Los vástagos de la Izquierda Comunista Italiana

Los vástagos de la Izquierda Comunista Italiana

BIPR, hoy TCI

Crítica del BIPR (1985)

Hace aproximadamente un año se creó una nueva organización, fruto de la colaboración de dos organizaciones -la C.W.O. y el P.C.I.-Bataglia Comunista-: el Buró Internacional por el Partido Revolucionario (B.I.P.R.), que publica como tal una revista, la Revue Communiste. En el número 1, que apareció en abril de 1984, se incluye la plataforma del B.I.P.R. Es esta plataforma la que criticamos aquí.

Como el Partido Comunista no existe permanentemente, como reconoce el Buró, está necesariamente separado del proletariado. Pero la importancia de la separación hoy no viene esencialmente de un simple aumento de la concentración de capital, sino sobre todo de la ruptura histórica cualitativa y cuantitativa que representó la contrarrevolución stalinista comenzada en Rusia. Porque no es sólo la constitución en capitalismo de estado, la forma más avanzada de dominación capitalista sobre la sociedad como afirma con razón la plataforma, sino también y ante todo el logro de su constitución, sus acciones policiales y militares contra el proletariado.

Después de que el partido bolchevique haya liquidado las otras tendencias revolucionaria en nombre de la singularidad del partido y su infalibilidad para dirigir el proletariado, la revolución y especialmente el estado, la continuación de la misma política en nombre de la preservación del poder obrero y luego el socialismo, tendrá otra base social y económica que determinará todo el impacto histórico del stalinismo. De hecho, con el fracaso de la revolución en Baviera, Hungría y luego Alemania, el aislamiento de Rusia sacará a relucir todos los rasgos dañinos hasta entonces más o menos borrados por la dinámica revolucionaria mundial y el internacionalismo de los bolcheviques.

El establecimiento de un marco económico mercantil, después de los años de comunismo de guerra y de confusión debida a la caída de la producción y las tentativas de distribución igualitaria, consagra el vacío de los soviets y la pérdida de la iniciativa del proletariado en el movimiento social en Rusia.

Este retroceso es tanto más acentuado cuanto que no se ha producido ningún ataque a las relaciones de producción capitalista, sino, por el contrario, una exaltación de los valores productivistas mercantiles para reactivar una producción exangüe. Sin embargo, los proletarios no hacen la revolución para sobrevivir como antes y ¿qué significa trabajar por la revolución si la jerarquía, las primas, las multas, la productividad y la naturaleza de la producción no están sujetas a la crítica de los proletarios?

Fue la desmoralización de los proletarios en Rusia, sumada al fracaso o incluso al aplastamiento de los europeos, lo que permitió que ciertas tendencias revolucionarias teorizaran el final de la ola que comenzó en 1917. Sin embargo, esto los llevó a subestimar los movimientos revolucionarios subsiguientes, a pesar de que surgieron de la conmoción inicial de 1917, debido a su carácter tractor y su naturaleza. Esta subestimación conduce a otra, la de la contrarrevolución y su agente directo y principal: el capitalismo de estado desarrollado en Rusia.

La intervención stalinista, catastrófica para el proletariado en China (1926-1927), fue dictada directamente por los intereses del capital expansionista ruso para su propia acumulación y si, a pesar de sus sabias maniobras, fracasó como tal, la defensa de sus necesidades e intereses le hizo tomar exactamente la antítesis de las del proletariado. La importancia de esta actividad represiva le hizo sin duda consciente de su naturaleza, sobre todo porque la influencia del movimiento en China tuvo un gran impacto en la oposición rusa, los jóvenes revolucionarios y los viejos bolcheviques, cuya agitación e importancia estaban correlacionadas con la intensidad del movimiento en China.

Sin embargo, es el mismo aspecto, pero esta vez amplificado por el sólido establecimiento del stalinismo, lo que volvemos a encontrar en España. Por sus tropas. (G.P.U., brigadas internacionales, P.C español y francés), sus juicios, sus asesinatos revolucionarios, el stalinismo logró aplastar el movimiento revolucionario en España, que había crecido desde 1931, y transformar la guerra civil en una guerra imperialista. El contra-golpe de una victoria obrera a pesar, si no contra un P.C, habría sido demasiado amenazante para los intereses de Rusia y sus partidos nacionales (sobre todo en Francia) para permitir que el movimiento se desarrollara más.

Sin embargo, la valoración del stalinismo y del período entre las dos guerras mundiales permite al Buró considerar al P.C. como una potencia más o menos independiente de Moscú e incluso capaz de formular realmente una política nacional, aunque en cada prueba hayan cerrado filas detrás de Moscú, a riesgo de salir trasquilado. De ahí, sin duda, la nueva quimera creada por el Buró, producido por el acoplamiento forzado de nacional y comunista. Parece una boutade y si en todos lados los stalinistas son voceros de la economía nacional, uno puede preguntar qué significan estos nacional-comunista y nacionalsocialista.

¿Se trata de una reminiscencia, en un estilo a la manera de los PC degeneerados a causa de una dirección parasitaria? ¿O un sacrificio a los ancestros del Octubre Rojo (la huella de los orígenes)? ¿O una amalgama con el Nacionalsocialismo de Hitler? Esto no haría sino volver a plantear el problema: ¿hay una onza de socialismo en el nacionalsocialismo, en la salsa Hitler o en la salsa Mitterand? O más probablemente, es una referencia a la ruptura con el internacionalismo cuando Stalin lanzó oficialmente la construcción del socialismo en un solo país. Sin embargo el stalinismo no consistió en un desarrollo del socialismo abortado porque darse en un solo país.

Hubo una construcción empírica y luego consciente y reflexiva del capitalismo de Estado. Nunca hubo una transición al socialismo, ni siquiera en un solo país, porque nunca ha habido un ataque a las relaciones de producción capitalistas.

Sin embargo, esto es lo que determina la naturaleza de las organizaciones y los partidos; es esto lo que hace que los PC no sean comunistas, ni siquiera nacionalmente. Pero esto, sin embargo, es difícil de distinguir para el Buró porque su plataforma no toca ni una palabra de la transición al comunismo. Afirma correctamente que el capital es una relación social, pero en ningún momento se prevé la transición de un modo de producción social a otro: se detalla la inversión del modo político y su sustitución. Esto es lo que permite que la plataforma llegue a comprender el capitalismo de estado, la forma más avanzada de dominación capitalista sobre la sociedad, pero que le impide ir más allá sin cometer errores.

De hecho, la plataforma considera la posibilidad de un poder proletario auténtico en un país, a condición evidentemente de que sea en el marco de un movimiento de extensión revolucionario. Pero en ninguna parte el Buró se atreve a definir las bases de este poder y no considera la construcción de nuevas relaciones sociales antes de la clara mundialización de este poder.

Esto significa, dicho claramente, que las relaciones salariales de explotación continuarán en las zonas bajo dominio proletario. Por lo tanto, los proletarios harán la revolución para ser explotados. Sin embargo, esta concepción, que la mayoría de los revolucionarios de principios de siglo compartía, resultó particularmente perjudicial para la revolución en Rusia (y por lo tanto en todo el mundo) y ya no puede ser aceptada, sea cual fuere su formulación.

El proceso revolucionario consiste precisamente en el ataque a las relaciones mercantiles y en el establecimiento de una producción en función de las necesidades, centralizada, definida y defendida por la clase obrera. Esta es la esencia misma de su poder y de su disolución. Para el éxito revolucionario no sólo no es suficiente la toma centralizada del poder, aunque sea necesaria, tampoco es suficiente para los proletarios que, tan pronto como tienen fuerza, atacan ellos mismos la vieja organización creando otra.

A partir de ahí, el papel del Partido se hace más preciso. En efecto, se trata de conquistar la dirección política de las masas para lanzarlas al asalto (es el partido que asume la dirección política de la revolución política y, por lo tanto, todo un período en el que se niega a permitir que las masas ataquen las relaciones capitalistas, en nombre de la generalización del poder político... de las masas.

En primer lugar, esta concepción de la relación Partido/Clase revela una ausencia total de consideración por una clase revolucionaria, es decir, algo más que una masa informe que se lanza, como en los bolos, contra las estructuras estatales; el Buró no considera en modo alguno la iniciativa ofensiva y organizativa de los proletarios y no les da otra posibilidad que la de seguir sus instrucciones y consignas no especificadas, pero cuya tendencia se opone a la actividad misma del proletariado.

Además, esta incapacidad del proletariado se extendería hasta el siglo XIX, cuando incluso con un partido comunista, no habría habido una perspectiva para el comunismo.

Sin embargo, el desarrollo del capital lleva a la contradicción entre la s fuerzas productivas y las relaciones de producción. Esta relación social, basada en el trabajo asalariado, y que produce sus sepultureros, es una contradicción permanente y por lo tanto la cuestión de la revolución surge con la dominación del capital sobre la sociedad. Si los utópicos, a quienes Marx y Engels calificaban como socialistas, eran utópicos, es porque su co-ubicación del establecimiento del socialismo no era revolucionaria y especialmente porque no se entendía como un resultado de la lucha de clases. Sin embargo, cuando los comunistas del siglo XIX hablan de revolución socialista, es a partir de la lucha de clases que la contemplan. No escriben como profetas sobre la necesidad del comunismo, para las generaciones venideras, sino como combatientes por su realización en su época.

El Buró reduce a los internacionalistas del siglo pasado a una banda de energúmenos iluminados que actúan para la pedagogía de las generaciones futuras. Por lo tanto, habrían sido criminales que empujaban a los proletarios a baños de sangre previstos genialmente para la construcción de un Buró igual de genial, ya que sólo él puede sacar todas las consecuencias.

Sin embargo, permítasenos dudar de la genialidad del Buróal examinar su capacidad de expresar ideas claras sobre un tema tan decisivo como la cuestión sindical. Después de haber afirmado con razón que el sindicato nunca ha sido apropiado para la destrucción del capitalismo, que es un engranaje esencial del sistema, que no puede ser conquistado ni reformado ninguno, sino sólo destruido, el Buró llega a la conclusión de que todo esto son principios, pero que las tácticas pueden ser... muy tácticas frente a los sindicatos. Así que no se pueden conquistar ni cambiar los sindicatos, pero fuera de las situaciones revolucionarias el Partido utiliza todos los espacios que la situación real pone a su disposición. Después del marco de principios, aquí está la acuarela de la táctica, todos los matices, todos los matices incluyendo los más chillones, están avalados de antemano por la gracia que encierran las cuestiones relevantes de la elaboración táctica del partido.

Pero lo más interesante no es eso. De la comprensión de la naturaleza de los sindicatos, el Buró extrae una lección importante: el sindicato ya no puede ser el conducto entre el partido y la clase. Y ésto, más específicamente durante los períodos revolucionarios. En ese momento, son los consejos los que cumplen este papel y permiten que el partido sea finalmente el Partido.

Esta translación del papel de los sindicatos al de los consejos revela un intento de modernizar las tesis de Lenin. Una tarea dura, pero ¡un verdadero bolchevique nunca se retira! Esta idea es ciertamente más que una simple variación táctica. Es la concepción de la Historia por el Buró la que emerge. El Partido es el sujeto de la historia y la clase es el objeto. Nada de lo que la clase pueda lograr (sin la dirección del partido) importa. Todo lo que elabora, destruye o imagina carece de sentido si el partido no está al mando. La clase no crea el partido, el partido ya no es una fracción más determinada y consciente que cataliza la lucha. No, para el Buró, el partido es una revelación que la clase descubre y reconoce.

El partido ni siquiera necesita afirmar la naturaleza del comunismo ni el proceso que lo conduce desde el momento en que toma el poder. Ya habrá tiempo de revelarlo cuando los proletarios estén en orden detrás de los nuevos cuadros.

En resumen, el Buró muestra una incompresión del movimiento social en el siglo XIX* y por tanto de la contradicción mortal que la clase obrera representa tan pronto como aparece y se manifiesta. Informa de su posición contradictoria sobre la crisis y reduce al capital a una relación económica.

Además, no comprende el carácter mundial y total de la contrarrevolución stalinista, subestima la capacidad revolucionaria del proletariado en sus manifestaciones entre las dos guerras, deprecia esas mismas capacidades, en comparación con las de un aparato, depositario de la consciencia de clase y, en esa calidad, autorizado para todas las tácticas en la lucha diaria.

Finalmente, hay una incomprensión de la ruptura con el capitalismo, congelada sin contenido social real, con la única garantía de mantener una idea de comunismo por parte del Partido, liderando una sociedad con fundamentos inalterados.

Por más incoherente que sea en las tareas inmediatas y las tareas de la revolución, que pueden ser entendida como un compromiso (¿táctico?) de los miembros constituyentes del Buró, la plataforma ofrece su acuerdo mínimo cuyos puntos centrales se basan en posiciones derribadas por la experiencia histórica y que no pueden servir de ninguna manera (ni siquiera comprometer) las gigantescas luchas que se avecinan.

Carta a la Tercera Conferencia Internacional de grupos de la «Izquierda Comunista» (1980)

Camaradas

En nuestra carta anterior de fecha 18-12-79 les informamos de nuestra negativa a participar en la 3ª Conferencia Internacional, pero creemos que es necesario explicar las razones.

Nuestra actitud no tiene nada que ver con el sectarismo o un repliegue sobre nosotros mismos. No creemos, no pretendemos ser los únicos representantes de la consciencia comunista. Nuestra no participación en su conferencia internacional no debe entenderse como una falta de sentido de la responsabilidad, sino simplemente como una cuestión de sentido común. En la segunda conferencia internacional, la reciente creación de nuestra sección francesa hizo que nuestra actitud, y no nuestras posiciones, fueran contradictorias. Esta vez no lo será. Sobre todo, no vean en nuestra decisión, un rechazo sistemático de las conferencias internacionales, es a la que ustedes organizan a los que no podemos asistir. Estas son las razones.

Todos los participantes en la conferencia internacional están de acuerdo en al menos un punto: el propósito de estas conferencias no es discutir y comparar posiciones por el simple placer de hacerlo. El objetivo de estas conferencias es sentar las bases para un futuro reagrupamiento de revolucionarios con vistas a crear una nueva Internacional. Por lo tanto, la práctica común de los diferentes grupos invitados, participantes o no, es de recibo. Cabe señalar de paso que, en relación con la función inmediata de las conferencias solamente, las organizaciones que ya han participado en al menos una de ellas no parecen estar completamente de acuerdo entre sí (véase el Boletín Preparatorio Nº 1, nov. 79). Pero sería un argumento muy ligero por nuestra parte, aunque no sin interés, tomar este hecho indiscutible como el eje de nuestra crítica. Al fin y al cabo, después de tres conferencias todavía hay tiempo (recuperación de las luchas ayudadas por el empeoramiento de la crisis económica) para ponerse de acuerdo sobre su objetivo inmediato. Añadamos que, en este punto, nuestra participación sólo habría complicado el asunto. Pero lo esencial es saber que a corto o largo plazo, gracias a las conferencias internacionales, la agrupación de revolucionarios participantes tomará la iniciativa de crear una nueva Internacional.

Aquí es donde entra en juego la cuestión del sentido común, como se ha indicado anteriormente. Sin pretender ser el único poseedor de la consciencia de clase, el F.O.R. no puede tener una práctica común hasta la fecha con la mayoría de los grupos invitados, sean o no miembros de la conferencia. Y es una práctica común porque de otra manera la simple lectura de las respectivas prensas sería suficiente, especialmente cuando la dosis de artículos polémicos puede aumentarse. Ahora, aunque las conferencias hasta ahora han fracasado, son los objetivos políticos de la mayoría de los participantes los que están esencialmente en contradicción con los nuestros, tengamos como prueba inmediata que la lista de los grupos invitados a una conferencia internacional que se pretende.... revolucionaria!!!!!!

Pero sigamos adelante. Todos los grupos participantes hasta el final de la segunda conferencia hacen depender su estrategia política, intervenir o no intervenir, de una crisis económica del sistema capitalista asimilando alegremente la crisis económica y las condiciones objetivas.

Textos preparatorios volumen 2 p3

Battaglia Communista p38:

Cuando discutimos la teoría de la crisis, estamos tratando una vieja cuestión del movimiento revolucionario. Me gustaría señalar desde el principio que este problema está vinculado a nuestra estrategia política y que no somos académicos.

CCI p 40 :

En cuanto a la crisis, si tal punto se pone en la agenda, no es por su academicismo o por competir con los análisis económicos de la burguesía, sino porque concierne a la práctica revolucionaria.

NCI p. 41:

La crisis sienta las bases para la revolución y el desarrollo de la conciencia.

Y añade:

Pero no debemos tener una visión mecanicista y simplista de la relación entre la crisis y la alternativa revolucionaria

Sí, pero sigue siendo la crisis económica la que permite que la revolución esté al orden del día, aunque este grupo, como las otras dos organizaciones mencionadas anteriormente, no quiere caer en una visión mecanicista (¡el materialismo dialéctico es esencial!). Pero esta visión no mecanicista es de hecho sólo verbal y sólo puede ser verbal. Para la CWO, este loco amor por la crisis económica se resume en la siguiente frase:

CWO p43:

Hago excepcióndel FOR, que no ve la crisis y podríamos decir que no entendemos por qué fue invitado

Una vez más, el CWO tiene el mérito de ser claro y bastante consistente. ¿Qué demonios haría FOR con esta gente? Una observación, sin embargo: sólo pueden ser revolucionarios los que ven la crisis económica, ¿verdad?

Ciertamente, el sentido común dicta nuestra actitud acerca de no asistir a la conferencia. A diferencia de todos estos marxistas, el FOR no pone comillas por miedo a estremecer, no basa su política, sus posiciones, su intervención, en relación con una crisis económica que sería el ábrete Sésamo del futuro humano. Nuestras posiciones revolucionarias no son idealistas y su coherencia emana de la teoría del materialismo histórico. Y desafiamos a cualquiera a probar lo contrario con argumentos válidos. Sin embargo, hay que tener en cuenta que no enarbolaríamos el argumento de la crisis económica si no determinara en gran medida la actitud y la práctica de los grupos de la conferencia internacional con respecto a la la lucha de clases y el comunismo. Pero esa no es la única razón que determina nuestra decisión, y volvemos una vez más a las cuestiones prácticas.

Una de las condiciones que hay que cumplir para tener derecho a unirse a vuestra conferencia es el reconocimiento de la Revolución de Octubre como revolución proletaria. Aparte de unos pocos idiotas que creen que son revolucionarios diciendo lo contrario, prácticamente nadie niega el carácter proletario de la revolución rusa. Este punto así presentado nos parece, por tanto, muy vago y nada selectivo. Por otra parte, un punto que es esencial para nosotros, derivado precisamente de la experiencia rusa, pero también de la experiencia española, es la cuestión del período de transición. Este punto es tan selectivo para nosotros que la mayoría, si no todos, los grupos participantes e invitados, en nuestra opinión, no tendrían cabida en una conferencia en la que pudiéramos participar. De hecho, asumimos que la revolución será una revolución social en el mismo lugar en el que surja y no simplemente política (toma del poder por el proletariado). Un estado obrero, subrayémoslo, no se puede mantener en ningún caso si no estalla la revolución internacional, por lo que el socialismo no se puede establecer en un solo país. Añadamos a esto que la supresión de las relaciones capitalistas no es de ninguna manera equivalente al socialismo (¡ni al comunismo!!) sino sólo -y en todo ésto damos por hecho que se trata de una destrucción llevada a cabo por la propia clase trabajadora- un paso hacia el socialismo. Pero este paso, afirmamos, debe ser dado lo más rápidamente posible por el ataque inmediato y la supresión del trabajo asalariado incluso antes de que el proletariado tome el poder a nivel casi global. Sin esto, por muy proletario que sea el poder, se convertirá en lo contrario, ya que la devastación de la revolución no es un corte claro e inmediatamente perceptible.

Aun cuando no se produzca más que en un único distrito industrial, una revolución social se sitúa en el punto de vista de la totalidad porque es una protesta del hombre contra la vida deshumanizada, porque parte del punto de vista de cada individuo real, porque el ser colectivo del que el individuo se esfuerza en no permanecer separado es el verdadero ser colectivo del hombre, el ser humano. Por el contrario el espíritu político de una revolución consiste en la tendencia de las clases sin poder político a suprimir su aislamiento respecto del ser del Estado y del poder. Su punto de vista es el del Estado, una totalidad abstracta que tan sólo existe por la separación de la vida real, que sería impensable sin la contradicción organizada entre la idea general y la existencia individual del hombre. De acuerdo con su naturaleza limitada y ambigua, una revolución con espíritu político crea pues una esfera dominante en la sociedad a expensas de la propia sociedad....

