Los fundamentos

Cuaderno 1: Los fundamentos

Concepción materialista de la Historia

El primer trabajo que emprendí fue una revisión crítica de la «Rechtsphilosophie» de Hegel, trabajo cuyos preliminares aparecieron en los «Anales Franco-alemanes» publicados en París en 1844. Mis investigaciones dieron este resultado: que las relaciones jurídicas, así como las formas de Estado, no pueden explicarse por sí mismas, ni por la llamada evolución general del espíritu humano; que se originan más bien en las condiciones materiales de existencia que Hegel, siguiendo el ejemplo de los ingleses y franceses del siglo XVIII, agrupaba bajo el nombre de «sociedad civil»; pero que la anatomía de la sociedad hay que buscarla en la economía política. Había comenzado el estudio de ésta en París y lo continuaba en Bruselas, donde me había establecido a consecuencia de una sentencia de expulsión dictada por el señor Guizot contra mí. El resultado general al que llegué y que, una vez obtenido, me sirvió de guía para mis estudios, puede formularse brevemente de este modo:

En la producción social de su existencia, los hombres entran en relaciones determinadas, necesarias, independientes de su voluntad; estas relaciones de producción corresponden a un grado determinado de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales.

El conjunto de estas relaciones de producción constituye la estructura económica de la sociedad, la base real, sobre la cual se eleva una superestructura jurídica y política y a la que corresponden formas sociales determinadas de consciencia. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en general. No es la consciencia de los hombres la que determina la realidad; por el contrario, la realidad social es la que determina su consciencia.

Durante el curso de su desarrollo, las fuerzas productoras de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes, o, lo cual no es más que su expresión jurídica, con las relaciones de propiedad en cuyo interior se habían movido hasta entonces. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas que eran, estas relaciones se convierten en trabas de estas fuerzas. Entonces se abre una era de revolución social. El cambio que se ha producido en la base económica trastorna más o menos lenta o rápidamente toda la colosal superestructura. Al considerar tales trastornos importa siempre distinguir entre el trastorno material de las condiciones económicas de producción -que se debe comprobar fielmente con ayuda de las ciencias físicas y naturales- y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas; en una palabra, las formas ideológicas, bajo las cuales los hombres adquieren consciencia de este conflicto y lo resuelven. Así como no se juzga a un individuo por la idea que él tenga de sí mismo, tampoco se puede juzgar tal época por la consciencia de sí misma; es preciso, por el contrario explicar esta consciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto que existe entre las fuerzas productoras sociales y las relaciones de producción.

Una sociedad no desaparece nunca antes de que sean desarrolladas todas las fuerzas productoras que pueda contener, y las relaciones de producción nuevas y superiores no se sustituyen jamás en ella antes de que las condiciones materiales de existencia de esas relaciones hayan sido incubadas en el seno mismo de la vieja sociedad. Por eso la humanidad no se propone nunca más que los problemas que puede resolver, pues, mirando de más cerca, se verá siempre que el problema mismo no se presenta más que cuando las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir.

Esbozados a grandes rasgos, los modos de producción asiáticos, antiguos, feudales y burgueses modernos pueden ser designados como otras tantas épocas progresivas de la formación social económica. Las relaciones burguesas de producción son la última forma antagónica del proceso de producción social, no en el sentido de un antagonismo individual, sino en el de un antagonismo que nace de las condiciones sociales de existencia de los individuos; las fuerzas productoras que se desarrollan en el seno de la sociedad burguesa crean al mismo tiempo las condiciones materiales para resolver este antagonismo. Con esta formación social termina, pues, la prehistoria de la sociedad humana.

Carlos Marx. Prefacio a «Contribución a la Crítica de la Economía Política», enero de 1859.

Los párrafos anteriores forman seguramente uno de los textos más importantes de la Historia de la Humanidad. Integran el materialismo y el análisis dialéctico convirtiendo en súbitamente comprensible la Historia; hasta entonces, y con demasiada frecuencia todavía, reducida a un fantasmal relato de las ideas y ocurrencias de una estirpe de filósofos, técnicos e intelectuales, cuando no a las gestas de poderosos y sus huestes, sin otro hilo conductor que supuestas aspiraciones intemporales de pueblos perennes como dioses, sinos desgraciados de identidades y familias reinantes, felices casualidades y desgracias aparentemente impredecibles.

El descubrimiento de la concepción materialista de la historia, o mejor dicho, la consecuente aplicación y extensión del materialismo al campo de los fenómenos sociales, acaba con los dos defectos fundamentales de las teorías de la historia anteriores a Marx. En primer lugar, en el mejor de los casos, estas teorías solo consideraban los móviles ideológicos de la actividad histórica de los hombres sin investigar el origen de esos móviles, sin percibir las leyes objetivas que rigen el desarrollo del sistema de las relaciones sociales, sin advertir que las raíces de estas relaciones están en el grado de progreso de la producción material; en segundo lugar las viejas teorías no abarcaban con precisión las acciones de las masas de la población, mientras que el materialismo histórico permitió por primara vez el estudio, con la exactitud del naturalista, de las condiciones sociales de la vida de las masas y de los cambios experimentados por estas condiciones.

