occidentales como signo cierto de la victoria de la fracción reaccionaria sobre la revolucionaria. c) El abogado de Su Majestad británica, Pit, dio públicamente su aval jurídico a las falsificaciones procesales de Moscú en 1936-1938, y poco después se felicitaba de ellas y del exterminio de los hombres de 1917 el multimillonario y entonces presidente de la Cámara de Comercio americana Eric A. Johnston. d)Por la misma época, Laval obtenía de Stalin la plena subordinación patriótica de los partidos stalinistas occidentales. Consigna del Partido francés: La policía con nosotros. e) En 1937-38, las capitales imperialistas vieron con alivio y azuzaron la represión de la revolución española por el gobierno Negrín, directamente dominado e inspirado por los hombres de Stalin. f) En 1944, el proletariado griego, insurrecto y casi victorioso, fué brutalmente reprimido por una coalición de stalinistas, clericales y tropas inglesas. Churchill, después de haber conferenciado personalmente sobre la represión con el Partido comunista griego, se felicitaba ante la Cámara de los Comunes de haber aplastado la verdadera revolución comunista, aquella que espanta en Moscú también. g) En fin, los tanques rusos no hubiesen podido ametrallar al proletariado de Budapest, en 1956, sin la pasiva complicidad de los imperialismos occidentales. Para estos como para Rusia, la afirmación del poderío rival es siempre preferible al triunfo de la revolución, que pondría en movimientos a las masas del mundo entero; Sólo una lista completa de hechos semejantes, silenciados o falsificados por las propagandas de ambos bloques, llenaría un grueso volumen. 

  8. Estonia, Letonia, Lituania, Polonia, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía, Bulgaria y la mitad de Alemania, sin contar Albania ni Yugoslavia 

  9. En el penúltimo capítulo de su Historia y conciencia de clase

  10. Este capítulo fue escrito antes de la independencia de Argelia a principios de 1961. 

  11. Programa del XXII Congreso de los tecnócratas rusos (julio de 1961): ...asegurar en todas partes un rendimiento máximo de la producción por cada rublo invertido... perfeccionar constantemente los sistemas de salarios y de primas, controlar mediante el rublo la cantidad y la calidad del trabajo, rechazar la nivelación de la retribución... 

  12. Comité de Asistencia Económica Mútua 

  13. Sin pretender apreciar en particular ninguna de esas organizaciones, pueden considerarse de vanguardia revolucionaria los diversos grupos de la Izquierda Italiana ; en Francia Programme Communiste ; en el Japón la Liga Comunista Revolucionaria , más, aquí o allí, algunos grupos de origen trotzkista o anarquista de vida independiente.