Toda revolución disuelve la antigua sociedad: en este sentido es social. Toda revolución derroca el antiguo poder: en este sentido es política.

Marx en El rey de Prusia y la reforma social por un prusiano

No nos extenderemos más sobre este tema considerando que nos hemos explicado en detalle en todas nuestras publicaciones y que pueden profundizar leyéndonos. Sin embargo, esta cuestión debe decidirse claramente y debe ser uno de los puntos selectivos para la reagrupación de las fuerzas revolucionarias a nivel internacional. Esta cuestión no puede ser discutida de ninguna manera en las conferencias internacionales, y debe ser un principio inquebrantable, un principio confirmado por la experiencia histórica de revoluciones aplastadas, por lo que éste punto nos impide tener una práctica común con la gran mayoría de los grupos invitados. Insistimos en una práctica común, retomando en este sentido las palabras de la GCI en su artículo sobre las conferencias internacionales de su n°4 donde dice:

Por contra una función útil de las reuniones preparatorias es la constitución de una comunidad real de trabajo entre grupos que tienen una orientación general común y se orientan en una misma dirección política.

Algunas líneas más adelante:

Antes de considerar la posibilidad de una comunidad de trabajo, es por lo tanto necesario pasar por la lucha política y la demarcación. Si una conferencia puede servir a este propósito, tiene su lugar en el proceso que conduce a la concentración de las fuerzas revolucionarias. Una verdadera demarcación no es posible a nivel de las posiciones fundamentales expresadas de forma general, sino que implica al menos la confrontación de estas posiciones en su significado práctico.

Pues bien, para corroborar lo que ha escrito la GCI, queremos tomar el ejemplo de Revolución Internacional en relación con las cuestión sindical, una cuestión que también es esencial para que consideremos un trabajo práctico común con otros grupos. Entre los participantes en la conferencia internacional, la CCI parece tener una de las posiciones más firmes sobre la cuestión sindical (véase: ¡Los sindicatos contra la clase obrera!). Así que aquí hay un punto en el que (dejando de lado el razonamiento teórico que lleva a esta posición) estamos de acuerdo en la conclusión. Pero aquí está, la práctica real y la descrita en bonitos textos no es la misma. RI apoya y convoca a una manifestación organizada por los sindicatos, el FOR la denuncia. Precisemos igualmente que se trata de la marcha sobre París el 23 de marzo de 1979. No vamos a reproducir aquí las razones de estas actitudes diferentes (para la que la lectura de los respectivos escritos es suficiente) sobre un punto tan crucial para el movimiento obrero. Noten que tomamos el ejemplo de dos grupos que aparentemente tienen la misma posición teórica.... ¡¡cómo será entre los demás!! Una vez más, nos damos cuenta de que es totalmente inútil ir a una conferencia internacional para ver el foso que se abre ante una práctica común. ¿Cómo podemos hablar de una práctica revolucionaria en una conferencia donde los grupos divergen sobre los puntos esenciales tanto teórica como prácticamente? No creemos que estas conferencias tengan un propósito político preciso, simplemente porque no pueden tenerlo, al menos desde un punto de vista revolucionario.

Obviamente hay otros puntos que podríamos haber planteado:

  • intervención de los revolucionarios en todo momento.
  • defensa práctica del derrotismo revolucionario y del internacionalismo proletario
  • Etc.

Pero esto sólo se habría añadido a una carta ya larga y los puntos mencionados son más que suficientes para entender nuestra actitud, pero reiteremos el hecho de que nuestra posición no es en principio una posición anti-conferencia internacional, que también aceptamos la discusión sin deformar las posiciones de los otros, más allá de estas conferencias en las que nuestra participación obstaculizaría obviamente el buen funcionamiento del evento, comprometiendo al mismo tiempo a nuestra organización cuando ésta no lo desea.

En nuestra opinión, ni el estado actual de la lucha de clases ni las fuerzas que actualmente están presentes en estas conferencias son un buen augurio para la creación de una internacional revolucionaria al especificar que una internacional, como estarán de acuerdo, no puede nacer de una serie de conferencias como las que ustedes están organizando o como las que nosotros podríamos organizar ahora.

Reciban compañeros nuestros saludos comunistas,

Ferment Ouvrier Révolutionnaire (ALARME) Fomento Obrero Revolucionario (ALARMA)

PD: Nos gustaría que esta carta fuera leída al principio de la 3ª conferencia y publicada en sus actas.

Révolution Internationale, hoy CCI

Bote y rebote a Révolution Internationale (1974)

SALUD Y CRISIS, ostenta la portada de un número de Révolution Internationale del presente año. Se trata de una tendencia que se propone dar nuevo aliento a la teoría revolucionaria, formar organización internacional, convertirse, por sus intrínsecas potencialidades, en alma de la revolución, cuando despierte el durmiente1 , es decir, cuando el proletariado adquiera consciencia de sí y para sí. Se comprende tan reverente sombrerazo sabiendo que, según R.I., el de sí y el para sí no iluminarán el entendimiento del proletariado sino el día que la crisis de sobreproducción ponga de patas en la calle a millonadas de obreros.

El desatino es mayúsculo a nuestros ojos, hablando con eufemismo. Pasaríamos, no obstante , de largo junto a él su no fuera porque al mismo tiempo se les ha antojado a los redactores de la publicación pegarnos un revés. Están, sin duda, chispados por lo que creen que la supuesta vecindad de la crisis les promete. Así atropellan sin miramiento la verdad escribiendo que nuestra tendencia suma sus propios lamentos hipócritas de la burguesía sobre los sufrimientos que la crisis depara a la clase trabajadora. Para Révolution Internationale esos sufrimientos son un inevitable purgatorio de acceso a la revolución. Cuanto antes vengan mejor.

Mientras tanto, los saludadores esperan, impávidos, y listos para surgir en abanderados de unas masas al fin cerebro abierto a la consciencia.

Pongamos las cosas en claro. Nosotros hemos dicho y recalcamos:

  1. Que en las condiciones actuales una crisis de sobreproducción representaría muy probablemente una catástrofe para el Proletariado;
  2. Que tal suerte de crisis no es ni podrá ser jamás el principal forjador de una lucha y de una consciencia revolucionarias.

Bases -muy sucintas- de la primera tesis: decenas, centenares de millones de obreros en paro verán la solución inmediata a su miseria en la vuelta al trabajo cobrando un salario, es decir, en la reanudación de la actividad económica capitalista. ¿Y quién se atrevería entonces a reprochárselos, sino algún que otro tarabilla? Mas temible aún es que la reanudación del crecimiento industrial les sería ofrecida como paso al socialismo, por toda suerte de aspirantes al capitalismo de estado, en particular los de la contrarrevolución stalinista. La catástrofe amenazante caso de crisis de sobreproducción capitalista, es pues un nueva y más totalitaria sujeción del proletariado al sistema decadente. ¿Es eso asimilable a la jeremiadas de la burguesía sobre el paro obrero? Tampoco asimilable como a la chungas esperanzas que en él depositáis vosotros, saludadores de Révolution Internationale. Otra cosa sería si la crisis viniese provocada por la insurgencia anticapitalista de los explotados.

Bases -también sucintas- de la segunda tesis: el sistema capitalista es inseparable de innúmeras contradicciones que él mismo resuelve y hace reaparecer en forma idéntica o modificada, para ser resueltas, reaparecen otra vez y así sucesivamente. La crisis de sobreproducción es tan sólo una manifestación más de dichas contradicciones solubles por el sistema, sin hablar en este sencillo rebote de otros factores no menos importantes. De lo contrario se impondría concluir que un capitalismo sin crisis de sobreproducción anularía la posibilidad y hasta la necesidad histórica de comunismo, conclusión implícita en el razonar de Révolution Internationale. No, el fermento más potente para la acción revolucionaria, generadora, ella si, de la consciencia, está en el funcionamiento del sistema capitalista, sin necesidad de crisis de sobreproducción. Es un sistema de esclavitud asalariada, como tal en contradicción con la sociedad, con el hombre en general. Si a pesar de ello ha desempeñado un cometido importante, incluso indispensable, la contradicción, quintaesencia de su existir, ha ido destacándose a medida de su propio desarrollo, y al llegar éste al máximo, ya pretérito 26 , cobra una virulencia inmediata mortal. De mil maneras, esa contradicción entre el sistema y la humanidad, en fin de cuentas entre el capital y la clase trabajadora, se manifiesta cotidianamente, desde la cadena o la automación en las fábricas, hasta la enseñanza en los altos centros docentes, desde los retozos infantiles, hasta la criminalidad militarista y policíaca de todos los gobiernos. Ahí ha de abrevarse la consciencia, empezando por la de los revolucionarios.

Es ese un venero de motivos concretos de lucha y de ideas revolucionarias inagotable, y más caudaloso con cada año que transcurre. Sólo hace falta que los revolucionarios lo vean y sepan aprovecharlo yendo a los hechos, en cuyo defecto garrulería y fatuidad empañan su consciencia. El hambre produce alucinaciones; pídese lucidez. Esperen pues la crisis los creyentes en la revelación, Révolution Internationale además de los diversos grupos trotzkistas y bordiguistas. Vienen hablando de su inminencia, el primero sobretodo, desde 1968. Siete años después tienen que contentarse con un crisis monetaria, una disminución del crecimiento capitalista, y un importante drenaje de beneficios hacia los capitales petroleros. Y ya la amenaza de paro en gran escala está siendo aprovechada para infundir miedo a los trabajadores y hacerles agachar la cabeza ante capital y sindicatos.

A la crisis de sobreproducción, los heraldos le salen sobrando. Se caracteriza por la no venta de volúmenes enormes de todas las mercancías, incluso las alimenticias de primera necesidad, el hundimiento consecuente de los precios y deflación acentuada, la pérdida de capitales gigantescos, la paralización de gran parte de la industria y el despido de los obreros en ella ocupados. A falta de esos efectos terribles, hablar de crisis permanente es absurdo, excepto desligándola del aspecto crisis cíclica de sobreproducción. Pero entonces se señala la crisis postrera del sistema, su crisis de decadencia, tal como la ha definido Fomento Obrero Revolucionario desde Pro Segundo Manifiesto Comunista y aquí mismo atañida.

Trayectoria quebrada de Révolution Internationale (1978)

Révolution Internationale es un caso particular en el mosaico abigarrado de los grupos que se reputan revolucionarios. Debiérase su particularidad a indagación teórica, merecería encomio aun disintiendo. Pero no; lo que tiene de más particular consiste en su flojedad teórica –errores y disparates aparte- por sí misma elevada al pináculo de la creatividad ideológica contemporánea. Ninguna otra tendencia ha tenido el tupé de calibrar a las otras por su propio talón, cuando no de anatemizarlas con ceño pontifical. Ninguna sino ella y su ceremonial Corriente Comunista Internacional se tiene por talismán secreto del proletariado para y hasta la consumación de los siglos revolucionarios, amén.

Restando su valía real de sus más reales ínfulas queda entre las manos un paquete de conocimientos marxistas a menudo utilizados a trochemoche, junto a un bulto enorme de huera pedantería.

Hechos y dichos hablan. La acumulación de pifias viene de lejos. ya los antepasados inmediatos del R.I. pronosticaron, con ocasión de la guerra de Corea, la inminencia del tercer conflicto bélico mundial. Y para salvar cuadros tomaron las de Villadiego hacia lejanas tierras de estudio. idem en vísperas de la fundación de R.I. La degollina de Vietnam –aseguraban sin escarmentar- iría hacinando cadáveres y agravándose hasta convertirse en deflagración imperialista generalizada. Tanto más seguros estaban, cuando en aquellos momentos el capitalismo atravesaba una de sus depresiones y que según su entender marxismo el sistema desencadena la guerra para desembarazarse de la crisis, destruir riqueza y ofrecerse otro período de negocios reconstruyendo lo destruido. Huelga el comentario.

Los acontecimientos de mayo de 1968 fueron saludados con vítores a la próxima toma del poder, resultas de la crisis de sobreproducción, a sus ojos ya en ciernes y de extensión cierta. De vuelta a Francia algunos de los cuadros salvados, con ciertos retoños a su vera y tres lustros de meditaciones en testa, corrieron sin vacilar a discutir de la buena marcha revolucionaria con los situacionistas. No columbraron nada mejor y desdeñaron displicentemente a quienes criticaron su blandicia. Miel sobre hojuelas, cabe decir hablando por antífrasis y escatimando las palabras.

Poco después, en uno de sus primeros números, hace R.I. una cabriola consejista, y a continuación empieza a instalar, paja tras paja, el nidal que se le conoce, donde incuba la consciencia (y la ciencia ¡repuñeta!) del proletariado mundial, en espera de poder darle suelta por esos mundos alienados.

La concepción que R.I. se ha pergeñado de tal momento es el meollo de su razón de ser, y también causa de la trivialidad materialista que tan a menudo le ha llevado a marrar de todo en todo el tiro. La crisis de sobreproducción que viene vaticinando desde hace más de diez años conmoverá al mundo, pondrá en tensión insurgente al proletariado víctima de ella, y entonces la consciencia revolucionaria, o sea R.I., abandonará su nidal para descender a la calle en talante agitativo y ser asimilada por las masas, hasta entonces incapaces de ello. No es eso caricatura, sino reducción sintética, pero exacta, del pensamiento aquí comentado. Para R.I. la crisis de sobreproducción es el Sésamo ábrete del devenir histórico. Fuera de ella no ve sino continuidad del capitalismo, aborregamiento del proletariado y resignación marginal suya. Los chascos que la experiencia le ha hecho encajar le pasan por las narices sin modificar su idea ni lentecer siquiera su parloteo sobre la crisis y la consciencia revolucionaria. Yendo de un chasco en otro, las huelgas salvajes surgidas en diversos países se le antojaron ser prenuncio de un nuevo período revolucionario, empellón de la consabida crisis mediante.

Pese a que todas esas huelgas, cuya importancia real residía en su anti-sindicalismo incipiente, volvieron por sí solas o fueron sometidas al redil sindicalista, un número de Revolution Internationale de principios de 1974 exultada: ¡SALUD A LA CRISIS!. Es decir, salud a la revolución en puerta. Y diciendo y gesticulando, al salir de estampida el dictador portugués Gaetan, continuador de Salazar, R.I. con su cauda de ceremonia y en compañía de otros grupos, el llamado P.I.C. entre otros, lanzó una proclama cuyo título estridente agota el contenido: En Portugal el capitalismo mundial hace frente al proletariado mundial. Ni menos ni más. En Lisboa tomaba vuelo la consumación de los siglos revolucionarios que los de R.I. se sienten destinados a presidir. La pifia resulta tan enorme, que cuatro años después dijérase invención. Pero, por ahí corre el texto, en varias lenguas.

Poniendo tal disparate en parangón con lo que R.I. continúa repitiendo erre que erre tocante a la España de 1936, por mera obcecación hereditaria bordiguista, se obtiene la valía exacta de sus apreciaciones históricas y de su aptitud teórica general. He aquí la simple enunciación de los acontecimientos: en Julio de 1936, el proletariado destrozó en batalla al ejercito nacional español, lo disolvió, y cayeron automáticamente entre sus manos armas, economía y poder, desperdigado éste en múltiples Comités-Gobierno. En Portugal, el ejército nacional, oficiales y jefes colonialistas en cabeza, se arroga el poder, da pasaporte a Gaetan, y a los explotados claveles para aclamarlo. Más aún, en España el proletariado defendió centímetro a centímetro su revolución, hasta la insurrección anti-stalinista de Mayo del 37 y meses después; en Portugal todo empieza a toque de corneta y termina a toque de corneta. Dictamen de Revolución Internacional: en España no hubo revolución, sino antifascismo burgués, mientras que en Portugal se inicia una nueva oleada revolucionaria internacional.

Importa puntualizar que el stalinismo negó también la revolución en España, no ya en palabras de escasa monta, como R.I., sino con todo el peso de sus armas y de su perfidia policíaca, calumniando y asesinando, ello en beneficio del antifascismo capitalista. En cambio, el mismísimo stalinismo ha hablado de revolución en Portugal, pues su regla de conducta es negar la revolución allí donde existe (léase combatirla) y hablar de ella donde está ausente. Pero esa regla, que data de antes del 36, juega todavía al escondite con las investigaciones teóricas de R.I.

Después de tan excepcional secuencia de yerros (¡y qué yerros!), no extrañará que en cuanto a teoría general sus defensores se extravíen en sus propios vericuetos, sin que por ello se les bajen los humos. En efecto, trátese del por qué son reaccionarios los sindicatos, de las condiciones de una futura recuperación revolucionaria o de la apreciación del período histórico que vivimos, ora se equivoca redondamente, ora se quedan en zurda aproximación.

A su saber y entender, los sindicatos son reaccionarios porque siguen siendo reformistas y el reformismo es el que se ha convertido en reaccionario en nuestro tiempo. A su vez, tal transformación débese a la supuesta incapacidad absoluta y definitiva del sistema capitalista para conceder al proletariado nada durable. He ahí, exprimido hasta la última gota, todo el zumo teórico de R.I. en tal dominio. Y no venga a quejarse de que su pensar está aquí esquematizado. El esquema de un análisis verídico contiene su valor entero y hasta lo realza; por el contrario, el de un análisis fallido o renqueante pone de relieve su inconsistencia. Así, el esquema: Los filósofos han interpretado el mundo, ahora se trata de transformarlo, presenta en la forma más concina y concisa un mundo de ideas y de posibilidades.

La confusión entre concesiones del capitalismo al proletariado y reformismo es inadmisible en un grupo de tantas pretensiones teóricas. Alarma (nueva serie no 25-27) ha tenido ocasión de refutarla. Pero es menester darle aquí al asunto otra pasada sucinta, porque está estrechamente relacionado con la perspectiva global de R.I.

Las tres proposiciones contenidas en su antisindicalismo son falsas, y la relación entre ellas traída por los pelos. En efecto, los sindicatos no fueron jamás reformistas, pues reformismo es la concepción evolutiva de la realización del socialismo, no las concesiones que el capitalismo haga, de grado o por fuerza al proletariado. Eso ha existido siempre, porque se desprende del juego entre la compra y la venta de la fuerza de trabajo, sillar del sistema. A su vez, el reformismo propiamente dicho, por su enunciadomismo, niega la revolución y por lo tanto fue siempre reaccionario relativamente a ésta. Hoy está ausente de la escena mundial. Mas no porque las concesiones al proletariado hayan venido a ser imposibles, sino por motivos mucho más serios.

La quiebra del reformismo se reveló total desde la primera postguerra y en la práctica un sucio tejemaneje con el capital. Al mismo paso, la solidaridad política fundamental entre ambos se transformaba, para el primero, en completa pertenencia al segundo en cuanto sistema. Ese proceso estaba cumplido al estallar la segunda gran degollina imperialista, que implantaría un nuevo factor tiempo atrás insinuado, junto al cual el ex-reformismo se queda en aprendiz. Se trata de Rusia como gran potencia capitalista, más sus partidos no gobernantes como puntales del sistema en todas partes, y sobre todo conscientemente orientados al capitalismo estatal bautizado socialismo. el reformismo fue reformado por la evolución del sistema, por aquello mismo de que esperaba su muerte, hasta incorporárselo como mero aditamento. En cambio, los partidos pseudo-comunistas (propiamente hablando stalinistas) hincan directamente sus raíces en el capitalismo estatal. Nada tienen de reformistas, ni siquiera de liberales burgueses. El curso democrático, evolutivo, nacional hacia el socialismo de que se hacen lenguas es mera finta de su premeditación reaccionaria.

Y bien, la consolidación y el enorme ensanche del capitalismo desde la última guerra acá tiene por causa primera y principal esa materialidad ruso-stalinista. Ella misma engendra otras aberraciones, tales la proliferación nacionalista, el matonismo de tales o cuales brigadas, y por resonancia otros narcóticos, unos fumables o inyectables, otro vacia-seso y estropea-sexo. Pero no es todavía pertinente considerar sino lo relacionado con el pensamiento de R.I.