La «sociología» y la historiografía anteriores a Marx acumularon, en el mejor de los casos, datos no analizados y fragmentarios, y expusieron algunos aspectos del proceso histórico. El marxismo señaló el camino para una investigación universal y completa del proceso de nacimiento, desarrollo y decadencia de las formaciones económico-sociales, examinando el conjunto de todas las tendencias contradictorias y concentrándolas en las condiciones, exactamente determinables, de vida y de producción de las distintas clases de la sociedad, eliminando el subjetivismo y la arbitrariedad en la elección de las diversas ideas «dominantes» o en su interpretación y poniendo al descubierto las raíces de todas las ideas y de todas las diversas tendencias manifestadas en el estado de las fuerzas materiales productivas, sin excepción alguna.

Son los hombres los que hacen su propia historia, pero ¿qué determina los móviles de estos hombres, y, más exactamente, de las masas humanas? ¿a qué se deben los choques de las ideas y aspiraciones contradictorias? ¿qué representa el conjunto de todos estos choques que se producen en la masa toda de las sociedades humanas? ¿cuáles son las condiciones objetivas de producción de la vida material que forman la base de toda la actuación histórica de los hombres? ¿cuál es la ley que preside el desenvolvimiento de estas condiciones? Marx se detuvo en todo esto y trazó el camino del estudio científico de la historia concebida como un proceso único y lógico, pese a toda su imponente complejidad y a todo su carácter contradictorio.

Lenin. «Carlos Marx», julio-noviembre de 1914

La clase universal

Aterrizando el modelo general a nuestra realidad, el capitalismo, Marx y Engels llegan pronto a la perspectiva de que las principales fuerzas productivas creadas por el capitalismo (capital y trabajo) verán su desarrollo limitado, coartado, por las mismas relaciones e instituciones del capitalismo que las habían creado.

En el desarrollo de las fuerzas productivas se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de comunicación e intercambio que, bajo las relaciones existentes, solo pueden ser fuentes de males, que no son ya tales fuerzas productivas sino más bien fuerzas destructivas (maquinaria y dinero); y, a la vez, surge una clase condenada a soportar todos los inconvenientes de la sociedad sin gozar de sus ventajas, que se ve expulsada de la sociedad y obligada a colocarse en la más resuelta contradicción con todas las demás clases; una clase que se formaría de todos los miembros de la sociedad y de la que nace la consciencia de que es necesaria una revolución radical, la consciencia comunista

Marx y Engels. La Ideología alemana, 1846

La idea de que todas esas fuerzas productivas, potencialmente creadoras de riqueza, habrían de tornarse destructivas porque el capitalismo llegaría a un momento en el que ya no podría darles curso, era chocante en 1845, en plena expansión del capitalismo en Europa. Hoy convivimos con masas gigantescas de capital ficticio que intentan sobrevivir creando burbujas especulativas, burbujas que destruyen a su paso países enteros y reducen la producción durante años; los robots y las máquinas que permiten producir más con menos trabajo, en vez de generar riqueza, alimentan la crisis industrial, el paro estructural y la exclusión de millones. Pero el capital solo es una de las fuerzas productivas características del sistema. La mayor fuerza productiva de la sociedad capitalista es el trabajo. Y el trabajo se materializa en el proletariado.

El proletariado es la clase de la sociedad que saca su subsistencia de la venta de su trabajo exclusivamente y no del interés de un capital cualquiera; cuyas condiciones de existencia y su existencia misma dependen de la demanda de trabajo y, por consecuencia, de la sucesión de los períodos de crisis y de prosperidad industrial, de las oscilaciones de una concurrencia sin freno. El proletariado, o la clase de los obreros, es, en una palabra, la clase trabajadora de la época actual.

Engels. Principios de Comunismo, 1847

Marx y Engels remarcan la novedad histórica del proletariado desde sus primeros textos. No es una clase laboriosa más. En primer lugar porque por primera vez en la historia, una clase trabajadora es universal, porque el sistema que la ha creado es él mismo global y se articula a través de una estructura que en aquel momento se está abriendo paso hasta el último rincón de la Tierra: el mercado mundial. El mercado mundial no es algo abstracto, sino una estructura material y concreta que afecta a todos y cada uno de los trabajadores, produciendo una experiencia común que es por tanto universal e histórica -producto de la sociedad humana

La masa de los simples trabajadores (…) y por tanto, la pérdida no puramente temporal de ese mismo trabajo como fuente segura de vida, presupone, a través de la competencia, el mercado mundial. Por tanto el proletariado solo puede existir en el plano histórico-mundial, lo mismo que el comunismo, su acción, sólo puede llegar a cobrar realidad como existencia histórico-universal. Existencia histórico-universal de los individuos, es decir, existencia de los individuos directamente vinculada a la historia universal.

Marx y Engels. La Ideología alemana, 1846

El movimiento del capitalismo hacia la globalización desde sus orígenes, globaliza y «sincroniza» a su vez, a través del mercado mundial -y sus crisis- el movimiento de los trabajadores modernos… y su horizonte: el comunismo.

El comunismo, empíricamente, sólo puede darse como la acción «coincidente» o simultánea de los pueblos dominantes, lo que presupone el desarrollo universal de las fuerzas productivas y el intercambio universal que lleva aparejado.

Marx y Engels. La Ideología alemana, 1846

Pero el proletariado es «clase universal» también en un sentido más profundo que el geográfico. Es «universal» en la medida en que sus intereses últimos pasan por la destrucción de todo sistema de explotación y de toda forma de opresión.

Si los autores socialistas atribuyen al proletariado ese papel mundial, no es debido, como la crítica afecta creerlo, porque consideren a los proletarios como a dioses. Es más bien lo contrario.

En el proletariado plenamente desarrollado se hace abstracción de toda humanidad, hasta de la apariencia de la humanidad; en las condiciones de existencia del proletariado se condensan, en su forma más inhumana, todas las condiciones de existencia de la sociedad actual; el hombre se ha perdido a sí mismo, pero, al mismo tiempo, no sólo ha adquirido consciencia teórica de esa pérdida, sino que se ha visto constreñido directamente, por la miseria en adelante ineluctable, imposible de paliar, absolutamente imperiosa -por la expresión práctica de la necesidad-, a rebelarse contra esa inhumanidad; y es por todo esto que el proletariado puede libertarse a sí mismo.

Pero no puede él libertarse sin suprimir sus propias condiciones de existencia. No puede suprimir sus propias condiciones de existencia sin suprimir todas las condiciones de existencia inhumanas de la sociedad actual que se condensan en su situación. No en vano pasa por la escuela ruda, pero fortificante, del trabajo.

Marx y Engels. La Sagrada Familia, 1844

Ese carácter universal de los intereses de clase del proletariado se manifiesta en todo su recorrido histórico, desde la reivindicación más «inmediata» hasta sus expresiones políticas más complejas. ¿Dónde ven eso? En las reivindicaciones más básicas. Porque espontáneamente y desde los orígenes del movimiento obrero, los trabajadores no luchan en tanto que clase por nuevos privilegios o medidas que apunten a explotar a otros, sino por satisfacer necesidades humanas universales, genéricas, es decir, compartidas por todo el género humano: bienestar, alojamiento, tiempo para vivir más allá de la producción, acceso al conocimiento, etc.

Este es el sentido último del carácter universal de la clase: una experiencia universal que genera una lucha por necesidades universales. Por eso el «comunismo», la forma social que ha de nacer del colapso del capitalismo, no es una «utopía», una idea a imponer a la realidad, sino una tendencia que está ya presente desde el primer momento del capitalismo a través del proletariado.

El comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual.

Marx y Engels. La Ideología alemana, 1846

En el proletariado no hay una oposición, una contradicción entre el «objetivo inmediato» y el «objetivo final». Todas sus manifestaciones políticas, desde la huelga más pequeña a la revolución, están unidas por un hilo visible a quien quiera descubrirlo: la afirmación de las necesidades humanas sobre la lógica del capital, última forma posible de explotación. El comunismo no es una organización alternativa de la división del trabajo, es el fin de la división del trabajo; no es el intento de sustituir una clase dominante por otra, es el fin de las clases sociales; no es una mera reorganización del trabajo, sino el fin del trabajo esclavo de la necesidad; no es la sustitución de las viejas identidades nacidas de las necesidades de una sociedad escindida -como la nación, el sexo, la raza o la profesión- sino su disolución en una única identidad humana genérica.

Todas las anteriores revoluciones dejaban intacto el modo de actividad y sólo trataban de lograr otra distribución de ésta, una nueva distribución del trabajo entre otras personas, al paso que la revolución comunista va dirigida contra el carácter anterior de actividad, elimina el trabajo y suprime la combinación de todas las clases, al acabar con las clases mismas, ya que esta revolución es llevada a cabo por la clase a la que la sociedad no considera como tal, no reconoce como clase y expresa ya de por sí la disolución de todas las clases, nacionalidades, etc., dentro de la actual sociedad

Marx y Engels. La Ideología alemana, 1846

El comunismo

Estando limitados por las relaciones sociales de nuestra época, tenemos un límite en el alcance de nuestras predicciones. Por eso, a pesar del tamaño de su obra, Marx y Engels no dedicaron demasiados textos a describir las características del comunismo. No pretendían vender utopías ni planes geniales, pretendían hacer un análisis científico de la transformación del capitalismo que se planteaba históricamente como una necesidad.

Tenían claro, eso sí, que el comunismo es una sociedad de abundancia. No hay comunismo sin desmercantilización total. Todas las relaciones humanas serán desmercantilizadas. El trabajo, los alimentos, el conocimiento, los objetos cotidianos, las casas, la información... dejarán de ser mercancía. En una sociedad comunista no es necesario el dinero, no existe el trabajo forzado por la necesidad; hay de todo, todo está disponible para todos y todo es «gratis», si es que la palabra tiene algún sentido en ese contexto.

Resulta obvio que una sociedad así vendrá precedida de una verdadera liberación de las fuerzas productivas, un incremento de la productividad brutal durante la transición abierta por la revolución. En «El Capital» Marx insiste para hacernos entender hasta qué punto y de qué manera el comunismo, en tanto que movimiento que se materializará en la organización de la producción de acuerdo a las necesidades humanas, está llamado a representar una liberación de las fuerzas productivas, y al mismo tiempo, en su sentido estricto, alcanzará la liberación general de nuestra especie del trabajo impuesto por la necesidad.