El crecimiento industrial de los últimos decenios, R.I. lo malconsidera porque no acierta a interpretarlo. Su eslabonamiento: guerra-reconstrucción-guerra es tan simplón como falso. La reconstrucción estaba terminada al empezar el decenio 50. A partir de ahí ha habido crecimiento nuevo, cuantitativamente superior al escalón más alto de la preguerra. Y ha habido, también, mejora del nivel de vida material de la clase trabajadora, lo que no excluye, sino que condiciona, una pauperización relativa muy acentuada. Expuesto de otra manera, el aumento de la masa de capital corresponde un aumento de la masa salarial y de cada salario individual, si bien la desproporción entre una y otra se agranda a medida de la productividad media por hora-hombre. Precisamente en semejante crecimiento ya dirigido del sistema, se encastra la naturaleza reaccionaria de los sindicatos. Su función en la venta de la fuerza de trabajo pasó a ser, a compás del crecimiento del capital, de espontánea o anárquica, a dirigida, es decir, dejó de ser practicada y vista por ellos desde el ángulo del proletariado dentro del capitalismo, para considerarla exclusivamente desde el ángulo capitalista que engloba al proletariado y lo necesita. Los sindicatos han dejado de ser colaboradores para convertirse en parte integrante del sistema, de igual modo que el capital variable o masa salarial constituye, con el capital constante, la unidad funcional explotadora.

No menos falso es afirmar, como hace R.I. un día sí y otro también, que el capitalismo es incapaz de conceder mejoras estables al proletariado. La evidencia de lo contrario salta a los ojos. Seguridad social, alojamientos, vacaciones pagadas de un mes o más, escolarización, automóviles, radio, televisión y otras, ¿qué son sino concesiones? Más y aún mayores podrían venir, otorgadas en aras de la productividad o para desviar una lucha, pero siempre aventajando al sistema, o bien permitiéndole capear ataques graves del proletariado, no de los sindicatos. Un economista y sociólogo burgués, Fourastié, ha demostrado, 14 años atrás, que trabajar 30 horas semanales con pan a discreción gratuito era realizable sin transgredir el sistema (en Les 40.000 heures). La absolutista denegación de Revolution Internationale proviene de no haber comprendido que el sistema hará siempre cuantas concesiones, pequeñas o grandes, inofensivas o peligrosas para él, le consientan reafirmarse o simplemente continuar tirando su existencia. La naturaleza misma del capitalismo y de sus sindicatos lo exigen. Así pues, cualesquiera concesiones pudieren obtener los sindicatos agravarán el imperio del capital sobre el trabajo, o bien serán hechas para sacar el sistema de un trance mortal.

Tal es la manera en que se eslabona con el sistema el carácter reaccionario de los sindicatos, y a la inversa. La evidencia es tanto mayor cuanto que todo lo requerido para acometer la organización del comunismo está dado y archimaduro.

Pero esto último no parece bastarle a la hebra teórica de R.I. Le hace falta que el proletariado esté desesperadamente hambriento para considerarlo susceptible de aptitud revolucionaria. Identifica crecimiento industrial con desarrollo capitalista y por lo tanto no localiza la decadencia sino en la bancarrota general y definitiva, lo que equivale a decir, en la imposibilidad de que los negocios sigan siendo o vuelvan a ser negocios. Y se ha pergeñado una especie de mixtura entre la decadencia y la crisis de sobreproducción como estado permanente y en agravación incesante, del que espera la irrigación de la consciencia proletaria. Primitivismo materialista emparentado con el idealismo. No es para arrendarle el tino.

Por inversión obligada, cuanto en la marcha hacia la revolución y en la revolución misma es subjetivo, R.I. lo tacha de subjetivismo y voluntarismo, es decir, de substitución del querer a la realidad del ser, del idealismo al materialismo. No parece haberse percatado de que la subjetividad es lo único susceptible de captar cuanto es objetivo y de sacarle partido, trátese de la materia inorgánica o de lo atañido aquí, a saber, la historia en su actual momento crucial. En consecuencia, se repantiga en su propia literatura disparando dardos aquí y acullá, al aguardo de que una crisis de sobreproducción le haga el obsequio de un período revolucionario. No sólo los grandes canonizados cristianos levitan en éxtasis.

Resumiendo, los sindicatos no son reformistas sino organismos del capital y para el capital; el capitalismo, y por consecuencia sus sindicatos, sí pueden procurar concesiones al proletariado (en el sentido de cambios o ventajas, no en el sentido reformista demarcha evolutiva al socialismo); la naturaleza actual de los sindicatos se debe a su función misma cerca del capital variable como parte del capital total y a la copropiedad de este mismo tendente allí donde todavía aparecen como algo separado. Pero el materialismo de R.I., ya se ha visto, es rígido como un pedrusco. No tiene en cuenta que el proletariado es revolucionario históricamente debido a su calidad de clase asalariada, en esta sociedad que pone en juego medios científicos refinadísimos que agravan su condición, en manera alguna porque las averías de la valorización del capital priven de salario a gran parte de sus componentes. Por ello está traída por los pelos la relación entre sus proposiciones y la motivación revolucionaria de la clase. Por ende, es falsa. Sus profusos textos sobre la crisis dan invariablemente esquinazo al dicho de Marx en carta a Engels el 19-8-1852: El colmo de la adversidad consiste en que los revolucionarios tengan que ocuparse del pan de la gente.

Hoy, ese colmo se ha convertido en amenaza mortal, pues el día en que los principales países industrializados tengan 80, 100, 150 millones de obreros parados, serían los contrarrevolucionarios que complotan el capitalismo de Estado quienes les procurasen el pan cotidiano, mediante el bien conocido pico, pala y azadón. Hitler absorbió así 10 millones de parados poco después de acceder al poder, Stalin consolidó su contrarrevolución de igual modo, y Roosevelt sacó de la quiebra al capitalismo estaounidense poniendo en juego la primera experiencia dirigista de occidente, con sindicatos subvencionados y a la orden: C.I.O, A.F.L.

Mas esas evidencias del pasado, y las de hoy, visibles al ojo menos avezado, R.I. las desdeña recurriendo a las invenciones que tiene por costumbre servirnos a modo de elaboración teórica. Al irrumpir la gran crisis de sobreproducción, en 1929, 30 y siguientes, el proletariado mundial estaba vencido –pretende-; la contrarrevolución reinaba indesafiada, mientras que hogaño... hogaño respiramos la brisa matutina de una situación prerrevolucionaria que ascenderá de ello a revolucionaria en cuanto la crisis -¡otra vez!- se decida a entrar.

Primera invención: que el proletariado mundial estuviese fuera de combate al producirse la crisis de marras. No lo estaba siquiera en Alemania, donde opuso a Hitler una actividad obstinada a despecho del saboteo de la misma por el partido pro-ruso, que tenía órdenes secretas de impedir la batalla revolucionaria. Todavía al ser nombrado Hitler Canciller del Reich, estalla la huelga general en Berlín, instantáneamente tachada de provocación por los dirigentes comunistas. En 1931 entra en liza el proletariado español, que multiplica las huelgas generales, no ya económicas, sino políticas, grado supremo de tales huelgas, produce una huelga insurreccional en todo el país el año 1934 y toma el poder en Asturias; vuelve a la carga en 1936, vence con las armas en la mano a ejército y policía, los disuelve y toma medidas de carácter socialista a que nunca accedió la revolución rusa a despecho de la toma del poder por los soviets. También el año 1934 se batía el proletariado austríaco, llegando hasta la insurrección. Entre 1934 y 1936 estaba en pie de lucha el proletariado francés, que ocupó las fábricas y fue desalojado por ThorezBlum. En 1937, arremete el proletariado español contra el stalinismo en cuanto representante de la contrarrevolución capitalista estatal, y lo vence en batalla, arma contra arma (jornadas de Mayo en Cataluña). Es el punto más elevado de la lucha de clases mundial desde Octubre rojo. Cortando ahí la enumeración, ¿dónde, cuándo ha visto R.I. agresividad proletaria de mayor empuje, generalizada y casi simultánea? Pero los hechos parecen importarle un bledo a R.I. No ha visto en ellos sino antifascismo burgués y parabélico. Aberrante coincidencia con las falsificaciones de la propaganda stalinista en todas las lenguas, y con sus más profundos intereses capitalistas, que le llevaron, después de haber dejado el camino abierto a Hitler, a destruir por sí mismo, y no en calidad de agente burgués, la revolución comunista en España.

Segunda invención: la pretendida situación prerrevolucionaria actual, a menos de que se conceda al pre una temporalidad tan extensa como indefinida, en cuyo caso podría haberse dicho lo mismo hace 30 años. Juzgando el presente igual que juzgando el pasado, R.I. se desatiende de los sucesos concretos, obcecado por sus ideaciones previas y por sus antojos. Demostración de que el voluntarismo puede refugiarse también en grupos esperistas –valga el decir- ni más ni menos que en los activistas. Los síntomas premonitorios son para R.I. las huelgas más o menos desmandadas de los sindicatos que ocurren en diversos países, los acontecimientos de Polonia, no digamos los de Portugal, un sí es no es las huelgas de España, y ante todo y sobre todo, el Deus ex machina de su concepción: La Crisis. Ahora bien dichas huelgas han llegado al desenlace regidas por los sindicatos, salvo alguna prometedora excepción, y en Polonia los consejos obreros pasaron, de la primera llamarada de rebeldía a la sumisión a gobierno y sindicatos en fraternidad autogestionaria. No se puede deducir de ninguna de tales acciones que la clase obrera esté en pie de lucha, animada de un espíritu anticapitalista siquiera nebuloso, que es lo característico de un período prerrevolucionario.

Por otra parte, tal momento podría presentarse de repente, sin anunciarse, e independientemente de la coyuntura capitalista, debido a poderosas causas subyacentes en la situación mundial. La primera de ellas, causa objetiva, reside en el gigantismo capitalista mismo, que inspira una repulsión cada vez más neta y acentuada al proletariado y otras capas trabajadoras de la población. Otra causa está en las condiciones de trabajo, consumo y vida impuestas por el capitalismo llamado de abundancia, a más del equilibrio del terror. La tercera causa, complementaria de las otras, es subjetiva y por lo tanto importantísima. En efecto, en la consciencia de la clase obrera, el señuelo socialista que era Rusia y con ella los partidos comunistas pierde sin cesar influjo, mucho más allá de lo que parece. Ese señuelo fue principal causa de la derrota de la revolución en el período anterior; su descrédito es lo que abre al proletariado nuevas y más grandiosas posibilidades; su desbarateconsentirá efectos de lucha mundial arrolladora. Pero esos factores de aparición brusca de una situación revolucionaria caen fuera del campo visual de los escrutadores de R.I.

Pasando adelante, obligado es volver al Deus ex machina que debe abrirnos las compuertas de una riada revolucionaria y hacer al fin de los obreros hombres hechos y derechos aptos para asimilar la consciencia ofrecida por R.I. Imitando a los taures empedernidos, los secuaces de tal concepción juegan el todo por el todo al naipe crisis de sobreproducción. Si se produce –es su credo- el mundo entra en situación revolucionaria; si no se produce, nuevo desbarre añadido a la ristra antigua. Se condenan así a desbarrar en ambos casos, y particularmente si la mentada crisis entra en escena. Porque entonces la consciencia del proletariado se cerraría más que nunca a cuanto no sea la urgencia de ganar un salario cualquiera, ofrézcalo quien lo ofrezca. Así ocurrirá irremediablemente, a menos de que una organización revolucionaria haya atraído la confianza de gran parte de la clase, antes de producirse la crisis. Ahora bien, R.I. se prohibe a sí mismo la actividad susceptible de conquistar dicha confianza; es uno de sus sillares teóricos. De todos modos, los mercaderes de carne humana explotable encontrarían terreno propicio para desempeñar papel de sirenas, antes de descararse como esbirros policíacos.

Cuando R.I. habla de crisis juega al equívoco entre dos clases de crisis por completo diferentes: la de sobreproducción, y la crisis de decadencia de todo el sistema de civilización actual. De hecho se representa una y otra imbricadas, cuando no soldadas entre sí. Pero por precaución respecto de su incesante anunciar en vano la inminencia de la primera, añade que será lenta. Diez años largos han transcurrido desde sus primeros vaticinios, tantos como entre dos crisis de sobreproducción en la segunda mitad del siglo XIX. Lentitud semejante se llama en cualquier idioma estancamiento. En efecto, y tercera invención, no existe tal crisis, puesto que la producción continúa aumentando, a ritmo lentecido, ella sí, pero también con número inferior de asalariados. Las mercancías producidas, no sólo se venden y realizan la plusvalía, sino que se venden bastante más caras que antes. Lo contrario es inseparable de la sobreproducción. Por otra parte, capitales nuevos siguen inviertiéndose, mientras que otros están en desplazamiento hacia sectores diferentes; por el contrario también, la sobreproducción acarrea el desmorone de capitales fabulosos y el retraimiento de la circulación monetaria, o sea, deflación en lugar de inflación. En las crisis ocurre precisamente que no se puede vender o que tenga que venderse por debajo del coste de producción, incluso con pérdida. Y Destrucción del capital por las crisis significa igualmente depreciación de masas de valores que impiden la renovación adecuada del proceso de reproducción del capital. Es la caída ruinosa de los precios de las mercancías. Las fábricas cierran, las materias primas se amontonan, los productos terminados se abarrotan en los mercados... el consumo se paraliza. Se ha adivinado quien habla. Era menester citar a Marx procurando, seguramente en balde, poner punto en boca a los tarabillas que olvidan el ABC.

En cambio, la crisis de decadencia definida por Fomento Obrero Revolucionario como crisis de la civilización capitalista, no sólo existe, sino que es independiente de cualquier otra crisis o avatar internos al sistema. En coyuntura de sobreproducción o de negocios exuberantes, con millones y millones de obreros despedidos o con pleno empleo y escasez de mano de obra, esa crisis se profundiza y extiende año tras año, inexorablemente. No la causa la contradicción entre la oferta y la demanda de mercancías, fuerza de trabajo incluida, ni desproporción alguna de inversiones entre las numerosas ramas del capital, tampoco la migración de beneficios en gran escala a tal o cual sector del mismo, menos aún los líos monetarios o de pagos internacionales. Todas esas contradicciones internas, las ha resuelto y vuelto a plantear y resolver el capitalismo, durante su época caótica, a costa de las crisis de sobreproducción, es decir, destruyendo o estropeando parte de sí mismo y lanzando al subconsumo y la miseria negra, centenares de millones de trabajadores. No empece que desde los planes quinquenales rusos y la New Deal yankee, sus economistas y gobernantes han ido aprendiendo las leyes que rigen el movimiento del sistema. Refiriéndose a ellas, decía Marx sarcásticamente: los explotadores las ignoran, sin embargo de que su interés sería conocerlas. Las cosas han cambiado. Precisamente porque los señores explotadores no son ahora tan lerdos en ese dominio, ninguna verdadera crisis de sobreproducción ha estallado desde la preguerra acá, lo que no quiere decir imposibilidad de que se produzca, porque quedan y quedarán siempre factores imponderables, sobre los cuales un vaticinio exacto es irrisorio, de la parte reaccionaria y de la revolucionaria por igual.

Es incuestionable -importante señalar aquí- que el capitalismo ha esquivado hasta la fecha la sobreproducción orientado la colocación de inversiones, la absorción por el mercado, en cierto modo el reparto mundial de beneficios, y su propia expansión menguante o en aumento. Uno de esos momentos estamos viviendo estos años. Pero, salvo irrupción revolucionaria del proletariado, el período de mengua o recesión no dejará de desembocar en nuevo y mayor crecimiento, cual ocurría antaño al disiparse cada crisis de sobreproducción. En una palabra, la función ciega de ese género de crisis la desempeña hoy el dirigismo o planeación del capital. ¿Qué es éste sino la ordenación del sistema, con arreglo al conocimiento más o menos cabal de sus propias leyes?

Lo dicho permite comprender que la crisis de decadencia la provocan esas mismas leyes y la agudiza su utilización sapiente. Sin que pueda datarse con exactitud, desde los primeros decenios del siglo el crecimiento del capital se efectúa a contrasentido del desarrollo social, del propio desarrollo social característico del sistema, entiéndase, a mayor abundancia del desarrollo humano. La civilización de la mercancía no estaba en condiciones, debido a su propia idiosincracia de llevar la sociedad y cada uno de sus componentes sino hasta un grado de cultura y de libertad determinados por su relación esencial producción-consumo, o seacapital-salariato, y de sus vicisitudes dependiente. Por ello, a imitación de civilizaciones anteriores, la capitalista morirá por su riqueza, por la ruindad reaccionaria de su riqueza. Parecerá lapidada por la revolución comunista, o bien irá carcomiéndola su propia gangrena. Los focos de esta última van formándose y manifestándose en personas y organizaciones, debido al retraso de la ruptura de continuidad comunista. Semejan y semejarán cada vez más las metástasis de un cáncer no tratado a tiempo y son tanto más nocivos cuanto que buena parte de las tales personas y organizaciones anti-imperializan, droguizan, guerrillean, terrorizan, patriotizan, teorizan, democratizan, feminizan, desexualizan y hasta pederastizan en nombre de la revolución. Lejos de representar algo positivo cual pretenden, son emanación fétida del sistema en que vivimos; contribuyen a su gangrena, y unos más, otros menos, son negativos para el trastrueque revolucionario.

Aquello mismo que ha consentido el desarrollo de la civilización capitalista hasta su apogeo, se convierte, a partir de éste precisamente, en acicate de su decadencia. Bien mirado, el por qué es sencillo: porque el capitalismo no es un tipo de organización social humano, sino gravado por la opresión de clases, o sea antihumano por esencia y desde su origen. Agotado el margen de mejoría consentido por su peculiar entramado social, en lugar de la mejoría aparece una peoría paulatina o vertiginosa, según los casos, que va dejando al descarnado su esqueleto anti-humano. Los síntomas o achaques de la decadencia, sociales y mentales, afectan no sólo a los explotadores, sino también a los falsos revolucionarios, y de rebote a los semi-revolucionarios, bastante antes de que se manifiesten en el aspecto económico directo. No vendrán éstos sino como consecuencia de la agravación de aquéllos, y, se sobreentiende, a falta de revolución. Existe, sin embargo, un aspecto económico, subyacente, indirecto, en el que sí se manifiestan, pero no es estadísticamente medible. Aludimos a la permanencia del crecimiento industrial basado en la relación capital-salariato. De ahí dimana todo otro síntoma. Por lo tanto, quienes no ven la decadencia sino en el desmorone de la economía actual; quienes ignoran la diferencia, enorme, entre el crecimiento industrial del sistema y su desarrollo, ignoran por igual lo que decadencia significa y el contenido de un desarrollo social. Se condenan, por consecuencia, a fracasar de todo en todo en sus previsiones, porque habrá –repitámoslo- crecimiento industrial a falta de revolución. El último, cuantitativamente enorme, ha tenido lugar siendo ya netamente perceptible la decadencia del sistema.

La peor consecuencia del materialismo rudimentario criticado aquí, es que tapa el entendimiento para descubrir las soluciones adecuadas a los problemas concretos del proletariado, o sea los de la revolución. Se quedan sus partidarios en generalidades y panaceas, y en cuanto grupo se colocan al margen de la clase, revoloteando en su contorno, en espera de que su crisis de sobreproducción les dé ocasión de posarse. Revolución Internacional y el bordiguismo son el caso más patente de semejante ceguera.

A estas alturas, los revolucionarios no debiéramos ni mencionar el origen económico de la crisis. Fuerza a ello, el hecho que, a más de R.I. muchos, incluso estultos grupos trotzkistas, quieran localizar lo económico en cifras de producción que no serán palpables sino por fallo revolucionario y en un futuro susceptible de prolongarse un siglo o más. Los mismos, son impermeables a las manifestaciones sociales de decadencia en comportamientos, ideas y posiciones políticas que preceden al derribo de un tipo de civilización. Una vez más, lo dialéctico se les escurre entre sus estadísticas y sus silogismos. El capitalismo entró en decadencia una vez que hubo creado los instrumentos de producción y los deseos humanos mínimos para dar paso a otra civilización superior. A partir de ahí la decadencia actúa, no por imposibilidad de crecimiento, sino por el mismísimo crecimiento del capital, a contrasentido del desarrollo social, por lo tanto teratológico incluso en sus aspectos más científicos y aparentemente inocuos. Ahí debe encastrarse la intervención de los revolucionarios, desgranando en sus aspectos parciales la transformación comunista, aquellos aspectos mismos que el proletariado tendrá que poner en práctica una vez tomados poder armas y economía. Sin ello, cuanto se diga y escriba es cháchara.

Otro plato picante de la CCI (1990)

Quiere ser la síntesis, es un error compuesto. Quiere situarse como un hombre de ciencia por encima de la burguesía y los proletarios; es sólo la pequeña burguesía, constantemente confundida entre el capital y el trabajo, entre la economía política y el comunismo.

K. Marx «Miseria de la Filosofía»

En el número 188 de Revolución Internacional, la CCI consideraba que estaba haciendo un trabajo útil al señalar la supuesta irresponsabilidad del FOR y de Battaglia Communista por sus respectivas posiciones sobre Rumanía. Y lanzando el anatema de la manera más cómica, el CCI altamente autorizado para concluir

Afortunadamente, BC, como el FOR, no tiene influencia dentro de la clase obrera...

(¡¡Irrefutable!!!!). En general, nada que no sea terriblemente banal en esta organización, hinchada como una vejiga. Tampoco es de extrañar que nos cite incorrectamente, como veremos más adelante. Sus prácticas antirrevolucionarias son ahora bien conocidas. Y estamos convencidos de ello, jugando con los mismos resortes que la competencia capitalista, la CCI quiere eliminar a los demás grupos políticos con una producción polémica voluminosa. En el pasado reciente, ya hemos informado de que esta abyección era en parte la raíz de sus repetidos ataques, siendo la otra parte motivos sectarios en el verdadero sentido de la palabra. Además, consideramos que en estas condiciones, el FOR había agotado todos los aspectos controvertidos de una posible discusión entre nuestras dos organizaciones. Las últimas trifulcas de la CCI, que han llevado a un torbellino degenerativo, confirman esta opinión. Sin embargo, nuestras fuerzas actuales, aunque sean reducidas, no nos permiten dejar impunes ciertas consideraciones en nuestra contra.

Rumania: una insurrección, no una revolución. Es bajo este título que hemos establecido nuestra posición sobre Rumanía en Alarme nº 46. Se lanzan sobre la palabra insurrección como la miseria en el mundo pobre, la CCI ha querido hacernos decir cualquier cosa. Revuelta espontánea de las masas, situación pre-revolucionaria, insurrección proletaria, son términos que le pertenecen pero que nos atribuye insidiosamente para desacreditarnos. La crítica de la CCI es tan venenosa que tendríamos que citar casi todo nuestro artículo en este momento. Es inconcebible. Revelemos, pues, dos falsificaciones.

La primera: El proletariado... ha contribuido en gran medida a llevar a cabo... los cambios que se han producido en el Este, es un collage de piezas de diferentes frases. El objetivo perseguido es hacer que las palabras del FOR sean cómplices de las llamadas reivindicaciones democráticas, ¡calumnias!

La segunda, Medidas como armar al proletariado, mantener comités de producción, se trata de la sustitución de una palabra. Producción no existe en el original, dice comités de vigilancia. Pero producción es mejor para insinuar que el FOR sería autogestionario, ¡otra calumnia!

Ahora las mentiras. El FOR no vio que el Estado mayor teledirigido desde Moscú no hacía más que implementar su plan.... El FOR es más astuto que éso porque anticipó las revelaciones sobre este tema. Y finalmente esto: *Que a un grupo como el FOR no le importe el marco internacional para entender la naturaleza de clase de los acontecimientos en Rumanía... no sólo es falsa, sino también ofensiva en vista de nuestros orígenes internacionalistas. Esta lista no es exhaustiva.

Entonces, ¿cuál es el problema de la CCI, ya que nuestro artículo sobre Rumanía no reveló ninguna concesión a ninguna fracción capitalista en absoluto? La CCI quiere negar cualquier relación entre la lucha de clases y los enfrentamientos armados de los que hemos sido testigos lejanos. Adelante, tapad con olvido las órdenes y las amenazas de Ion Ilescu a los civiles armados, muchos de los cuales eran trabajadores. Invisibilizar las huelgas que agitan en el país desde 1977 también está fuera de discusión, como la Union Prolétarienne señala con gran detalle en RIMC nº5. Ciertamente, como hemos dicho, el proletariado rumano se disolvió rápidamente en el pueblo. Pero, ¿qué consignas deberían haber dado desde el principio los revolucionarios presentes en el campo? ¿Entreguen educadamente las armas, vuelvan a la fábrica, hagan huelga allí y hagan algunas quejas sobre el alto costo de la vida, como sugiere la CCI? Posición seguramente responsable pero no revolucionaria. Para ganar credibilidad, la CCI también podría evitar la fraseología sobre los intereses de clase que vergonzosamente confunde con la defensa de las condiciones de vida de los explotados. Por nuestra parte, consecuentes con la idea de que las condiciones objetivas de la revolución comunista están presentes a escala mundial, sostenemos la divisa

¡Trabajadores de todos los países, uníos! ¡Armas, poder, economía para el proletariado!

Ninguna fiebre activista calienta nuestros cerebros, como afirma la CCI cuando dice que estamos persiguiendo todo lo que se mueve. Su descaro actual sólo es igualado por su debilidad oportunista de ayer, cuando corría tras las manifestaciones sindicales2.

Nada es gratis y es por eso que el FOR todavía se ha preguntado qué tipo de mosca picó a la CCI. Con un poco de atención, descubrimos las razones en el próximo número de RI, 189. En un artículo titulado El proletariado global debilitado por el viento del Este (a la fuerza, está despeinado), la CCI nos da una nueva orientación. Vamos a resumirlo:

  1. El colapso brutal del stalinismo no es obra de las luchas del proletariado oriental, sino de la descomposición del capitalismo a través de su actual crisis económica.
  2. Se produce un profundo retroceso de la conciencia de clase del proletariado mundial hasta el punto de que lo que se ve afectado es la perspectiva misma de la revolución comunista.
  3. El proletariado occidental, el más experimentado del mundo, se detiene en su impulso reivindicativo y unitario de los años ochenta, que antes habían sido consagrados como los años de verdad.

¡Eso es! Es fácil comprender el propósito de esta construcción arbitraria, cuyas sutilezas auxiliares no necesitan ser reproducidas. In-extremis, la CCI debe arrinconar un pronóstico erróneo, los famosos años de la verdad. Y nuestra confianza objetiva en el proletariado mundial frustra este proyecto.

Nada es gratis, dijimos. Y eso va en ambas direcciones. Pero ya hemos cumplido con nuestro deber de responder descubriendo los móviles de la CCI. Lo que emerge del esquema anterior, motivado por los años de verdad repentinamente difuntos, es mucho más revelador.

  1. En primer lugar, la CCI echa a espaldas del proletariado (del Este por el momento) los vuelcos de su crisis ideológica.
  2. En segundo lugar, comenzó una retirada desesperada que le hizo cuestionar la afirmación de la perspectiva comunista.
  3. Finalmente, en tercer lugar, firma su rendición estableciendo algún tipo de relación entre el colapso stalinista y el debilitamiento de la consciencia de clase.

Así como la negación de los dos primeros puntos llevaría a la CCI a admitir honestamente que estaba equivocada con sus años de la verdad, o que eran independientes de la perspectiva comunista; del mismo modo, la negación de la tercera ocultaría una concesión garrafal al stalinismo, al que, por lo tanto, se le debería haber asignado un papel progresista.

Demasiado simple, objetaría la CCI. Por un lado, la simplicidad no es un vicio, por otro lado, en el origen de sus errores, todo es espantosamente simplista, como este colapso repentino del stalinismo sin intervención violenta del proletariado. O cómo acabar con sesenta años de contrarrevolución stalinista de un plumazo. Pero nuestra refutación sería incompleta si no añadiéramos que la CCI sigue perdida en nuevas especulaciones, sobreestimando al proletariado occidental y subestimando al oriental. Como se dice que el peso de este último es negativo, la CCI cree que puede deducir un equilibrio de poder mundial que es desfavorable a los avances revolucionarios locales (en el Este, esto es más obvio). Así, la CCI, llama en nombre del internacionalismo, a no repetir los errores del pasado, o a tener en cuenta sus fracasos; en este nivel todo depende de su estado de ánimo y de la organización que debe ridiculizar.

No discutiremos las referencias de sus estimaciones y su nuevo pronóstico, porque precisamente en este campo, es la ausencia de referencias revolucionarias la norma de la casa, condenando así todo su método. Que se diga simplemente que ninguna expresión de la lucha de clases contemporánea, obviamente ni siquiera la de la última década, ha alcanzado todavía el nivel de la ola revolucionaria de 1917-1937. Pero es precisamente la superación de ésta, tanto en sus objetivos inmediatos para la revolución rusa, como en su alcance internacional para el español, lo que anunciará la apertura de un futuro período revolucionario. El obstáculo que hay que superar es en gran medida ideológico, y de hecho reside en la comprensión de los errores y la interpretación de los fracasos del pasado. Pero culparlos por la falta de internacionalismo es una vez más caer en la confusión más total, entre revolución y contrarrevolución.

Ahora divaguemos por un momento. ¿Adónde va la CCI? Este tipo de pregunta sería aburrida si se tratara de ver el futuro de esta organización sólo con nuestros principios (lo contrario es la práctica actual). Ya en su último congreso3, la CCI ya había puesto en el índice a tendencias que subestimaban la gravedad real del colapso de la economía capitalista.... Para ello, incluso prohibió en sus indicadores económicos el producto nacional bruto y el volumen del mercado mundial, que recientemente había sido declarado poco fiable y sospechoso de pertenecer a la propaganda burguesa. Los espantapájaros anticrisis que somos se inclinan a pensar que la pretendida crisis económica ya no era tan alegremente aceptada. ¿Puede el último viraje salvar la crisis de un cuestionamiento más obvio?

Lo dudamos por dos razones. La primera es que la llamada crisis, ayer garantía de éxito futuro (los años de la verdad), se ha transformado ahora en su contrario al derrotar estúpidamente al stalinismo. La segunda es que el nuevo curso obliga a reconsiderar el último congreso bajo el signo de los años de la verdad.

Y allí, el sello de la arbitrariedad que golpea al, PNB y algo más, puede quizás aparecer, porque la CCI reconoce en parte que no tiene

las cifras exactas para calcular a nivel global el declive real de la producción capitalista...3

Permitámonos una intrusión. Es inútil glosarlo, pero ya no le corresponde al FOR demostrar la no crisis que mereció el excesivo entusiasmo de la CCI durante los años de la verdad4. Y en cualquier caso, repitamos que nuestro optimismo nunca se ha visto dañado por nuestra negación de la crisis económica5. Dejémoslo aquí.

Después de la crisis y de los años de verdad, ¿qué más? En un artículo sobre Alemania en RI No. 0189, se afirma que

el riesgo de guerra mundial hoy evitado por la implosión del bloque oriental, no está en proceso de reaparecer inmediatamente.

¡Bien! El mérito de la vieja construcción, que vio luchas proletarias tan poderosas que impidieron que el capitalismo se movilizara para la guerra, si bien no era correcto, al menos permitió que la CCI preservara sus principios. Aparentemente este ya no es el caso. Ayer, según la teoría de las tendencias históricas con sus dos entidades antinómicas, la tendencia hacia la revolución negaba la tendencia hacia la guerra. Hoy en día, la primera es amputada y la segunda espera.

En breve, la CCI nos lo dirá (está pensando). ¡De acuerdo! Por lo tanto, por el momento, la teoría del curso histórico -que no compartimos- es inoperante. Y no es una broma, como bien sabe la CCI, ya que con un curso hacia la guerra rechaza como pura invención la revolución española que defiende el FOR. Por ello, no nos cabe duda de que es de esperar una vuelta a las andadas de la CCI. Ahora estamos familiarizados con su contenido: censura y desbandada. Vamos a cerrar el paréntesis.

Confusión entre revolución y contrarrevolución en el contexto de posibles concesiones al stalinismo, dijimos, considerando la nueva CCI. Esto no es fortuito. De hecho, para esta organización, la contrarrevolución sería vagamente el resultado de la traición bolchevique que, a partir del segundo congreso de la Internacional Comunista (IC), cambiaría gradualmente las consignas de la revolución mundial al introducir en el arsenal táctico el parlamentarismo, el sindicalismo, el frente único y el apoyo a las luchas de liberación nacional. Al hacerlo, la CCI nos ofrece una interpretación antihistórica más inspirada en sus posiciones actuales que en un examen serio de los congresos de la IC, y en particular del primero. Que invoque a la izquierda alemana en su rescate no cambia mucho, porque aquí también la voluntad de exorcizar los hechos prevalece sobre el espíritu de estudio.

En cuanto al stalinismo, sería el fruto de la traición anterior, el heredero como está escrito en alguna parte, y como todo bagaje contrarrevolucionario que le pertenezca por derecho propio, sólo tendría una deformación ideológica, el mito de la patria socialista. Además, ¿qué más puede tener y con qué margen de acción cuando la CCI cierra el período revolucionario en 1923? Sigamos adelante. Al reivindicar algún tipo de herencia para el stalinismo, la CCI ya no pone de relieve, o incluso esconde un poco, la ruptura de la continuidad revolucionaria que representa el hundimiento del internacionalismo por parte de la camarilla stalinista. En estas circunstancias, prepararse para librar una batalla ideológica contra el mito de la patria socialista no sólo es insuficiente, sino también oportunista. No hemos inventado las palabras de la CCI y los lectores pueden consultar los folletos del grupo, La decadencia del capitalismo (página 24 de la edición francesa), y Plataforma y manifiesto (página 33 de la edición francesa). A lo sumo, se nos puede culpar por habernos atrevido a hacer deducciones de ciertos escritos cuidadosamente seleccionados. Lo admitimos, y no hay duda de que la CCI está cerrando sus brechas con otras declaraciones. Pero no tenemos ni el tiempo libre ni el placer de tener en cuenta su eclecticismo, que quiere hacer parecer de mente abierta.

Cuando, ya en 1924, la camarilla stalinista llegada a la dirección del partido, se pronunció a favor de la construcción del llamado socialismo en un solo país, todo lo que tenemos que oír es una reacción nacionalista del capitalismo de Estado ruso, y absolutamente nada más. No se trataba en absoluto de construir el socialismo después de la retirada mercantil de la NEP en 1921. En efecto, esta nueva política económica fue consignada, en los hechos y en los textos, como capitalismo de estado tolerando sin embargo todavía una cierta libertad de comercio, así como algunas iniciativas privadas altamente reguladas. Como sabemos, en 1927 la burocracia la terminará y concentrará todas las actividades económicas en manos del Estado. En la mente de un Lenin o de un Trotski, la NEP, que había sentado las bases materiales para la contrarrevolución política dirigida por Stalin, había sido concebida previamente como una retirada táctica a la esfera económica para hacer frente al aislamiento del poder revolucionario en Rusia.

Para explicar el origen del fracaso ruso, la CCI sólo quiere quedarse con este aislamiento. Esto es de nuevo insuficiente porque la otra herida también debe ser completamente caracterizada. Los bolcheviques cometieron un error al sustituir el poder de la clase por el suyo, concede la CCI. Pero si lo hicieron, fue creyendo erróneamente, por otro lado, que podrían dominar las relaciones de producción capitalista en anticipación de la revolución mundial, y ante eso la CCI guarda silencio.

Ahora, en interés de la revolución mundial, habría sido cien veces mejor si la revolución rusa hubiera perecido por lo que no había sido, una revolución inmediatamente socialista, en lugar de por lo que realmente fue, una revolución permanente detenida en su curso abruptamente por la NEP. Así, los contornos de la contrarrevolución habrían sido más obvios, y probablemente habría tomado la forma de una contrarrevolución burguesa ciertamente anclada fuera del territorio dominado por la revolución. La reacción stalinista no fue éso y engañó a todos.

No podemos recuperar el tiempo perdido si no es aprendiendo lecciones. La fuerza del mito de la patria socialista, que hay que poner en perspectiva, viene precisamente del hecho de que la burocracia y la burguesía, aunque sean capitalistas, no son idénticas. Y el proletariado mundial estaba confundido por la desaparición de la segunda en Rusia. La CCI se está impidiendo participar en la lucha ideológica que aparentemente se propuso a sí misma, argumentando que existe un poder burgués allí.

Esta no es su única debilidad porque, al no registrar ni bien ni mal los errores del pasado, defiende la idea de una revolución futura que es únicamente política (a primera vista) y no social, independientemente del grado de desarrollo que se encuentre en cada país. Esta concepción no puede atribuirse a los bolcheviques, para quienes la agitación social, anticapitalista, estaba ciertamente condicionada por la extensión de la revolución, sino que sólo hay que tener en cuenta que Rusia era un país atrasado. De ahí su concepción de revolución permanente, la trascendencia de la revolución burguesa en revolución socialista bajo la égida de la dictadura proletaria. Citando a Lenin sobre el futuro de la revolución social en Rusia, los bolcheviques esperaban que, más favorecidos, los trabajadores occidentales pudieran mostrarles cómo se hacen estas cosas. En consecuencia, el deseo de ser ortodoxo en el sentido de la CCI lleva a la eliminación de cualquier deseo de transformación social de los revolucionarios del pasado. Por lo tanto, a la inversa, habría que postular que la camarilla stalinista realmente quería construir el socialismo. La CCI rara vez se escapa y hoy es, por lo tanto, la que debe ser objeto de una lucha ideológica. Por último, las reconsideraciones teóricas están generalmente a la altura de las lecciones aprendidas.

Por su parte, el FOR rechaza la revolución permanente para los países atrasados, el capitalismo de estado como solución para un estado obrero aislado en espera, y la idea de que el estado, un partido o un grupo de partidos puedan ser los organizadores de la transformación social que recae sobre toda la clase obrera. Además, adopta ejes de ataque, uno de los cuales es que el Estado, por muy obrero y dictatorial que sea, debe marchitarse desde los primeros pasos de la revolución. Esto está estrechamente relacionado con la capacidad del proletariado de negarse a sí mismo como clase en su lucha anticapitalista.

Por su parte, la CCI evita la naturaleza de la economía de transición y balbucea que la dictadura del proletariado no debe confundirse con el Estado. El segundo punto es incomprensible. Afortunadamente, sabemos lo que la CCI entiende que esto significa: una prohibición de que la clase obrera se establezca como clase dominante. Ignoremos los sofismas que justifican esta ausencia de toma de partido, que significa en todo y para todo la negación de una revolución política que debe destruir el viejo aparato estatal de arriba abajo. Resultado de las evoluciones de la CCI: la próxima revolución no será ni social ni política. Saberlo sigue siendo la mejor manera de tener siempre la razón en la sociedad capitalista.

Recapitulemos ahora. Después del primer congreso de la IC, considerando el período, la CCI acusó a los bolcheviques de la contrarrevolución. En el otro extremo, descarga al stalinismo, simplemente desconcertando y desconcertándose a sí mismo. Al final, la revolución y la contrarrevolución intercambiaron sombreros, mientras que la CCI, angustiada, se negó a aceptar cualquier afirmación revolucionaria. Esquematizamos al extremo sus carencias para poner de relieve la órbita alrededor de la cual gravitan los militantes de este grupo.

De hecho, para entender la génesis de ésto último, es necesario hacer el camino opuesto a partir de su feroz negación de la revolución española que, por ser inmediatamente socialista, supo designar a su principal enemigo, el stalinismo (jornadas de mayo del 37). Sigamos: el no reconocimiento de un movimiento de clase debido a la falta de subjetividad revolucionaria, la incapacidad de distinguir la naturaleza del stalinismo -en esencia anticomunista- y, por último, un reexamen distorsionado de la historia, forzado por quién sabe qué preocupación por la objetividad.

Repetimos, la CCI y otros no tienen la exclusiva a la hora de negar la revolución española. En aquel momento, los stalinistas también la negaron, la analogía sólo servía para forzar la reflexión. Es cierto que, a fin de cuentas, la CCI utiliza como pretexto un curso irreversible hacia la Segunda Guerra Mundial. Ya le hemos contestado, si no por escrito al menos oralmente, que el aplastamiento de la revolución española era un requisito previo para el estallido de la guerra, y considerando esto en lo que nos opone en este tema, que ya no puede ser una cuestión de compromiso revolucionario.