La supresión de la forma capitalista de producción permite restringir la jornada laboral al trabajo necesario. Este último, sin embargo, bajo condiciones en lo demás iguales, ampliaría su territorio. Por un lado, porque las condiciones de vida del obrero serían más holgadas, y mayores sus exigencias vitales. Por otro lado, porque una parte del plustrabajo actual se contaría como trabajo necesario, esto es, el trabajo que se requiere para constituir un fondo social de reserva y de acumulación.

Cuanto más se acrecienta la fuerza productiva del trabajo, tanto más puede reducirse la jornada laboral, y cuanto más se la reduce, tanto más puede aumentar la intensidad del trabajo. Socialmente considerada, la productividad del trabajo aumenta también con su economía. Ésta no sólo implica que se economicen los medios de producción, sino el evitar todo trabajo inútil. Mientras que el modo capitalista de producción impone la economización dentro de cada empresa individual, su anárquico sistema de competencia genera el despilfarro más desenfrenado de los medios de producción sociales y de las fuerzas de trabajo de la sociedad, creando además un sinnúmero de funciones actualmente indispensables, pero en sí y para sí superfluas.

Una vez dadas la intensidad y la fuerza productiva del trabajo, la parte necesaria de la jornada social de trabajo para la producción material será tanto más corta, y tanto más larga la parte de tiempo conquistada para la libre actividad intelectual y social de los individuos, cuanto más uniformemente se distribuya el trabajo entre todos los miembros aptos de la sociedad.

Carlos Marx. El Capital, libro I, capítulo XV, 1866.

Marx pone el acento en lo que hoy llamaríamos «robotización» e «Inteligencia Artificial». Imagina el desarrollo de las «máquinas» mucho más allá de lo que era evidente en su época. Piensa en su fusión con sistemas de información automatizados y el cambio que eso significa en la propia definición de máquina y se maravilla ante ese capitalismo por venir que es el nuestro.

Son órganos del cerebro humano creados por la mano humana; fuerza objetivada del conocimiento. El desarrollo del capital revela hasta qué punto el conocimiento social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata, y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del intelecto general y remodeladas conforme al mismo. Hasta qué punto las fuerzas productivas sociales son producidas no sólo en la forma del conocimiento, sino como órganos inmediatos de la práctica social, del proceso vital real.

Carlos Marx. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858

Marx no se engaña. Un desarrollo de las fuerzas productivas así, bajo el capitalismo, supone una exacerbación radical de sus contradicciones. El capitalismo necesita reducir la cantidad de trabajo humano necesario, pero no por generosidad con la Humanidad sino como forma de mantener la reproducción del capital en marcha. Crea esas fuerzas inmensas para después intentar encajar sin éxito sus resultados en la mezquindad de sus objetivos. Genera tecnologías prodigiosas capaces de llevar hasta el límite de la desmercantilización la producción de algunas cosas… para acto seguido intentar retrotraer la sociedad y las leyes a una situación anterior con tal de obtener ganancias y remunerar el capital.

Cada vez más sectores se acercan a una situación en la que producir más no supone en la práctica incorporar nuevas cantidades significativas de trabajo y recursos. ¿No hemos visto ya acaso algo así en Internet con tantos y tantos bienes informacionales -libros, discos, planos, periódicos, etc.- en los que el coste de producir millones de copias extra es nulo o prácticamente nulo?

El capitalismo por un lado despierta a la vida todos los poderes de la Ciencia y de la Naturaleza, así como de la cooperación y del intercambio sociales, para hacer que la creación de la riqueza sea (relativamente) independiente del tiempo de trabajo empleado en ella. Por el otro lado se propone medir con el tiempo de trabajo esas gigantescas fuerzas sociales así creadas y reducirlas a los límites requeridos para que el valor ya creado se conserve como valor. Las fuerzas productivas y las relaciones sociales -unas y otras aspectos diversos del desarrollo del individuo social- se le aparecen al capital únicamente como medios, y no son para él más que medios para producir fundándose en su mezquina base. Pero de hecho, constituyen las condiciones materiales para hacer saltar a esa base por los aires. Como dice Charles Wentworth Dilke «una nación es verdaderamente rica cuando en vez de 12 horas se trabajan 6. Riqueza no es disposición de tiempo de plustrabajo , «sino tiempo disponible, aparte del usado en la producción inmediata, para cada individuo y toda la sociedad».

Carlos Marx. Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse), 1857-1858

Es esta socialización de la producción a través del conocimiento, que se esboza de forma inevitablemente problemática en el capitalismo que vivimos, la que hace posible la desaparición de la división del trabajo.