Es inútil insistir, más allá de este límite. Pero una vez más, la CCI cree que es prudente invocar a los padres, a la izquierda italiana, como hizo antes con la izquierda alemana. Para ser más precisos, es necesario mencionar a la facción italiana de la izquierda comunista que publicó Bilan en su momento, una tendencia eminentemente contradictoria que, sin embargo, hablaba de una revolución en relación con el levantamiento obrero en Asturias en 1934. Pero cualquiera que sea el informe de la CCI, la principal objeción de esta Fracción a la idea de una revolución en julio del 36 era esencialmente la cuestión del Partido Revolucionario, que, para él, no podía existir objetivamente. Las justificaciones teóricas de esta afirmación, emitidas en julio-agosto del 36, deben ser escuchadas por dos razones. La primera es que esta tendencia banalizaba mucho menos sobre la naturaleza de los acontecimientos que la CCI hoy. La segunda es que todavía se opone a nuestros orígenes trotskistas e internacionalistas durante la Segunda Guerra Mundial, el llamado rigor teórico de la Fracción italiana. Así que vamos a escucharla:

¿Cómo es posible que, al igual que Rusia, este entorno social particularmente favorable, los núcleos marxistas no se formaran con el poder y el alcance de los bolcheviques rusos? La respuesta a esta pregunta nos parece que consiste en el hecho de que la burguesía rusa estaba en una línea de ascensión (? ndr) mientras que la burguesía española, que se había estado consolidando durante siglos, atravesaba entonces una fase de decadencia putrefacta. Esta diferencia de posición entre las dos burguesías reflejaba una diferencia de posición entre los dos proletariados y el hecho de que el proletariado español es incapaz de sacar de sus gigantescos movimientos (? ndr), el partido de clase esencial para su victoria (? ndr), nos parece que depende de la condición de absoluta inferioridad en la que se encuentra este país, en el que el capitalismo ha condenado a permanecer al margen de la actual evolución política

«Bilan, contrarrevolución en España», ed. UGE 10/18 p.156

Esta es una explicación completamente defectuosa y el pasaje sobre la burguesía rusa es retrógrado en comparación con las Tesis de Abril de Lenin, que, partiendo de la observación opuesta, abrieron el camino a la acción revolucionaria del proletariado. Además, a nivel internacional, ¿qué partido se ha fortalecido tras el ascenso de la burguesía? El Partido Socialdemócrata, del que se separó el zimmerwaldiano, como reafirmación del internacionalismo frente a la capitulación patriota del primero en 1914. El Partido Bolchevique de 1917 fue más el resultado de esta ruptura que de sus orígenes socialdemócratas a los que Bilan hace naturalmente alusión. Paremos para decir que en España, el partido tuvo que construirse al calor de los acontecimientos revolucionarios. ¿Cómo?6 Se trata de otro asunto hacia el que ya no mira la CCI, apenas concernida por este desvarío de la Fracción Italiana de la Izquierda Comunista.

Desde sus orígenes, la contrarrevolución stalinista ha estado en crisis, como parte de la crisis decadente del sistema capitalista, idea desarrollada por el FOR en Partido-Estado, stalinismo, revolución (Ediciones Spartacus). Pero, ¿cómo podemos captar este fenómeno a la manera de la CCI? Se estima que en 1925-26, Rusia estaba terminando su reconstrucción, después de la Primera Guerra Mundial y la Guerra Civil (superando los índices de producción de 1913). Diez años más tarde, el ritmo de su crecimiento industrial, que entretanto había seguido una curva ascendente, era de 5 a 6 veces superior al del país capitalista más dinámico de la época, y no se esperaba realmente que cayera hasta 1941-1942. ¿Cómo encaja esto en el ciclo de crisis-guerra-reconstrucción de la CCI como interpretación de la decadencia? Esto no puede ser incluso si la CCI, que ignora por completo el caso ruso en su folleto sobre la decadencia, quiere utilizar su definición muy personal de reconstrucción (La decadencia del capitalismo, p. 58). De hecho, para la CCI, esta última termina cuando un país vuelve a su nivel de competitividad internacional. Se trata de un engaño inventado para establecer el origen de la llamada crisis económica de 1967. El folleto completo debe ser evaluado a la luz de esta invención. Rápidamente, en el período de entreguerras, no funcionó, ya que los Estados Unidos destronaron irrevocablemente a Inglaterra, por ejemplo, como la principal potencia económica. ¡Es suficiente para nosotros! Lo importante es que el crecimiento ruso, entre los años 1925 y 1941, ha sido el más mortífero y nunca ha sido capaz de sacar al país de su situación de atraso. El crecimiento económico y el desarrollo social se han manifestado odiosamente en la dirección opuesta (lo que corresponde a nuestra concepción de la decadencia). Sesenta años después, un Gorbachov sigue enfrentándose a la misma realidad que sus antepasados, así como a la resistencia de la clase obrera, una resistencia cada vez menos pasiva y cada vez más abierta, diga lo que diga la CCI que esteriliza el terreno difundiendo fábulas sobre el alcoholismo y las ilusiones liberales (Carta de Moscú, RI nº 190). En julio de 1989, los 175.000 trabajadores siberianos en huelga, la mayoría menores de edad, tomaron medidas aquí y allá para prohibir la venta de alcohol, y sus reivindicaciones, ciertamente marcadas por prejuicios democráticos, legalistas y autogestionarios, fueron fuertemente dirigidas contra la plétora de jefecillos y burócratas de todo tipo. Así que criticar a nuestra clase, sí; denigrarla, ¡nunca! Y menos aún con la ayuda de argumentos puritanos con los que las clases dominantes siempre han ocultado sus propios vicios.

En Rusia, atrapada entre la ineficiencia de la propiedad estatal y el rigor empobrecedor de los llamados experimentos liberales (pero controlados por el Estado), la clase obrera no tiene otra solución que confiscar toda la economía por su cuenta. Allí, los ideólogos están del lado de la revolución puramente política. Sin embargo, no es ella la que definitivamente destruirá el stalinismo en el alma.

En el aspecto económico como en el cultural, las necesidades de cada persona y del conjunto de la sociedad son ilimitadas. Dejarles libre curso es el cometido que desde el instante mismo de su victoria debe asignarse la revolución socialista, inseparable, además, de la desaparición de las clases y del Estado. Hacia él deberá enderezarse desde el primer día la sociedad de transición que nacerá de su triunfo, sin perder de vista ni un momento la estrecha dependencia existente entre producción y consumo. En la sociedad actual, el lucro intercalado entre ambas desde el primer acto de la producción hasta el último del consumo, reduce ya la una, ya el otro. Cuando el consumo mengua, beneficios capitalistas y producción bajan, causando las crisis mal llamadas de superproducción; al contrario, aquellos aumentan cuando la demanda de mercancías supera la oferta. Pero el consumo de las masas se ve continuamente mermado por el despilfarro de los armamentos, los ejércitos y las policías, las burocracias y toda suerte de ocupaciones parasitarias, a más de estrictamente limitado por la ley del valor que pone un precio al trabajo y a los productos de éste, comprendiendo los conocimientos científicos y la cultura en general. Y la tasa del precio del trabajo por el Estado empeora la situación del trabajador, dejándole indefenso ante el capital.

En la sociedad de transición, el lucro tiene que estar proscrito, incluso bajo la forma de grandes sueldos que es susceptible de adoptar. Siendo la mira de una economía de verdad planificada acordar a las necesidades de consumo la producción, sólo la plena satisfacción de aquellas, no el lucro o el privilegio, ni la «defensa nacional» o las exigencias de una industrialización ajena a los menesteres cotidianos de las masas, ha de ser tenida como pauta de la producción. El primer requisito de tal empeño no puede ser pues otro que la desaparición del trabajo asalariado, cimiento el más profundo de la ley del valor universal en toda sociedad capitalista, por más que muchas de ellas se reputen hoy de socialistas o comunistas.

Cualquier economía sedicente planificada que no tenga en cuenta las necesidades vitales de las masas está por ese sólo hecho orientada a la satisfacción de las necesidades de una minoría explotadora y dominante, que impone a la sociedad las normas capitalistas más draconianas y encarna una forma policíaca de Estado.

Por un Segundo Manifiesto Comunista

Militantes y escisiones de la CCI

Lío teórico y netitud revolucionaria (1973)

El artículo que acaba de leerse no es una crítica a la obrita Los sindicatos contra la revolución. A lo sumo, arguye lo que puede sobre lo que la autora cree haber entendido de su lectura y de otras ideas de antiguo definidas por el movimiento revolucionario. Por lo tanto, la contestación es superflua desde el punto de vista teórico. Bastaría consignar: no se refiere a lo escrito, para que cualquier lector atento verificase, cotejando los textos respectivos, que no existe correspondencia entre lo criticado y la supuesta crítica. Hay que replicar, empero, no sólo procurando eliminar sorderas en la discusión, sino poniendo también en claro algunos puntos más que turbios en lo expuesto por la camarada Judith Allen.

La camarada ha emprendido su crítica porque en el trabajo mío no encuentra un análisis desarrollado de los motivos de la transformación histórica de los sindicatos, apenas una base imprecisa. Mejor que una crítica, quiere presentar

una explicación más completa, sin empirismos, ni yerros sobre las causas de la transformación definitiva de los sindicatos.

Lo primero pues es localizar esa explicación. Empieza así, párrafo tercero: Las bases fundamentales del sindicalismo moderno aparecieron en todos los países industrializados como respuesta de la clase obrera a las condiciones del capitalismo en el siglo XIX. Cierto, pero eso está mucho mejor expuesto y razonado en la parte del libro escrita por Benjamin Péret (no publicada por Internationalism) y nada tiene que ver con lo que se discute. Enseguida añade la camarada Allen

Por lo tanto, el reformismo tenía una base material concreta en la capacidad del capitalismo para conceder a la clase obrera ventajas crecientes, en proporción relativa al incremento de la capacidad productiva. El movimiento sindicalista estaba fundamentalmente consagrado a fines reformistas, y mientras el capitalismo seguía siendo capaz de conceder reformas, las ideas revolucionarias quedaban en minoría.

Discúlpeme la camarada Allen la brusquedad con que me veo obligado a decirle que eso no es un comienzo de explicación, sino la introducción a un lío teórico. Además de ella, hay numerosos revolucionarios para quienes concesiones del capitalismo al proletariado y reformismo son una y la misma cosa. Que se tomen el trabajo de leer y releer Reforma o revolución, de Rosa Luxemburg. Cuando un revolucionario utiliza la voz reformismo, no debe hacerlo sino en la acepción que adquirió con Berstein, Hilferding y compañía, a saber, pretensa posibilidad, para la clase trabajadora, de modificar evolutiva y legalmente la estructura capitalista, hasta desembocar en el socialismo. El capitalismo no es ni ha sido jamás reformista, cual asume la camarada Allen. Su aptitud para transformarse y para hacer concesiones al proletariado, cualesquiera fueren, es congénita al sistema, está inscrita en la relación social capital-salariato. Consúltese ese pobre e ignorado Karl Marx. Con el empleo que la camarada Allen y tantos otros hacen del término, habría que considerar reformista cualquier mejora consentida por el capital, de grado o por fuerza, el propio capitalista como sistema sería o habría sido un sistema reformista en el sentido estricto, el de Berstein. Y persiguiendo hasta sus confines la lógica en movimiento de dicha identificación, en el reformismo quedan prendidos, siquiera sea por inadvertencia, cuantos la incorporan a sus nociones. En apoyo de lo dicho, reléase lo escrito con tan profundizador propósito por la camarada de Internationalism:

Contrariamente a la aserción de Munis, que los sindicatos han abandonado su función reformista adoptando una posición reaccionaria, es el propio reformismo el que se ha convertido en reaccionario en medio del capitalismo actual. El programa reformista entero ha dejado de ser válido y sólo puede servir como diversión..., etc. (párrafo 14).

Se ha convertido en reaccionario, ha dejado de ser válido, el programa reformista. Luego fue válido y no reaccionario en concepto de nuestra o nuestros críticos. Hay pues en ellos proclividad reformista retroactiva, susceptible de convertirse en activa y actual, si por cualquier razón se convenciesen de que el capitalismo hogañero sí consigue hacer concesiones a sus explotados. A eso lleva la mezcolanza teórica inadmisible entre mejoras de la clase obrera dentro del capitalismo y concepción reformista de la lucha obrera. Esta última no era el peor aspecto del reformismo, sino su único aspecto, y ni ella ni las concesiones al proletariado tuvieron nunca el carácter necesario para todo el siglo pasado que les atribuye Judith Allen, menos significación revolucionaria. Mal pueden, por consecuencia, haberlo perdido. Tampoco podían los sindicatos abandonar una posición reformista que nunca fue la suya, contrariamente a la opinión que me imputa la camarada referida. Así está dicho más de una vez en Los sindicatos contra la revolución, a comenzar por el texto de Péret.

Según dicha concepción, el reformismo es toda una época del capitalismo y del movimiento obrero en su seno, tan insoslayable, que las ideas revolucionarias quedaban en minoría. ¿Cómo explicar entonces que a pesar de todo se tratase de una minoría mucho más fuerte, en número y en calidad, que los ralos grupos en que viven confinadas, y a las veces raquitizadas, en nuestra época, cuando la necesidad de revolución es mucho más perentoria? Ese hecho innegable contradice la interpretación del capitalismo-reformismo que la camarada Allen se ha elaborado. Su aparente misterio estriba, dígolo resumiendo al máximo, en que durante la oleada revolucionaria anterior, primera tentativa de revolución mundial, el proletariado fue vencido por las que seguían pareciendo sus propias organizaciones, en primer término por la Tercera Internacional al servicio de la contrarrevolución stalinista rusa, en manera alguna por la burguesía. Fraguando en capitalismo de Estado, la consolidación de la contrarrevolución rusa repercutió en consolidación del sistema mundial, le consintió su crecimiento post-bélico, y de propina reblandeció el pensamiento de gran parte de los revolucionarios. Ahí tienen su origen los peores aspectos de la actualidad en cada país e internacionalmente. Pero aquí me limito a consignar que a cada derrota de la revolución el capitalismo hallará un respiro y un crecimiento económico, sin nada que ver ya con su viabilidad como sistema.

El argumento más fuerte que añade la camarada Allen a su incongruente definición, helo aquí:

A medida que disminuían las posibilidades de abrir nuevos mercados, las crisis capitalistas cíclicas, de sobreproducción, se convertían en crisis permanente de un sistema obligado a nutrirse de su propia destrucción en gran escala. La era de la movilización militar en masa, de los gastos armamentales enormes, de la estatización de la economía, del corto respiro de la supuesta prosperidad mientras las contradicciones internas del capitalismo preparan nuevas y más destructivas crisis y guerras, esta era de decadencia del sistema, marca el término de la aptitud capitalista para conceder a la clase obrera importantes y durables reformas, marca el principio de un período de convulsiones sociales (párrafo 6).

Y en el párrafo 10, la conclusión:

Pero siendo el reformismo una ilusión en el período de crisis permanente, el papel de los sindicatos convirtióse en movilizar a la clase obrera tras la burguesía, en la paz como en la guerra. Ellos garantizan la subordinación de las demandas obreras al criterio capitalista de aumento de la productividad y de la canalización mansa de cualquier descontento peligroso que amenace derrocarlo. Los sindicatos se han convertido en un pilar fundamental de la perduración del capitalismo.

Con eso está terminada la prometida explicación más completa, sin empirismos, de la naturaleza de los sindicatos. No hay otro análisis. El resto del artículo –y en buena parte también eso– es mera descripción de acontecimientos o de hechos consumados, puestos a contribución con desigual tino. Y bien, casi todo lo citado de la camarada Allen es erróneo, y lo acertado carece de base teórica o no hace al caso para lo que se discute. A fin de verlo más claro hay que reducir:

  1. Los sindicatos siguen siendo reformistas; no han cambiado.
  2. Lo que ha cambiado es el reformismo, válido en otro tiempo, ahora no válido y reaccionario.
  3. Es reaccionario porque el capitalismo ya no puede consentir mejoras durables al proletariado, supuesta su carencia actual de bases económicas reformistas.
  4. En fin, el papel reaccionario de los sindicatos limítase a enganchar el proletariado al carro de la burguesía y a sacarla de malos trances (el texto dice garantizar, asegurarle a la burguesía, imprecisión terminológica que rebasa el pensamiento de la autora).

Lo anterior da, para comenzar, este contrasentido: ausencia de base económica reformista, pero continuidad reformista de los sindicatos. Se ha leído: los sindicatos garantizan la subordinación de las demandas obreras al criterio capitalista de aumento de la productividad y competencia. Es decir que el reformismo, según la mixtura embutida en la palabra por la camarada, sigue existiendo y manifestándose económicamente en las demandas sindicales. Además, no advierte la camarada que el aumento de la productividad ha sido siempre la condición previa o la consecuencia inmediata de las concesiones materiales obtenidas por los asalariados. Nada se demuestra pues con tal hecho, que no argumento.

En segundo término, el reformismo verdadero nunca fue válido y siempre fue reaccionario por relación a necesidades y posibilidades del proletariado. Hace tiempo que dejó de existir, habiendo reconocido los descendientes de sus representantes no ser otra cosa que buenos administradores de los negocios capitalistas (Leon Blum) y declarádose al fin compatibles con el sistema, parte de él (social-democracia alemana, italiana, sueca, laborismo británico). Carece sencillamente de sentido, por no decir algo peor, hablar hoy de reformismo, aplíquese a los sindicatos, a los partidos dichos socialistas o a los stalinistas.

Por consecuencia, para quienes concuerden con la camarada Allen, la prueba del carácter reaccionario de los sindicatos reposa única, exclusivamente, en la imposibilidad de arrancar al capitalismo mejoras estables. Ahora bien, eso es un simple aserto a contrastar con la realidad, no una demostración, y menos un análisis teórico.

Yo no voy a afirmar o a negar aquí su exactitud, porque lo uno o lo otro es indiferente para el problema discutido. La incompatibilidad absoluta de los sindicatos con la revolución no procede de la contingencia de unas mejoras inalcanzables en el seno del capitalismo, como las uvas para el zorro de la fábula. Aun en el caso contrario, permanece la incompatibilidad y también el carácter reaccionario de tal organización. Lo que engendra dicho carácter es esencial, no accidental, es intrínseco y no extrínseco a los sindicatos; no es otra cosa que su propia función reivindicativa. Están directamente interesados en que haya algo que reivindicar, cosa imposible sin que el proletariado siga siendo indefinidamente proletariado, fuerza de trabajo asalariada; los sindicatos representan la perennidad de la condición proletaria, vender la fuerza de trabajo a sus compradores es condición de su existencia actual, al mismo tiempo que prepara su existencia futura, se verá a continuación. Representar la perennidad de la condición proletaria conlleva aceptar, si no representar también, la perennidad del capital. Los dos factores antitéticos del sistema han de conservarse para que el sindicato realice su función. De ahí su profunda naturaleza reaccionaria, independientemente de los vaivenes que modifiquen, para mal, para menos mal o para mejor, la compraventa de la mano de obra, jugarreta clave del sistema. Al margen de ese análisis, o con cualquier otro errado, se puede, o a lo sumo, constatar lo que son en la práctica los sindicatos, pero no descubrir el por qué, lo indispensable para derrocar su imperio.

No más allá de una constatación fue la izquierda comunista alemana, cuyo acierto en ese aspecto respecto a Lenin y Trotski está reconocido en Los sindicatos contra la revolución, al contrario de lo que me reprocha Judith Allen. Constatación y no más es también la de dicha camarada, sin que tenga ella la disculpa de los comunistas de izquierda alemanes, en cuyo tiempo (1918-23) la enemiga de los sindicatos a la revolución (ya vista en 1917 durante la revolución rusa) semejaba una simple capitulación ante la burguesía, un adaptarse a sus intereses. La verdadera naturaleza de los sindicatos aparecía entonces tan imprecisa, sí, que incluso algunos comunistas de izquierda alemanes, emigrados a Estados Unidos, ingresaron en la I.W.W., la organización anarcosindicalista tan poderosa entonces.

En repetir dicha constatación consiste el bagaje anti-sindical de quienes concuerdan con el anterior artículo. Y la constatación, deducciones tácticas aparte, no se distingue en nada importante de la apreciación bolchevique, que luego hizo suya la IVª Internacional. Ahora bien, que los sindicatos sean incompatibles con la revolución es tan sólo una consecuencia, y no la más importante, de su propia actividad como organismos. La venta de la fuerza de trabajo obrera, que es su especifismo, hace de ellos uno de los estamentos del sistema, de él inseparable y con él modificable. Pero la trabazón de los sindicatos con el mundo de la explotación es mucho más transcendente y peligrosa que sus más sucias cochabanzas con la burguesía y sus gobiernos. Estas últimas preparan día a día, en nuestras latitudes, otra función venidera, en parte a ciegas, en parte deliberadamente, bajo el impulso de la ley de concentración de capitales, mas no sin inspiración concreta de lo que ya acontece en buena parte del mundo. En efecto, ¿a qué burguesía viven sometidos los sindicatos de los países en que economía y poder político se hallan reunidos por entero en el Estado? Sencillamente, en ellos los sindicatos ya no son vendedores, sino compradores de la fuerza de trabajo proletaria, como parte de la depositaría general del capital que es el Estado. El siervo se ha transformado en señor. Su función cerca del capital variable les ha llevado a la copropiedad indivisa del capital constante. El recorrido del capitalismo individual y el de los sindicatos se funden y confunden en la centralización suprema de la economía y del poder político.