La división del trabajo nos brinda ya el primer ejemplo de cómo, mientras los hombres viven en una sociedad primitiva, mientras se da, por tanto, una separación entre el interés particular y el interés común, mientras las actividades, por consiguiente, no aparecen divididas voluntariamente, sino por modo natural, los actos propios del hombre se erigen ante él en un poder ajeno y hostil, que lo sojuzga, en vez de ser él quien los domine. En efecto, a partir del momento en que comienza a dividirse el trabajo, cada cual se mueve en un determinado círculo exclusivo de actividades, que le es impuesto y del que no puede salirse; el hombre es cazador, pescador, pastor o crítico, y no tiene más remedio que seguir siéndolo, si no quiere verse privado de los medios de vida; en el comunismo en cambio, cada individuo no tiene acotado un círculo exclusivo de actividades, sino que puede desarrollar sus aptitudes en la rama que mejor le parezca, la sociedad se encarga de regular la producción general, con lo que hace cabalmente posible que yo pueda dedicarme hoy a esto y mañana a aquello, que pueda por la mañana cazar, por la tarde pescar y por la noche apacentar el ganado, y después de comer, si me place, dedicarme a criticar, sin necesidad de ser exclusivamente cazador, pescador, pastor o crítico, según los casos.

Marx y Engels. La ideología alemana, 1845

Una sociedad sin división del trabajo y sin división de clases, «el verdadero comienzo de la historia humana», supone el fin de la alienación social. Marx se da cuenta muy pronto, en 1844, cuando está preparando las notas que servirán de base al núcleo de su trabajo en la Liga de los Comunistas..

El comunismo como superación positiva de la propiedad privada en cuanto autoextrañamiento del hombre, y por ello como apropiación real de la esencia humana por y para el hombre; por ello como retorno del hombre para sí en cuanto hombre social, es decir, humano; retorno pleno, consciente y efectuado dentro de toda la riqueza de la evolución humana hasta el presente. Este comunismo es, como completo naturalismo = humanismo, como completo humanismo = naturalismo; es la verdadera solución del conflicto entre el hombre y la naturaleza, entre el hombre y el hombre, la solución definitiva del litigio entre existencia y esencia, entre objetivación y autoafirmación, entre libertad y necesidad, entre individuo y género [humano]. Es el enigma resuelto de la historia y sabe que es la solución.

Carlos Marx. Manuscritos económicos y filosóficos, 1844

El tema volverá una y otra vez a lo largo de su obra. La experiencia humana, lo que vivimos como especie y se refleja en cada uno de nosotros, se transformará y desarrollará necesariamente. La experiencia humana en una sociedad de la abundancia será, en cierta medida, una experiencia artística.

La concentración exclusiva del talento artístico en individuos únicos y la consiguiente supresión de estas dotes en la gran masa es una consecuencia de la división del trabajo (…) en todo caso, en una organización comunista de la sociedad desaparece la inclusión del artista en la limitación local y nacional, que responde pura y únicamente a la división del trabajo, y la inclusión del individuo en este determinado arte, de tal modo que sólo haya exclusivamente pintores, escultores, etc. y ya el nombre mismo expresa con bastante elocuencia la limitación de su desarrollo profesional y su supeditación a la división del trabajo. En una sociedad comunista, no habrá pintores, sino, a lo sumo, hombres que, entre otras cosas, se ocupan también de pintar.

Marx y Engels. La ideología alemana, 1845

Marx desarrollará esta idea en «El capital», apuntando que el desarrollo de la productividad que genera el capitalismo «contribuye a crear tiempo social disponible para el esparcimiento de todos y cada uno», aunque sea mediante el paro forzoso. El camino hacia el comunismo pasa por «apropiarse» progresivamente de los incrementos de productividad, hasta reducir el trabajo «forzado por la necesidad».

El tiempo de trabajo necesario se alineará por una parte con las necesidades del individuo social, mientras que por otro lado asistiremos a un crecimiento tal de las fuerzas productivas que el ocio aumentará para cada uno, mientras la producción será calculada en función de la riqueza de todos. Y por ser la verdadera riqueza, la plena potencia productiva de todos los individuos, el patrón de medida será entonces no el tiempo de trabajo sino el tiempo disponible.

Carlos Marx. El Capital, 1857

En el mismo libro volverá a esta idea de la sociedad de la abundancia como una sociedad hiperproductiva en la que las capacidades humanas son tales que no tiene sentido mantener una vida divida entre entre ocio y trabajo.

En resumen, cae en el sentido que el tiempo de trabajo inmediato no podrá estar siempre opuesto al tiempo libre, como es el caso en el sistema económico burgués. (…) El tiempo libre -que es a la vez ocio y actividad superior- transformará naturalmente a su poseedor en un sujeto diferente, y en tanto que sujeto nuevo entrará en el proceso de la producción inmediata.

Carlos Marx. El Capital, 1857

No son fantasías mesiánicas ni delirios, no es el «elemento de fe» del marxismo. Si la abundancia se plantea como problema bajo el capitalismo -y la plantean hasta sus propios apologetas como Keynes- es porque «las condiciones materiales para resolverlo existen o se encuentran en estado de existir». El objetivo de la acción política del proletariado, el objetivo de su programa, es imponer las transformaciones que lo convertirán en una posibilidad inmediata.

Cuando haya desaparecido la subordinación esclavizadora de los individuos a la división del trabajo, y con ella, la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual; cuando el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando, con el desarrollo de los individuos en todos sus aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, sólo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ¡De cada cual, según sus capacidades; a cada cual según sus necesidades!

Carlos Marx. Crítica del programa de Gotha, 1875

Por eso hasta el final de su vida Marx insistirá en retratar la sociedad comunista como un estadio de desarrollo socio-económico producto del crecimiento sostenido de la productividad en el que:

Habrá desaparecido la avasalladora sujeción de los individuos a la división del trabajo, y con ella también la oposición entre el trabajo intelectual y el trabajo manual, el trabajo no será ya sólo medio de vida, sino que incluso se habrá convertido en la primera necesidad vital, (y) con el desarrollo multifacético de los individuos habrán crecido también sus capacidades productivas y todos los manantiales de la riqueza colectiva fluirán con plenitud.

Carlos Marx. Crítica del programa de Gotha, 1875.

La perspectiva del comunismo como una sociedad de abundancia, que no es sino la solución de lo que la economía vulgar llama «el problema económico», es lo que define al «comunismo» como movimiento y perspectiva de la acción política de los trabajadores.

El proceso de constitución en clase

Es importante remarcar que el comunismo no es una ideología, sino un movimiento real producido por las contradicciones de la sociedad capitalista. El comunismo, el horizonte del programa comunista, se insinúa, está presente en potencia, en las luchas cotidianas del trabajo contra el capital.

El comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que ha de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual.

Si en la más modesta expresión de la lucha de clases no podemos ver la abundancia abriéndose paso, nada realmente revolucionario podrá ser construido. Lo que no quiere decir que, ni siquiera dentro de un enfrentamiento frente a la burguesía, los trabajadores vayan a ser, en términos de individuos o grupos, conscientes de ese potencial y aun menos que vayan a afirmarlo abiertamente.

No se trata de saber lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado íntegro, se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser. Su finalidad y su acción histórica le están trazadas, de manera tangible e irrevocable, en su propia situación de existencia, como en toda la organización de la sociedad burguesa actual.

Marx y Engels. La sagrada familia, 1844

Es decir, lo que el proletariado «es», el modo en que le definen las relaciones de producción, le impulsa a combatir -aun en el conflicto menos dramático- por necesidades universales. Afirma en los hechos la necesidad de una sociedad organizada de acuerdo a las necesidades humanas... aunque esa afirmación por los hechos no se refleje necesariamente en la opinión, el discurso o los objetivos declarados de las luchas.

Este desfase entre las posibilidades abiertas por la acción de clase y la consciencia de lo que significa para muchos o incluso la mayoría de los trabajadores en un momento dado, es el resultado necesario de ser la clase explotada.

Las ideas de la clase dominante son las ideas dominantes en cada época; o, dicho en otros términos, la clase que ejerce el poder material dominante en la sociedad es, al mismo tiempo, su poder espiritual dominante. La clase que tiene a su disposición los medios para la producción material dispone con ello, al mismo tiempo, de los medios para la producción espiritual, lo que hace que se le sometan, al propio tiempo, por término medio, las ideas de quienes carecen de los medios necesarios para producir espiritualmente.

Las ideas dominantes no son otra cosa que la expresión ideal de las relaciones materiales dominantes, las mismas relaciones materiales dominantes concebidas como ideas; por tanto, las relaciones que hacen de una determinada clase la clase dominante, o sea, las ideas de su dominación. Los individuos que forman la clase dominante tienen también, entre otras cosas, la consciencia de ello y piensan a tono con ello; por eso, en cuanto dominan como clase y en cuanto determinan todo el ámbito de una época histórica, se comprende de suyo que lo hagan en toda su extensión, y, por tanto, entre otras cosas, también como pensadores, como productores de ideas, que regulan la producción y distribución de las ideas de su tiempo; y que sus ideas sean; por ello mismo, las ideas dominantes de la época.

Marx y Engels. La ideología alemana, 1845

Se trata de una bonita contradicción. Por un lado el proletariado es la primera clase que tiene el comunismo, el fin de las divisiones de clase, como horizonte de su programa. Su representación de la realidad no tiene que ocultar un interés explotador para presentarse como universal. Su representación de la realidad puede, por primera vez en la historia de la Humanidad, no ser «ideología», sino adelantar una verdadera consciencia humana, un conocimiento no mediado por los intereses de clase.

Por otro, esto es posible precisamente por ser la clase explotada del modo de producción capitalista. La clase que, privada de los medios de producción material y espiritual, es negada por la sociedad actual en todas sus expresiones. Lo mismo que hace al proletariado la clase revolucionaria, hace de ella una clase subalterna, subordinada y sometida en su visión del mundo.

Dada su naturaleza de clase explotada y oprimida, la perspectiva de la desmercantilización, la posibilidad de la abundancia y sobre todo, la consciencia de que solo el proletariado puede hacerlo realidad solo puede desarrollarse masivamente cuando la clase se libera, siquiera momentaneamente, de su yugo como clase explotada y subalterna mediante su propia lucha. Es decir, la contradicción se resuelve en un proceso histórico que transforma al mismo proletariado.