Todo lo anterior está mejor desarrollado en el opúsculo que nos ocupa, Los sindicatos contra la revolución. Si alguien lo duda, que lea o relea ese trabajo, en particular sus últimas páginas, pues yo no tengo intención de extenderme aquí dando citas de mí mismo. Me basta lo expuesto para decir a la camarada Allen: he ahí la perspectiva mundial en movimiento, de los sindicatos como parte del capitalismo en cuanto sistema. En ella debe cimentarse la táctica y la estrategia de los revolucionarios, no en las rutinarias, muy incompletas y a veces demagógicas acusaciones de sometimiento a la burguesía.

Por añadidura, ni siquiera es serio denunciar los sindicatos por no ser capaces de obtener unas mejoras que de antemano, por principio –en realidad por artículo de fe– se declaran inalcanzables. La renuencia o la diligencia sindical en la obtención de mejoras, proviene de la ausencia o la presencia, en cada instante, de factores muy varios, desde la depresión o la presión del proletariado, hasta las incidencias políticas nacionales y las relaciones inter-imperialistas. Verdad que el ideal de los sindicatos es hoy no reivindicar sino aquello que está a punto de ser concedido por el capital, a mayor generalización, lo que encaja en la programación dirigista. No obstante, negarles toda otra posibilidad de obnubilación es propio de quienes no perciben que precisamente por ser parte integrante del mundo capitalista, los sindicatos y sus mentores políticos pueden ir tan lejos como necesite éste en cuestión de concesiones. Serán el canal de las mismas, y llegado el caso podrían forzarlas. Por ende, su puesta en acusación por los revolucionarios debe basarse en que, reivindiquen lo que reivindiquen, obtengan lo que obtengan, hacen cada día más pesado el imperio del capital sobre el trabajo. El problema de la clase trabajadora está en ponerse en condiciones de no tener que reivindicar nada, y en lo más inmediato, en alejar de sus relaciones con el capital a esos agentes del mercado del trabajo que son los sindicatos.

Y bien, es la mencionada naturaleza de los sindicatos, de futuros copropietarios del capital y compradores de la fuerza de trabajo, la que no se podía ver claro durante el decenio 20; tan poco claro, que nadie la previó. La cronología de la lucha de clases, es decir, de la historia, se nos impone. No se puede reprochar sin ligereza a Lenin y a Trotski el no haber comprendido un fenómeno todavía mal perfilado. ¿Cuántos lo han asimilado hoy, incluso entre los nuestros? Fue necesario el fracaso de la revolución, su metamorfosis en contrarrevolución, para que el capitalismo en Rusia, cerrada la perspectiva de desarrollo de la propiedad privada, burguesa, se adentrase en una acumulación estatal, y para que los sindicatos, a su vez, dejasen al descubierto todo su contenido y apareciesen, por así decirlo, de cuerpo entero.

Ese proceso es el de la degeneración del sistema capitalista en su conjunto y por lo tanto no es rectilíneo. Tiene lugar con altibajos en el tiempo y sobre todo en el espacio, es decir, en los diferentes países. Si a la camarada Allen le parece incongruente que yo señale la transformación de la CNT española en 1936-38, dos decenios después de que el sindicalismo europeo se sumase al sanguinario patriotismo burgués, que se queje del proceso histórico mismo; yo no lo fabrico. En cambio, la CNT cayó de golpe en el capitalismo de Estado, mediante el Pacto CNTUGT, sin pasar por la degradante defensa nacional, como todo el sindicalismo de los beligerantes en 1914-18. Sólo cabe añadir, para evitar una visión unilateral a quienes no han leído el opúsculo de que se trata en esta discusión, que los sindicatos son también, digan lo que digan sus estatutos, entidades políticas dominadas por partidos y tendencias más o menos percatadas de su pertenencia al mundo del capital. Por ello mismo, una tendencia revolucionaria debe mostrarse hoy tan incompatible con los sindicatos y sus mentores políticos como lo son éstos con la revolución social.

Ahora cedo una vez más la palabra a Judith Allen:

Que Munis no ha asimilado por completo la futilidad de las formulaciones reformistas, lo demuestran sus proposiciones tocante a demandas transitorias. Las reclamaciones de reducción de jornada de trabajo a 5 o 6 horas sin disminución de paga, de negarse a todo incremento de la productividad que no redunde en beneficio de la clase obrera, de libertad completa en los lugares de trabajo, son simplemente utópicas en el seno del capitalismo, como reconocerá indudablemente el propio Munis. (...) Munis parece rechazar el sindicalismo sin rechazar por completo su contenido: reformismo huero, incluso no limitándose a simples demandas de salarios. Prolongado fuera de las estructuras sindicales, el reformismo puede ser un grave obstáculo al desarrollo ulterior de huelgas salvajes. Una consciencia parcial cuajada en programas y consignas de transición es el instrumento más fácilmente cooptable por la burguesía. Reclamaciones utópicas no pueden movilizar a la clase obrera sobre una base de clase en particular siendo postuladas por revolucionarios cuyos análisis demuestran su futilidad. [...] En el trabajo de Munis, tales reclamaciones aparecen como mero non sequitor a la lógica de los argumentos.

El rigor terminológico es a todas luces parte constituyente del rigor teórico. Sin él no puede tener lugar una discusión seria, porque una misma palabra designa ideas diferentes para los interlocutores; menos aún puede hacerse, sin él, un análisis inequívoco de cualquier problema. Ya se ha visto al principio de esta réplica que la terminología de la camarada Allen es tan borrosa, que desliza tres nociones diferentes dentro del término, reformismo: las reivindicaciones salariales, las concesiones del capitalismo y el verdadero reformismo. En la última cita abunda todavía añadiendo otras dos nociones, el «Programa de transición» y reclamaciones como las nuestras. Cinco nociones distintas en un solo reformismo inexistente hoy en parte alguna del mundo. Eso es echar vocablos-exorcismo unos encima de otros, caigan como caigan.

Lo primero a responder a nuestra amable crítica es que Munis está lejos de reconocer que las consignas por ella citadas sean utópicas en el seno del capitalismo. Han sido formuladas a sabiendas de que, en determinadas condiciones, sí podrían realizarse dentro del actual sistema; sabiendo, por añadidura, que en otras condiciones también podrían ser utilizadas con miras contrarrevolucionarias. No hay truco que nos ponga a salvo de esas trampas, porque nada, absolutamente nada está a cubierto de utilización aviesa. No ya las huelgas salvajes, repetidamente utilizadas con fines sindicales y hasta stalinistas, ni siquiera las consignas revolución comunista y abolición del trabajo asalariado, no digamos la de consejos obreros en que con tantos otros la camarada Allen ve un talismán. En cambio, como realizaciones de la revolución en pleno ímpetu, las consignas referidas abordan, junto con otras no citadas, la abolición de trabajo asalariado por los asalariados mismos. En tal dirección apuntan. Pero sin duda es pertinente recordar aquí a Marx, vista la parte de hagiología que aparece como residuo en tantas consciencias revolucionarias. ¿No ha repetido él que la solución al problema de la clase obrera tiene que empezar por la disminución importante de la jornada de trabajo? ¿No ha machacado a saciedad que el capitalismo es, ante todo, la extracción de plusvalía? Y los aumentos de salarios que el capitalismo otorga, por vía sindical o por su propio querer, ¿no proceden de un aumento del producto de cada trabajador, a quien se le da como incentivo una minúscula parte de su propio producto adicional?

Con la ideación de la camarada Allen –que no le es privativa, repitámoslo– reformistas son también las huelgas salvajes y cualesquiera de sus peticiones, y reformista sería la propia reivindicación de libertad de los huelguistas perseguidos. No caen en cuenta que incluso una modesta reivindicación de salario –pronto nula, si no antes de obtenida– tiene significación diametralmente opuesta según sea obtenida por la representación sindicalo-capitalista o por huelga salvaje no devuelta al redil sindical. La importancia de estos movimientos reside, mucho más que en sus reclamaciones, en que contribuyen a romper el grillete sindical y a restituir al proletariado su acometividad potencialmente invencible. Más vale hoy la derrota de una huelga antisindical que cualquier victoria impartida por los sindicatos. Ésta tapona el camino a luchas revolucionarias, aquella lo va jalonando y consiente a los trabajadores una experiencia propia.

La creencia de que el capitalismo nada puede crear ni conceder una vez alcanzada su fase decadente, asunción clave de la crítica anterior, viene rodando de texto en texto, desde los de Lenin y Trotski hasta los de Internationalism y otros grupos afines o adversos, los trotskistas actuales englobados. Y desde entonces, una y otra vez los hechos han demostrado lo contrario. Pareció verdad durante algún tiempo, en el intervalo de las guerras imperialistas, pero esta segunda post-guerra ha presenciado un auge enorme del capital y por consecuencia del capital variable, o sea de la masa salarial. Ha habido aumento del consumo de cada obrero, al mismo tiempo que una pauperización tremenda relativamente a la totalidad de la riqueza social. Negar lo primero es pseudomaterialismo, es acomodar los hechos a una idea, que se revela así prejuicio. Pero quienes continúan erre que erre proclamando esa negación, lo hacen porque no comprenden que pueda haber sublevación del proletariado y revolución, sino por una catástrofe económica que produzca necesariamente la consciencia revolucionaria en millones y millones de trabajadores hambrientos. Contemplan la revolución como resultado del no funcionamiento del sistema, en lugar de verla como respuesta a su funcionamiento, dicho con mayor exactitud, a la exorbitancia de sus características funcionales. Debido a ello, no porque sea incapaz de mantener en su actual nivel la esclavitud salarial, el capitalismo es ya un tipo de civilización nocivo y atentatorio al devenir inmediato de la humanidad. La decadencia se manifiesta en que sus virtudes de ayer se convierten, tanto como sus defectos, en otras tantas llagas purulentas que reclaman el hierro cauterizante de la acción proletaria.

Somos los revolucionarios los primeros en tener que adquirir consciencia de ese hecho, a fin de hacer frente al capitalismo, sus sindicatos comprendidos, con soluciones de clase, es decir, tendentes a la desaparición de las clases, para cada problema y para el conjunto de ellos. Es lo que persiguen las demandas citadas por la camarada Allen y otras resumidas así: poder, armas, economía al proletariado. No obstante, importa reiterarlo, ni aún mediante eso quedaremos a cubierto de utilizaciones dolosas (vulgo de mala leche) ni de retorsiones contrarrevolucionarias anteriores o posteriores a la toma del poder por el proletariado. Para ponernos a salvo, es menester que la producción de mercancías sea substituida por la producción de bienes consumibles por quienes los necesitan, sin compra ni venta. Si la camarada Allen o quienquiera están en el secreto de algún otro remedio, tengan a bien revelárnoslo. Se trataría, puede asegurarse, de magia, no de conocimiento teórico.

En cuanto a concesiones posibles por parte del capitalismo, basta haber visto, o conocer en detalle, un proceso revolucionario, para saber que pueden ir siempre muy lejos. En el porvenir, aprovechando su experiencia y las faces humanas de tanto pseudocomunista y pseudosocialista, se hallará en condiciones de ceder aún más terreno llegado el caso, con miras a recuperarlo luego con creces. Nada más elemental en la lucha de clases.

Repita ahora si lo cree indispensable la camarada Allen, que las referidas consignas son un non sequitor a los análisis de que se desprenden. Por mi parte, yo arrojo la pluma.

G. Munis

Respuesta a Jalon (1980)

La revista Jalon dedica su suplemento n°3,4 a nuestra organización. Por una vez, un grupo que afirma estar en línea con las fracciones de izquierda de la Internacional Comunista se arriesga a subrayar de manera coherente y fraternal, sin distorsionar sus posiciones, la importante contribución desde el punto de vista revolucionario e internacionalista de los miembros creadores de la Cuarta Internacional que rompieron con ella. No queriendo arrojar más flores de las necesarias, abordaremos la crítica de las críticas que se nos han hecho. Pasaremos, pues, a todos los aspectos loables para abordar desde el principio los puntos polémicos de su texto.

Qué revolución para el futuro.

Sobre este tema aparece la primera divergencia grave que, como veremos, no es ajena a la segunda, relativa al movimiento obrero en España durante la década de 1930. Después de haber reconocido la exactitud del capítulo de Pro Segundo Manifiesto Comunista titulado las tareas de nuestro tiempo, subrayáis que sólo la victoria mundial del proletariado abrirá el verdadero período de transición del capitalismo al comunismo. Geográficamente, la dictadura del proletariado no pudo, según ustedes, reducir el desempleo, reducir las horas de trabajo, elevar el nivel de toda la población trabajadora y, menos aún, deshacerse de las armas, licenciar ejércitos, policías y parásitos de todo tipo. El período de transición que sólo comenzaría después de que el proletariado tome el poder a nivel mundial debe aplicar el uno para todos, todos para uno desde el principio, de lo contrario la sociedad no se movería hacia el comunismo sino hacia el capitalismo de estado.

En nuestra opinión, el período de transición llega un poco tarde en su especulación teórica. De hecho, el peligro del capitalismo de estado y por lo tanto el fracaso de la revolución han existido desde el principio. El movimiento revolucionario, si es que existe, debe evitar este peligro como la peste, y debe abstenerse de reproducir lo que resulta ser un error por parte de los bolcheviques, incluso si su nacionalización del capital era sólo una medida subordinada a ser superada, a la espera de la extensión de la revolución en Europa y en el mundo (el famoso estado burgués sin la burguesía de Lenin).

Sin pretender prever con seguridad y de antemano todas las medidas que se pueden tomar, afirmamos que la dictadura del proletariado allá donde se inicie tendrá que atacar la base económica del capital, el trabajo asalariado. Sin ello, por obrero que se pretenda, el Estado a través de una burocracia termidoriana administrará el capital a través de la explotación frenética de un proletariado que se habrá levantado para nada. Y no nos digan que el socialismo es imposible en un solo país. No sólo lo sabemos, sino que este hecho innegable no está en contradicción con lo que defendemos. De hecho, un estado obrero no puede mantenerse en ningún caso si no estalla la revolución internacional, por lo que el socialismo no puede establecerse en un solo país, cualquiera que se la naturaleza de la revolución (política o social). Añadamos a esto que un poder sólo puede ser verdaderamente obrero si el proletariado actúa como una fuerza independiente contra cualquier fuerza que represente la explotación del hombre por el hombre, y por lo tanto contra el capitalismo como un sistema social. Como las condiciones objetivas para el comunismo están más que ampliamente presentes a escala mundial, no vemos qué más podría hacer un movimiento subversivo. Además, esta visión política de la revolución compartida por la extrema izquierda y la mayor parte de lo que se llama la ultraizquierda es una visión burguesa de la toma del poder. En efecto, la burguesía, que requería las riendas del Estado para afirmar su dominación, ya tenía en gran medida en sus manos el poder económico y cultural antes de su revolución y una masa explotable a su disposición. El proletariado no tiene nada de esto y su revolución difiere de las anteriores en que sólo puede tener como objeto la eliminación de su propio estado, las propias clases y la explotación.

La cuestión española

En la más pura tradición de la izquierda italiana, Jalón, si bien reconoce más claramente el combate de la clase obrera en España, niega el factor revolucionario de este movimiento. Como los dos artículos anteriores tratan ampliamente el tema: intentaremos no alinear los mismos argumentos, sino insistir un poco más en ciertos aspectos que están menos desarrollados allí.

Para entender a estos negadores de la revolución en España, hay que destacar desde el principio tres de sus prejuicios: el curso histórico hacia la guerra, su visión política de la revolución y la ausencia del Partido de clase.

De hecho, independientemente de lo que realmente ocurrió en España, creen que después de 1923 el proletariado fue derrotado en todo el mundo y que el curso histórico era hacia la guerra. Lo que ocurrió en España sería, por tanto, la premisa de la segunda carnicería mundial, en la que dos fuerzas capitalistas se enfrentaron y el proletariado sirvió de carne de cañón. La cita en Jalon de la revista Octobre (abril del 38) concuerda con esto, pero no prueba absolutamente nada por sí misma. Al tratarse de una guerra imperialista en España, el derrotismo revolucionario debe ser aplicado volviendo sus armas contra su propia burguesía. Pero ni la cita ni el artículo explican cómo lo que ocurrió en España fue desde el principio una guerra imperialista. Por el contrario, el artículo de Jalon reconoce la huelga insurreccional de masas inicial, aunque ésta haya sido desviado desde el principio y transformado en un enfrentamiento fratricida. No. camaradas de Jalón, una insurrección obrera espontánea que pulveriza en los 4/5 del país, el ejército, el clero, la falange, expropiando, colectivizando, no pueden ser considerados como un frente capitalista que se enfrentaría a otro frente capitalista, aunque muchas de las llamadas organizaciones obreras logren finalmente matar la revolución en España gracias a todo el peso del poder contrarrevolucionario de Moscú. No hubo revolución en España para la punta de lanza de la reacción (el PCE) que se esforzaba para proclamar metralleta en mano:

los que hablan de revolución son agentes de Franco; los expropiadores son ladrones; las milicias obreras son tribus salvajes; aquí no hay ni siquiera una guerra civil, sino una invasión de Hitler y Mussolini.

Es precisamente el gobierno stalinista de Negrín el que liquidará definitivamente la revolución, un trabajo que fue iniciado en gran parte, seamos justos, por el gobierno de Largo Caballero. Este último, con el apoyo de la CNT y el POUM, inició la destrucción o sumisión de los comités de gobierno, el desarme de las masas, la expropiación del proletariado a través de la nacionalización, la reconstitución de los cuerpos coercitivos y los tribunales capitalistas, la reconstitución del antiguo ejército. Si tenían que hacer todo esto antes de permitir la victoria de la soldadesca franquista, era porque algo diferente a una guerra imperialista había ocurrido sobre el suelo español, ¡por Dios! La Segunda Guerra Mundial, que en realidad se estaba preparando, sólo tuvo lugar tras el aplastamiento de una revolución emergente que podría haber encendido al proletariado europeo y mundial en caso de una victoria completa y evitando así la guerra.

Pero, y llegamos al segundo prejuicio, ya que no hay una toma centralizada del poder por parte del proletariado, no ha habido una revolución en España. Si bien es cierto que no hubo centralización del poder, sí hubo poder obrero. Antes de que el movimiento proletario en España recibiera el golpe decisivo tras las jornadas de mayo de 1937 en Barcelona, todo pasaba por las milicias y los comités de gobierno. La antigua autoridad (Generalitat) que no fue formalmente destruida por la estupidez anarquizante lo fue virtualmente. Este fracaso en lograr la victoria de los trabajadores permitirá, en efecto, la reconstitución del estado capitalista y la aniquilación completa de la revolución. Nunca lo hemos negado. Pero para que pueda ser reconstruido, debe haber sido destruido antes. La derrota del proletariado en España afirma definitivamente la necesidad imperiosa de la dictadura del proletariado sin ningún tipo de matiz. Pero esto no puede en modo alguno eclipsar o eliminar los logros sociales del proletariado que invalidan o superan lo que se había logrado durante la revolución en Rusia (véanse los dos artículos anteriores).

Ahora llegamos al último prejuicio. En España no había partido de clase ni programa de revolución. Pero hubo una clase que atacó la base misma de su explotación después hacer encallar mediante su insurrección (no organizada por el Frente Popular dispuesto a capitular) el pronunciamiento de Mola/Franco. Cuando la clase demuestra en la práctica de lo que es capaz, los partidarios del partido deus ex machina, probablemente demasiado acostumbrados a pesar de sus declaraciones, a una clase objeto, o bien no reconocen a la clase como sujeto de la historia, o bien inventan justificaciones para minimizar lo que es extremadamente prometedor para el futuro. No podemos olvidar que a pesar de la derrota el proletariado en España supera (1936) y luego lucha (1937) contra todas las organizaciones que dicen representarlo. Jalón, sin embargo, reconoce la heroica lucha de los trabajadores de Barcelona que fueron capaces de trazar una línea de clase contra la CNT/FAI, el POUM y el PC. Reconocer esto es reconocer la profundidad social del movimiento obrero en España que, por llevar a cabo una revolución, encontró frente a él a quienes precisamente querían evitarla. Cuando los trabajadores fueron a luchar en el frente lo hicieron con entusiasmo y en nombre del socialismo, por lo que antes de la militarización capitalista de las milicias, el stalinismo lanzó su campaña primero la guerra después de la revolución. Y no estamos hablando de la confusión introducida por Durruti cuando proclamó renunciamos a todo menos a la victoria. El hecho de que la revolución haya fracasado no es razón para negarlo. El hecho de que el movimiento inicialmente revolucionario fuera desviado, después de aplastado, en una lucha antifascista no disminuye su importancia real. Por lo que sabemos, ninguna revolución proletaria ha vencido todavía, de lo contrario se habría extendido y no estaríamos donde estamos ahora. El hecho de que Marx estuviera convencido de la derrota de la Comuna no significa que negara su carácter revolucionario. Además, aunque escéptico, la apoyó con todas sus fuerzas desde Londres, donde residía.