Tanto para engendrar en masa esta consciencia comunista como para llevar adelante la cosa misma, es necesaria una transformación en masa de los hombres que solo podrá conseguirse mediante un movimiento práctico, mediante una revolución, y que por consiguiente, la revolución no solo es necesaria porque la clase dominante no puede ser derrocada de otro modo, sino también porque únicamente por medio de una revolución logrará la clase que derriba salir del cieno en que se hunde y volverse capaz de fundar la sociedad sobre nuevas bases.

Marx y Engels. La ideología alemana, 1845

El día antes de la reunión constitutiva de la Iª Internacional (AIT), Marx insiste sobre esta idea a los comunistas discuten en Londres cuál es el mensaje que la AIT debería transmitir a los trabajadores del mundo.

Tenéis que sostener quince, veinte, cincuenta años de luchas sociales, no solo para cambiar las condiciones sociales, sino para transformaros vosotros mismos y haceros dignos del poder.

Carlos Marx. Proceso verbal de la Comisión Central de la Unión Comunista, Londres, 15 de septiembre de 1850

De lo que nos está hablando Marx es del proceso de constitución de la clase de clase explotada y atomizada a clase dirigente capaz de organizar el conjunto social bajo su programa. Un proceso que comienza con las luchas salariales aisladas y se desarrolla a partir del momento en el que un nuevo tipo de reivindicaciones -como la jornada de ocho horas- afirman la unidad de intereses de todos los trabajadores. La clase se descubre a través de ellas como tal. De «clase frente al capital» pasa a convertirse en clase... frente a sí misma.

En la lucha, de la cual hemos señalado algunas fases, esta masa se reúne, constituyéndose en clase para sí misma. Los intereses que defienden llegan a ser intereses de clase.

Carlos Marx. Miseria de la Filosofía, 1847

Pero el tipo de confrontaciones de clase que desde principios del siglo XX permite la constitución de la clase en sujeto político, la huelga de masas, tiene además la potencialidad de organizar masivamente al conjunto de la clase al punto de que ésta puede llegar a sustituir con su autoorganización al estado burgués. Estamos ya ante la Revolución: El proletariado se constituye entonces como clase dirigente de la sociedad todavía burguesa destruyendo el estado existente y llevando a la práctica su programa hasta la desmercantilización completa de las relaciones sociales.

En todo este proceso con zenit en la revolución, los elementos dinámicos son la combatividad y la consciencia de la clase. Claro, que el que sean dinámicos no quiere decir que sean siempre crecientes, ni continuas ni mucho menos acumulativas.

Definimos consciencia de clase como:

El conocimiento y afirmación de las necesidades y posibilidades máximas abiertas históricamente a la clase revolucionaria y de los medios necesarios para realizarlas.

Es decir, la consciencia de clase no se mide solo en comparación con la perspectiva de una sociedad comunista, sino por el desarrollo del programa de clase como un todo. Tiene por tanto dos dimensiones: su profundidad y su extensión. Su profundidad es la medida de su utilidad, de su capacidad de dar respuesta a las necesidades de las luchas reales de clase para hacerlas avanzar. Profundidad es profundidad programática. Su extensión es la medida en que ese programa se hace consciente entre los miembros de la clase.

La relación entre la clase y su consciencia no es la de un autómata mecánico, no existe una cadena necesaria de causas y efectos con resultados predecibles. No hay un «procedimiento», un protocolo predeterminado que nos lleve a la revolución y el comunismo. Solo podemos saber que el proletariado se ve obligado a reaccionar, a afirmar las necesidades humanas luchando contra un sistema que las niega y que esta reacción tiene fundamentalmente dos expresiones:

  1. Segrega continuamente conversaciones y redes en las que, de una manera u otra, se pone en cuestión la ideología dominante y la interpretación de la realidad que ésta le ofrece. Una parte de estos grupos informales acendrará1 sus posiciones convirtiéndose en núcleos organizados que se darán por objetivo estudiar y desarrollar el programa comunista. En conjunto y en un momento dado, todos estos grupos, forman el partido de clase, partido que es partido en proceso formación, en devenir, durante la mayor parte del proceso de constitución de la clase como sujeto político.
  2. Desarrolla una combatividad que madura en sectores amplios de la clase y que se expresa en luchas y reivindicaciones abiertas de manera espontánea.

La utilidad de las minorías más conscientes en el proceso no es «introducir la consciencia» en la masa de trabajadores sino servir de «acumulador» de la experiencia de la clase como un todo que es capaz de convertirla en herramienta al servicio de cada nueva batalla. La consciencia no es una opinión, ni una idea abstracta, es la expresión de una necesidad histórica que se hace concreta en la lucha del proletariado, por eso no la consciencia solo puede extenderse a sectores más amplios de la clase como consecuencia, como resultado de sus propias luchas.

La validez teórica es importantísima a la larga, como lo es también, en lo inmediato, para la formación de organizaciones aptas. No obstante, ni la mejor de éstas conseguirá introducir consciencia en la clase revolucionaria. En tal empeño, la escuela del proletariado no será jamás la reflexión teórica, ni la experiencia acumulada y bien interpretada, sino conquista de sus propias realizaciones en plena lucha

G. Munis. Consciencia revolucionaria y clase para sí, 1976

La necesidad material del partido radica en su utilidad concreta para hacer avanzar los combates de clase. En el curso de los enfrentamientos contra el capital, las propias necesidades de la lucha obligan a los trabajadores, so pena de verse derrotados, a resolver nuevos problemas. Solo pueden resolverlos extendiendo y escalando sus auto-organización y sus reivindicaciones. Es decir, solo pueden avanzar desplegando en la práctica el programa comunista... ganando las mayorías la consciencia de haberlo hecho solo después.