La crisis económica, la consciencia revolucionaria

Decís .... negarse a apoyar la visión de la decadencia sobre la crisis es un pathos y no un análisis marxista de la situación. Para no extender este artículo innecesariamente (véase progresividad, decadencia, condiciones objetivas en este mismo número) hacemos una simple observación. Para Jalón y para R.I. [CCI], de donde proviene (¡por qué no están juntos, misterio!), el sistema capitalista ha sido decadente desde 1914. La decadencia está irrevocablemente ligada a la crisis económica de la sobreproducción, ¿cómo explican el gigantesco crecimiento de las fuerzas productivas, por ejemplo, después de la Segunda Guerra Mundial? ¿Estaba el capitalismo volviéndose progresista de nuevo? Vacaciones pagadas, seguridad social, etc.... ¿no son reformas otorgadas por un capitalismo que tenía la posibilidad material de hacerlo? El sistema capitalista está en decadencia porque ya no podría conceder nada, dado el sombrío estado de su economía. Esta es una concepción estrecha y estática de la decadencia. Si el capitalismo cede ante un movimiento importante es porque tiene la posibilidad de hacerlo, pero lo hace para evitar la revolución que lo expropiaría.

Esto es lo que hizo el poder reaccionario frentepopulista en Francia en el año 36. Y eso es lo que el capitalismo podrá hacer mañana si es necesario. Sin ser fariseos os devolvemos el silogismo, ¡gracias y de nada!

Esta famosa crisis económica, saludada frenéticamente en la época en que Jalon todavía estaba en RI, es milagrosa. Puede producir guerra, puede producir revolución. Lo que es más: restaura la memoria a generaciones que aún no habían nacido en el momento de los acontecimientos que se supone que deben recordar. Porque finalmente, Jalon, no iréis a decir que las minorías revolucionarias son lo suficientemente poderosas como para pesar sobre la conciencia de los trabajadores de hoy. Sin embargo, para el marxismo sólo las minorías se apropian de la historia del movimiento obrero. Como defensores asiduos del Partido de la clase, deberíais saber eso. Desgraciadamente, este partido de clase se esconde tan bien detrás de la crisis económica que nadie puede verlo. Por lo tanto, seguimos creyendo, no se ofusquen, que el proletariado todavía es excesivamente ignorante de su propio pasado de clase revolucionaria. Los partidos y sindicatos que conocen tan bien como nosotros siguen encargándose de éso con éxito. Pero nunca hemos estipulado que siempre será así. El proletariado no está muerto y su potencial revolucionario se afirmará a medida que se desmoronen los pilares de la contrarrevolución. Contribuiremos apasionadamente a su desintegración. En gran medida, la lucha interimperialista entre las dos grandes potencias está ayudando inadvertidamente a exponer la mentira socialista de los países del Este. Esto es un hecho muy importante, sobre todo porque se suma a la lucha que el proletariado ha llevado a cabo recientemente en Polonia, a pesar de sus evidentes limitaciones.

Guerra o revolución es una constatación que siempre hemos hecho sin sugerir nunca que habría una tercera vía, la del triunfo de un capitalismo de estado libre de las contradicciones inherentes al sistema, incluida la crisis económica. Decir que habrá una guerra mundial por falta de revolución no especifica el momento exacto en que sucederá. Mientras tanto, el capitalismo sobrevive y se ve obligado a concentrarse y centralizarse. Eso es todo lo que decimos.

Retomar la frase de Trotski: la crisis de la humanidad se resumen a la crisis de la dirección revolucionaria del proletariado no es una visión voluntarista del Partido. El partido, y la revolución, son en realidad el resultado de la actividad histórica de la clase que los segrega a ambos. Pero nos guste o no, ciertas organizaciones influyen en ciertos momentos más que otros sobre la clase en su conjunto. Lo que ésta o éstas organizaciones promuevan es de suma importancia. La evidencia histórica de esto es obvia. Cuando alguien habla de la revolución rusa (todas las tendencias combinadas, adoradores y detractores) lo que hicieron Trotski, Lenin se pone por delante hasta el punto de que uno podría preguntarse dónde está la clase que los empujó al poder en todas estas manifestaciones. Los errores de Trotski permitieron, hasta cierto punto, sólo la degeneración de la IVª Internacional. Y así sucesivamente. Por otro lado, las experiencias son útiles para algo, cuando hablamos de dirección revolucionaria no pensamos en un aparato cuya función de derecho divino sería dirigir una clase de objetos incapaz de pensar por sí misma. La confianza del proletariado no puede decretarse, hay que ganársela. Además, la falta de perspectivas (dirección) claras ha permitido la consolidación del stalinismo, la victoria del capitalismo y, en consecuencia, el aplastamiento del proletariado, mientras que las condiciones objetivas estaban y están suficientemente maduras para abrir el camino a la sociedad comunista.

La Cuarta Internacional, la Izquierda Comunista Internacionalista

Trotski nunca ha defendido sino criticado al Frente Popular, ni en España ni en ningún otro lugar. Su correspondencia lo atestigua por sí sola, y cuando Andrade (firmante poumista del frente popular) envió uno de sus libros dedicados a su maestro (éso decía él) Trotski, éste respondió que nunca había enseñado la traición política a nadie.

Después de haber afirmado el 22 de abril del 36 que la revolución socialista se haría en el curso de una lucha implacable contra la revolución democrática, Trotski 16 meses después habría dicho, según vosotros, que en la guerra civil española la cuestión es la democracia o el fascismo. ¿Cuál es vuestra fuente? Por nuestra parte publicamos aquí algunos extractos de Lecciones de España escritas en Diciembre 37 (en L. Trotski, escritos 1928-1940, Tomo III página 546, ed IV Internationale Abril 59)

Las condiciones de la victoria

  1. Los combatientes del ejército revolucionario deben ser plenamente conscientes de que están luchando por su completa emancipación social y no por la restauración de la antigua forma (democrática) de explotación.

  2. Lo mismo deben entender los obreros y campesinos tanto en la retaguardia del ejército revolucionario como en la retaguardia del ejército enemigo.

  3. La propaganda en su propio frente, en el frente del adversario y detrás de ambos ejércitos, debe estar completamente impregnada del espíritu de la revolución social, las consigna«primero la victoria, luego las reformas» es la fórmula de los opresores y explotadores, desde los reyes bíblicos hasta Stalin.

  4. Los enemigos de la revolución socialista, es decir, los elementos explotadores y sus agentes, deben ser expulsados sin piedad del ejército revolucionario, aunque se cubran con la máscara de «demócrata», «socialista» o «anarquista».

Sólo el entrismo en los partidos socialdemócratas (que podría examinarse caso por caso) estáis en lo correcto, pero habría sido necesario explicarlo combatiendo el tacticismo de Trotski. Lo único que decimos es que como fuerza internacional la Cuarta, si no hubiera capitulado lamentablemente a la guerra mundial, cosa que Trotski jamás preconizó a pesar de sus enormes errores políticos (véase el programa de transición), podría haber rectificado sus posiciones erróneas y haberse establecido como una fuerza revolucionaria internacional. Sin embargo, no somos defensores incondicionales de Trotski, al contrario. Los iniciadores de nuestra tendencia pusieron en cuestión muy pronto el programa de transición de la IVª, y durante el movimiento en España la concepción de la revolución permanente que Trotski quería aplicar. No defendemos más la actitud de la IIIª Internacional hacia la izquierda germano-holandesa que la actitud de Trotski frente a la izquierda comunista internacional.

En efecto, a pesar de los graves errores (frente único sindical, considerarse durante demasiado tiempo como una fracción del PC italiano, considerando a los PC como partidos oportunistas, etc.), la fracción italiana desarrolló posiciones claras y decididas, en particular sobre la guerra, el derrotismo y los frentes antifascistas.

No hemos podido desarrollar plenamente todos los temas que Jalon ha abordado. Sin embargo, muchos de ellos, además de los muchos textos existentes, se tratarán de nuevo en nuestras futuras publicaciones.

Otros grupos vinculados o cercanos a las posiciones de izquierda italiana

Respuesta a Emancipación Obrera (1987)

El sistema capitalista existe en todas partes del mundo, tanto en los llamados países desarrollados como en los subdesarrollados. Es básicamente la misma relación de producción la que hoy rige la explotación del hombre por el hombre, basada en el trabajo asalariado y en la ley del valor (¡aunque hay tribus en algunos lugares!). Es un único mundo (con las particularidades que existen en sus diferentes zonas), el del capital, que ya no tiene razón de ser, y que por lo tanto merece el mismo destino en todas partes: su destrucción por la revolución proletaria mundial.

El surgimiento de grupos que orientan su teoría y práctica hacia esta única solución es muy importante, especialmente cuando se encuentran en áreas geográficas donde las mistificaciones de las distintas fracciones capitalistas mantienen su peso reaccionario más concretamente (patriotismo, nacionalismo, antiimperialismo, tercermundismo, guerrillerismo, etc.).

Por eso, y a pesar de las diferencias que tenemos, queremos saludarlos fraternalmente, y ¡esperamos que los vampiros que chupan plusvalía encuentren que cada vez hay más proletarios que quieren dejar de serlo desde una perspectiva clasista revolucionaria!

Ahora vayamos al grano. Sin entrar en detalles, su propuesta, o más exactamente, el espíritu que impulsa su propuesta, muestra su deseo de avanzar, su voluntad de coordinar en la práctica los esfuerzos de los internacionalistas que actúan de manera demasiado aislada en todo el mundo, de romper sin medias tintas con el sectarismo y el espíritu de capilla... La intención es buena, y visto de esta manera nadie debería oponerse a tal propuesta. Mejor aún, que sepamos, ningún grupo (tendencia u organización) reclama el título de sectario. Sin embargo, estas mismas organizaciones, en la mayoría de los casos, siguen actuando por separado, incluso en lugares donde podrían actuar juntas sin ninguna dificultad práctica. Creemos que esta situación no se debe sólo a la mala voluntad o al fanatismo. Recientemente ha habido intentos similares, especialmente aquellos impulsados principalmente por la CCI y Battaglia Comunista a través de las conferencias internacionales de las que asumimos que han oído hablar. El hecho de que haya habido intentos no hace que el suyo sea menos importante. Lo que queremos subrayar es que el fracaso se debe a razones políticas. No podemos ni debemos ocultar esto. Después de este fracaso (que habíamos predicho, pero éso no es lo más importante) no tenemos ni idea de cómo todos estos grupos (entre ellos el nuestro) podrían en la situación actual responder positivamente a su propuesta en su totalidad. Por favor, compréndanos. Cuando hablamos de razones políticas, nos referimos a las posiciones fundamentales que hoy defienden los que dicen ser revolucionarios. Porque es obvio que en la misma organización, aunque ésta tenga una visión global precisa de la historia del movimiento obrero, pueden existir matices así como por parte de sus militantes un conocimiento más o menos profundo de las caracterizaciones puntuales sobre la primera, segunda, tercera internacional, oposiciones de izquierda, fracciones, IVª inicial...). Cuando decimos razones políticas nos referimos a los siguientes puntos principales:

¿CUÁLES SON LAS TAREAS GLOBALES QUE LA CLASE PROLETARIA EN GENERAL Y SU(S) VANGUARDIA(S) REVOLUCIONARIA(S) DEBEN ASUMIR TANTO EN LA LUCHA INMEDIATA COMO EN PLENA REVOLUCIÓN?

Sobre esto hay profundos desacuerdos entre grupos, organizaciones, tendencias, corrientes y militantes revolucionarios. Es decir, además de los puntos que usted afirma (independientemente de cómo estén redactados aquí) en a quién estamos dirigiendo esta propuesta... con los que podemos estar de acuerdo en términos generales, hay dos puntos esenciales para que nosotros, como organización, promovamos una práctica común organizada entre los distintos grupos.

¿Revolución política o Revolución social?

La única solución revolucionaria hoy en día es la revolución proletaria en todo el mundo. Pero ésta, donde surja, debe ser directamente socialista; por lo tanto, debe atacar de inmediato las relaciones capitalistas de producción y, en consecuencia, hacer que el trabajo asalariado se reduzca a polvo lo antes posible en la perspectiva de la mundialización de esta misma revolución.

Este punto, sobre el que no queremos transigir (lo que no tiene nada que ver con el sectarismo) causa en la gran mayoría de los grupos que podrían estar de acuerdo con sus puntos una terrible furia al acusarnos (¡por supuesto, amablemente!) de bujarinistas e incluso de stalinistas, como si quisiéramos el socialismo en un solo país (e incluso esta analogía sobre este punto es falsa, porque por lo que sabemos, Stalin nunca defendió, una vez en el poder, el socialismo en ninguna parte). De todos modos, incluso si lo quisiéramos, es imposible porque el movimiento comunista es anacional por definición. Uno de sus aspectos es la destrucción de las fronteras. En cuanto a Stalin, cuando habló de socialismo en un solo país sólo estaba consolidando el capitalismo de estado como producto empírico del fracaso de la tentativa de revolución mundial en Rusia.

También estamos a favor de la creación de un Partido Comunista Mundial, pero afirmamos que sólo merecerá este título si defiende prácticamente, dondequiera que esté, la tarea social de la revolución, sea cual sea la ubicación geográfica en la que surja el movimiento. Hoy estamos cautelosos, ya que las condiciones materiales objetivas para el triunfo de la sociedad comunista están ampliamente presentes, de aquellos que, como el CCI y el BIPR, hablan del poder internacional de los consejos obreros (ya sea que el Partido esté en el frente, detrás o en el medio, no importa aquí) sin especificar las medidas directamente socialistas de la revolución, medidas que precisamente impiden que el estado postrevolucionario sea dueño de los medios de producción a expensas de la clase obrera.

En resumen, no basta con hablar de revolución proletaria si no especificamos su naturaleza directamente socialista. Al menos los revolucionarios del pasado, estemos de acuerdo con ellos o no, especificaron claramente la política que querían impartir (revolución democrática, Tesis de Abril, revolución permanente...). La dictadura del proletariado sólo puede atacar hoy al trabajo asalariada, de lo contrario habrá una dictadura del capital.

Luchas inmediatas

Las tareas de los revolucionarios en las luchas inmediatas deben estar directamente relacionadas con el primer punto mencionado, ya que no se trata de desarrollar, no importa en qué forma (poder burgués, colaboracionista, proletario) el capitalismo, sino de destruirlo en todas partes. Ya no hay ninguna posibilidad de llevar a cabo tareas democrático-burguesas sobre la superficie de la Tierra. Pero debido al muy bajo nivel de consciencia revolucionaria dentro de nuestra clase, principalmente debido a la contrarrevolución capitalista de estado (pilar de la contrarrevolución en el mundo) y no a la prosperidad o crisis económica del capital, los revolucionarios siguen estando contracorriente. Es decir, las ideas dominantes son las ideas de la clase dominante (capitalismo global sin importar sus fracciones, en el poder o en la oposición). Por eso, como partido más consciente y decidido, no podemos aceptar la sonrisa en nuestros rostros ante cualquier acción de nuestra clase por el simple hecho de que se haya movido. Por supuesto, es cuando se mueve que es más capaz de transformarse en una clase revolucionaria, pero es precisamente entonces cuando la acción revolucionaria de las minorías se hace más importante. Si bien es cierto que debemos llamar a la autoorganización, a la extensión de las luchas, también debemos, como proletarios comunistas, contribuir a dar contenido político a estas luchas. La unificación de las luchas inmediatas no puede dejarse a la simple espontaneidad de las masas, ni puede lograrse proclamando su simple necesidad. Por eso, Fomento Obrero Revolucionario escribió en su Pro Segundo Manifiesto Comunista un capítulo (el último) sobre las tareas de nuestro tiempo en el que trata de establecer los ejes fundamentales que permitan actuar a la clase en su conjunto y a los revolucionarios, tratando de dar respuesta a todos y cada uno de los principales problemas a nivel político, organizativo, económico y social). Estas propuestas son acusadas por casi todas las organizaciones que conocemos de ser un programa de transición (en su sentido trotskista), mientras que todas ellas aceptan (¡ante la clase, sin duda, debemos arrodillarnos!) casi siempre una limitada lucha de protesta en el marco del capital, y que por lo tanto no apunta a la base misma de la explotación del hombre por el hombre. Hoy en día, incluso las huelgas que inicialmente escapan a la estructura sindical, casi siempre mantienen el atavismo de una orientación sindicalista. Para nosotros, en todos los movimientos de la clase, y con más fuerza y energía en los movimientos masivos como en Inglaterra y Bélgica recientemente, debemos poner por delante: No a los despidos, menos trabajo y más salarios reales, incorporación de los desempleados a la producción. Abajo con los sindicatos. Organización independiente de clase.

Este es el comienzo de la verdadera solidaridad de clase y, al mismo tiempo, la posibilidad concreta de aplastar el sistema mercantil capitalista. De lo contrario, cualquier acción de los trabajadores será fácilmente supervisada y dirigida por los sindicatos, organizaciones indispensables para el mantenimiento de la explotación salarial (como intermediarios o directamente como administradores del capital).

Compañeros, estos dos puntos, entre otras cosas porque todo está ligado, nos impiden tener una práctica común organizada con las organizaciones que consideramos revolucionarias a pesar de estas diferencias. ¡Y no estamos hablando de las que tienen entre ellos! Lo hemos mencionado para que puedan ver la situación real que existe entre las tendencias revolucionarias que más tarde conocerán mejor.

Dicho esto, no nos quedamos en un círculo cerrado para destilar la teoría comunista. No tenemos la estúpida pretensión de representar en solitario al Partido Revolucionario, que es tan necesario para el triunfo del comunismo. Sin embargo, lo que es seguro es que creemos en nuestras ideas y en nuestra práctica. Es a través de la confrontación en las luchas de su praxis que las organizaciones existentes avanzarán, porque creemos en la relación dialéctica entre todo el proletariado y su vanguardia.

La situación actual (que no consideramos como un empuje cualitativo y cuantitativo de la lucha de clases y su consciencia) no facilita las cosas. Sin embargo, los revolucionarios son un factor decisivo en su transformación. Hay que denunciar y atacar a todas las fuerzas que se dicen obreras y que realmente defienden este sistema podrido (PC, PS, trotskistas, sindicalistas), es cierto que muchas organizaciones, quizás todas ellas, a las que han enviado la propuesta están tratando de hacerlo. Pero ahora, debido a los problemas mencionados anteriormente, sólo podemos hacer lo que K. Liebknecht dijo una vez: golpeen juntos, caminen por separado. No tiene sentido apresurarse, lo que es esencial es el resultado positivo que todos queremos. Incluso golpear juntos se hace hoy en día por separado debido a las diferencias en la forma de golpear.

Por último, no queremos darles la impresión de que no queremos avanzar hacia la unificación de las fuerzas revolucionarias. Los debates sobre la situación actual de la lucha de clases, cuando no son repetitivos (los grupos se conocen desde hace mucho tiempo) y no versan sobre los participantes, son necesarios. Es necesario que los revolucionarios se informen entre sí sobre las luchas, huelgas, actitudes y acciones de su clase allá donde ocurren. En este sentido, es cierto que queda mucho por hacer ahora y siempre ha sido así. En la medida de nuestras fuerzas, lo haremos con ustedes y con otros cuando tengamos información directa que nadie más conozca.

Bueno, no vamos a extender demasiado este primer intercambio de ideas ya que no podemos decir todo de una vez. Por cierto, les hemos enviado una primera selección de nuestro material en español. Cuando lo reciban, hágannoslo saber pronto. Si ustedes tienen publicaciones , nos gustaría tenerlas, la única manera de conocerles mejor por el momento, ya que es difícil para nosotros llegar tan lejos.

Esperando recibir una respuesta, reciban nuestros saludos comunistas.