La combatividad de la clase mana irresistiblemente, explosiva en determinados momentos, de su propio trasfondo histórico. Se cristaliza en hechos que sólo después son pensados por ella y le dan base y energía para ulteriores avances. Procede pues, en los hechos como en la consciencia, por saltos en el desarrollo, la continuidad de cuyo discontinuo ha de asegurarla su sector deliberadamente revolucionario. La propia victoria decisiva será para la mayoría de la clase una realización antes que una intención consumada. No en balde es la clase revolucionaria forjada por la historia a despecho de la opresión y el dirigismo intelectual que acompañan su vida cotidiana. Por lo mismo, en los núcleos obreros revolucionarios recae, mucho más que hace 150 años, un cometido en fin de cuentas determinante.

G. Munis. Consciencia revolucionaria y clase para sí, 1976

Es esta naturaleza de las luchas de clase como proceso que comienza como un conflicto concreto y explosivo por lo inmediato y culmina como organización de la clase como tal para la desmercantilización de la sociedad, la que da forma al programa mismo como un «escalado», un conjunto de tareas y reivindicaciones que esas minorías organizadas más conscientes, el partido, han de ir proponiendo para su despliegue en cada momento del proceso de constitución en clase.

Postular la revolución comunista, incluso flanqueada por la abolición del trabajo asalariado, no pasa de ser noción borrosa, aún suponiéndola –esperanza vana en el mundo presente– compartida por la mayoría. Porque la eliminación del salariato en cuanto objetivo directo una vez arrancado el poder al capital, está lejos de ser un acto único, cual la abolición de las leyes del mismo o el desmantelamiento de su armatoste estatal. Se descompone o subdivide en una serie de medidas, de cuyos efectos inmediatos y mediatos resultará la dicha eliminación, estructura social básica de la sociedad comunista. Las principales medidas, las más transcendentes se desprenden de la situación actual de la clase, de sus posibilidades máximas en contraste con un capitalismo apabullador y decadente, ya sin derecho a la existencia. ¿Donde, en qué sino en la formulación y defensa de las mismas cerca del proletariado puede aparecer la consciencia de una organización revolucionaria? Se condenan al bullicio inocuo, cuando no al charlatanismo, las tendencias que rehúyen hacerlo, cualquiera sea su cuantía numérica.

G. Munis. Consciencia revolucionaria y clase para sí, 1976

Si esperásemos que toda la clase o una sección masiva de ella «acumulase» consciencia a lo largo de las subidas y bajadas de las luchas, no habríamos entendido lo fundamental: el proletariado es la última clase revolucionaria porque es la clase explotada universalmente. Y como clase explotada no puede ganar una consciencia masiva más que cuando ya ha quebrado el orden capitalista. Durante todo ese recorrido, y especialmente en las derrotas y los retrocesos, la consciencia de clase solo puede desarrollarse en la minoría militante que la propia clase segrega.

El objetivo final del socialismo es el único factor decisivo que distingue al movimiento socialdemócrata de la democracia y el radicalismo burgueses, el único factor que transforma la movilización obrera de conjunto de vano esfuerzo por reformar el orden capitalista, en lucha de clases contra ese orden, para suprimir ese orden.

Rosa Luxemburgo. Reforma y Revolución, 1900

Tanto es así, que es en relación con esa perspectiva que se define la existencia política del proletariado. Ni la clase ni el partido, en tanto que grupo más avanzado de la clase que batalla por su constitución como sujeto político, pueden existir más que como movimiento, como «tendencia a una finalidad». Finalidad que no es otra cosa que la eliminación de la mercancía y el estado, la instauración de una sociedad comunista.

El concepto de clase no debe pues suscitar en nosotros una imagen estática, sino una imagen dinámica. Cuando distinguimos una tendencia social, un movimiento hacia determinadas finalidades, podemos reconocer la existencia de una clase en el verdadero sentido de la palabra. Sin embargo, entonces existe, de manera substancial si no aún de manera formal, el partido de clase. Un partido vive cuando viven una doctrina y un método de acción. Un partido es una escuela de pensamiento político y, por consiguiente, una organización de lucha. El primero es un hecho de consciencia, el segundo es un hecho de voluntad, más precisamente, de tendencia a una finalidad. Sin estos dos caracteres nosotros no poseemos ni siquiera la definición de una clase. El frío registrador de datos puede, repitámoslo, constatar afinidades en las condiciones de vida de agrupamientos más o menos grandes, pero sin aquéllos ninguna huella se graba en el devenir de la historia.

Amadeo Bordiga. Partido y Clase, 1921


  1. Acendrar es definirse en la crítica de la experiencia histórica de clase hasta ganar la claridad necesaria para adoptar posiciones políticas netas y defenderlas sin medias lenguas