F.O.R (Alarme) F.O.R (Alarma)

P.D. Sabemos que tuvieron problemas con los trotskistas argentinos. Aparte de la denuncia que podemos hacer frente a tal acción, la mejor solidaridad práctica (dada la distancia que nos separa) sigue siendo la de decirles que los revolucionarios tienen los mismos problemas en todas partes. El equilibrio de poder les es favorable por el momento. Contribuimos y contribuiremos a que sea diferente, los denunciamos y los denunciamos sin pausa.

Apéndice: correspondencia

Seis cartas a Damen

París, 21 de enero de 1962

Querido compañero Damen,

Natalia está muy enferma y no le quedan más que unos días. Tenemos intención de publicar en Francia su última declaración7, la que habéis distribuido en Italia (ya hemos recibido los ejemplares que nos mandasteis). Querríamos distribuir esta declaración apelando a la responsabilidad de grupos revolucionarios de más países. Contamos con la firma del grupo francés Spartacus y por supuesto con la de Fomento Obrero Revolucionario. Esperamos vuestra firma, por telegrama en la dirección indicada al final de esta carta.

Esperamos obtener la firma de un grupo inglés y de un grupo surrealista o al menos, el de André Breton. Por otra parte, ciertamente Rosmer firmará, pero en este momento su mujer también está muriendo.

Esperamos vuestra respuesta para poder imprimir las declaraciones de Natalia en nuestro nombre, el vuestro y el de Spartacus, así como el de todos los grupos que puedan estar de acuerdo con los tres puntos de ésta declaración.

Te pedimos que respondas inmediatamente por telegrama a dos preguntas:

  1. ¿Estás de acuerdo con que se distribuya en Francia la declaración de Natalia en nombre de Fomento Obrero Revolucionario, Partido Comunista Internacionalista (Italia) y Spartacus?
  2. ¿Puedes enviar un representante de vuestro grupo para hablar en la incineración de Natalia?

Si crees que deberíamos invitar al grupo de Raimondi8, estamos de acuerdo.

Hacemos esto para evitar que la IVª Internacional no acapare a Natalia y aproveche su muerte para decir que ella fue su militante. No les gustó en absoluto la declaración que os enviamos y que habéis impreso.

Muy amistosamente,

Por el FOR, G. Munis

París, 25 de enero de 1962

Querido compañero Damen,

Ya he recibido tu telegrama y respondido de inmediato por la misma vía. Las cosas se presentan de tal manera para la incineración de Natalia (organizada por Frank y compañía) que será, creo, difícil si no imposible hablar, a menos que hagamos un escándalo en el lugar mismo de la ceremonia (el cementerio de Père Lachaise), que hay que evitar.

Por otro lado, las primeras noticias dadas por la prensa están relativamente bien; dicen claramente que ella había roto con la IVª Internacional, y hasta el momento ésta no ha hecho nada por presentar a Natalia como partidaria de su política. De todas maneras contamos con difundir su carta de ruptura con la IVª Internacional en 19489 con el comentario injurioso que le hizo en la misma época y en fotocopia, la rectificación a la entrevista de France Soir que distribuisteis y de la que tengo un ejemplar firmado. No nos limitaremos a ayudar: distribuido por Grupo Spartacus (Francia), Partito Communista Internazionalista (Italia) y Fomento (España).

El artículo te será enviado en cuanto encontremos tiempo para hacer una copia. No será mucho.

Tuyo,

G. Munis

PS. Envía toda la correspondencia a la misma dirección del telegrama

París, 4 de marzo de 1962

Querido compañero Damen,

Te hemos enviado cincuenta ejemplares del documento Hoy como ayer que habría que dar a conocer lo máximo posible, tanto entre los intelectuales como en el movimiento obrero. Supongo que Maitan y su gente querrán sacar partido de las circunstancias de la muerte de Natalia, como Pierre Frank ha hecho aquí. El documento les hace reconocerse en su propia mugre. Si necesitas un número mayor de ejemplares dímelo. Te envié también dos fotos donde puedes ver la bandera depositada en nombre de nuestros tres grupos (una desgraciadamente afeada por Maitan) y el artículo Imperialismo e independencia nacional. ¿Recibiste todo bien?

Lamento mucho que este artículo no apareza en la edición francesa de Prometeo, sobre todo habiendo sido dada la posición de Raya10 sobre este problema, sin hablar de la extensión que su literatura ha obtenido. Es nuestra culpa, dirás. Es verdad, a pesar de la excusa de mi situación, siempre inestable desde todos los puntos de vista11. En cualquier caso, si me hubieras avisado hace dos meses del avance de la publicación de la revista, no hubiera dejado de enviarte material. Si quieres publicar ese artículo en Battaglia envíame la traducción para evitar que pase lo que con el artículo sobre China.

Sobre Lebel, los compañeros de Spartacus te han respondido. Yo también creo que no merece ninguna confianza. Hemos hecho numerosas tentativas de trabajar con él, todas negativas. Lo que dice y lo que hace son dos cosas muy diferentes. Es demasiado jovial y le encanta ser amigo de todo el mundo. Está en todos lados: en Socialismo o Barbarie, con Lambert (La Verité), con los anarquistas de Noir et Rouge, con los stalinistaas de France-Observateur, etc. Recientemente sintió la necesidad de ir a Cuba, donde debe haber visto algo parecido a una revolución. En pocas palabras, es imposible para los compañeros franceses y para nosotros darle ningún crédito. Eso no quiere decir que vaya a escaquearse de la exposición, pero habría que hablar de ello más concretamente con los compañeros franceses. Por mi parte, ayudaré en la medida de mis posibilidades. Vivo muy aislado del mundo pictórico pero no seré inútil12.

Por el momento, lo más importante, que facilitaría todo, es tu viaje a París. Dinos sin tardanza en qué fecha piensas venir, de cuánto tiempo dispondrás, si cuentas con encontrarte con otros grupos además de nosotros y Spartacus. Por nuestra parte preferiríamos que estuvieras allí al menos un fin de semana. Todo el mundo podría estar presente en las reuniones y las discusiones, resultarían, espero, fructíferas. Sus temas deberían ser seleccionados cuidadosamente. No podremos, ciertamente, agotar todos los temas, pero creemos que habría que debatir el problema de los sindicatos, la naturaleza del partido y de la dictadura del proletariado y a fin de cuentas, nuestro derrotismo revolucionario en la época actual. Naturalmente esperamos tus sugerencias y evidentemente estamos dispuestos a discutir todo lo que consideréis indispensable.

Adjunto una Declaración por la Verdad sobre los crímenes de Stalin. Entre las firmas que encontrarás al final, las de Rosmer y Berton han estado incluidas sin que ellos tuvieran conocimiento del documento. Solo dieron su acuerdo de principio para la constitución de una comisión así. Hablé con Rosmer poco después de la reunión del 21 de diciembre de la que sale esta declaración. No había asistido y no tenía conocimiento en aquel momento. Le hice partícipe de mis objeciones, así como de nuestra intención de responder públicamente, proponiendo como base de toda investigación sobre los címenes de Stalin la última declaración escrita por Natalia. El encontró que esta era una base muy buena. Después, por desgracia, no he podido volverle a ver. Su mujer murió dos días antes de Natalia y él, naturalmente, ha caído en la más profunda de las penas, su edad no ayuda en absoluto (85 años) y su salud está lejos de ser perfecta. Habría que añadir que estaba sobre todo avergonzado de haber firmado con estos señores. La razón de este embarazo es que muchos de ellos han sido totalmente stalinistas hasta que Khrouchtchev les dijo que Stalin había sido un mal chico; del Reverendo Padre no se habla, dejémosle rezar.

Nuestra respuesta, adjunta a esta carta, espera para ser enviada a la prensa a que sepamos si quieres firmarla también con el grupo español y el francés. Estaría muy bien firmar juntos este documento. Te pido una respuesta a vuelta de correo diciendo si estás de acuerdo o no. Las únicas modificaciones que tenemos en perspectiva conciernen al estilo.

Te pedimos que nos hagas llegar todos los artículos que conozcas que hayan sido publicados en Italia, especialmente los de la IVª, con ocasión de la muerte de Natalia.

No recibimos todavía el paquete con los últimos números de Prometeo.

Tuyo,

G. Munis.

¿Vienes tu solo? Habría que saberlo para prever tu alojamiento. Amistosamente. Arlette

París, 10 de abril de 1962

Querido Damen,

Hemos esperado todavía 48 horas antes de publicar la respuesta a la Comisión por la Verdad sobre los crímenes de Stalin, después de mi telefonazo. El telegrama prometido por Dora no llegó e hicimos publicar el texto sin vuestra firma. Después llegó tu carta fechada el día 15 en la que resulta que hay una incomprensión por tu parte sobre la naturaleza de éste documento. El punto 3 de la última declaración de Natalia debería ser suficiente para evitar este equívoco. Por otra parte el texto es bastante explícito como para comprender que no se trata en absoluto de adherir al Comité. De todas maneras, es reprochable que tu respuesta no haya sido más rápida.

Para la conferencia, aceptada desde mi primera carta, hemos reservado una pequeña sala para la tarde del los días 22 y 23; no sabes si nos será posible alquilar también el día antes, pero eso no nos impedirá reunirnos entonces si es necesario. Vuestro orden del día tiene, desde mi punto de vista, el inconveniente de ser demasiado largo; nos pondremos de acuerdo sobre este tema a vuestra llegada. De acuerdo con que se unan Raimondi y los ingleses si quieren venir.

La dirección del lugar de reunión es 54 Boulevard Garibaldi, en el 15º distrito; Metro Segur o Sèvres-Lecourbe. La sala de reunión está en la planta baja según se entra a la izquierda. El encuentro es a las 14:30hh. Pero lo mejor es que os esperemos en la estación. Avísame de la hora de llegada de vuestro tren, o bien telefonéame cuando llegues a París a BAGàtelle 43-16. Este número de teléfono es el de la dirección a la que has escrito hasta ahora y donde yo vivo. Puedes venir también directamente a esta dirección. (Para marcar el número de teléfono en el dial en París, hace falta hacer las tres primeras letras, y después las cuatro cifras)

Hasta pronto, muy amistosamente,

G. Munis

Paris, 11 de abril de 1962

Querido compañero Damen,

Recibo tu carta sin fecha y respondo solo por darte seguridad. Ya te dije en cada una de mis cartas anteriores que aceptamos la fecha de la conferencia que deseáis así como vuestro orden del día si el nuestro os parece insuficiente. Sobre los invitados, creemos que la presencia de Raya o de uno de sus representantes tiene el riesgo de volver las discusiones muy confusas. Pero lo aceptamos igualmente dado que así lo deseáis.

Esperamos una carta tuya precisándonos el día y la hora de vuestra llegada a París. De todas maneras te insisto que puedes venir directamente a la dirección a la que has escrito (yo vivo ahí); Metro Porte de Saint Cloud, calle C.T., 6º piso, el nombre está sobre la puerta. Puedes también telefonear a BAGatelle, 43-16.

Dinos si prefieres que te vayamos a buscar a la estación.

Amistosamente,

G. Munis.

París 30 de octubre de 1963

Querido compañero Damen,

Te agradezco de nuevo la invitación a asistir a vuestro próximo congreso en representación de FOR. Sería, en efecto, una excelente oportunidad de conocernos ideológicamente y de dar algunos pasos hacia una futura organización revolucionaria mundial. Por desgracia yo me encuentro en la imposibilidad material de asistir al Congreso. Lo lamento vivamente y me limito a enviarte el mensaje adjunto.

En una de mis últimas cartas, que han quedado sin respuesta, te informo de la ruptura con el grupo Spartacus. Front Noir se ha constituido, a mi saber, por uno de los tres o cuatro miembros que se designaban bajo el nombre Spartacus, los otros habían roto con él. La firma de FOR en un artículo de Front Noir no significa la adhesión de los compañeros que la han prestado; el folleto fue publicado antes de la existencia de Front Noir.

Por nuestra parte, no queremos saber nada de Front Noir. Hemos perdido mucho tiempo con su inspirador y no cometeremos el mismo error. Está lejos de ser serio; preocupaciones que no son la formación de un partido y la revolución dominan a Louis Janover, que, dos días antes de la reunión a la que asististe en París, se desinteresó y se fue al campo. No conseguirás otra cosa que perder tu tiempo y se aprovechará de ti. Pero es cosa tuya, evidentemente.

Espero que el futuro de la correspondencia sea más regular y que no tarde en presentarse otra ocasión para encontrarnos.

Fraternalmente,

G. Munis.

29 de octubre de 1963

Al tercer Congreso del Partito Comunista Internazionalista, Milano - Italia

Saludamos fraternalmente en vuestro congreso un acontecimiento importante para la formación y el avance de la vanguardia revolucionaria en Italia.

Tras 40 años de derrotas proletarias en todo el mundo, provocadas por una contrarrevolución stalinista que todavía usurpa el título de comunista, tras la falsificación sistemática del marxismo practicada por esa misma contrarrevolución en escala y con recursos gigantescos, que ha transformado los antiguos partidos comunistas en presidios ideológicos y orgánicos del proletariado, sobre los grupos de vanguardia revolucionaria recae la dura responsabilidad de reconstituir la ideología que permitirá a los explotados recuperar la iniciativa, organizarse y lanzarse a desbaratar el capitalismo, hoy representado por Rusia tanto como por Estados Unidos.

La fuerza enorme de esos dos jefes de la contrarrevolución mundial procede de la debilidad del proletariado, que se resume, a su vez en la de su vanguardia ideológica. Y ninguna potencia puede cambiar esa situación, si no es la potencia de la ideología revolucionaria. Imperio ruso e imperio americano se hundirán como castillos de naipes ante una acometida mundial de los explotados, y aun antes que ellos sus despreciables imitadores a la Pekín o a la Belgrado.

La primera condición para que el proletariado halle de nuevo su epicentro ideológico es que los revolucionarios sepamos revigorizar el pensamiento insurgente, renunciando a todo, incluso a antiguas y caras, pero ya inservibles, ideas; a todo menos a la revolución proletaria mundial. Tal es, también, la base más inconmovible del marxismo como dialéctica del devenir humano.

Confiamos ardientemente en que vuestro congreso será un paso importante en tal sentido.

Recibid, queridos camaradas, militantes todos del PCI, el saludo caluroso de nosotros, los revolucionarios españoles, en estos momentos en que aun dura la admirable lucha de los trabajadores asturianos y leoneses, que apunta, más allá de la caída de Franco, a la toma del poder, de las armas y de la economía.

¡Viva la revolución proletaria italiana! ¡Viva la revolución mundial!

Por Fomento Obrero Revolucionario Núcleo M. G. Munis.


  1. Título de una novela de Wells, en la cual el mundo entero ha venido a ser propiedad de un solo individuo que vive en la catalepsis durante siglos. Gimiendo bajo una burocracia que en su nombre esquilma y reprime, los pobres de bienes y espíritu exhalan su esperanza Cuando despierte el durmiente

  2. Ver Alarme nº5 Organización y actividad revolucionaria, 1979 

  3. 8º Congrés du CCI - Revue internationale nº 59, 4°Trim 1989 

  4. Véase nuestro artículo Dos verificaciones negativas, en L'arme de la critique nº2. 

  5. Véase el folleto Organización y consciencia de clase 

  6. Sobre España véase Reafirmación 

  7. Se refiere a la carta del 9 de noviembre de 1961 de Natalia Sedova al director del diario France Soir. La carta dice: «En la entrevista realizada por el Sr. Michel Gordey y publicada en France-Soir el lunes 7 de noviembre, se dice en el segundo párrafo: Ella (es decir, yo) espera asistir, antes de su muerte, a la rehabilitación por el mundo comunista de aquel (Trotzky) que fue, después de Lenin, el mayor revolucionario de los tiempos modernos y el padre espiritual de Mao Tse-Tung, el líder comunista chino. Estas palabras no me pertenecen; fueron introducidas por el redactor de la entrevista. Me veo obligada entonces a precisar lo siguiente: 1.- Un gran revolucionario como León Trotzky no puede de modo alguno ser el padre de Mao Tse-Tung, quien ha conquistado su posición en China en lucha directa con la Oposición de Izquierda (trotzkista) y la ha consolidado con el asesinato y la persecución de los revolucionarios, al igual que Chiang Kai-Shek. Los padres espirituales de Mao Tse-Tung y su partido son, evidentemente, Stalin (reivindicado además como tal) y sus colaboradores, incluido el Sr. Kruschev. 2.– Considero al actual régimen chino, así como al régimen ruso o cualquiera otro levantado sobre este mismo modelo, tan alejado del marxismo y la revolución proletaria como el de Franco en España. 3.- El terror policial y las calumnias de Stalin no han sido más que el aspecto político de una lucha a muerte contra la revolución, llevada a cabo por toda la burocracia. No podemos esperar el restablecimiento de la verdad más que de la aniquilación de esta burocracia a manos de la clase obrera a la que ella ha reducido a esclavitud. No espero nada del partido ruso ni de sus imitadores fundamentalmente anticomunistas; cualquier des-stalinización será una trampa si no lleva a la toma del poder por el proletariado y a la disolución de las instituciones policiales, políticas, militares y económicas de la contrarrevolución que creó el capitalismo de Estado estaliniano. Reciba, señor, mis saludos. París, 9 de noviembre de 1961. 

  8. Luciano Raimondi, ex-partisano, funda en los cincuenta, con Fortichiari -uno de los fundadores del PCI- la revista Azione comunista, que en aquella época está todavía buscando relacionarse con el PCInt de Damen, el trotskismo italiano y el grupo anarquista de Cervetto y Parodi. La revista publicará varios artículos del FOR en 1959-60. El grupo se dividirá en dos durante los años sesenta: de una parte Raimondi recaerá en el stalinismo, ahora en su versión china, de otra Cervetto y Parodi, que fundarán Lotta Comunista. 

  9. En 1948 se reunió el segundo congreso de la IVª Internacional. En él el sector internacionalista, encabezado por Natalia Sedova y la sección española, rompió con la organización y denunció su traición al internacionalismo durante la segunda guerra imperialista mundial, defendiendo además la naturaleza capitalista e imperialista de la URSS y el carácter reaccionario tanto de las ocupaciones soviéticas en el Este europeo como de las consignas de frente único y apoyo electoral a los partidos socialdemócratas y stalinistas defendidas por el secretariado internacional. 

  10. Raya Dunayevskaya había sido, de joven secretaria de Natalia Sedova y evolucionó tras el estallido de la Internacional en 1948 hacia un confuso Socialismo humanista que ya mostraba rasgos de lo que luego ha sido la identity politics y el ecopacifismo. Se convertiría, al final de los años sesenta, en una referencia del izquierdismo norteamericano. 

  11. Munis en esa época tiene que vivir en la clandestinidad en Francia pues las autoridades francesas amenazan con entregarlo a la represión política franquista. En su biografía de Munis, Paolo Casciola relata esa época: «El primer viaje de Munis a Italia se remonta a la primavera de 1959. Expulsado del territorio francés como individuo peligroso para el orden público, al no poder residir legalmente en ese país, Munis pasa unos años moviéndose ilegalmente de Francia a Italia. El 19 de abril de 1959, Munis realizó una exposición en Milán, a invitación del Movimiento para la la Izquierda Comunista (MSC), nacida el 1 de mayo de 1957 de la fusión de la Federazione Comunista Libertaria y del grupo Azione Comunista tras el fracaso substancial del Comité de Acción lanzado por la Primera Conferencia de la Izquierda Comunista el 16 de diciembre de 1956[...] Una foto de grupo muestra a Munis con motivo de la Exposición Internacional Surrealista celebrada del 27 de abril al 16 de mayo de 1959 en la Galería Schwarz de Milán. En junio El periódico Azione Comunista publicó la primera traducción al italiano de un artículo de Munis: la valoración crítica de la figura de Trotsky. Entre 1959 y 1965 algunas de sus contribuciones fueron publicados tanto por Azione Comunista como por Battaglia Comunista, órgano del Partido Comunista internacionalista dirigido por Onorato Damen. En enero de 1960, Munis dio una conferencia en Génova, organizada por el Grupo de iniciativa sindical de los trabajadores. Permaneció más o menos tiempo en la capital lombarda -donde escribió, entre otras cosas, dos de sus obras más importantes: Les syndicats contre la révolution (mayo de 1960) y Pro segundo Manifiesto Comunista (1961)- hasta que en 1962 obtuvo finalmente la autorización para residir en Francia, donde continuó su actividad política en el FOR». 

  12. En 1959 Munis, a la sazón refugiado en Milán, había colaborado con Bretón, Granell y otros viejos amigos del grupo surrealista en la organización de la Mostra Internazionale del Surrealismo que se organizaba en la galería de Arturo Schwarz.